La «Guerra Fría» es criatura de la «Guerra Caliente»
por Valentín Falin
¡Cuán vivaces son los mitos! Lo viene a confirmar el discurso
que Winston Spencer Churchill pronunció hace 60 años en
Fulton. Hasta hoy día lo llaman “manifiesto del
anticomunismo”.
Socios | Moscú (Rusia) | 27 de marzo de 2006
Churchill, Roosevelt y Stalin
Otros lo perciben como el comienzo de la “guerra fría” o como un grito de guerra lanzado
en respuesta al “telón de acero” con el que, según demócratas occidentales, el régimen de
Stalin le atajó al “mundo libre” una mitad de Europa.
¿Dónde está la verdad y dónde, los inventos? En la política, el verbo no le sirve a la verdad,
y menos aún a los valores morales, sino a un interés, a menudo impío. Precisamente por
ello resulta contraproducente lanzar polémicas contra las tesis de Churchill.
Para comprender mejor las peripecias de aquella época crítica, sería mucho más útil
preguntar: ¿por qué fue escogido Churchill para oficiar la misa de cuerpo presente a la
coalición anti-Hitler y anunciar un rumbo cualitativamente nuevo elegido por las potencias
occidentales? Pues hacía sólo siete meses desde que los electores británicos le habían
negado a él su confianza, debido a la incapacidad de los conservadores y él en persona de
estructurar relaciones normales con la Unión Soviética.
La antipatía hacia Moscú, los intentos de poner zancadillas a los “bárbaros rusos” durante la
guerra, el sabotaje en la apertura del segundo frente y, al final, los planes de apropiarse de
los frutos de la victoria obtenida en común eran a los ojos del presidente Harry Truman la
mejor característica de un estadista. A ellos los unía la rusofobia, que era un Norte tanto
para el Truman senador como para el Truman presidente.
Hacia marzo de 1946, él ya había logrado deshacer solapadamente la herencia dejada por
Roosevelt, habiendo destituido o apartado de la participación real en los asuntos del Estado
a los allegados de su antecesor. Pero a Truman no le alcanzaba su propio prestigio para
romper en público con el programa de organización del mundo en postguerra que dejó
Roosevelt.
Para denigrar a la aliada de ayer, que cargó con el fardo más pesado de la lucha contra el
nazismo, y convencer a la opinión pública estadounidense y mundial de que la Unión
Soviética de la noche a la mañana se había convertido en enemiga, se necesitaba político
de otra laya. Se necesitaba un testigo, un ex miembro del “trío de los grandes”, que podría
declarar: sólo por unas circunstancias de fuerza mayor las democracias y Moscú se vieron
en una misma barca. Y ahora que se ha alcanzado la orilla de promisión, ha llegado la hora
de librarse de esa foránea que no acepta la versión anglosajona de las reglas del juego
internacional.
Churchill no tenía iguales en Gran Bretaña ni allende el océano en cuanto a su capacidad de
embaucar al auditorio. Las retóricas eran su caballo de batalla. También era extraordinaria
su capacidad de forzar, tergiversas y menospreciar los hechos.
Al intimidar al público con las amenazas que supuestamente partían de la URSS, el ex
primer ministro, como era de esperar, olvidó mencionar Quebec, donde en agosto de 1943
él en presencia de Roosevelt y unos jefes de Estados Mayores disertó de que era
conveniente deflectar el timón de la guerra en dirección hacia la URSS, confabulando con
los generales nazis. El jefe del servicio de inteligencia británico Menzies se reunió en secreto
con su homólogo alemán Canaris en la parte no ocupada de Francia con el fin de debatir
los detalles del enroque a efectuar: de enemigos en amigos, y de amigos en enemigos.
No por ser olvidadizo el ex primer ministro omitió que ya en primavera de 1945, antes de
declarada la capitulación de Alemania, él dio la orden de preparar la operación “Lo
increíble”, en que se preveía utilizar huestes nazis. Fue señalada hasta la fecha precisa – el
1-ro de julio de 1945 – en que la Segunda Guerra Mundial tenía que transformarse en la
Tercera, otra vez contra la Unión Soviética.
Permanecieron al margen del dominio público otras proezas de Churchill, por las que la
guerra en Europa se prolongó por unos 1,5 – 2 años, como mínimo, y les costó a los
pueblos millones y millones de víctimas adicionales.
¿Habrán tenido realmente los dirigentes soviéticos los planes de subyugar a Europa e
imponerles su variante de soberanía del pueblo? En Moscú siempre han escaseado políticos
de semblante angélico, es verdad. Pero escuchemos al general Clay, que era un vice del
gobernador militar estadounidense de Alemania. Nadie puede sospechar de él ánimos
prosoviéticos.
En abril de 1946, el general informaba al Departamento de Estado: “A la parte soviética no
se puede reprocharle el incumplimiento de lo convenido en Potsdam. Al contrario, los
soviéticos lo están cumpliendo con la máxima minuciosidad, manifestando su sincera
aspiración tanto a mantener relaciones de amistad con EE UU como el respeto a nuestro
país”. “Ni por un segundo creíamos en los planes de agresión de parte de la URSS ni
creemos en ello actualmente”, decía Clay. Se trata de algo opuesto a aquello que afirmaba
Churchill en Fulton. ¿No es así?
El Kremlin tenía demasiados problemas en su propia casa para pensar en “exportar
revoluciones”. Había que levantar el país de ruinas, organizar una vida normal: reconstruir
empresas industriales, decenas de miles de kilómetros de vías férreas, koljoses y sovjoses
capaces de dar de comer a la gente. Moscú no le guardaba nada “socialista” en la manga
para la propia Alemania, que era la causa de nuestras desgracias.
El líder de los comunistas alemanes Wilhelm Pieck, recogió en sus diarios las
recomendaciones que le daba Stalin durante las charlas que ellos sostenían entre 1945 y
1952. “Nada de los intentos de crear en el territorio de Alemania del Este una Unión
Soviética en miniatura, nada de las reformas socialistas. La tarea de ustedes consiste en
llevar hasta el final la revolución burguesa, que comenzó en Alemania en 1848 y fue
interrumpida primero por Bismarck y luego por Hitler”, le decía Stalin.
Según él, la división de Alemania contradecía los intereses estratégicos de la URSS.
Contrariamente a las tendencias separatistas que procuraban estimular e imponer Francia,
Inglaterra y EE UU, Stalin sostenía que existía una base sobre la que podrían consolidarse
las fuerzas antifascistas de diversos matices políticos.
Conviene hacer recordar que entre 1946 y 1947 la Unión Soviética proponía a tres
potencias occidentales realizar elecciones libres a escala de toda Alemania y, partiendo de
sus resultados, formar un Gobierno nacional; luego concertar el tratado de paz con los
alemanes y retirar todas las tropas extranjeras del territorio de Alemania, incluidas las
soviéticas.
Se proponía que los alemanes eligiesen ellos mismos el régimen socio-económico en que
ellos querían vivir. Moscú habría aceptado gustosamente la variante de Weimar. ¿Mas cómo
reaccionó Occidente a estas propuestas, en particular Washington? “No tenemos
fundamentos para confiar en la voluntad democrática del pueblo alemán”, fue así como
respondió el secretario de Estados de EE UU.
Por supuesto, a Moscú le parecían poco atractivos los cordones sanitarios con que Churchill
y otros demócratas querían rodear a la URSS, pero ni en 1945 ni en 1946 ésta quería
subyugar a nadie. Una prueba de ello es Finlandia. No olvidemos que en Checoslovaquia,
Hungría y Rumania hasta 1947 - 1948 estaban al timón los líderes burgueses Eduard Benes,
Ferenz Nagy y Pedro Groza. En Hungría, funcionaba el aparato administrativo y judicial
heredado de Horthy.
Los Frentes Populares de dichos países fueron los primeros en caer víctimas de la “guerra
fría”, ideada por Washington como preludio de la “caliente”. Se puede sostener largos
debates sobre el tema de si eran adecuadas las medidas adoptadas como respuesta a ello
por la URSS. Pero no se puede negar que se trató precisamente de unas contramedidas.
A veces preguntan si la “guerra fría” terminó con la desaparición de la Unión Soviética de la
palestra mundial. Creo que no. Baste con leer las resoluciones de la PACE dedicadas al tema
ruso, para convencerse de que el “espíritu del discurso de Fulton” todavía no ha caído en el
río del olvido. Durante siglos la visión del mundo y el proceder práctico de Occidente
estuvo teñido de rusofobia.
Hoy día ésta ha arraigado en la conciencia de muchos demócratas rematados. Yeltsin,
Kozirev (ministro de Asuntos Exteriores en la época de Yeltsin) y el séquito de ellos se
desvivían prosternándose ante Occidente, confesando todos los pecados cometidos por
Rusia y atribuidos a ella. Pero ello les parece poco a los rusófobos, los que estarán
esperando, al parecer, que los rusos corramos el destino de los escitas.
Valentín Falin
Según el destacado historiador ruso Valentín Falín
«La Guerra Fría no ha terminado» por Viktor Litovkine, Valentín Falin
RIA Novosti sigue publicando el texto de la conversación mantenida entre su comentarista en temas militares Victor Litovkin y Valentín Falin, Doctor en Historia, con motivo del 60 aniversario del discurso pronunciado por Winston Churchill en Fulton, inmediatamente después del cual, según se cree, el mundo occidental desató la “guerra fría” contra la Unión Soviética.
Socios | Moscú (Rusia) | 10 de marzo de 2006
Winston Churchill.
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¿Qué ha quedado de aquella época en la política mundial actual y qué ya es un pasado que
nunca regresará? ¿Qué hace falta hacer para que la “guerra fría” no se repita nunca más?
Tales son los temas de esta plática.
Victor Litovkin: Valentín, si usted no está en contra, retomemos unos temas de nuestra
conversación anterior. ¿Presentaba realmente la Unión Soviética una amenaza para el
“mundo libre” después de la Segunda Guerra Mundial? ¿O se trataba de un invento dirigido
a intimidar a la gente, sugiriéndole que Moscú intentaba exportar el modo de vida
socialista?
Valentín Falin: Dan respuesta a ello documentos estadounidenses, por ejemplo, unos
informes de jefes de los Estados Mayores de EEUU y los servicios de inteligencia. “La Unión
Soviética no presenta ninguna amenaza directa. Su economía y potencial laboral están
agotados por la guerra. Por consiguiente, durante los próximos años la URSS se
reconcentrará en su reconstrucción interna y va a plantearse objetivos diplomáticos
limitados”, escribían unos analistas militares. El servicio de inteligencia se atenía a este
punto de vista hasta 1947, cuando le hicieron la siguiente amonestación: antes de
pretender estar leyendo en las almas ajenas, sería conveniente aprender a comprender a
sus propios jefes.
Y es que éstos, en persona del presidente y sus allegados, ya habían condenado a la URSS a
la desaparición, pues la existencia misma de ésta presentaba un peligro para la seguridad
de Estados Unidos, sostenían en Washington. Respectivamente, las recomendaciones de
Clifford, asesor especial del presidente, decían: “La actual situación mundial hace imposible
sostener exitosas conversaciones con el Kremlin, porque la toma de decisiones respecto a
los importantes problemas pendientes de solución supone tomar en consideración las
nuevas realidades, pero ello es inadmisible para EE UU y el resto del mundo libre, pues
tendría consecuencias catastróficas”. Clifford insistía en que se debía sabotear las
propuestas soviéticas sobre el desarme. Es de tener presente que el documento data de
septiembre de 1946.
La paquidérmica máquina del Estado norteamericano partía precisamente del postulado
“Cartago debe ser destruido” ( o “la Unión Soviética tiene que desaparecer”) después de la
llegada al poder de Truman. Se proclamaba imposible la coexistencia pacífica, y los adeptos
de ésta se estigmatizaban como agentes de unas fuerzas hostiles al modo de vida
americano. Durante el Medievo, las distinciones en las creencias religiosas servían de
pretexto para lanzar campañas y organizar “expediciones”. A mediados del siglo XX, EE UU
consideró tener derecho para desatar una guerra global “por motivos ideológicos”. Unos
habilidosos washingtonianos de avivar la tensión modelaron en total media docena de
pretextos para desenvainar la “espada atómica” o emplear arma biológica contra el
enemigo.
Permita que yo vuelva a repetir: Por muy dúctil que hubiese sido Moscú entre 1945 y 1947,
no habría podido complacerle a Washington, porque a éste le preocupaba no la calidad de
la política de la Unión Soviética sino el propio hecho de la existencia de un Estado de
potencial demasiado grande, que no le permitía al país de las “ilimitadas posibilidades”
afirmar su dominio global.
Si bajo la amenaza a la libertad y la autodeterminación se entiende la libertad de
Washington para rehacer a su consideración el mapa político, económico y social del
mundo, entonces sí que la URSS era una traba para él. Al mismo tiempo que Moscú no
definía como dominio soviético a ninguna de las regiones del mundo,
EEUU proclamó su derecho a “controlar de lleno al Japón y el Pacífico”, sin hablar ya de lo
intocable del Hemisferio Occidental y otros muchos lugares para los foráneos y disidentes.
¿Con qué derecho?, preguntará usted. Haciendo eco a Baruch, asesor de Truman, le
responderían: La cuestión no radica en el derecho sino en la fuerza. En el mundo de los
desiguales la igualdad es una quimera.
Victor Litovkin: Quiero hacer una objeción. Después de la Segunda Guerra Mundial, en los
países de Europa del Este adquirían siempre mayor influencia los movimientos comunistas,
existían dificultades en materia de derechos humanos, lo que le daba pábulo a Occidente
para atribuirnos los intentos de exportar el totalitarismo, como hoy día le estamos
reprochando nosotros a EE UU los planes de exportar su sistema de democracia.
Valentín Falin: Me veo obligado a repetir lo que dije más arriba. En los años cruciales de
1945-1946, de los que estamos tratando - ¿no es así? – Moscú no se planteaba como tarea
primordial lo de imponer regímenes procomunistas en Europa Central y del Este. Veamos
los apuntes que hacía W. Pieck, recogiendo las consideraciones que exponía Stalin durante
las charlas que ellos sostenían entre 1945 y 1952. ¿En qué hacía hincapié Stalin? “Nada de
los intentos de crear en el territorio de Alemania del Este una Unión Soviética en miniatura,
nada de las reformas socialistas. La tarea de ustedes consiste en llevar hasta el final la
revolución burguesa que comenzó en Alemania en 1848 y fue interrumpida primero por
Bismarck y luego por Hitler”. Según Stalin, la división de Alemania contradecía los intereses
estratégicos de la URSS. Contrariamente a las tendencias separatistas que procuraban
estimular e imponer Francia, Inglaterra y EE UU, Stalin sostenía que existía una base sobre la
que podrían consolidarse las fuerzas antifascistas de diversos matices políticos.
Mucho más tarde, en la época de Nikita Jruschev, los países de la “comunidad socialista” se
despedirían del pasado cada uno a su manera. Conviene tener presente que en
Checoslovaquia, Hungría y Rumania de 1947 y 1948 estaban al timón los líderes burgueses
Eduard Benes, Ferenz Nagy y Pedro Groza. En Hungría, hasta 1947 funcionaba el aparato
administrativo y judicial heredado de Horthy.
Los Frentes Populares de dichos países fueron los primeros en caer víctimas de la “guerra
fría”. Entre 1944 y 1946, Benes se cualificaba entre los adeptos de purificar las relaciones
internacionales de las deformaciones nacionalistas e ideológicas que eran propias de
Europa después del Tratado de Paz de Versailles firmado en 1919. Ello suponía, entre otras
cosas, según él decía al conversar con Stalin, la necesidad de erradicar los restos del
feudalismo en Polonia y Hungría. Benes no olvidaba el papel que desempeñaron los
polacos y los húngaros en el desmembramiento de Checoslovaquia, como tampoco le
perdonaban éstos últimos a Masaryk, el primer presidente de la República de
Checoslovaquia, su negativa a permitir el transporte de armas durante la campaña de 1920
contra Kíev y Moscú, dirigida por Pilsudski.
La polarización del mundo diluía el terreno sobre el que Benes quería edificar una
Checoslovaquia próspera. El país que podía servir de puente entre Oeste y Este, cómo él
veía la función de su patria, debía mantener la neutralidad. ¿Pero cómo podía hacerlo, si EE
UU calificaba la neutralidad de un “fenómeno inmoral”? El desprendimiento de la avalancha
era sólo cuestión de tiempo.
De los países limítrofes con la URSS, solamente Finlandia supo mantener la línea neutral.
Según ciertos datos, el dictador soviético se inclinaba a multiplicar el ejemplo finés. Lo
quería seguir, en particular, Noruega. Pero la empujaron por fuerza hacia la OTAN. Austria
logró permanecer neutral. En el caso de los fineses y los austriacos, ¿en qué consistía el reto
o la amenaza?
Existe otro aspecto, que dista mucho de ser secundario. Cuando Moscú obtuvo datos sobre
los planes estadounidenses de asestar golpes nucleares contra la Unión Soviética y sus
posiciones, al mariscal Sokolovsky no se le dio la orden de preparar un salto a través del
Atlántico desde Alemania, Polonia, etc., sino la de organizar una línea de defensa siguiendo
el curso del Oder, y si la situación se desarrollaba favorablemente, regresar a la línea de
demarcación trazada por el Elba. Para refutar las leyendas que les atribuyen a los soldados
soviéticos el deseo de lavar sus botas en las aguas atlánticas, le propuse a Der Spiegel
publicar el texto de aquella directriz. Pero la revista se limitó a dedicar sólo un par de líneas
a este tema. La libertad de palabra no es idéntica a la imparcialidad en la cobertura de los
acontecimientos.
Victor Litovkin: Voy a formular la pregunta de otro modo: ¿Qué fecha puede considerarse
como fin de la “guerra fría”?
Valentín Falin: Voy a responder a ello un poco más tarde. Mientras tanto vamos a analizar
¿por qué todo cambió en 1947? ¿Cuándo se operó el viraje y por qué Stalin empezó a
imponer regímenes prosoviéticos, comenzaron a realizarse purgas y otras cosas
indecorosas? Como ello sucedería en Checoslovaquia, Hungría y otros países...
Victor Litovkin: También en Yugoslavia.
Valentín Falin: Yugoslavia es un tema aparte, allí Tito luchó contra Stalin y sus partidarios.
Pero en Checoslovaquia dimitió Benes. En Rumania subieron al poder los comunistas, y en
Hungría también. En Polonia comenzó la “caza de brujas”. Era un “Mccarthysmo a lo de
Stalin”. En 1947, en manos de Moscú se vio un material conseguido por servicios de
inteligencia, era la decisión tomada por tres potencias, que preveía dividir Alemania y crear
por separado un Estado en su parte occidental, rearmarlo e incorporarlo en el bloque
ofensivo antisoviético. De este y otros documentos, conseguidos análogamente, se podía
deducir que la “guerra fría” no era un objetivo en sí y se destinaba a preparar en lo político
y lo psicológico una guerra “caliente” . Hasta figuraban las fechas “X”, en que se planeaba
atacar a la URSS, China y Vietnam (1952, 1954 y 1957). Washington se mostraba más que
decidido, pero tenía dudas respecto a las consecuencias que tendría la agresión. Todavía no
estaba alcanzada la décupla superioridad en la potencia de fuego de Occidente frente a la
URSS, en lo que estaban insistiendo los generales.
No quiero aducir más detalles, que son numerosos y poco agradables para Washington.
Quienes tienen dudas al respecto, que lean el plan “Dropshot” /Golpe instantáneo/, que fue
aprobado por el presidente Truman en diciembre de 1949 en calidad de documento básico
de la política militar y exterior de EE UU y también de la OTAN. Con el surgimiento de ese
plan se vieron opacadas todas las doctrinas de agresión anteriores.
Victor Litovkin: Cabe preguntar: ¿existen pruebas de que EEUU se preparaba a liquidar a la
Unión Soviética, por qué no lo hizo cuando poseía el monopolio del arma nuclear?
Valentín Falin: Los planes de desatar una guerra nuclear contra la URSS surgían uno tras
otro. De 1945 a 1949 se elaboraron no menos de 16. La lista de las ciudades a atacar
aumentó de 15 a 200, y el número de las bombas a arrojar, de 20 a más de 300. La magia
de las cifras producía un efecto de doping en el presidente y sus asesores. Pero al poco se
hizo claro que la envergadura de los planes más bien expresaba el grado del aventurerismo
que la capacidad de actuar.
Tras repetidas demandas de Truman de proporcionarle datos exhaustivos, en abril de 1947
le informaron que EE UU poseía menos de una docena de bombas atómicas. El presidente
experimentó un choque. “Preferiría no saber nada de ello”, declaró él. En efecto, a finales de
1945 EE UU tenía dos bombas nucleares; hacia julio de 1946, nueve, y al cabo de un año,
trece. Según reconocería en 1979 Lilienthal, presidente de la comisión para la energía
nuclear, hasta 1948 los estadounidenses no disponían de cargas nucleares aptas para el
empleo.
La vida está llena de paradojas. Si el servicio de inteligencia de EEUU hubiera conocido un
secreto nuestro: que en un comienzo, el arma nuclear soviética se desarrollaba utilizando
uranio que se extraía en Alemania y Checoslovaquia, Washington quizás habría acogido de
otro modo la propuesta de Moscú de retirar las tropas extranjeras del territorio alemán
después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Hacia 1949 Moscú ya tenía colocado su
detonante bajo el monopolio nuclear estadounidense. Se vislumbraba una estructura
nuclear bipolar, y junto con ésta, un mundo bipolar.
Victor Litovkin: Regresemos a la “guerra fría”. ¿Qué día y año marcan su fin? ¿Qué
acontecimiento en la vida de nuestro país significó su fin?
Valentín Falin: Temo decepcionarle. En mi opinión, la “guerra fría” no ha terminado,
porque no ha desaparecido su primera causa, la rusofobia, que es un fenómeno nocivo
pero vivaz.
Veamos unos ejemplos de la Historia. Rusia opone resistencia al empuje de los tártaro-
mongoles, y mientras tanto los polacos, lituanos, suecos y otros cortan pedazos de su
territorio en el Oeste. El Gran Principado Lituano se crea en unas tierras eslavas que Rusia
no puede defender, subyugada por los mongoles. Recordemos también: ¿cuándo
Occidente empleó por primera vez un arma económica contra Rusia? Fue en 1533, con la
firma del llamado Convenio de Lubeck, concertado a iniciativa del rey sueco y el emperador
austriaco, que estaba a la cabeza del imperio romano de la nación alemana. El Convenio
prohibía suministrarle a Rusia tecnologías militares y otras capaces de mejorar su capacidad
de defensa y declaraba fuera de la ley la construcción de puertos rusos en el mar Báltico. Se
preveía un severo castigo por infringir dichas prohibiciones. Empezaron a surgir brechas en
el Convenio en cuestión sólo en la época de Iván el Terrible, con la firma de acuerdos con
los ingleses que mandaban sus barcos a Arjanguelsk.
Existen otros ejemplos de la rusofobia. Las primeras decisiones de organizar un bloqueo
financiero a Rusia datan de finales del siglo XIX, y fueron confirmadas por el Congreso de
EE UU durante la Primera Guerra Mundial. Entre 1918 y 1920 Wahington mandó sus
expertos a Rusia para abrirnos los ojos. Y cuando éstos fueron expulsados, no quiso
reconocer a la Rusia soviética hasta 1933, procediendo según el principio: si no hay
reconocimiento, se puede hacer lo que nos dé la gana. Después de 1945 fue puesto en tela
de juicio el propio derecho de los rusos a existir. ¿Cambiarán las cosas con la plena
desaparición de la Unión Soviética? El tiempo lo dirá. Algunos en Occidente hasta ahora
acogen la semidesintegración de Rusia como algo intermedio.
Victor Litovkin: Vamos a formular entonces la pregunta de otro modo. ¿Por qué se habla
tanto y tan gustosamente sobre el fin de la “guerra fría”? ¿A quién le conviene ello?
Valentín Falin: Había que justificar de algún modo el despilfarro de las posiciones
geopolíticas realizado por Mijaíl Gorbachov. Las transacciones que se concertaban con
Estados Unidos reflejaban, fundamentalmente, las concesiones hechas por nuestra parte. La
correlación de fuerzas se deformó a favor de la OTAN. Ese bloque dirigido por Washington
realizaba la expansión, mientras que los dirigentes de la Unión Soviética destruían a la
Organización del Tratado de Varsovia y el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica). Por
faltar otros argumentos que justificaran esa capitulación, hicieron circular las palabras sobre
el fin de la “guerra fría” y la próxima era de florecimiento conjunto.
Los expertos tendrán que analizar detenidamente la política aplicada por Gorbachov y
Shevardnadze, los que con sus “combinaciones astutas” estaban vertiendo agua al molino
de la “guerra fría”, además en su variante inicial, apuntada contra la integridad y la
existencia misma de la Unión Soviética. La gran potencia rusa y sus intereses no se
colocaban en el altar de los “valores universales”, sino en el de las ambiciones
desmesuradas de un contrincante nuestro que se proclamó guía de toda la Humanidad.
En cuanto a Yeltsin, Gaidar y Kozirev, aquí la situación es más clara. Ellos estaban
cumpliendo los planes ideados allende el océano: los de conducir al país a un punto del
que no habría retorno, de socavar las raíces de la identidad rusa y la conciencia nacional. A
Washington ya no le satisfacía capitulación simplemente, él insistía en una capitulación
incondicional, en el minado de todos los cánones y valores morales, que permiten que el
pueblo sea pueblo. Y casi ha conseguido ese propósito, lamentablemente.
Verdad que la “guerra fría” difiere en algo de la “caliente”. En la primera, la capitulación
incondicional es un proceso. El penúltimo presidente de EE UU, Bill Clinton, al reunirse en
1997 a puerta cerrada con los congresistas, dijo: “Con nuestra activa contribución quedó
desmembrada Yugoslavia. Nuestra próxima tarea consiste en desmembrar a la Federación
Rusa”. ¿Qué será eso si no una continuación de la “guerra fría”, si no un Fulton de nuestra
época?
La política no conoce puntos finales, sólo suspensivos. ¿Qué nos espera en lo venidero?
Dios no quiera que sea como en un cuento mágico: cuanto más se desarrolla la acción,
tanto más miedo da.
Viktor Litovkine Valentín Falin
Segunda Guerra Mundial. La liberación fue sacrificada por Occidente a la confrontación
El destino de la Alemania vencida fue manipulada por los anglo-sajones
por Valentín Falin
La nación, a la que el Tribunal Internacional reconoció culpable por haber provocado una catástrofe de escala planetaria, fue castigada convencionalmente. Lo que antes era un hecho poco frecuente. Pero Alemania habría podido sufrir aún menores pérdidas, si no hubiese sido por las democracias occidentales y sus partidarios alemanes.
Socios | Moscú (Rusia) | 20 de abril de 2005
La Historia conoce bien la opinión de los Occidentales sobre Stalin pero Occidente no
conoce la opinión que tenía Stalin sobre los Aliados y los intereses de éstos fijados en
la Alemania vencida. En las foto Stalin rodeado de los principales dirigentes
revolucionarios soviéticos de la época.
La objetividad surge de la comparación y de un estricto ajuste entre las causas y las
consecuencias. La violencia es un mal, si no se trata de la autodefensa. ¿Y cómo debe
enfocarse la agresión apuntada a conquistar y subyugar a pueblos enteros? Como un mal
mil veces mayor.
El 22 de junio de 1941, Hitler comenzó su «auténtica guerra». El plan de librar guerra contra
la Unión Soviética fue formulado por él del modo siguiente: «erradicación del bolchevismo
judío, disminución en diez veces de la población eslava, saqueo y colonización de las
provincias conquistadas».
¿Cuánto costó la agresión hitleriana a la Unión Soviética?
Segó 27 millones 600 mil vidas. Las pérdidas entre los heridos, traumatizados y enfermos
excedieron 30 millones. De 7 a 10 millones de soviéticos fueron llevados por fuerza a
Alemania para trabajar allí como galeotes. De ellos perecieron 1,5 millones de personas,
como mínimo. Murieron dos terceras partes de los soldados y oficiales que fueron tomados
prisioneros por los alemanes.
La nación, a la que el Tribunal Internacional reconoció culpable por haber provocado una
catástrofe de escala planetaria, fue castigada convencionalmente. Lo que antes era un
hecho poco frecuente. Pero Alemania habría podido sufrir aún menores pérdidas, si no
hubiese sido por las democracias occidentales y sus partidarios alemanes.
A finales de marzo de 1945, Stalin volvió a confirmar la posición que había formulado el 6
de noviembre de 1941: «Los hitler vienen y se van, pero Alemania y el pueblo alemán
quedan».
En la Conferencia de Potsdam, él propuso a Truman y Churchill tratar a Alemania como a un
todo único. Los estadounidenses y los ingleses bloquearon esa propuesta, absteniéndose
de hacer públicos sus planes de dividir Alemania en 3 ó 5 Estados independientes y
aceptando enfocarla sólo como una comunidad económica única...
Los franceses se unieron a las decisiones tomadas en Potsdam con la salvedad de no
aceptar la orientación a conservar la unidad alemana. Los ingleses en secreto le hacían el
juego a De Gaulle. Truman estuvo a la espera durante un tiempo, pensando en qué puerto
anclar. Ello repercutió en la actividad de su Administración.
El secretario de Estado, Beerns, durante las negociaciones sostenidas en Moscú en
diciembre de 1945, alcanzó la comprensión mutua con dirigentes soviéticos en casi todos
los puntos de la agenda...
Pero a los «extravíos» de Beerns y sus allegados fue puesto el fin el 5 de enero de 1946.
Aquel día Truman citó al Secretario de Estado y desaprobó la posición que éste expuso en
las negociaciones de Moscú. La esencia de la nueva línea de EE UU fue definida por el
presidente del modo siguiente: nada de componendas, desde hoy día los acuerdos con la
URSS deben concertarse sólo con el fin de fijar en ellos las concesiones que haga Moscú,
dejando manos libres a Estados Unidos.
Propiamente dicho, el 5 de enero de 1946 fue la fecha de proclamación de la «Guerra Fría»,
la que tenía programada la división de Alemania, Europa y el mundo entero. La diplomacia
nuclear o, más ampliamente dicho, la democracia nuclear se impuso por medio siglo.
Moscú no aceptó de entrada las nuevas reglas de la coexistencia que dictaba Washington.
Durante años Stalin siguió insistiendo en que la escisión de Alemania no correspondía a los
intereses estratégicos de la URSS, que la tarea de las fuerzas antifascistas consistía en llevar
a cabo la revolución democrática burguesa de 1848, interrumpida por Bismarck e Hitler. Y
nada de copiar el ejemplo soviético.
La URSS proponía que las tres potencias organizaran en pie de una ley única elecciones
libres en Alemania con el fin de formar su Gobierno. Moscú dirigió la propuesta de celebrar
allí un referéndum, para que los propios alemanes determinasen qué sistema socio-
económicos preferían ellos y cómo querían ver el futuro estatuto político de su país. El
secretario de Estado, George Marshall, respondió a ello: EEUU no tiene fundamentos para
confiar en la voluntad democrática de los alemanes.
Moscú en más de una ocasión proponía celebrar conversaciones con participación de la
parte alemana sobre el arreglo político en Alemania, en que se previera el cese de la
ocupación y la retirada de todas las tropas extranjeras en plazos mínimos. Pero también
estas iniciativas fueron rechazadas por Occidente.
La hora de la verdad llegó en marzo de 1947, con la publicación del «informe de Hoover»,
en el que se trató abiertamente de la desmembración de Alemania y el cese del
cumplimiento en las zonas occidentales de las decisiones de la Conferencia de Potsdam y
del Consejo Controlador.
Alemania y Europa entraban en una fase cualitativamente nueva de la existencia. La política
adquirió la forma de continuación de la guerra con medios distintos.
¿Qué opción le quedaba a la Unión Soviética en tal situación? Hasta verano o otoño de
1947, la URSS se abstenía de promover a sus protegidos a primeros puestos en
Checoeslovaquia, Hungría y Rumania, no intensificaba las purgas en la Administración de
Polonia y procuraba mitigar con la ayuda de amigos el descontento social que venía
madurando en Francia, Italia y Gran Bretaña. Pero al enterarse de los planes de Washington,
Stalin decidió contestar al reto lanzado, mas de nuevo hizo una salvedad para Alemania.
Una vez instituida la República Federativa de Alemania y formada en respuesta a ello la
República Democrática de Alemania, también el líder soviético le confirmó a Wilhelm Pieck,
que no se retiraba de la agenda la tarea de recrear en Alemania algo parecido a la
República de Weimar.
Occidente sacrificó la liberación a la confrontación. Y lo hizo no porque la URSS amenazara
a alguien. La explicación era más fácil y más alarmante a la vez: los pretendientes a la
hegemonía siempre se sienten incómodos en compañía de sus iguales.
Valentín Falin
Primera parte I: la Segunda Guerra Mundial podía haber terminado en 1943
Cuando Churchill pensaba en una alianza con los nazis por Viktor Litovkine, Valentín Falin
A pesar de la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial, muchos dirigentes occidentales, entre ellos el primer ministro conservador británico Winston Churchill, estaban convencidos que habría que luchar primero contra el comunismo soviético y promovían una alianza con los nazis de Adolf Hitler. Archivos históricos recientemente abiertos a los investigadores.
Socios | Moscú (Rusia) | 30 de marzo de 2005
français
Winston Leonard Spencer Churchill
Photographie Agentur Schirner 1951 DHM, Berlin
La Red Voltaire sigue presentando al público latinoamericano y español, en colaboración
con la agencia RIA Novosti un ciclo de documentos y testimonios con motivo de los 60
años conmemorativos de la Victoria sobre el fascismo y la finalización de la Segunda Guerra
Mundial. A continuación la charla sostenida entre Valentín Falin, Doctor en Historia, y Víctor
Litovkin, comentarista en temas militares de la agencia, en las que se elucidan aspectos
antes poco conocidos de este Segundo Conflicto Mundial (Gran Guerra Patria para los
rusos).
La apertura reciente de archivos históricos inéditos demuestran mecanismos que han
permanecido desconocidos para un vasto público, así como los móviles de la toma de unas
u otras decisiones al más alto nivel político en esa época, los cuales ejercieron una
influencia decisiva sobre el desarrollo y desenlace de la Segunda Guerra Mundial.
Víctor Litovkin: La historiografía [1] contemporánea de la Segunda Guerra Mundial ofrece
diversas valoraciones de su etapa final. Unos expertos afirman que la guerra podía haber
terminado mucho antes. De ello escribió, por ejemplo, en sus memorias el mariscal Chuikov.
Otros sostienen que podía alargarse un año más, como mínimo. ¿Quién está más cercano a la
verdad y en qué consiste ésta? ¿Cuál es el punto de vista de usted?
Valentín Falin: Los debates al respecto se desarrollan no solamente en la historiografía
contemporánea. De cuánto iba a durar la guerra en Europa y cuándo terminaría se discutía
ya en el transcurso de la guerra, y a partir de 1942, ello se hacía sin cesar. Para ser más
exactos, se debe reconocer que ese problema interesaba a los políticos y los militares desde
1942.
En aquel entonces la mayoría de los estadistas, incluidos Roosevelt y Churchill, creían que la
Unión Soviética podría resistir durante cuatro o seis semanas, al máximo. Tan sólo Benes
afirmaba que la URSS resistiría la invasión nazi y, en fin de cuentas, derrotaría a Alemania.
V.L.: Eduard Benes era, si no lo recuerdo mal, presidente de Checoeslovaquia en emigración.
Después del complot de Munich de 1938 y la ocupación del país, él residía en Gran Bretaña.
V:F.: Sí. Pero más tarde, cuando dichas valoraciones - o tasaciones, si usted permite -de
nuestra capacidad de resistir no se justificaron, cuando Alemania sufrió la primera -quiero
recalcarlo- derrota estratégica en la batalla de Moscú, muchos cambiaron bruscamente de
opinión. En Occidente empezaron a expresar recelos de que la Unión Soviética pudiese salir
demasiado fuerte de la guerra, y como tal, comenzase a determinar la faz de la futura
Europa.
Eduard Benes presidente de Checoslovaquia en el exilio
Lo decía, por ejemplo, Berle, secretario de Estado adjunto de EE.UU y coordinador de los
servicios de inteligencia estadounidenses. De este mismo parecer eran los allegados de
Churchill, incluidas una personas muy influyentes, que antes de empezar la guerra y en su
transcurso elaboraban la doctrina de las acciones a desarrollar por las Fuerzas Armadas
británicas y también la política de Gran Bretaña.
Con ello se explica en mucho grado la resistencia que Churchill oponía a la apertura del
Segundo Frente en 1942 [2] . Aunque Beaverbrook y Cripps en la dirigencia británica, y
especialmente Eisenhower y otros elaboradores de los planes militares estadounidenses,
suponían que existían premisas técnicas y otras para asestar una derrota a los alemanes
precisamente en 1942, utilizando la circunstancia de que el grueso de las fuerzas alemanas
estaban concentradas en el Este y que había una costa de dos mil kilómetros de largo de
Francia, Holanda, Bélgica, Noruega y de la propia Alemania, abierta para la incursión de los
Ejércitos de los aliados. Los nazis no tenían fortificaciones permanentes en la costa
atlántica.
Es más, los militares estadounidenses procuraban persuadir a Roosevelt (existen varios
memorándums de Eisenhower al respecto) de que el Segundo Frente era necesario, que era
posible abrirlo y que su apertura acortaría la guerra en Europa y haría capitular a Alemania,
si no en 1942, en 1943 a más tardar.
Pero esos cálculos no le convenían a Gran Bretaña ni a los conservadores de la cúpula
estadounidense.
V.L.: ¿A quién se refiere usted?
V.F.: Por ejemplo, el Departamento de Estado, con Hall a la cabeza, mantenía una actitud
muy adversa con respecto a la URSS. Es por ello que Roosevelt no lo llevó consigo cuando
se dirigía a la Conferencia de Teherán. El secretario de Estado recibió los protocolos de las
reuniones del «gran trío» sólo al cabo de seis meses de haberse celebrado la conferencia.
Lo curioso es que la inteligencia política del Reich haya informado de su contenido a Hitler
pasadas tres o cuatro semanas. La vida está llena de paradojas.
Después de la batalla de Kursk de 1943, que culminó con la derrota de la Wehrmacht, en
Québec (Canadá) se reunieron el 20 de agosto los jefes de los Estados Mayores de EE.UU y
Gran Bretaña, así como Churchill y Roosevelt. En el orden del día estaba el tema de un
eventual abandono por Estados Unidos y Gran Bretaña de la coalición antihitleriana y la
formación de una alianza con los generales nazis con el fin de librar guerra conjunta contra
la Unión Soviética.
Un tanque nazi Tiger en el frente de Kursk (Rusia), batalla que ha quedado registrado
hasta hoy día como el más grande choque de blindados de la historia militar.
V.L.: ¿Por qué?
V.F.: Porque, según la ideología de Churcill y quienes la compartían en Washington, había
que detener a los «bárbaros rusos» en el Este, lo más lejos posible, y si no derrotar a la
Unión Soviética, por lo menos debilitarla al máximo. Hacerlo, antes que nada, por las manos
de los alemanes. Así se formulaba la tarea.
Era un plan muy viejo de Churchill. Él había desarrollado esa idea al conversar con el
general Kutepov ya en 1919. Los norteamericanos, los ingleses y los franceses están
sufriendo un revés y no podrán aplastar a la Rusia soviética, decía él.
Hace falta que de ello se ocupen los japoneses y los alemanes. En 1930, Churchill le
explicaba la tarea en la misma clave a Bismarck, primer secretario de la Embajada de
Alemania en Londres. Los alemanes se portaron durante la Primera Guerra Mundial como
unos necios, decía él.
En vez de reconcentrarse en inflingir derrota a Rusia, empezaron a librar guerra en dos
frentes. Si ellos se hubieran ocupado sólo de Rusia, Inglaterra habría neutralizado a Francia.
Churchill lo percibía no tanto como una lucha contra los bolcheviques cuanto como
continuación de la guerra de Crimea de 1853-1856, en la que Rusia procuró poner fin a la
expansión británica, no importa con qué resultado.
V.L.: En Transcaucasia, Asia Central y Oriente Próximo rico en petróleo...
V.F.: Por supuesto. Por consiguiente, cuando estamos hablando de diversas variantes de
librar guerra contra la Alemania nazi, no debemos olvidar que existían diversos enfoques de
la filosofía de ser aliados y de los compromisos que Inglaterra y EE.UU querían asumir ante
Moscú.
Voy a hacer una digresión. En 1954 o en 1955, en Gent se celebró un simposio religioso
sobre el tema de si se besan los ángeles. Como resultado de los debates de muchos días se
llegó a la conclusión de que sí, se besan, pero sin sentir pasión. Dentro de la coalición
antihitleriana, las relaciones de aliados semejaban ser unos besos así, por no decir que eran
unos besos de Judas. Se hacían promesas, sin asumir compromisos, o -aún peor- para
inducir a error a la parte soviética.
Esa táctica hizo fracasar las negociaciones entre la URSS, Gran Bretaña y Francia en agosto
de 1939, cuando todavía existía la posibilidad de hacer algo para detener la agresión nazi. A
los dirigentes soviéticos no les dejaron otra opción que concertar el pacto de no agresión
con Alemania.
Nos expusieron al golpe de la máquina militar nazi, ya preparada para agredir. Conviene
citar la directriz formulada en el despacho de Chamberlain: «Si Londres no puede evitar
pactar con la Unión Soviética, la firma británica que se ponga al pie del documento no debe
significar que en caso de agredir los alemanes contra la URSS los ingleses le acudan en
ayuda a la víctima de la agresión, declarando guerra a Alemania. Debemos reservarnos la
posibilidad de manifestar que Gran Bretaña y la Unión Soviética interpretan los hechos de
distintos modos».
V.L.: Existe otro ejemplo histórico bien conocido: cuando Alemania agredió en septiembre de
1939 a Polonia, aliada de Gran Bretaña, Londres declaró guerra a Berlín, mas no dio ni un
paso concreto para ayudar realmente a Varsovia.
V.F.: Pero en nuestro caso ni se trató de declarar guerra aunque sea de pura forma. Los
tories (políticos conservadores británicos) partían de que la apisonadora alemana iba a
llegar a los Urales, aplastándolo todo en su camino. Y que no quedaría quien se quejase de
la Perfidia de Albión.
Esa ligazón entre las épocas y los acontecimientos siguió existiendo durante la guerra,
dando pábulo para las reflexiones. Y las conclusiones a que se llegaba no eran muy
optimistas para nosotros, según me parece a mí.
V.L.: Volvamos al deslinde de los años 1944 y 1945. ¿Podíamos haber concluido la guerra
antes del mes de mayo o no?
V.F.: Hagamos la pregunta de otro modo: ¿Por qué el desembarco de los aliados se
planeaba precisamente para 1944? Nadie lo acentúa, pero la fecha no se escogió por una
casualidad. En Occidente tomaban nota de que en Stalingrado habíamos perdido un
inmenso número de soldados, oficiales y material de guerra, que habíamos sufrido
colosales pérdidas en el arco de Kursk... Perdimos más carros blindados que los alemanes.
En 1944, la URSS ya se veía obligada a movilizar a muchachos de 17 años de edad. El
campo ya estaba sin la mano de obra masculina. Sólo evitaban llamar a filas a los hombres
de los años de nacimiento 1926 y 1927 que trabajaban en las empresas de la industria de
guerra, por protestar mucho los directores de éstas.
Los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos, al valorar las perspectivas,
coincidían en que hacia la primavera de 1944 el potencial ofensivo de la Unión Soviética se
vería agotado por completo, ya no habría reservas humanas, y la Unión Soviética ya no
podría asestarle a la Wehrmacht un golpe comparable con los que ésta recibió en las
batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk.
Según sus cálculos, atascados en la confrontación con los nazis, los soviéticos cederían la
iniciativa estratégica a EE.UU e Inglaterra hacia las fechas de comenzar el desembarco.
Con el desembarco de los aliados en el continente se hizo coincidir un complot tramado
contra Hitler. Los generales, si se hiciesen con el poder en el Reich, tenían que disolver el
Frente Occidental y abrir paso a los estadounidenses y los ingleses para que éstos ocuparan
a Alemania y «liberaran» a Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria,
Yugoslavia y Austria... Se pretendía hacer parar al Ejército Rojo en las fronteras del año
1939.
V.L.: Recuerdo que los estadounidenses y los ingleses hasta desembarcaron en Hungría, cerca
de Balatón, con el fin de apoderarse de Budapest, pero los alemanes liquidaron a todo el
grupo...
V.F.: No era un desembarco en sí, era un grupo a que se encomendó restablecer contactos
con las fuerzas antisfascitas húngaras. Pero se hizo fracasar no sólo ese plan. Después del
atentado, Hitler quedó a salvo, Rommel fue gravemente herido y salió del juego, aunque en
Occidente se ponían las miras precisamente en él. Los demás generales se acobardaron.
Sucedió lo que sucedió. A los estadounidenses no les resultó recorrer Alemania en marcha
alegre bajo el son de la música marcial. Ellos se vieron obligados a entrar en combates, a
veces pesados, baste con recordar la operación de Ardenas. Pero pese a todo eso, ellos
cumplían sus tareas, a veces de una manera bastante cínica.
Voy a aducir un ejemplo concreto. Las tropas de EE.UU se acercaron a París. Allí había
estallado una sublevación. Los estadounidenses se detuvieron a treinta kilómetros de la
capital, esperando a que los alemanes acabasen con los rebeldes, porque se trataba en
primer lugar de los comunistas.
Según diversos datos, fueron matados de tres a cinco mil personas. Pero los sublevados
lograron imponerse, y entonces los estadounidenses tomaron París. Algo análogo sucedió
en la parte Sur de Francia. Volvamos a aquel deslinde del que empezamos a hablar.
V.L.: Del invierno de 1944 y 1945.
V.F.: Sí. En otoño de 1944 en Alemania se celebraron varias reuniones, primero bajo
dirección de Hitler, y luego, por encargo de éste, de Jodl y Keitel. Su sentido se reducía a lo
siguiente: Si les damos una buena tunda a los estadounidenses, en EE.UU e Inglaterra
despertará el gusto por volver a las negociaciones que se habían celebrado entre 1942 y
1943 ocultándolo de Moscú.
La operación de Ardenas fue concebida en Berlín no como una llamada a contribuir a la
victoria en la guerra, sino para minar las relaciones de aliados entre Occidente y la Unión
Soviética. Se pretendía dar a entender a EE.UU que Alemania todavía era fuerte y podía
presentar interés para los países occidentales en su confrontación con la Unión Soviética. Y
que a ellos mismos no les alcanzarían fuerzas para hacer parar a los «rojos» en los accesos
a Alemania.
Hitler subrayaba que nadie iba a conversar con un país que estaba en una situación grave.
Con nosotros van a hablar si la Wehrmacht demuestra seguir siendo una fuerza de verdad,
decía él.
El factor sorpresa era su as de triunfos. Los aliados se instalaron en locales de invierno,
sosteniendo que la zona de Alsacia y las montañas de Ardenas eran un lugar magnífico
para descansar y muy malo para librar operaciones de combate. Pero los alemanes tenían
planes de abrirse paso hacia Rotterdam y con ello privarlos a los estadounidenses de la
posibilidad de utilizar los puertos de Holanda. Era la circunstancia decisiva para toda la
campaña occidental.
El comienzo de la operación de Ardenas se aplazó en varias ocasiones. A Alemania no le
alcanzaban fuerzas. Empezó en el momento preciso en que en invierno de 1944 el Ejército
Rojo libraba extenuantes combates en Hungría, en la zona de Balatón y Budapest. Estaban
en juego las últimas fuentes de petróleo -en Austria y algunas en la propia Hungría -
controladas todavía por los alemanes.
Esta era una de las causas por las que Hitler decidió defender a Hungría a pesar de todo, y
en el apogeo mismo de la operación de Ardenas y antes de comenzar la de Alsacia empezó
a atraer tropas desde la dirección occidental, para lanzarlas al frente soviético-húngaro. La
fuerza básica de la operación de Ardenas - el Sexto Ejército de carros blindados de la SS -
fue quitada de Ardenas y trasladada a Hungría...
V.L.: A Haimasker.
V.F.: El desplazamiento había comenzado en esencia antes de que Roosevelt y Churchill,
presas de pánico, le dirigieron a Stalin un llamamiento que, traducido del lenguaje
diplomático al corriente, decía: ayúdennos, sálvennos, estamos sufriendo una desgracia.
Valetín Falin Doctor en Historia que ha tenido la oportunidad de estudiar y analizar
los archivos históricos inéditos de la Segunda Guerra Mundial.
Hitler a su vez suponía, hay pruebas de ello: puesto que los aliados le fallaban tan a
menudo a la Unión Soviética y se ponían a esperar abiertamente cuánto iban a aguantar
Moscú y el Ejército Rojo, también la parte soviética podría proceder así.
En 1941 ellos esperaban cuándo iba a caer la capital de la URSS; en 1942, no sólo Turquía y
el Japón, también EE.UU estaban aguardando la caída de Stalingrado, para luego empezar a
revisar su política. Los aliados ni siquiera quisieron proporcionarle a la URSS los datos
obtenidos por sus servicios de inteligencia, por ejemplo de los planes de los alemanes de
desarrollar la ofensiva del Don al Volga y después hacia el Cáucaso, y otros por el estilo...
V.L.: Si no me equivoco, esa información nos fue suministrada por la legendaria «Orquesta
Roja».
V.F.: Los estadounidenses no nos informaban de nada, aunque conocían muchos detalles,
hasta días y horas, por ejemplo, respecto a los preparativos de la operación «Ciudadela» en
el Arco de Kursk...
Teníamos fundamentos de peso, por supuesto, para ver detenidamente en qué grado
nuestros aliados sabían y querían combatir y en qué grado estaban preparados para
promover su plan principal durante la realización de la operación en el continente, que era
el plan «Rankin».
El plan principal no era el «Overlord», sino precisamente el «Rankin», que preveía establecer
control anglo-americano sobre toda Alemania y todos los Estados de Europa del Este, para
no dejarnos entrar allá. Eisenhower, cuando fue designado comandante del Segundo
Frente, recibió la directriz: ir preparando el plan «Overlord», pero siempre tener en cuenta
el «Rankin».
Si surgían las condiciones propicias para realizar el «Rankin», dejar de un lado el «Overlord»
y lanzar todas las fuerzas a cumplir el «Rankin». El levantamiento en Varsovia fue
organizado con ese objetivo, así como otras muchas actividades.
En este sentido, el año 1944 y comienzos del 1945 eran la hora de la verdad. La guerra no
se desarrollaba por dos frentes: el del Este y el del Oeste, sino en dos frentes.
Oficialmente, los aliados realizaban unas operaciones de combate que tenían mucha
importancia para nosotros, atando, sin lugar a dudas, una parte de las tropas alemanas.
Pero su plan fundamental consistía en hacer parar en lo posible a la Unión Soviética, según
decía Churchill, mientras que algunos de los generales estadounidenses utilizaban palabras
más bruscas: «detener a los descendientes de Genghis Khan».
Pero fue Churchill quien formuló esa idea en una forma abiertamente antisoviética en
octubre de 1942, cuando todavía no había comenzado nuestra contraofensiva el 19 de
noviembre en Stalingrado. «Tenemos que hacer parar a esos bárbaros en el Este, lo más
lejos posible», dijo él.
Cuando estamos hablando de nuestros aliados, no quiero menospreciar de ningún modo
los méritos de sus soldados y oficiales que combatían, igual que nosotros, sin saber nada
de las intrigas y maquinaciones políticas de sus gobernantes, combatían con honestidad y
firmeza.
Tampoco quiero restarle importancia a la ayuda de «land-lease» que se nos prestaba,
aunque nunca fuimos los destinatarios principales. Quiero subrayar simplemente en qué
grado la situación era complicada, contradictoria y peligrosa para nosotros a lo largo de
toda la guerra, hasta resonar las salvas de la Victoria. En qué grado nos era difícil a veces
tomar una u otra decisión, cuando no simplemente nos embaucaban sino que nos
exponían al peligro.
V.L.: ¿O sea que la guerra de veras podía haber terminado mucho antes del mayo de 1945?
V.F.: Respondiendo con absoluta franqueza, diré: sí, podía. Y no es la culpa de nuestro país
de que no haya terminado ya en 1943. No es culpa nuestra. Habría terminado, si nuestros
aliados hubieran cumplido con honestidad su deber, si se hubieran atenido a los
compromisos asumidos ante la Unión Soviética en 1941, 1942 y en la primera mitad de
1943. Pero puesto que no lo hicieron, la guerra se alargó por un año y medio o por dos
años, como mínimo.
Lo principal es que, si no hubiera sido por ese dar largas a la apertura del Segundo Frente,
habrían perecido unos 10 ó 12 millones de soviéticos y aliados menos, especialmente en el
territorio de la Europa ocupada. Ni habría existido Oswiecim (campo de concentración de
Auschwitz), que empezó a funcionar a plena marcha en 1944...
Viktor Litovkine Valentín Falin
Fuente RIA Novosti (Rusia)