La «Guerra Fría» es criatura de la «Guerra Caliente» por Valentín Falin ¡Cuán vivaces son los mitos! Lo viene a confirmar el discurso que Winston Spencer Churchill pronunció hace 60 años en Fulton. Hasta hoy día lo llaman “manifiesto del anticomunismo”. Socios | Moscú (Rusia) | 27 de marzo de 2006 Churchill, Roosevelt y Stalin Otros lo perciben como el comienzo de la “guerra fría” o como un grito de guerra lanzado en respuesta al “telón de acero” con el que, según demócratas occidentales, el régimen de Stalin le atajó al “mundo libre” una mitad de Europa. ¿Dónde está la verdad y dónde, los inventos? En la política, el verbo no le sirve a la verdad, y menos aún a los valores morales, sino a un interés, a menudo impío. Precisamente por ello resulta contraproducente lanzar polémicas contra las tesis de Churchill. Para comprender mejor las peripecias de aquella época crítica, sería mucho más útil preguntar: ¿por qué fue escogido Churchill para oficiar la misa de cuerpo presente a la
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript
La «Guerra Fría» es criatura de la «Guerra Caliente»
por Valentín Falin
¡Cuán vivaces son los mitos! Lo viene a confirmar el discurso
que Winston Spencer Churchill pronunció hace 60 años en
Fulton. Hasta hoy día lo llaman “manifiesto del
anticomunismo”.
Socios | Moscú (Rusia) | 27 de marzo de 2006
Churchill, Roosevelt y Stalin
Otros lo perciben como el comienzo de la “guerra fría” o como un grito de guerra lanzado
en respuesta al “telón de acero” con el que, según demócratas occidentales, el régimen de
Stalin le atajó al “mundo libre” una mitad de Europa.
¿Dónde está la verdad y dónde, los inventos? En la política, el verbo no le sirve a la verdad,
y menos aún a los valores morales, sino a un interés, a menudo impío. Precisamente por
ello resulta contraproducente lanzar polémicas contra las tesis de Churchill.
Para comprender mejor las peripecias de aquella época crítica, sería mucho más útil
preguntar: ¿por qué fue escogido Churchill para oficiar la misa de cuerpo presente a la
coalición anti-Hitler y anunciar un rumbo cualitativamente nuevo elegido por las potencias
occidentales? Pues hacía sólo siete meses desde que los electores británicos le habían
negado a él su confianza, debido a la incapacidad de los conservadores y él en persona de
estructurar relaciones normales con la Unión Soviética.
La antipatía hacia Moscú, los intentos de poner zancadillas a los “bárbaros rusos” durante la
guerra, el sabotaje en la apertura del segundo frente y, al final, los planes de apropiarse de
los frutos de la victoria obtenida en común eran a los ojos del presidente Harry Truman la
mejor característica de un estadista. A ellos los unía la rusofobia, que era un Norte tanto
para el Truman senador como para el Truman presidente.
Hacia marzo de 1946, él ya había logrado deshacer solapadamente la herencia dejada por
Roosevelt, habiendo destituido o apartado de la participación real en los asuntos del Estado
a los allegados de su antecesor. Pero a Truman no le alcanzaba su propio prestigio para
romper en público con el programa de organización del mundo en postguerra que dejó
Roosevelt.
Para denigrar a la aliada de ayer, que cargó con el fardo más pesado de la lucha contra el
nazismo, y convencer a la opinión pública estadounidense y mundial de que la Unión
Soviética de la noche a la mañana se había convertido en enemiga, se necesitaba político
de otra laya. Se necesitaba un testigo, un ex miembro del “trío de los grandes”, que podría
declarar: sólo por unas circunstancias de fuerza mayor las democracias y Moscú se vieron
en una misma barca. Y ahora que se ha alcanzado la orilla de promisión, ha llegado la hora
de librarse de esa foránea que no acepta la versión anglosajona de las reglas del juego
internacional.
Churchill no tenía iguales en Gran Bretaña ni allende el océano en cuanto a su capacidad de
embaucar al auditorio. Las retóricas eran su caballo de batalla. También era extraordinaria
su capacidad de forzar, tergiversas y menospreciar los hechos.
Al intimidar al público con las amenazas que supuestamente partían de la URSS, el ex
primer ministro, como era de esperar, olvidó mencionar Quebec, donde en agosto de 1943
él en presencia de Roosevelt y unos jefes de Estados Mayores disertó de que era
conveniente deflectar el timón de la guerra en dirección hacia la URSS, confabulando con
los generales nazis. El jefe del servicio de inteligencia británico Menzies se reunió en secreto
con su homólogo alemán Canaris en la parte no ocupada de Francia con el fin de debatir
los detalles del enroque a efectuar: de enemigos en amigos, y de amigos en enemigos.
No por ser olvidadizo el ex primer ministro omitió que ya en primavera de 1945, antes de
declarada la capitulación de Alemania, él dio la orden de preparar la operación “Lo
increíble”, en que se preveía utilizar huestes nazis. Fue señalada hasta la fecha precisa – el
1-ro de julio de 1945 – en que la Segunda Guerra Mundial tenía que transformarse en la
Tercera, otra vez contra la Unión Soviética.
Permanecieron al margen del dominio público otras proezas de Churchill, por las que la
guerra en Europa se prolongó por unos 1,5 – 2 años, como mínimo, y les costó a los
pueblos millones y millones de víctimas adicionales.
¿Habrán tenido realmente los dirigentes soviéticos los planes de subyugar a Europa e
imponerles su variante de soberanía del pueblo? En Moscú siempre han escaseado políticos
de semblante angélico, es verdad. Pero escuchemos al general Clay, que era un vice del
gobernador militar estadounidense de Alemania. Nadie puede sospechar de él ánimos
prosoviéticos.
En abril de 1946, el general informaba al Departamento de Estado: “A la parte soviética no
se puede reprocharle el incumplimiento de lo convenido en Potsdam. Al contrario, los
soviéticos lo están cumpliendo con la máxima minuciosidad, manifestando su sincera
aspiración tanto a mantener relaciones de amistad con EE UU como el respeto a nuestro
país”. “Ni por un segundo creíamos en los planes de agresión de parte de la URSS ni
creemos en ello actualmente”, decía Clay. Se trata de algo opuesto a aquello que afirmaba
Churchill en Fulton. ¿No es así?
El Kremlin tenía demasiados problemas en su propia casa para pensar en “exportar
revoluciones”. Había que levantar el país de ruinas, organizar una vida normal: reconstruir
empresas industriales, decenas de miles de kilómetros de vías férreas, koljoses y sovjoses
capaces de dar de comer a la gente. Moscú no le guardaba nada “socialista” en la manga
para la propia Alemania, que era la causa de nuestras desgracias.
El líder de los comunistas alemanes Wilhelm Pieck, recogió en sus diarios las
recomendaciones que le daba Stalin durante las charlas que ellos sostenían entre 1945 y
1952. “Nada de los intentos de crear en el territorio de Alemania del Este una Unión
Soviética en miniatura, nada de las reformas socialistas. La tarea de ustedes consiste en
llevar hasta el final la revolución burguesa, que comenzó en Alemania en 1848 y fue
interrumpida primero por Bismarck y luego por Hitler”, le decía Stalin.
Según él, la división de Alemania contradecía los intereses estratégicos de la URSS.
Contrariamente a las tendencias separatistas que procuraban estimular e imponer Francia,
Inglaterra y EE UU, Stalin sostenía que existía una base sobre la que podrían consolidarse
las fuerzas antifascistas de diversos matices políticos.
Conviene hacer recordar que entre 1946 y 1947 la Unión Soviética proponía a tres
potencias occidentales realizar elecciones libres a escala de toda Alemania y, partiendo de
sus resultados, formar un Gobierno nacional; luego concertar el tratado de paz con los
alemanes y retirar todas las tropas extranjeras del territorio de Alemania, incluidas las
soviéticas.
Se proponía que los alemanes eligiesen ellos mismos el régimen socio-económico en que
ellos querían vivir. Moscú habría aceptado gustosamente la variante de Weimar. ¿Mas cómo
reaccionó Occidente a estas propuestas, en particular Washington? “No tenemos
fundamentos para confiar en la voluntad democrática del pueblo alemán”, fue así como
respondió el secretario de Estados de EE UU.
Por supuesto, a Moscú le parecían poco atractivos los cordones sanitarios con que Churchill
y otros demócratas querían rodear a la URSS, pero ni en 1945 ni en 1946 ésta quería
subyugar a nadie. Una prueba de ello es Finlandia. No olvidemos que en Checoslovaquia,
Hungría y Rumania hasta 1947 - 1948 estaban al timón los líderes burgueses Eduard Benes,
Ferenz Nagy y Pedro Groza. En Hungría, funcionaba el aparato administrativo y judicial
heredado de Horthy.
Los Frentes Populares de dichos países fueron los primeros en caer víctimas de la “guerra
fría”, ideada por Washington como preludio de la “caliente”. Se puede sostener largos
debates sobre el tema de si eran adecuadas las medidas adoptadas como respuesta a ello
por la URSS. Pero no se puede negar que se trató precisamente de unas contramedidas.
A veces preguntan si la “guerra fría” terminó con la desaparición de la Unión Soviética de la
palestra mundial. Creo que no. Baste con leer las resoluciones de la PACE dedicadas al tema
ruso, para convencerse de que el “espíritu del discurso de Fulton” todavía no ha caído en el
río del olvido. Durante siglos la visión del mundo y el proceder práctico de Occidente
estuvo teñido de rusofobia.
Hoy día ésta ha arraigado en la conciencia de muchos demócratas rematados. Yeltsin,
Kozirev (ministro de Asuntos Exteriores en la época de Yeltsin) y el séquito de ellos se
desvivían prosternándose ante Occidente, confesando todos los pecados cometidos por
Rusia y atribuidos a ella. Pero ello les parece poco a los rusófobos, los que estarán
esperando, al parecer, que los rusos corramos el destino de los escitas.
Según el destacado historiador ruso Valentín Falín
«La Guerra Fría no ha terminado» por Viktor Litovkine, Valentín Falin
RIA Novosti sigue publicando el texto de la conversación mantenida entre su comentarista en temas militares Victor Litovkin y Valentín Falin, Doctor en Historia, con motivo del 60 aniversario del discurso pronunciado por Winston Churchill en Fulton, inmediatamente después del cual, según se cree, el mundo occidental desató la “guerra fría” contra la Unión Soviética.
Socios | Moscú (Rusia) | 10 de marzo de 2006
Winston Churchill.
_____________________________________
¿Qué ha quedado de aquella época en la política mundial actual y qué ya es un pasado que
nunca regresará? ¿Qué hace falta hacer para que la “guerra fría” no se repita nunca más?
Tales son los temas de esta plática.
Victor Litovkin: Valentín, si usted no está en contra, retomemos unos temas de nuestra
conversación anterior. ¿Presentaba realmente la Unión Soviética una amenaza para el
Segunda Guerra Mundial. La liberación fue sacrificada por Occidente a la confrontación
El destino de la Alemania vencida fue manipulada por los anglo-sajones
por Valentín Falin
La nación, a la que el Tribunal Internacional reconoció culpable por haber provocado una catástrofe de escala planetaria, fue castigada convencionalmente. Lo que antes era un hecho poco frecuente. Pero Alemania habría podido sufrir aún menores pérdidas, si no hubiese sido por las democracias occidentales y sus partidarios alemanes.
Socios | Moscú (Rusia) | 20 de abril de 2005
La Historia conoce bien la opinión de los Occidentales sobre Stalin pero Occidente no
conoce la opinión que tenía Stalin sobre los Aliados y los intereses de éstos fijados en
la Alemania vencida. En las foto Stalin rodeado de los principales dirigentes
revolucionarios soviéticos de la época.
La objetividad surge de la comparación y de un estricto ajuste entre las causas y las
consecuencias. La violencia es un mal, si no se trata de la autodefensa. ¿Y cómo debe
enfocarse la agresión apuntada a conquistar y subyugar a pueblos enteros? Como un mal
mil veces mayor.
El 22 de junio de 1941, Hitler comenzó su «auténtica guerra». El plan de librar guerra contra
la Unión Soviética fue formulado por él del modo siguiente: «erradicación del bolchevismo
judío, disminución en diez veces de la población eslava, saqueo y colonización de las
provincias conquistadas».
¿Cuánto costó la agresión hitleriana a la Unión Soviética?
Segó 27 millones 600 mil vidas. Las pérdidas entre los heridos, traumatizados y enfermos
excedieron 30 millones. De 7 a 10 millones de soviéticos fueron llevados por fuerza a
Alemania para trabajar allí como galeotes. De ellos perecieron 1,5 millones de personas,
como mínimo. Murieron dos terceras partes de los soldados y oficiales que fueron tomados
prisioneros por los alemanes.
La nación, a la que el Tribunal Internacional reconoció culpable por haber provocado una
catástrofe de escala planetaria, fue castigada convencionalmente. Lo que antes era un
hecho poco frecuente. Pero Alemania habría podido sufrir aún menores pérdidas, si no
hubiese sido por las democracias occidentales y sus partidarios alemanes.
A finales de marzo de 1945, Stalin volvió a confirmar la posición que había formulado el 6
de noviembre de 1941: «Los hitler vienen y se van, pero Alemania y el pueblo alemán
quedan».
En la Conferencia de Potsdam, él propuso a Truman y Churchill tratar a Alemania como a un
todo único. Los estadounidenses y los ingleses bloquearon esa propuesta, absteniéndose
de hacer públicos sus planes de dividir Alemania en 3 ó 5 Estados independientes y
aceptando enfocarla sólo como una comunidad económica única...
Los franceses se unieron a las decisiones tomadas en Potsdam con la salvedad de no
aceptar la orientación a conservar la unidad alemana. Los ingleses en secreto le hacían el
juego a De Gaulle. Truman estuvo a la espera durante un tiempo, pensando en qué puerto
anclar. Ello repercutió en la actividad de su Administración.
El secretario de Estado, Beerns, durante las negociaciones sostenidas en Moscú en
diciembre de 1945, alcanzó la comprensión mutua con dirigentes soviéticos en casi todos
los puntos de la agenda...
Pero a los «extravíos» de Beerns y sus allegados fue puesto el fin el 5 de enero de 1946.
Aquel día Truman citó al Secretario de Estado y desaprobó la posición que éste expuso en
las negociaciones de Moscú. La esencia de la nueva línea de EE UU fue definida por el
presidente del modo siguiente: nada de componendas, desde hoy día los acuerdos con la
URSS deben concertarse sólo con el fin de fijar en ellos las concesiones que haga Moscú,
dejando manos libres a Estados Unidos.
Propiamente dicho, el 5 de enero de 1946 fue la fecha de proclamación de la «Guerra Fría»,
la que tenía programada la división de Alemania, Europa y el mundo entero. La diplomacia
nuclear o, más ampliamente dicho, la democracia nuclear se impuso por medio siglo.
Moscú no aceptó de entrada las nuevas reglas de la coexistencia que dictaba Washington.
Durante años Stalin siguió insistiendo en que la escisión de Alemania no correspondía a los
intereses estratégicos de la URSS, que la tarea de las fuerzas antifascistas consistía en llevar
a cabo la revolución democrática burguesa de 1848, interrumpida por Bismarck e Hitler. Y
nada de copiar el ejemplo soviético.
La URSS proponía que las tres potencias organizaran en pie de una ley única elecciones
libres en Alemania con el fin de formar su Gobierno. Moscú dirigió la propuesta de celebrar
allí un referéndum, para que los propios alemanes determinasen qué sistema socio-
económicos preferían ellos y cómo querían ver el futuro estatuto político de su país. El
secretario de Estado, George Marshall, respondió a ello: EEUU no tiene fundamentos para
confiar en la voluntad democrática de los alemanes.
Moscú en más de una ocasión proponía celebrar conversaciones con participación de la
parte alemana sobre el arreglo político en Alemania, en que se previera el cese de la
ocupación y la retirada de todas las tropas extranjeras en plazos mínimos. Pero también
estas iniciativas fueron rechazadas por Occidente.
La hora de la verdad llegó en marzo de 1947, con la publicación del «informe de Hoover»,
en el que se trató abiertamente de la desmembración de Alemania y el cese del
cumplimiento en las zonas occidentales de las decisiones de la Conferencia de Potsdam y
del Consejo Controlador.
Alemania y Europa entraban en una fase cualitativamente nueva de la existencia. La política
adquirió la forma de continuación de la guerra con medios distintos.
¿Qué opción le quedaba a la Unión Soviética en tal situación? Hasta verano o otoño de
1947, la URSS se abstenía de promover a sus protegidos a primeros puestos en
Checoeslovaquia, Hungría y Rumania, no intensificaba las purgas en la Administración de
Polonia y procuraba mitigar con la ayuda de amigos el descontento social que venía
madurando en Francia, Italia y Gran Bretaña. Pero al enterarse de los planes de Washington,
Stalin decidió contestar al reto lanzado, mas de nuevo hizo una salvedad para Alemania.
Una vez instituida la República Federativa de Alemania y formada en respuesta a ello la
República Democrática de Alemania, también el líder soviético le confirmó a Wilhelm Pieck,
que no se retiraba de la agenda la tarea de recrear en Alemania algo parecido a la
República de Weimar.
Occidente sacrificó la liberación a la confrontación. Y lo hizo no porque la URSS amenazara
a alguien. La explicación era más fácil y más alarmante a la vez: los pretendientes a la
hegemonía siempre se sienten incómodos en compañía de sus iguales.
Primera parte I: la Segunda Guerra Mundial podía haber terminado en 1943
Cuando Churchill pensaba en una alianza con los nazis por Viktor Litovkine, Valentín Falin
A pesar de la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial, muchos dirigentes occidentales, entre ellos el primer ministro conservador británico Winston Churchill, estaban convencidos que habría que luchar primero contra el comunismo soviético y promovían una alianza con los nazis de Adolf Hitler. Archivos históricos recientemente abiertos a los investigadores.
Socios | Moscú (Rusia) | 30 de marzo de 2005
français
Winston Leonard Spencer Churchill
Photographie Agentur Schirner 1951 DHM, Berlin
La Red Voltaire sigue presentando al público latinoamericano y español, en colaboración
con la agencia RIA Novosti un ciclo de documentos y testimonios con motivo de los 60
años conmemorativos de la Victoria sobre el fascismo y la finalización de la Segunda Guerra
Mundial. A continuación la charla sostenida entre Valentín Falin, Doctor en Historia, y Víctor