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93 CAPITULO IV EL ECLIPSE MEDIEVAL DE LA FILOSOFIA POLITICA 1. Introducción Tanto Platón como Aristóteles consideraron a la política y a la filosofía como “formas de vida”, como las más altas formas de vida humanamente posibles. En el marco de una cultura aristocrática, compartieron con sus contemporáneos una visión grandiosa, eulógica, de la política como espacio de autorrealización humana por excelencia, como esfera en que se adquirían (o se debían adquirir) y se realizaban (o se debían realizar) las virtudes superiores del ser humano: la prudencia, la fortaleza, la valentía, la temperancia. En este sentido, la política era mucho más que una actividad entre otras, era un proyecto vital orientado a alcanzar la felicidad y la “inmortalidad heroica” 1 . A diferencia de la mayor parte de sus conciudadanos, sin embargo, los fundadores de la filosofía occidental defendieron la idea de que, por encima de la política, debía colocarse la filosofía, también entendida como forma de vida, como proyecto vital. Sólo la vida filosófica, afirmaron, siguiendo la vía abierta por Tales, hacía posible acceder a la contemplación del verdadero bien, de la verdadera justicia y de la causa final de todas las cosas, por sustentarse en el máximo desarrollo de la mejor parte del alma, de la razón. Sólo la filosofía, por consecuencia, podía ser el camino para acceder a la verdadera felicidad, a la eudemonía, ligada a la visión de lo eterno, de lo inmutable y necesario. Por eso, más que en la política, era en la filosofía donde se tendrían que alcanzar y comprender virtudes más que 1 Al respecto, H. Arendt ha dicho cosas muy sugerentes aunque tal vez también excesivamente idealizadas- en sus obras La condición humana y La vida del espíritu.
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Filosofia Politica Griega.luis Salazar

Sep 19, 2015

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    CAPITULO IV

    EL ECLIPSE MEDIEVAL DE LA FILOSOFIA POLITICA

    1. Introduccin

    Tanto Platn como Aristteles consideraron a la poltica y a la filosofa como

    formas de vida, como las ms altas formas de vida humanamente posibles. En

    el marco de una cultura aristocrtica, compartieron con sus contemporneos una

    visin grandiosa, eulgica, de la poltica como espacio de autorrealizacin

    humana por excelencia, como esfera en que se adquiran (o se deban adquirir) y

    se realizaban (o se deban realizar) las virtudes superiores del ser humano: la

    prudencia, la fortaleza, la valenta, la temperancia. En este sentido, la poltica era

    mucho ms que una actividad entre otras, era un proyecto vital orientado a

    alcanzar la felicidad y la inmortalidad heroica1. A diferencia de la mayor parte

    de sus conciudadanos, sin embargo, los fundadores de la filosofa occidental

    defendieron la idea de que, por encima de la poltica, deba colocarse la filosofa,

    tambin entendida como forma de vida, como proyecto vital.

    Slo la vida filosfica, afirmaron, siguiendo la va abierta por Tales, haca

    posible acceder a la contemplacin del verdadero bien, de la verdadera justicia y

    de la causa final de todas las cosas, por sustentarse en el mximo desarrollo de la

    mejor parte del alma, de la razn. Slo la filosofa, por consecuencia, poda ser el

    camino para acceder a la verdadera felicidad, a la eudemona, ligada a la visin

    de lo eterno, de lo inmutable y necesario. Por eso, ms que en la poltica, era en

    la filosofa donde se tendran que alcanzar y comprender virtudes ms que

    1 Al respecto, H. Arendt ha dicho cosas muy sugerentes aunque tal vez tambin excesivamente idealizadas-

    en sus obras La condicin humana y La vida del espritu.

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    humanas, divinas: virtudes o perfecciones ligadas a la sabidura, a la inteligencia,

    a la contemplacin que expresaban y actualizaban la chispa divina que vincula a

    los hombres con los dioses, la parte superior del alma humana, su parte

    propiamente racional. Seguramente Platn y Aristteles tenan una idea muy

    diferente de cmo deba realizarse esta superioridad de la vida filosfica sobre la

    vida poltica. Incluso puede decirse que sus diferencias en relacin a la repblica

    ideal y a sus requisitos son tan grandes como las que conciernen a sus visiones

    ontolgicas, gnoseolgicas y ticas. Pero en algo estaban de acuerdo: en la

    necesidad de racionalizar a la poltica, en la necesidad de sustituir la poltica

    sustentada en las meras pasiones por una poltica basada en el saber racional.

    Es inevitable reconocer que en este proyecto ambos fracasaron en lo

    inmediato: ni la utopa del rey o legislador filsofo de Platn, ni la ms moderada

    propuesta aristotlica de una aristocracia fundada en la educacin pblica

    filosfica, tuvieron la ms remota posibilidad de realizarse. Las razones del

    poder, las razones de Calicles, probaran ser inmensamente ms eficaces que

    los supuestos poderes de la razn defendidos por Scrates. Peor todava: el

    imperio fundado por Alejandro Magno y sus secuelas pondra fin incluso a la era

    de las polis autrquicas, abriendo paso a la era de los imperios orientalizados, y

    con ello, al llamado helenismo, en el que la mayor parte de los filsofos

    optaran por abandonar, de un modo o de otro, el proyecto de racionalizacin de

    la poltica, en beneficio de una vida contemplativa alejada de o impermeable a las

    pasiones de la poltica y el poder. Escpticos, estoicos, epicreos, cnicos o

    neoplatnicos, los filsofos seguiran conservando un prestigio y una influencia

    cultural notables, seguiran manteniendo con ms o menos xito sus variados

    proyectos de vida buena y feliz, pero de alguna manera tales proyectos perderan

    su vnculo constitutivo con la poltica, que, por su parte, se volvi casi puramente

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    militarista, imperial y supersticiosa, en desmedro de su pretendida naturaleza

    ciudadana.

    Muchos siglos despus, cuando la gran repblica imperial de Roma estaba

    por desaparecer dando paso Imperio de los Csares, Cicern rescatara, siguiendo

    a Polibio, las enseanzas de Platn y de Aristteles para pensar las causas de la

    grandeza y de la decadencia de la Roma republicana. Pero en ambos pensadores

    de la experiencia romana la filosofa se vio reducida a prudencia y la prudencia

    en simple momento o medio de la accin pblica. La vida activa poltica,

    entonces, con sus virtudes cvicas por delante, era el nico fin serio de la vida

    contemplativa. Los mejores volvieron a ser los hroes polticos, los realizadores

    de grandes hazaas y grandes discursos, como Escipin, y no los filsofos, si

    acaso buenos para servir a los primeros. Pero este republicanismo tardo, ms

    retrico que terico, ms nostlgico que realista, pronto se convertira en un mero

    expediente para glorificar un pasado, idealizado ms que comprendido, y un

    presente que apenas tena que ver en realidad con las celebradas virtudes

    ciudadanas.

    A lo largo de los casi cuatro siglos que perdur el Imperio Romano, los

    filsofos, naturalmente, siguieron discutiendo sobre la justicia, la ley, la autoridad

    y el poder. Estoicos como Sneca, neoplatnicos como Plotino, entre otros

    muchos, o escpticos como Carnades mantendran el prestigio de la filosofa

    como una forma de vida superior, pero sus elucubraciones estaran cada vez ms

    lejos del aliento poltico que caracteriza las obras de Platn y de Aristteles. De

    hecho, se puede hablar de un desplazamiento hacia temas puramente ticos y/o

    metafsicos o retricos, que en alguna medida apuntan ya a la ruptura entre el

    mundo poltico cada vez ms modelado en trminos desptico-patriarcales y

    religiosos que hubieran horrorizado a Aristteles y el mundo privatizado de la

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    tica, de la bsqueda de la vida buena al margen (si no es que en contra) de la

    poltica misma.

    Por su parte, el Imperio Romano se convirti en vctima de sus propios

    xitos expansivos, volviendo la vieja oposicin griega entre civilizacin y

    barbarie progresivamente menos aplicable a su propia realidad. Una realidad en

    la que barbarie terminara contaminado la presunta civilizacin greco-latina.

    De esta conflictiva sntesis cultural surgira la revolucin cristiana que a su vez

    culminara con la desintegracin del Imperio Romano de Occidente y con el paso

    a la Edad Media. No es posible aqu adentrarnos en la intrincada historia de este

    proceso, pero parece indispensable hacer algunos sealamientos generales sobre

    sus consecuencias sobre la poltica y sobre la filosofa.

    2. Orgenes y consecuencias de la revolucin cristiana

    Siempre ha sido enigmtico el nacimiento de las grandes religiones. Cmo y por

    qu logran xito las ms bien enigmticas enseanzas de hombres que se

    convierten as en fundadores de tradiciones capaces de aduearse de la

    imaginacin de inmensos grupos humanos? Cmo y por qu las historias de esos

    hombres adquieren por ende una enorme significacin para sociedades enteras,

    que perdura a pesar de los cambios sufridos por esas mismas sociedades? Y

    cmo y por qu estas religiones pueden imponerse sobre tradiciones religiosas

    previas, modificando de modo radical las costumbres, los valores, los ideales y

    hasta las propias instituciones? No viene al caso pretender ofrecer aqu una

    respuesta puntual a estas preguntas, pero conviene tenerlas presentes para tratar

    de entender al cristianismo como un fenmeno histrico, vale decir, como un

    proceso complejo y contingente en el que se combinaron sorprendentemente

    elementos de la cultura grecolatina con tradiciones surgidas de la sufrida historia

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    del pueblo de Israel, para dar vida a una religin universalista y monotesta sin

    precedentes, que transformara radicalmente la civilizacin occidental.

    La legendaria historia de su fundador slo es inteligible en el contexto del

    mesianismo propio de la religin juda, una religin rigurosamente monotesta

    pero no universalista, cuya historia es narrada en el Antiguo Testamento bblico.

    Lo distintivo del monotesmo hebreo es la idea de que el dios de Israel, Yahv, es

    el nico Dios verdadero. Aunque en los textos bblicos ms antiguos parece

    sugerirse que existen otros dioses, propios de otros pueblos, paulatinamente se

    fue afirmando la tesis de que esos otros dioses no eran sino demonios, espritus

    malignos, y que por ende la salvacin de Israel dependa de que no se reconociera

    ni se adorara otra divinidad que no fuera Yahv. En este sentido, la historia de

    Israel es la historia del pueblo elegido por un dios nico y omnipotente, de un

    pueblo predestinado, por ende, a la gloria suprema. Paradjicamente, sin

    embargo, este pueblo, a diferencia de otros militar y polticamente ms exitosos,

    casi nunca pudo conquistar y mantener su unidad y su independencia polticas.

    Slo durante los reinados por ello despus idealizados como la edad de oro de

    Israel de David y de Salomn, parece haber gozado este pueblo elegido de

    plena autonoma y aun de cierta hegemona sobre sus vecinos ms dbiles, para

    caer ulteriormente bajo la dominacin sucesiva de los babilonios, los persas, los

    macedonios y los romanos.

    La explicacin de esas desgracias la buscaron los profetas judos en la

    deslealtad y desobediencia de los reyes o del pueblo mismo para con Yahv. Este

    castigaba a Israel por no mantener su fidelidad exclusiva, as como por pecados

    derivados de esa infidelidad. Pero ese mismo maltrato supona, lgicamente, la

    promesa de que Israel recobrara algn da su gloria y su independencia, siempre

    y cuando todos los judos respetaran los mandamientos y las leyes divinas.

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    Apareci as la idea de que Yahv enviara un mesas, un salvador, que tendra la

    misin precisa de liberar a Israel de sus enemigos y conquistadores.

    Con el paso del tiempo, la imagen de este mesas que en principio no

    parece haber sido ms que un caudillo-rey militar, un heredero precisamente

    del rey David se fue sublimando hasta adquirir rasgos cada vez ms

    espirituales. La salvacin del pueblo elegido comenz a verse ya no slo

    como una hazaa poltica y guerrera, sino como un proceso que supona una

    verdadera rectificacin espiritual de los judos, y en algunos profetas, como algo

    que se identificaba con la llegada del reino de Dios en toda la tierra y sobre todos

    los hombres. No es casual, por ende, que la espera del mesas se convirtiera en

    una obsesin de todos los judos descontentos con la situacin de Israel, y que

    sistemticamente aparecieran profetas anunciando su prxima llegada. Sectas

    ms o menos radicales como los zelotas o los esenios promovan as intentos

    constantes de rebelin y de purificacin, al tiempo que surgan liderazgos

    poltico-religiosos que de un modo o de otro pretendan encarnar al mesas

    profetizado.

    Jess de Nazareth parece haber sido uno de esos lderes. Tal como nos ha

    llegado a travs de los Evangelios esto es, por relatos escritos muchos aos

    despus de su muerte con obvios fines apologticos su mensaje contiene por un

    lado una visin casi mstica de la salvacin humana, segn la cual lo relevante no

    son los bienes de este mundo sino una tica de la conviccin en la que

    predominan valores extramundanos; y por otro, una ms bien ambigua apelacin

    a un reino (mesinico) que no es de este mundo pero en el que los que sufren

    hambre, persecucin o injusticia sern los bienaventurados. Con este mensaje y

    con sus capacidades para curar enfermos, Jess parece haber gozado de una

    creciente popularidad entre los sectores ms sufridos del pueblo de Israel, con

  • 99

    seguidores (discpulos) convencidos de que se trataba del mesas, del lder capaz

    de liberar a Israel del dominio romano. Crtico del ritualismo institucionalizado

    en que haba cado la religin oficial, en el que lo importante eran las formas y

    las ceremonias, ms que la devocin ntima, Jess pronto se confrontara con las

    autoridades sacerdotales y seculares, que apelaran al cnsul romano para poner

    fin a lo que vean como un intento deliberado de subvertir el orden y promover la

    rebelin.

    Traicionado por algunos de sus discpulos, probablemente a causa de cierta

    decepcin por su falta de voluntad para asumir cabalmente su papel de dirigente

    revolucionario, el supuesto mesas morira crucificado, mtodo de ejecucin

    ignominiosa utilizado por el ejrcito romano en aquella poca. Si todo hubiera

    terminado aqu, la historia de Jess sera como la de tantos otros profetas o

    reformadores religiosos (por ejemplo Juan el Bautista) que se toparon con los

    poderes existentes. Empero, la versin de su resurreccin permitira que se

    consolidara una secta de seguidores suyos bajo la expectativa de que Jess pronto

    retornara, ahora s acompaado de las legiones celestiales capaces de liberar a

    Israel, instaurando su reino milenario.

    Estos primeros cristianos, sin embargo, seguan siendo estrictamente

    judos, es decir, monotestas y nacionalistas. Para ellos como probablemente

    tambin para el propio Jess la salvacin mesinica tena que ver slo con la

    liberacin el pueblo de Israel y con la restauracin del reino de David. En este

    sentido interpretaban la promesa del retorno del Jess resucitado como el

    cumplimiento estricto de las profecas del Antiguo Testamento, y por ello

    consideraban que las palabras del mesas concernan nicamente a los judos y

    nada tenan que ver con los gentiles, con los no judos.

  • 100

    En esta perspectiva, el verdadero fundador del cristianismo como religin

    universal, como mensaje de salvacin dirigido a todos los seres humanos tanto

    judos como gentiles fue ms bien la obra de un discpulo tardo, de un converso

    que jams conoci personalmente a Jess, Saulo de Tarso, y que, por su carcter

    de judo culturalmente helenizado, pudo elaborar una interpretacin

    fundamentalmente nueva del ideal mesinico y de la propia historia de la vida,

    muerte y resurreccin de Jess. Una interpretacin sustentada ya no slo en las

    Escrituras y en sus profecas, sino tambin en temas y doctrinas propios de la

    cultura helnica y de sus filosofas, pues San Pablo orientar la mayor parte de su

    esfuerzo a difundir el mensaje evanglico entre los gentiles.

    A partir de San Pablo, entonces, el cristianismo aparece como resultado de

    una mezcla de elementos propiamente judos, con elementos filosficos y

    culturales paganos. Jess ya no es solamente el mesas profetizado por el Viejo

    Testamente, es el Verbo Encarnado, el Cristo (palabra griega que traduce la idea

    juda de mesas, de salvador) que ha venido a dar su sangre por la redencin de

    toda la humanidad, es decir, por la liberacin del pecado original. Su prometido

    retorno, por ende, ya no se identifica con la liberacin del pueblo de Israel, sino

    con el Juicio Final, con el apocalptico fin del mundo terrenal y con la

    instauracin del reino de los cielos, en el que los creyentes sern premiados con

    la vida y la beatitud eterna y los infieles sern condenados a la muerte eterna. De

    esta manera, Jesucristo ser mucho ms que un profeta, que un maestro o que un

    mesas en el sentido judo original de esos trminos, ser el Hijo de Dios, un

    ser divino sacrificado para beneficio de la humanidad entera, y la fe en su

    divinidad y en su regreso se convertir en la condicin necesaria y suficiente para

    la salvacin de los fieles.

  • 101

    Para imponer y difundir esta interpretacin de la vida y muerte de Jess,

    Pablo de Tarso tendr que combatir en dos frentes: contra los cristianos judos

    que mantenan la visin propiamente ortodoxa del papel mesinico de Jess, y en

    consecuencia la necesidad de difundir su mensaje slo a los miembros del pueblo

    de Israel. Y contra la cultura pagana, grecolatina, que no poda ver en la nueva

    religin sino un atentado brbaro contra sus valores e ideales aristocrticos. En

    este sentido no es casual que la inmensa mayora de las controversias teolgicas

    que a lo largo de los siglos desgarrarn a las Iglesias cristianas tendrn como

    referente no tanto los evangelios ni las palabras atribuidas a Jess de Nazareth,

    sino las cartas o epstolas de Pablo, en las que se desarrollan, en efecto, los temas

    fundacionales de la fe propiamente cristiana.

    Ahora bien, desde la perspectiva de la filosofa poltica tres puntos de las

    enseanzas de Pablo son relevantes. El primero y ms general tiene que ver con

    las virtudes reivindicadas en sus epstolas, en clara confrontacin con las virtudes

    clsicas. Si para la cultura aristocrtica pagana las virtudes eran excelencias, esto

    es, capacidades expresivas de la potencia humana, como la fortaleza, la valenta,

    la fuerza, la inteligencia, la prudencia, la templanza, etc., para el apstol, en

    cambio, las virtudes humanas se derivan del reconocimiento de la manifiesta la

    finitud e impotencia del ser humano frente a la infinitud y omnipotencia de Dios.

    Virtudes son, por ello, la fe esto es, la creencia sin fundamento racional, la

    creencia slo sustentada en la revelacin y en la gracia divina la esperanza esto

    es la expectativa incierta de que la fe nos permitir alcanzar la salvacin y la vida

    eterna y la caridad es decir, la capacidad no slo de socorrer a nuestros

    semejantes, sino de amar incluso a nuestros enemigos, de perdonar la ofensas y

    de corresponder al mal con el bien. Siendo el pecado original el resultado del

    orgullo, de querer ser como dioses, y de compararse con Dios, la remisin de los

  • 102

    pecados slo puede consistir en el reconocimiento de nuestra vileza, de nuestra

    impotencia y de nuestra sumisin ante una divinidad que slo nos ama en tanto y

    por cuanto aceptemos su superioridad infinita. Como se ve, frente a los valores

    aristocrticos de la cultura greco-latina, el cristianismo afirmar los valores

    plebeyos y extramundanos de lo que Nietszche llamar la moral de los

    esclavos, la moral de los que slo pueden ver esta vida terrenal como un valle

    de lgrimas2.

    El segundo punto tiene que ver con la relacin entre la nueva fe y la

    filosofa. Es el temor de Dios, dir Pablo, y no la arrogante sabidura humana

    la filosofa lo que puede conducirnos a la salvacin. De hecho, reconocer el

    apstol, desde el punto de vista de la razn humana, la historia de la crucifixin y

    resurreccin de Jess, slo puede ser una necedad y un escndalo. No en

    balde los filsofos que se haban acercado a escucharle en Atenas, cuando lo

    oyeron hablar de la resurreccin de Cristo, se alejaron riendo despectivamente.

    Pero eso slo demuestra, a sus ojos, que la filosofa con sus pretensiones de

    acceder a las verdades supremas y a una vida superior, no es sino otra expresin

    de la pecaminosa arrogancia de los seres humanos. Los designios de Dios son

    misteriosos, estn por encima de nuestras capacidades intelectuales, y de ah que

    sea la fe, la fe que implica renunciar a las razones y a las pruebas, la que pueda

    conducirnos a la salvacin. De esta manera, plantear Pablo la infinita

    superioridad de la vida cristiana, basada en la fe y en las revelaciones milagrosas,

    sobre la vida racional preconizada por los filsofos. Por ello, buena parte de los

    pensadores cristianos originales, como Tertuliano y Lactancio, mantendrn una

    2 Sobre estos temas y lo que sigue vale la pena consultar de J. Burckhardt, Del paganismo al cristianismo,

    Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1996. De Ch.N. Cochrane, Cristianismo y cultura clsica, Fondo de

    Cultura Econmica, Mxico, 1992. De W. Jaeger, Cristianismo primitivo y paideia griega, Fondo de Cultura

    Econmica, Mxico, 1993. Y de Ch. Stead, Philosophy in Christian Antiquity, Cambridge University Press,

    1998.

  • 103

    postura de total hostilidad contra las escuelas filosficas, aunque no sin recuperar

    determinados temas filosficos para sus propios fines. Slo el gran prestigio

    cultural que entre las lites segua teniendo la filosofa permite entender que, al

    final, la nueva y avasalladora religin cristiana haya preferido incluir y no excluir

    a la sabidura racional filosfica, aunque fuera transformndola en mera sierva de

    la fe religiosa.

    El tercer punto concierne a la actitud de San Pablo frente a las autoridades

    seculares. En los Evangelios, Jess se haba mostrado ambiguo a este respecto.

    Por un lado habra afirmado que haba que dar a Dios lo que era de Dios, y al

    Csar lo que era del Csar, separando as, aparentemente, las obligaciones

    religiosas de las polticas. Por otro, sin embargo, haba criticado duramente a los

    poderosos de este mundo y a las autoridades sacerdotales del Templo, exigiendo

    la abnegacin total de sus seguidores. En todo caso, su mensaje parece haber

    oscilado entre posiciones apolticas es decir, indiferentes en relacin a los

    asuntos pblicos y posiciones antipolticas esto es, crticas de las ambiciones y

    valores propios de la vida pblica. Ahora bien, la vertiginosa expansin del

    cristianismo codificado por San Pablo no poda sino suscitar reacciones adversas

    de las autoridades persecuciones y torturas incluidas y tambin la cuestin de

    la actitud cristiana correcta hacia esas mismas autoridades. Por eso, en sus

    epstolas, Pablo propondr la doctrina de que toda autoridad tiene un origen

    divino, deriva de la voluntad de Dios, y por consecuencia debe ser obedecida con

    independencia de que sus titulares sean o no cristianos.

    La expansin vertiginosa e incontenible del cristianismo a lo largo del

    Imperio Romano y el desarrollo de Iglesias cada vez ms influyentes, sin

    embargo, volvern insuficientes tales sealamientos. La lucha entre el paganismo

    y el cristianismo har indispensable que los obispos y sacerdotes refuercen sus

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    posturas tanto frente a la filosofa como frente a las autoridades polticas. Hasta

    que Constantino, por razones de clculo estratgico en su lucha por el poder,

    reconociendo la popularidad del cristianismo en sus legiones, decidi transformar

    esa religin brbara, perseguida y marginada, en la religin oficial del Imperio,

    en religin de Estado, convirtiendo a Roma en la nueva Jerusaln y marcando por

    as decirlo la derrota y la subordinacin de Atenas por ms de diez siglos. Se

    abra as una nueva era en la que la vieja anttesis civilizacin vs barbarie sera

    sustituida por la nueva anttesis cristianismo vs paganismo, fieles vs infieles.

    3. La Ciudad de Dios y la desvalorizacin de la poltica y de la filosofa

    San Agustn ha sido considerado, por Hannah Arendt3, como el ms grande

    filsofo romano, muy por encima de Cicern, de Sneca o de Plotino. Y no hay

    duda que sus obras revelan una profundidad y un rigor de pensamiento liberado

    al fin del acartonamiento retrico que caracteriz a la mayor parte de los filsofos

    latinos. Con una mirada renovada, con una sinceridad sin precedentes en el

    mundo clsico, el obispo de Hipona abordar problemas y temas apenas

    esbozados en los grandes clsicos griegos. Sus Confesiones, por ejemplo, son

    ms que un recuento autobiogrfico: son un atormentado anlisis psicolgico de

    las pasiones, debilidades y conflictos de la conciencia intima de los seres

    humanos. Son, en otras palabras, un examen despiadado de la subjetividad

    interior, que no encuentra parangn en los textos ticos clsicos. Desarrollando

    temas ya apuntados en las Epstolas por San Pablo, San Agustn pone de

    manifiesto las limitaciones de la visin filosfica clsica acerca del mal humano,

    entendido como resultado de la desmesura o de la ignorancia; el mal, para l,

    tampoco puede comprenderse slo, como queran los platnicos, por la fuerza de

    3 Cf. su tesis doctoral, Love and Saint Agustine, The University of Chicago Press, 1996. Cf. tambin R.

    Bodei, Ordo Amoris, Il Mulino, Bolonia, 1991.

  • 105

    los impulsos corporales, sino que anida en la voluntad libre, en la conciencia

    ntima de los seres humanos: es mal voluntario, mal querido, mal gozado como

    tal mal. En su origen, obviamente, se encuentra el orgullo, la soberbia y la

    ambicin que conducen a la desobediencia y al olvido de Dios, esto es, al pecado

    original. Por eso es un mal libremente actualizado, culpable, un mal voluntario

    que requiere de la gracia divina para ser superado, a pesar de nuestra debilidad,

    de los desfallecimientos inevitables de esa naturaleza cada, degradada, que es la

    naturaleza humana.

    Es poco probable que San Agustn se hubiera reconocido como filsofo: l

    es en todo caso un telogo, un pensador que habiendo conocido y hasta admirado

    en su juventud los ideales clsicos de la vida filosfica y de la vida poltica,

    escribe en su madurez para demostrar que esos ideales son falsos, ilusorios y

    perversos, pues nos alejan del temor de Dios y del nico camino verdadero de

    salvacin, es decir, del camino de la fe y de la obediencia. Pero Agustn no toma

    la postura radicalmente antifilosfica de algunos de sus antecesores, ni asume

    tampoco una interpretacin antipoltica del cristianismo. Su misin es, ms bien,

    mostrar que la filosofa y la poltica pueden y deben ponerse al servicio de la fe,

    de la revelacin. Que abandonadas las exageradas pretensiones clsicas de ver en

    la filosofa o en la poltica formas de vida plena y feliz pues la vida humana

    terrenal jams puede llegar a ser cabalmente feliz, digan lo que digan los

    estoicos, los neoplatnicos o los peripatticos ellas pueden servir para abrir paso

    y para defender la expansin y el mantenimiento de la fe verdadera, de la fe en

    Cristo y en la verdad de sus promesas.

    En este sentido, La Ciudad de Dios es un magno esfuerzo teolgico por

    argumentar, contra los que reivindicaban los ideales clsicos romanos, la

    superioridad tica, poltica y religiosa de los ideales extramundanos del

  • 106

    cristianismo. Pero es tambin un intento de poner coto a los excesos antipolticos,

    anarquizantes, perfeccionistas, de las herejas fundamentalistas cristianas que, en

    nombre de la inminencia del juicio final, promovan desrdenes y persecuciones

    contra los que consideraban paganos o cristianos aparentes4. Por eso Agustn

    tendr que desvalorizar a la filosofa clsica, reconociendo al mismo tiempo su

    gran utilidad como instrumento racional para convencer a herejes y paganos de

    sus errores y de su irracionalidad. Afirmar entonces que, sin haber conocido los

    Evangelios, Platn con su filosofa fue capaz de elevarse a la visin de un Dios

    fuente de toda verdad y de toda justicia, acercndose as a la verdad revelada.

    Por qu no emplear entonces los razonamientos platnicos, su dialctica, sus

    mitos para reforzar la fe y para combatir a los herejes y a los paganos?

    Por supuesto, reconocer, Platn y los dems filsofos paganos se

    equivocaron rotundamente al pretender que era posible lograr la salvacin, la

    felicidad, por va meramente racional. Por supuesto tambin desconocieron que

    sin la fe, sin la gracia de Dios, estamos condenados a la infelicidad, al

    sufrimiento, al deterioro y a la muerte, y que slo el sacrificio de Jesucristo en la

    cruz ese escndalo para la razn, segn deca Pablo permite al ser humano

    acceder, fe mediante, a la vida eterna. Pero todo ello no es bice para reconocer

    que si la fe est ms all de la razn, la razn puede ayudar a alcanzar y a

    consolidar la fe. Creemos antes de comprender, pero la fe verdadera no se opone

    a la comprensin racional, slo va ms all, por eso tambin comprender puede

    ayudarnos a creer y a combatir a los incrdulos. La ascesis platnica se puede

    transformar as en la va para la conversin cristiana. Por eso, la sntesis de fe y

    razn bajo el predominio, obviamente, de la fe es: creer para comprender y

    comprender para fortalecer lo que se cree.

    4 Cf. P. Brown, Augustine of Hipo, University of California Press, 1969; y G. Wills, Saint Augustine, Penguin

    Books, 1999.

  • 107

    Es imposible imaginar qu hubiera sucedido si, en lugar de esta sntesis

    teolgica agustiniana, hubieran triunfado las posturas antifilosficas de otras

    autoridades eclesisticas, es decir, si se hubiera impuesto el credo quia absurdum

    est tertuliano o el irracionalismo de la necedad de la cruz de Pablo, y si

    hubieran logrado los obispos y sacerdotes ms fundamentalistas expulsar y

    excluir la tradicin filosfica del mundo grecolatino. En todo caso, lo que s

    puede sostenerse es que la postura mediadora de San Agustn har posible que

    esa tradicin se mantenga, subordinada y transformada en un ingrediente

    fundamental del cristianismo y sus elaboraciones teolgicas. Lo que tendr, como

    veremos ms adelante, consecuencias contradictorias y conflictivas.

    De la misma forma, era indispensable desvalorizar la poltica y sus ideales

    clsicos en beneficio de la nueva visin cristiana de la vida. Para ello, el obispo

    de Hipona muestra la distancia abismal que, aun en su presunta poca dorada, se

    abra entre los ideales republicanos formulados por Cicern en su Repblica, y la

    realidad efectiva de la repblica romana. Si se acepta, afirma Agustn, la

    definicin de la repblica que formula Escipin en ese libro, esto es, la definicin

    segn la cual la repblica es una comunidad poltica en la que el poder es cosa

    del pueblo, y el pueblo es una multitud unida por los lazos de la justicia, entonces

    se tendra que reconocer que Roma jams fue propiamente una repblica. Pues ni

    el poder era del pueblo, ni el pueblo as entendido existi jams: en realidad, lo

    que existi fue un gobierno sustentado en pasiones e intereses de diversas

    facciones, y una multitud unida no por la justicia sino por la ambicin y por la

    codicia. De ah los conflictos y las violencias que desde siempre marcaron la

    historia de esa repblica; de ah que fuera inevitable que surgiera la autoridad de

    los emperadores para poner fin a las guerras civiles5.

    5 Al respecto cf. M. Revelli, op. cit.

  • 108

    Es cierto, dir en la Ciudad de Dios, que la bsqueda de gloria y la defensa

    de las libertades cvicas, permitieron a Roma conquistar una gran imperio. Pero si

    ese afn de gloria militar y poltica hizo posible que en su tiempo los romanos

    sometieran otros vicios todava ms nefastos, lo cierto es que no se trata de una

    verdadera virtud, pues slo sirve para fomentar el orgullo, la vanidad y la

    soberbia que nos alejan de Dios. Por eso la grandeza de Roma debe atribuirse

    ms bien al designio divino, a un plan de salvacin, que quiso utilizar la

    desaforada ambicin del pueblo romano y de sus dirigentes, para crear las

    condiciones para la difusin y consolidacin del mensaje evanglico, de la fe

    cristiana. Como lo harn muchos siglos despus algunos filsofos de la

    modernidad, Agustn logra asumir una postura crudamente realista de la vida

    poltica porque convierte a la historia en el desarrollo de un proyecto que los

    hombres realizan, impulsados por sus pasiones e intereses, sin saberlo.

    En esta perspectiva, ya no resulta extrao que las grandes construcciones

    polticas ideales de Platn o de Aristteles, nunca hayan podido realizarse. Ni la

    vida feliz plena, prometida en su tica por los filsofos, ni la ptima repblica,

    tambin preconizada al menos por algunos de ellos, son de hecho posibles en

    esta vida terrenal, manchada por el pecado original y sus consecuencias.

    Necesariamente la Ciudad terrena, aun despus del sacrificio de Jess, est y a

    estar desgarrada por el conflicto entre la Ciudad de Dios compuesta por

    aquellos viven para Dios en la fe, la esperanza y la caridad y la Ciudad del

    Diablo conformada por los que viven en cambio para el hombre y sus vicios

    corporales y espirituales, ignorantes del temor de Dios. Es justamente este

    conflicto interminable, fundado en el pecado y en la redencin, lo que vuelve

    indispensable el poder poltico como poder coactivo, es decir, como poder capaz

  • 109

    de someter por la fuerza los antagonismos, las luchas y las violencias entre los

    seres humanos.

    Esta visin realista, incluso pesimista, le permite a Agustn oponerse

    tanto a la concepcin clsica, heroica y gloriosa, de la poltica, como a las

    tendencias milenaristas suscitadas por la promesa del reino de los cielos,

    tendencias claramente antipolticas y anarquizantes. No es la justicia remota

    iustitia lo que define en realidad a las Ciudades, a las sociedades, sino el poder

    fundado en la fuerza, el poder como dominacin coactiva. La justicia humana,

    necesariamente ciega, necesariamente parcial, es en el mejor de los casos un

    plido reflejo de la justicia divina, infalible y omnipotente; y en el peor, un

    instrumento de la maldad de los gobernantes, que a su vez puede interpretarse

    como castigo divino provocado por la maldad de los pueblos. Creado para ser

    libre, para vivir sin amos ni gobernantes, el hombre por sus pecados ha

    degenerado en un ser que slo puede convivir con sus semejantes bajo la tutela de

    gobiernos buenos o malos o peores. La poltica y el poder poltico no son y no

    pueden ser, en este sentido, ms que un aspecto necesario de este valle de

    lgrimas, de este mundo desgarrado e infeliz. Slo despus del Juicio Final,

    cuando la Ciudad de Dios triunfe definitivamente y se separe totalmente de la

    Ciudad del Diablo, desaparecern tambin la poltica y el poder poltico, pues

    finalmente los buenos slo debern obediencia que es amor y amor que es

    obediencia al nico seor verdadero que es Dios, mientras los malos padecern

    eternamente el castigo divino.

    Desde un punto de vista terico, Agustn radicaliza y explica la causa de

    los dualismos propuestos por Platn. En este mundo terrenal, marcado

    irreversiblemente por el pecado, ni la verdad, ni la justicia, ni la paz, ni el amor,

    ni la felicidad, pueden ser otra cosa que plidas y falaces sombras de lo que son

  • 110

    la Verdad, la Justicia, la Paz, el Amor y la Felicidad perfectas, eternas e

    inmutables que existen exclusivamente en el Reino de Dios. El pecado original,

    ese acto de soberbia rebelde frente al Creador, abri as un abismo insalvable

    entre las realidades empricas sensibles de este mundo y sus arquetipos divinos.

    Por eso ni la filosofa ni la poltica, ni la razn ni el poder, pueden llevarnos

    realmente a la salvacin, a la felicidad y a la justicia. Slo en virtud de la fe en

    Jesucristo como mesas divino es posible entonces aspirar a esa salvacin, y por

    consecuencia a la vida eterna en la que los creyentes podrn gozar de esa Verdad

    sin dudas, de esa Justicia sin fallas, de ese Amor pleno y de esa Felicidad total.

    Lo que en Platn no eran sino mitos pedaggicos orientados a comunicar los

    ideales filosficos el mito del Hades, el mito de la caverna, etc. en Agustn se

    transforman en dogmas de fe sustentados en los relatos bblicos.

    Ahora bien, este dualismo radicalizado implica una serie de consecuencias

    tericas y polticas. Para empezar, pierde sentido la pregunta por la mejor forma

    de gobierno, por la ptima repblica. O mejor dicho, esta pregunta sufre una

    impostacin religiosa, dado que toda forma de gobierno secular monrquica,

    aristocrtica, democrtica, o incluso mixta es necesariamente desviada si la

    comparamos con la nica forma de gobierno propiamente justa, es decir, con el

    Reino de Dios. Slo ah existe verdadera Justicia y verdadera Paz, slo ah reina

    eternamente la Virtud y la Armona, slo ah es posible la Felicidad perfecta. La

    Ciudad terrenal, en la que conviven tensamente los ciudadanos de la Ciudad de

    Dios itinerante y los ciudadanos de la Ciudad del diablo, no puede aspirar a la

    perfeccin y a la justicia. Si acaso queda como objeto de discusin cul es la

    menos mala de las formas de gobierno, la que mejor asegura una paz que no es la

    verdadera Paz celestial, sino mera ausencia de violencias y conflictos abiertos. Y

  • 111

    la que al menos permite que la Iglesia realice su labor misionera, difundiendo y

    consolidando la fe, nico camino verdadero de salvacin.

    Por la misma razn, el deber de obediencia, el fundamento de la obligacin

    poltica ya no puede descubrirse en las antiguas virtudes cvicas clsicas, en el

    consensus iuris de Cicern, sino en el reconocimiento de que todo poder deriva

    de Dios, y de que, en consecuencia, debemos obedecer a las autoridades en tanto

    stas garanticen esa paz terrenal y no obstaculicen las labores de la Iglesia para

    promover el avance de la Ciudad de Dios peregrina. No la justicia racional y

    eterna, sino la utilidad y la fe pueden ser el fundamento del poder poltico, que

    incluso debe apoyar a la Iglesia en forzar a los herejes a arrepentirse y a asumir la

    verdadera interpretacin del cristianismo. En fin de cuentas, el poder poltico,

    como poder coactivo, slo puede regular la vida externa de los ciudadanos, sus

    acciones, pero no tiene ningn poder sobre las conciencias. Por eso, su funcin

    debe limitarse a la conservacin de la paz exterior y del orden legal. Funcin

    necesaria, sin duda alguna, pero que slo puede ser instrumental en relacin al

    nico objetivo esencial de la vida humana: la salvacin de las almas a travs de la

    fe. Y de este objetivo slo puede hacerse cargo la gracia de Dios y la comunidad

    (iglesia) de los fieles, que cuenta para ello con la revelacin divina. La vida

    buena, propuesta por Aristteles como fin supremo de la polis y de la poltica,

    slo es posible en el ms all; en el ms ac, si acaso, es posible esperar tan slo

    una vida que nos acerque y no nos aleje de esa otra vida.

    Aparece as una distincin o separacin sin precedentes en la cultura

    clsica entre la moralidad subjetiva y la poltica. Dado que la salvacin del alma

    depende exclusivamente de la fe, de la esperanza y de la caridad, virtudes todas

    que conciernen a la conciencia ntima de los fieles, la nica autoridad que puede

    juzgarlos moralmente es Dios o sus pretendidos agentes seculares. En este

  • 112

    sentido, desde el punto de vista religioso lo verdaderamente importante son las

    convicciones ntimas, las intenciones y los sentimientos que anidan en la

    conciencia, mientras que las consecuencias externas de las acciones slo tienen

    una relevancia secundaria. Se trata de la oposicin weberiana entre la tica de la

    conviccin y la tica de la responsabilidad que rompe la bella totalidad tica

    asumida, como ideal cvico, por el pensamiento poltico clsico. El realismo

    agustiniano, su desvalorizacin de la poltica como esfera ligada a las virtudes

    humanas supremas tiene como correlato no slo una obvia degradacin de los

    bienes terrenales, sino tambin una reevaluacin positiva de la esfera comunitaria

    familiar, hogar, por as decirlo, de las virtudes cristianas: del amor al prjimo, de

    la fraternidad, de la autoridad paternal y maternal, de la vida privada en su

    conjunto. Este ser el modelo de las comunidades religiosas, de los monasterios:

    hijos de Dios y hermanos en Cristo, los cristianos asumirn as la separacin

    (potencialmente conflictiva) entre la moralidad y la poltica, aun reconocindole

    a esta ltima una funcin como mal necesario, como mal generado precisamente

    por la naturaleza irremediablemente pecaminosa de los seres humanos.

    En algn lado Borges define al cristianismo como imaginaciones hebreas

    supeditadas a Platn y Aristteles. La frase es aguda, pues en efecto la religin

    cristiana ya institucionalizada recuperara para su doctrina no pocos filosofemas

    como clave para interpretar las Escrituras. Pero quiz habra que invertirla: se

    trata ms bien de Platn (del que San Agustn hace un amplio uso) y Aristteles

    (del que se servir mucho ms adelante Santo Toms) supeditados a

    imaginaciones hebreas, esto es, a las historias, leyendas y enseanzas de las

    Sagradas Escrituras. El cristianismo y su hegemona, que darn paso a la Edad

    Media, suponen en efecto el fin de la primaca clsica de la poltica, como esfera

    superior de la vida humana. Y suponen igualmente el fin de la filosofa como

  • 113

    forma de vida independiente y estrictamente racional. La vida activa (la poltica)

    tendr que someterse al menos en apariencia a los dictados de la vida

    contemplativa. Pero esta vida contemplativa ya no ser la propia de los filsofos,

    la de aquellos que a travs de una disciplina encaminada al acceso de lo eterno,

    pueden por ende vivir de acuerdo a la razn, a la mejor parte de su alma. Ser, en

    cambio, la vida de los santos, obispos, sacerdotes, monjes, vrgenes capaces de

    superar los lmites de la razn humana y, mediante la fe, acceder a una verdad

    que se encuentra fuera del alcance de esa razn.

    Pero esta curiosa mezcla teolgica de fe y razn, de luz revelada y luz

    natural, tendr consecuencias enormes y conflictivas. Seguramente, la teologa

    cristiana har posible que los grandes clsicos de la filosofa antigua sobrevivan,

    as sea trasvestidos en autores dogmticos, en la enseanza religiosa. Pero al

    convertirse la fe en la nica va de salvacin humanamente posible, lo que en los

    filsofos haba sido especulacin libre y tolerante siempre sometida a discusin

    y a polmica se transformar en teologa, en sistemas dogmticos sostenidos ya

    no slo por la razn, sino por el temor de Dios y (tal vez sobre todo) de sus

    lugartenientes. La lucha de San Agustn y de otros telogos cristianos por dotar a

    la Iglesia de un saber sistemtico y completo para sostener la fe, derivar en

    enfrentamientos violentos contra todos aquellos llamados herejes que se

    atrevieran a sostener opiniones o teoras diferentes. La ortodoxia teolgica

    volver entonces ms que peligroso atreverse a cuestionar, problematizar o

    discutir no solamente las verdades reveladas en la Biblia, sino tambin las

    pretendidas verdades especulativas canonizadas por los padres de la Iglesia.

    4. Las disputas teolgico-polticas en la Edad Media y la sntesis tomista

  • 114

    La desintegracin del Imperio Romano de Occidente abri paso a la Edad Media

    europea, dominada por el feudalismo. En ms de un sentido, se trat de un

    verdadero cataclismo que implic enormes retrocesos civilizatorios en todos los

    rdenes de la vida social. Se pas as de sociedades dominadas por ciudades, por

    centros urbanos, a sociedades rurales sometidas a seores de la guerra, a seoros

    feudales. Surgieron as, en lugar de los poderes imperiales ms o menos

    centralizados, poderes dinsticos descentralizados, sustentados en frgiles y

    movedizas alianzas personalizadas entre una nobleza guerrera capaz de sostener

    ejrcitos particulares. La mayor parte de la poblacin se vio sometida a la

    servidumbre forzada, mientras las ciudades prcticamente se extinguan como

    centros de poder y de cultura. Desgarrada sistemticamente por guerras y

    violencias sin cuento, la sociedad feudal padeci igualmente de hambrunas,

    pestes y miseria abrumadora. Y la Iglesia Catlica se convirti en la nica

    institucin con capacidad para conservar y difundir los restos de la gran cultura

    clsica.

    Posteriormente, esta sociedad feudal padeci el asedio militar y cultural de

    los imperios musulmanes y otomanos, que conquistaron los territorios del norte

    de Africa e incluso buena parte de la actual Espaa. As, mientras Europa era el

    escenario de convulsiones y guerras sin fin, la gran civilizacin islmica se

    convirti en el centro de la creacin cultural y de las discusiones filosficas. No

    es casual que apenas podamos encontrar autores filosficamente relevantes en los

    primeros cinco siglos de la Edad Media. De hecho slo en los monasterios

    perviva algn tipo de cultura escrita, slo en ellos se mantena el estudio no slo

    de los textos sagrados sino de algunos textos filosficos. Por supuesto tambin

    haba disputas de poder que resonaban en las discusiones teolgicas. El mayor

    problema, en este sentido, era el que giraba en torno a la cuestin de la

  • 115

    supremaca, es decir, a la jerarqua que deba regir las relaciones entre los

    poderes seculares dinsticos, y los poderes eclesisticos. Los obispos de Roma,

    convertidos en cabeza de la Iglesia merced a una supuesta designacin directa

    hecha por Jesucristo en beneficio de San Pedro, pretendieron casi desde el

    principio gozar de una autoridad suprema sobre los reyes y emperadores,

    arrogndose el derecho exclusivo de consagrarlos y por ende de legitimarlos. Por

    su parte, los seores de la guerra desde el propio Constantino intentaron

    utilizar a la Iglesia para sus propios fines de conquista y dominacin.

    Aparecieron as papas guerreros lo mismo que reyes santos, y en los textos

    sagrados se buscaron argumentos para sostener ora la supremaca del Vaticano

    ora la de los emperadores y los reyes.

    Dos iniciativas papales tendran grandes consecuencias para la evolucin

    del feudalismo europeo. La primera fue la de las cruzadas, esto es, las guerras

    emprendidas supuestamente para reconquistar la Tierra Santa. Aunque al final de

    cuentas este propsito jams se logr, las cruzadas hicieron posible un intenso

    intercambio cultural y comercial con lo que en aquel entonces era el mundo

    desarrollado del Islam. La segunda, ligada a la lucha entre el Vaticano asentado

    en Roma y el llamado Sacro Imperio Romano-Germnico, fue el apoyo a las

    dinastas reinantes en Francia y en Inglaterra contra las pretensiones

    universalistas de aquel imperio. Gracias a ella, comenzaron a perfilarse las

    fronteras de los primeros Estados nacionales europeos.

    Es en este contexto que surge la obra monumental del ms grande telogo

    cristiano: Santo Toms de Aquino6. A diferencia del obispo de Hipona, el

    dominico no escribe sus textos para responder a problemas suscitados por la

    coyuntura. Se propone ms bien desarrollar sistemticamente un cuerpo terico y

    6 Sobre Santo Toms cf. M. Revelli, op. cit. J. Finnis, Aquinas, Oxford University Press, 1999. F.C.

    Copleston, El pensamiento de Santo Toms, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1999.

  • 116

    doctrinal que sea una suma teolgica, es decir, una sntesis omniabarcante del

    conocimiento humano acerca de Dios, del mundo natural y del mundo humano,

    capaz de dar respuesta a todas las cuestiones en disputa y de ofrecer por ende una

    base terica slida y suficiente para la fe cristiana. De ah que en los libros de

    Santo Toms apenas encontremos referencias a los sucesos y personajes de su

    tiempo, sino, ms bien, una amplsima discusin con todos los autores clsicos

    antiguos y medievales. Por decirlo de otro modo, al aquinatense no le interesa

    polemizar con sus contemporneos, sino conversar y debatir con Platn,

    Aristteles, los padres de la Iglesia y los dems sabios reconocidos, acerca de las

    cuestiones que desde siempre han suscitados perplejidades a creyentes y no

    creyentes.

    En este sentido, aunque dedica un amplio espacio a los temas polticos y

    jurdicos, no puede considerarse un pensador poltico comprometido con los

    problemas de su poca, pues no le interesa dar respuesta a los conflictos de su

    tiempo, sino a las grandes cuestiones acerca de la justicia, de la autoridad, de la

    obediencia y de la poltica, en relacin por supuesto con las verdades afirmadas

    por la revelacin. De hecho, la obra de Santo Toms puede verse como la obra

    cumbre de la escolstica medieval, que Abbagnano define as:

    El problema fundamental de la escolstica es el de llevar al hombre hacia la comprensin racional de la verdad revelada. La escolstica es el

    ejercicio de la actividad racional (o en la prctica, el uso de una filosofa

    determinada, neoplatnica o aristotlica) con la finalidad de llegar a la

    verdad religiosa, demostrarla o aclararla en los lmites de lo posible y

    dotarla de un arsenal defensivo contra la incredulidad y las herejas. La

    escolstica, por lo tanto, no es una filosofa autnoma, como lo fue la

    filosofa griega, por ejemplo, y su dato o lmite es la doctrina religiosa, el

    dogma. En su tarea no se confa slo en la razn, sino que llama en su

    ayuda a la propia tradicin religiosa o filosfica mediante el uso de la

    denominadas auctoritates. Auctoritas es la decisin de un concilio, una

    sentencia bblica, la sententia de un Padre de la Iglesia o tambin la de un

  • 117

    gran filsofo pagano, rabe o judo. El recurso a la autoridad es la

    manifestacin tpica del carcter comn y superindividual de la

    investigacin escolstica, en la que el hombre en particular quiere sentirse

    apoyado de continuo por la responsabilidad colectiva de la tradicin

    eclesistica.7

    La autoridad a la que apela prevalentemente Toms es la de la filosofa de

    Aristteles, cuyos textos recientemente haban sido redescubiertos y traducidos

    en Occidente. As como el estagirita haba tratado de superar los dualismos

    extremos de su maestro Platn, sustituyndolos por una visin unitaria del mundo

    como una totalidad jerarquizada ontolgica y axiolgicamente, pero sin rupturas

    ni discontinuidades radicales entre lo superior y lo inferior, entre lo alto y lo bajo,

    y entre lo perfecto y lo imperfecto, sino en todo caso una gradacin

    omniabarcante, as tambin Santo Toms pretender superar los dualismos

    agustinianos entre el ms all y el ms ac, entre la fe y la razn, entre la Ciudad

    de Dios y la Ciudad terrena, y entre la felicidad perfecta y la felicidad imperfecta,

    sustituyndolos igualmente por una concepcin monista y jerrquica que

    establece grados y niveles de perfeccin e imperfeccin, sin rupturas ni

    discontinuidades radicales. La razn, el conocimiento humano, seguirn siendo

    insuficientes para acceder a la salvacin, pero podrn establecerse vas

    racionales para demostrar la existencia de Dios aunque no para conocer su

    naturaleza lo que permitir crear una relacin mucho ms positiva con la fe

    revelada. De la misma forma, el ser humano slo podr acceder a la

    bienaventuranza o felicidad perfecta merced a la gracia divina, pero su naturaleza

    no ser ya intrnsecamente malvada a causa del pecado original, sino que tender

    como todo en el mundo hacia el bien, hacia Dios, aun si requerir de la ayuda

    divina para comprender y alcanzar ese bien. Y la poltica seguramente no ser ya

    7 N. Abbagnano, Diccionario de Filosofa, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1983, p. 427.

  • 118

    la ms alta forma de la virtud humana, pero de alguna manera ser sin embargo el

    reflejo del gobierno de Dios sobre el mundo y del gobierno del alma sobre el

    cuerpo, por lo que tendr un valor positivo propio.

    El pesimismo antropolgico de Agustn dejar paso a una visin

    relativamente optimista del hombre y su naturaleza, que har posible revalorizar

    jerrquicamente las actividades humanas seculares, aun si manteniendo siempre

    su subordinacin a los fines religiosos como fines ltimos y supremos. Se trata

    sin duda de una visin que habla de un sistema poltico teolgico medieval

    consolidado, con sus jerarquas presuntamente inamovibles, muy lejano ya de la

    crisis cultural y poltica que tuvo que afrontar el obispo de Hipona, cuando se

    hunda irremediablemente el Imperio Romano de Occidente.

    En este contexto, la teora poltica tomista puede interpretarse como un

    esfuerzo por sintetizar las concepciones expuestas por Aristteles en la Poltica

    con las enseanzas religiosas cristianas, por un lado, y con las realidades

    dominantes del mundo medieval. Esta sntesis supondr por consecuencia

    resignificar las cuestiones y argumentos aristotlicos para ponerlos en sintona

    con aquellas realidades la Iglesia y la religin catlica, las monarquas y el

    imperio medievales, etc. que obviamente eran ajenos totalmente al mundo de

    Aristteles.

    En De regno8, una obra de circunstancias escrita para educar al presunto

    rey de Chipre, esto es, para explicarle cul es el origen, el fundamento y el fin de

    la monarqua, as como los deberes del rey como prncipe (gobernante) y como

    cristiano, Santo Toms nos ofrece una visin breve aunque incompleta de su

    teora poltica. Seguramente para un anlisis ms detallado de la misma y sobre

    todo de lo que concierne a su teora de la justicia y de la ley habra que remitirse

    8 Seguimos el texto traducido por Laureano Robles y Angel Chueca, titulado La Monarqua, Tecnos, Madrid,

    1995.

  • 119

    a la Suma Teolgica, a la Suma contra los gentiles, y a los Comentarios a la

    Etica y a la Poltica de Aristteles. Para nuestros fines, sin embargo, bastar

    tomar el primer texto como gua introductoria.

    Para empezar, el fraile dominico repite casi literalmente la idea aristotlica

    segn la cual el origen del poder poltico se encuentra en el hecho de que el

    hombre es, por naturaleza, un animal poltico y sociable, es decir, un ser que slo

    puede sobrevivir y desarrollar sus capacidades conviviendo y cooperando con sus

    semejantes. Un ser sociable por naturaleza, pues tiende a la comunicacin verbal

    y afectiva con los dems, y slo as puede actualizar su esencia como ser

    racional. Vale la pena anotar que ya en la formulacin tomista de la tesis

    aristotlica aparece un elemento nuevo: la idea de sociabilidad junto a la idea de

    politicidad. El hombre no es slo un zoon politikn, sino un animal social o

    sociable. Aparece pues al menos la sugerencia de que la poltica ya no abarca al

    conjunto de la convivencia humana, que la poltica ya no es la totalidad de la

    comunidad o de la convivencia humana, pues junto a lo poltico est lo social.

    Por supuesto tambin Aristteles hablaba de que la comunidad poltica la

    koinonia politik comprenda como su presupuesto subordinado el dominio de

    lo domstico, de la casa, del oikos. Pero justamente por ello su definicin del

    hombre como animal poltico era al mismo tiempo restrictiva y valorativa.

    Restrictiva porque ella implicaba que no todos los miembros de la polis

    eran propiamente hombres, seres humanos en sentido estricto, sino slo aquellos

    que gozaban de libertad e igualdad poltica (o cvica). Ni los esclavos, ni los

    nios, ni las mujeres y en muchos casos ni los trabajadores manuales y

    comerciantes podan ser considerados, en esta perspectiva, como hombres

    verdaderos, propios y autnticos. Ser un animal poltico, entonces, significaba

    para Aristteles no slo una causa eficiente esto es la necesidad humana de

  • 120

    convivir y colaborar con otros seres humanos sino una causa final el hombre

    slo puede actualizar sus capacidades naturales si es miembro de pleno derecho

    de la polis, si participa en la vida pblica. Por eso la idea aristotlica es tambin

    valorativa: supone reconocer que la esfera humana por excelencia es la esfera

    poltica, supone que esta esfera es la condicin necesaria para que el hombre

    pueda realizar su propia naturaleza. Por eso Aristteles no slo habla de la

    comunicacin en general sino del lenguaje como medio para distinguir lo justo de

    lo injusto, lo correcto de lo incorrecto, esto es, como racionalidad poltica.

    En este sentido, el agregado hecho por Santo Toms parece remitir al

    surgimiento de una sociedad diferente de la poltica, que no es la sociedad

    domstica sino la sociedad religiosa, la sociedad de los fieles organizada por la

    Iglesia. Lo propio del hombre sigue siendo entonces vivir bajo un poder poltico

    aunque Santo Toms naturalmente slo habla genricamente de libertad e

    igualdad polticas por oposicin al estado de esclavitud pero tambin el ser

    sociable, el pertenecer tanto a la sociedad poltica como a la sociedad religiosa. Y

    lo que es ms importante: no es en la esfera poltica sino en la religiosa donde en

    realidad es posible alcanzar la felicidad y actualizar por ende las mximas

    virtudes humanas.

    Por lo dems, el Santo mantiene la visin organicista, comunitaria, de la

    unidad poltica que haba propuesto Aristteles. Pero este organicismo se ve de

    alguna manera limitado por un individualismo incipiente, por la idea de que la

    persona humana singular tiene un valor propio e independiente de su pertenencia

    a la comunidad poltica, establecida precisamente por la ley natural, por la ley

    que se dirige a todos los seres humanos como criaturas, como seres racionales y

    como cristianos. Cierto es que ya el estagirita discuta si es lo mismo el hombre

    bueno y el buen ciudadano, pero esa discusin justamente intentaba mostrar la

  • 121

    necesidad de establecer una relacin de continuidad entre tica y poltica, entre la

    vida buena individual y la vida buena colectiva. En cambio, en la teologa tomista

    en los hechos aparece una fuente de autoridad distinta y superior a las leyes

    humanas positivas, una ley natural un derecho natural que derivndose de la

    ley eterna y divina establece lmites muy precisos al poder poltico y a la ley

    positiva, e incluso determina la superioridad de la Iglesia sobre los poderes

    terrenales. Lo que supone de alguna manera al menos la posibilidad de la

    separacin y aun de la oposicin entre moralidad ley natural, derecho natural,

    justicia natural y poltica, entre el buen cristiano y el buen ciudadano.

    Todo ello, sin embargo, plantea la pregunta que persigue desde siempre a

    los pensadores iusnaturalistas: por qu si existe una ley natural, que obliga a los

    hombres eterna y universalmente, hacen falta el poder poltico y la ley positiva?

    No se trata, ni mucho menos, de una pregunta inocente, dadas las tentaciones

    milenaristas siempre presentes en la historia del cristianismo, que conducan a

    revueltas y conflictos interminables cuando algunas comunidades pretendan

    justamente poder prescindir de la obediencia a las autoridades y las leyes

    seculares, aduciendo su santidad, su moralidad intachable. Por eso San Agustn,

    despus de desvalorizar radicalmente a la poltica y sus fastos, se haba visto

    forzado a reconocerle una funcin necesaria determinada por la naturaleza

    pecaminosa, cada, de los seres humanos. Rechazando que los seres humanos

    pudieran seguir espontneamente las leyes de la justicia natural, Agustn

    terminaba por fundar el poder poltico, como poder coactivo, en la maldad

    congnita de los seres humanos, asumiendo as que la justicia remota iustitia

    no es ni puede ser el fundamento de ese mal que es la poltica, pero que ella sigue

    siendo necesaria para contener por la fuerza la maldad humana y generar al

    menos un orden relativamente pacfico.

  • 122

    Santo Toms en cambio tendr que apelar a otro tipo de fundamentacin de

    la necesidad del poder poltico, por cuanto reconoce la existencia de una ley

    natural, de un derecho natural que el hombre como ser racional no puede ignorar.

    Su respuesta ir en el sentido de distinguir el bien individual del bien comn: si la

    ley natural basta para todo lo que se refiere al primero, el segundo en cambio

    requiere de un orden y un gobierno propiamente polticos:

    Luego si la naturaleza del hombre exige que viva en una sociedad plural, es preciso que haya en los hombres algo por lo que se rija la mayora. Pues,

    al existir muchos hombres y preocuparse cada uno de aquello que le

    beneficia, la multitud se dispersara en diversos ncleos a no ser que

    hubiese alguien en ella que cuidase del bien de la sociedad, como el cuerpo

    del hombre o de cualquier animal se desvanecera si no hubiese alguna

    fuerza comn que lo dirigiera a buscar el bien comn de todos sus

    miembros.9

    No la maldad humana, sino la necesidad de coordinar y unificar intereses

    plurales en funcin del bien comn es lo que vuelve indispensable la existencia

    del poder poltico y de las leyes positivas. Estas ltimas, sin duda, deben

    subordinarse a la ley natural (por derivacin o por especificacin), pero son

    necesarias precisamente para que el colectivo, la unidad social, no se disgregue,

    lo mismo que es necesario que exista una voluntad poltica unificadora, un

    gobierno capaz de hacerse cargo de lo que escapa a las voluntades puramente

    particulares, es decir, del bien comn.

    La funcin del poder poltico en Toms de Aquino vuelve a ser la de

    unificar lo diverso, la pluralidad que configura al orden poltico, y no solamente

    contener por la fuerza las pasiones conflictivas de los seres humanos. Vuelve a

    existir al menos idealmente una continuidad entre tica (ley natural) y poltica

    (ley positiva) y, por consecuencia, se plantea nuevamente el problema de la

    9 Op. cit., p.7.

  • 123

    ptima repblica, de la mejor forma de organizar el poder poltico. A este

    respecto, en el texto que venimos siguiendo, dedicado a un prncipe, el telogo

    naturalmente se inclina por la monarqua, reiterando los argumentos sobre las

    ventajas de que sea uno el que gobierne, as como sobre las desventajas de que

    sean pocos o todos los detentadores del poder. Lo que agrega, en todo caso, tiene

    que ver con la necesidad de que este uno sea un buen cristiano y proteja y

    promueva a la Iglesia, sometindose, en lo que respecta a los temas religiosos, a

    la autoridad del Papa. Se desarrolla as la tradicin de los textos sobre la

    educacin y los deberes de los prncipes cristianos, de esos lugartenientes de Dios

    en la tierra, en los que en realidad poco se habla de las tareas y objetivos

    propiamente polticos de los monarcas repitindose hasta el aburrimiento que

    deben procurar el bien comn y el bienestar (sobre todo espiritual) de los

    sbditos, y que sobre todo deben evitar la tentacin de convertirse en tiranos

    controlando su ambicin y sus pasiones, tanto ms peligrosas por cuanto

    alimentadas por los halagos cortesanos y por los privilegios anejos al poder. De

    hecho, en estos espejos de los prncipes, lo importante no es que los monarcas

    aprendan el arte de gobernar eficientemente, no es que sean en este sentido

    buenos gobernantes, sino, ms bien, que sean buenos cristianos, es decir, que se

    rijan por las virtudes morales religiosas y que se supediten al poder espiritual de

    la Iglesia. Justamente ser contra este tipo de literatura poltica, contra estos

    espejos de los prncipes cristianos, que Maquiavelo elaborar su De

    principatibus, (El prncipe) reivindicando la primaca de la poltica e incluso la

    incompatibilidad de esta primaca con las pretendidas virtudes morales de corte

    religioso.

    Por lo dems, en otros textos Santo Toms parecer preferir no una

    monarqua simple, sino un gobierno mixto. Y es probable que de haber terminado

  • 124

    su De regno, hubiera hablado de la necesidad no slo de que el monarca fuera un

    buen cristiano buscando el bien comn, sino de que ese poder de alguna manera

    fuera contrapesado con algn tipo de representacin de los mejores de la

    nobleza y de los ciudadanos en general, siguiendo as la tradicin fundada por

    Aristteles y Polibio. En cualquier caso lo relevante de sus reflexiones poltico

    teolgicas no se encuentra tanto en una teora de las formas de gobierno que poco

    aporta de novedoso, sino en su planteamiento del problema de la justicia y la ley

    eterna con la que Dios gobierna al mundo en general de la ley natural como

    ley que se dirige a los seres humanos en tanto seres racionales y de la ley

    positiva como normas que deben subordinarse a los dictados de la ley natural,

    no siendo en realidad otra cosa que reglas que pueden deducirse de la ley natural

    o que resultan de una especificacin de los dictados universales de la ley natural.

    En este sentido, la obra del aquinatense puede verse como el mejor ejemplo del

    iusnaturalismo tradicional, premoderno, comunitario, as como de las tensiones y

    dificultades y lmites de este modo de proponer la superioridad del ius naturale

    sobre el derecho positivo10

    . Cuando Hobbes y sus sucesores reformulen en

    trminos radicalmente modernos la idea de derecho y ley natural, su interlocutor

    y su adversario terico fundamental no podr ser sino Toms de Aquino.

    Como puede observarse, hablar del eclipse medieval de la poltica y de la

    filosofa no significa afirmar la extincin de las tradiciones clsicas grecolatinas

    sino su subsuncin a la primaca teolgico religiosa que fue propia de la Edad

    Media. Una subsuncin que a pesar de implicar reformulaciones radicales de los

    grandes temas clsicos pinsese por ejemplo en la distancia que separa al Dios

    aristotlico, motor que mueve sin ser movido, causa final de todas las cosas, del

    Dios judeocristiano creador, monarca y salvador, que se la pasa inmiscuyndose

    10

    Cf. las obras de Revelli y de Finnis antes citadas. Tambin es importante el libro del propio J. Finnis,

    Natural Law and Natural Rights, Oxford University Press, 1999.

  • 125

    como gran sujeto seorial en los asuntos de este mundo no supuso sin embargo

    su rechazo absoluto. En este sentido ese eclipse medieval paradjicamente hara

    posible que aquellas tradiciones no slo sobrevivieran sino se enriquecieran con

    nuevos elementos sobre todo los ligados a la idea de la dignidad universal de la

    persona humana, en tanto criatura que a su vez sentaran las bases para la

    irrupcin de la moderna civilizacin occidental y de concepciones nuevas tanto

    de la poltica como de la filosofa.

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