Nm. 17
Otoo
1993DOSSIER
HISTORIA, LENGUAJE, PERCEPCIONR. Chartier, P. Burke, G. St.
Jones, R. FraserESTUDIOS
A. Cristbal Martn A. Garca Alvarez Cristina BorderasEL
SABBAT
Mara Tausiet CarlsCLANDESTINIDAD ANARQUISTA
Clara E. LidaCLASE MEDIA Y BURGUESIA
J. F. Fuentes
17
Nm. 11
Otoo
1991DOSSIER
NEGOCIOS, POLITICA, PODERAngel Bahamonde y Jos G. Cayuela Mareos
W inocur C. C aellas y R. Toran Jos C. Rueda Laffond INQUISICION Y
FRONTERA Pilar Snchez EL SOCIALISMO EN EE . UU. Aurora Bosch
HISTORIAS O C IO -C U L T U R A L
Jean-Louis Guerea
ESTUDIOS: Pilar Snchez, La Inquisicin y el control de la
frontera pirenai ca en el Aragn de la segunda mitad del siglo XVI .
Vicente Comes Iglesia, Rgimen corporativo y organizacin catlica
patronal en Valencia (19271930). Aurora Bosch, Estados Unidos en
los aos treinta: Un socialismo imposible? DOSSIER: NEGOCIOS,
POLTICA, PODER: ngel Baha monde Magro y Jos Gregorio Cayuela
Fernndez, La creacin de nobleza en Cuba durante el siglo xix.
Marcos Winocur, La burguesa azucarera cubana. Estructura
capitalista y definicin poltica en la coyuntura insu rreccional de
1952-1959. Clia Caellas y Rosa Toran, La representacin poltica de
Barcelona bajo el signo caciquil Jos Carlos Rueda Laffond, Antonio
Maura: Las pautas inversionistas de un miembro de la lite poltica
de la Restauracin. LIBROS: Jean-Louis Guerea, Hacia una historia
sociocultural de las clases populares en Espaa (1840-1920). NOTAS:
Josep Torr, 1r Congrs d rqueologia Industrial del Pas Valenci. .e
A
LOS DISCURSOS DE LA CLANDESTINIDAD EN EL ANARQUISMO DEL XIXClara
E. Lida
E n una extensa carta indita a varios hermanos internacionales,
entre ellos a algunos de Espaa, Pierre Kropotkin escriba pocas
semanas antes del Congreso secreto de Londres, de julio de 1881:
Creo que nos hacen falta dos organizaciones, una abierta, amplia,
fun cionando a la luz del da; la otra secreta, de accin (p. 5). La
primera estara activa donde le fuera permitido, pero en vez de
ocuparse de poltica lo hara de las huelgas: sera una organizacin de
resistencia, una Internationale grviste . La otra deba ser ntima,
frater nal, secreta, formada por uno o dos hombres en cada ciudad
que sirvieran de ncleo de los grupos secretos (p. 8). stos se
encargaran de organizar la "conspiracin obrera , es decir, volar
una fbrica, tranquilizar a un patrn, etc., etc., lo cual
reemplazara ventajo samente la propaganda de cualquier congreso (p.
9). Para esto -contina Kropotkin-, se deba recurrir a los grupos
secretos que ya existan en pases como Italia, Francia, Espaa y
Alemania (p. 5), estrechar los lazos internacionales, tambin
secretos (p. 10), y reforzar los grupos intemacionalistas
clandestinos con los jvenes activos, buenos conspiradores y hombres
de accin, que todos los das surgan en esos lugares (p. 11). 1 Este
documento casi desconocido de Kropotkin es algo ms que el
testimonio casual de una preocupacin momentnea. El texto, como
tantos otros que forman un abundante, aunque disperso, corpus de y
sobre la clandestinidad, por una parte, est surcado por un hilo
conductor que enlaza el discurso desarrollado por los lderes de las
organizaciones anarquistas internacionales con el de los annimos
militantes de minsculos grupos loca les. Por otra, plantea dos
discursos tcticos cuya aparente contradiccin haba que resol ver:
lucha poltica frente a resistencia econmica, violencia
revolucionaria o accin sindi cal, organizacin pblica o secreta,
ncleos locales aislados o integrados asociaciones nacionales e
internacionales. Mi propsito es interpretar estos discursos y
reconstruir las claves que los sustentan. Para ello, me propongo
aqu empezar por descifrar los discursos
1 Traduzco y gloso del manuscrito original de Kropotkin, en
francs, que se encuentra en el Internationaal Instituut voor
Sociale Geschiedenis (IISG), Archiv Nettlau, Rond AIT, s.f., 11 pp.
Max Nettlau public una tra duccin al italiano en su Kropotkin,
Malatesta e il Congresso interaazionale socialista rivoluzionario
di Londra del 1881, Studi Sociali (Montevideo), n.0 28 (4-XII-1933)
y 29 (21-IV-1934). En esta misma carta, la fraterni 8 dad secreta,
encabezada por Kropotkin, aparece formada por Errico Malatesta,
Cario Caero, Louis Pindy, Adhmar Schwitzgubel, Toms Gonzlez Morago
y un tal Rodrguez (p. 10). Segn sabemos, este alias encubri,
primero, a Jos Garca Vias y, luego, cuando ste se retir de la
fraternidad, en 1880, se refiri a Trinidad Soriano. Historia
Social, n. 17, otoo 1993, pp. 63-74.
63
de los pequeos grupos secretos que se mantuvieron activos en
Espaa, a pesar de la pros cripcin que se decret al caer la Primera
Repblica. La gran mayora de los historiadores que han reconstruido
la experiencia anarquista peninsular desde la creacin de la
Federacin Regional Espaola, en junio de 1870, hasta el
desmoronamiento de la Federacin de Trabajadores de la Regin Espaola
-en el lustro que va desde la Mano Negra, en 1883, y su disolucin
definitiva, en 1888-, han privilegia do los escasos perodos de
legalidad y de explosin en los que la voz de la clase obrera se
escuchaba ms abiertamente. Sin embargo, cuando sumamos y restamos,
advertimos que de esos dieciocho aos, los anarquistas pudieron
actuar de una manera plenamente pblica y legal slo tres, de un modo
ilegal y semiclandestino, despus de la Comuna de Pars, dos aos y
hostigados y reprimidos de facto, so pretexto de la Mano Negra,
durante media d cada. En cambio, a lo largo de los casi ocho aos
restantes, de enero de 1874 a septiembre de 1881, sufrieron la
proscripcin ms absoluta, sumidos en la clandestinidad total. 2 Casi
todos los estudios sobre el movimiento anarquista espaol -y, justo
es decirlo, tambin sobre el de muchos otros pases- se han limitado
a esos raros y excepcionales momentos en que el lenguaje y los
actos fluan en un espacio legal y pblico que normalmente les es
taba vedado. Salvo muy contados casos, gran parte de la
historiografa sobre el anarquis mo no ha penetrado en esa larga
historia que transcurri al filo de las candilejas o en la os
curidad, como si lo marginal, lo clandestino, lo secreto fuera
indescifrable o careciera de significado. No me cabe duda que las
acciones manifiestas y explcitas son esenciales para com prender el
fenmeno anarquista, pero stas son slo una parte cuya importancia no
valora remos cabalmente sino cuando conozcamos el todo. Para
estudiar la primera etapa del anarquismo espaol del xix, es
indispensable iluminar las experiencias que tambin se desarrollaban
al margen de las manifestaciones pblicas, aunque su discurso todava
hoy est oscurecido por proposiciones incompletas, por lenguajes,
imgenes y actos impreci sos, oculto en unas fuentes que no slo son
abrumadoramente fragmentarias sino volunta riamente crpticas y
perifrsticas. Debe quedar claro que al referirme al discurso no me
reduzco a lo hablado o a lo es crito, sino que entiendo la
comunicacin como una amplia gama de formas y manifesta ciones que
tambin incluyen, entre otras, prcticas organizativas, gestos
rituales, tradicio nes locales y una variedad de acciones que
pueden ir desde la violencia social hasta la solidaridad colectiva.
Pienso en los discursos de la clandestinidad en este sentido amplio
que incorpora diversos significados y facetas: no slo como las
proposiciones tericas o los lenguajes cuyas palabras y smbolos
abordan el tema, sino, adems, como una suma de gestos, acciones y
valores colectivos.3 Nuestra meta aqu es precisa: reconocer estas
for mas de comunicacin y establecer su significado. Es decir,
desentraar el discurso, lo que equivale a la suma de discursos
varios, partiendo de la premisa fundamental de que toda comunicacin
y todo lenguaje, aun el de la clandestinidad, son y pueden ser
descifrables.2 Fueron legales de junio de 1870 a enero del 72,
cuando Sagasta los declar fuera de la ley, y de sep tiembre de 1881
a la primavera de 1883, antes de la represin de la Mano Negra.
Permanecieron en la semiclandestinidad despus de la Comuna, de
enero de 1872 a enero del 74. En Andaluca, los anarquistas fueron
hosti gados y reprimidos desde la Mano Negra hasta la disolucin de
la FTRE, en 1888. Para este ltimo perodo vase mi artculo Del
reparto agrario a la huelga anarquista de 1883, en El movimiento
obrero en la historia de Cdiz, Cdiz, Diputacin Provincial, 1988,
pp. 127-161. 3 En este sentido vanse los sugerentes trabajos de
Iurii M. L o t m a n et ai, en The Semiotics o f Russian Cultural
History, Ithaca, N.Y., Comell University Press, 1985; muy
especialmente: I. M. L o t m a n , The Decembrist in Daily Life
(Everyday Behavior as a Historical-Psychological Category), pp.
95-149. Agradezco a Iris M. Zavala esta referencia. Tambin es
fundamental el brillante estudio de William H . S e w e l l , Work
and Revolution in France. The Language o f Labor from the Old
Regime to 1848, Cambridge, Cambridge University Press, 1980 [trad.
al espaol en 1992].
64
Para esto, quisiera examinar tres temas centrales: a) el de la
comunicacin secreta como una forma expresiva racional y eficaz: t)
el de la capacidad integradora del discur so clandestino desde el
nivel local hasta el internacional y, por ltimo, c) el de la
imbrica cin ntima del grupo con la cultura de su comunidad y la
ideologa de su clase. Como tambin veremos, stos no son los nicos
elementos distintivos de estos discursos, pero creo que son
esenciales para delinear un modelo que nos permita analizar la
clandestini dad con un enfoque terico y metodolgico hasta ahora
ausente en el estudio histrico del anarquismo.
I Importa tener presente que la clandestinidad anarquista surgi
como una respuesta premeditada, prctica, racional y efectiva a la
violencia y represin legalizadas. Frente a una persecucin
sistemtica, el secreto se planteaba de manera razonada, como la
alterna tiva menos vulnerable a la penetracin del poder y de la
fuerza. Es decir, la clandestinidad fue una tctica consciente de
resistencia contra los crecientes mecanismos de coercin del Estado
y de quienes lo sostenan. Con un lenguaje que anticipaba el de la
clandestinidad, lo expresaba en septiembre de 1873 la Comisin
Federal, en vista de que se recrudecan las persecuciones contra la
Internacional a raz del levantamiento de Alcoy: si no se per mite
reunirse a la luz del sol, deben reunirse a la sombra. 4 Menos de
dos semanas ms tarde, ante la firme represin de Sanlcar de
Barrameda, el secretario de la Comisin Fe deral, Francisco Toms, lo
repeta con grfica claridad: si no os fuese permitido reuniros en
Asambleas pblicas, hacedlas secretas. Al efecto conviene reunirse y
organizarse en grupos de diez individuos que puedan reunirse en
cualquier parte, hasta en las barbas del burgus. 5 sta no era una
consigna puramente retrica, sino un llamado prctico a la reorgani
zacin clandestina de la Federacin en pequeas unidades que pudieran
sobrevivir a pesar de la contraccin de los espacios polticos
pblicos despus del fracaso federalista del 73 y de la proscripcin
de la Internacional, en enero de 1874. No nos cabe duda que esa
consig na se sigui al pie de la letra, especialmente en regiones
donde la represin poltica estaba aunada a la social. Slo as
comenzaremos a entender cmo, a pesar de la ms absoluta
clandestinidad a partir de 1874, el anarquismo pudo mantener su
ascendencia sobre el mo vimiento obrero en determinados centros
manufactureros y zonas agrourbanas, prctica mente sin ceder
espacios organizativos, y por qu, en 1881, pudo volver a la vida
pblica con el nmero de sus seguidores multiplicado. En este sentido
hubo una clara geografa de la clandestinidad. En ciertas zonas manu
factureras, los obreros pudieron continuar asociados pblicamente
-mientras no fuera con fines polticos explcitos-, tolerados por el
juego mismo del capital y el trabajo, y defender posiciones
econmicas as como mantener la cohesin y movilizacin gremial o
sindical colectivas,6 tal y como, en 1881, lo haba percibido
Kropotkin. En cambio, en otros luga4 Circular n. 30 de La Comisin
Federal a las federaciones locales, Federacin Regional Espaola de
la Asociacin Internacional de los Trabajadores, 12-IX-1873, en
Archives de la Prfecture de Plice, Pars [en adelante, APP], B
a/437, ff. 3128-3129. 5 Carta del 23-IX-1873, citada por Clara E. L
id a , La Mano Negra. Anarquismo agrario en Andaluca, Madrid, ZYX,
1972, p. 37, n. 25. Consltese la versin inglesa de este estudio, ya
que la edicin espaola fue censurada bajo el franquismo,
naturalmente sin autorizacin de la autora: Agrarian Anarchism in
Andalusia. Documents on the Mano Negra, International Review o f
Social History, XIV (1969), pp. 315-352. 6 Ver las Observations
gnrales, en unos inditos Estatutos de la Federacin Regional Espaola
es critos en francs (sin ttulo), fechados en St. Imier el
28-X-1878, que se encuentran en APP, B a/437, f. 3192:
65
res de economa menos desarrollada, esta vida pblica fue
prcticamente imposible. Los trabajadores de pequeas reas urbanas y
del campo no slo carecan de un espacio sindi cal definido, sino
que, por el carcter mismo de sus aspiraciones -colectivizacin de la
tie rra y los talleres, del trabajo y de su producto, abolicin de
la propiedad y sus privilegios, defensa de la organizacin del
trabajo- chocaban ms directamente con los intereses eco nmicos de
las oligarquas agrarias locales y nacionales. En estos universos
desiguales, los pequeos grupos exigan y defendan la autonoma y la
libertad de accin y cumplan con la consigna de la Comisin Federal
de reorganizarse en grupos de diez. Esta forma de organizacin
clandestina en decurias, cada una a cargo de un decurial, no fije
original del anarquismo, sino que se nutra de una tradicin
organizativa que, en el siglo xix, se remonta a las logias masnicas
y carbonarias,7pero que ya en el antiguo rgi men tena su origen
inmediato en las hermandades y los gremios.8 Al desaparecer la In
ternacional en Espaa y acentuarse la contraccin de los espacios
pblicos, los anarquistas se aprestaron a resistir en secreto,
recuperando del pasado expresiones organizativas cuya vitalidad se
haba probado al sobrevivir los siglos. Esta mezcla de modernidad y
antiguo rgimen qued plasmada, por ejemplo, en las pequeas
asociaciones anarquistas andalu zas, como lo he podido comprobar
ahora que estudio en detalle la llamada Mano Negra y su poca. En
esta minscula agrupacin clandestina (en la que de los diecisis
acusados de pertenecer a ella, catorce estaban afiliados a la
Federacin anarquista de San Jos del Valle), uno de sus supuestos
jefes tena, precisamente, la funcin de decurial o jefe de grupo, en
tanto otros compaeros reconocan pertenecer a un grupo que llamaban
decu ria. 9 Si ahora volvemos a la cita previa: organizarse en
grupos de diez individuos, vemos cmo la frase recobra su sentido
literal al descubrir que la organizacin bsica, caracters tica de
estos pequeos grupos locales, en efecto, tenda a ser en decurias. A
su vez, la ima gen reunirse [... ] hasta en las barbas del burgus,
no era solamente una expresin irre verente, sino un uso metafrico
que en el discurso de la clandestinidad adquiere un significado
directo. En otras palabras, para los anarquistas era imprescindible
que la pequeez y el secreto los protegieran de la represin
instrumentada por los intereses del burgus y, a la vez, les
permitiera actuar frente hasta en las barbas de quienes contro
laban la fuerza. Para ello era fundamental que dicho burgus y su
clase quedaran impo tentes ante los grupos que se valan del
misterio para evitar que nadie penetrara en sus mi nsculos pero
efectivos laberintos, invisibles para todos menos para los
iniciados.
66
[... ] la coopration de consommation produisant des rsultats
rguliers et foumisant lAssociation Internatio nale un moyen commode
pour permettre de runir publiquement un nombre considrable de
compagnons sans veiller la surveillance de la police, les socits de
coopration de consommation doivent tre encourages, ainsi que la
propagande clandestine au moyen de feuilles volants. 7 Vase el
estudio pionero de Iris M. Z a v a l a , Masones, comuneros y
carbonarios, Madrid, Siglo XXI, 1971. Adems, mi Anarquismo y
revolucin en la Espaa del x lx , Madrid, Siglo XXI, 1972. 8 Vase S
e w e l l , op. cit. Cf. adems Natalie Zemon D a v is , Society and
Culture in Early Modern France, Stanford, Stanford University
Press, 1975. Se echan de menos para Espaa estudios semejantes sobre
los gre mios y otras corporaciones del antiguo rgimen, as como
sobre sus miembros. 9 Los procesos de la Mano Negra. II: Audiencia
de Jerez de la Frontera. Proceso contra [...] por el asesi nato del
Blanco de Benaocaz. Sumario. Juicio oral Sentencia [en adelante,
Proceso], Madrid, Imprenta de la Revista de Legislacin, 1883, pp.
62, 183, passim.
II Esta tctica de la organizacin secreta en pequeos ncleos
requiere de algo ms que de grupsculos aislados. Para que la
clandestinidad no se convierta en un discurso cerrado, enrarecido
por meros lenguajes tradicionales y por rituales secretos, y para
que cumpla una funcin poltica dinmica, es imprescindible su
permanente articulacin e intercam bio con los discursos de grupos
externos, tanto regionales como nacionales e internaciona les. Esto
lo percibi con claridad la Federacin anarquista espaola que, a lo
largo de sus aos de vida subterrnea, mantuvo una actividad
permanente para evitar que la Internacio nal desapareciera de la
Pennsula. La comunicacin entre los diversos grupos se asegur al
sustituir los congresos federales por conferencias comarcales
secretas que mantuvieran el estrecho contacto entre las provincias
de una misma regin y de las regiones entre s y con el exterior. En
el caso particular de Andaluca, por ejemplo, se crearon dos
comarcas, una del Este y otra del Oeste, para organizar mejor las
provincias ms numerosas en militantes, como Cdiz y Sevilla. Esta
reordenacin no fue fortuita ni implic -como han credo algu nos- el
centrifugalismo y el debilitamiento. Por el contrario, respondi a
una estrategia de lucha basada en la prctica militante, ajustada a
las realidades de cada localidad y de cada comarca y, a la vez, en
el intercambio continuo de informacin terica y doctrinal, a travs
de una organizacin bien articulada que posibilitara la difusin del
discurso anarquista. Este objetivo se expres con lenguaje claro en
los Estatutos secretos aprobados por las conferencias comarcales de
1875, y ratificados anualmente, hasta 1880.1 En ellos se 0
manifiesta la necesidad de los anarquistas espaoles de mantener una
propaganda activa de sus principios dentro de una organizacin
secreta que, adems, provea el refugio de una unin estrechsima, y
guarde una gran circunspeccin en la manera de obrar que pueda
evitar [... ] todo gnero de violencias [... ] por los brbaros
gobernantes (pp. 1-2). Algo semejante recogieron otros Estatutos de
1878 que hasta ahora permanecen inditos, que la Federacin Regional
Espaola envi a la Oficina Federal de la Asociacin Interna cional de
los Trabajadores, en Saint-Imier.1 En ellos se subrayaba la ntima y
continua re 1 lacin de la organizacin internacional con la espaola
secreta (artculo XIX). En sntesis, se puede decir que desde
mediados de los 70, las conferencias comarcales clandestinas en
Espaa fueron uno de los vehculos que de modo ms activo
contribuyeron a desarrollar los discursos que encauzaran este
intercambio permanente de ideas y prcticas polticas y las
expresaran en un lenguaje comn, aunque, desde luego, no nico. En
esos aos abundaron, adems, otras formas de comunicacin, tales como
folletos, hojas sueltas, manifiestos y circulares, en los que los
propios militantes desempeaban un papel discursivo central como
autores, corresponsales y lectores. Algo semejante sucedi con las
publicaciones peridicas clandestinas, en su mayora efmeras -aunque
algunas, como El Orden, alcanzaron ms de sesenta nmeros entre 1875
y 78, y como El Municipio Libre, que de 1878 a 1880 lanz once
nmeros en menos de un ao. En ellas, por medio de artculos, cartas y
noticias, se difundan ideas sobre la propiedad y la organizacin del
trabajo, sobre la clandestinidad y el movimiento obrero nacional e
internacional, sobre la represin y la lucha revolucionaria, que los
obreros de campos, aldeas, pueblos y ciudades debatan y explicaban.
Es decir, a travs de la palabra impresa se ampliaron y precisaron
el universo intelectual y el discurso ideolgico del anarquismo
decimonnico.1 Cito del todava indito original espaol que se
encuentra en el IISG: Asosiacin [sic] Internacional de 0 los
Trabajadores. Federacin Regional Espaola. Estatutos aprobados por
las conferencias comarcales de 1875 y reformados por las de 1876,
1877, 1878, 1879 y 1880, 11 pp., ms. incompleto. Lo public, pero
traducido al francs, Rene Lamberet en Max N e t tl a u , La Premire
Internationale en Espagne (1868-1888), Dordrecht, D . Reidel, pp.
318-323. 1 APP, B a/437, ff. 3189-3192. 1
67
Sin temor a alejarnos del tema, importa subrayar que, contra lo
que tradicionalmente se ha afirmado, lo anterior denota un alto
nivel de escritura y, sobre todo, de lectura indivi dual o
colectiva dentro de los grupos anarquistas. Esto, que suele pasar
desapercibido o que, incluso, a menudo es negado, lo he podido
verificar muy especialmente al reexaminar la Mano Negra. En este
caso, de los diecisis hombres del campo jerezano acusados de
asesinato, ocho declararon saber leer y escribir, uno leer pero no
escribir y tres no saber leer -por lo cual suponemos que tampoco
saban escribir.1 Carecemos de datos precisos 2 sobre los cuatro
restantes, pero todos afirmaban que haban odo a sus compaeros
leerles textos de diversa ndole (cartas, estatutos, comunicaciones,
peridicos). Es decir, ms del 50 % de esos campesinos andaluces eran
alfabetos y solamente menos del 25 % declarada mente analfabetos,
aunque todos participaban como escuchas cuando en las reuniones del
grupo se realizaban lecturas en voz alta. Una tendencia semejante,
aunque ms acentuada, la he observado en el primer tercio del siglo
xx al resear un libro reciente de J. Mintz sobre los anarquistas de
Casas Viejas. Mientras su propio autor los califica de campesinos
iletrados e ignorantes, los testimonios orales que el mismo Mintz
recogi de los sobrevivientes de la masacre de 1933 desmien ten esta
visin estereotipada que este autor proporciona sobre el jornalero
anarquista y le revelan al lector atento otra realidad. De los 37
participantes en esta sublevacin que fue ron identificados por los
informantes citados en el libro, 25 resultaron alfabetos, 3 analfa
betos, en tanto que de los otros 9 no se dan datos claros. Es
decir, cerca del 68 % era letra do, 8 % iletrado y el 24 % restante
indefinido.1 La cercana coincidencia de estos datos 3 en dos
momentos histricos diferentes nos debiera obligar a reflexionar
seriamente sobre cul era, realmente, la cultura de la clase que
estudiamos. Es cierto que en una sociedad como la espaola del xix,
ampliamente analfabeta, los trabajadores ms o menos letrados eran
una verdadera minora, pero dentro de sta, los anarquistas
descollaron desde muy temprano, tanto durante los breves momentos
de organizacin pblica, cuanto en los lar gos aos de la
clandestinidad, por su ambicin de aprehender -y de aprender!- un
lengua je cuyos instrumentos -la palabra escrita y la leda- les
haban estado tradicionalmente ve dados. La conciencia de los
anarquistas de que la alfabetizacin no deba ser patrimonio de otros
les permiti oponer al discurso dominante su propio discurso y
desarrollar instru mentos de comunicacin ms elaborados dentro de su
propia clase, ms all del horizonte local. Para comprender el
desarrollo ideolgico del anarquismo espaol, tambin habr que
reconocer que los discursos de los grupos anarquistas peninsulares
se articularon continua mente con los de otros grupos fuera de
Espaa. Podemos afirmar que no slo fueron im portantes la
organizacin local y la nacional, sino que lo fueron, adems, la
constante con ciencia y participacin intemacionalistas que
impidieron el aislamiento del anarquismo espaol frente al resto de
Europa, donde tambin se desarrollaban discursos tericos y tc ticos
sobre la clandestinidad. Claro est que cuando stos llegaban a los
grupos locales, eran reelaborados por quienes, al recibirlos, los
reinterpretaban y adaptaban a su propio discurso. En otros pases,
aunque el anarquismo tambin sufra persecuciones a raz de la Co muna
de Pars, la actividad clandestina tampoco cej en ellos. Es ms,
gracias a la excep cional libertad de asociacin que reinaba en
lugares como Inglaterra y Suiza, emigrados de diversos pases ah
refugiados pudieron mantener activa su tradicin intemacionalista y1
Proceso, pp. 62, 69, passim. 2 1 Vase mi resea sobre Jerome R. M in
t z , The Anarchists o f Casas Viejas, Chicago, Chicago University
3 Press, 1982, en The American Historical Review, 5 (1983), pp.
1276-1277 y mi intercambio con el autor en la seccin Communications
de la misma revista, en 1 (1985), pp. 270-271.
68
69
difundir publicaciones revolucionarias que, por conductos
subterrneos, llegaban a los rin cones ms recnditos de Europa y de
Amrica. Por otra parte, en Londres y, sobre todo, en la Suiza
francesa, se realizaban conferencias y congresos obreros pblicos y
secretos a los que, a pesar de las dificultades reinantes, acudan
delegados de Espaa y de otros pases para revisar o reformular los
principios tericos y los mecanismos de propaganda activa. En otras
pginas he investigado el mal estudiado Congreso secreto de Londres
de 1881, que mencion al comenzar estas pginas.1 En l se reuni la
flor y nata del revoluciona4 rismo europeo e, incluso, de Amrica y
su importancia en reorientar el pensamiento y la prctica
anarquistas revolucionarias fue de enorme trascendencia, gracias,
sobre todo, a la labor de Pierre Kropotkin, de Errico Malatesta y
de sus hermanos internacionales. All, por ejemplo, descubr que
participaron dos delegados espaoles, cuando hasta ahora se pensaba
que ninguno o, si acaso, slo un espaol residente en Inglaterra,
haba estado en Londres. En efecto, bajo los nmeros 8 y 14, que
ocultaban su verdadera identidad, actua ban un antiguo comunalista
lions, refugiado en Barcelona, muy activo en la Federacin espaola y
miembro de su Comisin directiva, Emmanuel Manuel Fournier, y un
joven obrero cataln, amigo de Kropotkin, Estanislao Santiago
Figueras. En este como en otros congresos y conferencias secretas
internacionales de los aos 70 y 80, la presencia de anarquistas
espaoles era una realidad que ya es inexcusable negar y que consta
amplia mente en los archivos de distintos pases. As, podemos
verificar que a travs de una am plia red internacional, el discurso
que se elaboraba en esos centros de organizacin anar quista se
difunda a diversos puntos, entre ellos a Espaa. Durante esos aos, a
raz del intenso intercambio y participacin intemacionalistas, la
preocupacin por aunar el discurso terico con el prctico fue ganando
terreno dentro del anarquismo. Esto dio lugar al surgimiento, entre
ciertos grupos de la Europa agraria y me ridional, de una doctrina
conocida como propaganda por el hecho, cuya meta consista en
difundir activamente la ideologa anarquista y la conciencia de
clase a travs de la lucha y los actos revolucionarios. En Espaa,
dentro del contexto represivo de los primeros aos de la
Restauracin, la propaganda por el hecho -o propaganda activa y de
accin re volucionaria o de guerra, como prefieren decir los
Estatutos ya citados (cf. Consideran do y art 5.)-1 fue, sin duda,
una manifestacin del discurso anarquista respecto a la 5 lucha de
clases. A medida que ste se expandi, especialmente en las zonas
rurales o esca samente industrializadas, la accin directa y la
violencia revolucionaria colectiva se inte graron al discurso
ideolgico y poltico del anarquismo decimonnico, como estrategia de
negociacin colectiva en ausencia de espacios sindicales, y formaron
parte esencial del lenguaje cotidiano de la clandestinidad, con sus
subterrneas pero tenaces luchas.1 6
70
1 Sobre este congreso vase mi Mxico y el internacionalismo
clandestino del ochocientos, en El traba 4 jo y los trabajadores en
la historia de Mxico, El Colegio de Mxico-University of Arizona
Press, Mxico, D. F. - Tucson, 1979, pp. 879-883. Trat ms
extensamente el tema en mi ponencia plenaria para el Simposio de
historiadores hispano-luso-norteamericanos, organizados en Madrid
en junio de 1985. Las Actas inditas de este encuentro estn, desde
1986, en manos de sus organizadores: Manuel Espadas Burgos y Ellen
G . Friedman. Sobre este congreso vase de Teresa A b el l i G e l l
, Les relacions intemacionals de l anarquisme catal (1881-1914),
Barcelona, Edicions 62, 1987, pp. 21-43; tengo en preparacin un
estudio extenso sobre el signifi cado de este Congreso, ampliando
los datos conocidos hasta ahora. 1 Vase el documento mencionado en
la nota 6, supra. 5 1 Sobre la prctica clandestina y su discurso
vanse dos avances en Los mecanismos de la clandestinidad 6
anarquista en la Espaa del xix, en De la ilustracin al
romanticismo. III Encuentro: Ideas y movimientos clandestinos,
Cdiz, Universidad de Cdiz, 1988, pp. 177-186 y Clandestinidad y
cultura en el discurso anar quista, Revista de Occidente, 129
(febr. 1992), pp. 112-129.
III Hemos visto que la existencia secreta exige la comunicacin
continua de los peque os grupos entre s y de stos, en crculos
concntricos, con organizaciones ms amplias, hasta llegar a las
internacionales. Sin embargo, quiero subrayar que, a la inversa,
esta vida clandestina tambin requiere de una estrecha cercana a la
cultura tradicional de sus miembros, pues slo esta integracin puede
legitimar los discursos clandestinos al imbri carlos con los de la
comunidad. Las normas de conducta y de solidaridad que guiaban a
los anarquistas rara vez estaban escritas, pero su prctica formaba
parte de una longeva tradicin de hermandad comunal, traducida ahora
a la fraternidad de la clase. En los documentos que han logrado
sobrevivir el secreto de aquellos aos, observamos un discurso
recurrente sobre la vida municipal, con sus autonomas y tradiciones
comunita rias. As, en un Programa secreto para las conferencias
comarcales, vemos el nfasis en la solidaridad comunal con los
intiles para el trabajo -los viejos, los enfermos, los dbi les-; en
la instruccin y su aplicacin conveniente en la localidad; en la
responsabilidad mutua y la obligacin de repartir las cargas pblicas
entre los adultos capaces.1 Es decir, 7 en este como en otros
casos, constatamos una continua preocupacin por las formas demo
crticas de participacin, expresadas en actos y lenguajes diversos.
En fin, en las mltiples manifestaciones en favor de la solidaridad
comunal reconocemos discursos colectivos cuya base era una idea
justiciera de que las obligaciones mutuas, el consenso y el bien
comn de ban traducirse a inquebrantables y apasionadas categoras
polticas y morales. En su vinculacin con la cultura colectiva, los
anarquistas tambin recurrieron a los smbolos y formas que haban
formado parte de discursos clandestinos tradicionales. En este
aspecto, la tradicin ritual de oscuras ceremonias de iniciacin,
propias de las corpo raciones del antiguo rgimen, se eslabonaron
con diversas asociaciones decimonnicas hasta llegar al anarquismo.
Toda una familia de gestos simblicos sobrevivi durante el siglo xix
a fuerza de haber estado omnipresente en el mltiple universo
comunitario de los siglos anteriores, desde las cofradas de
artesanos hasta las congregaciones religiosas, desde las
fraternidades universitarias hasta las rdenes militares.1 Entre los
anarquistas de 8 Espaa y del resto de Europa, uno tras otro
testimonio nos permite recoger elementos tra dicionales tan
variados como el uso de apodos, de nombres falsos y de guerra (/
malfattori e I farabutti en Italia, Les affams, Les rvolts y Les
incendiaires en Francia, The Invincibles, en Irlanda, Los
desheredados y Los pelaos en Andaluca); la utilizacin de
misteriosos nmeros e iniciales para encubrir la identidad de sus
miembros (La Mano Negra), o crpticos santos y seas que intentaban
proteger la seguridad del ncleo. En los estremecedores sellos e
insignias que he encontrado aqu y all encabezando documentos
diversos, como la calavera del cartel de Lyon "Mort aux voleurs! el
pual de Los Inven , cibles irlandeses, la antorcha y el pual en
cruz de Los desheredados1 o el pual solo del 9 Programa para los
grupos revolucionarios de Espaa, que acabo de descubrir,2 desvela 0
mos las tradicionales representaciones alegricas de la suerte de
todo traidor. En sntesis, en las prcticas clandestinas de un
moderno movimiento revolucionario, recogemos la pervivencia de
discursos rituales que en siglos anteriores caracterizaba a grupos
cerrados, al margen de las normas.
1 Vase el Programa de realizacin prctica inmediata aprobado por
las Conferencias, citado en mis 7 Antecedentes y desarrollo del
movimiento obrero espaol (1835-1888), Madrid, Siglo XXI, 1973, pp.
416-418. 1 Para los compagnonnages en Francia en vsperas de la
Revolucin de 1789, vase el libro de Sewell. 8 1 Cf. mi La Mano
Negra, p. 60. 9 2 Archivo General Militar, 2.a 3.a, Leg. 23, con
las iniciales C.D.R. sobre el pual que, dentro de un sello 0
ovalado, encabeza el documento.
71
72
En el recurso a la tradicin del secreto juramentado podemos
observar otra vincula cin entre lo antiguo y lo moderno durante la
clandestinidad anarquista. Ya sabemos que en el antiguo rgimen este
tipo de ceremonia de iniciacin la practicaron asociaciones de todo
tipo, incluyendo los gremios. Con los masones y otras sociedades
secretas conspira doras de la primera mitad del xix, esta tradicin
de los juramentos secretos se comenz a transformar en la de
juramentos de secreto, acompaados de severos castigos para quienes
los rompieran. Este cambio en el discurso juramentado lo recogi el
anarquismo. La no cin de castigar a cualquiera que revelara la
existencia [del] grupo o manifieste algunos de sus acuerdos y deje
de realizar el hecho a que se haya comprometido, segn reza el
mencionado Programa para los grupos revolucionarios de Espaa, se
convirti en una expresin de la necesidad de proteccin mutua para
todos los confabulados. Esto, sumado al sello con un pual, que
encabeza el documento, era un evidente recurso simblico que refera
a un pacto secreto que -al menos metafricamente- slo la muerte
debera quebrar. Esta severidad retrica se relacionaba con otro
discurso cuyas constantes eran la tradi cin del respeto y del honor
en la familia. Comprometer al ncleo era una afrenta tan grave como
la deshonra de los propios familiares, ya que los miembros del
grupo tambin se perciban a s mismos como hermanos de una sola
familia, aunque en este caso poltica. Este nfasis en un vnculo
fraternal, tan caro a las hermandades del antiguo rgimen, a la
masonera y a los carbonarios, entre otros, reaparece en el
anarquismo europeo desde los primeros escritos de Bakunin. Espaa
nunca qued al margen de esta nocin de fraterni dad intemacionalista
y entre muchos de sus anarquistas la idea de la familia poltica se
en treteji con los valores tradicionales de la honra familiar. Los
ancestrales cdigos sociales segn los cuales manchar el honor de una
familia se poda pagar hasta con la vida, tan vivos all como en
muchas otras sociedades agrarias, se enlazaron con el discurso
poltico
anarquista de castigar a los juramentados que traicionaran a sus
hermanos. As, lo personal y lo social se integraban en un apretado
tejido poltico. Este complejo entramado lo he podido verificar al
volver ahora sobre la Mano Negra. En un raro documento relacionado
con esta misteriosa asociacin que di a conocer hace varios aos, se
estableca, al igual que en el Programa que acabo de citar, que el
que vio lara el secreto del grupo podra ser castigado hasta con la
muerte. Algunos han querido ver en testimonios como ste la mano
malvola de la polica para desacreditar a los anarquis tas y han
cuestionado su autenticidad, precisamente por este llamado al
castigo extremo, que consideraban inverosmil, sin esforzarse por
descifrar el variado discurso simblico sobre el secreto, la familia
y el honor presente en el anarquismo. Esta visin revela, entre
otras cosas, ignorancia de la larga tradicin de castigar a los
juramentados que rompieran el secreto, as como de otra igualmente
longeva de lavar la deshonra de una familia con sangre, que tan
plasmada ha quedado, entre otras partes, en toda la literatura
espaola. La fuerza de estas tradiciones la encontramos de manera
excepcionalmente clara al leer los procesos celebrados contra los
supuestos miembros de la Mano Negra acusados de haber matado a uno
de sus compaeros, apodado el Blanco de Benaocaz. Segn uno de los
culpados, aqul haba mancillado la familia de otro compaero y, con
esta conducta des honrosa, afrentado al grupo cuyos principios
morales haba traicionado. Hoy, nuestro dis curso moral rechaza
cualquier justificacin para matar a un semejante, pero quin nos
asegura que el nuestro sea el mismo discurso moral que el de hace
cien aos, entre los gru pos que estudiamos? La respuesta se nos
aparece al avanzar en la lectura del Proceso. Cul no ser nuestro
estupor cuando el propio padre de la vctima, a la par que llora su
probable muerte, declara que si su hijo alguna vez le hubiera
faltado al respeto, l mismo lo habra matado. As, en un dramtico
dilogo, responde con firmeza e indignacin al fiscal que le pregunta
si el hijo alguna vez lo deshonr: A m? C! No seor. Qu disparate! Yo
soy hombre que si me faltara un hijo el [sic] respeto le mataba; s
seor; porque mi padre me cri a m muy bien y yo tambin he educado
como Dios manda a mis nios, y antes que me faltaran, o los mataba o
ellos me mataban a m (Proceso, p. 190). En medio de un juicio
pblico para condenar a los supuestos asesinos del Blanco, su hijo,
el padre reclama el derecho sobre su vida y habla de matarlo si ste
hubiera violado ances trales normas de conducta. Y todo esto sin
despertar el ms mnimo reparo de jueces, abo gados, testigos,
acusados ni pblico. Creo que este ejemplo nos da una clave que
permite comprender mejor algunos de los elementos que conformaban
una largusima tradicin de relaciones sociales basadas en
centenarios cdigos de honor. Las normas que en una sociedad regan a
todos sus miem bros eran conservadas y trasmitidas por individuos y
grupos, consanguneos o no, a travs de un complejo discurso moral en
el que se entretejan costumbres, smbolos y ritos que se imbricaban
estrechamente con la cultura tradicional de la comunidad. Lejos de
estar divor ciados de las realidades de su sociedad, los
intemacionalistas espaoles estuvieron ntima mente ligados a ella y
su discurso nunca fue ajeno al idioma de sus tradiciones. Al desci
frar la clandestinidad, se nos revela por primera vez un aspecto
del anarquismo que hasta ahora ha pasado desapercibido: su
sorprendente capacidad por integrar la moral colectiva de una
cultura local a la ideologa internacional de la clase. Si bien en
sus cdigos de con ducta los anarquistas se mantuvieron dentro de un
universo de creencias tradicionales, su singular capacidad de
incorporar estos valores comunitarios a un sistema de ideas y prcti
cas propias de su clase les permiti, de modo nico en la historia
del siglo xix, integrar lenguajes antiguos a un moderno discurso
poltico.* * *
73
Para concluir, quisiera retomar algunas de las lneas que hemos
trazado hasta aqu. Ante todo, debe quedar claro que a diferencia de
otras organizaciones secretas anteriores, el xito de la
clandestinidad anarquista no consisti solamente en sobrevivir los
aos de persecucin, sino en llegar hasta la legalidad de 1881 con su
organizacin a salvo y num ricamente multiplicada, especialmente en
Andaluca. Pienso que, en gran medida, este triunfo se debi a la
capacidad del anarquismo de ampliar sus espacios de accin a zonas
hasta entonces poco atendidas por otros movimientos polticos, pero
que, sobre todo, su logro excepcional fue desarrollar discursos
originales cuya vitalidad y riqueza hemos pal pado. La integracin
de los anarquistas con la comunidad y con la clase, la imbricacin
de los grupos locales y regionales entre s y de stos con el
movimiento internacional, la ha bilidad para rescatar de la
tradicin los elementos que formaban parte de una cultura viva e,
incluso -aunque no lo he tratado aqu-, el manejo de la lucha social
y la violencia como estrategias de negociacin colectiva y la
participacin continua y activa en reuniones y conferencias como
estmulo a la disciplina militante,2 son eslabones significativos de
dis 1 cursos que le dieron a la clandestinidad anarquista un perfil
excepcional. Mientras otros movimientos hicieron del secreto un
mero ritual empobrecido de cuya esterilidad no supie ron escapar,
el anarquismo, entre 1874 y 1881, en vez de replegarse y
languidecer, desa rroll un amplio discurso de la clandestinidad
cuya mayor originalidad fue su excepcional destreza e imaginacin al
utilizar y entretejer los lenguajes, smbolos e imgenes, los ins
trumentos y las formas de accin que la historia puso en sus manos.
Slo al iluminar sus sombras alcanzaremos a comprender la
trascendencia de su significado para el estudio cabal del
anarquismo no slo espaol sino internacional.
74
2 Para estos y otros temas, vase Los mecanismos de la
clandestinidad, citado en la nota 16, supra. 1