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LA HOMOGENIZACIÓN DE NUESTRAS MENTES: EL MONOCULTIVO EN EL AGRO1
Felipe Vargas Faulbaum
Lic. Arqueología - U. de Chile
[email protected]
RESUMEN
Se presentan ciertos elementos propios de la subjetividad de la sociedad capitalista neoliberal, inherentes a su modo de
producción y su lógica económica. Esta subjetividad neoliberal que otorga una supra valoración al dinero, permite
sustentar y justificar la existencia, expansión y consolidación de una industria forestal transformada en un nuevo
monocultivo de exportación que cimienta la dependencia estratégica de nuestra agricultura. Se realiza una revisión de la
expansión de la industria forestal en Chile mediante las distintas subvenciones estatales a las plantaciones forestales, la
concentración monopólica de la industria, junto a su impacto medioambiental y sociocultural. Se requiere considerar a los
monocultivos no como una solución productiva para los países subdesarrollados, sino como un factor importante que
genera el nuevo y preocupante panorama de actual crisis de soberanía alimentaria global, donde justamente son los países
pobres los más directamente afectados.
Palabras clave: Industria Forestal, Monocultivo, Subjetividad Neoliberal, Medioambiente.
I. EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL
Sin lugar a dudas, los antiguos vaticinios sobre las transformaciones en la subjetividad de la población
en la sociedad industrial avanzada, realizados por Herbert Marcuse ( M a r c u s e , 1 9 8 5 ) , entre otros
pensadores (Baudrillard, 2009) durante los agitados años próximos a las ya míticas revueltas estudiantiles de
Mayo del 68, son una realidad posible de observar por doquier en el actual sistema globalizado.
El extraordinario desarrollo tecnológico que caracteriza a la sociedad industrial avanzada, ha generado
una racionalización progresiva de todos los aspectos de la vida (Weber, 1991, 2004), supeditando la
imaginación y el pensamiento a los límites de la racionalización instrumental orientada a la re-producción de
una realidad cambiante motivada por necesidades artificiales (Marcuse, 1985). Por consiguiente la realidad de
la sociedad industrial supera permanentemente los límites de la imaginación, al administrarla y guiarla hacia
la racionalización instrumental que guía el desarrollo de la tecnología y la producción.
Figura 1. Plantaciones de monocultivos de raps (Brassica napus) y pino insigne (Pinus radiata).
1 Publicado en Il Quattrocento: Revista de Estudiantes de Antropología. NºV: Cultura y Medioambiente.
Santiago, 2012:91-107.
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A través de los medios de comunicación, la publicidad y la propaganda, la sociedad industrial, ha creado
un sistema que impone a la población, a cada sujeto, una serie de necesidades artificiales, cambiantes, ante las
cuales el deseo individual libre se disuelve (Marcuse, 1968, 1985). Ya no sólo se organiza el trabajo de la
población como fuerza de productiva sino también mediante una nueva ética y racionalización del consumo
(Baudillard, 2009).
La finalidad del consumo no es el goce, “sino una función de producción y, por lo tanto, como la
producción material, una función, no individual, sino inmediata y totalmente colectiva. (…) El consumo es un
sistema que asegura el orden de los signos y la integración del grupo: es pues una moral (un sistema de
valores ideológicos) y, a la vez, un sistema de comunicación, una estructura de intercambio.” (Baudillard,
2009:80) “Hoy el goce es obligado y está institucionalizado, no como derecho o placer, sino como deber del
ciudadano. (…) El consumidor, el ciudadano moderno, no tiene posibilidad de sustraerse a esta obligación de
felicidad y de goce.” (Baudillard, 2009:82-83)
Este cambio de subjetividad en la sociedad de consumo produce una dicotomía en la relación entre lo
racional y lo irracional, entendido dicho orden desde una lógica humanista y sustentable, que privilegia el
desarrollo del ser humano libre en armonía con la naturaleza. La importancia productiva no se centra en la
satisfacción de las necesidades básicas sino en la exacerbación obsesiva del consumo en su función
económica-productiva (Baudillard, 2009).
Los centros de poder organizan los esfuerzos de la sociedad en la satisfacción de estas necesidades
artificiales impuestas que sustentan el modo de producción, postergando así la resolución de las necesidades
básicas de la sociedad, pues estas ya no se constituyen en una variable de relevancia para el modo de
producción capitalista (Marcuse, 1985).
I.I LA SUPRA VALORACIÓN DEL DINERO
Este cambio de subjetividad va acompañado de una trasmutación de los valores y una redefinición
jerárquica de los mismos. No es ninguna revelación la enorme valoración del dinero existente en el
capitalismo. Pues es la generación de dinero, en su condición abstracta de valor de cambio, la que moviliza la
producción capitalista (Marx, 1989).
En tal sentido la burguesía invierte y produce orientada por la búsqueda de la maximización de la tasa
de ganancia de los distintos productos, más que por el producto en sí (Marx, 1989). Es por lo mismo, que el
gran capital privilegia la inversión en bienes suntuarios, masivos, que incorporan tecnología en distintas
etapas productivas. Pues son aquellos productos los que permiten extraer una mayor plusvalía a los
trabajadores en sus distintas etapas productivas generando así una mayor tasa de ganancia para la empresa
capitalista. Es este elemento de fondo quien guía toda producción capitalista (Marx, 1977).
Las masas de la sociedad, despojadas del pensamiento crítico radical para cuestionar el orden de valores
dado por las élites dirigentes, aceptan la supremacía y tiranía del dinero. Respaldan y justifican, o aceptan
pasivamente, la existencia de sectores productivos depredadores que privilegian a un mínimo sector de la
población, a un alto costo para el conjunto de la sociedad y el medioambiente (Marcuse, 1985), por el sólo
hecho de involucrar negocios e inversiones millonarias, a pesar de significar altas ganancias socialmente mal
repartidas.
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II. ECONOMÍA ABIERTA Y MONOCULTIVO EN EL AGRO
Bajo este telón de fondo la producción se organiza privilegiando la producción en masa de los
productos con mayor tasa de ganancia. Como la tasa de ganancia es variable según los costos de producción
y su posibilidad de extracción de plusvalía, las modas de consumo de esos productos y los requerimientos de
un mercado competitivo, los capitalistas son flexibles e innovadores en la producción.
La agricultura también se guía por estas máximas, privilegiando los productos que retribuyen mayores
ganancias. Especialmente los sectores más dinámicos de la agroindustria, los cuales orientan su producción a
los mercados internacionales, se ven motivados a organizarse bajo las reglas económicas señaladas. Es por
aquellos motivos que privilegian la producción masiva de los productos que poseen un mayor precio en el
mercado internacional, esto sin importarles mayormente la sustentabilidad en el largo o mediano plazo. Pues
si por las distintas razones posibles en la dinámica económica mundial sus productos decaen hasta niveles de
precios inferiores a la rentabilidad esperada, o modifican sus producciones hacia nuevos productos que sean
mayormente valorados en el mercado o simplemente cambian a otros rubros de producción para recuperar los
niveles de ganancias esperados.
Esta lógica económica en sociedades abiertas orientadas a la producción exportadora conlleva al
monocultivo en la agricultura. Pues la gran mayoría de los productores agrícolas y agroindustriales producen
aquello que les permite una mayor rentabilidad en el proceso productivo, según las condiciones climáticas y
naturales que sus terrenos ofrecen, así también por los niveles de salarios y bienestar que la sociedad exige
para sus trabajadores (Gomero, 2001).
Cabe resaltar que esta lógica operante no tiene una correlación de equilibrio con las necesidades
alimentarias de la sociedad que produce dichos alimentos, pues la producción está enfocada hacia el mercado
global. Así también muchos productos agrícolas están destinados a ser utilizados como materia prima en
otros procesos productivos, ajenos a los fines alimenticios, como los biocarburantes, los tulipanes, la
celulosa. Es decir, la actual forma de producción agraria capitalista está destinada a generar una
(des)organización de la tierra, ajena a las necesidades alimentarias (Carrizo, 2008).
Figura 2. Plantación de Pino insigne (Pinus radiata)
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II.I LA INDUSTRIA FORESTAL
Un caso paradigmático de una industria de alto impacto que produce y utiliza la tierra totalmente ajena
a los requerimientos alimentarios de la población, lo constituye la industria forestal global.
En el caso particular de la industria forestal chilena esta ha visto un explosivo aumento en las últimas
tres décadas debido a distintas leyes destinadas a fomentar esta actividad en gran escala. Inicialmente, a
través del Decreto Ley Nº 701 de 1974, la dictadura militar logro incrementar enormemente la industria
forestal bonificando a las nacientes grandes empresas en un75% sus inversiones de forestación una vez
certificada la plantación, además de un 15% de la misma luego de dos años de crecimiento (Decreto Ley 701,
1974). Es decir, el gran empresariado forestal chileno expandía sus terrenos de plantaciones forestales
recuperando un 90% de la inversión inicial, a costa de la subvención estatal. Como esta bonificación se
realizaba solamente en aquellos terrenos forestados por primera vez, esto no sólo causó la expansión
indiscriminada de los terrenos forestales, sino que en los oscuros años de la dictadura transformó vastas
hectáreas de bosque nativo y comunidades indígenas en plantaciones forestales.
Este decreto no fue modificado hasta la promulgación del Decreto Supremo Nº 193 de 1998, donde el
presidente demócrata cristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle suspendió la subvención a las grandes empresas,
manteniendo los porcentajes de bonificación orientados esta vez a los medianos y pequeños propietarios
forestales (Decreto Supremo Nº 193, 1998). Claramente esta medida, aún vigente, incentiva el cambio de uso
de la tierra, desde terrenos de uso agrícola y/o ganaderos a propiedades forestales para poder recibir el
beneficio.
Tales políticas de fomento han incrementado el patrimonio forestal de especies introducidas desde 300
mil hectáreas a inicios de la década del 70, a 2.3 millones de hectáreas en la actualidad, es decir más de 7
veces en 40 años. Las plantaciones forestales hoy en día cubren alrededor del 3% de todo el territorio
nacional (CORMA: Corporación Chilena de la Madera, 2012).
Grafico 1. Evolución de la superficie total de plantaciones forestales. Fuente: CORMA
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A pesar de la reciente modificación en los destinatarios de la subvención estatal, el monopolio de la
industria forestal es evidente, concentrándose básicamente en dos grandes conglomerados económicos. Hacia
el año 2000 Forestal Arauco (CELCO) de Anacleto Angelini poseía una participación de un 35,8%. Forestal
Mininco (CMPC) del Grupo Matte, de la familia Matte Larraín poseía una participación de un 31.1% en la
totalidad de productos elaborados por la industria forestal, la cual incluye celulosa, madera aserrada, tableros
y chapas, papeles y cartones, y la industria de las astillas (Labra, 2001).
Como es lógico pensar, las modificaciones de las bonificaciones sólo han incorporado a nuevos actores
en las etapas más básicas de la industria forestal. Es decir, continua siendo un subsidio indirecto a las grandes
empresas, al continuar incrementando la industria forestal en su conjunto, pero controladas en la mayoría del
proceso productivo por los conglomerados económicos señalados.
Con esas cifras explosivas ha nadie ha de sorprender que los recursos forestales sean actualmente el
segundo sector productivo del país, luego de la gran minería (CORMA: Corporación Chilena de la Madera,
2012). Tampoco ha de sorprender que existan presiones desde estos poderosos grupos económicos para
normar hacia sus intereses la legislación de explotación del bosque nativo. Que en ciertas regiones aún
continúa siendo una importante fuente de materia prima para quienes ven todo convertido en dinero o una
reserva planetaria de biodiversidad para quienes podemos despegar nuestra mente de la billetera.
II.II IMPACTO ECOLÓGICO Y SOCIAL DE LA INDUSTRIA FORESTAL
Las grandes extensiones de terrenos con plantaciones de monocultivos forestales provocan un impacto
múltiple en el medioambiente. Las plantaciones de monocultivos de pino y/o eucaliptus son esencialmente
distintas a los bosques de especies nativas. La concentración de las plantaciones, su carácter
monocomponente y las modificaciones en la acidez sobre el suelo provocan la muerte del sotobosque,
generando una fuerte erosión de los terrenos por la acción de las lluvias, al verse desprotegido de la capa
vegetal a ras de suelo, perdiendo más rápidamente sus nutrientes (AIFBN, 2011).
Dado el explosivo desarrollo de la industria forestal chilena ésta ha provocado un desplazamiento de
extensos territorios de bosque nativo tanto del bosque valdiviano como primordialmente del bosque de roble,
modificando trágicamente y para siempre ecotonos o sistemas ecológicos completos, con la disminución de
la consiguiente biodiversidad que aquello significa. Se extinguen especies animales y vegetales propias del
ecosistema de bosque nativo o viven altamente disminuidos en las pocas áreas protegidas, perdiéndose con
ello plantas medicinales y alimenticias (AIFBN, 2011). Un claro caso lo constituye la transformación del
área de la Cordillera de Nahuelbuta en la Región del Bío-Bío y Araucanía, sistema ecológico que ha sido
remplazado totalmente en menos de dos siglos desde un frondoso bosque nativo de robles, inicialmente
desforestado de manera parcial por el monocultivo del trigo en el siglo XIX y mediados del XX y
remplazado por las plantaciones de pino y eucaliptus en estas últimas décadas (Wolodarsky-Franke y Díaz,
2011).
Un importante impacto ecológico directo acontece actualmente con la muerte masiva de conejos y
liebres que la industria forestal realiza con la finalidad de proteger sus plantaciones. Estos animales, de gran
importancia en la dieta campesina como animal de caza, se alimentan co n los brotes nuevos de los pinos
recién plantados. “El conejo podía llegar a dañar hasta el 100% de las plantaciones, y el replante, además del
costo de reinvertir en plantar, significa la pérdida de la bonificación estatal y el retraso en un año de la
explotación final del rodal afectado” (Camus et al. 2008: 336) La industria forestal los aniquila de sus
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territorios, en un comienzo a través del monofluoracetato de sodio 1.080 plaguicida altamente tóxico para el
ser humano hasta el año 1982 cuando fue prohibido por el SAG (Camus et al. 2008). Esto, incluso ha
llevado a las empresas forestales a la introducción del hurón (Mustela putorius) y del puma (Puma
concolor) en ciertas regiones para controlar la población de conejos (Bengoa, 2009). Evidente es la enorme
posibilidad que estas medidas practicadas en la actualidad desencadenen en profundas transformaciones
ecológicas. Tal como ya sucediera en Nueva Zelanda con la introducción del hurón a fines del siglo XIX,
donde no sólo incorporaron conejos en su dieta sino también una amplia variedad de aves, convirtiéndose en
un importante factor en la considerable disminución de ciertas especies de aves nativas y en la extinción del
kakapo (Strigops habroptilus), especie que hoy sobrevive diezmada y relegada a dos pequeñas islas gracias a
programas de conservación (Powlesland et al, 2006).
Tal como fuera perseguido por las distintas subvenciones estatales promulgadas también es masiva la
transformación de suelos agrícolas y ganaderos en territorios forestales. Esto sin duda trae fuertes
repercusiones generales en la producción de alimentos, pues conlleva a la pérdida de soberanía y seguridad
alimentaria. Difícilmente aquellos terrenos convertidos en plantaciones forestales podrán en algún momento
volver a ser recuperados para la producción agrícola, pues por la degradación de los nutrientes del suelo
requeriría del uso de abonos y fertilizantes adicionales que encarecerían la producción agrícola.
Sin embargo, los efectos de la expansión de las plantaciones forestales no sólo afectan a los terrenos de
las propiedades. El alto consumo de agua por parte de estos monocultivos genera una pérdida de los recursos
hídricos en las áreas donde éstas se emplazan. Provocando disminución en los niveles de agua de las napas y
cursos de agua repercutiendo en la agricultura de las tierras adyacentes, presionando sobre la sustentabilidad
de labores agrícolas.
Figura 3. Predio forestal luego de cosecha mediante tala rasa.
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Además del impacto ecológico descrito producto de la expansión de las plantaciones forestales es
necesario considerar el impacto en el medioambiente de los procesos industriales del recurso forestal. Si bien
existen varios sectores productivos, es la industria de celulosa el sector productivo más grande de la industria
forestal siendo a su vez el más contaminante.
Variados compuestos químicos altamente tóxicos utilizados en los procesos industriales son vertidos a
los cursos de agua, entre los que destacan distintos compuestos de cloros. Esta práctica completamente legal
según las normativas chilenas ha llevado a que existan distintos desastres ecológicos por la contaminación de
ríos con la consecuente muerte masiva de peces y animales. Tal como sucediera en año 2004 con la
contaminación del Santuario de la Naturaleza del Río Cruces en Valdivia por parte de una nueva planta de
celulosa de la empresa CELCO donde murieron masivamente cisnes de cuello negro que se refugiaban y
anidaban en el humedal en sus viajes migratorios (Universidad Austral de Chile, 2005). No contentos con
aquel desastre, en el año 2007 y 2008 nuevamente CELCO protagoniza la contaminación masiva, esta vez
del río Mataquito en la Región del Maule, a través de su planta de celulosa en la comuna de Licantén,
repitiendo eventos de contaminación similares acontecidos desde el año 1999 (Chile Sustentable, 2010).
No sólo los ríos, sino también el aire es afectado por la contaminación de la industria de la celulosa,
originada entre otros por los procesos de combustión de óxidos de nitrógeno, la emisión de gases de azufre
reducidos, lo que se traduce en malos olores, emisiones de componentes orgánicos y químicos volátiles,
partículas sólidas en suspensión y otros contaminantes altamente nocivos para la población humana. (De la
Maza et al., 1998)
Todo este impacto ecológico repercute intensamente en la vida social de las comunidades campesinas e
indígenas de la región provocando variados problemas sociales. Estos problemas se derivan de la
incompatibilidad que el actual modelo forestal posee con la práctica de una agricultura campesina. Es así
como tras el avance de las plantaciones forestales es posible observar la disolución del sistema social
tradicional que sustenta la vida campesina. Las comunidades campesinas terminan ingresando en el
engranaje de la industria forestal en los eslabones más bajos, como trabajadores forestales asalariados, como
pequeños productores forestales, como recolectores de hongos en las plantaciones forestales o vendiendo a
bajo precio sus tierras a las grandes empresas incentivando la migración campo–ciudad. Aquellas
comunidades que deciden mantener su forma de vida campesina, sufren los daños ecológicos y disolución del
sistema social que lo sustenta, aislándose, en una marginalidad forzada, empobrecidas. Opciones todas
siempre en desmedro de la producción y vida campesina tradicional (Bengoa, 2009).
La situación más extrema de esta incompatibilidad entre la industria forestal y el desarrollo de formas de
vida agrarias tradicionales es apreciable en la lucha y resistencia de comunidades mapuche que se han visto
invadidos por la expansión de las plantaciones forestales. La forma de vida mapuche requiere de un
ecosistema que se ve disminuido por la existencia y expansión de la industria forestal. Esto los presiona a
enfrentar las profundas modificaciones ecológicas y sociales que son sentidas una real amenaza a la
permanencia de su modo de vida tradicional, constituyéndose en uno de los factores principales en el
resurgimiento desde inicio de los noventa del conflicto mapuche exigiendo respuesta a sus justas demandas
de tierra, rescate cultural y autonomía política. Muchas tierras reivindicadas son propiedad de la industria
forestal, siendo ocupadas por las comunidades mapuche con el fin de recuperar el uso agrícola de ellas.
Frente a este movimiento reivindicativo mapuche el estado chileno ha reaccionado a través de la represión de
las comunidades en conflicto coordinando conjuntamente la fuerza militar interna, a través de FF.EE. de
Carabineros de Chile, y el poder judicial, criminalizando las reivindicaciones, encarcelando a los líderes
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mapuche y sus familias, aplicando leyes antiterroristas, resoluciones judiciales sin un juicio justo ni
transparente, asediando militarmente las comunidades, practicando torturas y asesinatos. En esta guerra de
baja intensidad el apoyo y vinculación entre las autoridades políticas tanto de la Concertación y la Alianza
con la Industria Forestal es mutuo y estrecho. La implementación de un terrorismo de estado por parte del
Estado chileno hacia el pueblo mapuche se torna ya una política de estado, a 20 años de iniciado el último
proceso reivindicativo mapuche. (Para profundizar sobre esta temática ver McFall, 2001: Toledo, 2006).
III. ECONOMÍA AGRO-COLONIAL EN EL SIGLO XXI
La industria forestal global ha comenzado a realizar un desplazamiento mundial en las últimas décadas
hacia el sur. La creciente estrategia de la industria mundial de la celulosa es trasladar la producción desde los
bosques de pino de los países del hemisferio norte, lugar de generación de esta industria, a distintos países
del hemisferio sur. Promoviendo las políticas de desarrollo forestal en aquellas naciones subdesarrolladas han
expandido sus plantaciones de monocultivos a distintos países de Asia, África y América Latina desplazando
así el enorme impacto ecológico y social que esta industria conlleva desde los países nucleares a la periferia
del mundo capitalista. (Kanninen, 2008)
La expansión de la industria forestal y sus plantaciones de monocultivo iniciado hace casi 40 años en
Chile es cada vez más una imagen que se repite en Brasil, Uruguay, Argentina y Perú por mencionar la
realidad sudamericana.
En nuestros países se encuentra en proceso la consolidación de un nuevo monocultivo colonial de
exportación, cimentando la dependencia estratégica de nuestra agricultura. A pesar de poseer elevadas tasas
de población sumida en la pobreza y malnutridas, nuestros gobiernos fomentan y subvencionan una política
económica exportadora de materias primas que en el caso de la agricultura impide la satisfacción de las
necesidades alimenticias del mercado interno, perdiendo nuestra estratégica autonomía alimentaria.
Actualmente el mundo vive una crisis alimentaria que genera un importante aumento de los precios de
los alimentos, de alto costo principalmente para la población de los países pobres, que les repercute
directamente en sus posibilidades de consumo y sobrevivencia. La desorganización de la tierra provocada por
la implementación de plantaciones de monocultivos destinados a la exportación de alimentos y materia
primas agrícolas es un importante factor que genera este nuevo y preocupante panorama de crisis alimentaria
global (Carrizo, 2008).
En algún momento deberemos romper los estrechos límites de la homogeneización mental que la
modernidad y la sociedad capitalista otorgan a la subjetividad humana para poder idear nuevas soluciones
realmente sustentables, más allá de la ganancia monetaria inmediata, que permitan responder a las
necesidades básicas de las cada vez mayores masas de población mundial.
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Figura 4. Monocultivo de Pino insigne y Eucalyptus junto a monocultivo de trigo.
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