Antología de Textos Literarios (Siglo XX-XXI) Rubén Darío Fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense, iniciador y máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Nació el 18 de enero de 1867 en Matagalpa y falleció un 6 de febrero de 1916 en León, Nicaragua. 1. Sonatina La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz? ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los versos de mayo o perderse en el viento sobre el trueno del mar. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur. ¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal. ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste, la princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, —la princesa está pálida, la princesa está triste—, más brillante que el alba, más hermoso que abril! —«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; en caballo, con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor». De Prosas profanas y otros poemas (1901) 2. Canción de otoño en primavera Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor. Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... […] Otra juzgó que era mi boca el estuche de su pasión; y que me roería, loca, con sus dientes el corazón. Poniendo en un amor de exceso la mira de su voluntad, mientras eran abrazo y beso síntesis de la eternidad; y de nuestra carne ligera imaginar siempre un Edén, sin pensar que la Primavera y la carne acaban también... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer. ¡Y las demás! En tantos climas, en tantas tierras siempre son, si no pretextos de mis rimas fantasmas de mi corazón. En vano busqué a la princesa
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Antología de Textos Literarios
(Siglo XX-XXI)
Rubén Darío
Fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense,
iniciador y máximo representante del Modernismo
literario en lengua española. Nació el 18 de enero de
1867 en Matagalpa y falleció un 6 de febrero de 1916
en León, Nicaragua.
1. Sonatina
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
De Prosas profanas y otros poemas (1901)
2. Canción de otoño en primavera
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
[…]
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
De Cantos de vida y esperanza.
3.- Lo fatal
A René Pérez
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
De Cantos de vida y esperanza.
Antonio Machado
(1875-1939) Poeta y prosista español, perteneciente a
la generación del 98. Probablemente sea el poeta de su
época que más se lee todavía.
Nació en Sevilla y vivió luego en Madrid, donde
estudió. En 1893 publicó sus primeros escritos en
prosa, mientras que sus primeros poemas aparecieron
en 1901. Viajó a París en 1899, ciudad que volvió a
visitar en 1902, año en el que conoció a Rubén Darío,
del que será gran amigo. En Madrid, conoció a
Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros
destacados escritores con los que mantuvo una
estrecha amistad. Fue catedrático de Francés y se casó
con Leonor Izquierdo, que morirá en 1912. En 1927
fue elegido miembro de la Real Academia Española
de la Lengua. Durante los años veinte y treinta
escribió teatro en compañía de su hermano, también
poeta, Manuel, estrenando varias obras entre las que
destacan La Lola se va a los puertos, de 1929. Cuando
estalló la Guerra Civil española dio su apoyo a la
República y se exilió en enero de 1939. Murió en
Colliure, un mes más tarde.
4.- A un olmo seco
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
5.- Proverbios y cantares I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
XXIX Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
XLIV
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
6. Recuerdo infantil
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
7. Yo voy soñando caminos Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
- la tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía
"la espina de una pasión;
"logré arrancármela un día:
"ya no siento el corazón".
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
"quién te pudiera sentir
"en el corazón clavada".
8. A José María Palacio
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra... 9. Allá, en las tierras altas
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
10. Inventario Galante
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre ellos pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.
De tu morena gracia
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.
11. La muerte del niño herido
Otra vez en la noche... Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
José Martínez Ruiz, «AZORÍN»
(Monóvar, Alicante, 1873 - Madrid, 1967) Escritor
adscrito a la Generación del 98. Sus primeros libros
fueron La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Pasó
de un espíritu anarquista a un ideario conservador.
Otros libros suyos son: La ruta de Don Quijote
(1905), Castilla (1912), Clásicos y modernos (1913),
Al margen de los clásicos (1915) y Una hora de
España (1924) y ensayos narrativos y teatrales como
Don Juan (1922), entre otros.
12. «Nuestro atraso cultural se evidencia cuando nos
comparamos con otras naciones. Aún no se han
impuesto aquí con toda fuerza el derecho, la libertad,
el deber. La tierra clásica del honor es la tierra de la
arbitrariedad: en política, en el caciquismo
deshonroso; en literatura, el elogio interesado y la
censura rencorosa.
Se duda de si la ley del progreso es una verdad
en España. La apatía nos ata las manos: callamos ante
la injusticia y confirmamos las palabras del ilustro
arzobispo De Pradt: ―La geografía ha cometido un
error colocando a España en Europa, porque pertenece
a África. Sangre, costumbres, lengua, manera de vivir
y de luchar, todo en España es africano‖. El
militarismo nos ahoga, la marea de la reacción
religiosa va subiendo. Espíritus enérgicos, que
trabajaron siempre por la ciencia y el arte libres se
rinden a un sentimentalismo religioso que antaño les
hacía reír. Revolucionarios de toda la vida, vuelven su
cara atrás y refunden su programa sobre las bases de
la Iglesia y el Ejército.
Cuarenta millones se dedican a los gastos de
culto y clero; seis a la enseñanza. Los catedráticos son
separados arbitrariamente de sus cátedras. El Poder
legislativo es una comedia; el judicial, un orden
dependiente del ejecutivo; el ejecutivo, un servidos de
la ambición. El obrero no espera nada del Estado.
Dejemos los entusiasmos exagerados y el
lirismo del mal gusto. La época de las declamaciones
ha pasado. Necesitamos ahora científicos. El triunfo
de las nuevas ideas vendrá por la ciencia. Haga la
iniciativa privada y particular lo que el Estado no
hace: Fúndense instituciones para la enseñanza,
laboratorios para científicos, escuelas donde el obrero
aprenda a ser hombre y a hacer efectivos sus derechos.
Que aprenda el obrero a desconfiar de los apóstoles
del falso socialismo; que medite que el credo católico
es incompatible con las aspiraciones del mundo que
trabaja.» [Azorín, 1895]
José Ortega y Gasset
(Madrid, 1883 - 1955) Filósofo y ensayista
español. Su pensamiento, plasmado en numerosos
ensayos, ejerció una gran influencia en varias
generaciones de intelectuales. Fundó el diario El Sol
(1917), la revista España (1915) y la Revista de
Occidente (1923). El núcleo de su pensamiento se
halla en obras como España invertebrada (1921), El
tema de nuestro tiempo (1923) y La rebelión de las
masas (1930).
13.- «En la escuela, cuando alguien notifica que el
maestro se ha ido, la turba parvular se encabrita e
indisciplina. Cada cual siente la delicia de evadirse a
la presión que la presencia del maestro imponía, de
arrojar los yugos de las normas, de echar los pies por
alto, de sentirse dueño del propio destino. Pero como
quitada la norma que fijaba las ocupaciones y las
tareas la turba parvular no tiene un quehacer propio,
una ocupación formal, una tarea con sentido,
continuidad y trayectoria, resulta que no puede
ejecutar más que una cosa, la cabriola». (Ortega y
Gasset, J. La rebelión de las masas. Vol. IV, pág. 237. Obras
Completas. Revista de Occidente, Madrid, 1983.)
«Para los efectos de la tesis fundamental hemos
entendido por realidad "lo que verdadera e
indubitablemente hay". Según la tesis realista lo que
verdaderamente hay es cosas, mundo; esto es, lo que
existe en sí y por sí, lo independiente de mí. Esto era
un error y hemos hecho la corrección idealista: la
existencia de algo por completo independiente de mí
es esencialmente problemática, cuestionable: no
puede, en consecuencia, ser una primera verdad. Sólo
es indubitable que lo que hay lo hay en relación
conmigo, dependiendo de mí, que lo hay para mí.
Hasta aquí la tesis idealista parece invulnerable. El ser
independiente de mí que el realismo ingenuamente
afirma no tiene salvación posible. Sólo hay, con
verdad indubitable, lo que hay para mí». [José Ortega y
Gasset, Unas lecciones de metafísica. Lección XIII (Obras
Completas, vol. XII, Alianza Editorial)]
Juan Ramón Jiménez
(Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico,
1958). Estudió derecho, pero abandonó esa carrera
para dedicarse a la poesía y a la pintura. Tuvo que
abandonar España a causa de la guerra. Se refugió en
Puerto Rico. Le concedieron el Premio Nobel de
Literatura en 1956 y murió dos años después en San
Juan de Puerto Rico. Algunas de sus obras son: La
soledad sonora, Diario de un poeta recién casado y
Animal del fondo, pero la más conocida es la prosa
poética Platero y yo
http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jrj/ (biografía y
poemas)
http://www.poesi.as/indexjrj.htm (aquí encontraréis muchos
de sus poemas).
14. Nocturno, VI Viene una música lánguida,
no sé de dónde, en el aire.
Da la una. Me he asomado
para ver qué tiene el parque.
La luna, la dulce luna,
tiñe de blanco los árboles,
y, entre las ramas, la fuente
alza su hilo de diamante.
En silencio, las estrellas
tiemblan; lejos, el paisaje
mueve luces melancólicas,
ladridos y largos ayes.
Otro reló da la una.
Desvela mirar el parque
lleno de almas, a la música
triste que viene en el aire.
15. Platero
I
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por
fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual
dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia
tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo
dulcemente: ―¿Platero?‖, y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas
mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los
higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una
niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra...
Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas
callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de