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19000915_LA REVISTA BLANCA

Jul 05, 2018

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    Soledad Gustavo

    Luisa MichelPedro DoradoF Giner de los RíosJuan Giné y PartagásPompeyo GenerU González SerranoJosé EsquerdoA Sánchez PérezFernando Tarrida

    Francisco SalazarAlejandro SawaManuel Cossío

    Alejandro LerrouxMiguel UnamunoAnselmo LorenzoFermín SalvocheaRicardo MellaAdolfo LunaJaime BrossaRicardo RubioPedro CoraminasJosé NakensNicolás EstevanezDoctor BoudínDonato Luben

    F e d e i i c o U r a l e s .

    Administración:S A N O P R O P I O

    a i a d r i d

    jt•^

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    BIBLIOTECE

    k

    LA CO NQ UIST A DEL PA N fof P Kropotklne-g pesetas.LA S O C I E D A O F U T U R A por SoMad Gastavo. ZO céntimos.í PRÍIB Í PM A QflPTü POP P. Kropotkine, y la biografía de éste, escrita

    U lllUlJliJjlllñ OüulñiJ por Anselmo Lorenzo.~-20 céntimos.Almanaque ¡ lustrado de ^La Cuestione 'Sociales, para 1900.—Í cís.LEY D E H ERkNCIA Drama en cuatro actos, por Federico Urales.— i pesetaH ONOR, ALM A Y V IDA Drama en tres actos, del mismo autor.— i peseEL IDEAL D E L S IG L O X X por Palmiro de Lld la.-20 céntimo '

    IJiU i un Por Emilio Z. arana. — 3 1 céntimos.L0M10iJ.MiME(lIAS_ • Por Ricardo M ella.-1 peseta. •S O C I O L O G Í A _ ^ N A E l 3 U l | f A Por J. Montseny.-75 cé itifflO|.̂E L S M Á L I Í O Y l l M R E S Q M m R E S Por A. Hamon:^l"peseta,C o n f e re n c i a s p o p u l a r e s s o b r e s o c i o lo g ía . Por A peiiicer.— ÍO céntimos

    L A P E S T E R E L I G I O S A por J.M ost.-20 cLâ SieiaísIi pal ii f ^ ] ^ w ^EL ESPilTÜ RlOLÜ M llO

    Por Emilio Z, Arana.25 céntimos.

    La myjer y ia familia.ÍÉÉi Él piiir É É LI B U MI

    Por P. Kropotkine.—20 céntimPor Emilio z. arana,— 80 céntimos.

    4 pesetas.U_ ̂ LEY X M ^ . i U T O R I D A D Por P. Kropotkine-20 cénUmos.La_ ied icina y el Proletariado. Por Emilio z. Arana --30 céntimos.E L A M O R L I B R E P̂ ̂» m A . i pesetas.;

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    L R E V IS T B l H CSOCIOLOGÍA, CIEHCIA Y ARTE

    Ñ I II — N U M 5 4DMINISTR CIÓN ,,1 , ^ j t- .• L ^r^^

    SAN OPROPio, 7.-MADRID | ^ de Septiembre 1900

    S O C I O I i O t í I A : La eroJucídn de ia FiJosof/a en España, por Federico Urales.—Ideas propias por Donato Luijen.—La anarquía: su fín y sus medios por Juan Grave.

    C I E N C I A V A K T E : La herencia psicológica por Ch, Kibot—Crónica cientiñca por Tarrida delMármol.—Marido y mujer noveia, por León ToLstoi.

    S K C C I O K l i l B R E : Sobre educación por Constancio Romeo.—Para Jos compañeros por A. LópezRodrigo.

    T R I B U Í S A D E I O B R E R O : La revolución porjow Pujol.

    SOCIOLOGÍ

    L E V O L U C I Ó N D E L A F I L O S O F ÍE N E S P Ñiii

    LA FILOSOFÍA GRIEGA

    El trayecto q u e recorre la filosofía oriental.—El ideal es una demostración d e virilidad.—Lamisión de Alejandro en la filosofía griega Belación q u e existe entre l Juerza material yla intelectual.—La escuela de Milelo.—La de Elea.~Los eclécticos Los atomistas.—Los precursores de Sócrates En Sócrates la filosofía s e presenta por primera v e z unida ála psicología La ciencia y la filosofía socrática Influencia moral de las costumbres enla idea.—El escepticismo de los sofistas.—El ideal de Sócrates Duelo entre los sofistasy Sócrates.—La humanidad no puede vivir sin un ideal.—Los acusadores de Sócrates.—Su obra.—Sus continuadores.—Flatón.—Sm condiciones Sus ideas.—Diferencia inte-lectual y moral de Sócrates á F latón.—L a filosofía platónica. —Los discípulos de Pla-tón Aristóteles Su pensamiento ilosófico. — Diferencia ntelectual de Platón á Aristó-teles.—Las consecuencias de la filosojía aristotélica.—División de la filosofía á la muertede Aristóteles Epicuro y Zenón.—La filosofía huye de Grecia.

    Hemos hablado de las antiguas religiones y filosofías orientales, porque tuvitanta influencia en el pensamiento gentílico, como éste la tuvo en la filosofía dpueblos cristianos, mahometanos y judíos, las cuales, en el saber universal, tuvdespués influencia decisiva. n

    La filosofía cam ina hacia Occidente: roza el Cá,ucasc)a¿a por Arm enia por Sirpor toda el Asia Menor; entra en Turquía, en ^{ic,^n Roma; huye después de Atenas y de Roma; traspasa el Mediterráneíiibtalándose al fin en Cartago y en Alejdría, adonde convergen las tres moflías religiones y en donde se forman las nuefilosofías que han de conquistar mundo llamado civilizado, y han de ganar las teligencias apreciadas comciltas.

    El pen sam iento encue_a en Grecia un pueb lo virgen y vigoroso. Tiene necesidde luchar y lucha, no :cisamente en pro de un ideal, en pro de cualquier cosa; ideal lo cons tituyen pueb los que tienen energías para ello.

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    Quien reúna fuerzas fígicas é intelectuales, hallará motivo para demostrarlo. Pueblos é individuos las em plearán en el arte de la guerra, otros en el arte prop is m ente

    dicho, aqu éllos en la in du stria, éstos en el comercio, los de allá en las ciencias, los de"acullá en la filosofía, y cuando se encuentran castas y generaciones que, cual las queconstituyeron los hijos de Deucalión, reún en las cualidades necesarias para desarrollar, á un tiem po mism o, las má s opuestas aptitud es y comp lejas facultades, estospueblos ó estos individuos llegan á ser dueños del mundo, si no por su fuerza, por suingenio; si no por su ingenio, por su talento.

    Hubo un tiempo en que los reyes de Persia dominaron desde el mar Pacifico y el(Jáucaso, hasta la Arabia, y desde el Mediterráneo, hasta la India. Por donde pasaronsus armas vencedoras, pasaron sus ideas filosóficas, y cuando Alejandro, emperadordespués de aq ue l vasto imperio persa, se puso al hab la eon los griegos, m ás par aadmirarlos y protegerlos, que para destruirlos, ya había habido antes un choque decerebros, como en las Termopilas lo había habido de lanzas.

    Las guerras y escaramuzas que Persia sostuvo con los griegos, atenienses y espar-tacos, venciéndoles y sujetándoles á su cetro, y con los macedonios, de los cuales fueron vasallos después, ayudó á engendrar la filosofía griega, puesta en contacto con lapersa por las invasiones y las conquistas, y al respetar Alejandro la casa de Píndarocuando incendió á Tebas, ya demostró que si la filosofía y el saber de Aristóteleshabían conquistado su inteligencia, la virtud y la moral de Feríeles habían hecho presa en sus sentimientos.

    E s cosa dign a de ser nota da la relación qu e e xiste entre el pod er d e los brazos y elde los cerebros, así en los hom bres como en los pu eblos. M ientras Persia tuvo pensadores, tuvo guerreros que llevaban á lejanas tierras la obra de aqu ellos pensad ores.M ientras G recia contó con Sócrates, Pericles, Platón y Aristótsles, fué inve ncible yllevaba sus arm as don de llevaba su fuerza cerebral. Muertos a quellos grand es tálenos, decae el poder intelectual y material de Atenas, para engrandecerse en Roma con

    el brazo de los Césares; pero al desaparecer de este mundo los Cicerones y los Sénecas,llega también la muerte intelectual y material de la Ciudad Eteraa. Por manera que,la fuerza de la inteligencia, como la d e los brazos, realiza corre rías y con qu istas, y

    lleva de una á otra parte, no sólo las concepciones de los invasores presentes, sino lospen sam iento s de las razas que antes ha bía n inva dido á estos invasores. G recia nocondujo á Ro ma única me nte la filosofía de sus grande s hom bres; con ella iba, ad emás, la de los pensadores persas, como Roma llevó á todas «artes la filosofía gentílica, compuesta entonces de elementos propios y de aquellos que habían esparcido losdescendientes de Zoroastro. Y así como los pueblos fronterizos á un gran poder mate,"'ih son la primera víctima de ese gran poder, los pueblos Hadantes á un gran foco

    intelectuar. '^n la jjrirps ra.n resa de este m ismo foco.*

    * *Mileto, hijo de Apolo y de Argea "v^ Jo nia , p rovincia del Asia M enor, y fun da

    allí la ciudad que lleva su nombre. Pues esta'(}í^'^^ ^^ ̂ "^^^^^ Menor, una ciudad persa, podríamos decir, representa tan gran papel en^^'^^*^^^^ griega, que en ella hayu na pág ina que d ice: «escuela de Mileto», llam ada ks'i'° '̂ ha ber la fundad o los pens adores hijos de aquella población, y con nombre más ge '^'^'^ ® conoce, también en lafilosofía griega, un a escuela filosófica, la escuela jónica, p l l^^berla fun dad o filósofosque nacieron en la Jonia, provincia asiática, depe ndien te u^^^ ^^ PeraÍBá la cual,como hemo? dicho, pertenecía Mileto,

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    Grecia, con sus grandes energías, porque todo en el mundo es cuestión de fuerza,em pléete bien ó ma l, en esto ó en aquéllo, según lo exige uno ú otro a m bien te social,lleva á Atenas las inteligencias y los sistemas filosóficos de Oriente, reconcentrándoseen el braz o y en la inteligen cia d e los helen os, los poderes m ateriale s, mo rales y filosóficos de los tiempos antiguos.

    Thales de Mileto, uno de los sabios de Grecia y uno de sus primeros filósofos, diceseiscientos años antes de Jesucristo: «El principio de las cosas es el agua , la cua l, d ilEtándose, produce el aire y el fuego, y condensándose, la tierra.»

    Antes, los filósofos materialistas de Persia habían dicho, unos, como Paikar, que elprinc ipio de las cosas era el fuego, y otros, como Alar, que era el agua; pero tan tounos como otros dieron á las ma nifestaciones de la mate ria el m ismo valor qu e le dioThales de M ileto, dem ostrándose que la escuela materialista griega tomó sus ideas de

    las escuelas materialistas persas. Y si la filosofía materialista occidental es una evolución de la oriental, ¿no hay fundamento para dar el mismo origen á la filosofía espiritualista?

    En pos de Thales fueron otros; fueron An axim eno, tam bién de M ileto; pero quedaba al aire el valor que su maestro daba al agua. Anaximandro, de Mileto, como losdos anteriores, más indefinido en cuanto al carácter material que daba á la filosofía,reconoce, como principio de las cosas, una substancia indeterminada, casi abstracta,que no era ni el ag ua ni el aire. Pitág oras se prese nta á su vez, con su me tafísicam atem ática , ó con su m atem ática metafísica. E s discípulo de la escuela de Mileto;pero no sigue su orientación m aterialista. En Pitágoras se prese nta, por p rim era vezen la filosofía griega, la transmigración de las almss que hemos vi^to en las filosofíasorien tales espiritualista s, y por este lado se realiza la c on tinuid ad filosófica espiritualista. Además, Pitágoras, como el filósofo persa Mazdak, se declara comunista, considerando que la propiedad individual es la principal fuente de la discordia.

    Para que las almas se em ancipe n del pecado, tienen que sufrir varias metem psico-sis, según Pitágoras. Las que se ha n dedicado á las ma las artes y ma las ciencias,reencarnarán en cuerpos inferiores; por el contrario, las que dedican al bien sus cualidades, serán perfectos y verán á Dios al fin de su evolución espiritual. Sigue Xeno-fantes á Pitágo ras. La idea de un solo dios se man ifiesta por prime ra vez en este filósofo en el pen sam iento gentílico. Hay cosas qu e son y cosas que parecen ser. Entre éstasestán los dioses y todas las cantidades; entre aquéllas está Dios y la idea de la unidad:uno. Dios es superior á los dioses y á los héroes del Olimpo.

    Parménides y su discípulo Zenón de Elea, llevan á la filosofía griega la metafísica india. El Ser es lo únic o que ex iste, porq ue el no ser no es. El ser y el pen sar sonidénticos; existen po rque son afirmaciones. Lo que no es no puede pensarse, y lo quese piensa es. El Ser es uno, absoluto, indivisible, eterno. Las cosas que tienen fin, sóloson apariencias de los sentidos.

    No tarán los lectores la clase de e lemen tos filosóficos espiritua listas qu e v an co nsti

    tuyendo la filosofía helénica. Esto sucede antes del padre de aquella filosofía, antes deSócrates; faltaban aún más de quinientos años para llegar á la Era Cristiana.Para Zenó n de E lea no puede adm itirse la idea del m ovimiento, porque todo

    m ovim iento es cam bio, lo que cam bia es finito y lo finito no existe. El tiem po y elespacio tampo co existen para este filósofo; porqu e tanto un o com í otro den otan id eade fin. Si las cosas cambiaran en el tiempo y en el espacio, existiría el fin do las cosas,poique cambiar es no ser ¡o que sa era, ni lo que se será. Luego ó no existe lo que

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    cam bia, ó no existe el mo vim iento . Si cada oosa en e espacio consta de parte s infini-tas que no pueden ser recorridas en un tiempo finito, ¿cómo podemos apreciar el mo-vimiento? Y si no se pued e apreciar el movim iento, ¿cómo pue de existir lo que n o sepue de apreciar? El movioaieoto, pues, es igual al reposo. í^anzad co ntin uam ent e un aflecha y la veréis siempre fija en el espacio; por consiguiente, s:3mpre estará quieta.

    La filosofía de Eráclito de Efeso, tiene ya repre senta ción ; es la de los m aterial istasde M ileto, ó jónicos, con todos los caracteres persas. La razón su pre m a es el fuego,origen del aire, prim ero, del agu a, desp ués, y de la tier ra, al fin; todo por grados decondensación, y de cuya teoría participan aún hoy los llamados vulcanistas.

    E n metafísica pre ten de arm oniz ar el ser con el no ser; un ir los de Mileto con losde Elea, los especulativos con los positivistas, diciendo que na da nace n i nada mu ere;todo se transforma; el m un do no ha hecho más que transform arse desde el origende los tiempos. También en nuestra filosofía contemporánea tienen representación lasideas de este pensador.

    Anaxágoras, como Heráclito, es, ó pretende ser, ecléctico. Ni materialista, ni espi-ritualista. Sin embargo, inclinándose más hacia la escuela jónica, dice que de la nadanada se hace; que hubo de existir una materia primera en la cual todo estaba confun-dido en partículas infinitamente pequeñas y un principio inteligente, el espíritu, quela puso en movimiento. Con el tiempo y con la inteligencia se unió lo semejante conlo semejante, yendo al fondo la materia pesada, quedándose en la superficie la ligera.

    Em píd oc 'es de A grigento se declara tam bié n ecléctico. Dice qu e Dios se manifiesta

    como espíritu y como m ateria, como amor y como cosa sensible y capaz para a dq uirircualquier forma. El universo es eterno; los cuatro elemen tos de que se com pone, elfuego, e aire, el agua y la tierr a, estaban confund idos en forma de átom os. Esto s áto -mos se unen por la amistad y se desunen por la enemistad. El odio los separa; el amorlos un e y form a los organism os. Loa sentidos diferentes de que la especie hu m an a estádotada, comp ónense de los cuatro principales elemen tos, reunién doles todos el alma.Así ésta reconoce el agua mediante el ¡¡gua, el aire mediante el aire, etc.

    Ad em ás de las escuelas de los natu rales de M ileto, de los de Elea y d e los eclécti-cos, que se forman de ideas de amb as doctrinas, antes del esplendor suprem o de lafilosofía griega, existió otra escuela llam ada de los atom istas, porq ue basaban susideas en la existencia del átomo. A esta filosofía pertenecieron Demócrito y Leucipo,los cuales dicen que la unión y desu nión de los átomo s produ ce la m uerte y la vida.Los átom os no se distin gu en por su esencia, sino por su forma geom étrica, situacióny disposición. Ixis átomos red ond os forman el fuego y el alm a; los dem ás con stituyenlos an im ales , las pl an tas y las cosas. E l alm a es sensible y razona, y por su sutilezatiene la pjopiedad de sumergirse en las cosas y de reconocer la virtud de ellas (1).

    Pura los atomistas^ el fin de la felicidad, q ue se consig ue por el placer y nos daidea de lo que es lícito, es la justicia y ¡a educación.

    * *Nos encon tramo s con Sócrates, y uu tts de hablar de su filosofía, conviene que

    nuestro s lectores recuerden o que ha n leído respecto los p rincipios que constituyenlas primeras nociones de la filosofía griega.

    Ha ce poco tiempo que hemo s regreíado de Persia. Nos detuv imo s en Jon ia, pro -vincia del Asia Menor, don de Mileto fundó un a ciudad, á la que puso su nom bre, y

    (1) Eeta idea reDace en alguucia de ios ü\ n tos árabee eepaflules de la Edad Media.

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    mayor de los imposibles imaginados; y por más que para conseguirlo se elegisladores y moralistas á fuerza di fabricar leyes represivas y máximas moraledefinitiva nada práctico hab rá de conseguiráe si no se ataca al fondo con vahntla

    heroica, si no se renueva radicalmente el régimen; en una palabra, si noRevolución social.En el fondo social existe la explotación, base inicua de toda depravaci

    ralidad, causa permanente de toda degradación y corruptibilidad ham ma;y contraproducentes resultarán cuantos sistemas de purificación S3 intenvigencia, m ientras no se destruyan com pletamente las gangrenosas moque dom inan el fondo social, determ inando la ano rma lidad funcional ddades.

    La inflexible ley del sak rio, últim o signo de la servidumbre inicua y deplor

    pendencia en que vivieron siempre sumidos los humanos laboriosos de pasados y presen tes, es una ley tan falta de equ idad justiciera, como lo leyes jurídicas ó económicas informen el orden existente.

    Á poco que se profundicen los arcanos históricos y se observen en sus orígenes lprocesos evolutivos por que ha atravesado la economía social, estudiandel desenvolvimiento cronológico de los progresos del trabajo, pronto se ecenorme iniquidad económica en que consiste la explotación de las fuerzasy lo que en realidad significa el salario.

    Decir—como desenfadadam ente d icen los doctores de la Economía pel salario es la justa remuneración con que el capitalista recompensa al otrabajos musculares ó intelectuales que éste verifica al asociar libremente su personalidad en las empresas y funciones de la producción general, es pretendcon un sofisma más ó menos habilidosamente hilado, la irracional explothombre capitalista ejerce sobre el hombre despojado.

    Tamaños subterfugios sociales, tales antilogías económicas, no caben cabezas preocupadas por el frío cálculo de la explotación, henchidas de slitarioB é incapaces para reflejar nada grande y levantado.

    E l capital no es otra cosa que la acum ulación manifiesta de las riquezbles producidas por el trabajo . El trabajo es anterior al cap ital, como eanterior á la idea.

    El trabajo creó la riqueza con su impulso fecundo; dio origen con su zaüte á todo capital y elemento de vida, y no se explica, ciertamente, lque pueda informarse el hecho de economí incongruente, de que el capital sea eexplota y esclaviza las fuerzas de su propio creador, el trabajo.

    La ley del salario ea un escarnio perenne á la justicia, supone un desvconstante de cuantos trabajan , resulta algo así tan monstruosamente p uel reconocimiento tácito de todos los timos, engaños y mentiras sociales nan la enormidad legaiitaria Sobre que se sientan, tan orondas y satisfec

    das de falsos privilegios, las actuales instituciones...El capital sin la fuerza del trabajo, por sí solo, no produciría cosa al

    vecho, es com pletamente estéril. Por esto al trabajo se le obliga á prod pro-pio jornal su mism miser ble s l rio remuneratorio; y después, antes siempre de bir su sueldo miserable, se le impone al trabajo la obligación despojadora las gr ndes g n nci s que constituyen el capital privativo beneficiándose gratuitamlos capitalistas privilegiados con la mayor y mejor parte de cuanto se

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    apenas trabajar, sin casi de6veiars>, que tal es la Justicia de la descabellada lógicahumana...

    La almadraba está primorosamente tendida; sólo los grandes cetáceos, los omnipo-ten tes tiburo nes, las focas poderosas, lograrán eludir el vigor opresor de sus fuertesmallas.

    La ley legaliza el despojo de las fuerzas h um an as, como en otro tiempo sancionóla venta del ébano vivo; condena severa y du ram en te al que roba para no morirse dehambre , y consiente y apoya con rigor rencoroso la explotación y el agio. El trabajoes sometido por la ley á sufrir la dependencia vilipendiosa del capital, á ser esclavo desus efectos...

    Manantial de toda dicha , do todo placer, fruición y ventu ra; emisor inductivo ydeductivo de cuanto es disfrutabié, supone com odidad ó implica b ienestar y riqueza;impu lsor augusto de teda civilización, mo ralidad, libertad y progreso; el trabajo, qutodo lo crea y determ ina todo, por cuanto es mov imiento, electricidad, calor y vida;el trabajo, que asume en sí la totalidad suprema de cuanto existe, lo relativo como loabsoluto; el m icros como el macros; el trabajo, ese trabajo redentor que todo k) engen-dra y perfecciona todo, por una aberración pe rturbado ra, por la más perturbado ra d elas aberraciones sociales, es el esclavo irredimil ile hasta la fecha, del capital. Pero talesclavitud será transitoria, por mu y durade ra que pudiera suponérsela, y día llegaráen q ue las cosas se norm alicen y dej en de ostentarse monstruosas, cual se ostentan alpresente, y entonces, cesando toda ilusión legalitaria, desap arec iénd ola inflexible ley

    del salario será el hom bre dueño absoluto de sus destinos, viviendo en sí y para sicomo fin y no como medio y dejando de ser, por tanto , el viviente artefacto alquilablesobre que hoy opera y constituye todas sus inm ensas riquezas y dulces privilegios elcapitalismo explotador.

    Produciendo la emancipación económica de la sociedad, igualando á los h um anoseconómicamente, se habrá llegado á la regeneración y redención del m un do .

    Sólo de este modo dejará de ser injusto el orden social, y el ho m bre podrá conrazón, bajo tales auspicios, proclamarse positivam ente libre y redim ido...

    DONATO LÜBEN.Miiiii iiiiiiniiiwiin niiiiM

    L N RQUÍ

    sxj P̂iTT Y SUS M:E:IDIOSXVI

    ¿ Q U É H A C E RNo saber atacar las cosas posibles —Corriente de l anarquía.—Pensar y obrar no es lo

    mismo — Reaparición de la moral individual.—C uando se sabe querer — Anarquistas yjurados.—ün fiscal fastidiado.—Negarse á pagar el impuesto.—Huelga de reclutas.—

    Lo que puede suceder—

    Lo que el porvenir puede traernos.¿Qué hacer?, se pre guntan los que , hartos de discutir, quisieran realizar inm edia -tamente alguna cosa. Y la contestación es bastan te difícil, porq ue sólo el individuomismo, según sus concepciones y la intensidad de su convicción, debe ver alrededorde si qué es lo que más conforme aparece en su modo de ser.

    ¿Qué hacer?, repiten los individuos cuando, en vez de buscar un punto á cuyodesenvolvimiento consagrar todas sus fuerzas, quis ieran realizar integralm ente el

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    ideal anarquistt», deseo muy legítimo en sí, pero irrealizable á causa de las circunstan-cias que nos rodean. Al llegar á este terreno, un caos de ideas confunde la m ente delos que creen qu e para hacer triunfar el ideal ana rqu ista, debiera fijarse un a solacorrien te, lo cual es un error, po rqu e la transform ación social no pue de/efec tuarse deun solo golpe, sino lent am en te, dete rm inan do la evolución c otidiana un a serie detransformaciones sucesivas en los diversos puntos de acción.

    Como un a transformación trae otra, varias pod rán ser simu ltáneas; pero la trans-formación completa será el último resultado de los diversos cambios.

    Uno s se acogen á la revolución creyéndola capaz de hacer m ilagros, otros inven-tan un a panacea cualquiera, y todos á la vez, hipno tizados por la sublim idad delideal qu e defendem os, nos pre gu nta m os casi á coro la ya célebre frase ¿qué hacer? ,

    igno rando ó no tenien do en cue nta que haciendo las cosas p equ eñas se facilita elpaso á las grandes.•

    Ex isten, si no and am os desacertados en nuestra s observaciones, cinco corrientesprincipales en la anarquía, que tienden, cada cual á su modo, á realizar algo prácticoen la dirección que han elegido, sin contar el individualismo.

    1. L a de negarse al servicio m ilitar qu e nació con el ideal mis m o.2.° El deseo de crear colonias y agrupa ciones en don de ensay ar géneros de vida

    au n en el ord en actu al, lo m ás conforme posible con nuestro mo do de pen sar.3. Las cuestiones obreras, los sindica tos, las sociedades de resistencia y coopera-

    tivas, de dond e el mo vimien to se había sep arado desde un principio, y al que parecevuelven alguno s com pañeros, viendo que en ese terreno puede hacerse algo en bene-ficio de la idea.

    4.0 Co ntrarre star los efectos de la educ ación burgu esa, que atrofia el cereb ro delos niños, fundan do escuelas libres; y

    5.° La propagan da entre los campesinos, que ha estado m uy abando nada, y endonde hay mucho que hacer.

    Pasemos revista sucesivamente á estas diversas corrientes, que no son sino medios

    para llegar al fin; pero sepamos que fuera de los enunciados hay miles de casos en lavida que, aprovechándo los, podem os ayud ar á la transformación de nu estras ideas éinfluir en el modo de obrar de los dem ás, lo cual con tribuirá á variar las costum bresdel vulgo, y esto es hacer verdaderamente labor revolucionaria.

    Los casos en los qu e po dríam os servir de contrap eso á la cor rien te, son infinitos.Y, sin embargo, en la mayoría de ellos nos dejamos arrastrar y hacemos lo que todoel m un do , un as veces por no singularizarse, otras por no disgustar á los parientes, ála mujer y qué sé yo...

    ¿Podemos esperar un cambio total é inmediato de la sociedad cuando tantos indi-viduos, convencidos de las cosas que hay qu e comb atir, se confunden con la m ayoríapor indiferencia, ignorancia ó interés personal? ¿Cuán tos, por ejemplo, sabien do q ueel caeamiento legal es una institución absurda, admitiendo que la unión de los sexos,que la familia, debe fundarse sobre la más completa libertad, consolidada sólo por elamor y la afección, no pueden prescindir del casamiento y van á veces hasta á casarseá la iglesia, bautizan á sus hijos, hacen acomp añar sus mu ertos por el cura, y todopor la debilidad , porqu e n o saben resistir á la crítica, á la mu rm urac ión, mejordicho?

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    ¿Es que no han comprendido todavía que hacer el vacío á las instituciones acles es el medio más radical para destruirlas?

    Se nos contestará que todo eso está muy bien como teoría, pero que en la práces irrealizable; que hay muchísim as circunstancias en las que l is individuos no den obrar según piensan, sean ó no anarquistas, y que los primeros que empieSerán las primeras victima?, sin obtener ningún beneficio positivo.

    Cuando se habla eu términos generales, los particulares hay que separarlos. Amás, de los casos en que el indiv iduo se expone , son innumerable s aquellos en que podría hacer mucho sin exposición, ó á lo sumo con algún pequeño disgustoimportancia, y, sin embargo, no se hace nada.

    Los casos en que se puede trabajar por la idea somos nosotros quienes los hede ver, y seguramente que éstos auii\entarán á medida que la convicción de nueprincipios se profundice.

    * «Nos quejamos de la ingerencia del Estado, y no debiéramos que jarnos, porqu

    nosotros nos preocupáramos de infinidad de cuestiones que nos afectan y las rviésemos sin consentir que aquél ee inmiscuyera, sus funciones no lo hubieran dido todo.

    «Nunca se gozan otras libertades que las que se conquistan», ni se sufren oexacciones que las que se quieren sufrir. Así, por ejemplo, en lo que se refiere Unión libre si no está oficialmente reconocida, está admitida por la tolerancia.

    Se me han citado algunos casos que prueban lo que hemos dicho y repetido vaveces en este mismo libro, es decir, que cuando las costumbres van más allá quleyes, los actos informados en estas costumbres se admiten como legales, no obstcarecer de sanción en las leyes. Parece ser que á viudas de profesores cuyo cmiento no había pasado por los trámites legales, se las pensiona como á las deviudas, según consta en documentos existentes en las oficinas de la Casa de la Ci

    Podemos citar también el caso de los jóvenes que en el servicio militar han cseguido, no obstante no ser casados, la indemnización para sus compañeras, quacuerda á los que tienen familia. Igua lmente podemos citar el hecho frecuentanarq uistas no casados, á cuyas compañeras se autoriza para poderlos visitar ecárcel (1).

    Esta tolerancia es debida á la valentía que algunos han desplegado para conseque la forma de unión Mbre sea respetada. Si obráramos así en todos los casos bles de nuestra vida, la ingerencia del Estado retrocedería sensiblem ente. Una tad nos conduce á otra, y el progreso se efectúa en esta forma, hasta que el confagravándose, hace necesaria la revolución armada.

    No es posible prever todos los casos en que se puede ayudar á la supresión deinstitución; pero como ejemplo, citaré el caso de dos compañeros que se vieroncritos en la lista de jurad os. E sto fué hace ya algunos años. E l prim ero de ecompañeros un día fué sorprendido al ver entrar en su casa un sargento de la gdia municipal, entregándole una hoja en la que se le advertía que debía presenten la Audiencia para formar parte del jurado en uno de loa primeros juicios. Nuestro

    (1) Ra Francia BÓIO los parientes cercanos de ua detenido pnedea vieitarle en la cárceN. de T.)

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    amigo se sintió molestado, porque no quería de ningún modo formar parte del tribu-nal popular. No tenía, sin embargo, otro reme dio que aceptar, so pena de pagar una

    multa de quinientas pesetas y arruinarse, pues toda su industria no valia más.Se dio vueltas y más vueltas al asunto, pero no halló solución que le evitará eldesenvolso de las quinientas pesetas.

    Escrib ió al fiscal diciéndole que , como no creía ni en el diab lo ni en Dios, nopodía de ningú n modo prestar jur am en to ante el tribunal. Obtuvo la callada porrespuesta, y el día de la vista, con bast an te m al hum or, fué á la Au diencia. Ya todosreunid os, trib unal y jurado s, empezaron los pequeños preparativos de la comediajudic ial: lectur a de la lista de jura do s, de las cartas de excu sas de los ausen tes, etcé-tera, etc.; luego el presidente de la sala preguntó si alguien tenía alguna objeción quehacer.

    Nuestro amigo miró dur ante un m om ento al ministerio público, para ver si éstehab laba de su caso; como no dijera na da, se levantó, y dirigiéndose al presid ente,dijo:

    —Yo sí tengo objeciones que hacer; pero como en atenta carta las he explicado alseñor fiscal, espero que tendrá la bondad de leerlas.

    —Exponga sus razones usted mismo—dijo el presidente.—Pues bien, he aquí mis razones:

    1.0 Que como no creo en Dios, no puedo prestar jur am ent o en su nomb re; y2.° Que convenc ido de que la sociedad no hac e nad a para prev enir los crím ene s,

    no le reconozco el derech o de juzga r á nad ie, razones suficientes, según m i parec er,para no poder actuar como jurado.

    La sorpresa que tal declaración produjo entre gentes que se creen desem peña r u nafunción social, fué muy grande.

    — Eso— dijo el presid ente luego de consultar con el fiscal— no es un mo tivo sufi-ciente.

    Nu estro amigo calló y esperó el sorteo. Con alegre sorpresa observó que el fiscalrecusaba su nombre tantas cuantas veces salía.

    E l últim o día salió su nom bre en el sorteo, y el fiscal pareció pasarlo inadv er-

    tido. Entonces se levantó y dirigiéndose al presidente: —«Dispense que le interrum-pa para decirle que las causas que hasta hoy m e han hecho recusable existen toda-vía». E l presid ente hizo un gesto qu e que ría decir que desde el momento en qu e elfiscal no oponía su veto, él no podía hacer nada.

    —Yo digo esto, porque tal vez el señor presidente tonga interés en evitar un inci-dente de Aud iencia. ,

    El resulta do fué ser nue vam ent e recusado y no figurar jam ás en la lista dejurados.

    Desde el prim er día los periódicos burgueses com enta ron estas declaraciones, yha sta los má s obscuros lectores se entera ron así de que en el m un do hab ía seres queno querían juzgar á sus semejantes.

    * *El otro amigo fué más derecham ente al terreno; pero la autoridad , que no gusta

    de publicar sus cosas, calló, y la negativa no fué conocida del público.Es to sucedió hace ^oco tiem po. El amig o en cuestión, igual qu e el otro, recibió

    aviso do presentarse á la Audiencia para formar part« del tribunal popular. Inmedia-tamente dirigió al fiscal una tarjeta postal, en la cual le declaraba que vivieado

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    alejado de la sociedad tan to como le era posible, no sentía, ni remo tam en te siquiera,

    la necesidad de defenderla, y que, por consecuencia, no contaran con él para tan des-agradable tarea. Mand aron policías á tom ar informes de él á los vecinos y hasta ácasa de su m adr e; pero el rcBultado fué dejarle en paz par a siem pre en lo qu e ájuzgar á los demás se refiere.

    ** *

    Es evidente que todo el mu ndo no está llamad o á ser jurado ; pero testigo, porejemplo, cualquiera puede serlo. Si con frecuencia ante los tribunales, los individuosque por cualquier cosa se han d e pre sen tar ante ellos, declararan con inteligencia yopo rtunid ad que ni adm iten ni quieren tom ar parte en la comedia judicial, porquees un a aberración juzga r la vida y la libertad de nue.stros sem ejantes , los más ciegosdefensores de lo exis tente reflexionarían sobre tales declaraciones y tend rían queconvenir con nosotros en que en nuestras ideas y actitud hay un fondo sublime defilosofía y abnegación.

    « *Negarse á paga r los imp uesto s es otro m edio de agitación b asta nte difícil d e

    emplear en Francia, en donde los consumidores están libres de desembolsos directos,y sólo los come rciantes y propietarios se las ha n de haber con el cobrador de contri-buciones (1).

    E n las poblaciones rura lea son mu cho s m ás los que pagan contribución, y sería

    más fácil hacer agitación en el sentido indicado ; en tiempos del impe rio ya inte ntóGambon crear dificultades al gobierno excitando á los contribuyentes á no pagar.

    Por este medio se podría tal vez interesar á los agricultores, sobre todo, sabiéndo-lo hace r como los socialistas nolandeses qu e, cuan do el Estad o em bar gab a á los mo-rosos sus mu eble s ú otros efectos, logra ban q ue el día de la sub asta na die pujara laspos turas, y como la ley dice que todo lo que se pone á la venta debe darse por cual-quier precio, los amigos del em barg ado adqu irían por muy poco dinero los mueblesdel cama rada que, natur alm ente, continuaba no pagando . Ahora creo que un a leynueva ha puesto á la burgu esía al abrigo de esos ataqu es. Pero esto hay qu e descon-tarlo; los capitalistas se defenderán por todos los med ios que estén á eu alcance, queBon muchos.

    Cuando los actos son aislados, no tienen más que carácter de débil protesta, quepued e hace r p ensa r á las gentes; pero cuan do se mu ltiplican, p ued en con tribuir ácambiar las cosas. En cuanto á la reacción, no hay que temerla, si nosotros, sólo nos-otros, formam os un núcleo fuerte y, da nd o iniciativas á los dem ás, trabajam os á lavez para combatirla.

    Como se ve, ocasiones para obrar no faltan nunca; de lo que se suele carecer es deconvicción razonada y de firme voluntad para trabajar.

    Si pa samo s á los casos don de parece que se ha ya inclinado el esfuerzo d e los anar-quistas, veremos que ni en ellos siquiera se ha hech o todo lo que se podía hacer, yque lo realizado má s ha sido á imp ulsos de luchas anteriores, qua no movidos pornuevas concepcioijes.

    (1) Y estos entes, engendros de la sociedad actnal, nose ponen frente á lo existente, sinopasivamente, como están haciendo los de la Unión Nacional (Julio de 1900). Toda la agita-ción que con tal motivo puede hacerse, en Espafia al menoei, qneda reducida á que á uno leî ompan la crisma de nn tiro, mientras que los contribuyentes , jaleadcres íe Por tas, cierran»ua puertas j se regalan comiendo á dos carrlUbs.—C ̂ < d el T.

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    Asi, por ejemplo, y para no hablar más que del servicio militar, resulta evel que en todos los tiempos el hombre ha sido refractario á tal ocupación. El amor aloropel, á lo que brilla; la idea de pavoaearse con un uniforme chillón; la ede poderse coser un día cintajos de pasamanería qua dan el derecho de se ygrosero con los dem ás; la seguridad de que no ha de faltarle el rancho; el no tenerla preocupación leí día siguiente y otras m uchas cosas que halagan la debilidad laperversión del hombre, ha podido inclinar á tan repu gnante profesión á loa indivi dúos en ciertas épocas; pero lo cierto es que siempre por error y contra los dictados del corazón, han podido los hombres encuartelarse.

    En todos los tiempos ha habido insubordinados y desertores; la propagquista no ha venido más que á aumen tar el número y á dar á los que asi procedenuna razón filosófica de su conducta.

    Antes se desertaba por razones personales, y luego de realizado el acto de in displina se quedaban los individuos con cierto remordim iento por haber fa á lasleyes. Hoy se deserta también por razo íes personales, seguramente; pero la mayorparte d e los casos son seres conscientes que abom inan del ejército y quier su desaparición, y entienden q ue no formando parte de él es el modo más rápido de destruirlo; no reconocen al Estado el derecho de enregimentar á nadie y cercenar unoscuantos años de nuestra juventud, y el mejor modo de negar este derecho, es no de-jaise disfrazar con la extraña librea de soldado, que ak mismo tiempo qu alhombre esclavo le autoriza para matar á sus semejantes.

    Hasta el presente, por el reducido núm ero de los desertores, el ejército no hsufrido trastornos en su organización; pero la idea anarquista, que ha hechconsiderablemente los casos de insumisión, llegará á crearle algunas dificultades, ycuando el número de los que tomen el camino del extranjero alcance unimportante, ¿qué hará el Estado?

    Además, mien tras que los actos de insumisión sean pocos, los desertores otro remedio, para vivir tranqu ilos, que la emigración; pero cuando sean y numerosos, podrán quedarse en su país sin exposición alguna, porque público simpatizará con ellos.

    Y los actos de resistencia de este género, que nos parecen imposibles hcon el tiempo actos que cualquier temperamento podrá realizar, y se m ultiplicaráncuando se haya creado una atmósfera, favorable á ellos.

    JUAN GRAVE,Traducción de Antonio López.)

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    nal es para el individu o. Por ella, en medio de las incesantes variaciones, hay unfondo que persiste; por ella la naturaleza se copia y se imita constantemente. Considerada bajo su forma ideal, la herenc ia sería la reproducción pur a y simple de lo sem ejan te por lo sem ejante . Pero esta concepción es pu ram ent e teórica, porque los fenómenos de la vida no obedecen á esta regularidad matemática, complicándose suscondiciones de existencia más y m ás á m edida que nos elevamos del vegetal á losanimales superiores y de éstos al hombre.

    El hom bre p uede ser considerado en su organismo ó en su dina m ism o, en las funciones que co nstitu yen su vida física ó en las operaciones qu e co nstitu yen su vidamental. Ambas formas de la vida, ¿están sometidas á la ley de la herencia? ¿Lo estántotalm ente ó parcialmen te, y, en este últim o caso, has ta qué punto?

    El lado fisiológico de esta cuestión ha sido muy bien estudiado; el psicológico loha sido mucho menos. Este es el que nos proponemos estudiar aquí. Pero la transmisión hereditaria de las facultades mentales, considerada en sm fenómenos, en sus leyes, én sus consecuencias y sus causas, está tan íntirtíamen te ligada ala herencia fisiológica, que es necesario hablar de ésta ante todo. Lo hare m os mu y breve m ente, remitiéndonos en los pormenores á los tratados especiales. Nos bastará mostrar, con alguno s hech os bien claros y bien seguros, que la herencia se extie nde á todos los elem entos y á todas las porciones del organismo , á su ex truc tura extern a é intern a, á

    u enfermedades, á sus caracteres particulares, á sus modificaciones adquiridas.

    Lo que se m uestr a desde luego, au n á las mirad as men os aten tas, es la herenciade la extructura externa. E ste hecho es de observación vulgar; nad a má s co mú n queoir decir que u n niño «es el retrato de su pad re, de su m adre , de sus abuelos». El influjo hered itario pu ed e acusa rse en los m iem bros , el tronco , la cabeza, las u ña s m ism as ó el pelo, pero sobre todo en la cara, la expres ión ó los rasgos de la fisonomía.Los antiguo s había n hecho ya esta observación: de aquí entre los rom anos , los Naso-«es, loa Labeones, los Bucones, los apitones y otros nombres sacados de un signo hereditario 1). No es preciso recorda r la nariz de los Borbone s y el labio de los Ha bsbu r-gos. Las semejanzas hereditarias pueden descubrir, al primer golpe de vista, el origende las personas, y han dado lugar algunas veces á los encuentros más imprevistos ynovelescos. Pueden sufrir en el curso de la vida metamorfosis que hacen que el niño8e asemeje sucesivamente al padre y á la madre; insistiremos sobre este punto al tratar de la herencia en las épocas correspondientes.

    Muchos individuo s de alta ó de pequeñ a estatura engendr_an individu os semejanza . Este hecho, consagrado por un a larga experiencia, ha sido aprovec hado desdefaace mucho tiempo por los ganaderos para crear ciertas razas.

    Este sistema de selección reflexiva y consciente se ha aplicado tam bié n á la hu-Oíanidad. El p adre de Federico I I, Federico Gu illermo 1, cuya pasión por los colosos*ía bien conocida, oper aba, con respecto al regimiento de gigantes qu e había formado,

    *omo los ganaderos con sus animales. No toleraba el matrimonio de sus guardias más^ue con mujeres de gran estatura.

    La herenc ia existe tam bién en todo lo que to ca al color de la piel, la forma y el volumen del cuerpo. Asi, la obesidad es hasta tal punto resultado de una predisposicióndel organismo, que con frecuencia se produce, á pesar de las privaciones, de la fatigay de la miseria.

    1) P. Luc as, Iraüéphylosophiqm et physiologique de l héréditénatureUe.— 2 vol, París.—1847- 1 8 5 0 , t I.fpág. 196.

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    La herencia actúa sobre la conform ción interna como sobre la extr uctu ra extern a.Nada más positivo que la herencia de la forma, del volumen y de las anomalías delsistema óseo; la de las proporciones, en todos sentidos, del crán eo, del tórax , de lapelvis, de la colu m na verte bral y de los me nore s hueso s del esqueleto es de observa

    ción diaria y vulgar. Se h a comp robado ha sta la del nú me ro, en má s ó en men os, delas vértebras y de los dientes (Lucas).—El sistema circulatorio, el sistema digestivo^el sistema m usc ula r, siguen las leyes de transmis ión de los dem ás sistemas internosdel organismo. Existen familias en que el corazón y el calibre de los principales vasosson natu ralm ente m uy considerables, otras en las que son relativam ente pequ eños,otras en que presentan los mismos vicios de conformación.—En fin, y esto nos tocamás de cerca, la heren cia rige las proporcio nes del sistema nervio so. Se man ifiesta enlas dim ens ione s generales del cerebro, su prin cip al órgano ; es tam bién con frecuenciasensible en el volumen y hasta en la forma de las circunvoluciones: Gall lo había ob

    servado y explicaba por este hecho la transm isión de las facultades men tales. Másadelante ten drem os m uch as ocasiones de volver sobre este punto para no insistir m ásahora.

    La herencia de los elemen tos intern os se realiza p ara los líquid os del organ ismocomo para las partes sólidas: la sangre es más abundante en ciertas familias, y estasuperab undan cia transm ite ó pued e transm itir, á los diversos miem bros, una p redisposición á las apoplegias, á las hemorragias, á las intiamaciones. Se citan algunas familias en que una ligera picadura causaba una hemorragia, que nada podía contener.

    Y no es sólo, como podría creerse, la extructura externa ó interna la que es trans-

    misíbJ

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    más extrañas y más conocidas es 1* de Edward Lambert, cuyo cuerpo, excepto la cla palma de las manos y la planta de los pies, estaba revestido de una especrazón de excrescencias córneas que sonaban unas contra otras. Tuvo seis hijoal cumplir las seis semanas, presentaron la misma singularidad. El único vivió la transmitió como su padre, á todos sus hijos, y esta transm isión, querón á varón, continuó asi durante cinco generaciones 1). El albinism o, el raquitismo,ciertas cojeras, la ectrodactilia y la polidactilia, el labio leporino, en sumadesviaciones del tipo que resultan, sea de un exceso, sea de una detención llo orgánico, son transmisibles por la vía seminal, y tales hechos son interesacuanto demuestran que el tipo individual está sometido á la ley de herenciaque el tipo específico.

    Anomalías adquiridas dura nte la vida por accidente pueden transm itirsebre herido en la mano derecha, después de su curación quedó con un dedo tuvo varios hijos con ese dedo torcido 2). Las deformaciones artificiales sosibles; tres pueblos del Perú , los Aymarás, los Huanca s y los Chinchas teníansu modo particular de deformar la cabeza de los niños, y esta deformaciónvaba después. Los esquimales, dice M. de Quatrefages, cortan la cola á losenganchan á los trineos; los cachorros de estos perros nacen con frecuencia

    Los experimentos bien conocidos de Brown-Séquard han demostrado qorden funcional, como la epilepsia, producido artificialmente, puede transm

    raba sobre conejos de Indias sanos y practicaba en ellos ciertas lesiones nemisección de la medula) que dan por resultado accesos epilépticos. El animpero los hijos que engendraba du ran te su período morboso eran epiléptico

    Pero ¿puede deducirse de a qu í que las desviaciones del tipo específico, qmalías de toda especie, estrabismo, miopía, atrofia ó hipertrofia de los miedan fijas para siempre? Ó bien, ¿no tienen una herencia restringida y temcuestión es muy debatida 4); porque estos desórdenes individuales unas veces semiten y otras no. La experiencia parece demostrar, sin embargo, que hay ucia hacia la vuelta al tipo primitivo. Así, en la familia Colburn, que ha pres

    de los casos más curiosos de sexdigitismo los miem bros de esta familia tensupernumerario); esta anomalía duró cuatro generaciones; pero, dice Burdmalía fué decreciendo constantemente. En la generación primera estaba ende 35 á 1; en la segunda de 14 á 1; en la tercera de 3 ^|^ á 1. La vue lta al tipo norm aoperaba, pues, rápidam ente 5).

    La transmisión seminal de las modificaciones adquiridas está muy restgunas veces, aun cuando se encuentre en ambos genitores, ün sordo-mudo,una sorda-m uda, tienen hijos que pueden oir y habla r. La necesidad de la entre los judíoF, dem uestra que una modificación adqu irida y repetida frec

    puede no ser hereditaria. Las desviaciones del tipo, después de haber dur

    1) Philosophical Transactions, vol. XVII y vol. XLIX.2) Par a otros hechos de la mism a naturaleza, véanse Darwiii. De la variation des animaux

    etde» plante», t. II, cap. XII, y Haeckel, Historie de la création naturelle, pág. 158.3) Pa ra el porm enor, véase Archives de physiologie 1871-1872.4) Sobre este debate, desd e el pu nto de vista fisiológico, véase los BuU etins de la S odété

    d'anthropologie, t. I, pég. 33S, y en particular pág. 561 y siguientes; t. II, De l'/drédité de ano-malies. ' ^

    5) Burdach, Physiologie, t. ll,;pág. 251. Véase también Darwin, op. cit. t. II, págs. 12 y 60.

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    generaciones, vuelven al estado normal, de suerte que muchos naturalistas afirque la regla es que los ccidentes no se perpetúan.

    Estamos, pues, bien lejos de la ley así formulada por Lamarck: «Todo cuantonaturaleza ha hecho adquirir ó perder á los individuos por influjo de las circunscias á cpie su raza se encu entra du rante m uch o tiem po e xpuesta, ésta lo conservala generación en los nuevos individuos que de ellan provienen, con tal de quecambios adquiridos sean comunes á ambos sexos ó á los que han producido nuindividuos.»

    Sin embargo, estas dos opiniones opuestas, cada una de las cuales tiene hecque alegar en su favor, son conciliables, si se observa que hay modificaciones por su naturaleza misma, están en lucha con su medio, y cuyas condiciones de etencia se hacen por tanto más y más difíciles; mientras que hay otras que, acodándose bien , pued en fijarse por un a selección, sea na tura l, sea artificial como arte de la cría de ciertos animales), y que así todo concurre á borrar las primerasperpetuar las segundas. Indico de pasada esta dificultad: volveremos á encontá propósito de la herencia psicológica y la trataremos más ampliamente.

    Nos falta hab lar de un a úl tim a forma de la herencia, la de las enfermedades. Laobservación parece tan antigua como el origen de la medicina; es de todas las épde todos los lugares, de todos los pueblos. Los médicos griegos distinguían ya lafermedades hereditarias UÓO-OT xXwav/iíxaT). En los tiem pos m od erno s, sin em ba rgo, laherencia morbosa ha suscitado discusiones de toda especie entre los médicos. ajeno á nuestro asunto y á nuestra competencia hablar aquí de ellas. Limitémonhacer notar que la cuestión parece hoy absolutamente juzgada, en cuanto al fopor el hecho de que los adversarios más declarados de la herencia morbosa admsi no la herencia de la enfermedad misma, al menos la de una predisposición contraerla. Se encontrarán, en la obra de Lucas Sobre la herenci y en todos los librosde medicina, hechos bastante numerosos y bastante claros para permitir consiones.

    Esta rápida exposición fisiológica basta para demostrar que la ley de la hererige todas las formas de la actividad vital, lo que por lo lemas está generalmente

    conocido y admitido. ¿Sucede lo mismo en el orden psicológico? Esto es lo que nos toca examinar, comenzando por el estudio de los hechos.C H . í l iBOT.

    CRÓNICA CIENTÍFICALa scensión del Júpi ter en la est ción de Bighi.—Las exploraciones aéreas: los glohos-

    sondas —Las altas regiones de la atmósfera.—Ojeada retrospectiva.—La teoría de lasnieves eternas según Zurcher.—Las corrientes aéreas en las capas superiores. —Peligroque corren los aeronautas.El c apitán Spelterini, el ingeniero suizo Ern st y nuestro distinguido colega E m

    Gautier, partiendo de la estación de Righi, situada á unos dos mil metros de alpracticaron el 1.° de Agosto una exploración científica en el globo Júpiter con objetode estudiar las altas regiones de la atmósfera.

    La ascensión fué verdaderamente sensacional: la vista del hermosísimo panoque se extendía á sus pies, abarcando la masa ciclópea de los Alpes, del Mont-B

    Tirol, hizo olvidar á los atrevidos viajeros los peligros que corrían. Recorriero

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    espacio de 65 quilómetros y se elevaron á una altura de 5 000 metros; y si bien no esesto un record en cambio los aeronautas aseguran haber hecho observaciones ficas altamente interesantes, que se reservan por ahora para publicarlas mente.

    Las ascensiones repetidas verificadas en estos últimos tiempos con un finy el envío de globos-sondas á través de las capas más elevadas de la atmócontribuido eficazmente á extender el campo de nuestros conocimientos mecos y á reemplazar hipótesis numerosas por hechos adquiridos por la obser

    Estos viajes hacia las altas regiones atmosféricas datan de antigua fechMe Rosier y el marqués de Arlandes penetraron en ellas los primeros, en 17sencillo globo de fuego construido por E. Montgolfier. El joven y audaz exque no tardó en perecer víctima de su valor y de su amor á la ciencia, deeste viaje:

    «Llegados á las nubes , la tierra desapareció por com pleto de nuestra vniebla espesa nos rodeaba, y un espacio despejado nos devolvió la luz. Desnubes, ó más bien enormes masas de nieve, se amontonaban rápidamente btros pies (esto ocurría en el rigor del verano), rodeándonos luego por todgran cantidad de ella caía perpendicularmente sobre los bordes exteriores galería, y otra se deshacía en lluvia sobre Verfielles y París; el barómetro jado nueve pulgadas y el termómetro dieciséis grados. Deseosos de conoce

    elevación que podía alcanzar nuestra máquina, resolvimos llevar al más altviolencia de las llamas, levantando nuestro brasero y sosteniendo los haceencendido sobre la piínta de nuestras horcas.

    «Llegados á las cimas más altas de aquellas montañas heladas, recorrimtiempo aquel desolado espacio, visto por primera vez por seres humanos, dlados y separados de la naturaleza y á 11.732 pies de la tierra, sólo percibíames masas de nieve que reñejaban la luz del sel é ilum inab an aquella inmdad . La temperatu ra era de 5° bajo cero, y la velocidad del aeróstato nos ercida, faltos de todo objeto de comparación. En cuanto salimos de aquella abismo, se ofrtció repentinam ente á nuestra vista un espectáculo admirable:lugar, experimentamos la agradable sensación de pasar en un minuto del la más dulc€^primavora; la campiña apareció en toda su ideal magnificenciudades, villas y aldeas, confundiéndose y entrelazándose, parecían bellístas de recreo rodeadas de esplendentes y frondosos jardines...»

    Esta hermosa,descripción de las altas regiones atmosféricas, hecha por físico, manifiesta cuan dignas Fon de fijar la curiosidad del público y la alos sabios. Organizáronse después numerosas exploraciones, entre las que y Gay-Lussact, hecha en París á principios del siglo, se hizo célebre: por aeróstatos llenos de hidrógeno se alcanzó la altura de 7.000 m etros. Á B.OIos . nim ales de la colección que llevaban parec ían sufrir á causa de la rdel aire. Un poco más arriba se soltó una alondra, que levantó el vuelo yseguida á reposarse sobre el bord^ de la navecilla; luego, reuniendo sus fprec ipitó hacia la tierra describiendo círculos. Por últim o, los mismos acoiüenzaron á sentir gran malestar; al llegar á 6.000 metros se les pusierony los labios azulados, y la respiración se hizo dificultosa. Uno de los dos vdió el conocimiento, y á punto estuvieron de pagar con su vida la temerarique, no obstante, renovaron algún tiempo después,

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    Pora conocer mejor las altas r ígiones de la atmósfera, los físicos las hau abotambién por la vía de los pisos superiores de nuestras montañas; pero al fin las siones en globo han obtenido la preferencia, porque resulta que sum inist ran datcompletos y no ?on más peligrosos en la actualidad que las ascensionps alpinas, do en cuenta que en éstas, á la rarefacción del aire, se unen los esfuerzos muscnecesarios para avanzar penosamente sobre las nieves heladas; los vivos, dolorprivaciones y aun el temor ante los peligros son, á no dudarlo, condiciones pocopósito para dedicar á las observaciones el cuidado y la atención exigibles.

    Á propósito do es'iR enormes capas de hi^lo y de nieve, surgs el problema dqué se encuentran en tan gran abundancia en esas montañas, á pesar de recacción directa de los rayos solare?.

    Entre las numerosas hipótesis expuestas sobre el asunto, hay una muy aceen itida por el profesor Zurcher:El aire envolvente, rarificado á consecuencia de la débil presión, sólo absorb

    parte pequeñísima de presión; además, el calor comunicado por el suelo de la y por el vapor de las capas inferiores, se encuentra considerablemente disminuenfriamiento nocturno es otra causa poderosa de frialdad para las superficies das en las regiones atmosféricas elevadas que no tienen sobre sí más que airseco. Sabido es cómo desciende la temperatura durante la noche en ciertas comcuando no se hallan protegidas por una capa de aire húmedo: por eso en el Sdonde en el curso del día se siente una tem peratura ardentísima, reina en las úho ras de la noche un frío intenso . E l mismo fenómeno se observa en el inteAustralia y en las estepas centrales de Asia.

    En condiciones análogas se encuentra la parte superior de las altas montdonde la observación demuestra que los efectos de la radiación au m entan eproprrción más rá p il a que la altura. E n la g ran m eseta del Mont-Blanc, situ4.000 metros de altura, la radiación es ya considerable á las cinco de la tarde, el sol no ha desaparecido aún.

    El profesor M artins, apoyando la teoría de Zurcher, afirma que ese prodpoder de radiación es la principal causa de enfriamiento para las altas montaña

    nieva todos los meses del año.El suelo y el aire de las montañas se enfrían también por evaporación. Cocuencia en las altas regiones salen del suelo y se elevan por el aire espesas bque parecen columnas de humo, como si encendieran hogueras en diversos siendo esto indicio de una evaporación activa que aumenta á medida que desla presión y el estado higrométrico.

    Otra causa de enfriamiento es la dilatación del aire en las corrientes ascenLes aeronautas han hallado en las capas superiores corrientes más violentas de la superficie terrestre, y sabido es que en la cima de las montañas se encu

    casi siempre vientos fuertus, aun cuando en la llanura reina la calma. Frecuenocurre que no se mueve una hoja en Chamonix mientras que ráfagas impetullevan la nieve de lo alto del Mont-Blanc.

    Pero el atrevido viajero que explora las altas regiones atmosféricas corre, aplos peligros señalados, otros riesgos que p rovienen de la extructura de sus órganos: el aire qu e respira en esos elevados sitios contiene m enos oxígeno en men dado, y la sangre disuelve el gas con más dificultad cuando la presión eDe ahí una disminución en la energía de la com bustión anim al, gran dificu

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    respirar, náuseas, fuertes dolores de cabeza, llegando hasta brotar sangre de loslabios.

    El hom bre, fuerza es reconocerlo, por muchas que sean su energía y su resno está organizado como el pájaro para atravesar rápidamente capade aire de dife-rentes densidades.

    TA R R I D A D E L M Á R M O L .

    MARIDO Y MUJERIV

    FIN DE LA NOVELA (1).

    Nuestra casa de Nicolskoe, tan to tiempo abandona da, renace de nuevo; que en otro tiempo la animaba no ha resucitado.Mi suegra no existe ya, y ahora mi m arido y yo permanecemos solos uno en pre-

    sencia de otro; pero no buscamos ya el aislamiento; al contrario, es para nosotrosuna mortificación.

    El invierno ha sido tanto más triste cuanto que yo he estado enferma conmente, y no me he repuesto hasta después del nacimiento de mi segundo hijo.

    Mis relaciones con m i marido han seguido siendo tan fríamente amistosadurante nuestra estancia en la capital. Sólo que en Nicolskoe cada pared y cada

    mueble me recordaban lo que él había sido para mí y lo que había perdido .Se hubiera dicho que mediaba entre nosotros una ofensa no perdonada, ó que élquería castigarme por una falta fingiendo no advertirlo.

    Pero, ¿qué falta tenía que perdonarme? Me castigaba no abandonándose y a á m ípor com pleto, no entregánd ome ya toda su alma , como ante?; verdad es que ntregaba á nadie ni á nad a: parecía hab erla perdido.

    Yo creía á veces que todo aquello era una cosa estudiada pa ra ato rmentarm e,creía que aún latía en él el antiguo sentimiento, y me esforzaba en hacer bro tar al-gunas chispas . Pero Serguei no quería responder con franqueza, parecía soque yo fingía, y tem ía toda efusión como un sen timentalism o ridículo .

    Su tono y su mirada m e decían: «Lo sé todo, sí, todo; sé lo que quieres dees, pues, inútil que me hables. Sé también que tú dirás una cosa y harás otra.»

    Al princip io me hirió verle eludir de esa m ane ra toda explicación francadespués me acostumbré á la idea de que no era falta de franqueza , sino que no vni sentía la necesidad de una explicación.

    En esa época mi lengua se hubiera negado á obedecerme, si hubiese que rido de-cirle cuánto lé amo, ó invitarle á rezar conmigo ó acercarse al piano para oirme suspiezas favoritas. Existían ya entre nosotros ciertas conveniencias; cada uno se ipor su lado: él á sus ocupaciones, en las cuales no podía ni quería yo tomar part yen cuanto á mí, pasaba el tiempo en la ociosidad, cosa que no lo entristecía ni dis-gustaba, como en otras épocas. Los niños eran aún demasiado pequeñas pa.ra ser unlazo entre nosotros.

    Volvió la primavera. Katia y mi hermana vinieron á pasar el e stí a en el campo;y como hab ía que recons truir nuestra casa, decidióse que mi marido , mis hij y yopasaríamos el verano en Pokrovfkoe.

    (1) En el número próximo empezaremos á publicar París de Zola, caya antotización he-mos adquirido de la casa editorial Mancci, propietaria de la obra.

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    En con tré m i casa lo mism o que siempre, con 8u azotea, su mesa con tableros deensanche, el piano en la sala clara, y m i cua rto con sus blancas cortinas y todos m isensueños de doncella, que parecía haber dejado tras de m í al m arch arm e.

    Ese cuarto con enia ahora una cama y una cuna. En la cama que fué mía se tendía m i Nicolás cua n largo era, y todas las n oches hac ía yo la seña l de la cruz sob resu frente al darle el beso de despedida. En la cuna, apenas distinguía la carita de miJuanito saliendo de la envoltura.

    Después de hacer la señal de la cruz sobre mis dos hijos dorm idos, m e dete níafrecuentem ente en med io del cuarto silencioso, y en seguida surgían de las p ared es,de las cortinas, de los men ores rincones, frescas visiones qu e ha bía olvidado y qu em e parecían ya tan lejos de mí... ¡Todas esas voces del pasado me repe tían mis can

    ciones de doncellal¿Dónde están esas visiones? ¿Qué se h a hecho de vosotros, dulces cantos queridos?

    ¡Mis m ás aud ace s esperan zas se ha n realizadol |Mis confusos ensu eño s son aho rauna realidad, y esa realidad es una vida dura, difícil y desprovista de goces

    Na da ha cam biado en torno mío: tengo delante el mismo jardín, y descubro desde la venta na el mism o sendero y el mism o banco; por cima de la ho nd on ada , á orillas del estanque, repiten sus mismos cantos los ruiseñores, floreean las mismas lilas,y la luna, siempre semejante, sigue iluminando nuestra casa.

    ¡Y, sin embargo, todo está cam biado, cambiado inevitable, irremediablem ente

    Todo lo que hubiera podido ser tan dulce, es triste y frío.Como en otros días, m e siento e n el salón con Katia , y hab lam os de Serguei

    M ikhailovich. P ero las facciones de K at ia están fatigada s, su tez es plomiza, su sojos no brillan ya de alegría y de esperanza, no expresa n m ás que la tristeza y lasimpatía por mis penas.

    Ya no adm iram os á Sergu ei Mikhailovich, como en otras épocas; lo juzgamos. Y ano nos preg unta mo s con asom bro por qué somos tan felices, ni e xpe rime ntam os lanecesidad de com unicar nue stra alegría al prim ero que Uega; al revés, hablam os envoz baja como conspiradores y nos preguntamos cómo se ha vuelto todo tan triste.-

    Serguei Mikhailovich tam bién es siemp re el mism o; sólo q ue se h a aho nd ad omá s la arruga qu e separa sus cejas, ha n aum entad o las canas en sus sienes, y su mirada profunda y escrutadora permanece velada siempre para mí: sobre nosotros secierne una nube.

    Yo tam bién soy la misma; pero no siento ni deseo ya el amor; no experimen to lanecesidad de ocuparme, y no estoy contenta de mí.

    Mis piadosos éxtasis de los tiem pos pasados, el .a m or que profesaba á m i prom et ido, la plenitud de vida que sentía entonces, [qué distante, qué inaccesible me parece todo eso

    Yo no comp rendía aho ra lo que en aqu ella sazón parecía tan claro y tan justo : lafelicidad de vivir para otros. ¿Podría vivir par a los otros, cua ndo no tengo valor devivir para mí?

    Desde m i partida del cam po hab ía aband onado el piano enteram ente; pero alvolver á Pokrovskoe, m i viejo pian o y m is antiguos papeles me estimu laron á reanudar la música.

    Un día no m e sentía m uy bien, y me qu ed é sola en la casa, m ientr as Ka tia, m ihermana y mi marido iban á Nikolskoe para ver las construcciones nuevas. La mesa

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    estaba ya preparada para el te. Bajé al salón, y, esperando su regreso, me senté alpiano.

    Tomé la sonata quasi una fantasía y la toqué. Nadie había que me escuchara, yno oí ningún ruido; estaban abiertas las ventanas que dan al Jprdín, y los sonidosfamiliares de aquella sonata se difundieron por la habitación con una solemnidaddolorosa.

    Cuando acabé el adagio, inconscientemente, por la fuerza de la antigua costum-bre, me volví para mirar el rincón en que Serguei Mikhailovich permanecía oyéndo-me en otras épocas. No estaba allí... Su silla seguía en el mismo sitio, como si nadiela hubiese movido desde aquel tiempo. Por la ventana veía el bosqueciUo de lilas yla luminosa puesta; el fresco de la caída de la tarde entraba por las ventanas abier-

    tas y me penetraba.Me eché de codos sobre el piano, me tapé la cara, y me abandoné á mis pen-samientos.

    Permanecí así mucho tiempo, evocando con dolor el recuerdo de aquel pasadohacia el cual no estaba en mis manos volver, y fantaseé tímidam ente en sueñosde porvenir.

    «¿Es posible que haya pasado ya mi tiempo?>—me pregunté con espanto. Levantébruscamente la cabeza, y, para desechar mis pensamientos y olvidarme á mí misma,me puse á tocar otra vez el mismo andante.

    «¡Dios mío —exclamé interiormente. ¡Perdóname si soy culpable, y devuélveme loque constituía la paz y la felicidad de mi olma, ó dime lo que he de hacer para em-pezar una vida nuevtf »

    Se oyó un raido de ruedas sobre el césped y delante de la escalinata; des-pués resonaron en la azotea pasos acompasados, pasos conocidos, y á poco se ex-tinguieron.

    Pero aquellos pasos no despertaban en mi corazón los sentimientos de otros días.Cuando acabé la sonata, oí andar detrás de mí, y se posó una mano sobre mi hombro .

    —¡Cómo me gusta que hayas tocado esa sonata —dijo mi marido.No respondí.

    —¿No has tomado el te todavía?Hice un signo negativo con la cabeza, sin levantar los ojos para que no viese la

    emoción de que aún conservaba huellas mi semblante.—Katia y Sonia no tardarán en volver; el caballo andaba reacio, y han preferido

    venir á pie por la carretera.—Las aguardaremos para tomar el te—dije saliendo á la azotea con la esperanza

    de que me siguiese.Pero preguntó por los niños, y se fué al cuarto de ellos.Su presencia y su voz cordial me aseguraban de nuevo que nada se había per-

    dido. ¡Qué más hacía faltaEntré bajo el toldo de la azotea y me senté en aquel mismo banco donde oí la

    primera declaración de su amor. ,El sol se había puesto; empezaba á obscurecer; sobre la casa y el jardín yacía

    suspendido un nublado primaveral; pero al través de los árboles se veía una zonade cielo por donde se extinguía el crepúsculo y se levantaba el lucero de la tarde.

    La sombra del ligero nublado se cernía sobre todas las cosas y prometía unasuave lluvia de primavera. ' .

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    E l viento hab ía cedido; no se movían ni un a hoja ni un a brizna de hierba. Laslilas y los cerezos de m on te florecían tan profusam ente en el jardín y en la azotea

    que hub iera podido creerse que el aire estaba en flor: llegaban com o olas olorosasque crecían ó se debilitaban con ritm o regular, y yo, con los ojos cerrados, no tení aya m ás qu e un deseo: no ver nad a, no oir nad a, sino aspirar tan sólo aque l suaveperfume.

    Las dalias y los rosales alineados é inm óviles en sus canas tillas de tierra negra yrecién rem ovida, y privados aún de flores, parecían crecer lentame nte á lo largo desus soportes de ma dera descortezados; las rana s, esperando el agua de la lluvia, can-taban en coro en el fondo de la hon don ada ; y de todos esos raid os se desp rend íauna prolongada queja que ascendía á los aires como un sollozo.

    Los ruiseñores se llam aba n con cortos intervalos, y revoloteab an inq uietos de unsitio á otro. Un o d a ellos había inten tado de nuevo construir su nido en un a espe-sura que hab ía debajo de m i ventana; cuando salí á la azotea, voló á la avenid a,lanzó un trino, y luego permaneció silencioso esperando.

    Por más que yo quisiese tranquilizarme en medio de mis pena s, tam bién espe-raba alguna cosa.

    Mi marido vino á sentarse jun to á mí.—Temo que sorprenda la lluvia á Katia y á Bonia.—Yo también.. .Siguió un largo silencio. " ,E l nublado, no impedido por el viento, bajaba incesa ntem ente y el aire que dab a

    cada vez m ás en calma, más em balsam ado y m ás inmóvil. .. De repente rebotó un agru esa gota sobre el toldo; otra cayó en la a ren a del paseo, que la em bebió ; em-pezó á desgajarse sobre nue str as cabezas un a fresca y copiosa llu via con violenciacreciente.

    Callaron las ran as y los ruiseñores; entre el estruen do del aguacero sólo se dis-tinguía aú n un a queja cada vez m ás lejana, como un sollozo ahogado; y un pájaro,no sé cuál, que sin duda buscaba abrigo cerca de la azotea en las hojas secas que lasramas conservaban, lanzaba cadenciosamente sus dos notas monótonas.

    — ¿Dónde vas?— pregunté á Serguei Mikhailovich, trat an do de retenerlo.— ¡Beestá aquí tan bien

    —Quiero mandar un criado al encuentro de Katia con paraguas y zuecos.—No es menester; va á cesar la lluvia...Se avino á m i opinión, y perm anec imo s solos á la orilla de la azotea. Apoyó la

    m ano en la balau strada hú m eda y escurridiza y saqué fuera la cabeza. Una lluviafresca m e mojó el pelo / el cuello desigua lm ente.

    El ligero nublado se aclaraba y adelgazaba al deshacerse sobre nosotros; cesó elruido igual de la lluvia, y ya no se oyeron m ás que la s gotas que caían de las hojas.

    Las rana s reanu daro n su concierto, los ruiseñores se rean im aron y emp ezaron államarse de unos y otros sitios en las espesuras aú n e m papa das. Todo se despejó de-lante de nosotros.

    —¡Qué hermoso está — exclamó Serguei medio sentado en la balaus trada y pa-sando la mano por mis cabellos húmedos.

    Es a sencilla caricia m e hizo el efecto de un a reconvención, y sentí ga nas d e llo rar.—¿Y qué m ás necesita el hom bre?— añadió.— E n este insta nte estoy tan conte nto

    que no me falta nada. ¡Soy completamente fellzl

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    «¡Nü es así como m e hablaba s otras veces de tu felicidad —pensé. ¡Por m uc ha quefuese esa felicidad, siem pre que rrías algol ¡Y aho ra estás tran qu ilo y conten to, cuan-do pesa n so bre m i corazón un arrep entim iento no confesado y lágrimas qu e no seatreven correrl»

    —Yo tamb ién en cuentro esto hermoso, pero precisamente por ser tan herm oso todolo que me rodea estoy triste. En mí todo es incompleto, desigual; siempre deseo algo,aun en los mom entos en q ue todo es bello y tranqu ilo. ¿Es posible qu e, cua ndo goza sde la naturalez a, no sien tas ning ún pesar, como si n o deseases nad a de lo qu e yano existe?

    Retiró la mano y se recogió un instante.—Sí , eso me pasaba en otro tiempo, especialmente en la primave ra— respondió

    como si consultase sus recuerdos.—Yo también pasaba noches ente ras esperando ydeseand o; eran noches deliciosas. Pero entonces tenía toda mi vida delan te de m í;aho ra está de trás; aho ra sé con tentarm e con lo que tengo, y soy feliz.

    —¿Y no deseas nada más?—le pregunté.—Yo no deseo nada imposible—contestó adivinando mi pensamiento.— Pero vas

    á moja rte la cabeza—prosiguió acariciánd om e como á un n iño, y volviendo á pasearla mano por mis cabellos.

    —¿Y no echas de menos nada del pasado?—continué, siqtiendo cada vez mayorpeso en el corazón.

    Gu ardó o tra vez silencio pa ra reflexionar. "Vi que quería respo nde rm e con e nte ra

    franqueza.—No—dijo al fin melancólicamente.—¡No es verdad ¡no es verdad —exclamé volviéndome hacia él y hun diend o la

    mirada en sus ojos.— ¿No echas de menos el pasado?— No— volvió á decir— ; le estoy reconocido, pero n o lo echo de me nos.—|Cómol ¿No deseas que vuelva?...Se desvió. Sus miradas erraron por el jardín.—No, no lo deseo, por lo m ismo que no deseo tener alas— insistió.— |Es imp osible—¿Y no enc uen tras nad a que deplorar en ese pasado? ¿No le haces cargo ningu-

    no? ¿Ni á mí tampoco me reconvienes nada?—Jamás. Todo ha marchado de la mejor manera.— Escucha— dije, tocándole el brazo para obligarle á m irarm e de frente.— Escuc ha;

    ¿por qué no me has dicho jamás cómo deseabas que viviese? ¿Por qué me diste unalibertad de que no he sabido aprovecharme? ¿Por qué dejaste de ser mi guía? f si úhubieses querido, si tú m e hubieses llevado de la m ano , no habría pasado nad a,nada—; repetí con una voz que delataba más cada vez el despecho y la reconvención,y no el cariño.

    —¿Que es lo que ni» hab ría pasado ?— preguntó con aire de a som bro, volviéndose

    hac ia mí.— ¡Pues si no ha pasado nada Todo va bien, mu y bien— añadió sonriendo.«¿No me com pren de, ó, lo que es peor, no quiere comprend erme?»— pensé, y seme saltaron las lágrimas.

    — ¿Es que, si no hub iese pasado nad a, yo, qu e no t 'i he faltado ni en poco ni enmucho, fcufriría el castigo de tu indiferencia y hasta de tu menosprecio?—pregunté áqu em a ropa.— Si no hub iese o currido nad a entre nosotros, ¿me hab rías tú privado»sin que yo sepa por qué, de todo lo que me era querido en la vida?

    —¿Qué tienes, amiga mia?—dijo, conio si no me comprendiese.

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    —No, déjame decirlo todo... Me has privado de tu confianza, de tu amor y hastde tu estima; no puedo creer que me am es ahora después de todo lo que ha sucedidNo—hizo un movimiento para interrumpirme—; por esta vez es preciso que te dtodo lo que me viene pesando en el corazón hace tiempo. ¿Tengo yo la culpa si conocía la vida, y me has dejado maneja rme sola?... ¿Tengo yo la culpa si ahocuando he adivinado lo que deseas, cuando durante un año vengo haciendo todoposible por atraerte hacia mí, finges no comprender lo que quiero, me rechazas, ybes conducirte de tal manera, que no encuentro ningún cargo que dirigirte, y yo la que me siento culpable y desgraciada? Si, tú haces todo lo que puedes por lanzme de nuevo en esa vida que hubiera podido ser mi desgracia y la tuya.

    —Pero, ¿de dónde sacas todo eso?^—exclamó con una sorpresa no simulada.

    —¿No eres tú—proseguí—quien ha dicho ayer mismo que no quieres permaneen el campo, y que deseas pasar el invierno en San Petersburgo? Todos los díasrepites... ¿No sabes que la ciudad me disgusta? En vez de ayudarm e, evitas toda plicación, toda palabra sincera, toda expresión de cariño... Y después, cuando cade veras, me abrumarás á reconvenciones y te gozarás de mi caída...

    —Basta, basta...— dijo severa y fríamente.— Haces mal en habla r así. Eso sprueba que estás mal dispuesta respecto de mí; que no...

    —¿Que no te quiero? Dilo, dilo, sí, dilo...Brotaron las lágrimas de mis ojos; caí sentada en el banco, y escondí la cara en

    pañuelo.«He aquí cómo me comprende»— pensé, esforzándome en contener los solloque me ahogaban. Y una voz murmuraba dentro de mi: «¡Ha pasado nuestro anguo amorl ¡Todo ha concluido, todo ...»

    Serguei no se acercó á consolarme. Mis palabras le habían ofendido. Su voz tranquila y seca.

    —¡No sé lo que puedes tener que reconvenirme —dijo.— Si es porque piensas eres menos amada que en otro tiempo...

    —¡Amadal...—suspiré sollozando, y amargas lágrimas humedecieron mi pañu—La culpa es del tiempo y nuestra—continuó.— Á cada edad de la vida corr

    ponde cierta manera de amar.Después de una pausa, añadió:—¿Y quieres que te diga la verdad, puesto que reclamas franqueza? Así como

    la época en que te vi por primera vez pasé noches de insomnio sin pensar más en ti, creándome un amor que iba siempre creciendo y que me absorbía complmente, asi también en San Petersburgo y en el extranjero he pasado noches en vluchando contra mi mismo para aniquilar ese amor, que era mi tormento. No loaniquilado, pero he extirpado su aguijón; sigo amándote, pero con un amor disti

    —¿Á eso llamas tú amor? ¡Para raí es una tortura —exclamé.— ¿Por qué me permitido frecuentar la sociedad, si la encontrabas tan peligrosa que has dejadoamarme porque yo disfrutaba en ella?

    —No es por eso, amiga mía—respondió.Pero yo insistí:—¿Por qué no usaste de todo tu poder sobre mí?... ¿Por qué no me pusiste trab

    ¿Por qué no me mataste? ¡Más querría haber muerto que verme privada de todque constituía mi felicidad Así no hubiese experim entado este sentim iento de güenza que me anonada, y hubiese sido feliz.

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    Volví á ocultar la cara y rom pí á llorar. E n aque l insta nte subieron á la azoteaKatia y Sonia, riendo, alegres y empapadas de agua; pero, al vernos, callaron y se re-

    tiraron en seguida.Hubo un largo silencio; yo había deiramado cuantas lágrimt^s tenía on el corazón,

    y m e sentía aliviada. Miré á m i ma rido: estaba sentado, con la cabeza apo yad a en elbrazo; quería responder á mi mirada, pero no pudo más que lanzar un suspiro, y bajónuevamente la cabtza.

    —Sí—dijo, como si continuase sus reflexiones—, todos nosotros, pobres humanos,y espe cialm ente vosotras, las mu jeres, necesitáis gus tar las futilezas de la vida an tesde volver á la vida verdadera; no queréis fiaros en la experiencia de los demás. Tú noha bía s pasad o aún por esa fase de enc antad ora futileza en que yo te enco ntraba ta n

    seduc tora, y te he perm itido atravesarla: com prend ía que no tenía el derecho de im-pedírtelo.— ¿Por qué me llevaste á ese m un do frivolo? ¿Por qué me dejaste pasar por él si

    me amabas?— Porque, aun qu e hubieses querido, no hub ieras podido sustrae rte á ella; necesi-

    tabas aprender á conocerla por ti misma, y lo has aprendido.—Tú has razonado—contesté—¡has razonado mucho, y amado muy pocoHubo un nuevo silencio.—Duro es lo que acabas de decir—respondió finalmente—, pero es verdad.Se levantó, y empezó á pasearse.—Sí, es verda d, es culpa mía— añadió deteniénd ose enfrente de mí.— Yo no hu -

    biera debido amarte; ¡es culpa míal—Olvidémoslo todo—dije tímidamente.—No, lo pasado no volverá jamás, jamás...—jPero si todo ha vuelto ya —exclamé ponienao la mano sobre su hombro.El replicó:—No, no dije la verdad al declarar que no echaba de menos el pasado. ¡Oh, sil ¡Lo

    echo de menos, y lloro aquel amor desvanecido, que ya no existe y que no puede re-sucitar .,. ¿De quié n es la culpa? Lo ignoro... Aú n hay amor; pero no es ya aque lamo r... Su puesto subsiste; pero él se ha con sum ido en sufrimientos, no tiene yafuerza, no tiene savia... sólo queda su grato recuerdo... y nada más...

    —[Oh [No hab les asi — exclamé interrum piénd ole.— ¡Vuelvan las cosas á ser loque antes ... ¿Todo puede revivir, verdad?

    Y al hacerle esta pregunta miré sus ojos ardientemente.Pero sus pupilas permanecieron serenas, y su tranquila mirada no tenía la inten-

    sidad p rofunda de otros días. Com prendí entonces que mis deseos eran vanos, y quelo que yo pedía era imposible.

    Serguei me respondió:

    —¡Qué joven eres aún y qué viejo soy yo —dijo.— Yo no pue do darte ya lo quereclamas; ¿por qué hacerse ilusiones?—continuó sonriendo siempre.

    Permanecí de pie á su lado sin decir una palabra.—No tratemos de repetir la vida—^prosiguió.— ¡No nos engañemos á nosotros mis-

    mos ... [Felicitémonos, al contrario, de no conocer ya las emociones y las inquietudesde otros tiempos No tenemos ya nad a que buscar; hemos en contrado lo que buscába-mos, y no es pequeñ a nues tra parte de ventura . ¡Ahora nos queda allanar el caminoá ese hombreóla

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    Me señaló el ama que acababa de llegar con Juan ito en los brazos.—Sí, querida amiga—añadió mi marido por remate, y me besó.No era ya un beso de amante, sino el de un amigo viejo.Yo miraba á mi marido, y sentía aligerada mi alma, como si acabase de extirpar

    me el nervio moral que me hacia sufrir; de pronto comprendí claramente que lasemociones del tiempo pasado no volverían más, como no volvería tampoco ese po, pasado para siempre, y que no f ólo era imposible ese retorno, sino que sería además penoso y mortificante.

    «Después de todo—me dije— , ¿era tan hermoso aquel tiempo, aunque me hparecido tan feliz? ¡Qué lejos de mí está ya todo eso

    —Es hora de tomar el te—dijo Serguei Mikhailovich, y entramos jautos en el sa-

    loncito.Al paso de la puerta volví á encontrar al ama con Juanito. Cogí al niño en brazos,lo estreché en mi seno, y lo besé rozándole apenas con los labios. Agitó las manilascomo si se despertara, y abrió los ojos inquietos, como si tratase de recordar algunacosa; de repente posó en mí su mirada, brotó de sus pupilas un rayo de inteligencia,y entreabrió los labios esbozando una sonrisa.

    «¡Es mío, mío »—me dije en un arranque de felicidad, que vibró en todo mi ser; ylo estreché contra mi pecho con transporte.

    Empecé á besar ansiosamente sus piececitos fríos y todo su cuerpecín.Mi marido se acercó á mi; yo le oculté con presteza la cara del niño para desta

    parla en seguida.—Juan Sergueievich—dijo, tocándole con el dedo la barbilla.Levanté la cabeza hacia Serguei Mikhailovich; sus ojos reían y buscaban los míos,

    y por primera vez desde hacía varios años me causó placer encontrar su mirada.Aquel día acabó mi novela con mi marido; el antiguo sentimiento no fué ya más

    que un recuerdo del pasado; pero ha surgido otro—el amor á mis hijos y al padre demis hijos—que ha abierto an te m í una nueva vida, un a vida dichosa, aunque m udistinta de la pasada, y cuya senda recorro aún al presente.

    LEÓN Toi sTOi

    SEC CIÓN LI RE§ — ^ — ^

    80BRT5 BDüOAClOlSr

    N E C E S I D A D DE Q U E LA E D U C A C IÓ N S E A L I B E R TA R I A(CONTINUACIÓN)

    ¡Monstruosa moral de la familia, que pretendes anular al niño para converti enautómata de sus padres

    La familia, constituida y basada sobre el egoísmo individual y funesta consecuencia de la propiedad, es entidad impotente por el inmoral origen á que obedece, paraeducar á la niñez por el citado método expansivo, libertario y positivo.

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    8 8 LA HEVTSTA BLANCA

    La sociedad esa heterogénea conjunción de seres cuyos intereses tende ncias y as-» piraciones riñen constante batalla unos en pro del ayer otros en pro del mañana y los

    demás en pro del statu qiio no puede ser última institución educad ora según afirmanalgunos.

    Dividida artificialmente en clases; com puesta de esclavos y señores de tiranos yvasallos de trabajadores y parásitos de víctima s y verdugos de robados y ban didosloco rema tado fuera quien confiara la altísim a y noble m isión de educar á los hom bre sá un conjunto tan informe y monstruoso como es la entidad llamada sociedad.

    No; la sociedad tal cual funciona y en tan to descanse sobre la inm ora l base que lasostiene no pued e educar á nad ie. Es de ma siado inm oral p ara ejercer ta n elevadafunción.

    Res ultado: las religiones tergiversan en favor propio el sentido de la educac ión.La escuela de hoy la familia y la sociedad están descartadlas para ejercer de educadoras- ¿á quié n pues confiar la noble tarea de educ ar á la n iñez y al hom bre? ¿Dóndehallar individu os aptos y con vocación para cum plir con lo que tan elevada misiónexige?

    E n tal situación ocúrresenos form ular dos preg unta s.¿Cuál es la educación que debe darse al niño para que al alcanzar la edad del hom

    bre sea un miembro sano de la sociedad y útil á sus semejantes?¿Quiénes debe n ejercer de ed ucadores si se h a d e conseguir lo que se m enc iona en

    la pre gu nta anterior?Contestando á la primera de las dos preguntas diremos que según nuestro modo

    de pensar en asun to de tan ta mo nta la educación del niño debe ser a m plia liberalprogresiva integra l y positiva; un a educación qu e encauce las energías del niño ha ciala práctica del bien por el ien mismo y sin espera de recom pensa; un a educación q uehaga deeaparecer del niño hasta el más insignificante residuo de esa insana aberracióuque se llama egoísmo ind ivid ua l la que con su tendencia al ma l viene desde los másremotos tiempos produciendo los males político-sociales que aquejan á la doliente hu»ma nidad. Hacer que el niño halle un gozo buscando su bienestar individu al dentrodel vasto cam po del biene star general y que si fuese preciso sacrifique espon táneamente su propio bienestar por salvar el de los demás.

    Por educación progresiva liberal de vida an árqu ica si queréis jnten dem os nosotros lá ed ucación que icculq ue en el cerebro del niño y le haga s entir am or inten soá la justicia valiéndose para ello el educ ador de -mágenes verídicas de ejemplos prácticos y