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^ V \ BoíaBoraéores. Soledad Gustavo. Luisa Michel. Pedro Dorado. F. Giner de los Ríos. Juan Giné y Partagás. Pompeyo Gener. U. González Serrano. José Esquerdo. A .  Sánchez Pérez. Fernando Tarrida. Francisco Salazar. Alejandro Sawa. Manuel Cossío. Alejandro Lerroux Miguel Unamuno. Anselmo Lorenzo. Fermín Salvochea Ricardo Mella. Adolfo Luna. Jaime Brossa. Ricardo Rubio. Pedro Corominas José Nakens. Nicolás Estévanez. Doctor Boudín. Donato Luben. .- ^|s, aérenle. E'ederlco Uraleí > f A /
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19001201_LA REVISTA BLANCA

Jul 05, 2018

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^

V \

BoíaBoraéores.

Soledad Gustavo.

Luisa Michel.

Pedro Dorado.

F. Giner de los Ríos.

Juan Giné y Partagás.

Pompeyo Gener.

U. González Serrano.

José Esquerdo.

A .

  Sánchez Pérez.

Fernando Tarrida.

Francisco Salazar.

Alejandro Sawa.

Manuel Cossío.

Alejandro Lerroux

Miguel Unamuno.

Anselmo Lorenzo.

Fermín Salvochea

Ricardo Mella.

Adolfo Luna.

Jaime Brossa.

Ricardo Rubio.

Pedro Corominas

José Nakens.

Nicolás Estévanez.

Doctor Boudín.

Donato Luben.

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  "

E L l O C U L l M O

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C o n f e r e n c i a s p o p u l a r e s s o b r e s o c i o l o g í a .   P or   A P e i ii c e r .— ? 5 c é n tim o s .

T r D t? A7 1 Q T

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  1 ) T

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 \ T i H PH ier

  año, 3

 pesetas; segundo,

 4  pese-

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l R E V I S T B L M C

S OC IO L OG ÍA C I E H C I A Y A R T E

m i l i t . i i i I

ANO I I I .—NUM. 59.

A D M I N I STR A C I ÓN :

C R I S T Ó B A L B OR DÍT J, 1 . - M A D R I D

• l l l l l l l l l l l l l l i l l l l l

l l I f l I l I t i K I l l l l l l l l l l ' l l l ' l I t l I i l ' l l l l l ^ f l I l l l l l i

1.0 de Diciembre 1900

S U I v I A R I O

S O C I O K i O C í l A : L a  esclavitud moderna,  por León To ls to l .— De /am or , por Soledad Gustavo.—La anar-

quía: su ñn y sus medios,  por Juan Grave.

C I E B f C l A  V  A R T E : Ffs io2og-/a , por Fem ando Lagrauge .— Crónica c ienf / f ica , por Tarr ida de l Mármol .

París,  por Em ilio Zola.

S E C C I Ó N I i I B R E : i o s f a l so s p r ot ec to re s d e Ja  humanidad,  por Vallina.—E J  ser humano, ¿tiene

alma?,  por Constancio Rom eo.

T B I B U N A I > E Íi O B B E R O : L o  qu e  e s  la idea libertaría,  por José Claros.—Los  enemigos de la razón,

por Sebast ián Suñé.—La casta

  maldita,

  por Manu el César.

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S J t

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SOCIOLOGÍA

/ ^

ív'

LA ESCLAVITUD MODERNA

Los socialistas alemanes llaman «ley de bronce del salArio obrero» al conjunto de

condiciones que hacen posible y fatal la opres-ión del trabajador por el capitalista

que riendo expresar algo de inm uta ble en esa ley tirana; pero en las relaciones entre

el capital y el trabajo no ha y nad a inm utab le no siendo esa? condiciones otra cosa

que la resultante de las leyes humanas que bajo la denorainftción de «impuestos» gra

vitan sobre el terruño y sobre toda propiedad; esas leyes fueron hechas y mantenidas

por los hombres. No es una ley de bronce ni una ley sociológica la que da origen á la

esclavitud; ésta sólo tiene raíces en los «Códigos» humanos.

La ley dice: «El suelo puede ser propiedad de un individuo y transmitirse de uno

á otro por sucesión testam ento ó venta». La ley dice tam bién : tOada cual debe pa ga r

sin discusión los imp uesto s que se le reclame n». La ley llega á decir; «Poseer u n a

cosa es ser dueño de ella: los bienes adquiridos por cualquier medio pertenecen con

absoluto derecho al que los posee».

Si no existieran estas leyes no habría esclavitud.

Pero tenem os tal costum bre de someternos á ellas que se nos aparecen como esen

ciales para la vida hum ana y nadie suele poner en duda ni su necasidad ni su just i

cia. Los antiguos juzgaban equitativas y sagradas las previsiones legales que mante

nían al esclavo en el yugo. Los modernos juzgamos legítimas las que pesan sobre nos

otros.

  Pero así como ha llegado en la historia de las civilizaciones la hora en la cual

viendo los hom bres el resultado funesto de la esclavitud rechazaron las legislaciones

que la sostenían en vigor así también las nefastas confecueacias del régimen econó

mico contemporáneo deben evidenciarse acostumbrándonos á mirar como injustas é

innecesa rias las leyes que rigen los impu estos sobre la propie dad territorial é inmo bi

liaria causa directa de nuestra vituperable situación económica.

En otro t iempo se preguntaban si era justo que unos hombres fueran dueños de

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LA BXVISTA   •SLkSOÁ 3 3

tares,  en una pa labra, todos los que hacen posibles y justiñ can esos abusos de qu e el

pueblo es victima.

Lo mism o suce de, no sólo en Persia, en Turqu ía y en la India , sino en todos los

estados cristianos constitucionales y en todas las repúblicas democráticas. Se dispone

del dinero del pue blo, n o limitándo se á lo indispensable, sino arr am bla nd o con lo

má s posible, con ó sin el conse ntimiento de los contribuy entes. Todo el m un do sabe

cómo se forman los Parlamentos y hasta qué punto representan la voluntad nacional.)

Y ese dinero se emp lea, no en la utilidad com ún, sino en lo qu e las clases dom inado-

ras juzgan conven iente pa ta si. Ese d inero sirve para apoderarse de Cuba, de las Fili-

pinas ,

  ó de los tesoros del Transwaal, etc.

Decir que los hom bres deben pagar los iflnpuestos, porq ue tales impue stos han sido .

instituidos por com ún consentim iento y sirven para satisfacer necesidades com unes,

es tan falso como sostener qu e la propiedad territorial ha sido establecida pa ra el en-

grandecimiento de la agricultura.

Es  cierto  que  lgunos hombres no deben provech rse de los objetos que les son necesarios

si

 esos objetos pertenecen

 á

 otros  hombres.

  Se afirma que el derecho de propied ad sobre

los objetos adquiridos se instituy ó para garantizar al obrero im pidiend o que le sus-

trajeran el producto de su trabajo.

¿Qué valor tiene esta afirmación?

No hay m ás que ver lo que acontece en nue stra sociedad mod erna , en la cual se

prote ge cuida dosa me nte la prop iedad qu e se halla en ciertas condiciones, p ara con-

vencerse has ta qué pu nt o la realidad de los hechos contrad ice aqu ella afirmación.

Gracias al derecho de propiedad sobre los objetos adqu iridos, tal como existe, sucede

precisam ente que todo lo que produjo el obrero y lo que se prod uce par a él, le es

arrebatado.

En otro tiemp o despojaban al obrero por la fuerza y la iniquid ad de todo el fruto

de su trabajo. Mo dername nte, se ha legitimado la usurpación dan do una sanción

  l •

gal á este despojo, reconoc iendo como inviolable la prop iedad así ad qu irid a por los

usurpa dores. Por ejemplo: la fábrica es propieda d del patrón que la posee en virtu d

de un a serie de man iobras depresivas, engaños y abusos en detrim ento de los obre-

ros, y esa propiedad es sagra da. L a vida del obrero que se consum e en el trabajo de

esa fábrica, y su trabajo m ismo , no le pertenecen; los debe al patrón q ue lo explota,

que se aprovecha de su miseria para esclavizarle con obligaciones y contratos legales.

Los millones de kilogramos de trigo acap arado s por la especulación que se cime nta

en la usu ra, y por una serie de extorsione s de las cuales son víctim as los campesi-

nos,

  qued an como p ropied ad del mercader y se consideran legalmente adq uiridos ;

el trigo, cultivado por el labrador, es la prop iedad legal de otro, aun cua nd o el pr o-

pietario del campo lo haya heredado de sus abuelos que lo robaron al pueblo.

Se dice que la ley garantiza de igual modo la propiedad del capitalista, del propie-

tario de la fábrica, del obrero y del agricu ltor. La igu alda d an te la ley del capita lista

y de l obrero, es la mism a que la de dos luchadores, u no de los cuales tuviera las ma-

nos atadas, y comprometidos á las mismas condiciones de lucha.

Que lo sepa todo el mu nd o: cua nto se dice de la justicia y la necesidad de las tres

leyes qu e constituyen la esclavitud m odern a, tienen tan poco arraigo como cuanto se

dijo sobre la justicia y la necesidad de la esclavitud antigua. Esas tres leyes m ode rnas

en definitiva, no son má s que la sanción dad a por la fuerza, señora del pode r, á u na

nue va esclavi tud. E n otro tiempo , los hom bres decretaron q ue era perm itido com prar

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224  L BBVffifA BLAVCA

y vend er seres hum an os poseerlos y hacerlos traba jar en provecho propio; era la escla-

vi tud antigua. Hoy se respetan leyes que prohibe n al hom bre en general de aprove-

char la tierra considerada como propiedad exclusiva de uno; que obligan á pagar un

impu esto que cast igan al que se vale de un objeto considerado como prop iedad d e

otro:

  es la esclavitud moderna.

Hay en  as mil y una no hes  u n cuento cuyo asu nto es como sigue: Un viajero llega

á un a isla desierta y en cu en tra á un viejecillo sentad o en el suelo en la orilla de un

arroyo con las piernas tan descarnadas que no puede andar. El viejecillo pide al via-

jero que le coja para llevarle á la otra orilla. El viajero co nsiente; pero desde que el

viejecillo se halla e nca ram ad o sobre los hom bio s de su b ienhech or se le agarra al cue-

llo y sujetándole le obliga á servirle y á obedecerle. El viejecillo cuyas ma no s lle-

gan á las rama s de los árboles desde qu e se pudo encaram ar en hom bros de l via-

jero coge la fruta y se la com e sin dar na da al q u e le lleva y cua ndo éste reclam a

el viejecillo se burla de él.

Lo mism o sucede con los pueblos qu e dan á los gob ernan tes soldados y dine ro.

Con el dinero los gob erna ntes com pran arm as y pagan á los jefes m ilitares formad os

en BUS  escuelas y cuyo principal mérito es la bru talida d; esos jefes gracias á varios

medios de emb rutecimiento y de terror hábilm ente perfeccionados en el t ranscurso de

los siglos y que form an lo que se llama «disciplina» organ izan con los hom bre s red u-

cidos al oficio de soldados lo que se ha con venido en llam ar «ejércitos disciplina dos» .

Pero esta disciplina pa ra los qu e reciben la educación militar y para los qu e la

sufren d uran te algún t iempo no es otra cosa que la abdicación ó la pérd ida de aqu e-

llo m ás precioso par a el hom bre de la principa l de las facultades hu m an as : el uso d e

su razón. E l soldado cond ucido por su jefe se convierte en un ins trum en to d ócil y

mecánico del asesinato.

Por esto no pin funda do m otivo los reyes em pera dores y preside ntes de rep úb li-

ca ma ntienen severamente la disciplina mil i tar y castigan siempre temerosos de u na

sublevación concediendo la ma yor imp ortan cia á revistas m anio bras y otros espec-

táculos parecidos. Nin gun o de ellos ignora qu e esos alardes afirman la disciplina y

que la disciplina es la base no sólo de su poder sino hasta de su existen cia. El ejér-

cito disciplinado los perm ite com eter con m ano ajena esos gra nde s críme nes qu e

traen consigo la sumisión de los pueblos.

Así pues el ejército disciplinado es el med io en u so de los gob erna ntes par a ejer-

cer su dom inación. Y mientras disponen de ese instrum ento de violencia ó de m ue rte

sujetan á todo el pueblo bajo su yugo. No solamente le arruin an sino que se burlan

de él ha ciéndole creer por un a educación em bus tera religiosa y patriótica qu e les

debe obedienc ia y veneración y que es un deber el agrad ecim iento hac ia los qu e le

ma ntienen esclavo y le hacen padecer.

E l verdadero sistema d e hacer tabla rasa con los gobiernos actuales no es op on ien-

do á su violencia la revolución sino demostrando sus astucias.

Es preciso que los hombres comprendan:

1.° Que en el m un do cristiano los pueblos no necesitan arm arse el un o contra el

otro; que todas las guerras que nos envuelven son provocadas por los gob ernan tes;

que los ejércitos no son út i les más que para un reducido núm ero de opresores; que no

solam ente no son necesarios á los pueb los sino que les perjudican en alto gra do pu es

no tienen m ás objeto que hacer esclavos de los ho m bre s libres.

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LA REVISTA BLAHCA 2 2 5

2.0 E s necesario hacer comp rende r á todos qu e la impo sición de la disciplina m ili

tar, tan estimada por los gobernantes, es el mayor crimen que puede cometerse, y que

esa institución es la prueba evidente del objeto crioáinal de los gobiernos. Porque la

disciplina militar es el agotamiento de la volu ntad y de la libertad del h om bre que

abdica en ella de su razón; la disciplina militar no pue de tener m ás ob jeto qu e la

ejecución de crím enes, de los cuales nun ca sería reo el hom bre libre.

La disciplina tampoco es necesaria cuando un pueblo lucha para defenderse; los

boers lo ha n demo strado recientemente; y no sirve más que para asegurar el éxito de

las empresas fratricidas. Recordad al viejecillo, encaramado en hombros del viajero y

haciéndole obedecer, burlándo se de él.

Acontece con los gobiernos como con las cuad rillas de bandoleros; la diferencia es

qu e los bandoleros roban pr incipa lm ente á los ricos, y los gobiernos abusan sobre todo

de los pobres y protegen á los ricos que les ayu dan á cometer sus crímen es.

El bandido de Calabria, que impone un tributo á los que quieran verse libres de

sus asaltos, al menos arriesga la vida en su oficio; los gobiernos no arriesgan na da y

todo lo realizan con la m entira y el engaño. El band ido no forma su cuadrilla violen

tam en te y los gobiernos reclutan sus batallon es á viva fuerza. Para el ban dido todos

los que le pagan tributos, disfruta,n de las mism as garantías de seguridad; para e l Es

tado,  los que se aprovec han de la farsa y ayu dan ^l engañ o, no solam ente son más

protegidos, sino ha sta recompen sados; los mejor garantidos (una guardia constante loa

•rodea) son los em perad ores, los reyes, los pres iden tes, cada un o de los cuales percibe

la mayor suma, entre las que se reparten arrancándoselas al contribuyente; luego, se

gún la may or ó men or participación que teng an en los crím enes del gobierno, son

garantido s y recompen sados, los generales, ministros , gobernadores, y así sucesiva

m ente , has ta los m odestos policías. L i s men os garantidos son, los que cobran me-

nos salario. A los qu e per m ane cen ajenos á las componendas ^ gub erna tivas , á los

que se nieg an a l servicio m ilitar ó al pago de los impue stos, se les castiga d ura m en te;

lo mismo que hacen los bandidos.

El bandido, no pervierte premeditamente á los hombres, mientras que los gobier

nos,  para conseguir sus propósitos, entregan á la depravación generaciones enteras de

niños y de adultos, enseñándoles doctrinas mentirosas de religión y de patriotismo.

El más cruel de los bandidos—Stenka Racine, Cartouche, Mandrin—por su cruel

da d implac able y refinada—sin recordar aquí los tiran os célebres Ju an el Terrible ,

Lu is X I, Isa bel, etc.—, no pue den c ompararse á los gobiernos contem poráneos, consti

tucion ales y liberales, con sus prisiones celulares, sus batallones disciplin arios, y sus

carnicerías, á las que dan el nombre de guerras.

Los gobiernos, como las Iglesias, no se abordan más que con veneración ó con des

precio. E l tiemp o de veneración va pasand o par a los gobiernos, á pasar de toda la hi

pocresía que desplegan para conservar su prestigio. La hora llega y los hombres com

prend erán al fin, que los gobiernos son instituciones, más que inútiles , dañosas é in

morales, á las cuales ninguna persona honrada debe aportar su concurso, ni aceptar

de ellas ningún favor.

Cu ando la ma yoría de los hom bres se resuelvan á esto, la hipocresía y los enga

ños en que se apoyan sus instituciones, caerán por su peso.

No hay otra manera de redimirse de la esclavitud.

LEÓN TOLSTOÍ.

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3 6 LA ftSVIBTA BLANCA

D E L A M O E

Muchas son las causas que se interpone n á que 1» hum an id ad sea feliz causas

que dimanan algunas de nuestro propio egoísmo y todas de la manera como funciona

la sociedad actual esa sociedad que tantos defensores encuentra aún y que sustenta

un sin fin de preocupaciones y prejuicios como si la raza hu m an a se gozara en per-

pet ua r la infelicidad. Nuestro yo por un a parte nue stras ideas por otra nos dicen

que el ser hu m an o debe gozar am ando y siendo am ado debe vivir y no vegetar en

este m un do creado ex profeso para él y debe procurarse la mayor dicha posible. Sin

em bargo donde quiera fijemos los ojos vemos intranqu ilidad desasosiego infelici-

dad per m ane nte como si un desequilibrio pe rpetuo rigiera los destinos de la raza

hu m an a como si la fatalidad se complaciera en ver al hom bre gimiendo siempre bajo

el peso de una maldición eterna. ¿Es que el ser humano no siente la necesidad de ser

feliz? Sí la siente; pero todo lo que le rodea costu m bres preoc upac iones sentim ien-

tos pasiones estado social etc. consp iran e n qu e no lo sea y en que orea ver la m ano

de un algo superior qué le sujeta á un sufrimiento continu o á fin de que espere en

un m ás allá justiciero que prem ie la conformidad con un a biena ventu ranza celestial

ó castigue la rebeldía con sufrimientos eternos. Podiía por ejemplo decir haciend o

un a mezcolanza de todo cua nto abarca la sociedad hum an a que esa infelicidad gene-

ral tiene su arran que en el mod o de ser de la sociedad; p ero como sea que quiero

concretarme únicam ente á trata r de un a de las causas que considero de las más im-

portantísim as— la dei am or sexual— m e abstengo de decir de dónd e creo viene ese

malestar.

A un en asun to tan intrincadísim o y del qu e se h a escrito m uy poco todos los

anarquistas tenemo s formado el mism o concepto de la idea general del am or entre los

dos sexos solam ente en ligeros y pequeños detalles cuestión m ás de forma que de

fondo discrep am os algo pero este algo t s referente á lo qu e será la familia en la socie-

dad del porven ir. El amo r esa atracción sim pática que debe un ir á dos seres de dife-

ren te sexo pa ra reproducirse concurrien do á un o de ios fines de la vida hu m an a en

la sociedad presente apena s si lo e nco ntram os sea porque los m ás de los seres se

un en sólo por cálculo sea porque la cuestión económica esa verdad era loca de la casa

es la culpable de que así se desenvuelvan lus hu m ani da des . La cuestión está en que

ese factor principal par a la felicidad hu m an a ese organismo el m ás im po rtan te pa ra

el func iona m iento de la sociedad está atrofiado por carencia de objetivo práctico en

lo presente porq ue da das las preocupaciones dom inan tes y dad o el modo de ser de la

m ujer es difícil si no imp osible la realización de causa tan justa y bella.

La mujer en la actualidad no puede prescindir del apoyo del hombre por cuanto

la sociedad la hace incapaz para ganarse la vida; de ahí el que aunque no sienta amor

consienta en el sacrilegio de unirse con un hom bre que no constituye su ideal pero

que gana un jornal suficiente para subvenir á sus necesidades; de ah í qu e la mu jer

consienta en sacrificar sus sentim ientos antes que entregarse á qu ien podrá darla

mu cho amor pero también mu cha miseria; de ah í qu e la mujer sucum ba ante la

autor idad pate rnal qu e casi siempre obra im puls ada por el egoísmo; de ahí que el

hom bre y la m ujer crean en vez de un hogar en el que rebose la felicidad por la

mancomunidad de intereses y por la reciprocidad de sentimientos un infierno espe

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I ^ BKTISTA BLAHOA 3 7

luzn ante del qu e se sale atrofiado comp letam ente, ó bien se concluye como Eug enio

Selles en

  El Nudo Gordiano

con un pistoletazo.

Sin filosofías de ni ng un a clase, sólo con la inve stigación inces ante de cua nto nos

rodea, el hom bre ha podido reconstruir un m un ao mejor del que tuvieron nuestros

antepasado s y del q ue tenem os nosotros, m un do que l lenará las aspiraciones de todos

y ha rá, pon iendo al hom bre y á la mu jer á cubierto de las necesidades, qu e estén en

condiciones de alcanzar la verda dera ielicidad, único fin que guió al ser hum an o en

todas las etapas de la Historia.

Nu estro ideal es de am or, de felicidad, de toda la dich a posible y es un contra

sentido que quienes sólo aspiramos á ser felices y á procurar la felicidad para nues

tros sem ejan tes, seamos los que m ás nos veamos emp ujados al odio; seamos los que

tengam os que esgrimir las arm as de la venga nza par a concluir con las infam ias que

nos envilecen y con las tiran ías que nos esclavizan; seamos los q ue busq uem os por

don deq uiera reciprocida d á nue stro am or y sólo enco ntrem os cálculo, egoísmo, in

transig enc ia, cohibiéndo nos la realización de nuestras má s altas aspiraciones la falsa

y d enig rante sociedad q ue n os lanza á todos los extre m os para que podam os conseguir

lo que constituye el todo de nue stro organismo: la libertad y el bienestar hu m an os.

Muchos son los pensado res que reconocen qu e el ma tr imon io tal y como actual

m en te está con stituido es un a esclavitud reciproca en la que el hom bre y la mujer

abdican su voluntad, su razón, su libertad en aras de una institución que pudo crearse

cuando se reconocía el derecho del más fuerte, pero nunca perdurar hasta los tiempos

en que la fuerza—m oralmente— no consti tuye el derecho.

No hay aquí que objetar que una cosa es el matrimonio y otra cosa el amor. Si se

pretendiera establecer—con el desenfado propio de los escépticos en materias amoro-

rosas, pero prejuzgadores rancios cuando se trata de la libertad de las pasiones huma

nas,

  del libre desenvolvim iento de los seres, dé la om ním od a libertad de qu e quere

mos dotar al hombre -que en el matr imonio basta el pacto mutuo de los contrayentes

de respetarse en el sentido de guardar su honra, hecho delante del juez ó del cura sin

que ha ya necesidad de la atracción na tur al qu e debe n sentir dos seres de diferente

sexo cuando se unen para el principal de los fines de la vida humana, nosotros diría

mo s qu e sin la atracció n qu e precisa en estos actos par a no tener de clasificarlos con la

nota de prostitución legalizada, que en tal extremo entrará todo contrato sexual, que

represente compra y ven ta, no com prendem os cómo dura nte tantas y tanta s genera

ciones ha pretendido subyugarse al matr imonio en nombre de unas leyes antinatura

les todo sen timie nto nacido fuera de él, puesto que no se nece sitaba el am or par a

consum arse, ni cómo se ha podido com prender por

  honra

 la esclavización d e las sen

saciones inte rnas , de ese ^ go que todo ser pe nsa nte percibe de ntro de sí cua ndo lo

exterior hiere las fibras propensas á aquellas sensaciones que comúnmente llamamos

amatorias y qu e no hay costumbre que las acalle, ni ley capaz de extingu ir las cuand o

se sienten con todo su calor, con toda la plenitud de su poder.

Ha escrito un autor, cuyo nombre no recuerdo, que «el amor no deja libertad para

la elección; al principio ma nd a como señor; despué s reina como tirano , ha sta que se

rompen sus grillos

  k

  fuerza de tiem po por el esfuerzo de un a razón poderosa ó po r el

capricho de un enfado llevado adelante.»

Reprod ucimo s estas palabras de u n escritor burgués p ara q ue se vea que no somos

exclusiv am ente nosotros los que , analizando los se ntimien tos, n os co nvencem os de

que no son eternos en el individ uo ni responden á la perpetuidad de qu e como sacra-

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3 2 8 LA REVISTA BLAHCA

mentó y como ley nos han querido hacer cargar con el saral>eaito aquellos que qui

sieron dar un a norm a m oralizadora á la hum anidad , conáiguieüdo únicam ente que se

burlara la ley cuando ha fntorgeci; ' . '

 

"piones de ios hombres, que es siem pie qu e

entra m bas tienen de verse fr er " o í'*;:

Por todo lo cual, da ds s las < ^ es de la pres ente sociedad que cohib en en

nom bre d e la moral y d e las ooátuuibres—cosas am bas creadas poi qu ienes legislaron

du ra nte el día, pero que al ver llegar las sombras de la noch e, hom bre s darw inianos

al fin, tiraron los códigos  y  corrieron á buscar á las sacerdotisas en su mismo tem

plo—nuestras espontáneas manifestaciones, haciéndonos incapaces de realizar el bien

á que aspiramos, no nos queda otro recurso que, remachando el clavo hoy y mañana

y siempre, con que queremos im plan tar nu estra infelicidad presente, trabajem os par a

convencer á la mujer, que es la que más sufre el yugo dé la sociedad por todo lo que

la tiene esclavizada y cohibida, pues to que la sociedad actu al es la culp able de qu e

ella sea infeliz, de que no pu ed a am ar á quien quiera, sino única y con exclus ividad

el que económ icamente le conviene ó le dan , sin que en m uy raro caso pueda ser

ella la que escoja en completa libertad el que prefiere, que el único ideal que recono

ce los derechos de la m ujer, la libertad de la mujer, la personalidad de la m ujer, con

siderándola como parte integran te de la naturaleza y factor princip al de la sociedad,

es la acracia, últim a concepción del cerebro del hom bre y la única que enc uen tra en

su med io y en su fin la com pleta realización del bien estar hu m an o.

SOLEDAD GUSTAVO.

L N RQ UÍ

xxr

L>a h u e l g a g e n e r a l

Stispensión

 de la inda social.— La

 huelga general

  no

 necesita

 el

 concurso

  de los

 capitales.—

Ante la huelga general  la fuerza burguesa es impotente

También  el parlamentarismo es

impotente si los trabajadores saben y  quieren solidarizarse

Principios de la huelga  gene-

ral.— El 1. de

 Mayo —Función

 funesta de los políticos.— Primera tentativa de huelga

general

Funciones de l  gobierno —Falta de vigor.— Papel de  los grupos  corporativos  y

de los partidarios de la emancipación  individual.

Si las huelg as parciales son im pote ntes para prod ucir un a mejora real á la clase

trabaja dora , la unió n com pleta de todos los cuerpos de oficio ten drí a alcanc e m u y

distinto. Ni siquiera habría.necesidad de  todos  los trabajadores y de  todos  los oficios.

Im agin é non os, por ejemplo, el paro de los mineros, de los mecánicos, de los em

pleados del ferrocarril y los obreros de otras corporaciones similares, y veremos muer

ta la indu stria, concluidas las transaccioaes, suspen dida la vida social.  Y  esto, aun

siendo m uy grand e, exige menos esfuerzo de par te de los obreros que una hue lga

parcial cualquiera, que puede durar muchos meses, mientras que la huelga general en

ocho días arruinaría á la mayoría de los capitalistas.

Cualquier obrero que trab.'i je, preparándose anticipadamente, puede hacer econo

mías para vivir quince días con los brazos cruzados, tiempo suficiente para presenciar

la ruina de los capitalistas antes que sus reservas se extinguieran.

La huelga general, au nq ue no se haga m ás que par a perseguir las mejoras anodi-

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LA REVISTA BL NC 329

ñas que const i tuyen el ideal del obrero, t raerla inm ediatam ente la emancipación de

los trabajadores, porqu e éstos, al ver la facilidad con que har ían capitular á sus ex-

plots. dores ,

  exigirían muy pronto lo que constituiría su emancipación.

81 los m aqu inista s se nega ran á poner en m arch a las locomotoras, y los min eros á,

extrae r la hulla; si los ca rteros se negaran á distribu ir la correspondencia (1); si los

telegrafistas y telefonistas dejara n de trans m itir noticias y asegurar las comunicacio

nes comerciales y otras; si el pan ade ro no quisiera cocer pa n, los burgue ses se con

fundirían en un caos de inercia. La muerto de los negocios sobrevendría inmediata

mente .

Á los que en días de lucha se baten en la callej se les fusila sin compasión; pero

¿cómo fusilarían  los que no salieran de su casa? Se encarcela á diez, veinte ó ciento

en circunstancias excepcionales; pero ¡cómo reducir á prisión á los que se contenta

ran con decir: «cuando hayáis accedido á nuestra demanda, volveremos al trabajo»,

qu eja nd o tranqu ilamen te en sus casas esperando el t riunfo, que no se haría esperar

¿Que encarcelaban para intimidar? Tanto peor para la burguesía, porque los tra

bajadores excitados y conscientes de su fuerza podrían contestar á las vejaciones con

energía.

*

E l día que los trabajadores lleguen á convencerse de la fuerza form idable qu e

constituyen y consigan entenderse y solidarizar entre sí, la explotación burguesa con

cluirá. No pod rán consentir que les explo ten por más tiemp o quian es son incapaces

de vivir sin el concurso de los trabajadores.

La posibilidad de k huelga general dem uestra la i .-npotencia del pa rla m en tar is.

m o.  Éste no ha hecho na da en favor de la clase trabaja dora ; las leyes promu lgad as

para proteger al obrero, cuand o no lo ha n sido pa ra amp arar má s y más al capital,

han demostrado su impotencia por los resul tados negativos que han producido. Lá

oyganización económica de la sociedad es siem pre m ás podero sa que las leyes qu e

puedan dictarse. ,

Así los parlamentarios ensalzan como un gran progreso para loa obreros la posibi

lidad de generalizar y dar san ción legal á la j irn^ da de ojh o h oras , inscriban esta re

forma en sus programas electorales, sin preocuparse de cuándo podrá ser realizada.

Hace más de cuarenta años que los republicanos, hoy en el poder, consignaban en

su programa la abolición del presupuesto de cultos y la del ejército permanente, ofre

ciéndonos est is reformas para cuando $a imperio fuera establecido; actualmente que

su poder está consolidado, se niegan en absoluto á realizar lo que fué promesa en la

oposición, so pretexto de que son prematuras esas reformas.

Con la huelga general no es necesario esperar ninguno nada del parlamento ni de

las leyes, qu e no pue den reformar nada, si a quellos á quienes deben beoefieiar no

tienen suficiente energía pa ra im p on er lo que desean. ¿Quieren los trabajadores ser

libres para discutir y defender sus intereses contra la rapacidad de los patronos? Pues

para ello no deben esperar que -una ley les autorice; que afirmen su derecho im po

niendo su deeeo sin contar con la ley, ó contra la ley misma, si necesario fuese.

Ya sabemos que el obrero, traba jand o ocho hora s ó traba jand o diez, ha de ser

igu alm ente exp lotado; pero si oree que es un a ventaja trabajar ocho horas, lo mism o

(1) Después de haba r escrito eato ha hab ido nna baelga de cftTtei.>s que ha daradudoa

días,

 viniendo á demostr, r nuestro af

 erto.

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3 3 LA REVISTA BLANCA

que individualmente se niega á acelerar el trabajo, á pesar de las exigencias de encar

gados y patronos, que se tomen dicha jornada, sal iendo del tal ler u na vez term ina da ,

y que sostengan con entereza el mism o ó mayor salario y la |nar cha ordinaria en el

trabajo.

Para obligar á los patronos á aceptar tan digna resolución, sólo necesitan Cohesión

y solidaridad; deben, pues, trabajar para adquirir la una y 1^ otra.

Hemos visto que la huelga general, suspendiendo toda la actividad social, les obli

garía á admitir, de grado ó por fuerza, cuantas imposiciones se les hicieran.

*

Cuand o hace unos quince años empezó en Fran cia, creo que el compañ ero Tortelier,

á ha bla r de la huelg a general.^acogí la idea con indiferenc ia. M e parecía bu ena , como

arm a de guerra contra la explotación; pero como en el fondo no era sino la idea de

revolución bajo otra forma, creía preferible preparar los espíritus para la toma de po

sesión del suelo y los instru m ento s de trabajo, aconsejándoles que no deben limitar

su actividad á las conquistas de simples mejoras. La propaganda de la huelga gene

ral exigirá una gran propaganda. ¿Por qué desanimar así á lo que nosotros llamamos

revolución?—m e pre guntab a yo. Y es que olvidaba que nad a gran de puede hacerse en

un a pieza, y que una m ism a idea, presen tada bajo cierto aspecto, se estaciona, y en

forma diferente puede progresar con rapidez.

La idea, sin em bargo , hizo su camino reforzado por otra que apareció casi al mis

mo tiempo : el 1. de M ayo. Esta segunda proposición resultó excelente como apoyo

de la otra , por que cada añ o, en la m ism a época, los trabajad ores de todos los países>

uniéndose en una acción común, abandonaban el taller en señal de protesta contra el

capital y la explotación.

Este propósito grandioso hubiera sido fecundo en resultados, acostumbrando á

los trabajadores á solidarizarse, y podía progresivame nte conducirles á la huelg a ge

neral. Pero los políticos se apoderaron del pensamiento. De una protesta contra la ex

plotación hicieron un día de fiesta, hasta con aprobación de algunos explotadores, y

poco á poco se convirtió en platónica reclamación á los poderes públicos, dirigiéndose

á éstos en ridiculas procesiones, que proporcionaron ocasión á algunos charlatanes de

ponerse á la cabeza de las tales y adquirir, perorando, una funesta popularidad.

Bajo esta perniciosa influencia se ha ahogado el movimiento, y, hasta como fiesta,

no tiene ya carácter ni vitalidad . Quizá algún día las circun stancias lo vuelvan á su

idea primit iva.

*

* *

Respecto á la huelga general, reconocieron que era imposible desviar el movimien

to d ^ d e un principio, y com batieron la idea con toda s sus fuerzas; pero cómo fué

bien acogida por cuantos desean ince san tem ente salir d e la infecta sociedad en que

vivimos, hizo su cam ino entre loa obreros, y en los grupos, corporaciones y congresos,

se discutió con entusiasmo.

Muchtw qa«, como yo, acogieron la idea con indiferencia, juzgánd ola im pra ctic a

ble, se adhirie ron á ella con entusiasmo al ver que adelanta ba sus tent ada por los tra

bajadores que la suponían realizable en breve plazo. Los acontecimienios se encarga

ron de de mo strarnos que la posibilidad de realizarse estaba má s ceroa de lo que

creíamos.

Á úl t im os del año 98 en París, dur ante seis sema nas, sin ning una preparación, sin

previo acuerdo, sin premeditación, estuvimos á punto de ver á los t rabajadores ne-

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LA REVISTA B .ANCA 3 3 1

garse caRÍ unánimente á tolerar por más tiempo las exigencias patronales; unos recla

m ab an simples mejoras en las condiciones del trabajo, y otros hacían huelga por so.

lidaridad, por hacer causa común con los que ya habían comenzado la lucha.

Poca faltó para que la vida social se suspendiera al cesar de trabajar los obreros.

Sorprendidas por los acontecimientos las corporaciones, no se declararon en huel

ga sino unas después de otras; asi sucedió que, cuando unas entraron en lucha, otras

estaban casi á pu nto de capitular; el sindica to de los camino s de hierro fué el que

más tardó en decidirse. La causa de esta tardanza en lanzarse á la lucha debe la bur

guesía agradecérsela al gobierno republicano que, fiel en su papel de defensor de los

privilegiados, violó sin escrúpulo de su propia legalidad la correspondencia particular

y de corporaciones, roba ndo carta s que excitaban á los em pleado s de los camino s de

hierro á que cesaran en el traliajo.

Á estas tropelías h ay que añad ir los registros domiciliarios de los indiv iduo s m ás

significados en los sindicatos, cuyo resultado fué un fracaso para la policía, y la ocu

pación militar de las principales estaciones.

La huelga continuó, no obstante, durante algún t iempo, porque otras corporacio

nes aliandonaron el trabajo; pero por falta de unidad había perdido desde un princi

pio su intensidad, quedando reducida á una serie de huelgas parciales.

En este mov imiento ha habido siempre para mí un misterio que n o he podidb

explicarme, y es la facilidad con que se generalizó. Cuando los  terraniers (1) se decla

raron en huelga, la soldadesca invadió las calles en  SOQ  de guerra y nadie secundó el

m ovi mi ento de e tos obreros. Luego, oomo incend io alen tado por la pólvora, un a m ul

titud de siid ica tos se declararon en huelga, produciéndose asi un fenómeno sin pre

cedentes.

Durante algunos días, una tentat iva de motín en París hubiera producido lamen

tables desgracias, y los má s significados en el mo vimien to hubie ran hecho un mal

negocio. Circularon rumores de que agentes del gobierno iban á provocar una algara

da; pero aun ad mit iend o q ue la huelga hubiera sido malograda por quienes tenían en

ello interés, se hu bie ra sacado la consecuencia de que, sin previa preparación y sin

anteriores acuerdos, infinidad de corporaciones se lanzaron á la lucha, por mejora r

sus condiciones y por solidaridad, y que la huelga general estuvo á pu nto de ser un

hecho.

*  •

Aunque el gobierno no hubiera intervenido haciendo fracasar la huelga de los ca

minos de hierro, no hubieran conseguido gran cosa, creo yo. La lucha mal entablada,

puesto que unas corporaciones abandonaban el trabajo cuando otra?, ya en huelga,

estaban para rendirse, demostraban falta de coordinación en el movimiento. La es.

pontaneidad carecía de vigor. Los espíritus no estaban preparados.

r u é ,  sin embargo, bastante imponente para que el gobierno tuviese miedo y se

diera prisa en arrojar sobre el plato de la balanza legalidad el peso del «ejército na

cional», demostrando con este hecho la inutilidad de los ejércitos permanentes.

Si este mo vimiento prem aturo hubiera abortado por sí mismo, la huelga general

hub iera recibido uh rud o golpe; fracasando por la intervención del gobierno, la cosa

carece de importancia; servirá de lección á los trabajadores, enseñándoles que la huel-

(1) O breros que hacen excavaclonea, desmontes, terrap lenes, abren zanjas en las'cinda

es ,

 vacian los cimientos de los edificios y hacen pozos. - CN del T.

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3 3 LA RKVIOTA BIíAHCA

ga general no es una utopia, según gentes interesadas en ello han dicho. Y cuando

los asalariados se hayan ejercitado en el manejo de esta arma, sabrán al mismo tiem

po que no deben limitarse á simples reclamaciones de aumento en los salarios. Es

preciso que paralelamente hagan su progreso la idea de la huelga general, la de la

supresión de la explotación del hombre por el hombre, la de la libertad completa del

individuo y la práctica de la solidaridad más absoluta, enseñando á los hombres que

la lucha social no es más que un medio para emanciparlos, ya que el orden actual,

basado en la fuerza, no les deja otra alternativa para llegar, más que el apoyo mutuo

y la armonía.

E l papel de las agrupaciones corporativas es el de propaga r la idea de huelg a y

de lucha por todos los medios contra la burguesía y la explotación; el de los partida

rios de la transform ación social es de trabaja r por la educación ind ivid ua l y el en

gran dec im iento de los cerebros, pa ra que los esclavos llegue n á saber servirse del

arma puesta á su disposición. Estos tienen la misión de trabajar por la difusión de la

justicia y la concordia que , ind ican do á los trab ajad ore s la finalidad que deb en rea

lizar, lea indique también los medios que más directamente les conduzcan á ella.

JUAN GRAVE.

Traducción de Antonio López.)

CIENCIA Y ARTE ^

F I S I O L O G Í A

T £ O R l A D E L A F A T I G A

La fatiga

  es

 un

 regulador

 del

 trabajo Cnidiciones orgánicas que apresuran

  la

 presencia

  d

la

 sensación de

 Jatiga:

 debilidad

 de

 los

 órganos;

 exuberancia de

 los

 tejidos

 de reserva.—-S

cesión

  y

 encadenamiento

  de

 los fenómenos

  de

 la

 fatiga.— Fatiga

  local

  y  general;  fatiga in

mediata

  y

  consecutiva Los diferentes «procesos»

  de

 la

 fatiga: 1.o Efectos

 traumáticos

  d

trabajo en

 los órganos del

 movimiento. 2.° Autointoxicaciónpor

 los productos de

 desasimila

ción.

 H.

Agotamiento orgánico

 por  autofagia.  4.°

 Agotamiento

  d inámico^or

  gasto

 d e la

fuerza

  disponible

 de los

  elementos

  muscu lares y nerviosos. Insuficiencia

 de las

  nociones

fisiológicas actuales para explicar

 todos

  lo

fenómenos de

  la fatiga.

Hemos revisado los principales hechos fisiológicos que acompañan al trabajo y las

modificaciones del organismo que resultan de la actividad muscular. Podemos ahora

resumirlos brevemente y exponer las conclusiones que se desprenden.

Considerando el acto muscular en su origen, que es la contracción del músculo, y

estudiándole hasta su conclusión, que es la fatiga consecutiva ó las agujetas, y hasta

en sus consecuencias patológicas más graves, el recargo y el agotamiento orgánico,

podrem os presen tar un cua dro completo de los efectos de la fatiga y form ular sobre

él una teoría racional.

I

La fatiga es la consecuencia de la acción m ater ial, ejercida por el traba jo, sobre

los órgano s del mov im iento y sobre loa gran des sistem as orgánicos asociados al ejer-

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I ^ BEVI8TA BLANCA 333

ciclo. La ser.sación que resulta para el individuo de la actividad excesiva de sus mús-

culoH, es mi v, rdad ero re gula dor del trabajo, qu e funciona con t inta má s sen sibilid ad,

cuanto mayor peligro ofrece el exceso de ejercicio paife el organismo.

En un h om bre dem asiado débil, la sensación d e fatiga es m uy penosa-, porque en

Un cuerpo débil los órganos de poca resistencia están ex puestos á sufrir más fácilmen

te las averias del trabajo. E n el hom bre de v ii a inactiva, recargado de tejidos de re

serva, la fatiga se produ ce con mu cha intensida d al me nor trabajo; debido á que el

ejercicio violento, á causa de los tejidos de reserva exuberantes que su organismo en

cierra, le produce muy pronto las agujetas y el recargo.

Si echa un a ojeada general sób rel os fenómenos del trabajo y los de la fatiga,

pue de verse clara m ente qu e los unos se der ivan de los otros, y es fácil d edu cir las re

laciones de causa á efecto que los unen.

Cua ndo el mú sculo se contrae con fuerza, se produ cen en todas las partes sensi

bles de la región en que se efectúa el trabujo, sacudidas y rozamientos de los que re

sulta un dolor. Se produpe adem ás en el mú sculo, por el hec ho mism o de su trabajo,

un mo viento de desasimilación, del que resultan substan cias orgánicas tóxicas: y la

presencia de estos productos de com bustión es origen de la sensación local de impo

tencia que se nota en el músculo que ha trabajado.

Todo el organismo se halla asociado al trabajo de un solo mú scu lo. Por el h echo

m ism o de la contrac ción mu scu lar, el lí<iuido san guín eo sufre un a aceleracióUj qu e

obliga al corazón á activar sus movimientos. El pulmón recibe más sangre que en es

tad o norm al y se congestiona; los mo vimientos respiratorios son más frecuentes. En

tonces interviene una nueva causa de malestar, la saturación de la sangre por el ácido

carbónico resu ltante de las combustiones del trabajo. El efecto de esta intoxicación

pasajera , con tra la qu e luc ha el pu lm ón pa ra lanza r fuera el gas nocivo, es u n sufri

miento general del organismo. Entonces se produce la sofocación.

A la sofocación se une n las sensaciones penosas, d ebida s al calentam iento de la

sang re y á la impresió n que produce esta sangre caliente en los centros nerviosos, y

así se encuentra completo el cuadro de ] fatiga general  que sigue al ejercicio.

Pero , tan pron to como se inte rru m pe el trabajo, las perturbaciones funcionales del

corazón y del pulm ón se calm an, gracias al retraso en la imp ulsión dad a á la sangre .

Al propio tiemp o dism inu ye la producción del ácido carbónico, y el que estaba for

ma do se elimina rápidam ente, baja la tem per atura de la sangre por radiación y por

la evaporación del sudor que inunda el cuerpo.

Todo entonces entia en orden; y, sin embargo, si el ejerció se ha llevado demasia

do lejos, no ob stan te el reposo de los músc ulos, hay u n sufrimiento persistente, que

es la fatiga  consecutiva Los miembros que han trabajado conservan un cierto grado de

dolor, que el reposo no hace desaparecer de u n golpe, porque los músculos ha n sufri

do verdaderas lesiones mecánicas bajo el influjo del trabajo; estirones, pequeñas ras

gaduras de las fibrillas, roces de las membranas envolventes y de las sinoviales, con

tusiones en las articulaciones.

Se desarrollan además otros sufrimientos que no pueden explicarse por una causa

mecánica; son éstos la fiebre, el malestar general, la sensación de debilidad y el aba

timie nto, síntomas todos que indic an que el organismo está bajo el peso de un agen

te tóxico. Es tas mo lestias son debidas al paso por la gangre de los prod uctos de des

asimilación, que en torpecían los músculos y de los cuales la corriente sanguínea

despeja poco á poco á la fibra m usc ula r para llevarlos al riño n, encargado de expul-

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  4 LA KgVISTA BLANCA

sarlos fuera. La limpieza de la má qu ina mu scular m edian te la sangre, es tan to más

lenta, cuanto más abundante sean los residuos debidos al ejercicio.

Kn el tiempo transcurrido entre la producción de estos residuos y su expulsión

por la orina, el organismo se encu entra bajo la acción de un verdadero envenena-

mien to: de ah í la fiebre de agujetas y la sensación de malestar gen eral. Los residuos

nitrogenados, á los cuales se deben las agujetas febriles, se separan lentamente de los

mú sculos y pasan lentam ente tam bién A través del filtro renal. D uran te todo este

tiem po q ue p recede á su eliminación, el organismo está bajo su acción y luc ha

contra ella.

Así se explica la aparición tardía de la fatiga consecu tiva y su persisten cia de s-

pués de haber cesado el trabajo.

Por último , si los residuos son dem asiado abu nd ante s ó el organismo poco resis-

tente, se ve que estas substancias nocivas dan lugar, por un proceso desconocido para

nosotros, á la producción de otras substancias parecidas, que se renuevan en la sangre

durante bastantes días, y que originan las fiebres graves del recargo.

Esto y, pues, inclinad o á creer que el pu nto de p artid a de todos los accidentes ge-

nerales de la fatiga, es un env enen am iento del organism o por sus propios producto s

de desasimilación . To das las fases de la fatiga genera l, desde el m ás peq ueñ o males-

tar que ocasiona la impotencia momentánea, hasta la sofocación extrema en que su-

cum ben los anim ales, y la fiebre d el recargo de trabajo t an parec ida al tifus, son de-

bidas á substancias tóxicas más ó menos activas, y retenidas más ó menos tiempo en

la sangre.

Pero las perturbaciones de nutrición, que son consecuencia del trabajo, no pueden

explicarse todas por la autointoxicación d el cuerpo. E n ciertas formas d el recargo se

ve alimen tarse el mo vimiento de nu trición , á expensas de los tejidos más esenciales

de la vida. Los tejidos d e reserva se han ag otado, los que forman la tram a de los ór-

gan os son atacad os á su vez, y el c uerp o, en vez de asimilarse ma teriales nocivos,

como en las dem ás formas del recargo, se priva, por el contrario, de los eleme ntos

orgánicos indispensab les para el equilibrio de la salud. En este caso no hay autointo -

xicación, pero sí  utof gi y  agotamiento.

I I

En tre los hecho s de la fatiga hay toda una serie en que la clasificación me tódica

parece h asta ahora impo sible, po rque son m uy desconocidos. No se pu ede n colocar

ni al lado de L s hechos mecánicos, tales como las averías sufridas por los múscu los,

ni al lado de las p erturbaciones de nutrición , como las intoxicaciones deb idas á los

residuos, y el agotam iento, debido á la disminu ción de la masa de tejidos orgánicos.

Los l lamaremos hechos

  dinámi os

  de la fatiga, porque parecen manifestarse sólo por

una pérdida de fuerzas, sin que lesión alguna, ninguna modificación química, ningu-

na pérdida materia , pueda notarse en el organismo. Así ocurre en el ejemplo siguien-

te:

  Apretemos con todas nuestras fuerzas un dinamómetro manual bastantes veces y

de mo do que nue stras compresiones se efectúen con bastan te rapidez; observaremos

entonces que, si el primer ezfuerzo empuja la aguja del aparato hasta la cifra 50, por

ejemplo, el siguien te no se tradu cirá más que por la cifra 4 5; después, á cada nuev a

prueba, el dinamómetro acusará una nueva disminución de la presión, tanto, que los

esfuerzos, al cabo de cierto tiempo, llegan á ser casi insuficientes para mover la aguja

indicado ra Aquí la fatiga de la m ano no sabrá explicarse por un a perturb ación má s

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  LA BBVMTA BLANCA 3 3 5

Ó menos profunda de la nutrición de los músculos, puesto que se disipa demasiado

pronto: cinco minutos de reposo bastan para volver á los úiúsculos su vigor primitivo:

no puede menos de suponerse un efecto   dinámico.  La mano había llegado á ser mo-

m en tán eam ent e im po tente , por gasto excesivo de la energía propia con tenid a en la

fibra muscular, ó en el elemento nervioso que mueve esta fibra.

Se llama

  got miento

  al estado de un órgano que ha perdido su energía especial;

pero no debe confundirse este agotamiento dinámico  con el

 orgánico

cuya historia he-

mos hecho, y que se caracteriza por la disminución de ciertos elementos anatómicos.

E n la substancia nerviosa ag otada se ve dismin uir, no la masa de las mo léculas mate-

riales,

  sino sencillamen te la manifestación Je la energía propia con que están dotadas

estas moléculas.

¿Se descubrirán en el nervio fatigado perturbaciones de nutrición hasta hoy desco-

nocidas? Todo inclina á creerlo, puesto que es sabido que la substancia nerviosa se ca-

lienta y se congestiona cuando está en actividad. Su trabajo está sometido á las mis-

m as condic iones fisiológicas qu e el m úsc ulo , y su fatiga debe estar s om etida á las

mismas leyes. Pero en el músculo mismo se ha podido comprobar un agotamiento de

la contractibilidad, que parece deberse en ciertos casos á un gasto de la energía de la

fibra, independientemente de toda intoxicación por los productos de desasimilación y

de toda pérdida material en el órgano. No se puede, pues, por menos de admitir, en-

tre loa hechos de la fatiga, una serie de fenómenos debidos á una sencilla pérdida de

la energ ía vital, á consecuencia de la actividad mism a del elemento q ue ha trabaja-

do. Es necesario hacer una categoría provisional de estos hechos, bajo el título de

  fati.

ga dinámica y admitir que esta forma de la fatiga es debida, en los nervios y en los

centros nerviosos, á una pérdida demasiado grande de la fuerza, que se llama, á falta

de otra palabra mejor,  influjo nervioso.

El influjo nervioso, lo mismo que el calor d,e la electricidad, es resultado de la li-

bertad en que se pone una fuerza que estaba en potencia ó en   est do l tente en las mo-

léculas de la substancia nerviosa, de donde la hacen salir ciertas circunstancias. Una

barra de hierro caliente que se echa en el agua se enfría por la pérdida de calórico,

que el líquido, más frío, le sustrae. Un nervio, excitado para que haga entrar en con-

tracción un músculo, parece también despojado, por el hecho mismo de su trabajo de

transmisión, de cierta cantidad de energía, y asi como el hierro rojo no tenía más que

un a cantidad dada de calor libre, del mismo m odo, el ner vio excitado, no tenía más

que una cantidad limitada de influjo nervioso disponible, que ha gastado durante el

trabajo.

La analogía, hasta aquí, parece satisfactoria; deja de serlo   si , se considera que el

calor perdido por el hierro que se apaga, no se reproduce espontáneam ente, m ientras

que el nervio, abandonado á sí mismo, encuentra su energía, su influjo nervioso, sólo

por el hecho del tiempo que transcurre. La provisión de fuerza agotada se renueva

sin necesidad de más condición que la de cesar de gastarla.

Supongamos un depósito de gran capacidad, en el cual se acumula el agua por un

tubo conductor de pequeño diámetro. Abrid el depósito y utilizad el agua que le lle-

naba para mover una turbina: al cabo de algún tiempo, la provisión de agua se agota

y la turbina deja de moverse. Sin embargo, el tubo conductor no deja de llevar líqui-

do;  y si cerráis el depósito, la masa que poco á poco se acumula, llegará á ser bien

pronto bastante para hacer marchar la rueda. Tal es, á falta de explicación satisfacto-

ria, la imagen que me parece mejor para hacer comprender cómo ocurren los hechos.

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3 3 6 LA BEVISTA BLANCA

Me he esforzado en presentar al lector una teoría de la fatiga lo más clara y com

pleta que he podido; ha de perdonar las lagunas é imperfecciones de este capítulo, en

consideración á su novedad Hasta hoy, ningún autor ha agrup;do en un cuadro me

tódico todos los hechos que pueden ser consecuencia del trabajo, ni se ha tratado de

determinar sus leyes.

Los hechos de la fatiga son  locales

 ó generales

inmediatos  ó

  consecutivos.

  Si tratára

m os de resu m ir las leyes fisiológicas, según las cuales evo lucioc aa estos hec hos , ve

ríamos que se limitan á cuatro órdenes de causas:

1.° Lesiones ma teriales de los órganos del mo vim iento.

2 . Auto intoxicación por los residuos del trabajo.

3 .

ReabEorción exagerada de los t- jidos vivos.

4.

Agotamiento dinámico délos elementos motores.

FEI.NANDÜ LAGEANGE.

(Traducción de Ricardo Rubio.)

iiLjjül...

  »t>-»»n-aates;s:sr-~.

  -

CRÓNICA CIENTÍFICA

Los nuevos experimentos del conde  Zeppelin.

¿Está resuelto el problema  de la  navegación

aárcaf —O pinión de M. Miran Maxim.

—   omparación

  entre los

 resultados obtenidos

 por

M. Zeppelin ij por sus precursores franceses.

Ha blé en t i n úm . 57 de esta Revista, mis lectores lo recordarán,  e la primera ascen

sión del conde Zeppelin, haciendo entonces una descripción minuciosa de su aparato,

pe r lo que juzgo in úti l repro duc irla. Rec ordaré, sin em barg o, en lo concernie nte á ios

primeros ensayos del sabio austríaco, que su viaj-j se ejecutó á la velocidad de ocho

metros por segundo; que la distancia rtcoirida, á una elevación de 400 metros, fué de

seis kilómetros en diez y siete minutos y medio, y que la miiniobra para subir y evo

luciotjar dio excelentes resultados.

El éxito del experimento, considerado en su conjunto, no pasó de mediano. Bien

es verdad que se mezcló un contratiempo: la cuerda que suspendía el peso móvil se

enredó en el manubrio destinado á dar los movimientos laterales, y quedó paralizado

después de haber funcionado perfectamente durante mucho tiempo.

El conde terminó sus experimentos prometiendo renovarlos pronto, y ha cumplido

su palab ra; por lui pa rte m e apresu ro á declarar que los resultados de sus nuev as

ascensiones, en su conjunto, son muy superiores á los experimentos de Julio próximo

pasado; el aéreo-nave maniobró durante tres cuartos de hora en todos sentidos á la

altu ra de má s de 600 metros, llegando á describir en una de sus ascensiones un círculo

completo, á pesar de un viento fuerte.

Del resultado obtenido deducen muchos colegas que el problema de la navegación

aérea puede ser considerado como definitivamente resuelto; pero no nos apresuremos

á confiar en esperanzas optimistas, porque ha ocurrido ya muchas veces que después

de experimentos preliminares sobre la navegación aérea ó submarina, los hechos pos

teriores han resultado negativos. Tratemos, por esta vez, de no incurrir en nuevas

dfccepcionts. Si nu es tra desconfiariza fuese excesiva, no por «so dejaría de brillar la

verdad. Una sorpresa agradable es siempre superior á una desesperante decepLión.

Admitamos que los experimentos de M. Zeppelin tienen un principio feliz, hasta

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L BKVIST BL RO 237

brillante de la solución del prob lem a; pero resultados no men os n otables se ha n lo

grado en experimentos anteriores. Por esta razón el famoso inventor H iram Max im

interrogado en Londres por un redactor del E vening News se mostró pesimista au nq ue

reconociendo los laudab les esfuerzos del aeron auta austríaco. Según M. Max im has ta

que no se venza la resistencia de los vien tos tem pestuo sos no p odrá considerarse el

problem a como resuelto. «Por lo de más aña de el célebre inven tor has ta el prese nte

no veo que se haya ido mucho más lejos del punto alcanzado por el comandante fran

cés.  Renard.»

M. Maxim- alude á la célebre ascensión de Meudon por los dos oficiales franceses

Ren ard y Kre bs el 9 de Agosto de 1884. Tam bién entonce s se creyó el problem a re

suelto; los ensayos pare cían abso lutam ente concluyen tes ya qu e el globo fué positi

vam ente dirigido. Aquel globo de forma especial provisto de un m otor eléctrico de

un hélice y de un timó n se elevó en un tiem po tranqu ilo á un a altura d e 30 m etro s.

E l hélice fué anim ado de u n mo vimien to de rotación y el aeróstato se dirigió hac ia

un pun to designado de ^ te m a n o y aunq ue la brisa soplaba con una velocidad de

cinco me tros la m arc ha del globo se efectuó contra el viento len ta al principio y

acelerándose después gradualmente.

Los dos aeronau tas desem peña ban funciones diversas: mientra? el uno m an ejab a

el timón el otro m ante nía la perm anen cia de la altura .

Después de haber alcanzado el punto designado de antemano se trató de volver al

pu nto de partida ; vióse entonces al aeróstato describir ma jestuosa me nte un semi

círculo de unos 300 metros de radio dirigiéndose á su procedencia descend iendo

gra dua lme nte y tocando en tierra en el pu nto preciso previamen te señalado.

Grande fué el entusiasmo en los círculos científicos como sucede actualmente

desp ués de los expe rimen tos de M. Zeppelin. Sin embargo el entus iasm o no fué

un án im e: M. W ilfá d de Fonv ielle el escritor científico tan justa m en te apreciadoi

manifestó con em peño que faltaba vencer much as dificultades y no de las m eno res .

«No sólo decía^ tend rán los aero nau tas que conservar el gas sino que adem ás nece

sitan preocu parse de los camb ios de forma del globo de las ru ptu ras de equ ilibrio

cau sad as por la lluvia el granizo la acción del sol la de las nu be s etc.; es preciso qu e

ap ren da n á ver su dirección en la bóveda celeste ya qu e la superficie de la tierra se

les oc ultará con frecuencia; es indis pe nsa ble qu e se gar antice n co ntra los efectos del

rayo tanto más temibles cuanto que puede ser atraído por el movimiento del aerós

tato ó por los objetos de hierro qu e necesariam ente ha de contener en gran can tidad

la navíciUa de un globo dirigible.»

¿Quién asegura que no pue den dirigirse la may or parte de esas observaciones al

conde Zeppelin? M. de Fon vielle no obstan te reconoció de bue n grado la impo rtan

cia del exp erim ento de Re nar d y Kre bs siquiera porque co ntribuyó á convencer á la

ma sa vulg ar de la pos ibilidad si no de la realización pre sen te de la dirección de los

vehículos aéreos. En efecto aquel exp erim ento dem ostró á los igno rantes á los escép-

ticos por sistem a qu e busaa r la dirección de los globos no deb e co nfund irse con la

cua dratu ra del círculo ó el movimiento co ntinuo.

Recordemos que después de la ascensión verificada en M eudon los herm ano s

Tisstindier em prend ieron nue vam ente sus experim entos aéreos con un éxito relativo

los cuales prom ete exceder den tro de poco el aerona uta brasileño Santos-Düm ont

con cur ren te even tual de M. Zeppelin al prem io de 200.000 francos ofrecido po r

M. H en ri Deutsch del Aero Club de P arís.

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838 LA BETIBTA BLANCA

No term inaré esta crónica sin m encionar un estudio pub licado hac e ya algún

tiempo por M. Laussedat, con el fin de precisar las fases necesarias del programa de

la navegación aérea.

Reu niendo y publica ndo Ips docum entos auténticos qu e se hallan en los archivos

del ministerio de la Guerra^ de la Sociedad de navega ción aérea, de la Ac adem ia de

Ciencias, etc., M. La ussed at ha establecido pe rfectam ente que se trat a de un inv ento

pu ram ent e francés. E ntr e otros docum entos intere santes, ha sacado del olvido dos

memorias del general Meusnier, casi ignoradas de la generación presente, conservadas

en la escuela de Artillería, don de nadie pen saba en consultarlas. E n ellas se encuen

tra, no obstan te, la forma prolongada del aeróstato, adoptad a por la generalidad de

loe inventores; el hélice como agente de propulsión, y, por último, la bolsa de aire ó

globo pequ eño que el gen eral Meu snier des tinab a á la im por tante función de vejiga

natatoria ó de motor vertical de abajo arriba, esperando poder dispensarse de abrir la

válvula para descender, ó de arrojar lastre para subir, porque bastaba para esto recha

zar el aire en la bolsa, ó aspirar aire nuevo por medio de un» bomba colocada en la

navecilla.

Añádanse al nombre de Meusnier los de Conté y los primeros aeronautas militares

de Meudon, y, sobre todo, el de Alean, que, ya en .1842 envió á la sociedad de Fo

mento una Memoria notable sobre un proyecto de globo dirigible, de gran volumen y

provisto de un a poderosa m áqu ina de vapor, y que, por tanto, precedió á los atrevidos

ensayos de Giffard.

Sea la que fuere la nacionalidad del que resuelva definitivamente el gran problema

adm itiendo q ue los sabios tengan una nacionalidad, es indu dab le que Franc ia podrá

reclamar una gran parte de gloria para sus inventores y sus sabios.

T A E K I D A  D E L

 MÁRMOL

P ñ l ^ S

Continuación.)

E n cua tro generaciones, la sangre vigorosa y ávida

  de.

 los D uvillard, después de

prod ucir tres seres rapace s, degen eraba de golpe, com o agotada por la saciedad, en

aquel andrógeno, en aquel aborto, incapaz hasta de los grandes atentado s y de los

grandes libertinajes.

Camila, que era demasiado inteligente para no reconocer aquel vacío en su herma

no,  se chanceaba con él; y le dijo m irán dole , m uy en galan ado con su larga levita de

pliegues, resurrección romántica que él exageraba:

— Jacinto, m am á pregun ta por ti. .. Ven á enseñar tu traje; tú sí que serias lindo

si te vistierps de muchacha,

Pero Jacinto se esquivó sin contestar, pues temía verdaderamente á su hermana,

may or qué él, por más que vivieran en un a intim idad de perversas confidencias, di-

ciéndoselo todo, y tratan do inútilm ente de aso mbrarse uno á otro. D irigió un a mira

da desdeñosa al canastillo maravilloso de las orquídea s, fuera de mo da ya, y atrav e

sando entre los lirios, se alejó.

Los dos últim os convidados á quienes se esperaba, llegaron casi junto s. El pri m e-

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LA REVIOTA BLANCA 8 9

ro fué el juez de instrucción, Amadieu, amigo íntimo de la casa, hombrecillo de cua

renta y cinco año s que acabab a de darse á conocer  causa de un reciente asunto anar

quista. Tenía la cara aplanada y regular del magistrado, con grandes patillas rubias-

que él procura da manten er pun tiagud as, y llevaba u n lente, tras el cual brillaba su

ojo.

 Por lo demáSj m uy m und ano ; era de la nu eva escuela, sicólogo distinguid o, auto r

de un libro en contestación á los abusos de la fisiología crim inalista, hom bre d e am

bición tenaz, am ante de la publicidad, y acechando siemp re la ocasión de encargarse

de los asun tos ruidoso s que da n gloria. Por fin se prese ntó el generíil Boz onnet, tío

m atern o de Ge rardo, un anciano alto y seco, de nariz aguileña á quien sus re um ati s

mos hab ían obligado últi m am en te á pedir su retiro. Ascendido á coronel después de

la guerra, en recompensa de su valerosa conducta en Saint-Privat, había conservado

á Napoleón I I I la fe jura da, á pesar de sus profundas simp atías m onárq uicas; y se le

dispensaba entre sus relaciones aquella especie de bonapartismo militar, á causa de la

am arg ura con que acusaba á la república de haber ma tado el ejército. Como bue n

hom bre, que adoraba á su h erm ana , la señora de Qu insac, parecía obedecer sobre

todo á un secreto deseo de ésta, aceptando las invitaciones de la baronesa, como pa ra

hacer más natural y dispensable la continua presencia de Gerardo en su casa.

Sin embargo, el barón y Duthil volvían del gabinete, r iendo m uy alto y de un a

manera exagerada, sin duda á fin de hacer creer en la completa libertad de su espíri

tu; y entonces se pasó al comedor, donde ardía u n gran fuego, cuyas llam as alegres bri

liaban como un rayo de prima vera en med io de los ricos mu ebles ingleses de caoba

clara, cargado s de vajillff de pla ta y de cristalería. L a habita ción , de u n delicado color

verde musgo, tenía un encanto discreto á la pálida luz del día; y la mesa, en el centro,

con la riqueza de sus cubiertos y la blanc ura de su m ante l, adorna do con encaje de

Venecia, parecía haber florecido milagro sam ente, prese ntand o todo un conjunto de

grandes rosas, y de las más admirables ñores de la estación, de un perfume delicioso.

La baronesa hizo sentar al general á su derecha, y Amadieu á su izquierda; y el

barón señaló á Du thil y á Gerardo sus puestos en el mism o orden respectivam ente,

Después los hijos se colocaron en am bas extrem idades, Cam ila entre G erardo y el ge

neral; Jacinto, entre Du thil y Am adieu. Y seguidam ente, desde que se sirvieron los

huevos con trufas, la conversación se trabó, familiar y alegre, esa conversación de los

almuerzos de París, don de se refieren los acontecimientos gran des y peque ños de la

víspera y de la m añan a, las verdades y las m entiras de todo el m un do , el escándalo

financiero, la aventu ra política, la novela publicada , el estreno de la producción te a

tral, y las historias qu e, no deb iend o decirse sino al oído, se cu en tan en al ta voz. Y

bajo la ligereza y los chistes de unos y otros, bajo las risas que con frecuencia son fal

sas,  cada cual calla sus enojos, ocultan do quizás un ab atim ien to que á veces raya en

agonía.

Valerosamen te, y coa su tran quila im pud encia hab itua l, el barón fué el prim ero

en hablar refiriéndose al articulo de  La Voz del Pueblo

—Digan ustedes, preguntó, ¿han leído el artículo de Sagnier esta mañana? ¡Es uno

de los buenos que ha escrito, y tiene chispa; pero qué loco tan peligroso

Esto satisfizo á todos, porqu e el artículo hub iera pasado por alto, segu ram ente du"

rante el almuerzo, si nadie hubiera dicho una palabra.

—¡Otra vez comienza lo de Panamá —exclamó Duthil.—¡Ahí ya tenemos bastante

—I El asun to de los Ca m inos de hierr o africanos— replicó el barón— es claro como

el agua pura Todos aquellos á quiene s Sagnier am enaza ,pued en do rm ir bien t ran qu i

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3 4 0 IiA

  SEVUrtA

BLA RCA

los...

  No; es ese un golpe para hacer salir á Ba rrou x del m inisterio. Muy pro nto se le

hará una interpelación; ya verán ustedes qué ruido.

— Esa prenda difamatoria y de escándalo—dijo tranqu ilame nte Am adieu—es un

disolvente que acabará con Francia. Se necesitarían leyes.

El general hizo un ademán de cólera.

—¿De qué tirven las leyes si no hay valor para aplicarlas?

Siguióse una pausa: con paso discreto, el mayordomo presentaba unos salmonetes

asados. El servicio silencioso en la suave atmósfera de la habitación, tibia y embalsa

m ad a, no perm itía ni siqu iera oir el rum or de la vajilla; y sin que se su^fLese có m o ,

la conví rsación había cam biado bruscam ente. U na voz pregun tó:

—¿Conque se ha aplazado la reproducción de la nueva pieza?

— Sí—contestó Gerardo—, he sabido esta m añana que

  oliuto

  no se pondría en es

cena antes de Abril , lo más pronto.

Camila, muda hasta entonces, ocupada del joven, y esforzándose por reconquistar

le,  miró á su padre y á su madre con ojos bril lantes. Se trataba de la reproducción en

que Silviana tenía empeño en debutar; pero el barón y la baronesa conservaron la más

perfecta serenidad, no teniendo nada que ignorar uno de otro hacia largo t iempo .

[Eva era tan feliz por la cita obtenida p ara aque lla tarde No pensaba en ningu na otra

cosa; tenía la imaginación allí, en el nido de am or, y sonreía á sus convidados sin

echarlo de ver; mien tras que el barón, pens ando t m sólo en el nuevo y ruid iso paso

que pensaba dar en el palacio de Bellas Artes para obtener por fuerza ti cumplimieo-

to del compromiso contraído, se limitó á decir:

—¿Cómo quieren ustede s que mejoren las representaciones en la Com edia, si no

tienen mujeres?

—¡Oh —repuso la baronesa sencillamente—ayer, en el Vaudeville, Delfina Vignot

llevaba un traje exquisito. No hay como ella para saber vestir.

Ento nces , D uthil refirió, modificándola un poco, por consideración á Cam ila, la

aventura de Delfina con un senador bien conocido. Después se habló de otro escánda

lo ,  de la muerte de una amiga de la casa, ocasionada demasiado brutalmente por un

cirujano, asunto qu e h abía estado á p unto de caer en man os de A mad ieu; y el general

l e aprovechó, sin transición , para m anifestar su am argu ra contra la orgjnizaaión im

bécil del ejército actual: esta era su salida aco stum bra da. El Burdeos añejo dejaba

como una sangre encarnada en el fino cristal de los vasos,y un solomillo de corzo con

trufas acab aba de mezclar su fragancia un poco acre con el perfume de las rosas mo ri

bun das, cuando de pronto aparecieron los espárragos, delicadeza tan rara en otro t iem

po,  y que ya no es t rañaba á nadie .

— Ahora—dijo el barón con expresión desdeñosa—de todo hay en el inviern o.

—¿Y será esta tarde— preguntaba en el mismo instan te Gerardo—la reunión de

la princesa de Harn?

—Camila intervino vivamente. —Sí, esta tarde. ¿Irá usted?

—Me parece que no; no podré— conttstó el jove n algo molestado.

—[Ah esa princesita—exclamó Duthil—está decididam ente loca. No ignoran uste

des que se hace pasar por viuda, y según parece, lo cierto es que su esposo, verdadero

príncipe, emparentado con una familia real, y hermoso como un sol, viaja por el mun

do con una cantatriz. Con su atolondramiento de pilleta vicioso, la dama ha preferido

venir á reinar en nues tra ciudad, en ese palacio de la avenida Ho che, que es el arca

más extraordinaria, donde pulula el cosmopoli t ismo más extravagante.

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L BSVISI BLANCA 841

—Cállese usted, mala lengua—interrumpió con dulzura la baronesa—; aqui quere

mos mucho á Rosamuada, que es una mujer encantadora.

— Pero ciertamente— repaso de nuevo C imila— ella nos ha invitado, é iremos á su

casa. ¿No es verdad, mamá?

Labaronesí, para no contestar, aparentó no haber oído; mientras que Dathil , muy

bien informado al parecer, seguía hablando de la princesa y de la reunión que daba,

en la cual se presentarían bailarinas españolas á ejecutar una mímica tan lasciva, que

todo París, advertido ya, invadiría la casa.

—Y a sabrán ustedes—añadió Dathil— que ha dejado la pintura, y que ah ora se

ocupa de la quím ica. Su salón está ahora lleno de anarquistas.. . Me ha parecido q ue

le perseguía á usted, querido Jac into .

E l interpelado no habla dicho ni un a pala bra has ta entonces, como si no le inte

resase nada de lo que ola.

—¡Obi me trastorna—se dignó contestar al fin. Si voy á su reunión,es con la espe

ranza de enco ntrar á m i amigo el joven lord Elliot, que me ha escrito desde Lon dres

para citarm e allí. Confieso que es el único salón dond e encue ntro con quien hab lar.

—¿Es decir—preguntó irónicamente Am adie u— que se ha pasado usted á la ana r.

quía?

Imperturbable, con su ostentosa elegancia, Jacinto hizo su profesión de fe.

—Pero caballero—dijo—me parece que en estos tiempos de bajeza v de ignomiuia

universales, el hom bre d e alguna di-t inción no puede m enos de ser anarquista.

Todos se sonrieron: se le mim aba m ucho; considerábanle como hom bre m uy sin

gular; su padre, sobre todo, le divertía la idea de tener un hijo anarquista. El generul,

que estaba en una de sus ho ras de rencor, habló de organizar una*sociedad b ast an te

estúpida para dejarse dirigir por cuatro pilletes; y solamen te el juez de instrucción,

que estaba en cam ino de llegar á ser un a especialidad en los asuntos anarqu istas, le

hizo frente, defendiendo la civilización amenazada, y dando detalles terroríficos sobre

lo que él había llamado ejército de la devastación y de la matanza. Pero los otros con  

vidados sonreían siemp re, com iendo de u n pastel de hígado s de ánad e, verdadera

mente delicioso, que el mayordomo acababa de servir. Había mucha miseria; era prd-

ciso com prenderlo todo; y al fin se arreglarían las cosas. El mism o baró i dijo, con

tono conciliador:

— Es mu y cierto que se podría hace r algun a

 cosa,

 aun qu e n adie sabe qué á punto fijo.

¡Obi Yo acepto de antemano las reivindicaciones juiciosas,por ejemplo, mejorar la

condición del obrero, y hac er bu ena s obras, como nuestro A silo de los inválidos d el

trabajo, del cu al tenem os motivo para estar orgullosos; pero es preciso que no nos pi

dan lo imposible,

Al servirse los postres, hu bo un insta nte de brusco silencio, como si en el rum or

de las conversaciones, bajo el atu rdi m ien to produc ido por el ab un da nte alm uerzo, la

preocupación y la miseria de cada cual oprimiese de nuevo los corazones, manifestán

dose en las caras de expresión ansiosa, y se vio renacer la inconsciencia inq uie ta de

Du thil, amen azad a de la delación; y la cólera inqu ieta del barón, preguntá ndo se cóm o

le seria posible contentar á Silviana. Aquella joven era su pesadilla, de él, tan fuerte

y poderoso; era el m al secreto qu e a caba ría tal vez por corroerle y destru irle, y se pu e.

de formar idea de esto sobre todo por la expresión del rostro de la baronesa, el de Ca

m ila y el de G erardo, en los cuales se revelaba esa rivalidad rencorosa de la m ad re y

de la hija, disputándose el hom bre que am an. Las hojas de plata sobredorada pe la

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3 4 L RBVIfiTA BLANCA

bau delicad am ente las frutas; había alli racimos de doradas uvas adm irables por lo

frescas; y siguiéro nse pastelillos y dulces un a infinidad de golosinas con que se en-

tretenían complacientes los que ya estaban hartos.

De pronto entró un criado y acercándose á la baronesa pronu nció alguna s pala-

bras á media voz.

— Pues bien— contestó la dam a— introdúzcale usted en el salón.

Es el señor ab ate Fro m en t que está ahí é insiste en ser recibido; pero no nos mo-

lestará; creo que casi todos usted es le conocen. [Ohl es un verda dero santo que me

inspira mucha simpatía.

D uran te algunos m inuto s perman ecieron todos alrededor de la mesa y al fin sa-

lieron del com edor don de se percibían los olores de los m an jare s de los frutos y de

las rosas así como tambiép el calor de los grandes leños reducidos ya á brasas.

E n medio del saloncito azul y plata Pedro había perm anecido de pie y ahora se

arrepentía de haber insistido al ver sobre una mesa la bandeja en que se acababan de

servir el café y los licores. Su confusión au m ent ó cuan do los co nvidado s ent raro n u n

poco ruidos am ente brillantes los ojos y sonrosadas las ^mejillas; pero su llam a de ca

ridad se había encen dido de nuevo en él tan ardien te que dom inó su inq uietu d. Tan

sólo sintió el malestar que le producía llevar consigo la espantosa imagen de la mise-

ria de la necesidad del ha m bre y del frío en aquella riqueza tan ostentosa tan tibia

y perfumad a donde parecía desbordarse lo inútil y lo superfino en medio de aquella

gente tan satisfecha de haber almorzado bien.

La baronesa se adelantó al pu nto con Gerardo pues por mediación de éste á cuya

m adre conocía el eacerdate hab ía sido presen tado á los Du villard en la época de la

famosa conversión; y como el abate se excusara de haberse presentado á semejante

hora la baronesa le contestó:

— Siempre será usted bienvenido señor abate... Perm ítam e atend er á mis huéspe -

des;

  soy con usted al instante.

Y la baro nes a se dirigió hacia la bande ja p ara servir el café y los licores ay ud ad a

de su hija; m ientras que Ge rardo se quedó hab land o con Pedro acerca del Asilo de

los inválidos del trabajo don de los dos se hab ían en contrado últim am en te con moti-

vo de un a ceremon ia cual fué la d e poner la prim era piedra de un nuevo pabellón

que se construía gracias al cuantioso don ativo de cien m il francos hecho por el barón

D uvillard. La obra no contaba aún m ás que cuatro y según el proyecto prim itivo de-

bía hab er doce en el vasto terreno cedido por el A yun tam iento en la p eníns ula de

Grennev illiers; de m odo que la suscripción continua ba abierta y se hablab a m uch o de

aqu el esfuerzo de carid ad contestación ruidos a y peren toria á los que acus aban á la

clase m edia ha rta ya de no hacer nad a por les trabajadores. La verdad era qu e una

soberbia capilla erigida en medio del terreno hab ía absorbido las dos terceras partes

de los fondos reunidos. Las damas del patronato pertenecientes á todas les socieda-

des la señora baronesa Du villard Ja condesa de Quinsae la princesa Ro sam und a de

H ar n y otras veinte tenían el encargo de m ante ner viva la obra con ayu da de las

cuestaciones y de las ven tas de carid ad; pero el éxit o proven ía sobre todo de la feliz

idea de dispensar á dichas señoras de los graves cuidad os de la o rganizac ión eligien-

do par a adm inistrad or general al redactor en jefe del

  Olobo

el diputado Ifonsegue

prodigioso agente de negocios. Y el  lobo  hacía un a propaganda continua contestaba

á los ataq ues de los revolu cionario s por la inago table carid ad de las clases directoras;

y en las últimas elecciones la obra había servido asi de arma electoral triunfante.

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liA RBVI8TA BLANCA 3 4 3

Cam ila se paseaba llevando en la man o un a tacita de café, h um ean te aú n.

—¿No toma usted café, señor abate?

—No,  gracias, señorita.

—¿Pues una copita de licor?

—No,  gracias.

Y como todos estaban servidos ya, la baronesa volvió para preg unt ar afab lem ente :

— Veamos, señor abate, ¿qué desea uste d de m í? y

— Pedro comenzó casi en voz baja, con la garganta oprimida, poseído de una emo

ción que le agitaba profundamente.

—Vengo, señora—contestó—á impetrar su gran bondad.

H e visto esta maña na, en un a espantosa casa de la calle de los Sauces, detrás d e

M ontm artre, un espectáculo que m e ha trastornado el alma... No podría usted imagi

nar sem ejante casa de miseria y de sufrimiento; las fam ilias sin fuego y sin pa n, los

hombres reducidos á la huelga, las madres sin leche para las criaturas, los niños des

nudo s casi, tosiendo y tiritando ... Y entre tantos horrores he visto lo peor, lo má s a bo .

m inable de todo, un anciano obrero agobiado por la edad, mu riéndose de ha m br e,

tendido sobre un montón de harapos en un rincón que ni un perro hubiera querido.

EMILIO ZOLA.

CSe  continuará.

Ea propiedad de la casa editorial Maucci, de Barcelona.)

i i a ^ .

SECCIÓN LI RE

• ^ • S

<

Los falsos protectores de   la  humanidad.

Completa sería la felicidad de la especie humana si la protección que dicen reciue

de algunos seres reales ó ideales, no fuera un a burla sangrien ta, ó vanas quim eras

que quieren que parezcan realidades muchos ilusos habladores.

Hay un padre supremo de los seres y de las cosas, dicen, adornado de soberanos

atributos, de infinitas perfecciones, cuyo inmenso cariño á las criaturas hace que las

disponga y ordene á sus respectivos fines.

Otros ensalzan un a fecunda y amorosa mad re com ún, dotada de belleza absoluta

y de bondad sin limites, en cuya§ obras resplandece la más perfecta lógica.

Y como si no tuviéramos bas tante para n uestra dicha con u nos padres perfectisi-

mos,

  alaban algunos malvados la

 excelente y c rit tiv

organización social, dirigid a p ara

el bien de todos, por lo cual, según ellos, es m erecedor de crueles castigos el qu e

atente contra una obra tan digna de respeto.

Sin embargo, como argumento incontestable para confundir tanta falsedad, vemos

á los hombres gemir tristemente en medio de las sombras y negruras de nuestra po

bre vida, sujetos á mil fatigas, víctimas de horrible fatalidad y de cruel injusticia.

La ignorancia prim itiva, explotada por el egoísmo, inventó un ser extraordinario

con el que trataba de explicarse lo desconocido, y lo revistió de atributos conforme á

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  4 4 LA BBVISTA BLANCA

las diversas exigencias de la vida hu m ana ; era el m ismo hom bre que engrand ecía

hasta sus debilidades.

Concediendo, por un momento, que fuera real la existencia de aquel ser, ¿qué be-

neficios ha recibido la humanidad con tener un padre todopoderoso?

Tan ex trañ o desvario, engen drado por el pensam iento en su stado morboso, ha

servido para que, en su nom bre, se com etan las más horribles iniquida des; la histo-

ria del hombre nos prueba su triste desamparo; la tierra pudiera anegarse con la san-

gre y las lágrimas que en ella se ha derramado y la maldad se enseñorea sobre nues-

tro planeta.

La creencia en un Dios es muy peligrosa para el hombre, porque confiado en una

protección imaginaria, no piensa en hallar el origen de sus males y ponerles el reme-

dio posible.

¡No decirme, viles explotadores, que aquel seres nuestro consuelo, que el origen

del m al fué la desobediencia del hom bre y qu e el reinado de la Justicia no es de este

mundo, porque no queremos vivir de necias ilusiones y de engaños que nos encade-

na n y hacen m ás triste nue stra mísera existencia I

Ni sirve aquella idea para consolar al hombre: cuando entregado éste á la profun-

da melancolía de sus pensam ientos al vislum brar en dolorosa pen um bra la amen aza-

dora é inexorable m ano del infortunio qu e no deja de golpearle; al sentir en un mo-

m ento de supre m a angustia que se desm orona y se hu nd e estanuado y desfallecido

por los esfuerzos y los sufrimientos, fija su vista, lleno de esperanza, en la inmensidad

del espacio bus can do ¡triste visionariol un pad re amo roso qu e sequ e su s lágrim as y

serene los sombríos horizontes que le oprim en; y en vano clama, convenciéndose con

amargura que sus ruegos se pierden en el insondable y espantoso vacío.

No faltan imbéciles que afirmen qu e los ateos pensam os movidos por un in ter és

personal, cuand o la idea de la divinidad se ha desvanecido princip alm ente en nue s-

tra inteligencia, como las sombras déla noche se extinguen con la salida del so , vien-

do perecer la inocencia y reinar la maldad en la tierra.

Estam os convencidos que si existiera un pad re todonoderoso y justo, no estarla el

m un do tan m al organizado; pero ya que no tenemos tal protector, el fin de nuestra vida

debe ser practicar la justicia, sin ning ún género d e contemplaciones y m iram ien tos.

»

Todo lo debemos indudablemente á la Naturaleza; pero hubiéramos ganado mu-

cho no recibien do la m ayo r pa rte de sus dones; y s i todo procede de ella, los defectos

humanos le son inherentes, perdiendo lastimosamente el t iempo aquellos que tratan

de buscar el origen del mal en otras causas.

Soy muy entusiasta de sus bellezas; pero ¿quién no concibe algo más perfecto?

Aun concediéndole una belleza suprema, todo el brillo del universo lo empaña el su-

frimiento de los hombres.

¿Qué son las estrellas, sus o bras quizás m ás perfectas, sino a nto rch as funerarias

»que alumbran millones de obscuros y tristes planetas, mansiones del dolor?

La tierra, como ha dicho m uy acerta dam ente H um bo ldt, está lejos de ser un

mundo favorablemente constituido para la existencia humana; las especies se rigen

por pésimas leyes, y el hombre más criminal no hubiera inventado nada tan horri-

ble;  las sombrías creaciones del Dante, cuando describe en su  ivina  omedia  los tor-

mentos de los condenados, resultan alegres ante la realidad de la vida, en la cual to-

dos los seres luch an encar nizad am ente por la existencia, d evorándose unos á otros;

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«Bta lucha ha engendrado á los explotadores y borra de la vida, por la miseria ó por

la guerra, los individuos más dignos de perpetuarse.

No dudo que las leyes de la Naturaleza son inflexibles é inmutables; pero también

son injustas y feroces; el hombre es  U triste victima , puesto que ella se m ues tra in-

diferente por el bien ó por el mal.

Tod os los seres del universo, desde el proto plas m a, qu e es la base de la vida orgá-

nica, bás ta la s agrupaciones sideíales, que aparecen en la inm ensida d del espacio,

cual jirones de nieblas luminosa?, encerrando en su seno millones de soles que dan

vida á infinidad de mu ndo s semejantes al nuestro, todo está sujeto á u na ley inflexi-

ble,

  á una continua transformación qu e comienza en lo rudimen tario, l lega á su apo-

geo y desde este pu nto decae para emp ezar de nue vo la etern a evolución, círculo fatal •

en que giran todas las cosaS.

Do quiera que volvemos los ojos percibim os tan inicua ley, en virtu d de la cual

se convierten las galas de la vida en polvo vil á los rudos golpes de la muerte, y con

fríos é inanimados restos se alimenta la hoguera de la vida.

La m ateria se agrup a y forma un astro luminoso, cuyos fulgores se apa gan lenta-

m ente al hálito de los siglos, qu e le envuelven en las som bras como en un sud ario ,

has ta qu e un a causa le convierte en fragmentos cósmicos de los qu e h a de surg ir nue -

vamente la vida

El carbono, el hidrógeno, el oxígeno y el ázoe se hallan en todas las brillantes ma-

nifestaciones de la vida, en todos los obscuros despojos de la muerte.

Estudiand o nuestro s is tema planetario contemplam os el principio de los m und os

en el sol; la plen itud de la vida en la tierra y la decaden cia fatal en la lu na; por in-

ducción podemos saber el fin que espera á nuestro planeta.

La h um an ida d está sujeta á dicha ley evolutiva: semejante al astro del día que nace

ante nuestros ojos disipando las sombras, asciende, lleno de luz, en el espacio y des-

aparece, volviendo á reinar las tinie blas; asi el hom bre viene á la v ida envu elto en

densa obscuridad , qu e le ntam ente se va ilum ina nd o, se elevará á su posible perfec-

ción y en el transcurso de los siglos, cuan do la tierra ha ya recorrido su cam ino fatal,

la humanidad se apagará también en el hielo de la muerte.

Toda la luz del universo no es sino sombra comparada con la inteligencia, que es

la esencia de la vida. Ni la inmensidad del espacio, ni la eternidad del tiempo, igua-

lan en grandeza á los atributos de los seres racionales, cualidades que aparecieron en

el hombre después de una lenta evolución.

Aqu ella perfección de los tiem pos prehistóricos, aquella edad de oro llena de go-

ces infinitos, se desvanece a nte la ciencia, qu e nos prese nta al hom bre prim itivo com o

un ser rudo, feroz, en continua lucha, ya entre sí, ya con los rigores de la Naturaleza

que es madrastra muchas veces.

¡Cuánto ha luchado el hom bre para arranca r á la Naturaleza el con ocimiento de

algunas de sus leyes y para aclarar la dolorosa penumbra eh que se desenvuelve

Pero cua nd o hagam os la deseada revolución social, ¿ha brá llegado el fin que per-

seguimos? Creemos que no, porque siempre verá el hombre un más allá en sus deseos;

sin em bargo , el bienestar del ho m bre llegará necesa riame nte á un límite indefinido

y ya lenta, ya bruscamente, todo el penoso trabajo humano, la ciencia y la virtud de

los sabios, la sangre de los mártires, las angustias de los oprimidos,todo desaparecerá

siguiendo la m ateria su ete rna transform ación; y en el transc urso de los siglos volverá

á crear nuevo s seres orgánicos y á desarrollarse la espantosa traged ia de la vida.

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  4 6 LJi BBVI8TA BLANCA

E l hom bre, como ser racional, es superior á todo lo que le rodea, y debe am ar

siempre un ideal justo, aunq ue una absurda ley destruya temporalm ente sus nobles

esfuerzos,

Desamparados los hombres y abrumados por las penalidades, serla natural que se

un ieran para ayu darse mu tua m en te; pero lejos de suceder asi, la organización social

es un a infame embo scada, en Ja qu e los fuertes se ali m enta n con la sangre de la

debilidad oprimida; la propiedad individual, la miseria y la ignorancia, han sido sus

frutos malditos.

La abyecta sociedad actual es un a horda m alvada é hipócrita, llena de errores y

de vicios hed ion do s, don de viven crucificadas la verdad y la justic ia.

La tierra, que debiera llamarte Caín, está convertida en un manicomio por causa

de l odio y del cruel egoíemo q ue en tra ña la organización social; los errores m ás

absurdos pasan por verdades; los menos explotan á los má s, triunfand o el holgazán

mientras perece en la miseria el trabajador.

Tanta iniquidad priva á la inteligencia de la calma necesaria para discurrir sere-

namente, sugeriéndonos amargas reflexiones.

*

* * .

Ya qu e con tantos falsos protectores vivimos crucificados, luch em os incansable-

mente por nuestra redención; aplastemos la propiedad individual, ese monstruo en-

ge nd rad o por el má s feroz egoísmo, y desaparecerán la mayor pa rte de los d elitos; y

au nq ue no h ub iera otra cosa sgradable en Ja vida, ¿qué may or placer qne luch ar

siempre por la verdad y la justicia?

V A L L I N A .

c-í<3b< <e:<if^

E L S E R H U M A N O , ¿ T IE N E A LM A ?

I I I

Según se deduce de lo que llevamos dicho, se ve que la facultad de pensar es una

propiedad un atributo de lo que los metafísicos han dado en llamar «funciones aní-

micas», y qne yo llamo funciones de la inteligencia, ó con más propied ad,  resultados

del normal movimiento

  cerebral

Con la palabra

  inteligencia

  expresamos la mayor ó menor suma de ciertas faculta-

des siem pre un ida s á un a determ inad a forma de existencia. Hállase man ifestada la

inteligencia en todo cuanto representa organización, y, según ésta, son más ó meno s

lim itada s las facultades intelectuales, ó lo qu e es lo mismo, la inteligencia.

Pero ya creo oir á los m al aven idos con estas teorías, á los creyentes á los metafísi-

cos,

 á los ortodoxos en fin, cómo dicen: «que mi alm a tiene un a existencia indepe n-

dien te por su cualitativa condición de in m aterial é inm orta l»; objeción qa e rechazo

y an te la cual se m e ocurre preg un tar: Si es como vosotros afirmáis  inmaterial y como

tal  indivisible ¿cómo m e explicaréis el fenómeno de que estando un indiv iduo en el

pleno uso de sus facultades intelectuales, por causa de una más ó menos grave con-

tusión que recibe en la cabeza pierde los

  sentidos

esto es, dism inuy en en mayor ó

menor grado las facultades intelectuales? ¿Es que la materia que produjo la contusión

al chocar con la cabeza del individuo, es más poderosa que su alma inmaterial, y ca-

paz de  dividir  lo espiritual ó indivisible

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REVISTA BLANCA 4 7

Pero hay más aún. Si un sujeto al que todos atribuyen un   alma generosa por sus

actos en extre m o filántropos y al qu e se le conoce una inteligencia privileg iada reci-

be en la cabeza un golpe de palo piedra ó el de un a bala de plomo que fracture su

cráneo y presionando sobre el cerebro desorganiza su organización cerebral y le para-

liza las funciones del pensamiento por cu ya ca us a^ sie m pr e m aterial— disminuyen ó

dejan d e actua r en aqu ella cabeza las funciones q ue presiden á la inteligencia ¿á qu é

atribuiremos el fenómeno? Hemos de reconocer—á menos que nos empeñemos en

negar la evidencia—que al leve contacto de la   materia   con el espíritu  inmaterial éste

ha cedido el puesto á aquélla. Reconocim iento que nos conduce como de la man o á

afirmar que siendo la inteligencia facultades intelectuales funciones anímicas ó

como querá is llamarle el resultado necesario de cierta condición d e la existencia

oi^aniza da esta inteligencia estas facultades intelectuales dism inuye n en el preciso

m om ento en que se destruye esa «cierta condición» en el mo me nto en que se desor-

ganiza esa organización en el mo me nto en fin que se divide la ma teria.

Pero siguiendo el curso de esos razonam ientos nos dirán los ortodoxos reducís al

hombre al bajo nivel de la bestia. ¿Y por qué no?

Supongamos que nos hal lamos al  borde.de un precipicio y que no lejos de nosotros

vem os á un ser com pleta me nte d esarrollado y qu e posee en un todo la figura física

del hom bre pero que este desgraciado ser es  idiota

  nato;

  un hombre sí pero un hom-

bre que no puede—aunque quisiera—pensar y obrar como los demás hombres.

Al lado de este desgraciado ser hay un niño peque ñito jugu etean do afición

de todos los deisu infantil eda d y el  idiota de grandes propensiones destructoras

coge al Cándido é inocen te niñ o por m itad del cu erpo y lo lanza al fondo de aqu el

insondable precipicio tras de cuyo acto se queda accionando y gesticulando mientras

el inocente niño deja de existir.

Todo esto realizado ante nuestra vista y tras la profunda y dolorosa impresión que

tan bárb aro acto nos ha producido observemos con detención al idiota al  autor y le

vere mo s alegre y satisfecho ens eñá ndo nos el sitio do nd e yace el cadáver de la infeliz

criatura.

¿Qué decís á esto ortodoxos? ¿Qué explicación daréis á este caso vosotros psicó-

logos y metafísicos? ¿Diréis acaso que el qu e tal acto realizó no tiene alma? Si esto

decís

os preg unta ré: ¿Cómo lo sabéis? ¿E n qu é os fundáis cómo dedu cís y cómo

probaréis que el alma no empezó á formarse con la formación del cerebro del indivi-

duo? Y por últim o si es preexisten te ¿en qu é esta do vino?

Según Wu nd t Bü chn er Liebig y otros que con sus vastos conocimientos nos ha n

descrito los períod j» y formas po rq u e pasa el cerebro h asta afectar la del cerebro

hum ano éste en el segundo mes del feto   corresponde al de   los pe es

 óseos;

  en el tercer

mes encontramos que el cerebro corresponde al de una   tortuga;  en el cuarto al de un

pájaro;  en el quinto al orden de los roedores;  en el sexto al de los  rumiantes;  en el sép-

timo al de los

  degitigrados;

  en el octavo al de los

  cuadrumanos

y hasta el noveno no

tiene el csrebro de la criatura un completo carácter humano.

Aho ra bien si du ran te el decurso de esos nuev e meses ó períodos se hubiese dete-

nido el desarrollo de la criatu ra ¿tendría alm a en este mom ento? En caso a firmativo

¿tienen a lma los peces tortugas etc. etc.? Si me decís que entonces la criatura no

tiene  alma os volveré á pregu ntar . ¿Por qué no la tiene? Y si en algun o de los perío-

dos arriba men cionados hubiese tenido lugar el nacim iento ¿la criatura nacida así

pre m atu ram ente hub iera tenido alm a? Y si afirmáis que si ¿os será dable decir en

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  4 8 LA BKVISTA BLANCA

cuál de los antedichos periodos vino el  alma  á incorporarse á la criatura? ¿En el

momento de venir á la vida? ¿Al at^pirar por primera vez el vivificador elemento?... Y

si el fenóm eno se verifica así ¿cómo y por qué al nácar la criatu ra a pen as pue de ver

no puede pensar ni hablar? ¿Qué explicación que pueda ser aceptable daréis vosotros

ortodoxos y metafísicos al fenómeno qu e se presenta cuand o una criatu ra viene á la

vida y no puede darse cuenta de cuanto á su alrededor p isa y en ella mism a á pesar

de contener en sí—según nuestra teoría—un  alma entera y absolu tam ente igual que

cuando llega á la edad m adura? Y digo «absolutame nte igual» porqu e au nq ue sea

contra vuestra volun tad habéis de reconocer conmigo que el alma del recién n cido es

bsolut mente  igual que la del homb re viril y que la del caduco, por carecer el  espíritu

inmaterial   de las propiedades de

  divisibilid d

 y

  el sticid d

  inherentes sólo á los cuerpos

ma teriales á la  materia. Prosigamos.

¿Qué argum entación que sea lógica aduciréis en pro de vuestras afirmaciones y

como partidarios de la  inmortalidad, inmaterialidad é indivisibilidad del alma espíritu

an te los cerebros de Fra nk lin Víctor Hugo Da rwin Prou dhon y otros que al nacer

y en los prim eros años d e su vida ape nas si ten ían conocim iento de lo qu e eran y

despu és de cierto núm ero de años transcurridos se ha n elevado sobre el nivel de sus

sem ejantes y dad o al m un do inequívocas prue bas de su potencia intelectual?

¿No f s esta u na afirmación contu nde nte é inconcusa dad a por la Naturaleza de

que el espíritu alma— ó inteligencia como la llamo yo— de aquellos seres fué suscepti-

ble de aum ento como lo podía habe r sido de disminu ción? Sí lo es y ev identís im a.

Cnanto constituye y rodea á los seres es  m ateria y sólo  materia, y la activida d de

lo que muchos llaman  alma,  no es otra cosa qu e «una función de la substa ncia

cerebral».

Si después de lo expuesto no hemos conseguido llevar al ánimo de nuestros

im pug nad ores el convenc imiento de estas sencillas verdades preciso será aducir por

nue stra parte alg una prueb a que afiance más y má s n uestra s afirmaciones; esto es

que demuestre que e l alma  no tiene la  inmaterialidad que se le atribuy e sino que por

el contra rio es  toda materia.

E n u n p un to cualquiera de la católica Es pañ a en Cartagena po r ejemplo nace

un niño y este ser este niñ o como el resto de los españoles tiene  alma-,  pero se da

el caso que cuando el niño cuenta apenas un año de existencia sus padres determi-

na n hacer un viaje al Arch ipiélago filipino y se em barc an llevand o al niño consigo.

Cuand o ya habían transcurrido algunos días un repentino cambio de temperatura y

un a tem pestuo sa nub e que se cernía sobre el buq ue avisó á los que á bordo del m ism o

viajaban q ue se hallab an am enazados de un in m inen te peligro. E n vano el capitán

daba desde el puente sus acertadas y enérgicas órdenes. El barco principió á bambo-

learse; las em bravecidas olas tom aron posesión de la cubierta y bien pron to una

inmensa mole de madera y hierro se sumergió en el fondo de aquel proceloso y terri-

ble mar.. .

CONSTANCIO ROMEO.

Continuará.)

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  BBVISTA BLAHOA 8 4 9

^t^ü

T R I B U N D E L O B R E R O

L O Q U E   ES L I D E L I E E E T R I

Varios trabajad ores d e la federación m alague ña me pid en les exp lique lo que es

la idea libe rtaria , á lo cual estoy pro nto á satisfacer sus deseos. L a idea liber taria ,

compañeros, es la idea anarquista.

Y los anarq uistas somos tam bién ciudad anos que en el siglo de las

  luces

en el

cual se predica por todas partes la libertad de pen sam iento h em os creído deber

tomar por divisa la libertad ilimitada.

í compañeros; somos en el mundo algunos millares, tal vez millones, de trabaja-

dores que reivindicam os la libertad absoluta, nada m ás que la libertad, ¡toda la

libertad

Queremos la libertad. Quiere decir que reclamamos para todos los seres humanos

el dere cho de hac er todo lo que les plazca, de satisfacer ínteg ram ente todas sus

necesidades, sin otros límites qu e la imposibilidad natu ral y las necesidades del vecino,

igualm ente respetables.

Queremos la libertad, y creemos su existencia incom patible con la existencia de

u n pod er, eea cual fuere y sean cuales fueren su origen, su forma, ya electo ó im -

puesto, mo nárquico , republicano ó socialista, que se inspire en el derecho divino ó

en el derecho popular, en el santo embudo ó en el sufragio universal.

Porque la historia, la experiencia y los desengaños, aconsejan que todos los

gobiernos se asem ejan y se equ iva len . Los mejores son los peo res. Si cinism o en los

unos,

  hipocresía en los otros. Kn el fondo son siempre los mismos sistemas, la misma

intolerancia.

Ni siquiera uno, ha sta el m ás radica l, que no teng a e n reserva, bajo el polvo de

los arsenales legislativos, alguna risueña y pequeña ley sobre las ideas libertarias para

uso de la incóm oda oposición. E n o tros térm inos : el mal á los ojos de los ana rqu istas

no reside en tal ó cual forma de gobierno, sino que reside en la idea gubernativa de

sí misma, en el principio de autoridad.

En suma: nuestro ideal es la substitución en las relaciones hu m an as del libre

contrato, perp etuam ente revisable á la tutela administrativa y legal, á la disciplina

impuesta. *

Los anarquistas, íTues, nos proponemos enseñar al pueblo á pasarse sin gobierno,

como ya hace tiempo que principió á pasarse sin Dios.

Asi el obrero apr end erá á s ublevarse contra el prop ietario, ya que el peor de los

tiranos no es el que nos persigue y encarcela, sino el que nos reduce al hambre y á la

mise ria, no el que nos ahorca y nos guillotin a, sino el qu e nos de bilita el estóm ago.

Nad a de libertad sin igualdad. No pretendem os libertad en un a sociedad donde el

capital es u n monopolio que se restringe todos los días en m ano s de una mino ría, y

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3 5 0 IJl BKVISTA BLANCA

en don de nad a ha y igua lm ente repartid o, ni siquiera la educación pública, pag ada ,

no ob stan te, con el dine ro de todos. Nosotros creemos que el capital, patrim onio

común de la humanidad, siendo el fruto de las generaciones pasadas y de las presen

tes,

  debe estar á dieposieión de todos, de m an era qu e nin gu no sea exc luido y qu e

nadie pueda retener ni una mínima parte en detr imento de los dtmás.

Nosotros queremos la igualdad, la igualdad de hecho como corolario; más bien

dicho, como condición primera de la libertad. De cada uno, según sus facultades; á

cada un o, según sus necesidades; he ah í lo que q ueremos sincera y enérgicamente; he

ahí lo que será; porque no hay prescripción que pueda prevalecer contra

  IR S

  reivindi

caciones legítimas y al mismo tiempo necesarias.

¡Qué somos los destructores de la familia Nosotros que rem os pa n, alim ento , ves

t ido,  casa habitable y no pocilgas, para todos por igual, como para todos libertad,

igualdad y jufcticia.

Ya tienen los com pañeros explicado lo qu e yo entiend o por idea libertaria; yo

quedaré muy satisfecho si otro lo interpreta mejor.

J O S É   C L A R O S .

L O S E N E M I G O S

  DE L

R Z Ó N

I

Son muchos; s i bien la fe es el más temible, hay individuos que no t ienen fe ni

razón; este hecho innegable, que hoy más que nunca se manifiesta de mil distintas

maneras, prueba que tienen la razón otros enemigos sin la fe; ¿que estos emanen de

la sugestión que hacia tal ó cual interés les atraen, ó bien son hijos de las decepciones

que han recibido de la misma fe? Sean; lo que sé es que se manifiestan despojados de

la fe, y que dominados por sus vicios, torpezas y egoísmos, conscientes ó inconscien

tes,  van construyendo barricadas y llenándolas de ametralladoras para asesinar vil

mente, s i no á la razón, porque no pueden, á quien en su nombre se atreva á darles

los buenos días, esto es, al que intente presentar la verdad desnuda, donde ellos úni

cam en te pu ede n ac eptar el no m bre con el fin de ocultar su crim en, su cobardía y

monstruosa honradez.

El número de esos monstruos sueltos s in fe ni razón es tan grande, que suma ya

mayor cantidad que la misma fe. El germen engendrador de tales víboras se deja en

trever en la teoría del pa dre Sf gun do   Franco hábil escritor del Vaticano; éste, no tan

solamente aconseja, sino que ana tematiza mu y intenciona dam ente á grandes y peque

ños,

  y especialmente á todo emperador, rey, príncipe y adinerado que no f inja una

ciega sum isión al roman o Papa; el padre S egundo  Franco absuelve el que un o no ten ga

fe;

  pero no perdona la franqueza del que no sabe ó no puede fingir tenerla.

Si salimos del Vaticano y recorremos todo el orden de ideas religiosas, políticas y

sociales que se dispu tan el derecho de dir igir la vida hu m an a, en cada program a

(ó en cada u na de esas verdades relativas), enco ntrarem os varios maestros de Ja mism a

naturaleza del padre Segundo  Franco.y  de aquí emana la evasiva vulgar, imbécil, anti

religiosa y antirracional que tan frecuentemente hiere nuestro oído, para excitar más

y más nuestra repugnancia hacia el la, condensada toda su ramificación de monstruo-

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t A BBVISTA BLANCA 3 5 1

sidades en estas frases:  no creo en ésto;  no  me gust aquéllo; pero hay que seguir  la corriente

y adaptarse á la moda

Ese modo de argu m enta r nos inspira dos cosas: primero un sentim iento de co m .

pasión hacia los débiles hu m ano s que no tienen el valor de raciocinar; y segundo un

odio irreconciliable á toda idea que tales mo nstruo s engendra pare y alienta.

Nos merece la consideración y respeto todo individ uo que sinc eram ente sostiene

tal ó cual idea porque hemos pasado por todas ellas y comp rendemos la buen a volun

tad que les guía; pero no podemos admitir que sea conveniente al individuo y menos

pa ra la justicia social la hipocresía; por eso la atacam os de frente y sin cua rtel en

cuanto concierne á ideas.

La teoría del padre Segundo   Franco  es pue s un a mo nstruosidad porqu e él con.

dena á cuantos no aparenten tener una ciega sumisión

 

la voz del pontífice rom ano

y él protesta por que le pasaron el lápiz jer árquico por alguna s página s de sus obras

populares lo que prueba que él m ism o no tien e fe; y si él no observa los preceptos de

la fe ¿con qué derecho condena á los demás que hacen lo mfsmo?...

Si su alma está m anc had a del m ismo pecado ¿cómo no procla m a para sí la hog uera

y el torm ento como medios de limpiarla antes que producir jueces com o Marzo y

Portas para quemar y torturar á los que nos amparamos en la razón?...

I I

El ente hum an o debe ser pues ó creyente ó racional; si creyen te debe tener fe en

su director sea pap a rey ó amo etc.; y si tiene fe si considera superior en bond ad y

sabid uría á su director su m isión es obedecer no tiene derecho á discutir si están bien

ó no las obras de su   infalible ídolo po rqu e al p onerlas en tela de juicio reniega de la

fe incurrien do en una contradicción im pardon able; que tien es fe ó no la tienes; si la

tiene s obedece ciega m ente ; y si no estás de más en el mo nte de la fe; esta es la lógica

según nuestro leal entender.

El racional debe procurar-el mayor desarrollo posible de los sentidos corporales y

atrib utos mentales para mejor afianzamiento y engrandecer todo lo má s posible su

entida d pensa nte y por med io de la mism a posesionarse de la verdad y posesionado

de ésta conservarla en su m ente á fin de que le sirva de faro y le ilum ine al pasar los

am algam ados senderos de la vida y poder com prender y ejercer su misión social con

la propia.

La misión de los racionales es atend er pensar discutir com parar analizar discer.

nir elegir reflexionar aceptar y asimilarse del mo ntón; sólo aquella partíc ula que no s

es afina ó heterogénea según conviene para el funcionam iento del laboratorio m en ta l

y por medio de este trabajo concebir un resultado que sea germen de nuevas ilusiones

anun ciador as del alba de un grado m ás de perfección hu m an a para gloria propia y

placer de todos nuestros semejan tes. Cultivar nuestros sentidos; hacerles lo m ás sen

sibles posible; elevar nuestros sentimientos hacia el principio de solidaridad; procla

m ar con hechos nuestra facultad libertad y autorida d de elegir por medio de la razón

ha sta llegar al pleno ejercicio del prop io y libre albedrío ; de relativa en relativ a bu scar

la verdad absoluta y con la ayud a de ésta hallaremo s la equidad social y en ella la

redención humana... Tal es la obra de los racionales.

I I I

Todos ios que teniendo ojos no quieren ver; los que tienen oídos no escuchan; los

que hacen caso omiso de los sentidos corporales y atributos mentales; cuantos miran

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352 la^ BBVI8TA BLAHOA

con desdén los dones que Na tura nos ha legado, quieren seguir ciegamen te á  las ór

denes de tal ó cual embrutecido pigmeo humano, rodando inconscientemente por el

abismo de la fe, allá ellos con sus tinieblas y  sus indefinibles pasiones.

Los racionales, combatiendo los propios á  la vez que los sociales defectos, seguire

mos con el foco eléctrico mirando, observando, elaborando

 y

  perfeccionando la vida

individual  y  social por medio del progreso mecánico  y  científico, haciendo cada

día más extensa la solidaridad de la especie y má s equi tativa  la jus ticia social, y de

este modo iremos limitando el campo y  número de ios enemigos de la razón.

SEBASTIÁN SUÑÉ.

LA CASTA MALDITA

otro calificativo no merece la  burg uesía, f sa clase de seres qu e gozan tod os los

placeres de una vida fastuosa al lado de una vida de miseria y privaciones, como es

la del proletaria do. Con razón ha n dicho que «el cielo de los ricos está hecho por el

infierno de los pobres».

Y es lo más odioso que, siendo dicha casta la que más contribuye   al  mantan i -

miento de la religión, cuya filosofía, según los teólogos, es hacer el bien, reparar las

injusticias; esa casta, que oye misa, confiesa, comulga   y  póstrase ante el Cristo, no

sólo m ira con indiferencia las iniquida des de su reinado , sino qu e colabora en ellas

y emplea todos sus esfuerzos en prolongarlas.

Es por eso que al reflexionar ante tanta infamia sobre gran número de individuos,

que para baldón de la raza humana pasan por santos, por «almas caritativasf, por el

hecho de haber tirado algunos mendrugos al rostro de sus semejantes en concepto de

limosna ¡miserablesl), d espués que ha n robado millones y  más millones, yo no en

cuentro epíteto m ás ap ropiado  á esos «santos» qu e el de casta m ald ita, por qu e, en

efecto, sólo  la ma ldición eterna merecerá de aquellos que, como lo hacen los liberta

rios,  lleguen á com prender cuan inm enso es el crimen que cometen contra la hum a

nidad.

MANUEL CÉSAR.

Lebrija.

MADBID.—Impresta de Antonio Maxzo, Posas, 12

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Ti le  Workers-Friend.—^^,  H:iul)ury St. Spitalfiel if̂ , Lo nd res ,  E.

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6, Ginel>ra (Suiza).

^ ; ^ e 7 e c h 3 á  la vida.— Ca nila d'̂ Correos, i-)Q5. M 'nte vid ao .

^ P ro d ^ u c to r ^ ^ li ii a das Farinh'̂ s, 19. Setubal (Portvigfti). _

iL/^Agitazioae

  —A nco la (Italia).

JEÍ Ácrata.—Correo 3,'Casilla 80, Santiago de Clii^le. ^

L a

  Libera

  Pa role .— C ost ada Ricirdooe, 148, Rosario Su ita Fe.

El

  Liberíar io.—Calle Piedra, 180, Montevideo.

El  A nár qu ico .— C al le Piedra , 295, Montevideo. _^_

Tribuna Libertaria.—CaMe  Río Negro, 274, ^lorvteviler

O Libe rfar i sfa. — B ecc o do Fisco, 13, Rio Janeiro.

A Aurora.—Rúa S. Sebastiao, ,7.,,Oporto,

e t r a t o s — A diez cén t imos e jempla r , los de Ped ro Kr^ pa tk ine , Migue l Bak oun i -

ne ,  Emil io Zola , Be rmín S Ivoehea, m ár t i res de Chicago, y e l de tos ext ra ñad os de B ar

celona, á 15 céaümos, todos en maguíf ico papel couché.

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  . ; 5 —

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Los núm eros atrasados no tienen aum ento.

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España Gibraltar y costas de África tri-

mestre

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