MARIA FRANCINEHT RAMIREZ GRAJALES ALCALDIA DE SAN JOSE DEL GUAVIARE
Fortalecimiento del Centro de Memoria
con las historias de vida de los pioneros
de la Colonización
María Francineth Ramírez Grajales Fundadores de San José del Guaviare
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María Francineth Ramírez Grajales, periodista y Reportera Gráfica,
nacida en Fenicia Valle, hija de padre Antioqueño y madre Caldense.
Llega al Guaviare en los años 77, en época de semana santa.
Ha hecho su proyecto de vida en las ciudades de Villavicencio,
Granadas, Mitú, Miraflores y San José del Guaviare. Conoció los
eventos de las bonanzas de coca, y el conflicto interno colombiano.
Fija su residencia definitiva en la ciudad de San José del Guaviare.
Nació en Fenicia Valle el 2 de julio de 1952. Llega a la ciudad de
Granada, cuando tenía 6 años. Tenía 26 años cuando se vincula al
Departamento del Guaviare.
RELATO DE MARIA FRANCINETH RAMIREZ GRAJALES
Soy María Francineth Ramírez Grajales, periodista y Reportera
Gráfica. Mi proyecto de Vida en el Guaviare se consolidó luego de
haber pasado por municipios como Granada Meta donde viví parte
de mi Infancia, Villavicencio, lugar donde estudié y me hice
profesional, Mitú Vaupés, donde ejercí mi profesión, y finalmente
Miraflores y San José del Guaviare lugares donde me establecí
definitivamente.
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Las primeras referencias que escuche del Guaviare fue en la ciudad
de Villavicencio, yo trabajaba como reportera gráfica, y una mañana
me llamo mi jefe, Leonidas Castañeda, y me dijo “Doña Francy, nos
vamos para San José del Guaviare, hay mucho trabajo allá para
hacer”.
Y nos vinimos, así fue como viajamos acá, a conocer a San José del
Guaviare y a trabajar. Bien duro que nos tocó el trabajo acá porque
yo no estaba acostumbrada a ver todas las cosas que vi aquí en San
José.
La primera noche que llegamos a trabajar, allí en una esquina donde
es hoy la droguería la economía, había una taberna, un bar, el bar
ganadero, y mataron ahí un resto de personas, una familia completa,
niños, señoras, señores y jóvenes.
Ese resulto ser nuestro primer trabajo, nosotros veníamos a
entrevistar a Don Juan Benjumea, era la primera entrevista. Pero en
vista de lo que sucedió, nuestro primer trabajo en San José del
Guaviare fue cubrir la noticia de este triste suceso.
Eran los años 77 cuando San José estaba cubierto por un episodio de
violencia generalizada, producto de las bonanzas de los cultivos
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ilícitos. Era semana Santa, y ese viernes santo estaba previsto el
bautizo de los niños de esa familia que murió.
El primer viaje lo hicimos en un avión de la empresa ACES. Yo nunca
había viajado en avión, cuando llego al aeropuerto nos había dejado
el avión de línea. Pero había un avión de ACES a punto de despegar
para San José del Guaviare.
Para ese entonces el pasaje valía dos mil pesos. Yo le decía al piloto
que me daba miedo viajar en avión, y él me decía “no se preocupe
que nos vamos bajitico y despacio”. Y eso se elevó, pero el susto solo
fue el despegue, luego me relajé.
Yo traía a mi niña pequeñita, Claudia Consuelo, y me le prendía del
brazo a mi jefe, él era un señor, yo le decía “si nos caemos, nos
caemos los dos”, y pues de ahí en adelante nos tocaba viajar seguido,
hasta dos veces por día.
En la mañana llegaba al aeropuerto y ahí me tocaba coger otro avión
para otro lado. Por cuestión de trabajo viaje mucho a los territorios
nacionales, con mi jefe.
La primera experiencia luego de mi primer viaje, fue el momento que
nos recogieron, yo esperaba un vehículo así como lujoso, y llego fue
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una taximoto, y yo le decía “esos son los taxis de acá”, “si”, y nos
subimos y empezamos a reírnos de la situación.
Mi jefe me presentaba en todas partes, decía ella es la periodista de
mi revista, trabajaba con la revista Trocha, y varia gente salía con la
novelería de que nosotros veníamos con cámaras, yo cargaba como
cuatro cámaras.
La gente con la novelería de que veníamos a tomarle fotos, más que
todo en el parque los indígenas, se acercaban, le tocaban la cámara
haber que era, y que les tomaran fotos, y nos posaban para la foto, y
yo solo disparaba el flash y ellos creían que les estábamos tomando
fotos.
Siempre que llegaba a San José, yo no me quedaba en hotel, sino que
me quedaba donde Don Alfonso Ramírez. Era un amigo de la casa, y
yo me quedaba allá. Siempre que venía a hacer mi trabajo
periodístico, yo me quedaba allá.
Cuando llegue conocí a don Juan Benjumea, quien era el papa de
Jairo Hernán Benjumea, Don Adelmo Melo, a Luis Fernando Román
Robayo, a quien le traía un sobre para él de Villavicencio.
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El Señor Román me dijo “no se me escape que voy a entrevistarla
porque es la primera mujer reportera que llega aquí al Guaviare”. Y
él me hizo una entrevista en la emisora Voz del Guaviare.
Después yo le traía la información que recogía, y el señor Román me
decía, “venga saquemos la información de una vez”, y si, media hora
de trabajo en la emisora, y luego me iba.
También conocí a Don Julio Socha, ese fue el principal motivo de mí
venida aquí a San José del Guaviare. Él era un señor de mucha plata
en ese entonces. Ellos tenían un enfrentamiento con la familia Plata.
Y nosotros en la revista estábamos haciendo un registro periodístico
de ese enfrentamiento.
A la familia Plata la entrevistábamos en Villavicencio, y a la familia
Socha en San José del Guaviare. Estas familias eran cocaleros duros.
Don Julio Socha sacaba de su finca hasta quinientos quilos de coca, y
la familia plata no se quedaba atrás.
Y comenzó el problema entre esas dos familias. Don Julio Socha era
propietario de todas esas fincas frente del actual batallón, de toda la
manzana que es frente al hospital, tenía fincas en Sabanas de la Fuga,
eran latifundios, tenía ganado, camiones, y las peleas eran por el
control total del Guaviare como productor de coca.
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San José no era tan poblado, por ahí en frente donde es hoy el hotel
capital solo habían rastrojos. Había un colegio que era como un sitio
turístico pero quedaba lejos, a uno le parecía lejos.
Yo llegaba terminaba en la mañana el trabajo y el pasatiempo era
montar cicla, aquí aprendí a montar cicla. Íbamos en cicla desde el
parque hasta ese colegio que era muy bonito.
Al principio viajaba cada quince días, cada veinte días, o cada mes,
venia, recogía mi trabajo periodístico y me iba, porque yo tenía en
Villavicencio un negocio de fotografía.
Tenía almacén fotográfico también, y no podía demorarme mucho en
el Guaviare. Venia un fin de semana, o un día, llegaba en la mañana
y en la tarde ya me iba otra vez.
San José en esa fecha no era ni la mitad de lo que es hoy. Vivir en el
Guaviare era vivir en extremo, se carecía del confort del mundo
moderno, pero se tenía mucha libertad.
Había unas casetas de comida, por el lado del rio, por el lado del
Proveedor. El Almacén de Don Nebio Echeverry era un portoncito,
ahí el vendía víveres, por mayor y al detal, pero era un portoncito.
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Los comentarios que circulaban del Guaviare, era que es muy
peligroso, que uno le tocaba apartar los muertos con el pie, cuando
caminaba por las calles. Yo nunca viví eso, pero si fui testigo de la
cruda violencia que había en ese tiempo.
Era la bonanza de la coca, y alicorados y con armas les daba por
disparar, y a veces mataban un borrachito, y la falta de sensibilidad
era tal que simplemente lo recogían y lo botaban por allá en un
rastrojo.
Fueron episodios muy tristes de ver morir a conocidos y amigos,
enterrarlos, sufrir impotencia por no poder hacer nada y miedo
porque quizá le ocurriese a uno un hecho catastrófico semejante.
Un día normal en San José del Guaviare, en esa época, era todo un
trote porque pues había muchos hechos violentos, que en esa esquina
mataron a alguien, iba uno para allá y llegaba la noticia que en otro
lado mataron otra persona.
En esa esquina donde es la gobernación era un rastrojo feo, y era
como el botadero de los borrachitos que mataban por ahí.
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La situación era tan tensa, que se decía que no salgan de noche
porque tropiezan con los muertos, y una vez un treinta y uno de
diciembre, Salí de noche a comprar una gaseosa, y vi que en la tienda
había una persona muerta, y la estaban velando en el suelo.
Me dio mucho susto y curiosidad por que tenía las botas puestas. Yo
no compre gaseosa sino que Salí corriendo, entonces un muchacho
me dijo “¿qué le paso?”, y le dije “es que hay un muerto en esa
tienda” y me dijo, “no, eso es un año viejo”.
En una primera etapa, mi vinculación al Guaviare, fue viajar seguido,
cada ocho días, cada quince días, cuando los sucesos ameritaban
registro en la revista “Trocha” para la que trabajaba.
Después me instale en Mitú como reportera corresponsal. En ese
entonces mi esposo era el registrador allá, y yo me fui y me instale
en Mitú. Tuve problemas por un trabajo que realice como reportera
en el monte, para la revista trocha, a raíz de esos problemas me fui
de Mitú.
Después de vivir cuatro años en Mitú, regrese a Villavicencio, y de
ahí me fui para Miraflores. Mi hermano tenía un negocio en
Miraflores, yo lo llamé y le dije “yo necesito trabajar”.
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Él tenía un negocio en la Uribe, y mi hermano me dijo “donde quiere
trabajar, en la Uribe o en Miraflores”, yo le dije, “Donde halla colegio
para mi hija”. Me dijo “váyase para Miraflores”.
Antes de viajar fui donde mi jefe y le dije “voy para Miraflores”. Me
dijo, “listo, me sirve, como reportera corresponsal de allá”.
Mi primera impresión de Miraflores es que era un pueblo horrible,
empezando yo jamás había visto que todos anduvieran en botas de
caucho, hombres y mujeres. La pista de aterrizaje era un lodazal.
Llegué y me instalé en el Almacén de mi hermano, que era el
Almacén más grande que había en Miraflores.
Yo empecé a administrar el Almacén de mi Hermano en Miraflores
Guaviare, era un almacén de abarrotes, a pesar de mi carácter fuerte
me gané la confianza de mucha gente.
Nuestros clientes eran los encargados de los barracones donde se
trabajaba la hoja de coca, nos compraban remeza e insumos
agropecuarios en grandes cantidades para surtir bodegas.
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Cuando llegaba el dinero, era por bultos, llegaba el avión con la
verdura, y entre la verdura venían hasta cuatro o cinco bultos de
plata.
Muchos de los traquetos dueños de la plata, lo dejaban a guardar en
mi casa. Yo lo subía a mi cuarto y lo dejaba bajo la cama, o bajo el
colchón, eran muy desordenados, me pedían millones y no llevaban
ningún control.
También me decían que cuando necesitara podía usar ese dinero, yo
llevaba el control en un cuaderno, jamás tuve problemas, me dieron
un revolver para mi protección, pero nunca fue necesario usarlo. Mi
cuarto siempre estuvo repleto de costales de dinero, yo era una
especie de banco.
Gracias a Dios nunca tuve problemas por tener esa plata ahí, ellos
pedían, yo anotaba en un cuaderno, yo era muy organizada con eso,
porque pues uno sabe que los problemas de plata son problemas
delicados.
Yo entregaba lo que entregaba e iba anotando, pero jamás me
pedían cuentas, de seguro alguien más en la organización de ellos
llevaba este control.
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El dinero venia en fajos de un millón, y se le repartía a los muchachos
que iban a las chagras a comprar la coca, la cantidad variaba, diez
millones, veinte millones, treinta millones.
Ellos se iban a las chagras, compraban y venían a venderle al que los
planteó con plata, y les quedaba buenas ganancias que las
derrochaban en trago, lujos y placeres.
En el Almacén también dejaban a guardar la coca, por lonadas de
paquetes prensados, muy pesados.
En esos favores aprendí a probar la coca, para que no estuviera
ligada, ellos me enseñaron, porque muchos casos se hacían canje de
la mercancía que vendíamos por coca.
En una cuchara se echa un poquito de polvo y se le pone candela
debajo, si bota chispas es que tiene humedad, impurezas o ha sido
mesclada con harinas sin valor. Si se vuelve como gelatina la coca
esta buena, es de calidad.
Ellos me enviaban mensajes por radioteléfono, “Va fulano con tantos
quilos, Doña Francy, pruébela”. Y yo la probaba, la pagaba o hacia
canje, según las instrucciones que me dieran.
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En el mundo del narcotráfico lo primero que aconsejaban a las
personas antes de llegar acá era cambiar sus nombres, a partir de
ese momento nadie los conocía por el nombre de pila sino por el
nombre que optaron cuando llegaron al Guaviare y entraron al
negocio.
Aun hoy es difícil recordar o asociar una persona con su nombre de
pila. Y la gente es muy jocosa al poner apodos a las personas.
En el Guaviare la gente es rebautizada, por su alias si está en las
estructuras fuertes del negocio, y por los apodos si está en las
actividades de rebusque.
Le trabaje a mi hermano como administradora de un Almacén y
también hacia reportajes para la revista Trocha, de noche escuchaba
la gente quejarse, yo hacía comentarios y las personas me guiñaban
que no comentara eso.
Eso me trajo problemas, a la gente la amarraban y la azotaban, para
disciplinarla según los guerrilleros, ahí caían todos los que alguien
dejaba alguna queja sea cierta o infundada. Yo criticaba eso.
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En Miraflores circulaba un pasquín que se hacía llamar periódico, era
una vulgaridad como se expresaban de la gente, puras difamaciones,
se llamaba Miraflores al desnudo.
Al Almacén Llegaba mucha gente, y yo siempre fui muy franca con
los comentarios. Un joven era cliente asiduo, y yo una vez le comente,
“que periódico tan mal escrito”, “¿Por qué señora?” me dijo el Joven.
Y yo le dije que era de muy mal gusto expresarse así de la gente.
En el municipio mandaba la Unión Patriótica y tenían estructura de
mando tipo militar, el Joven era miembro de este partido y además el
redactor del periódico. Le hizo saber a sus jefes estos comentarios y
fui citada a un lugar en zona rural, donde el comandante.
Para complicar más la cosa días antes le había hecho un reportaje a
la policía, de dos páginas, y la revista andaba circulando, y todos
estaban tocados, preguntando quien había hecho el reportaje.
Alguien lo comento en el Almacén, “Quien será esa tal Francineth”,
“Yo soy” le dije. Me dijo que aquí estaban prohibidos los reportajes
para la policía.
Yo le explique a mi hermano, que me habían citado para rendir
cuentas por estos incidentes, él me dijo que asistiera, que informara
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a la policía, y que les dijera que si necesitaban algo del Almacén, que
con mucho gusto.
Informe a la policía antes de ir a la cita, les pedí que si no llegaba al
medio día, fueran a rescatarme.
El Comandante que me citó resultó no ser de la UP sino de la Guerrilla
de las FARC, en forma dominante autoritaria y grosera se refirió a las
quejas que le habían dado.
Me mantuve firme. “¿Por qué hace usted estas afirmaciones sobre
este periódico?”. Yo le dije que soy reportera Gráfica, el periódico
está mal escrito y atenta contra la dignidad de las personas. Que esa
forma peyorativa de tratar a la gente no estaba bien.
Y él me dijo con altanería e intimidándome “¿Usted quien se cree que
es?”. Le dije “
Soy periodista, nuestro oficio es decir la verdad”.
Luego me dijo, “Usted hizo un reportaje sobre el capitán de la policía,
ellos son nuestros enemigos”. Le dije, “Mi profesión es la de
periodista, si usted ordena un reportaje y me paga, yo se lo hago, en
este país existe la libertad de prensa y la libertad de expresión”.
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Luego me sacó a relucir los comentarios que había hecho sobre las
personas que torturaban con el pretexto de disciplinarlas, en este
pueblito uno no puede hablar, me dijo “También me informaron que
usted cuestiona nuestros procedimientos disciplinarios con los
civiles”.
Yo ya pensé que me iban a matar, entonces le dije firme “Amarrar la
gente, y azotarla es violación de los derechos humanos”.
El siguió muy enojado, y yo finalmente le dije a ese muchacho “Que
clase de fuerza de combate son ustedes, si se sienten amenazados
por una mujer, madre de familia que no hace otra cosa que trabajar
para mantener a sus hijos”.
Y le dije además que ellos se nutren de nuestro trabajo, pues hay que
pagarles un impuesto, que los impuestos que pagamos por el
Almacén de mi hermano eran bastantes, y si es el caso nos íbamos
del pueblo y se quedaban sin ese aporte.
En ese punto de la discusión me invitaron a almorzar pero no acepté,
y finalmente me dejaron ir. cuando iba de regreso la policía venia en
el camino a velar por mi seguridad. Finalmente termine haciéndoles
un reportaje y me lo pagaron.
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En Miraflores fui testigo de muchos de los episodios violentos
lamentables que forjaron este departamento, parte de mis vivencias
se nutrieron de la intensidad de estos momentos aciagos.
Muchos de mis compañeros, amigos cercanos, familiares, perdieron
la vida en diferentes momentos de violencia, los más trágicos y
traumáticos fueron las tomas de Miraflores por parte de las FARC.
Fui testigo de más de 20 hostigamientos de la Guerrilla a la cabecera
del Municipio de Miraflores.
Uno fue para Semana Santa, duraron en la balacera, fuego de
mortero, bombas, cilindros, como tres o cuatro días.
Íbamos a bautizar mi niño en ese entonces, estábamos en la casa con
unos amigos de San José, y empezó la balacera, había harta gente, ya
llevaban varias horas echando bala, estábamos nosotros tirados en el
piso encima de un colchón, y tapados con otros colchones.
Y a la madrugada, la hija de mi esposo dijo tengo ganas de hacer pis,
salimos, le dije no, vamos allá donde está el huequito en la tabla, y
orinamos ahí, y fuimos, y cuando alguien abajo, un par de
guerrilleros, soltaron la risa y salieron corriendo, yo creo que los
orinamos.
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Cuando pasó la balacera nos relajamos un poco, el domingo de la
misma semana, estábamos en misa, y comenzó de nuevo la balacera,
en el desespero corría de aquí para allá con mi niño pequeño, había
guerrilleros acostados por todas partes disparando, uno de ellos dijo:
“Señora busque refugio ya o va a morir o su niño”.
Cuando pasaban estas balaceras era muy frecuente encontrar
cadáveres cuando uno huía buscando refugio.
Toda la gente que ha vivido por acá, sabe que esto es lo más
estresante, el tener que ver muertos a diario, no uno, varios, en todo
momento, cuando hay fiestas, cuando no las hay, todo el tiempo.
Otros eventos que presencie, son un poco curiosos. Para las mujeres
en Miraflores había dos tipos de trabajo, atendiendo en los
establecimientos comerciales, o en el lenocinio.
Cuando llegaban las mujeres en el avión, llegaban 10 o 20 mujeres,
había una taberna que se llamaba “Sodoma”, y llevaban mujeres
entre semana, cambiaban hasta tres veces las mujeres la misma
semana.
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Y la gente decía “vamos a Sodoma que llego Ganado nuevo”. Y se
amontonaban los traquetos y todos los hombres en la pista a ver bajar
“el ganado” del avión.
Y traían mujeres muy bonitas. Ellas venían de varias partes, del Valle,
de Caldas, de Villavicencio.
Especialmente les encantaba las paisitas por lo mimadas y
consentidoras, decían los traquetos, estilo Natalia Paris. Una vez
llevaron una enanita, a una taberna del centro, y le hacían cola los
hombres, por la novedad de ser enanita y la gente luego comentaba
en las cantinas con sorna estos eventos.
Miraflores en esa época, desde 1977 al 2009, era un caserío de unos
5000 habitantes, constituido por una pista de aterrizaje, y estructuras
habitacionales y comerciales alrededor de la pista aérea, como
resultado de la bonanza de la coca se vivió una épica fiesta que duró
más de 20 años.
No se sabía que día de la semana era, absolutamente todo el
comercio estaba lleno, los bares, villares, discotecas, casetas,
cantinas, cada quince días traían un cantante o agrupación de alta
factura del mercado del espectáculo a nivel nacional o internacional.
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Esta situación se repetía en los caseríos o centros poblados de lagos
del Dorado, Barranquillita y Buenos Aires.
Entre todos estos desenfrenos conocí un traqueto que se arrodillaba
en la pista y decía “Dios mío dame cinco minutos de pobreza”.
Este personaje muy conocido en el pueblo por sus extravagancias y
sus excesos, prendía cigarrillos encendiendo billetes de la mayor
denominación de ese entonces, alquilaba vuelos Charter de
avionetas para ir a almorzar o comprar un par de tenis a Villavicencio,
esto lo hacia la mayoría como gesto de poder.
Y fue un hecho cierto que un día, totalmente embriagado por el
whisky después de días de farra, se arrodilló en la pista de aterrizaje
y dijo “Dios mío dame cinco minutos de pobreza”.
Y parece que invoco una maldición porque este personaje murió en
la más completa miseria después de haberlo perdido todo.
Otros eventos que recuerdo que me impactaron mucho fue una vez al
terminar una toma guerrillera muy cruenta, con muchos muertos, y el
ejército recuperar el control del municipio, recogieron todo el
material que no explotó.
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Y lo pusieron en el polideportivo, allí estuvo expuesto al sol, y como
al medio día un coronel le dio una patada a una granada que estaba
fuera del montón de explosivos, y se escuchó un estruendo que causó
más pánico que todos los días que duró la toma, del coronel solo pudo
recuperarse algo de cabello, quedó vaporizado.
Otros hechos que recuerdo de Miraflores es que nosotros teníamos
una papayera, y nos invitaron con la papayera a una escuela, y
cuando nos dimos cuenta el evento, la festividad, era una celebración
de la Guerrilla.
Alicorados, tomaban, bailaban, y nos dimos cuenta que muchos
amigos del pueblo eran en realidad milicianos o guerrilleros, eran
los que cobraban las vacunas de la Guerrilla, a los comerciantes y los
cocaleros, pese al estrés por el miedo, de esa gente borracha armada
y sin control, en general nos atendieron bien.
En mi estancia en Miraflores también ejercí mi profesión como
periodista, reportera gráfica, a la vez que era comerciante.
Como muchos en el Guaviare también caí en el ensueño pasajero que
duró mucho tiempo, un espejismo en el cual al parecer estábamos
cumpliendo quizá las metas más importantes que uno en la vida se
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traza, prosperar económicamente para dar un buen futuro a nuestros
hijos.
Sin embargo la trampa del espejismo estaba en la falta de seguridad
y garantías. En dos ocasiones durante las tomas guerrilleras lo
perdimos todo y había que empezar de nuevo.
Y Cuando finalmente nos dimos cuenta que además de perder
juventud y salud estábamos exponiendo nuestras vidas, cuando
aceptamos a esta conclusión, en mí caso me radique en San José del
Guaviare.
Y lo paradójico es que llegamos sin nada, y empezamos de ceros,
todo lo que habíamos construido en Miraflores se perdió en las tomas
Guerrilleras.
En San José del Guaviare tenemos una vida más tranquila, aunque es
difícil por la falta de empleo.
No me arrepiento de nada de lo que he vivido, me considero
afortunada porque mis perdidas solo fueron económicas, mi familia
me acompaña intacta, excepto por mi esposo que murió tranquilo en
mi casa, así como reza el adagio, el que vive honestamente tiene una
muerte tranquila.