AUTONOMÍA, UNIVERSALISMO Y BIPOLARIDAD: UN ESTUDIO SOBRE LA POLÍTICA EXTERNA GLOBAL DEL BRASIL
DURANTE LA GESTIÓN DEL CANCILLER RAMIRO SARAIVA GUERREIRO (1979-1984)
Carlos Federico Domínguez Avila*
Resumen El presente artículo explora las características fundamentales
de la política externa brasileña durante el primer lustro del decenio de 1980,
período que coincidió con la revitalización del conflicto Este-Oeste y
específicamente con la fase de bipolaridad rígida de la Segunda Guerra Fría.
Se utiliza la técnica de análisis de discurso para evaluar una serie de seis
conferencias pronunciadas por el canciller Ramiro Saraiva Guerreiro, entre
1979 y 1984. Concluyese que el Brasil se opuso a la lógica de la re-
bipolarización, por considerar que la misma sería contraria a sus intereses
estratégicos. En el caso del conflicto regional imperante en la América
Central, Brasilia llegó a cuestionar el intervencionismo de las superpotencias
y a apoyar iniciativas político-diplomáticas orientadas hacia una solución
negociada.
Palabras-clave: Brasil. Política Externa Brasileña. Guerra Fría. Historia de
las Relaciones Internacionales. América Latina y el Caribe. Re-
bipolarización.
* Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales por la
Universidad de Brasilia. Profesor e investigador del curso de Relaciones Internacionales del UNICEUB (licenciado). Correo electrónico: [email protected].
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1 Introducción El propósito de éste artículo es evaluar las características
fundamentales de la política externa brasileña durante el gobierno del general
Joao Figueiredo (1979-1985), llevando en consideración que dicho período
fue marcado por la así llamada Segunda Guerra Fría. Para tanto se utilizan
como unidades de análisis una serie de conferencias anuales dictadas, entre
1979 y 1984, por el canciller del país en la época Embajador Ramiro Saraiva
Guerreiro, en la sede de la ESG.
Este trabajo parte de la constatación de la reducida cantidad de
literatura especializada en relaciones internacionales y política externa
brasileña durante el gobierno Figueiredo. Además, se detectó que de las
publicaciones disponibles la mayoría concentra la atención en las temáticas
relacionadas con el impacto de las relaciones internacionales en el proceso de
desarrollo económico y social, sobretodo en el contexto de la crisis financiera
que azotó al Brasil y a otros países de América Latina y el Caribe a partir de
1982. Lamentablemente la literatura especializada ofrece menos información
sobre las visiones, posiciones y respuestas de Brasilia frente a las graves
tensiones mundiales que caracterizaron a la revitalización del conflicto Este-
Oeste durante el decenio de 1980.
La estructura interna del trabajo incluye la introducción, cuatro
acápites, consideraciones finales, y fuentes y bibliografía. En el plano
metodológico se recurre al análisis de discurso como técnica de estudio de
documentos primarios. En relación a los textos de las conferencias, vale
aceptar su veracidad, validez y confiabilidad a pesar de que su propósito
inicial no era el de servir como fuente de investigación histórica, social o
política. Dichos textos también se caracterizan por su adecuada consistencia
interna, su regular frecuencia, el elevado nivel de reflexión –debido al alto
grado de instrucción del discursante y de su auditorio–, la espontaneidad y la
posibilidad de establecer comparaciones temáticas en el tiempo. Parece
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evidente que las conferencias sí reflejan las líneas generales de política
externa brasileña. En ese sentido, podemos tomarle la palabra al canciller
cuando constató que “tomadas en conjunto, [las conferencias] reflejan la
evolución conceptual coherente de nuestra diplomacia y presentan la síntesis
de las actividades de política externa en el Gobierno Figueiredo.”
(GUERREIRO, 1984, p. 75.).
2. Brasil durante la década de 1970: breves antecedentes económicos, políticos y de inserción internacional
El 15 de marzo de 1979, el general João Baptista de Oliveira
Figueiredo asumió la presidencia del Brasil, convirtiéndose en el quinto y
último de los gobernantes militares que dirigieron el país entre 1964 y 1985.
Las tareas fundamentales del nuevo gobierno pueden resumirse en: a) dar
continuidad al proceso de abertura sociopolítica interna, b) tratar de
recuperar las altas tasas de crecimiento económico obtenidas en la primera
mitad de la década de 1970, c) profundizar el proceso de diversificación de
socios comerciales internacionales, y d) mantener el margen de autonomía
política que el Brasil había logrado gozar como consecuencias de las
modificaciones en su inserción internacional durante el período de distensión
o détente de las relaciones globales que caracterizó a la mayor parte del
decenio de 1970. En suma se trataba de dar continuidad a las grandes líneas
de desarrollo socioeconómico inicialmente proyectadas por el gobierno del
general Ernesto Geisel (1974-1979).
En el plano económico, es conveniente tener presente que
durante la década de 1970 el Brasil atravesó por dos períodos relativamente
claros: el primero, de 1970 a 1974, se caracterizó por muy elevadas tasas de
crecimiento –particularmente en el sector industrial–, creciente apertura hacia
el comercio exterior y moderadas tasas de inflación. En el segundo momento,
entre 1975 y 1979, resaltaron las preocupantes dificultades en la balanza de
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pagos, el crecimiento de las tasas de inflación y la disminución progresiva en
las tasas de crecimiento del producto interno bruto.
La expresiva elevación de los precios del petróleo a fines de
1973 y 1974 provocó graves consecuencias en la economía brasileña, puesto
que el país importaba alrededor del 80% del petróleo que consumía. No cabe
duda de que el primer choque petrolero fue nocivo para la economía
brasileña. Entre las principales consecuencias destacaron el creciente déficit
en la balanza de pagos –alrededor de US$ 6.8 mil millones en 1974–; la
opción por el endeudamiento externo para evitar la necesidad de implementar
un temprano ajuste recesivo;1 el desempeño menos favorable del crecimiento
del producto interno bruto y otras variables macroeconómicas como el
empleo, salarios reales y déficit público; y en el sector del comercio externo –
hasta el momento uno de los pilares del así llamado “milagro económico”–
también se comenzó a sentir las consecuencias negativas de las tendencias
proteccionistas en varios países industrializados de Occidente. (SKIDMORE,
1988, p. 315-408).
Si bien la situación económica no era tan alentadora como en el
pasado reciente, parece incorrecto desconocer que la inserción comercial
brasileña sufrió importantes y positivas mutaciones. Cabe destacar el éxito
del gobierno Geisel en la diversificación tanto de las fuentes de recursos
financieros y tecnológicos como en el destino de las exportaciones –nuevos
mercados en Oriente Medio, África y América Latina. Por otro lado, la pauta
exportadora del país también experimentó significativas transformaciones
con destaque para la creciente importancia de los productos manufacturados
como porcentaje del valor total de las exportaciones –especialmente en el
caso de los bienes durables, electrodomésticos y bienes de capital.
1 La deuda externa brasileña creció de EUA$12.5 mil millones en 1973 a 49.9 mil
millones en 1979.
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En síntesis, la diversificación de fuentes externas de
importaciones y los destinos de las exportaciones permitió gozar de mayor
autonomía relativa en la inserción internacional del Brasil. Esto último a
pesar de la preocupante evolución de algunos indicadores económicos,
particularmente el déficit en la balanza de pagos y el masivo endeudamiento
externo. Naturalmente tales transformaciones económicas también
impactaron en el ámbito político interno y en los asuntos internacionales del
país.
En el plano político, cabe destacar el impulso del gobierno
Geisel al proceso de abertura sociopolítica orientado hacia el progresivo
retorno al orden constitucional, al Estado de derecho y a la gobernabilidad
democrática. El proceso de abertura era complejo debido a la necesidad de
articular, por un lado, la naturaleza burocrático-autoritaria del régimen y, por
otro lado, las aspiraciones y presiones de los diferentes actores de la sociedad
civil en favor de una auténtica transición hacia la democracia representativa.2
A partir de 1974, la abertura experimentó avances y retrocesos. Su carácter
oscilatorio reflejó las presiones de los diferentes actores del sistema político.
No obstante, la tendencia dominante era favorable para el retorno a la
gobernabilidad democrática en el más breve plazo posible. (SKIDMORE,
1988, p. 315-408).
En lo que respecta a los asuntos internacionales, la década de
1970 se caracterizó por un esfuerzo a favor de la distensión, concertación y
tolerancia entre las superpotencias y los sistemas sociales que representaban.
Se trató de un período en el que se alcanzaron acuerdos de limitación de
armamentos (SALT), se impuso una retórica de paz y mutua comprensión;
así como mayor cooperación y avances en el diálogo Norte-Sur, entre otros
2 Los estrategas del proceso de abertura también debieron considerar la oposición de
los sectores más conservadores al interior de las fuerzas armadas –particularmente de la comunidad de inteligencia y seguridad.
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aspectos. Al mismo tiempo, la distensión entre las potencias hegemónicas
permitió el surgimiento de un importante proceso de diversificación de
intereses que podría ser aprovechado por países del bloque occidental,
socialista e incluso del Tercer Mundo –quienes hasta el momento habían
estado sujetos a la estricta vigilancia de Washington o Moscú– para modificar
su inserción internacional, redefinir sus políticas externas en función de
intereses nacionales y sustituir el carácter esencialmente bipolar, por otro
multipolar, del sistema internacional.
Brasil fue uno de los países en desarrollo que aprovechó la
oportunidad ofrecida por las políticas y por el ambiente de distensión
internacional con el propósito de incrementar el margen de autonomía
política para tratar de modificar su inserción en el mundo. En ese sentido, la
política externa brasileña durante el gobierno de Ernesto Geisel se caracterizó
por una acción pragmática, pluralista, universalista, independiente y
coherente con las necesidades, condiciones y posibilidades de desarrollo
económico y social del país. (CERVO; BUENO, 1992, p. 358-386).
Para las autoridades gubernamentales de la administración
Geisel era necesario e inevitable redefinir las relaciones con la potencia
hegemónica de Occidente, ampliar y profundizar los vínculos comerciales y
políticos con las diferentes regiones del mundo, obtener creciente legitimidad
interna mediante la implementación de una política externa nacionalista que
agradase a los diferentes actores políticos, garantizar el acceso a recursos y
tecnologías necesarias para dar sustentabilidad al proceso de desarrollo
económico y, en general, hacer del país una potencia de porte medio
reconocida internacionalmente por su respaldo y solidaridad a las posiciones
de los países en desarrollo en los diferentes foros multilaterales (ONU, OEA,
GATT, etc.).
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Naturalmente, las aspiraciones brasileñas encontraron
reacciones de apoyo, tolerancia e incluso oposición en el sistema
internacional. Las relaciones bilaterales con Estados Unidos fueron muy
complejas e incluso conflictivas por una serie desentendimientos sobre
temáticas que incluían tanto la proliferación de tecnología nuclear y la
situación de los derechos humanos en Brasil, así como las prácticas
comerciales proteccionistas en Estados Unidos. Al mismo tiempo, Brasilia
buscó un acercamiento progresivo con otras regiones del mundo,
particularmente con Europa Occidental, América Latina y el Caribe, Oriente
Medio, Asia-Pacífico y África.
En ese contexto, el general Figueiredo asumió la presidencia
del Brasil con la expectativa de dar continuidad a las principales políticas
implantadas durante el gobierno anterior. En el ámbito económico, vale
insistir que se trataba de recuperar las altas tasas de crecimiento económico
aunque reduciendo las tasas de inflación, el déficit público y el galopante
endeudamiento externo. Otras medidas incluían estimular la producción
agrícola e industrial, continuar apoyando las exportaciones, reducir las
disparidades regionales, reducir la dependencia del petróleo y promover
nuevas inversiones extranjeras directas.
En el plano político, el gobierno planteó la necesidad de
continuar con el proceso de abertura sociopolítica mediante la promulgación
de leyes que incluían la implementación de una amplia amnistía para los
desafectos del régimen, la moderación de la represión y de la censura de los
medios de comunicación de masas, la ampliación del sistema político con el
reconocimiento de nuevas organizaciones políticas, y la agilización del
proceso de transición a la gobernabilidad democrática.
Paralelamente, en lo que respecta a los asuntos internacionales
Figueiredo y su Ministro de Relaciones Exteriores, el Embajador Ramiro
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Saraiva Guerreiro, al parecer tenían la expectativa de continuar
diversificando los intereses y las relaciones políticas y económicas del país.
Además, pretendían seguir gozando de las favorables oportunidades creadas
por la distensión entre las superpotencias, e incrementando el margen de
autonomía política –particularmente en relación a la potencia hegemónica de
Occidente.
Sin embargo, la decisión de los miembros de la OTAN de
instalar nuevos y mortíferos mísiles de alcance intermedio en varios países
europeo-occidentales, junto con la posterior intervención militar de los
soviéticos en Afganistán –ambos acontecimientos ocurridos en diciembre de
1979–, provocaron no solo el fin del período de distensión entre las
superpotencias, sino también la acelerada reducción del margen de autonomía
de las potencias medianas y pequeñas, la re-bipolarización de las relaciones
globales, y el surgimiento de un nuevo período en las relaciones
internacionales contemporáneas al que muchos autores llaman como la
Segunda Guerra Fría.
3 La Segunda Guerra Fría: origen y evolución El 9 de enero de 1980, el embajador Dmitri Jukov,
representante de la Unión Soviética en Brasilia, se reunió con uno de los
funcionarios de más alto rango en el Ministerio de las Relaciones Exteriores
–también conocido como Palacio de Itamaraty. El Embajador Jukov solicitó
la audiencia para expresar a las autoridades diplomáticas brasileñas su
disgusto sobre las programadas reuniones del Consejo de Seguridad y de la
Asamblea General de Naciones Unidas, que a pedido de Washington y
Beijing, se realizarían para discutir y condenar la intervención militar
soviética en Afganistán, ocurrida el 27 de diciembre de 1979.
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Durante la audiencia, el diplomático soviético
entregó a su par brasileño un pequeño mensaje traducido y
enviado desde Moscú, donde se planteaba que: En los últimos días los Estados Unidos y algunos países que les apoyan, incluyendo a China, utilizando como pretexto los acontecimientos en Afganistán deliberadamente tomaron el camino de aumento de tensión en la región de Oriente Medio y no solo allá. A éste objetivo en particular sirve la confabulación americano-china en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la situación en Afganistán.
[Al someter en la ONU el asunto de la intervención soviética en Afganistán] se está emprendiendo una tentativa de imponer a este foro internacional una confrontación en el espíritu de la “guerra fría”, explorar la Asamblea General para fines poco honestos, sembrar discordia y hacer entrar en choque a países que mantienen entre si relaciones estables y actúan juntos en relación a los problemas actuales de la lucha contra el imperialismo y el colonialismo inclusive en el movimiento no-alineado.
Las tentativas actuales de implicar a la ONU, su Consejo de Seguridad y su Asamblea General en debates sobre la situación en Afganistán solamente responden a los intereses de los que están intentando reanimar el clima de “guerra fría”, evidentemente buscando de este modo facilitar la realización de sus planes imperialistas y hegemónicos.3
Este puede ser uno de los primeros mensajes oficiales que dan
cuenta del acelerado enfrentamiento retórico y de la gran tensión
internacional que enfrentó a dos sistemas sociales, capitalista y socialista,
encabezados respectivamente por Estados Unidos y la Unión Soviética, desde
fines de 1979 –o posiblemente desde antes– hasta 1989 con el emblemático
derrumbe del Muro de Berlín. Éste período de gran tensión Este-Oeste y con
evidentes repercusiones en todo el planeta caracteriza lo que el historiador
3 Rubrica ilegible a Sr. Ministro de Estado, Memorando confidencial (SG/03),
Brasilia, 9.1.1980, Arquivo do Ministério das Relações Exteriores (en adelante AHMRE): Cx J-06 1980 (11).
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inglés Fred Halliday llamó de la Segunda Guerra Fría. (HALLIDAY, 1986,
p. 1-10).
Inicialmente parece apropiado señalar que la noción de guerra
fría es muy antigua. Anders Stephanson sugiere que dicha noción ya era
conocida en la Edad Media. Este autor destaca que habría sido un noble del
Reino de Castilla, Don Juan Manuel, quien a principios del siglo XIV utilizó
el vocablo para designar el “estado natural de guerra entre Cristianos y
Musulmanes” (STEPHANSON, 1996, p. 3). Quiere decir, un conflicto más o
menos permanente entre dos doctrinas en competencia. En esa línea, una
guerra fría puede entenderse en dos sentidos. Por un lado, se trata de un
conflicto que no es “caliente” puesto que no existen batallas que terminen en
victoria o derrota total frente al adversario –por ello no ofrecen “ni paz ni
honor”. Por otro lado, el sentido de una guerra fría sugiere que las relaciones
entre dos o más actores no son buenas; por el contrario, dichas relaciones son
tensas, amenazadoras e inusualmente hostiles. En suma, para los fines del
presente artículo, la noción de guerra fría puede entenderse como “un
particular período de conflicto globalizado, en el cual el énfasis se basa en la
confrontación militar y estratégica y en el cual las negociaciones son mínimas
o inexistentes.” (HALLIDAY, 1986, p. 9).
Según el historiador británico desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial hasta 1986 –cuando fue publicada la segunda edición de su
libro, pero en realidad este período se prolongó hasta 1989 con el
emblemático derrumbe del Muro de Berlín y la posterior implosión del
bloque soviético– uno de los elementos definidores de las relaciones
internacionales habría sido la competencia y la lucha por la hegemonía
mundial entre dos sistemas sociales liderados por Washington y Moscú. En
su opinión, estos cuarenta años de historia de relaciones internacionales
podrían ser divididos en cuatro subperíodos que él llama: a) Primera Guerra
Fría (1947-1953), b) Antagonismo Oscilatorio (1953-1969), c) Détente
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(1969-1979), y d) Segunda Guerra Fría (1979-1989). Si aceptamos tal
periodización, es evidente que la delimitación temporal del presente artículo
en marco de las relaciones internacionales se ubica en los últimos momentos
de la distensión de los años setenta y la primera mitad de la Segunda Guerra
Fría. Tal constatación es sumamente importante porque en el nuevo escenario
de confrontación y competencia ideológica, política, económica y militar la
posición de la política externa del gobierno Figueiredo debería modificar la
estrategia de inserción internacional que inicialmente había previsto.
Los orígenes de la Segunda Guerra Fría son variados e
incluyen: (1) la declinación del poderío económico, político y militar de los
Estados Unidos como consecuencia del fracaso en Vietnam y la crisis de
legitimidad generada a partir del escándalo de Watergate, (2) el sostenido
incremento de la capacidad estratégica y política de los soviéticos, (3) la
sorprendente alianza entre Washington y Beijing con clara finalidad
antisoviética, (4) la grave crisis financiera mundial provocada por los
choques petroleros de 1973 y 1979 y la estagnación económica en los países
industrializados, (5) el fortalecimiento del bloque de países no alineados y
tercer-mundistas, (6) el debilitamiento de la disciplina intrabloques creando
graves disputas entre países –teóricamente– aliados, (7) el aparente éxito de
la llamada tercera ola revolucionaria en el Tercer Mundo, y (8) el ascenso del
neoconservadurismo en los Estados Unidos y otros países occidentales.
La Segunda Guerra Fría se prolongó entre 1979 y 1989. El
ambiente y las políticas de re-bipolarización, confrontación y competencia
entre las superpotencias no fue uniforme. Al contrario, es posible y pertinente
identificar dos subperíodos –o fases–, uno de bipolaridad rígida (1979-1985)
y otro de bipolaridad flexible (1985-1989).
El subperíodo de bipolaridad rígida coincidió con el último año
de la administración Jimmy Carter (1977-1981) y el primer período
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presidencial de Ronald Reagan (1981-1985); también con el ocaso de la era
del Premier Leonid Brézhnev (1964-1982) y los breves gobiernos sucesores
de Yuri Andropov (1982-1984) y Konstantin Chernenko (1984-1985). En
términos generales, el subperíodo de bipolaridad rígida fue el de mayor
competencia, conflicto y tensión internacional. Nótese que la administración
del presidente Figueiredo y la gestión del canciller Saraiva Guerreiro
coincidieron, justamente, con la fase de bipolaridad rígida de la Segunda
Guerra Fría.
Entretanto el subperíodo de bipolaridad flexible se caracterizó
por un paulatino relajamiento de tensiones entre las superpotencias. Tal
deshielo fue favorecido por la implantación de la perestroika y el nuevo
pensamiento en la política exterior soviética dirigida por el Secretario
General del PCUS Mikhail S. Gorbachëv (1985-1991), así como por el
creciente pragmatismo del segundo gobierno del presidente Reagan (1985-
1989) y su sucesor, George Bush (1989-1993).
Afirmar que una de las principales características de la
Segunda Guerra Fría fue su dimensión global implica, entre otras cosas,
reconocer que la lógica y que las políticas inspiradas en la tensión y
competencia Este-Oeste provocaron un impacto más o menos significativo en
la mayor parte del planeta. En el ámbito político, la tensión internacional del
decenio 1979-1989 se puede estudiar en dos niveles articulados. Por un lado,
en las relaciones entre las propias superpotencias y sus respectivas alianzas
estratégicas –especialmente la OTAN y el Pacto de Varsovia. Por otro lado,
en los conflictos regionales imperantes en ciertas zonas del Tercer Mundo.
En lo que respecta a las relaciones entre las superpotencias,
conviene señalar que durante la fase de bipolaridad rígida destacaron: la
vigorosa competencia hegemónica en distintos foros internacionales; la
guerra propagandística; la revitalización de la carrera de armamentos; el
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mutuo boicot a eventos científicos, culturales y deportivos; la parálisis en las
negociaciones multilaterales y bilaterales, sobretodo aquellas relacionadas al
control y a la verificación de armas nucleares; y la instalación de mortíferos
mísiles de alcance intermedio en el teatro europeo y en el nordeste de Asia.
Todo ello sugiere que las relaciones entre Washington y Moscú realmente
eran conflictivas e incluso antagónicas. Durante la fase de bipolaridad
flexible, las tensiones entre las superpotencias comenzaron a relajarse,
permitiendo la paulatina reactivación de negociaciones sobre asuntos
estratégicos y algunos avances en el ámbito económico y comercial.
En el Tercer Mundo muchos conflictos sociopolíticos internos
e internacionales preexistentes adquirieron la lógica Este-Oeste cuando las
superpotencias consideraron que intervenir era conveniente para potenciar
sus respectivos intereses estratégicos y/o cuando actores endógenos apelaron
a la ayuda de alguno de los bloques en competencia. De ese modo, el sesgo
ideológico socialismo-capitalismo transformó a numerosos conflictos
internos –e incluso tribales– en sangrientos escenarios de la Segunda Guerra
Fría.4
En suma, parece pertinente insistir que la noción de Segunda
Guerra Fría alude a la compleja articulación de ambientes, interpretaciones
teóricas y políticas de Estado que provocaron –o fueron consecuencia de– la
notoria intensificación de tensiones, competencia y conflicto globalizado en
las relaciones internacionales vigentes entre diciembre de 1979 y noviembre
4 En el contexto global de la Segunda Guerra Fría resaltaron los conflictos regionales
imperantes en: (a) América Central y Caribe: Nicaragua, El Salvador, Guatemala y con repercusiones más o menos significativas en Granada, Cuba, Surinam y Colombia, (b) África Meridional: Angola, Mozambique, Namibia, África del Sur y Zaire, (c) noroeste de África: Sahara Occidental, Marruecos y Argelia, (d) el cuerno de África: Etiopía y Somalia, (e) Indochina: Camboya, Vietnam, China y Tailandia, dicho conflicto regional también fue conocido como la Tercera Guerra de Indochina, (f) Asia Central: Afganistán, URSS, Irán, Pakistán, Estados Unidos, Arabia Saudita y China. Asimismo, (g) nordeste de Asia: península coreana, y (h) Oriente Medio: conflicto palestino-israelita, Líbano, Libia y guerra Irán-Irak.
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de 1989. Tal proceso de re-bipolarización no fue uniforme ni unidireccional.
Recordando que es posible identificar al menos dos subperíodos, uno de
bipolaridad rígida (1979-1985) y otro de bipolaridad flexible (1985-1989).
Siendo que el problema objeto de este artículo corresponde claramente al
primer período citado –quiere decir a la fase de bipolaridad rígida de la
Segunda Guerra Fría (1979-1985).
4. Brasil ante la tentativa de re-bipolarización durante la primera mitad del decenio de 1980
Durante los años en que fue Ministro de Relaciones Exteriores,
el embajador Ramiro Saraiva Guerreiro realizó seis conferencias sobre
política externa brasileña en la ESG. Esas conferencias permiten apreciar y
ofrecen datos que pueden servir como base para interpretar la evolución de
las relaciones internacionales del Brasil durante la primera mitad de la década
de 1980, particularmente en lo concerniente a la posición del Brasil frente a
los desafíos creados por la lógica y por las políticas propias de la Segunda
Guerra Fría.
La primera conferencia del canciller Saraiva Guerreiro en la
ESG se llevó a cabo el día 13 de julio de 1979. En esa oportunidad, el
ministro afirmó que el sistema internacional estaba sufriendo importantes y
rápidas transformaciones tanto en el ámbito político (distensión) como
económico (tensiones en el sistema financiero internacional y segundo
choque petrolero).
En relación al ámbito político, o más exactamente a la
situación de las relaciones internacionales en la perspectiva Este-Oeste –que
es lo que interesa destacar en el presente trabajo–, el canciller analizó
detenidamente el proceso de détente o distensión. En su opinión, la détente
era “un código de conducta y moderación para el comportamiento
internacional de las Superpotencias.” (GUERREIRO, 1979, p. 24).
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Según nuestro interlocutor, el proceso de distensión presentaba
como rasgo positivo el relajamiento de las tensiones entre las superpotencias,
la negociación sobre armas nucleares, la cooperación y la tolerancia mutua.
Sin embargo, para el ministro “la détente es un proceso que infelizmente
nunca se completa” habida cuenta de su carácter vertical y elitista. Además,
la distensión entre superpotencias tácitamente supondría entendimientos entre
Washington y Moscú que serían –o podrían ser– insatisfactorios para
potencias emergentes como el Brasil. Entre dichos acuerdos tácitos entre las
superpotencias sobresaldría la tendencia hacia lo que el conferencista llamó
como “congelamiento de esferas de influencias hegemónicas”, el
fortalecimiento de la actuación de “actores transnacionales” y a la posibilidad
del “empleo internacional de la fuerza”. (GUERREIRO, 1979, p. 24-26).
En general, la impresión que Saraiva Guerreiro provoca es que
la détente, a pesar de sus limitaciones, era un proceso positivo y beneficioso
para la inserción internacional del Brasil. En ese contexto, las premisas
doctrinales de la política externa brasileña serían la lucha por la paz, la
promoción de relaciones internacionales fundamentadas con base en los
principios del derecho y por el desarrollo económico y social. En el caso
específico del gobierno Figueiredo, las líneas básicas de la política externa
serían el universalismo, la dignidad nacional y la buena convivencia entre
Estados.
En suma, lo más importante que podemos rescatar de la
primera conferencia es que las relaciones internacionales –o más
exactamente, las relaciones entre las superpotencias– se caracterizaban por un
período de distensión, de negociación y de acuerdos. A pesar de algunas
limitaciones, parece obvio que la détente era considerada favorable para una
constructiva inserción internacional del Brasil.
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La constatación de la declinación de la distensión a fines de la
década de 1970 y el surgimiento de la Segunda Guerra Fría fue un proceso un
tanto ambiguo para la elite diplomática brasileña. De hecho en la conferencia
del día 5 de septiembre de 1980, Ramiro Saraiva Guerreiro reconoció que se
estaban llevando a cabo significativas mutaciones en el sistema internacional,
particularmente en lo que tiene que ver con el incremento de las tensiones
regionales en Europa, Oriente Medio, Sudeste de Asia y América Central.
También en lo concerniente a las crecientes dificultades para negociar, evitar
el uso de la fuerza o las acciones unilaterales de las superpotencias. Aún en
medio de las crecientes tensiones, Saraiva Guerreiro sugirió a los
participantes de la conferencia que el proceso de détente aun estaría activo –
pero sería cada vez menos efectivo. (GUERREIRO, 1980, 42).
Otra de las principales preocupaciones del ministro era la
creciente dificultad de los países del Tercer Mundo para debatir los
problemas mundiales desde la lógica del diálogo Norte-Sur, como había sido
lo usual desde mediados de la década anterior. La parálisis del diálogo y la
cooperación entre países industrializados y en desarrollo era muy grave
puesto que “la estructura internacional cristaliza estratificaciones indeseadas
y se perpetúa en términos de poder.” (GUERREIRO, 1980, 44).
Se denunciaba que la tendencia de los países industrializados a
reunirse en pequeños grupos –como el G-7–, junto con la decreciente
atención a los problemas del Sur congelarían las desigualdades
internacionales, terminarían restringiendo la participación de los países en
desarrollo en el proceso de toma de decisiones sobre asuntos de interés
global. Y, peor aún, estarían estimulando el resurgimiento de espurias y
nocivas “vocaciones hegemónicas.” (GUERREIRO, 1980, 43).
Para los fines del presente artículo la constatación del
resurgimiento de dichas “vocaciones hegemónicas” en la política
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internacional de las superpotencias es sumamente importante, habida cuenta
de que se trata de síntomas característicos de la nueva coyuntura
internacional a comienzos de los años 1980. Para Saraiva Guerreiro dichas
“vocaciones hegemónicas” se reflejarían en la tendencia de las potencias a
tomar decisiones unilaterales que afectarían negativamente las normas del
derecho internacional y la correcta convivencia entre Estados soberanos. En
otras palabras, la diplomacia y el derecho internacional –especialmente en
relación al principio de no intervención en asuntos internos de otros Estados–
estarían siendo indebidamente sustituidos por la fuerza o la ideología. A
pesar de no citar ejemplos concretos, el ministro dejó claro que el
resurgimiento de tales aspiraciones e impulsos imperialistas entre las grandes
potencias serían síntomas característicos del nuevo proceso de
enfrentamiento en el eje Este-Oeste. Sin olvidar que los países más
perjudicados serían precisamente los Estados más débiles e indefensos.
En suma, en su conferencia de septiembre de 1980, el ministro
Saraiva Guerreiro reconoció la emergencia de una coyuntura internacional
caracterizada por la creciente tensión en el eje Este-Oeste, la declinación del
diálogo Norte-Sur, la parálisis de la diplomacia multilateral, y las
preocupantes tensiones regionales, entre otros aspectos.
Un año después, la coyuntura internacional se había
modificado sustancialmente. En enero de 1981, el Presidente Reagan inició
su mandato con el propósito de reconstruir la hegemonía y el liderazgo
económico, político y estratégico de Estados Unidos en el mundo. A partir de
1981 era claro que las superpotencias se habían lanzado una nueva
competencia por el poder hegemónico mundial a través de una costosa
carrera armamentista y la transferencia de disputas políticas e ideológicas a
los respectivos clientes en el Tercer Mundo. De esa manera la agudización
del conflicto Este-Oeste tendió a eclipsar las temáticas propias del diálogo
Norte-Sur. En ese contexto se realizó, el día 4 de septiembre de 1981, la
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tercera conferencia del ministro Saraiva Guerreiro en la ESG. Dicho discurso
fue particularmente importante ya que ahí fue introducida la noción de re-
bipolarización de las relaciones internacionales.
La noción de re-bipolarización sugiere la renovación de las
alianzas políticas y los bloques ideológicos antagónicos, así como el
reforzamiento de las dependencias verticales a partir de Washington y Moscú
hasta los más humildes campesinos y pastores en Camboya, Angola,
Nicaragua o Afganistán. La re-bipolarización supone el retorno a la
dicotomía amigo-enemigo o más exactamente a la imagen del tablero de
ajedrez donde existen solamente dos posiciones antagónicas que son
conducidas por –y en beneficio– de las dos superpotencias. En tal sentido, los
amigos deberían transformarse en aliados dóciles, satélites o peones de la
competencia global.5
El ministro Saraiva Guerreiro cuestionó la lógica de dicho
proceso de re-bipolarización debido a:
Su naturaleza hegemónica –o más exactamente, imperialista–
puesto que “Resurgen, a veces sutilmente, los conceptos de zonas de
influencia y áreas de interés vital, por los cuales los diferentes países son
vistos como piezas homogéneas, expuestos a las estrategias divergentes de
los contendores, sin que sus intereses propios sean considerados con
seriedad”. (GUERREIRO, 1981 p.97).
La espuria “transferencia mas o menos dramática de las
tensiones Este-Oeste para ‘teatros de operación’ en los países en desarrollo,
5 Saraiva Guerreiro, “Conferência”, 1981, p. 97-107. Nótese que la noción de re-
bipolarización planteada por el canciller Saraiva Guerreiro en 1981 alude a las graves tensiones entre las superpotencias y sus aliados. En tal sentido la noción de re-bipolarización es coherente y plenamente congruente con la propuesta central de Fred Halliday sobre el surgimiento de un nuevo o segundo período de Guerra Fría en las relaciones internacionales contemporáneas.
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como para intentar demostrar que esos países no tienen opciones propias
apenas la de vincularse, subalternamente, a un ‘protector’; (GUERREIRO,
1981, p. 102).
La pretendida satelización de los Estados del Tercer Mundo y
la explotación irracional de sus recursos naturales por las potencias “sin
llevar en cuenta los intereses propios de los países productores, sea en
términos políticos, sea en términos de su propia seguridad”; (GUERREIRO,
1981, p. 102). y
El conflicto Este-Oeste no solo no atendía a los problemas
centrales del Tercer Mundo –paz, igualdad, justicia, autonomía y desarrollo–,
sino que colocaba en grave riesgo la propia sobre vivencia de la especie
humana en todo el planeta, puesto que una eventual guerra nuclear total
provocaría la extinción de la humanidad como la conocemos en la actualidad.
Según el canciller Saraiva Guerreiro ambas superpotencias se
equivocarían al creer que “la superioridad militar puede asegurar lealtades.”
(GUERREIRO, 1981, p. 103). Brasil era un país que se identifica
simultáneamente con los ideales y valores de Occidente y con las
aspiraciones de desarrollo económico y social del Tercer Mundo.
Consecuentemente se opondría al proceso de re-bipolarización puesto que
“Los pueblos independientes, y sobretodo aquellos que tienen conciencia
plena del imperativo de su desarrollo, resisten naturalmente a la restricción de
su capacidad propia de actuación y se resienten de esquemas que les
atribuyan papeles derivados o secundarios.” (GUERREIRO, 1981, p. 103).
El rechazo del Brasil a “la restricción de su capacidad propia
de actuación” y la oposición a la adopción forzada de “papeles derivados o
secundarios” es sumamente importante. Un análisis más detallado sugiere
que la elite diplomática brasileña cuestionaría la lógica de la re-
bipolarización por su negativo impacto en el diálogo Norte-Sur o en la
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transferencia de las tensiones Este-Oeste hacia teatros de operaciones en
Asia, África y América Latina. También se expresaba preocupación por la
notoria reducción del margen de maniobra política que Brasil y otros países
en desarrollo habían logrado alcanzar desde comienzos de la década de 1970.
En otras palabras, parece evidente que la ampliación del margen de maniobra
política y la diversificación de intereses que la situación de distensión había
ofrecido a ciertos países en desarrollo con alta potencialidad y capacidades
para modificar su inserción en el sistema internacional –como era el caso de
Brasil–, estaban gravemente amenazados por la lógica del disciplinamiento,
encuadramiento y de los alineamientos automáticos o verticales que las
superpotencias demandaban de sus aliados, satélites o clientes en el Tercer
Mundo. Por esas y otras razones, Saraiva Guerreiro afirmó categóricamente
que el “mantenimiento de las actuales condiciones internacionales nos es
nociva.” (GUERREIRO, 1981, p. 105).
Desde esa perspectiva se presentan varios problemas políticos
y teóricos de crucial interés para los fines del presente artículo. En concreto
el Brasil reafirmó su adhesión a los valores e ideales de Occidente. Pero no
aceptó el reconocimiento de la hegemonía, el encuadramiento, la satelización
o el alineamiento automático del país en beneficio de la potencia dominante
de Occidente –quiere decir, los Estados Unidos– en el marco de la
confrontación global de esta contra el bloque soviético. En ese sentido,
Saraiva Guerreiro argumentó que sería:
un contrasentido pensarse en uniformizar y unificar mecánicamente al Occidente, sea en el nivel nacional, sea en el internacional. La legitimidad y la propia racionalidad del orden occidental reposan en el consentimiento libre de los miembros de la sociedad en su participación franca en los procesos decisorios y en el respeto a las divergencias de opinión entre ellos. Es en esa medida que nos identificamos como país occidental. (GUERREIRO, 1981, p. 106).
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Paralelamente, la diplomacia brasileña se identificaba con las
aspiraciones de cooperación y desarrollo de los países del Tercer Mundo y
con la continuación del diálogo Norte-Sur –a pesar de que las potencias
hegemónicas inclusive colocaron en duda la validez de la noción Sur,
argumentando que dicho concepto no lograba reflejar la diversidad de
realidades económicas, políticas y sociales que experimentaban los países de
Asia, África y América Latina y el Caribe. No obstante dichos
cuestionamientos teóricos, Saraiva Guerreiro sugirió la necesidad de defender
la concepción y la racionalidad del diálogo Norte-Sur, al reconocer que la
integración de la economía mundial generaba presiones que afectaban
positiva o negativamente el progreso de todos los actores del sistema
capitalista. Por tal razón, para el ministro, “La resolución de los grandes
problemas económicos internacionales es fundamental no solo para los países
en desarrollo, sino también para los desarrollados. La cooperación económica
internacional organizada en ese sentido no es acto de beneficencia, sino de
lucidez.” (GUERREIRO, 1981, p. 99).
¿Cómo deberían solucionarse las tensiones internacionales
provocadas por el proceso de re-bipolarización? En opinión de Saraiva
Guerreiro la re-bipolarización debería ser entendida como un
“acontecimiento de naturaleza transitoria”. Ponderó que “la confrontación no
conviene a la gran mayoría de las naciones, pero sobretodo porque el proceso
de diversificación de intereses ya avanzó tanto en el plano internacional que
no parece que el mecanismo simplificador representado por la confrontación
pueda subsistir, sin que las tendencias en el sentido de moderación y de
composición luego se reafirmen.” (GUERREIRO, 1981, p. 103. En
consecuencia la mejor manera de solucionar las tensiones mundiales
provocadas por la competencia y el conflicto Este-Oeste debería ser el
“perfeccionamiento de la buena convivencia” entre Estados soberanos
fundamentada en los principios básicos del Derecho Internacional –esto es, la
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igualdad soberana de los Estados, la no intervención en los asuntos internos
de otros Estados, la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica de
controversias, el no uso de la fuerza, el respeto a los tratados internacionales,
entre otros.
Simultáneamente cuatro tareas deberían ser realizadas para
retornar a las relaciones internacionales armónicas y pacíficas. Ellas eran:
detener la carrera armamentista –sobre todo de armas nucleares–, resolver las
verdaderas causas de los conflictos regionales a través de la diplomacia,
corregir las desigualdades económicas, políticas y sociales que afectan
negativamente el sistema internacional, y recrear una expectativa optimista
de la humanidad. (GUERREIRO, 1981, p. 105).
La cuarta conferencia se llevó a cabo el día 3 de septiembre de
1982 en un contexto económico y político extremadamente complejo. Para el
ministro se trataba de una “coyuntura internacional, cuya gravedad no es
igualada [desde] hace más de una generación.” (GUERREIRO, 1982, p. 67).
A los ya complejos problemas políticos provocados o agudizados por la re-
bipolarización, se sumó una grave crisis económica que afectó en diferente
grado a muchas economías del mundo, particularmente a las economías más
vulnerables o dependientes del Tercer Mundo. En América Latina y el Caribe
la situación también era dramática. En el ámbito político la crisis
sociopolítica en América Central y la derrota argentina en la breve pero
decisiva guerra de las Malvinas/Falkland provocaban sustanciales mutaciones
en el sistema interamericano. En el ámbito económico, el anuncio de la
moratoria mexicana –de agosto de 1982– condujo no solo la nefasta crisis de
la deuda externa sino también al inicio de –lo que más tarde se llamó– la
primera “década perdida” en el desarrollo económico y social del continente.
Como es natural, los asuntos económicos ocuparon la atención
del ministro en su exposición sobre la coyuntura internacional y de la política
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externa brasileña. En su opinión, la crisis económica internacional era
causada por la tendencia hacia la estagnación del ritmo de actividad de la
economía global, particularmente de las economías industrializadas de
Occidente. También se mencionó la recesión en Estados Unidos, el proceso
inflacionario mundial, y la variación en la tasa de interés de los créditos
internacionales. Según Saraiva Guerreiro, el Brasil continuaría apostando en
la cooperación internacional para lograr la igualdad o el equilibrio entre los
países del Norte y del Sur –a pesar de la crisis económica mundial. También
destacó que en la última década, el país había modificado significativamente
la estructura de sus exportaciones y el destino de las mismas, con destaque
para la preponderancia de las manufacturas y los nuevos mercados en los
países en desarrollo. (GUERREIRO, 1982, p. 72-74).
Al mismo tiempo, el ministro lamentó que la crisis haya
postergado o frustrado las decisiones tomadas en la reunión de Cancún sobre
el desarrollo, de noviembre de 1981. Asimismo, el canciller se manifestó en
contra de la aplicación de medidas ortodoxas propias del llamado
pensamiento neoliberal –devaluación de la moneda, restricciones al crédito,
eliminación de subsidios a la producción, liberación de precios, represión de
salarios, reducción del déficit público, y reducción de la inflación. De hecho
Saraiva Guerrero afirmó que “No concordamos, aún, con la tesis de que las
fuerzas de mercado, por si solas, serán capaces de promover la recuperación
económica, primeramente a nivel nacional y, en seguida y en consecuencia, a
nivel mundial.” (GUERREIRO, 1982, p. 74).
La oposición del Itamaraty a la implementación de políticas
económicas de cuño neoliberal inspiradas por los organismos financieros
internacionales sería una constante durante el resto de la década. En
contraste, las autoridades económicas y financieras del gobierno Figueiredo
tendieron a manifestar una posición más favorable a las reformas
económicas, particularmente en lo que se refiere al tratamiento de la crisis
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provocada por el masivo endeudamiento externo. La divergencia entre
autoridades diplomáticas y económicas respecto a la necesidad, a las
condiciones y a las posibilidades de aplicación de las políticas económicas y
sociales inspiradas en el consenso de Washington dio origen a un interesante
caso de disputa interburocrática que, en términos generales, terminó siendo
resuelta en favor de las visiones y propuestas de los segundos.
En el ámbito político, y más específicamente en relación con la
re-bipolarización en el contexto de la Segunda Guerra Fría, cuatro aspectos
de la cuarta conferencia merecen especial consideración. En primer lugar,
Saraiva Guerreiro identificó puntualmente algunos focos que –desde la
perspectiva brasileña– eran los responsables por la re-bipolarización de las
relaciones internacionales. Tales focos principales serían: “la corrida
armamentista, la persistencia de las desigualdades económicas, la
profundización de las crisis regionales y, además de esto [...] la fragilidad de
los mecanismos de encaminamiento, a nivel adecuado, de los diversos focos
de dificultades.”(GUERREIRO, 1982, p. 78).
El segundo aspecto a resaltar era la necesidad de buscar salidas
negociadas –y no de fuerza– a las crisis agudizadas por las superpotencias y
sus aliados en el Tercer Mundo. Para ello, sería necesario, un
“comportamiento responsable” de las superpotencias. Dicho
“comportamiento responsable” se debería caracterizar por:
la disposición a negociar, por la comprensión de los intereses ajenos y por una visión fuertemente dispuesta al diálogo. En suma, un comportamiento que se mida por la capacidad de responder también por los intereses mas generales de la humanidad, no a través de los objetivos de dominación y de condicionamiento del comportamiento ajeno, sino a través de la aceptación de que el buen orden parte de una comprensión adecuada de las necesidades diferenciadas de cada pueblo, de cada nación. (GUERREIRO, 1982, p. 78-79).
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En tercer lugar, el ministro reiteró la adhesión a los valores e
ideales de Occidente pero rechazando “predominancias y subordinaciones”
con relación a la potencia hegemónica. En términos operativos para Saraiva
Guerreiro era “necesario que todos los países occidentales se alineasen con
los valores occidentales permanentes, lo que excluye alineamientos con
comportamientos individuales que no siempre los expresan.” (GUERREIRO,
1982, p. 80). En otras palabras, se trataba de destacar que Brasil forma parte de
Occidente, pero no por ello debería acatar los designios de Washington u
otros centros hegemónicos de dicha comunidad imaginada de valores.
Adicionalmente, Brasil también rechazaba la exclusiva gestión del
patrimonio occidental común por Estados Unidos y países de Europa
Occidental. Ello supone la emergencia de una idea fragmentada de los
valores occidentales, en la que los brasileños participarían con la misma
legitimidad e intensidad que otros integrantes de esa comunidad imaginada.
Y, en cuarto lugar, a pesar de ser un país occidental, Brasil no
se alinearía con la cruzada anticomunista de Washington en el contexto de la
Segunda Guerra Fría. En ese sentido, la política externa brasileña se
caracterizó por una neutralidad activa. Esto es, una neutralidad que se
empeñase en evitar la transferencia de la lógica Este-Oeste hacia la América
Latina y el Caribe, en general, y hacia la América del Sur, en particular. Una
neutralidad que apoyase la salida negociada para los conflictos regionales,
principalmente para los imperantes en América Central y África Austral –
donde Brasil tenía importantes vínculos e intereses. Una neutralidad que
fortaleciese los mecanismos de diplomacia multilateral (ONU, OEA).
Complementariamente, el ministro reconoció que los medios e instrumentos
diplomáticos a disposición de los estrategas de la política externa brasileña
para participar activamente en un proceso decisorio tan concentrado en las
grandes potencias como el que caracterizaba a la Segunda Guerra Fría eran
bastante limitados y discretos.
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La quinta conferencia del canciller brasileño en la ESG fue
realizada el día 25 de mayo de 1983. (GUERREIRO, 1983, p. 75-87). Aquí
parece importante destacar que 1983 fue un año dramático en las relaciones
Este-Oeste. El año en cuestión comenzó con el anuncio de la Iniciativa de
Defensa Estratégica de Estados Unidos. Continuó con el derribo de un avión
de pasajeros surcoreano sobre el espacio aéreo soviético, la prolongada
agonía de Yuri Andropov, la invasión de Granada, los ejercicios militares de
la OTAN (Able Acher 83), la instalación de modernos y mortíferos mísiles
estadounidenses de alcance intermedio en varios países de Europa
Occidental, y finalizó con la ruptura de las negociaciones sobre control y
verificación de armas nucleares. Todo ello sin olvidar la guerra
propagandística y la retórica militarista que se impuso en Washington y
Moscú. En América Latina y el Caribe la crisis de la deuda externa debilitaba
severamente los aparatos productivos de los países, provocaba graves
consecuencias sociales y colocaba dudas sobre el futuro de los procesos de
transición al orden constitucional y a la gobernabilidad democrática que se
llevaba a cabo en varios países del continente, incluido el propio Brasil.
Sobre la base de esa compleja y dramática coyuntura
internacional, el ministro Saraiva Guerreiro analizó detalladamente los
aspectos económicos de la crisis y sus implicaciones para el Brasil. También
abordó algunos aspectos de la posición de Itamaraty en relación a la Segunda
Guerra Fría. Enfáticamente, el canciller destacó que “Hoy, la agenda
internacional está congestionada por tensiones y confrontaciones políticas en
casi todos los continentes, debidas a problemas de confrontación global entre
las Superpotencias, así como por cuestiones locales que acaban atrayendo
esos conflictos con obvio perjuicio para todos los pequeños actores envueltos
en esas cuestiones.” (GUERREIRO, 1983, p. 82).
Según el ministro, los conflictos globales y regionales en el
marco de la Segunda Guerra Fría serían agudizados por lo que él llamo como
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una serie de “vicios de raciocinio” de las elites dirigentes en Washington y
Moscú. Entre dichos “vicios de raciocinio” Guerreiro (1983, p. 78) destacó
los siguientes:
I. la creencia en el poder de las armas como respuesta exclusiva a desafíos políticos y fundamento único de la seguridad [...]; II. la creencia en el poder de la exaltación retórica como instrumento de intimidación y presión [...]; III. el predominio de los temas ideológicos [...]; IV. la creencia en soluciones de corto plazo, que tendrían la virtud mágica de perpetuarse automáticamente [..., y]; V. la creencia de que principios elementales de convivencia internacional son manipulables y que apoyos transnacionales, de tipo ideológico, político o militar, a grupos y segmentos dentro del Estado pueden ‘ayudar’ a encaminar cuestiones internacionales e implicar ganancias a quien produce el apoyo.
En su análisis sobre la naturaleza y consecuencias de dichos
“vicios de raciocinio”, el representante del Itamaraty no solo les cuestionó su
validez histórica sino que les atribuyó la parálisis y el renovado y mortífero
equilibrio del terror que dominaba el sistema internacional en aquellos
momentos. En concreto, dichos “vicios de raciocinio” serían los responsables
no solo de las tensiones entre las propias superpotencias, como también de
las guerras de baja intensidad en los numerosos teatros de operación en el
Tercer Mundo, especialmente en Asia Central, Oriente Medio, sudeste de
Asia, África Austral y América Central.
Según el canciller Saraiva Guerreiro la posición de Brasil
frente a la crisis política global debería mantener el cuestionamiento a la
lógica del conflicto Este-Oeste. Al mismo tiempo, sostuvo la necesidad de
continuar actuando con moderación, equilibrio, realismo y neutralismo.
Desafortunadamente los instrumentos de acción se reconocían como siendo
reducidos y se habrían limitado aún más por la crisis financiera que azotaba a
Brasil y a la mayoría de los países de América Latina y el Caribe.
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Vale agregar que para el canciller las importantes relaciones de
Brasil con los Estados Unidos no tenderían a “polarizaciones hegemónicas”.
Al contrario, según nuestro interlocutor la visita del presidente Reagan al
Brasil, en diciembre de 1982, abrigó expectativas de un paulatino
mejoramiento en las relaciones bilaterales ya que “los dos países se conocen
mejor, se entienden mejor, en la medida en que concordar y discordar deja de
ser un ejercicio traumático, con connotaciones exacerbadas.” (GUERREIRO,
1983, p. 86). Ello alejaría los temores de una posible satelización de la
política externa brasileña respecto a los designios imperiales de Washington
en un momento sumamente difícil en el proceso de desarrollo económico y
sociopolítico del Brasil.
La sexta y última conferencia del canciller Ramiro Saraiva
Guerreiro en la ESG ocurrió el día 31 de agosto de 1984. Vale tener presente
que en esos momentos Brasil experimentaba el proceso de retorno al orden
constitucional y a la gobernabilidad democrática. En aquellos momentos,
Tancredo Neves y Paulo Maluf eran los principales candidatos que
disputaban la posibilidad de convertirse en el primer presidente civil después
de 20 años de gobiernos militares. En el ámbito económico, lentamente el
aparato productivo lograba superarse de la peor recesión desde la crisis
económica mundial de 1929. Mientras tanto en el ámbito internacional, las
tensiones provocadas por la re-bipolarización continuaban siendo rasgos
centrales de la sociedad internacional. (SKIDMORE, 1988, p. 465-490).
La conferencia de 1984 es particularmente interesante ya que
Saraiva Guerreiro la utilizó como una evaluación general de la política
externa brasileña durante los años en los que fue canciller. De ese modo, su
discurso comenzó destacando el diálogo que el Itamaraty habría iniciado con
distintos actores de la sociedad civil particularmente con los medios de
comunicación, las universidades y el Congreso Nacional, entre otros.
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Para el canciller la característica más evidente de las relaciones
internacionales entre 1979 y 1984 fue “el notorio deterioro de la estructura
política y económica internacional.” (GUERREIRO, 1984, p. 78). En el
ámbito político el fenómeno básico fue el abandono de la distensión y el
inicio de la re-bipolarización de la convivencia internacional. Esto es, la
recuperación de la lógica del conflicto, de la competencia y de la lucha por el
poder dentro de la lógica Este-Oeste, a partir de diciembre de 1979.
Los síntomas de la re-bipolarización se expresarían en tres
ámbitos específicos. En primer lugar, por el conflicto global entre las
superpotencias, lo que incluye la imposición de la lógica de la competencia
entre sistemas sociales antagónicos, el encuadramiento o la satelización de
los aliados, la drástica reducción del margen de maniobra política que
algunos países en desarrollo habían disfrutado durante el decenio de 1970 y,
en general, la preponderancia del conflicto Este-Oeste sobre el diálogo Norte-
Sur. En segundo lugar, el canciller destacó la resistencia de los conflictos
regionales a la búsqueda de salidas negociadas por la vía diplomática. En su
opinión, se habría impuesto la visión del tablero de ajedrez y la lógica de
suma cero, según la cual los avances de un actor suponen –necesariamente–
el retroceso de su adversario. Y, en tercer lugar, la crisis de multilateralismo
provocada por la incapacidad de los organismos internacionales –
especialmente del sistema de Naciones Unidas– para solucionar
diplomáticamente los conflictos y las crisis regionales
Para concluir, el ministro destacó la positiva imagen del Brasil
en la comunidad internacional, el excelente nivel de las relaciones con los
países de América Latina y las alentadoras perspectivas diplomáticas a pesar
de las graves dificultades que el país había sufrido a partir del inicio de la
crisis de la deuda externa en 1982.
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En síntesis, parece evidente que existen regularidades y
perspectivas comunes entre las seis conferencias que estamos estudiando.
Una de esas regularidades es el persistente rechazo a la agudización de las
tensiones Este-Oeste, ya que dicha competencia podría permitir a las
superpotencias “la recuperación de modalidades de hegemonía y control”
sobre presuntas esferas de influencia hegemónica. A su vez, para las naciones
del Tercer Mundo los conflictos provocados o intensificados por tales
tensiones “representan la perdida de espacio de maniobra política.”
(GUERREIRO, 1984, p. 80). Otra regularidad es la necesidad de enfrentar la
crisis económica de manera integral, lo que incluiría mantener activo el
declinante diálogo Norte-Sur. También se puede observar un debate sobre la
naturaleza, al mismo tiempo, Occidental y tercer-mundista del Brasil, lo que
termina incidiendo en la reafirmación de los principios y propósitos de la
inserción internacional del país. Finalmente vale destacar que en todas las
conferencias se enuncia la oposición brasileña a la transferencia mecánica de
la lógica Este-Oeste a los conflictos regionales, bien como el apoyo del país a
la implementación de soluciones negociadas –y no de fuerza– para las
guerras de baja intensidad vigentes en varios teatros de operaciones situados
en el Tercer Mundo.
5. Respuestas brasileñas a los conflictos regionales: el caso de América Central
La transferencia de la lógica Este-Oeste hacia los conflictos
endógenos del Tercer Mundo fue una de las consecuencias más espurias de la
Segunda Guerra Fría. Si bien es cierto que la mayoría de los conflictos en
Oriente Medio, África Austral, Sudeste de Asia o América Central eran
preexistentes al proceso de re-bipolarización del decenio de 1980, no es
menos cierto que la intervención directa o indirecta de las superpotencias en
favor de uno u otro contendiente local provocó que tales disputas –que
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muchas veces habían surgido de presiones económicas o sociopolíticas
estrictamente locales– adquiriesen una inesperada dimensión global.
El caso del conflicto regional imperante en América Central
durante el decenio de 1980 es un ejemplo pertinente y revelador tanto en lo
que se refiere a sus raíces económicas y sociopolíticas internas con posterior
encuadre en la lógica Este-Oeste, como en lo que se refiere a las respuestas
brasileñas frente a tales crisis regionales. Resumidamente es importante
recordar que el conflicto regional imperante en el istmo centroamericano
durante el decenio de 1980 se caracterizó por la compleja articulación de
problemas y temáticas propias de la interdependencia Norte-Sur
(subdesarrollo, inequidad social, autoritarismo político) con la lógica bipolar
del conflicto Este-Oeste (contradicciones entre fuerzas políticas
conservadoras, democráticas y revolucionarias). (ROUQUIÉ, 1994, p. 50-
87).
¿Qué dicen las conferencias de Ramiro Saraiva Guerreiro en la
ESG con relación a la posición de la política externa brasileña frente a las
crisis regionales, particularmente sobre el caso de América Central?
Afortunadamente en todas las conferencias del canciller se presentan análisis
y referencias de la posición brasileña respecto a las diferentes problemáticas
regionales imperantes en el Tercer Mundo. En general, parece evidente que la
preocupación central del ministro no se orientaba hacia la posibilidad de que
el propio Brasil pudiese ser amenazado directamente por las luchas
revolucionarias vigentes en América Central –o en África Austral. El interés
fundamental de la diplomacia brasileña por los conflictos regionales
imperante en el Tercer Mundo se vincularía a las eventuales consecuencias
políticas del desmembramiento y polarización ideológica de los países del
Sur. En otras palabras, a partir de la lectura de los discursos de Saraiva
Guerreiro es posible inferir la preocupación del Itamaraty por el progresivo
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debilitamiento de la solidaridad y posiciones comunes de los países en
desarrollo –de los cuales el Brasil ha sido uno de los principales voceros.
En consecuencia, no sería exagerado advertir que el bloqueo
del diálogo Norte-Sur sería nocivo para el logro de los objetivos diplomáticos
del Brasil en el Tercer Mundo. Por esa y otras razones, es previsible la
afinidad positiva de la política externa brasileña con la solución negociada de
conflictos regionales, particularmente en América Central. Lamentablemente,
las condiciones y capacidades reales del Estado brasileño para proyectar
poder e influir efectivamente en los acontecimientos de ambas regiones eran,
en palabras del propio ministro, “penosamente pobres”.
Guerreiro (1984, p. 89) sugiere que las respuestas brasileñas frente a
las crisis regionales durante el primer lustro de los años ochenta se pautaron
por una matriz orientadora que incluía las siguientes características: i) presentamos posiciones de principios en la medida en que representaban claramente la mejor y más coherente afirmación del derecho internacional;
ii) defendimos las posiciones de principio porque se sustentaban, también, en bases políticas legítimas, retratadas, en regla, por el consenso de la comunidad internacional;
iii) las posiciones que defendimos, exactamente porque traducían aspiraciones legítimas, son las que prometen el mejor camino para [una] paz duradera en las diferentes regiones;
iv) tuvimos el cuidado de modular nuestras relaciones bilaterales de acuerdo con las posiciones de principio;
no tuvimos ningún gesto que, en cualquiera de la crisis regionales, representase [el] agravamiento de la situación.
En relación a las respuestas brasileñas frente a las
transformaciones sociopolíticas vigentes en América Central, los discursos
del canciller Ramiro Saraiva Guerreiro reflejan una constante preocupación y
consistencia entre medios y fines. La conferencia del día 13 de julio de 1979
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se caracterizó por un ambiente de gran tensión, generados por los dramáticos
acontecimientos que ocurrían en Nicaragua. Algunos días antes, el 23 de
junio, la XVII Reunión de Consulta de la OEA había alcanzado un sólido
consenso interamericano en relación a la urgencia de sustituir el autoritario
régimen somocista por un gobierno democrático. Poco después, el día 25 de
junio, el gobierno brasileño decidió romper relaciones diplomáticas con el
agonizante régimen nicaragüense argumentando que se había constatado que
“el Gobierno Somoza [había] perdido el control político del país, y su
permanencia en el poder pasaba a depender exclusivamente del uso de la
fuerza en gran escala.” (GUERREIRO, 1979, p. 29).
La violencia sistemática, la negativa del dictador a abandonar
el poder y las denuncias de la opinión pública mundial y regional fueron
factores importantes en la determinación del voto brasileño favorable a la
resolución de la OEA sobre Nicaragua. Una vez que el régimen imperante en
Managua había sido colocado en situación de ilegitimidad, la ruptura de
relaciones diplomáticas era inminente ya que, según el ministro, “juzgó el
Gobierno brasileño necesario adoptar [una] actitud que indicase claramente
su apoyo a la misma y que pudiese facilitar su implementación. De ahí, la
decisión de suspender relaciones diplomáticas con el Gobierno Somoza y la
consecuente retirada del Embajador brasileño en Managua”.6 Algunos días
después, y teniendo como cierta la victoria de los guerrilleros del Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), era necesario visualizar hacia el
6 Adicionalmente, Saraiva Guerreiro afirmó que, al carecer de influencia propia sobre
el régimen somocista, “la Embajada no sería eficaz para gestiones políticas propias de la situación.” Además, “la tarea de protección a brasileños se había agotado”. La interrupción de las relaciones diplomáticas Brasil-Nicaragua fue relativamente breve (de 25 de junio a 30 de julio de 1979). A fines de julio ya había sido nombrado el señor Luiz Fernando do Couto Nazareth como nuevo representante diplomático del Brasil en Nicaragua. Durante el período de interrupción de los vínculos diplomáticos los bienes de la Embajada brasileña en Managua fueron puestos bajo la custodia de los representantes diplomáticos del gobierno italiano.
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futuro de las relaciones Brasil-Nicaragua. En ese sentido, el canciller
Guerreiro (1979, p. 30) afirmó que:
Con esa actitud [se refiere a la ruptura de relaciones diplomáticas con el Gobierno Somoza], el Gobierno brasileño, además de imprimir las consecuencias políticas de la resolución, adquirió plena libertad para contribuir, en la medida en que haya interés y posibilidad, en los esfuerzos que vienen siendo desarrollados por diferentes cancillerías latinoamericanas. El objetivo de esos esfuerzos es permitir que Nicaragua pueda reconstruirse de la tragedia con la instauración de un Gobierno que represente amplio consenso nacional y que incorpore a las fuerzas democráticas y representativas de su sufrido pueblo. Desde ya, el Brasil se dispone a prestar los auxilios de orden humanitario que estén a su alcance para que sean atenuadas las dramáticas consecuencias de la guerra civil que aún estremece nuestro vecino centroamericano.
En la conferencia de 1980, el ministro destacó que la región era
uno de los contextos más conflictivos del planeta. Tal situación fue atribuida
a “las dificultades de transformación política en el Caribe y América Central,
donde, por infelicidad, la violencia parece estar inexorablemente ligada a los
procesos de superación de la estagnación política y económica.”
(GUERREIRO, 1980, p. 43).
En la conferencia de 1982, las dos preocupaciones centrales de
la diplomacia brasileña en lo que respecta a la América Latina y el Caribe
fueron, justamente, la crisis en América Central y las consecuencias de la
guerra de las Malvinas.7 Según el ministro:
7 La relación entre la crisis en América Central y la guerra de las Malvinas/Falkland
(1982) es mucho más intensa de lo que normalmente podría suponerse. Existe un consenso ampliamente generalizado que apunta a explicar la desastrosa aventura militar argentina en las Malvinas como una consecuencia de la errónea creencia sobre el carácter, la naturaleza y la amplitud de la alianza anticomunista vigente entre el gobierno del general Leopoldo Galtieri (1981-1982) con la administración Reagan. En términos operativos, los militares argentinos habrían concluido que el aporte anticomunista que estaban ofreciendo en América Central serviría para
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En relación a la crisis centro-americana, evitamos, dentro de la tradición diplomática de Brasil, interferir en los asuntos internos de los Estados en cuestión. En más de una ocasión, reiteramos nuestro apelo en favor de soluciones locales nacionales, libres de interferencias externas. Dejamos, aun, bien clara nuestra posición sobre el carácter estructural y sistémico de esa crisis, que exige medidas de apoyo, de naturaleza socioeconómica, por parte de la comunidad internacional. (GUERREIRO, 1982, p. 76.
Nótese que a diferencia de la postura e interpretación
neoglobalista de la administración Reagan, la lectura brasileña de la crisis en
América Central se mantuvo bajo la perspectiva del diálogo Norte-Sur, cuyos
características centrales son la preocupación por el subdesarrollo estructural,
el agotamiento de los tradicionales sistemas de poder sociopolítico y
económico, y las interferencias externas. Parece evidente que para los
funcionarios del Itamaraty serían los problemas del subdesarrollo –y no el
expansionismo soviético– la causa fundamental de los problemas en la
región. Consecuentemente, las políticas más adecuadas para solucionar el
conflicto deberían ser de naturaleza socioeconómica.
En la conferencia de 1983 el conflicto regional imperante en la
América Central es citado en dos momentos. Primero como ejemplo de la
agudización de una crisis regional provocada por los “vicios de raciocinio” de
las superpotencias. Y luego para explicar la posición brasileña frente a la
misma. En relación a lo primero, Guerreiro (1973, p. 79) advirtió que:
lograr el apoyo o al menos la tolerancia de Washington respecto a un objetivo mucho más amplio y deseado no solo por los jerarcas militares bonaerenses sino por toda la nación argentina, como lo era la recuperación de las islas Malvinas en poder de los británicos desde 1833. La campaña de las Malvinas fue breve y decisiva. En abril los militares argentinos desembarcaron en las islas, la acción fue denunciada por el gobierno de Margaret Thatcher, dando inicio a intensas negociaciones internacionales que no dieron resultados favorables. El 30 de abril Washington decidió otorgar su tradicional apoyo diplomático, político y militar a Londres. En mayo iniciaron los combates y el 14 de junio las fuerzas argentinas se rindieron. Detalles en Armony, Argentina, 1999, p. 121-175.
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La cuestión centroamericana, por ejemplo, que es compleja, envuelve dinámicas internacionales típicas, como cuestiones de fronteras e intervención [extra-regional], y dinámicas nacionales, como la que tiene que ver con el cuestionamiento a regímenes y Gobiernos. En la práctica, ella no camina en el sentido de soluciones satisfactorias. Las dinámicas nacionales y la internacional sometidas a las intransigencias y a las ecuaciones de fuerza, interactúan negativamente e imponen obstáculos serios al control de la crisis. Aumenta la militarización y, en consecuencia, la influencia externa. Estas estimulan, por su vez, el agravamiento de la crisis, y cada vez se queda más lejos de las condiciones mínimas para la atenuación de los problemas subregionales; cada vez estamos más próximos de la transformación de América Central en el estopín de una crisis mayor. No quiero apuntar culpados o responsables. Existen raíces profundas para explicar lo que está aconteciendo; existe la cuestión de las formas insidiosas de presencia externa. No pasamos juzgamientos, pero existe, y es importante reconocerlo, la ceguera y la simplificación ideológica de los liderazgos de las pequeñas naciones.
En su análisis, el ministro planteó que la compleja articulación
entre variables nacionales y regionales sería agudizada aún más con la
militarización y la influencia de actores extra-regionales –Estados Unidos,
Cuba, Unión Soviética. Por otro lado, la intransigencia y la polarización de
las posiciones y liderazgos estarían llevando la región a una situación
extremadamente crítica y con consecuencias imprevisibles para el sistema
internacional. En ese delicado contexto, el canciller brasileño destacó que:
En lo tocante a la crisis centroamericana, hemos apuntado la naturaleza estructural y sistémica de los problemas que afligen los países de aquella región, cuyo orientación requiere un conjunto de medidas de carácter socio-económico, inclusive en el plano de la asistencia externa. En el plano político-diplomático hemos apoyado los esfuerzos locales en el sentido de una solución pacífica para la crisis, libre de interferencias externas. Por eso, dimos nuestro apoyo explícito a las iniciativas del Grupo de Contadora –Colombia, México, Panamá y Venezuela–, el cual, en líneas generales, defiende la posibilidad de enfrentar, de forma positiva, los conflictos que existen en el área,
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a través de fórmulas de solución pacífica y un auténtico espíritu de negociación, y afirma que la responsabilidad de buscar acuerdos que garanticen la paz y la estabilidad regionales corresponde primordialmente a los propios países centro-americanos. (GUERREIRO, 1983, p. 84).
El mensaje de Saraiva Guerreiro es relativamente claro al
reiterar que la crisis regional en América Central tenía su origen en el
inadecuado proceso de desarrollo económico y sociopolítico –de ahí su
naturaleza estructural y sistémica. Las propuestas brasileñas planteaban la
necesidad de que se pasase de la confrontación al diálogo y a la moderación.
Brasilia también consideraba necesario favorecer la acción convergente de
cooperación socioeconómica internacional junto con la acción diplomática.
Sobre lo último vale destacar el apoyo brasileño a la novedosa acción
político-diplomática del Grupo de Contadora.
Creado a comienzos de 1983, el Grupo de Contadora nació con
el propósito de explorar alternativas para una solución pacífica de la crisis en
América Central. Inmediatamente obtuvo gran legitimidad y respaldo
diplomático mundial. Nótese que el gobierno brasileño fue el segundo en el
mundo en manifestar su apoyo a la capacidad negociadora del esfuerzo
colectivo de Colombia, México, Panamá y Venezuela. Y, en 1985, el Brasil
pasó a formar parte del Grupo de Apoyo a Contadora –junto con Argentina,
Perú y Uruguay.
Esta opción estratégica de la política externa brasileña hacia
América Central fue reiterada en la última conferencia del canciller Guerreiro
(1984, p. 99) en la ESG. Efectivamente, en agosto de 1984, el ministro
manifestó que:
Con relación a la América Central, la política brasileña a largo de los últimos cinco años estuvo siempre demarcada por la directriz central de buscar una solución negociada para los problemas regionales.
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En la evaluación brasileña, la crisis regional tiene raíces estructurales, inscritas en el proceso de evolución política y económica de América Central, y su superación estaría condicionada a la adopción de medidas destinadas a promover el desarrollo económico, la justicia social y el pluralismo político en la región. De otro lado, es fundamental que sean retiradas todas las formas de interferencia externa en el tratamiento de las cuestiones regionales. La interferencia externa agrava las dificultades locales, estimula soluciones de fuerza y la transferencia de tensiones globales bloquea la acción de la diplomacia.
La presencia de esos intereses externos indica claramente que, para la superación de la crisis regional, las soluciones propuestas por los países de Contadora, apoyados por los [otros Estados] latinoamericanos, son las más adecuadas y razonables. Vemos en el esfuerzo de los países del grupo de Contadora el cuadro de una evolución negociada, pacífica, que no ponga en riesgo la seguridad regional.
La lucidez del párrafo anterior no necesita mayores
comentarios. Excepto concluir el presente análisis advirtiendo que la posición
brasileña frente a otras crisis regionales reflejaron –mas o menos– las mismas
reflexiones, planteamientos y propuestas que en el caso centroamericano.
Paralelamente, parece evidente que para la diplomacia
brasileña era urgente reactivar el diálogo Norte-Sur. Tanto por los graves
peligros que la re-bipolarización suponían para la paz y estabilidad mundial,
como porque, según el propio canciller Saraiva Guerreiro, “Las
reivindicaciones de los países en desarrollo con vistas a promover cambios en
el sistema económico internacional no encuentran maneras de materializarse
en los foros multilaterales de las Naciones Unidas.” (GUERREIRO, 1984, p.
83).
Dicho de otra manera, a pesar de no conseguir la satelización
del Brasil a los designios imperiales de una u otra superpotencia, era evidente
que la re-bipolarización era nociva para los esfuerzos encaminados a
promover relaciones internacionales más equilibradas y justas entre todos los
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países y al interior de cada uno de ellos –especialmente de aquellos con
menor desarrollo relativo. Por esa razón el canciller concluyó que la re-
bipolarización y los conflictos regionales en el Tercer Mundo eran nocivos
para el Brasil.
6. Consideraciones finales En términos generales, las conferencias del Ministro de
Relaciones Exteriores del Brasil reflejan no solo las mutaciones de la agenda
internacional y la progresiva predominancia del conflicto Este-Oeste sobre el
declinante diálogo Norte-Sur, como también la gran preocupación de la
diplomacia del país por la llamada re-bipolarización del sistema internacional
y la transferencia de la competencia bipolar hacia las diferentes regiones del
Tercer Mundo. Vale notar que la noción de re-bipolarización utilizada por la
elite diplomática brasileña es claramente convergente con la propuesta
general de Fred Halliday en lo que respecta al origen y evolución de la
Segunda Guerra Fría. También es posible constatar que las preocupaciones de
los funcionarios de Itamaraty no se planteaban tanto la posibilidad de una
acción hostil por parte de las potencias en conflicto contra el propio Brasil.
Pero si es posible percibir la conciencia de que la transferencia de la lógica
Este-Oeste hacia los conflictos en el Tercer Mundo agudizaba las crisis
regionales, lo que a su vez limitaba severamente la efectiva solidaridad y
cooperación entre los países del Sur. En éste sentido, la re-bipolarización era
nociva para los intereses del Brasil.
Otra de las preocupaciones centrales del canciller tenía relación
con la capacidad y posibilidad de mantener o incrementar el margen de
autonomía política que el Brasil había adquirido durante el período de la
distensión. Este no es un tema menor, puesto que en el marco general del
proceso de re-bipolarización las potencias hegemónicas tendieron a aplicar un
riguroso encuadramiento o satelización de sus respectivos aliados y clientes.
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En términos operativos ello implicaba la posibilidad de un sostenido
incremento en las presiones de Washington para obtener una postura
brasileña más favorable a las visiones y políticas de la administración Reagan
en su cruzada contra el así llamado expansionismo soviético.
A pesar de las presiones de Washington y de la dependencia y
vulnerabilidad del gobierno Figueiredo frente a las exigencias neoliberales de
los principales organismos financieros internacionales, la política externa
brasileña no se disciplinó o alineó automáticamente frente a los designios de
la administración Reagan.
Al contrario, la diplomacia brasileña cuestionó la conducta y la
espuria racionalidad intrínseca de las políticas de las superpotencias. En el
caso de las crisis regionales se demostró interés por promover soluciones
negociadas y acordes con los principios del derecho internacional. En el caso
particular del conflicto imperante en América Central, Brasilia
consistentemente argumentó que sus raíces eran socioeconómicas –y no
político-ideológicas como se reclamaba desde los sectores más conservadores
de Washington. Esto último se confirmó con la incorporación activa del
Brasil a los procesos negociadores de Contadora y de Esquipulas.
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