Fundadores • Jesús Álvarez del Castillo V. • Jorge Álvarez del Castillo Z. • Editor-Director • Carlos Álvarez del Castillo G. Supervisor: Aimeé Muñiz / [email protected] Sábado 15 de octubre de 2011 PÁGINA ?-? Aunque la plaza del Expiatorio per- dió hace varios años su jardín, se con- serva como un espacio de folclor, con antojitos para saborear de día y de no- che, una amplia explanada para correr y hasta andar en bici y múltiples bancas para ver la vida pasar siempre y cuando no llueva. 19:00 horas La lluvia comienza, cae apacible pe- ro continua, ya ha tomado ritmo. Sopla un aire fresco, amable, los árboles reci- ben el conjunto gustosos, parecen con- tentos, además no comparten la plaza con nadie, prácticamente están solos. Los comerciantes y peatones que en ese momento transitaban el área, se resguardan dónde pueden. La paletería está abarrotada y no precisamente de clientes, afuera y a un costado está un carrito de hot-dogs, sus dueños se pre- vinieron y alcanzaron a instalar una lo- na gris sobre su vendimia, la sujetaron en árboles y una cabina de teléfono, así que la lluvia no les molesta; la falta de clientes probablemente sí. A unos seis metros, las mujeres que asan y cuecen elotes para vender bata- llan para proteger su mercancía y man- tenerse secas ellas también, la estructu- ra armada con tubos de metal y con una lona azul sobre ellas parece no ser sufi- ciente para cubrirlas… el viento mece el toldo, mientras ellas esperan que la llu- via termine pronto. En esos techos provisionales se re- fugian los comerciantes y algunos pa- seantes, el vapor de las ollas se escapa y se disuelve rápidamente en las ráfagas de aire. La plaza está vacía. Pero al áni- mo no decae, se escucha el agua golpear el suelo, el cielo crujir y una canción de Britney Spears en versión remix, corte- sía del puesto de “dogos”. Salen del templo dos mujeres cu- briéndose con grandes arreglos de ro- sas blancas, probablemente de alguna boda que los llevó ahí quizá el pasado fin de semana, pasan entre ambos pues- tos bajo la lluvia. “¡Bravo! ¡Viva la novia!” gritan, aplauden y chiflan los comerciantes mi- rando a las mujeres que caminan sor- teando los charcos y se alejan, una ha- ciendo gestos y la otra riendo por el chascarrillo colectivo. Sale una más “ahí va otra novia, ¡bravo!”, le aplauden a la desorientada chica que seguro no esperaba tal reacción de los desconoci- dos, sigue su paso. 19:15 horas Suenan sutilmente un par de cam- panas del templo, que en ese momento derrama chorros de agua desde sus de- sagües en el techo. El viento sopla vio- lento, las lonas se quieren desprender. En el puesto de elotes un joven sujeta su protección vacilante mientras otra chi- ca tira el agua que se acumuló en ésta para sujetarla mejor. Cruje el cielo gris, el agua cae en forma de líneas diagonales; el viento se torna feroz. Nadie transita por la plaza, sólo vehículos alrededor de ella. Los co- merciantes esperan sentados escu- chando pop, ahora suena Adele, tam- bién en versión remix. La lluvia comienza a agotarse, aun- que el viento sigue complicando su estan- cia a los eloteros, ahora se lleva la tapa de plástico con la que cubren la olla: “¡Có- rrele Ariel!”, ordena la mujer al niño. Poco a poco reinicia el tránsito pea- tonal, la gente comienza a aparecer, ya se ven algunos cruzando la plaza aun con una sutil cortina de lluvia que no cesa. Ahora salen de misa, o quizá sólo del refugio que les proporcionó el tem- plo, cualquiera que haya sido el moti- vo son pocos los que se incorporan al tránsito peatonal. Todavía no se sacia el cielo, así que los transeúntes tienen que protegerse y para ello hace uso de su creatividad… 19:30 horas Un hombre joven, moreno, no muy alto pasa frente al templo envuelto de pies a cabeza con una enorme bolsa negra su- jeta a su cuerpo gracias a trozos de cinta canela. Se acerca uno más en bicicleta cu- briéndose con un plástico traslúcido des- de el asiento a la cabeza. La lluvia cesa al fin, sólo se siente una sutil brisa. Los comerciantes arre- glan sus puestos, sus techos y barren el agua para recibir a los que siguen en el templo, ya casi termina la misa. Se acer- can más ambulantes, otro puesto de elo- tes hace competencia y una chica en silla de ruedas exhibe sus alhajas en una ban- ca, se alistan para la jornada nocturna. Una joven no se quiso arriesgar- se a mojar su calzado, o a enfermarse por el agua, camina con precaución por la plaza luciendo un audaz estilo en sus zapatos envueltos en bolsas ne- gras de plástico. La plaza comienza a tomar color otra vez; aunque ya oscurece el comer- cio se reactiva, la gente comienza a apa- recer, los novios ríen, los policías vigi- lan, los ancianos caminan, unos buscan rumbo, refugio… otros sólo van de pa- so, no se detienen. 19:45 horas Un hombre toma un carrito del sú- per que tenía ya un rato allí, “hasta ma- ñana” dice a la mujer de los elotes. “Has- ta mañana, señor”, se despide ella, mientras él se aleja y se pierde en la os- curidad de la calle, quizá esperando que mañana sea un día mejor. EL INFORMADOR • M. FREYRÍA Historias Crónicas paralelas Múltiples formas de ver, sentir y vivir la misma tarde en dos paisajes de la ciudad Un día cualquiera, Escorza y Madero • Aunque las tiendas y restaurantes son el gran atractivo de Plaza Andares, así como la momentánea sensación de estar en una ciudad de primer mundo, hay quienes encuentran en este sitio la sorpresa con elementos menos costosos y más simples. En los límites de Guadalajara y Za- popan está Plaza Andares, con un dise- ño arquitectónico vanguardista que le permite ser comparada con uno de esos “malls” de un país de primer mundo, donde los pantalones cuestan desde 500 hasta cinco mil pesos, los helados llegan a tener un precio de 52 pesos y los cafés alcanzan los 65 pesos. 19:00 horas Son las siete de la tarde y un des- file de modas canino acaba de con- cluir. La gente despeja el área donde se llevó a cabo. Caminan por los pasi- llos de Andares, ven la ropa deporti- va, zapatos, ropa interior, bolsos, len- tes oscuros, entre otros artículos que se exhiben en los aparadores y esca- parates de las tiendas. Las ramas de los árboles comien- zan a moverse porque el viento cada vez sopla más fuerte. Una mujer vestida de negro se frota los brazos para calentar- los un poco, voltea a ver el cielo que ha perdido su color azul. A lo lejos se escu- cha a una chica gritarle a sus amigos: “¡Ya vámonos, va a llover!” Del otro lado tres mujeres juegan con cinco niños sobre un tapete de co- lores, todos sentados en el piso. Al centro de la plaza hay una fuente de donde sale un chorro de agua que al- canza una altura de casi dos metros y otros chorritos de unos 50 centíme- tros que rodean al mayor. Un niño de aproximadamente un año y medio se acerca a la fuente y trata de tocar el agua. La gente voltea a verlo. Su ma- dre lo sube a la carriola, el pequeño re- chaza el acto y se baja corriendo ha- cia la fuente otra vez, para tocar el agua que brota del suelo. En pocos minutos el niño se vuelve el centro de la atención. La gente que pasa por el lugar detiene su andar para sacar su teléfono móvil y tomarle foto- grafías. El chico de cabello rubio y tez blanca con un tono rosado, trata de ta- par los chorritos con los guaraches que trae puestos, se inclina para “agarrar” el agua, antes de que ésta se vuelva a meter al suelo. Cuando vuelve a brotar del piso agacha su cabeza, abre la boca e intenta tomar un poco. Parece no im- portarle tener la ropa mojada al igual que la cara y el cabello, él continúa di- virtiéndose en el agua. 19:15 horas Después de 15 minutos la gente que estaba en el desfile de moda cani- na sigue pasando con sus perros. La mayoría de las personas camina con una mirada fresca, no se lucen cansa- dos como los rostros de otros indivi- duos que se pueden ver en diversos puntos de la ciudad a la misma hora, cuando un gran sector de la población regresa a sus casas luego de terminar un día de trabajo. A esa hora también hombres y mujeres, jóvenes y adultos salen de las tiendas cargando bolsas grabadas con el nombre del comercio o de las marcas de los artículos que aca- ban de adquirir. Un grupo de chavos vestidos al estilo hipster, aprovechan las ofertas que hay en una conocida tienda de ropa de origen español. 19:30 horas El reloj marca las siete y media de la tarde… una tarde que comienza a convertirse en noche. La gente pasea por la plaza con helados, cafés y frapuc- cinos en mano. La gente revisa sus no- tas al salir de las tiendas. Las mujeres lucen collares, pulseras, anillos, relo- jes. Visten pantalón, vestido, zapatos de tacón, huaraches y zapatos de piso. En uno de los extremos de la plaza, al centro, hay mesas con 48 sillas, pero sólo 14 personas las ocupan. En una de ellas una señora sorbe, toma café, cie- rra sus ojos y sopla, quizá no calculó lo caliente del líquido. Su compañera, quien viste un chal de color lila que cu- bre su pecho y parte de su cuello, toma con el tenedor un pedazo de pastel. La otra mujer toma entre sus dedos un ci- garro muy delgado para darle a su café la perfecta compañía… al menos para aquellos que disfrutan del tabaco. 19:45 horas Las luces de los pasillos comienzan a encenderse, en tanto que la mayoría de los locales del centro comercial ya han llenado de luz sus interiores. La música de las tiendas se escucha en los pasillos y se mezcla con las voces y gri- tos de niños y adultos. El viento ha dejado regados en el suelo de los pasillos, los pétalos de las flores que adornan los jardines artifi- ciales de la plaza, en los que se pue- den observar plantas en distintas to- nalidades de verde, con cascadas que salen de piedras negras y cuadradas, y con estanques donde habitan peces de color naranja. Tres minutos antes de las 20:00 ho- ras, ya casi sin la luz del Sol en el am- biente, suena un trueno en el cielo y se ve un relámpago. Los niños gritan al es- cucharlo: “¡Aaahhh!”. Las gotas que empezaron a caer del cielo se intensifi- can. Los pequeños, de la mano de sus padres (algunos), salen corriendo del área de juegos infantiles de la plaza. A una de las madres se le atora su zapato que tiene un pequeño tacón. Se detiene a ponérselo a un costado de un letreo que está sobre el piso con una leyenda que dice: “Prohibido entrar con taco- nes”. Tal vez no lo vio. De repente se escuchan más true- nos. La lluvia empieza a hacer charcos en la parte central de la plaza. Algunos aceleran el paso para bajar por las es- caleras eléctricas al estacionamiento, mientras otros se refugian en la parte techada y aprovechan para fumar un ci- garro mientras pasa la lluvia. La lluvia ha llegado, la fiesta –pare- ce– que ya se terminó. El mismo día, Avenida Patria EL INFORMADOR • F. RAMÍREZ • En el día es un espacio de descanso, un paraje o un mirador con vista al mítico templo Expiatorio; por la noche es escenario de un sinfín de espectáculos, tan culturales como sencillos. No es lo mismo una plaza que otra en esta ciudad de Guadalajara y su zona conurbada. Las historias que se ciñen en estos sitios a veces ni siquiera se rozan, aunque a veces sean las mismas razones las que lleven a sus ocupantes pasajeros a esos lugares. Aquí, una muestra con dos caras: Expiatorio y Andares.