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Romance silencioso Lauri es una joven y competente maestra de chicos sordos. Su pasado oculta una herida sin cicatrizar, su presente es una fachada, y ella usa su carrera para paliar su soledad. Drake, superestrella de un popular teleteatro, tiene dos secretos: una esposa muerta que no logra olvidar y la hija de ambos, Jennifer con una discapacidad auditiva. Tres seres cuyos destinos se entrelazan. La felicidad está al alcance de su mano, pero deberán encontrar una voz para expresar los deseos de su corazón. Capitulo 1 —¿Crees que tu marido está enterado de lo nuestro, querida? —El hombre rozó la frente de la mujer con los labios mientras la abrazaba casi con desesperación. —Aunque lo sepa, no me importa —declaró ella—. Estoy cansada de tanto ocultamiento. Quiero proclamar nuestro amor ante todos. —Oh, mi amor, mi amor. —El hombre bajó la cabeza y su nariz chocó con la de la mujer, de manera nada romántica. —¡Corten! Lauri Parrish pegó un salto cuando esa orden exasperada tronó del altoparlante con una voz que resonaba como la de Dios en el Sinaí. —¿Qué demonios pasa hoy? ¿Ustedes dos no pueden hacer las cosas bien? Hace una hora y media que estamos varados en esta escena. —Un breve silencio flotó en el aire mientras los actores y los miembros del equipo técnico se movían con incomodidad. —Voy a bajar. Lauri observó, fascinada, cómo la actriz se dirigía a su compañero de escena y le decía, con ferocidad: —Yo debía inclinarme hacia la Cámara Uno, Drake. No tú. —Entonces más vale que aprendas a contar, Lois. Esa era la Cámara Tres. Además ¿no te da miedo que la Cámara Uno detecte las cicatrices de tu lifting? —Hijo de puta —le gritó la actriz mientras se abría paso por entre los camarógrafos que la miraban, divertidos, y taconeaba por el piso de concreto del estudio de televisión hacia los camarines.
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Romance silencioso

Feb 07, 2023

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Andres Leiva
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Page 1: Romance silencioso

Romance silencioso Lauri es una joven y competente maestra de chicos sordos. Su pasado oculta

una herida sin cicatrizar, su presente es una fachada, y ella usa su carrera para paliar su soledad.

Drake, superestrella de un popular teleteatro, tiene dos secretos: una esposa muerta que no logra olvidar y la hija de ambos, Jennifer con una discapacidad auditiva.

Tres seres cuyos destinos se entrelazan. La felicidad está al alcance de su mano, pero deberán encontrar una voz para

expresar los deseos de su corazón. Capitulo 1 —¿Crees que tu marido está enterado de lo nuestro, querida? —El hombre rozó

la frente de la mujer con los labios mientras la abrazaba casi con desesperación. —Aunque lo sepa, no me importa —declaró ella—. Estoy cansada de tanto

ocultamiento. Quiero proclamar nuestro amor ante todos. —Oh, mi amor, mi amor. —El hombre bajó la cabeza y su nariz chocó con la de la

mujer, de manera nada romántica. —¡Corten! Lauri Parrish pegó un salto cuando esa orden exasperada tronó del altoparlante

con una voz que resonaba como la de Dios en el Sinaí. —¿Qué demonios pasa hoy? ¿Ustedes dos no pueden hacer las cosas bien? Hace

una hora y media que estamos varados en esta escena. —Un breve silencio flotó en el aire mientras los actores y los miembros del equipo técnico se movían con incomodidad. —Voy a bajar.

Lauri observó, fascinada, cómo la actriz se dirigía a su compañero de escena y le decía, con ferocidad:

—Yo debía inclinarme hacia la Cámara Uno, Drake. No tú. —Entonces más vale que aprendas a contar, Lois. Esa era la Cámara Tres.

Además ¿no te da miedo que la Cámara Uno detecte las cicatrices de tu lifting? —Hijo de puta —le gritó la actriz mientras se abría paso por entre los

camarógrafos que la miraban, divertidos, y taconeaba por el piso de concreto del estudio de televisión hacia los camarines.

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Todo el episodio intrigó a Lauri Parrish, quien sorpresivamente se había encontrado en pleno decorado de La respuesta del corazón, un exitoso teleteatro diurno. Ella nunca miraba televisión durante el día, porque trabajaba, pero en los Estados Unidos no había nadie que no supiera de la existencia de ese programa en particular. Muchas empleadas planeaban sus descansos para almorzar a fin de no perderse las proezas sexuales del doctor Glen Hambrick.

Algunos días antes, la doctora Martha Norwood, fundadora del Instituto Norwood para Sordos donde enseñaba Lauri, se había acercado a ella con un ofre-cimiento.

—Tenemos aquí una alumna, Jennifer Rivington, cuyo padre está pensando en sacarla del instituto.

—Sé muy bien quién es Jennifer —dijo Lauri—. Su discapacidad es parcial, pero su incomunicación es total.

—Por ese motivo, su padre está muy preocupado. —¿Sólo su padre? ¿Y su madre? La doctora Norwood vaciló un momento antes de decir: —Su madre falleció. Y su padre tiene un trabajo muy poco común. Por eso se vio

obligado a internar a Jennifer en nuestro instituto desde que era chiquita. Pero la pequeña no se ha adaptado bien. Ahora él quiere contratar a una maestra particular para que esté con ella en su casa. Y pensé que tal vez te interesaría, Lauri.

Laura frunció el entrecejo. —Bueno, no sé. ¿No podría ser más específica? La dama de pelo entrecano con inteligentes ojos azules observó con atención a su

maestra más competente y dedicada. —Todavía no. Pero sí te diré que el señor Rivington quiere que la maestra

particular de Jennifer se la lleve a vivir a Nuevo México. Él posee una casa en un pequeño pueblo de montaña. —La doctora Norwood sonrió. —Sé que te gustaría irte de Nueva York. Y, por cierto, tienes las condiciones necesarias para ese trabajo.

Lauri se echó a reír en voz baja. —Después de haber pasado la infancia en Nebraska, Nueva York me resulta un

poco sofocante y abarrotado de gente. He estado aquí ocho años y sigo extrañando los espacios abiertos y amplios. —Se echó hacia atrás un rizo color cobre. —Me da la impresión de que el señor Rivington está eludiendo la responsabilidad de criar a su propia hija. ¿Acaso es uno de esos padres a los que les molesta que su hija sea sorda?

La doctora Norwood observó sus manos cuidadosamente arregladas, que tenía entrelazadas sobre el escritorio.

—No te apresures tanto a juzgarlo, Lauri —la regañó con suavidad. A veces, su protegida reaccionaba con demasiada rapidez. Si Lauri Parrish tenia un defecto, era apresurarse en sacar conclusiones. —Como te dije, las circunstancias no son nada usuales.

Se puso de pie con brusquedad, como para indicar que la reunión había llegado a su fin.

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—No tienes que decidirlo hoy, Lauri. Quiero que observes bien a Jennifer en los próximos días. Pasa algún tiempo con ella. Después, cuando sea conveniente, creo que tú y el señor Rivington deberían reunirse y conversar un poco.

—Cooperaré en todo lo que este a mi alcance, doctora Norwood. Cuando Lauri llegó a la puerta de vidrio esmerilado, la doctora Norwood la

detuvo. —Lauri, por si te lo estás preguntando, el dinero no será ningún problema. Lauri respondió con total sinceridad: —Doctora Norwood, si yo aceptara un empleo de maestra particular, sería

porque estoy convencida de que es lo que la pequeña necesita. —Eso pensé —replicó la doctora Norwood con una sonrisa. Esa mañana, la doctora Norwood le entregó un trozo de papel con una dirección

escrita y le dijo: —Debes ir a esta dirección hoy, a las tres de la tarde. Pide ver al señor D. L.

Rivington. Te estará esperando. Lauri se sorprendió muchísimo cuando el taxi se detuvo en la dirección que ella le

había dado y resultó que pertenecía a los estudios de un canal de televisión. Entró en el edificio sintiendo más curiosidad todavía con respecto al misterioso señor Rivington. Cuando preguntó por él en el mostrador de recepción, la atractiva recepcionista la miró un poco sorprendida y rió por lo bajo al responderle:

—Segundo piso. Lauri echó a andar hacia el ascensor, pero la muchacha le dijo: —Un momento. ¿Cómo se llama? —Lauri se lo dijo. La recepcionista recorrió con

el dedo una lista escrita a máquina y luego dijo: —Sí, aquí está. Señorita L. Parrish. Puede subir, pero no haga ningún ruido. Todavía están grabando.

Lauri bajó del ascensor y se encontró en un cavernoso estudio de televisión. Le impresionaron los equipos y la actividad que allí reinaban.

El estudio, que más parecía un galpón enorme, estaba dividido en los distintos decorados para el teleteatro. Uno estaba amueblado con una cama de hospital y lo que simulaba ser equipo médico. Otro era un living. A sólo un metro y medio había un tercer decorado que representaba una cocina pequeña. Lauri deambuló por el estudio, observó los decorados con curiosidad y procuró no tropezar con los kilómetros y kilómetros de cables que cubrían el piso y se enroscaban alrededor de las cámaras y los monitores.

—Eh, preciosa, ¿qué necesitas? —le preguntó un camarógrafo de jeans. Sobresaltada, Lauri farfulló: —Yo... sí... ¿El señor Rivington? Tengo que verlo. —¿El señor Rivington? —repitió el camarógrafo con tono de burla, como si ella

hubiera dicho algo divertido—. Qué formal. ¿Pasaste la requisa de recepción? —Ella asintió. —Entonces lo verás. ¿Puedes esperar a que grabemos esta escena?

—Sí, claro —dijo ella. —Párate allá, permanece en silencio y no toques nada —le advirtió el técnico.

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Laura se instaló detrás de las cámaras que enfocaban un decorado que a ella le pareció el vestíbulo de un hospital.

Se puso entonces a observar al actor que hacía latir deprisa los corazones de millones de mujeres norteamericanas. Estaba sentado con displicencia frente a una de las mesas de utilería y comía una manzana que había robado de la cesta que estaba sobre la mesa. Lauri se preguntó si sus admiradoras se habrían sentido tan fascinadas con él si hubieran oído a Drake Sloan hablarle en forma tan poco caballeresca a su compañera de rubro. Pero, bueno, esa rudeza era parte de su encanto, ¿no? Él era el médico "macho" que se llevaba por delante a todas las personas de ese hospital ficticio y convertía a las mujeres en gelatinas temblorosas con sus modales dominantes y su aspecto apuesto y seductor.

Bueno, pensó Lauri objetivamente, tantas mujeres no podían estar equivocadas. Él tenía, sin duda, cierta seducción animal... si a uno le gustaba esa clase de atractivo. Lo que primero llamaba la atención era su color. Su pelo era de un tono marrón ceniza poco común, pero bajo los reflectores del estudio parecía casi plateado. En contraste con esa cabellera plateada, tenía cejas gruesas y oscuras y bigotes, también oscuros. El bigote reforzaba la insolente sensualidad de su labio inferior y enloquecía a las amas de casa, las profesionales y las abuelas. Pero su rasgo más cautivante eran sus ojos, de un color verde vibrante. En los primeros planos, brillaban con un fuego capaz de derretir el corazón de la mujer más indiferente.

Desde su punto de observación ubicado fuera del círculo formado por las intensas luces del estudio, Lauri vio que Drake Sloan se ponía de pie, se desperezaba como un gato perezoso y arrojaba el corazón de la manzana a un cesto de papeles con un tiro curvo perfecto.

A Lauri le hizo gracia su atuendo. Dudaba mucho que un médico que usara pantalones así de ajustados pudiera dedicarse a curar enfermos. El pantalón verde quirúrgico que usaba había sido hecho a la medida para cubrir el cuerpo alto y delgado de Drake Sloan como una segunda piel. La camisa tenía un escote en V que revelaba un pecho cubierto con una mata de vello oscuro. ¡Como si se permitiera eso en una sala de operaciones!, Pensó Lauri.

Al oír una voz suave a sus espaldas, Lauri se dio media vuelta. El hombre que ella supuso era el que había hablado desde la sala de control de más arriba se acercaba al set, con la ofendida actriz tomada de su brazo.

—El no acepta que se le dirija —se quejaba ella—. Sabe lo que dice el guión, pero cuando la cámara se acerca hace lo que se le antoja.

—Ya lo sé, ya lo sé, Lois. ¿No me harías el favor de tolerarlo? —le preguntó el director—. Terminemos de una vez el trabajo previsto para el día, y lo conversaremos con una copa en la mano. Yo hablaré con Drake. ¿De acuerdo? Ahora quiero ver esa sonrisa seductora que tienes.

Cuánta basura, se dijo Lauri. Temperamento artístico. Ella conocía muy bien todo eso. Diles lo que quieren oír

y calma la paranoia hasta el siguiente estallido.

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Los dos se reunieron con Drake Sloan en el set, y los tres mantuvieron una breve discusión. Los técnicos, que habían disfrutado del descanso fumando cigarrillos, leyendo revistas o simplemente conversando entre ellos, volvieron a ocupar sus posiciones detrás de las cámaras y se pusieron los auriculares, a través de los cuales cada uno recibía las instrucciones que el director les enviaba desde la cabina de control.

El operador del micrófono jugueteaba con su complicado aparato. Con sus movimientos erráticos y desarticulados, parecía el esqueleto de algún animal prehistórico.

El director besó a Lois en la mejilla y salió del set. —Antes de volver a la cabina de control, repitamos la escena una vez más. Bésala

con pasión, Drake. Es tu amante, ¿recuerdas? —¿Alguna vez tu amante ha comido pizza de anchoas para el almuerzo, Murray? Lois gritó, indignada. Los técnicos estallaron en carcajadas. Murray logró calmarla una vez más.

Después, dijo: —Estamos grabando. Una de las cámaras había ocupado una nueva posición que le bloqueaba la visión a

Lauri. A pesar de sí misma, se sentía interesada en esa sesión de grabación de vídeo. Se cambió de lugar para poder ver y escuchar con claridad. Esta vez, cuando el diálogo intrascendente de los actores llegó a su fin, Drake Sloan tomó en sus brazos a Lois y la besó con pasión.

El corazón de Lauri se salteó un latido cuando vio que los labios de él se cerraban sobre los de la actriz. Casi se podía sentir ese beso, casi se podía imaginar... Lauri se recostó contra la mesa de utilería para poder ver mejor. De pronto, el sonido de vidrio roto hizo que todos los que estaban en el estudio apartaran la vista de los actores ¡y la miraran a ella!

Lauri pegó un salto y se sintió muy mortificada por haber centrado la atención de todos en su persona. No había visto el florero que estaba sobre la mesa y que, ahora, estaba convertido en mil pedazos sobre el piso del estudio.

—¡Maldición! —gritó Drake Sloan—. Y ahora, ¿qué? Apartó a Lois y atravesó el piso del estudio en tres zancadas. Murray lo siguió,

desalentado y molesto, pero calmo. El actor fulminó a Lauri con la mirada y ella retrocedió frente a esa furia.

—¿Quién demonios...? —Ella vino a ver al señor Rivington —interrumpió el camarógrafo insolente que

había hablado antes con Lauri. Drake Sloan la clavó al piso con sus ojos verdes, que ahora brillaban debajo de

sus cejas oscuras. Sus ojos se abrieron un poco, con curiosidad. —El señor Rivington, ¿eh? —Los técnicos rieron por lo bajo. —Murray, yo no

tenía idea de que habías permitido que las Niñas Exploradoras visitaran el set. —Esta vez los técnicos estallaron en carcajadas.

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A Lauri no le hizo ninguna gracia esa salida humorística de Drake Sloan y la enfureció verse convertida en objeto de su desprecio. Su estado de ánimo hacía juego con los reflejos rojizos de su pelo, y sus ojos marrones se entrecerraron al mirarlo, mientras sentía que se le paraban los pelos de la nuca.

—Lamento haber interrumpido su... lo que sea —dijo ella con altivez. No sabía cómo llamar a esa sesión de grabación y tampoco le importaba. Se apartó de la mirada cínica de Drake Sloan y se dirigió, en cambio, a Murray, que parecía ser una persona decente.

—Soy Lauri Parrish y me dijeron que debía entrevistarme con el señor Rivington aquí, a las tres de la tarde. Siento mucho el retraso que he causado.

—Me temo que es sólo uno entre muchos —dijo él con un suspiro. Miró de reojo a Drake Sloan y dijo: —El señor Rivington está ocupado en este momento. ¿Podría esperarlo en mi oficina? Él se reunirá con usted dentro de un momento.

—Sí, gracias —contestó ella—. Le pagaré el importe del florero. —Olvídelo. Suba por la escalera y atraviese la sala de control. Es la oficina que

está justo frente al vestíbulo. —Gracias —repitió Lauri antes de darse media vuelta y, consciente de que todos

en el estudio tenían la vista fija en ella, subió por la escalera circular. Cuando llegó arriba, ya Murray tenía a todos nuevamente en posición.

A Lauri le habría gustado detenerse y mirar el panel de control: una computadora complicada e intimidante, por cierto. Los diversos monitores suspendidos sobre el panel permitían al director ver las tomas de las distintas cámaras, y en ellos Lauri vio el rostro de Drake Sloan entrando y saliendo de foco. Estuvo tentada de sacarle la lengua.

Se dejó caer en la única silla disponible de la oficina, además de la de vinilo rajado que había detrás del escritorio cubierto con cosas. Observó con atención los polvorientos retratos colgados de la pared que mostraban a ese tal Murray no-sé-cuánto junto a actrices, directores y VIPs.

¿Quién era, después de todo, el señor Rivington? ¿Un ejecutivo del canal? ¿Un técnico? No. Seguro que era alguien con mucho dinero, porque el Instituto Norwood era bien caro. Y como el señor Rivington tenía allí internada a Jennifer, eso triplicaba el costo. Los minutos parecieron estirarse y Lauri comenzaba a impacientarse cuando oyó que la puerta se abría detrás de ella.

Drake Sloan entró y cerró despacio la puerta. Lauri se puso de pie con un movimiento defensivo. —Se supone que debo reunirme con... —Yo soy D. L. Rivington, el padre de Jennifer. Lauri tuvo la sensación de que su boca abierta formaba una O bien redonda. Se

quedó mirándolo mientras él se recostaba contra la puerta. Se había cambiado de ropa. Ahora usaba jeans y pulóver, con las mangas arremangadas hasta los codos.

—Parece sorprendida. Ella asintió.

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—La doctora Norwood no le dijo cuál era mi nombre profesional. —No era una pregunta. Él se rascó una oreja con aire ausente. —No, supongo que no lo hizo. Sin duda tenía miedo de predisponerla contra mí. Sabrá que los actores tienen una reputación abominable. —Los bordes de su boca se elevaron con una suerte de sonrisa que desapareció con la misma rapidez con que había aparecido. —Sobre todo si fuera cierto todo lo que se lee en las revistas. ¿Sabía usted que la semana pasaba obligué a mi novia de turno a practicarse un aborto? Al menos eso fue lo que leí —dijo con tono cáustico.

Lauri estaba demasiado trastornada para hablar, Pensó con ironía en las otras maestras del instituto y en lo que dirían si supieran que ella estaba en una habitación con el doctor Glen Hambrick/Drake Sloan.

Lauri siempre se mostraba serena y competente, salvo cuando su temperamento fuerte le ganaba la partida. ¿Por qué, entonces, estaba allí de pie, con las manos traspiradas y entrelazadas? No se había movido desde que él le había anunciado su identidad. Sentía la lengua pegada al paladar.

—Si eso la tranquiliza, señorita Parrish, debo decirle que tampoco usted es como yo esperaba. —Se alejó de la puerta y Lauri, instintivamente, dio un paso atrás.

En el rostro de él apareció la sonrisa que destacaba todavía más el famoso hoyuelo que tenía en la mejilla derecha. Sloan sabía que a ella le intranquilizaba estar a solas con él en esa pequeña oficina.

Eso enfureció a Lauri. ¿Quién era él, después de todo? No pensaba quedarse allí parada como una admiradora en presencia de algún astro del rock y ponerse a tartamudear como una idiota. Drake Sloan era un hombre como cualquier otro.

—Es señora Parrish. Él levantó una ceja, divertido, y murmuró: —Debería haberlo sabido. Esa actitud de superioridad la irritó. Lauri dijo, con su tono más profesional: —La doctora Norwood me envió aquí a hablar de Jennifer, señor Rivington. —Drake. ¿Quiere un café? —preguntó e indicó una cafetera eléctrica donde se

calentaba un brebaje color negro retinto. Lauri no quería tomar café, pero comprendió que eso le daría algo para tener en la mano que no fuera su otra mano.

—Sí, gracias. Él se acercó a la pequeña mesa y miró con recelo una taza dudosamente limpia.

Vertió el café y levantó una ceja. —¿Crema? ¿Azúcar? —Crema. Él agregó un polvo blanco al café y lo revolvió con una cuchara plástica manchada

que obviamente ya había sido usada con ese fin. Le entregó la taza. Lauri cerró la mano alrededor. Al principio, él no la soltó sino que siguió sosteniendo la taza hasta que ella levantó la vista y lo miró. Lauri tragó fuerte al ver esos ojos color esmeralda que ahora reflejaban su imagen.

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—Nunca he visto a alguien con ojos del mismo color del pelo —dijo él. Lauri sabía que su pelo cobrizo era hermoso. Era de un tono bermejo profundo

que se aclaraba a la luz del sol. Lo que la convertía en una pelirroja excepcional era el color de sus ojos, de una tonalidad marrón tan clara que casi parecían color topacio hasta que se los comparaba con su pelo, cuando tomaba ese tono cobrizo tan poco común. El traje de hilo amarillo acentuaba su pelo y sus ojos y le agregaba brillo a su tez color miel-durazno.

"Gracias" no sería, en realidad, una respuesta apropiada a sus palabras, porque no había sido un auténtico cumplido. Lauri se limitó a sonreír trémulamente mientras intentaba arrancarle la taza de la mano. Al fin él cedió y giró para servirse una.

—Hábleme de mi hija, señora Parrish —dijo él, acentuando el "señora" con gran sarcasmo.

Rodeó el escritorio, se instaló en la silla desvencijada y apoyó los pies sobre aquél.

Lauri se sentó muy derecha en la silla frente a él. Bebió un sorbo del café. Estaba tan horrible como había supuesto. Él sonrió al ver la mueca que hizo.

—Me disculpo por la mala calidad. —Está muy bien, señor Sl... Rivington. Ella tenía la vista fija en la taza de café y, cuando él no dijo nada, lo miró. Para

su gran sorpresa, él formó su nombre con el lenguaje de señas para sordos. D-R-A-K-E. Luego bajó las cejas, como para insistir en que ella lo llamara por el nombre.

Ella se lamió los labios nerviosamente, sonrió apenas y luego formó el nombre Lauri. Él bajó los pies, se inclinó hacia adelante, puso los codos en el escritorio y apoyó el mentón en los puños.

Lauri decidió que era el momento adecuado para poner a prueba la habilidad de él en el lenguaje de señas. La doctora Norwood se había mostrado tan reticente con respecto a Drake Rivington, y ahora Lauri comprendía que su supervisora quería que ella tuviera oportunidad de formarse su propia opinión sobre él. Empleando gestos lentos y precisos, Lauri le preguntó, siempre con el lenguaje de señas: ¿Utiliza usted el lenguaje de señas con Jennifer?

—Sólo llegué a entender Jennifer, nada más —dijo él cuando ella se detuvo. Lauri lo intentó de nuevo y le preguntó, con las manos: ¿Qué edad tiene su hija?

El no reaccionó; se limitó a mirarla fijo con sus ojos verdes que de pronto carecían de expresión. Lauri siguió hablándole con las manos. ¿De qué color es su pelo? Nada. ¿Ama a Jennifer?

—De nuevo, sólo entendí Jennifer. Lo siento. Creo que esto significa amor —dijo y cruzó las manos sobre el pecho, como ella había hecho.

—Sí, así es, Drake. De ahora en adelante, éste será su nombre para que usted no tenga que deletrearlo cada vez.

Hizo el signo de la D y se lo llevó al medio de la frente. —Esto significa padre —dijo y se tocó la frente con el pulgar mientras extendía

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los demás dedos. Combinaremos los dos. ¿Lo ve? Él asintió. —Y esto es Lauri. —Formó la letra L y se pasó la mano por un lado de la cara,

desde la mejilla hasta el mentón. —Esto significa chica —dijo, y se pasó el pulgar por la mejilla con el puño cerrado. ¿Quiere ver cómo combinamos los dos signos para formar el nombre de alguien?

—Sí —dijo él con un dejo de entusiasmo—. Para Jennifer formamos la letra J con el meñique y luego hacemos un gesto curvo para indicar que tiene pelo enrulado.

—¡Exactamente! Los dos se sonrieron, y por un momento las miradas de ambos se fusionaron.

Lauri experimentó una sensación agradable en lo más profundo de su ser y le pareció entender lo que otras mujeres sentían cuando miraban el rostro apuesto de Drake todas las tardes en las pantallas de televisión. Sin duda era un hombre carismático, y lo sabía. Si Lauri no tenía cuidado, él la desviaría de las cosas que había ido a decirle.

—Drake —aunque lo dijo con palabras, igual repetía cada palabra con el lenguaje de señas, tal como acostumbran hacerlo las maestras que trabajan con sordos—. La doctora Norwood me pidió que evaluara los progresos realizados por Jennifer. La he estado observando durante varios días. Y creo que mi opinión está bien fundada, pero sigue siendo una opinión. Sin embargo, seré totalmente sincera con usted.

—Eso quiero. Estoy seguro de que usted piensa muy mal de un padre que tiene internada a su hija; durante la casi totalidad de sus tres años de vida, pero yo la amo y quiero hacer lo que es mejor para ella.

Se puso de pie y se acercó a la ventana. Dándole la espalda a Lauri, miró a través de ese vidrio tiznado.

—Por favor, observe los signos que hago, Drake Lo ayudará a aprenderlos. Él volvió a mirarla como si estuviera a punto de desafiarla, pero se encogió de

hombros y volvió a la silla que ocupaba antes. Ella prosiguió. —Tiene la fortuna de que Jennifer no sea totalmente sorda. Estoy segura de

que, a esta altura, usted sabe que tiene el nervio auditivo seriamente afectado, y eso es irreparable. Pero la pequeña alcanza a oír algunos ruidos fuertes. Por ejemplo, puede distinguir entre el de un helicóptero y un silbato. —Hizo una pausa para ver si él comentaba algo, pero, como no lo hizo, continuó. —Por desgracia, Jennifer no conoce el nombre de un silbato ni de un helicóptero. 0 quizá lo sepa y no nos lo indica. No responde en absoluto a ninguna comunicación.

Las líneas a ambos lados de la boca de Drake se tensaron. —¿Me está diciendo que es retardada? —No, en absoluto —dijo Lauri con vehemencia—. Es una chiquilla

excepcionalmente inteligente. Mi opinión es que lo que le falta... Algunos chicos necesitan ser enseñados en una base individual. Personalmente, creo que el hecho de estar internada ha perjudicado el desarrollo de Jennifer. Ella necesita el marco de un hogar, donde constantemente esté acompañada por alguien que... —No terminó la frase

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por temor a que él se sintiera ofendido. —¿Por alguien que la ame? ¿Eso era lo que quería decir? Ya le dije que yo la amo.

No la encerré en esa escuela porque mi hija me avergonzara. —Yo no quise decir... —¡Por supuesto que sí! —ladró él—. Puesto que es tan lista, dígame qué debe

hacer un viudo con una hija bebita. Sobre todo si esa bebita es sorda. Como sabrá, el instituto de ustedes es muy caro y he tenido que trabajar mucho para poder pagarlo. Además de los honorarios médicos después de millones de pruebas y exámenes que no le dicen nada a uno salvo que su hija es sorda, algo que uno ya sabe, pues de lo contrario no la habría sometido a esas malditas pruebas.

Hizo una pausa para tomar aire y en sus ojos verdes apareció un brillo peligroso. —Al menos estamos de acuerdo en una cosa: Jennifer necesita tener una

maestra particular. —Se puso de pie en forma abrupta, arrojando lejos la silla sobre sus ruedas endebles. —Pero no usted. —Rodeó con furia el escritorio y aferró los costados de la silla en que ella se encontraba sentada, aprisionándola. —Le advertí a la doctora Norwood que quería a alguien responsable. Esperaba una mujer con aspecto de abuela, ataviada con un suéter bien suelto con enormes bolsillos... y no una chiquilina con un traje de marca. —Paseó la vista sobre el cuerpo de Lauri, como realizando una evaluación insultante. —Alguien con pelo entrecano peinado en un rodete, y no con cabellera rojiza con un corte a la moda. Alguien con un leve sobrepeso y figura de matrona, y no con pechos diminutos y ostentosos y un pequeño trasero bien firme.

Jennifer se ruborizó con furia y se sintió muy molesta. ¡Cómo se atrevía ese hombre...!

—La maestra de Jennifer debería tener tobillos gruesos y usar zapatos discretos, y no... —Indicó las piernas bien torneadas de Lauri, enfundadas en medias transparentes y las sandalias de tacón alto que ella usaba. —Usted no tiene el aspecto de una maestra para una criatura sorda. Parece, más bien, una de las chicas que entregan muestras de perfume en Bergdorf's.

Se inclinó todavía más hasta que su cabeza casi tocó la de Lauri. Antes de que ella pudiera reaccionar, él sepultó la cara en el pelo suave que Lauri llevaba; detrás de la oreja.

—Hasta huele como una de ellas —susurró con voz ronca. Por un instante, Lauri ni siquiera pudo respirar Pero cuando logró hacerlo, la

fragancia de ese hombre la abrumó. Era limpia y masculina y con un leve dejo a almizcle. ¿Qué demonios le estaba pasando? Con un tirón, alejó la cabeza.

—Usted... Déjeme levantarme —le ordenó, y empujó contra su pecho. Sorprendentemente, él se incorporó y se apartó de la silla mientras ella se levantaba de un salto. Lauri hizo varias inspiraciones profundas antes de decirle: —Tal vez yo no cumpla con sus expectativas, pero usted por cierto confirmó las mías, señor Sloan. —Pronunció ese nombre como un insulto—Usted no se merece a su hija. Es hermosa, inteligente y dulce, pero se está muriendo. ¿Me ha oído? Se está muriendo emocionalmente porque su único progenitor no se ha preocupado por aprender un

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lenguaje que ella pueda entender, y mucho menos de enseñarle a ella ese lenguaje. Los padres como usted hacen retroceder la educación de los sordos a la época de Helen Keller. Yo soy una maestra...

—Es una muchacha. —Soy una mujer... —Bueno, pasemos ahora a la otra cosa que quiero decirle —afirmó y la señaló con

un dedo acusador—. No simule que no le gustó que yo la tocara. Sé que no es así. ¿Cómo puedo saber, entonces, que si la instalo en Nuevo México, usted no se irá con el primer hombre libre que se le presente? ¿No es eso lo que quieren ustedes, las muchachas profesionales liberadas? ¿Un marido?

Lauri sintió que el calor de su furia le quemaba las raíces del pelo. —Yo ya tuve uno. Y no fue un matrimonio muy feliz. —¿Está divorciada? —No, él murió. —Qué oportuno. Lauri se dio media vuelta y se dirigió a la puerta antes de que él pudiera decir

otra cosa lamentable. Después de todo, la doctora Norwood la había enviado en esa misión y esperaría un informe. Una vez en la puerta, giró y lo vio apoyado contra el escritorio, con las piernas cruzadas. Su actitud complacida se notaba en la mirada burlona, la posición indolente y la sonrisa que se insinuaba debajo del grueso bigote.

Con mucha lentitud, Lauri le dijo: —Usted es el más arrogante, maleducado e insufrible... —La última palabra la

deletreó con lenguaje de señas. —¿Qué significa eso? —saltó él y se apartó enseguida leí escritorio. —Averígüelo usted, señor Sloan. Y se fue dando un portazo.

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Capitulo 2 —Lauri no puedes imaginarte... — Brigette, estoy en medio de una clase. ¿Qué ocurre? La maestra que había irrumpido en el aula de Lauri para alumnos de siete años

parecía muy acalorada y tartamudeó al decir: —Nunca imaginarías quién está afuera preguntando por ti. Quiero decir, lo he

visto como un millón de veces. Lo conocería en cualquier parte. Pero allí estaba, de pie en el vestíbulo, preguntando por ti...

—Tranquilízate, Brigette, estás perturbando a los chicos, que creen que sucede algo.

Lauri sabía a quién se debía de estar refiriendo su amiga, pero no quería que nadie supiera que su corazón había pegado un salto ante la sola idea de ver de nuevo a Drake Rivington. A los ojos más atentos, ella parecía fría e indiferente.

Había transcurrido más de una semana desde el encuentro de ambos en el estudio de televisión. Cuando ella volvió de esa entrevista tan poco auspiciosa, la doctora Norwood le hizo preguntas al respecto.

—Creo que yo no era lo que el señor Rivington tenía en mente, pero me parece que coincidimos en que Jennifer necesita un cuidado especial y ser educada en un nivel más personal.

—Caramba, Lauri, qué decepcionada estoy —dijo la administradora—. Estaba convencida de que ustedes dos llegarían a un acuerdo y de que te llevarías a Jennifer a Nuevo México. Desde luego, al mismo tiempo temía perderte.

Lauri sonrió. —Bueno, no me perderá por un tiempo. Creo que será mejor que piense en alguien

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más para recomendar. Sin duda el señor Rivington la llamará muy pronto. Lauri no le dio más información, y la doctora Norwood tampoco se la exigió. Era

una mujer asombrosamente perceptiva. ¿Habría adivinado que la entrevista no había salido bien?

Durante toda esa semana, Lauri trato de no pensar en Drake Rivington. En los últimos tiempos había pasado tanto tiempo con Jennifer que le resultaba difícil interrumpir esas visitas diarias a la pequeña. Jennifer estaba en un grupo de alumnas más jóvenes que las de Lauri, y había estado viendo a la hija de Drake después de las horas de clase.

Jennifer era una chica hermosa que se portaba muy bien; casi demasiado bien, en opinión de Lauri. Tenía el pelo rubio, y una serie de rizos le enmarcaban su pequeña cabeza. Sus ojos —exactamente como los de su padre— eran de un verde profundo, rodeados de pestañas oscuras. Era una chiquilla delicada y prolija, que jamás se ensuciaba ni hacía nada para provocar el enojo de nadie.

Lauri siempre se había jactado de su objetividad, pero la chiquilla de los ojos grandes y tristes comenzaba a romper esa barrera. A Lauri sólo le llevó unos días saber que quería convertirse en la maestra particular de Jennifer; deseaba sacar a esa criatura del dormitorio general ordenado y bien amueblado y colocarla en un cuarto alegre y repleto de cosas.

Pero cada vez que pensaba en ese tema, inevitablemente aparecía en escena el padre de Jennifer, y la pompa de jabón estallaba. Ella nunca podría trabajar para un hombre así y vivir en su casa, aunque él viviera a tres mil kilómetros de distancia. La había insultado como mujer y como profesional. Además; no la quería a ella como maestra de su hija.

Lauri estaba dispuesta a negarle a todo el mundo que había estado viendo el teleteatro La respuesta del corazón. Durante los últimos días, cuando llegaba la hora de ese tonto programa, ella se instalaba en la sala de maestras, frente al televisor. Cada vez que veía a Drake en la pantalla de doce pulgadas, le ocurrían cosas muy inquietantes: se le aceleraba el pulso y se le humedecían las manos, y una cálida pesadez se apoderaba de la parte media de su cuerpo y se extendía a sus piernas, volviéndolas inútiles. Recordaba vividamente el momento en que él se había inclinado sobre ella y apoyado la cara en su pelo. Pequeños detalles suyos que ella jamás habría notado en otra persona lo caracterizaban de una manera tremendamente familiar. ¡Qué locura! Sólo había pasado quince minutos con él. Y, sin embargo conocía íntimamente cada rasgo de su personalidad.

Y ahora Brigette irrumpía en su aula, delirando acerca de lo apuesto y encantador que era el actor. Lo que Brigette no sabía era que, además, ese hombre era imperdonablemente presumido, grosero e impertinente.

—¿Puedes creer que Drake Sloan es el padre de Jennifer Rivington? Siempre me pregunté por qué nunca veíamos a sus padres. Él suele venir aquí por las noches, pasando por el departamento de la doctora Norwood, para visitar a Jennifer. Supongo que tiene miedo de verse acosado por admiradoras como yo. —Brigette rió entre

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dientes. —¡Y pregunta por ti como si te conociera! —Me conoce. Brigette quedó muda frente a esa información y miró a Lauri como si de pronto

le hubieran crecido alas. —Tú lo conoces y nunca dijiste... —Brigette, ¿qué es lo que quieres? —¿Que qué quiero? —repitió, como un loro—. Acabo de decírtelo. El doctor Glen

Hambrick o el señor Rivington o como quiera que prefieras llamarlo está esperándote. —Dile que estoy ocupada. —¡Qué! —gritó Brigette, y por un instante Lauri deseó compartir el problema de

sus alumnos. A veces, la sordera puede ser una bendición. —No lo dices en serio, Lauri. ¿Te has vuelto loca? El hombre más sexy del mundo está...

—Me parece una exageración, Brigette —dijo secamente Lauri—. Estoy ocupada. Si el señor Rivington quiere verme, tendrá que esperar hasta que termine la clase.

—Lo haré con todo gusto. La voz grave y profunda resonó en el aula con los tonos modulados de un actor

profesional. Estaba parado junto al marco de la puerta y miraba a Lauri. El corazón de ella se salteó un latido antes de volver a su ritmo parejo, aunque un poco acelerado.

Brigette había perdido su labia habitual y permanecía allí, boquiabierta, mirando fijo a Drake. Como Lauri no quería hacer una escena, que estaba segura Brigette transmitiría a toda la institución, dijo en voz baja:

—¿Nos excusas un momento, Brigette? Como el señor Rivington ya ha interrumpido mi clase, supongo que será mejor que lo atienda. —Él se limitó a sonreír frente a ese sarcasmo.

Brigette caminó como en trance hacia la puerta y se detuvo frente a Drake como un maniquí, hasta que él se hizo a un lado y le permitió pasar al vestíbulo. La sonrisa de Drake era devastadora, y su bigote se movió como divertido por el estado hipnótico de Brigette.

Qué desagradable, pensó Lauri. ¿Qué tenía ese hombre, que convertía a las mujeres inteligentes en taradas sonámbulas? Era un hombre común y corriente. Bueno, su aspecto tal vez no fuera tan común, reconoció Lauri cuando él giró y la miró.

—Hola, señora Parrish. Espero no estar interrumpiéndola. —Lo está, y no lo lamenta nada. La sonrisa de él se acentuó, lo mismo que el hoyuelo de su mejilla. —Tiene razón, no lo lamento. Pero tengo permiso de la doctora Norwood para

estar aquí. A ella le pareció que yo debía observar sus técnicas de enseñanza. En la boca de Lauri se dibujó una mueca de desaprobación. Después, suspiró.

Esta vez había cedido, pero no tenía por qué hacerlo de buena gana. —Chicos —dijo, haciendo al mismo tiempo el lenguaje de señas—, éste es el señor

Rivington. ¿Conocen todos a Jennifer Rivington? Pues éste es su padre. Los chicos reconocieron su presencia con sonrisas y algunos con un hola marcado

con señas. Algunos de los que oían un poco hasta pronunciaron la palabra. —Tome asiento, señor Rivington —dijo Lauri y le indicó una silla baja.

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Él frunció el entrecejo al ubicar su corpachón en esa silla ridículamente pequeña. Algunos de los chicos rieron, y a Lauri le costó no imitarlos. Cuando finalmente estuvo sentado del todo, las rodillas casi le tocaban el mentón.

Estaba impecablemente vestido con pantalones marrones, blazer pelo de camello y corbata color marrón oscuro.

—Estamos trabajando con las preposiciones, señor Rivington. Ven aquí, Jeff, y muéstrale al padre de Jennifer lo que has aprendido.

En el tablero ubicado contra la pared Lauri había sujetado con chinches varias grandes fotografías de manzanas. Una serie de gusanos amarillos con sonrisas felices estaban ubicados sobre, debajo, detrás o delante de las manzanas. Los chicos aprendían el concepto, la palabra impresa y el signo, al posicionar los gusanos en las manzanas.

—Ahora hágalo usted —dijo Lauri dirigiéndose a Drake, cuando todos los alumnos terminaron de hacer el ejercicio.

—¿Qué? —exclamó él. Los chicos rompieron a reír cuando Lauri puso la mano debajo del codo de Drake

y lo obligó a ponerse de pie y a pararse frente al tablero. Con el puntero indicó una manzana en particular y le preguntó, con el lenguaje de señas:

—¿Dónde está el gusano? La mirada de esos ojos verdes se clavó en Lauri como si quisiera estrangularla,

pero ella le sonrió con dulzura. —Seguro que esto no es demasiado difícil para usted —dijo. Él hizo la señal que correspondía a la preposición correcta. —En una frase completa, por favor. Sus dedos largos y bronceados marcaron la frase completa justo en el momento

en que sonaba la campana que anunciaba el fin de la clase. Un puñado de los chicos alcanzó a oír el sonido, y comenzaron a moverse con impaciencia en sus sillas.

—Muy bien, ¡la clase ha terminado! —dijo Lauri mientras lo componía con señas. Los chicos no necesitaron que se los alentara para salir corriendo hacia la puerta, y ella quedó a solas con Drake.

—Fue un truco muy astuto. ¿Les brinda la misma atención personal a todos los padres o madres que vienen de visita? —se burló él.

—La mayor parte de los padres que vienen de visita son lo suficientemente educados como para no irrumpir en medio de una clase y exigir una atención personal.

—Touché —dijo él sin demasiada culpa—. Puesto que estoy en su libreta negra, aseguraré el lugar que ocupo en ella diciéndole que usted cenará conmigo

Ella lo miró con incredulidad. —Usted no es sólo grosero, señor Rivington, sino que está loco. No pienso ir a

ninguna parte con usted. —Sí que vendrá. La doctora Norwood me dijo que lo haría. —Ignoraba que la doctora Norwood dirigía una agencia de citas. —Le dije que quería hablar con usted durante la cena. Y ella comentó que le

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parecía muy buena idea. —No es exactamente una directiva. Es mi empleadora, no mi madre. —¿Lo hará usted? —¿Qué cosa? —Cenar conmigo. Durante ese intercambio de palabras, Lauri se había ocupado de ordenar el aula.

Él la siguió. Cada vez que ella giraba, allí estaba él. Lauri abrió el cajón inferior de su escritorio en busca de su cartera y lo cerró de un golpe al ponerse de pie.

Él se le acercó más, y ella retrocedió medio paso para aumentar el espacio entre ambos.

—Creo que usted tiene problemas de audición. Le dije que no pensaba cenar con usted y no lo haré. En lo que a mí concierne, no tenemos nada de qué hablar. Usted dijo todo lo que tenía que decir en nuestro último encuentro, y también lo hice yo.

Drake la tomó de la muñeca cuando Lauri trató de pasar junto a él. Sus dedos la aferraron con una calidez y firmeza que aceleraron las pulsaciones que latían debajo de ellos.

—Lamento haberle dicho cosas tan poco halagadoras. Es un actor, se dijo Lauri, capaz de fingir a voluntad cualquier actitud o emoción.

Ella dudaba de su sinceridad, y su expresión escéptica se lo indicó a Drake. —Lo digo en serio —aseguró él y cerró los dedos con más fuerza alrededor de su

muñeca—. En aquel momento, yo ignoraba sus excelentes antecedentes. No sabía lo experimentada que era en el trabajo con los sordos. Tampoco sabía que su hermana era sorda.

Ella apartó el brazo con un sacudón. —No se le ocurra sentir lástima por mí, mi familia ni mi hermana, señor Rivington. —Yo... —Mi hermana es una mujer hermosa. Es contadora. —Yo... —Está casada y vive con sus dos preciosos hijos y su exitoso marido en Lincoln,

Nebraska. Créame, ella sabe más sobre los valores reales de la vida de lo que usted sabrá jamás.

Tenía la cara arrebatada por la furia, y su pecho subía y bajaba por lo agitada que estaba. Los ojos marrones con reflejos cobrizos fulminaban de tal manera con la mirada a ese hombre parado muy cerca, que él alcanzó a sentir la ira que emanaba de su persona.

—¿Terminó? —preguntó él secamente. Ella respiró hondo varias veces y bajó la vista. La mirada de él se suavizó y

resultaba más amenazadora así que cuando brillaba con ferocidad. —Yo no me refería a lástima —dijo él—, sino, más bien, a admiración y respeto.

¿Está bien? —A Lauri se le cortó la respiración cuando Drake le puso un dedo debajo del mentón y le inclinó la cabeza hacia atrás. —He modificado mi opinión previa y creo que usted es exactamente lo que Jennifer necesita. Lo que yo necesito.

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Pronunció esas palabras en un susurro casi inaudible. Los vestíbulos se encontraban ya vacíos de los alumnos y un aura de intimidad los rodeaba. Las palabras lo que yo necesito podrían tener un significado totalmente diferente en otro contexto. El corazón de Lauri había respondido a esa elección accidental de palabras y latía tan fuerte como si quisiera escapársele del pecho.

Él estaba demasiado cerca; la habitación se estaba poniendo demasiado oscura; el silencio era excesivo en el edificio; el aliento de Drake era demasiado fragante; y los dedos que le sostenían el mentón eran demasiado firmes y confiados. Lauri se ahogaba en sus propias emociones. Respirar se convirtió en una tarea abrumadora. Trató de apartar el mentón, pero él se lo impidió. Drake la obligó a levantar la vista y a mirarlo, antes de decir:

—Usted desea tomar ese trabajo. No era una pregunta. Él sabía que Lauri estaba deseando enfrentar los desafíos

y recompensas inherentes a sacar a Jennifer de ese mundo de silencio e introducirla en uno nuevo.

—¿No es así? —insistió él. —Sí. —¿Qué estaba admitiendo? ¿Se inclinaba él hacia ella, o era sólo su

imaginación? Debió de haber sido así, porque él la soltó un momento después, buscó el blazer de ella que estaba en el respaldo de la silla y le dijo:

—Vayamos a comer algo. Mientras Lauri se enfundaba en el saco que él le sostenía, Drake preguntó: —¿Se ha encogido? El otro día me pareció más alta. Ella se ruborizó apenas al pensar que él había notado y recordado su estatura. Le

sonrió. —He empezado a usar calzado más sensato. Él bajó la vista desde el vestido de hilo blanco, ahora cubierto por el blazer azul

marino, hasta las sandalias navales que tenían tacos mucho más bajos que los zapatos que ella había usado en el estudio de televisión.

—Caramba, ya lo veo. —Con aire arrepentido, se pasó la mano por su pelo marrón entrecano y después se echó a reír mientras avanzaban por el vestíbulo.

****

No tuvo problemas en tomar un taxi e indicarle al conductor que los llevara al Salón Ruso de Té.

—¿Le parece bien? —le preguntó a Lauri cuando estuvieron instalados en el asiento posterior del vehículo.

—Sí, me encanta ese restaurante —respondió ella con franqueza. Cuando llegaron, el maítre los condujo al salón más apartado del primer piso y los

ubicó con gran cortesía. Ella estaba con Drake Sloan, y al parecer eso significaba mucho.

Lauri había notado que varias cabezas giraban cuando ellos entraban, y de pronto

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se sintió incómoda por llevar puesta la ropa que había usado todo el día en el instituto. No lo había considerado exactamente una cita y, por lo tanto, no había pedido que la llevara primero a casa a cambiarse antes de salir a cenar.

—Siento no estar vestida con más elegancia. No preví que saldría esta noche. Él se encogió de hombros y dijo: —Así está muy bien —y sepultó la cabeza en el menú. Gracias por nada, pensó Lauri mientras abría su menú. Unos segundos después lo

oyó reír por lo bajo y en sus ojos grises apareció un brillo travieso. —¿Qué es lo divertido? —Usted. Cuando le digo que es hermosa, se enfurece. Y cuando no se lo digo,

también se enfurece. Será mejor que vigile esa cara tan expresiva, señora Parrish. —Bajó la voz y se inclinó sobre la mesa. —Todos los demás lo hacen, se lo aseguro.

Lauri lo tomó como un cumplido y lo saludó con el agua mineral Perrier que él había ordenado para ella. Sorbieron sus bebidas —la de él era un martini— mientras hacían comentarios sobre el ambiente del comedor. Sus paredes color verde oscuro, chambrana color rojo intenso y adornos de bronce irradiaban elegancia sin ostentación.

Ordenaron pollo a la Kiev con arroz. Pocos minutos después, el camarero les sirvió, como aperitivo, salmón ahumado, caviar, huevos duros y otras exquisiteces, que Drake comenzó a comer con entusiasmo y naturalidad.

—Aguarde —dijo Lauri—. Primero una lección. —Pese a la irritación de Drake, ella lo obligó a aprender las señas de lo que tenía en el plato y de todos los implementos que había sobre la mesa antes de permitirle seguir comiendo. En determinado momento, ella se echó a reír. —Si existe una seña para caviar, no la conozco. Por el momento, nos limitaremos a deletrearlo —dijo.

Durante la comida, la conversación fue trivial. Cuando la mesa fue despejada y los dos bebían café. Drake sacó el tema de Jennifer.

—Aceptará ser su maestra particular, ¿verdad que sí? Ella bajó la vista hacia la mesa y trazó un dibujo con el mango de la cuchara

sobre el mantel de hilo blanco. —Todavía no estoy segura, Drake. —¿Qué puedo hacer yo para que sí lo esté? —En su voz hubo un leve tono

juguetón, pero la expresión de su cara era bien seria. —Puede prometerme que tomará clases de lenguaje de señas y comenzará a

usarlo en forma constante. Empiece a pensar en señas, como lo hace con el inglés Si yo tomo el trabajo, por un tiempo seré la madre sustituta de Jennifer y ella dependerá de mí para todo pero algún día usted tendrá que asumir esas responsabilidades. ¿Estará preparado para hacerlo?

—Eso trataré. Le prometo intentarlo —dijo solemnemente y se inclinó sobre la mesa con cara de preocupación—. Lauri, ¿qué puedo esperar de Jennifer? ¿Cómo será cuando crezca? —El que tenía enfrente era ahora un padre vulnerable y preocupado.

Ella vio esa pena conocida en sus ojos, esa necesidad de saber lo que la mayoría

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de los expertos ni siquiera podrían conjeturar. Cada padre o madre de una criatura sorda hacía esa misma pregunta.

Lauri midió sus palabras. —Ella es muy inteligente, Drake. Sabe más de lo que expresa. Creo que su

deficiencia es emocional, no mental. Le aseguro que echaré mano de todos los métodos de enseñanza que conozco. Ella aprenderá las señas para una comunicación básica, pero al mismo tiempo aprenderá el alfabeto, tal como lo hacen todos los chicos. Y también aprenderá el sonido que produce cada letra en particular. Su audífono la ayudará a distinguir sonidos y patrones de habla. Y, con el tiempo, podrá hablar. —Cuando vio que los ojos de Drake se encendían de esperanza, ella aclaró lo que había querido decir. —Quiero que entienda, Drake, que Jennifer siempre será sorda. Nunca oirá como nosotros lo hacemos. El audífono que usa no es un dispositivo de corrección sino un amplificador.

—Ya me lo han dicho, pero no puedo entenderlo —reconoció él. —Muy bien —dijo Lauri—, entonces yo trataré de explicárselo. Los anteojos son

elementos de corrección. Cuando uno se pone anteojos con cristales recetados, tiene una visión perfecta (de veinte sobre veinte). Un audífono sólo amplifica lo que Jennifer es capaz de oír. Suponga que está oyendo la radio, pero sólo hay sonido de estática. Si aumenta el volumen, eso no lo haría oír con mayor claridad. Lo único que oiría sería una distorsión a mayor volumen. ¿Le sirve eso como explicación?

Drake se golpeó con la uña del pulgar los hermosos dientes blancos que tenía debajo del bigote.

—Sí. Entiendo lo que quiere decir. —Yo quiero que Jennifer entienda todo. Si la llevara al parque y le enseñara el

verbo caer a través de la acción, lo aprendería y lo entendería, pero eso sería todo lo que esa palabra significaría para ella. Lo que quiero es que conozca también las otras acepciones que tiene cada palabra.

—¿Y logrará ella aprender eso? —Sólo si se lo enseñamos, Drake. Tenemos que hablar con ella con lenguaje de

señas todo el tiempo, tal como debería hablársele a todos los chicos constantemente. Ellen, mi hermana, ha aprendido tan bien a hablar y a leer los labios que rara vez usa ahora el lenguaje de señas.

—¿Jennifer podrá hablar así de bien? —Nunca como lo hacemos nosotros —respondió Lauri—. Nunca oirá como

nosotros, de modo que tampoco hablará como nosotros. Usted, como actor, seguro que ha tenido momentos en que, a pesar de saber la letra del diálogo, no lograba pronunciar las palabras.

—Así es. —Eso es lo que les ocurre todo el tiempo a los sordos. Cada palabra es una lucha,

un gran esfuerzo Pero, con paciencia y el entrenamiento adecuado, llegan a adquirir bastante pericia. No espere demasiado para después no sentirse decepcionado.

Él se miró las manos, que ahora estaban entrelazadas sobre la mesa. Lauri sintió

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tanta compasión que tuvo ganas de cubrir esas manos con las suyas y decirle palabras de aliento y de consuelo. De alguna manera debía tranquilizarlo.

—Jennifer ya sabe decir mi nombre. Drake levantó la vista y sonrió con orgullo. —La doctora Norwood me dijo que ustedes dos habían establecido un vínculo muy

fuerte. A Lauri le resultaba muy difícil no prestar atención a los tirones que sentía en el

corazón cada vez que entraba en una habitación y Jennifer levantaba la vista; y le dedicaba una de sus poco frecuentes sonrisas. Y ahora, sintió lo mismo al mirar los ojos de Drake, que parecían esmeraldas líquidas. Le estaba costando mucho seguir siendo objetiva. Y sabía que eso resultaba muy peligroso.

Capitulo 3

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Desde el momento en que se levantaron de la mesa hasta que subieron al taxi que el maítre les había llamado, tres mujeres diferentes detuvieron a Drake y le rogaron que les diera un autógrafo. A Lauri la maravilló que él pudiera cambiar de estado de ánimo con tanta velocidad y perfección. En un minuto fue un padre preocupado y confundido. Y, al minuto siguiente, se había convertido en un arrogante astro de televisión, lleno de confianza en sí mismo, totalmente en control de la situación y en su elemento, mientras le dedicaba su famosa sonrisa al público que lo adoraba. Le habló a cada mujer con un tono suave e íntimo.

Ese tono con que sostenía cada conversación debía hacer que la mujer de turno sintiera que a él le importaba. ¿Drake era sincero o sólo estaba desempeñando un rol? Era una conjetura inquietante, en la que Lauri no quería ni pensar.

—¿Esto nunca termina? —preguntó, indicando a la mujer hipnotizada que estaba en la vereda.

Esa admiradora seguía apretando contra el pecho la servilleta que ahora ostentaba el autógrafo de Drake Sloan.

—Bueno, yo trato de bajar un poco el síndrome del astro y manejar a las señoras con paciencia e indulgencia. Entonces me pregunto: "¿Dónde estaría yo sin ellas?", Y por lo general ese pensamiento pone en perspectiva esa pasión de mis admiradoras.

Lauri le había pedido que la llevara de vuelta al instituto, porque tenía que recoger allí algunos papeles antes de regresar a su departamento, ubicado a pocas cuadras.

—De acuerdo —dijo Drake—. De todos modos yo quería ver a Jennifer un minuto. Lauri se apresuró a consultar su reloj de pulsera de oro. —Pero son más de las nueve, y ella ya estará dormida. —Entonces tendremos que despertarla —explicó él, muy animado. —¿No hay ninguna regla que se le aplique a usted, señor Rivington? Él se echó a reír. —Sí, algunas. La doctora Norwood sabe que, a veces, yo trabajo en el estudio

hasta las ocho o nueve de la noche, según los líos en que el doctor Hambrick se haya metido esa semana. Así que me deja entrar de contrabando algunas noches por semana para poder estar un tiempo con Jennifer.

Lauri utilizó su llave para entrar por una puerta privada que se cerraba en forma automática cuando anochecía. Caminaron en puntas de pie por el vestíbulo en tinieblas hasta el cuarto que Jennifer compartía con otras tres pequeñas de su edad.

Drake permitió que Lauri lo precediera en el cuarto, pero ella se mantuvo aparte cuando él se sentó junto a la cama en que dormía su hija. Drake encendió la lámpara que estaba en la mesa de noche y le dio golpecitos en el hombro a Jennifer. La chi-quilla se movió, luego abrió los ojos y vio que su padre se inclinaba sobre ella. Gorjeó de alegría, se incorporó enseguida y le tiró los brazos.

Lauri no había sabido qué esperar, pero no era, por cierto, esa reacción espontánea de una pequeña que por lo general era tan encerrada en sí misma tan impasible.

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—¿Cómo está la chiquita de papá, eh? ¿Estás contenta de verme? —La pregunta era retórica.

Jennifer estaba acurrucada contra el pecho de Drake mientras él le despeinaba sus rizos rubios. Ése era todavía otro Drake Rivington. Sus facciones se habían suavizado y en ellas ya no había ni rastros del cinismo que por lo general le curvaba la boca y le velaba los ojos. Brillaron con un resplandor de afecto al mirar a su hija.

Una vez terminados los besos y caricias iniciales, Jennifer empezó a revisarle los bolsillos a su padre con sus dedos diminutos en medio de risitas, hasta que con aire triunfal encontró un paquete de goma de mascar y empezó a abrirlo.

—Espera un momento, jovencita. No puedes comer eso ahora —dijo Drake. Después, se encogió de hombros y dijo: —Bueno, supongo que sí puedes —mientras ella tenía éxito en desprender el papel de una de las tabletas.

—No, no puede —dijo Lauri con firmeza. Drake levantó la vista y la miró pero, desde luego, Jennifer no había oído esas

palabras. Estaba a punto de meterse la goma de mascar en la boca, cuando Lauri golpeó el extremo de la cama para obtener la atención de la pequeña.

Jennifer levantó la vista, la miró y sonrió. Lauri le devolvió la sonrisa y le dijo, con señas: Hola, Jennifer. ¿Cómo me llamo?

Jennifer respondió marcando el nombre de Lauri con señas, al tiempo que lo decía con una voz suave y tímida. Drake quedó boquiabierto.

—Querida, es maravilloso —exclamó y abrazó más a la pequeña. A Jennifer se la vio feliz por la demostración de aprobación de ese hombre alto

y maravilloso que entraba en forma periódica en su habitación y le brindaba una atención tan especial. Él jamás les hablaba a las otras chicas, sólo a ella.

Lauri sacó partido de la situación. Volvió a obtener la atención de Jennifer y le dijo:

—Éste es Drake —mientras le mostraba a Jennifer la seña que había inventado para ese nombre—. No estoy segura de que todavía entienda bien las relaciones familiares. Pronto tendremos la lección sobre padre e hija. Por el momento, usted será simplemente Drake —le explicó Lauri.

Jennifer hizo la seña correspondiente a Drake y lo señaló. —Sí —dijo Lauri y asintió. Con orgullo, Jennifer repitió los movimientos hasta que se convirtió en un juego y

los tres reían a la par. Cuando la pequeña comenzó a ponerse de nuevo en la boca la goma de mascar —olvidada por un rato—, Lauri la detuvo con un suave tirón en el brazo. Empleando los medios de comunicación que creyó que Jennifer podría entender, le transmitió que le dejarían esa golosina en la mesa de noche para cuando se despertara.

Jennifer miró a Drake en busca de apoyo, pero él sacudió la cabeza, colocó el paquete de goma de mascar sobre la mesa y le hizo la seña correspondiente a dormir, que había notado que Lauri había utilizado un momento antes.

Jennifer bostezó y se echó hacia atrás en la almohada. Con su pelo rubio y su

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camisón rosado, parecía un ángel. Se colgó del cuello de Drake cuando él intentó alejarse. Él la besó en la frente y se puso de pie. Justo antes de que él apagara la lámpara, Jennifer miró hacia el pie de la cama y le extendió los brazos a Lauri.

Lauri miró a Drake, quien en ese momento sonreía con ternura. —Creo que eso es suficientemente elocuente —dijo él. Ella se acercó al costado

de la cama y se agachó para recibir el beso húmedo y entusiasta de Jennifer. Ambos la arroparon, apagaron la luz y salieron de la habitación. Lauri dio unos

pasos y se detuvo. Tenía la cabeza tan llena de cosas, que no parecía poder pensar y caminar al mismo tiempo. Quedó parada en medio del pasillo.

—Creo que ustedes dos acaban de someterme a un chantaje emocional —musitó ella.

—Esa fue nuestra intención —dijo Drake. Lauri lo miró y enseguida expresó sus pensamientos en voz alta: —Ella lo ama. Usted se estará separando de su hija al trasladarla al otro

extremo del país. Jennifer es muy pequeña y, en este momento, usted es la persona más importante en su vida. Drake, ¿se da cuenta de que yo lo reemplazaré en los afectos de Jennifer?

Él miró hacia el vestíbulo vacío, la mirada fija en la nada, y metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

—Sí —dijo y endureció la mandíbula—. Y lo detesto. Si hubiera alguna otra salida... pero no quiero que mi hija crezca en la ciudad. En este momento no puedo hacer por ella todo lo que usted sí puede hacer. —La miró. —Estoy poniendo sobre sus hombros una gran responsabilidad, y lo sé. Pero creo que es lo que debo hacer. Yo iré a verla cuando pueda. —Su sonrisa estuvo llena de ironía. —Le prevengo que mi estilo de vida no es lo decadente que afirman las revistas.

Ella le tendió la mano con una actitud muy comercial. —Acepto el empleo que me ofrece —dijo. Y él se la estrechó. **** Drake insistió en acompañarla hasta la puerta cuando llegaron al edificio de

departamentos —cómodo, pero lejos de ser lujoso— donde ella vivía. Pagó el taxi y dijo que tomaría otro después de comprobar que ella había llegado sana y salva a su casa.

Cuando subían en el ascensor, él dijo: —Creo que puedo hacer todos los arreglos necesarios en las próximas dos

semanas. ¿Le viene bien a usted? —Cuando ella asintió, él prosiguió. —La casa es linda pero no lujosa. Yo compraré un auto para que se lo entreguen cuando lleguen a Alburquerque.

Y haré que alguien se ocupe de limpiar a fondo la casa. Cuando lleguen a Whispers, todo debería estar listo para que usted y Jennifer se muden a la casa.

—Whispers. Me gusta el nombre.

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Drake le tomó el codo con la mano al ayudarla a salir del ascensor. Y no la sacó. —Es una ciudad pintoresca. Muchos jubilados viven allí, y también algunos

mineros y sus familias. Es un lugar tranquilo y pacífico, y el paisaje es estupendo en todas las estaciones.

Ahora estaban de pie frente a la puerta del departamento de Lauri. Drake dijo: —Le pagaré lo mismo que le paga el instituto. Desde luego, además tendrá la casa

y un auto a su disposición. Y le daré una mensualidad generosa para comida, ropa para Jennifer y lo que necesite.

—El dinero no me preocupa —dijo ella al insertar la llave en la cerradura. Giró hacia él con la intención de desearle buenas noches, pero las palabras no

llegaron a formarse. Drake se le acercó y ella se vio obligada a retroceder, hasta que no pudo seguir haciéndolo. Estaba contra la pared del pasillo, y él apoyó las palmas de las manos en la pared, a cada lado de Lauri, justo por encima de su cabeza, y se inclinó hacia ella. Los separaban pocos centímetros, pero él no la tocó.

—Me gustas de esta manera —le susurró. ¿Qué le había pasado a su voz? Lauri no pudo pronunciar las palabras que

cruzaban por su cabeza. Hasta que, por último, pudo farfullar: —¿De qué manera? —Tranquila, simpática y cooperadora. Pero, bueno —rió—, también me gustaste

el otro día, cuando me lanzabas fuego con el aliento y estabas tan furiosa que tu pelo brillaba como una antorcha. —Se le acercó todavía más. —De hecho, señora Parrish, estoy haciendo todo lo posible por descubrir en usted algo que no me gusta.

El instinto le dijo a Lauri que Drake estaba por besarla. Sabía que no debería permitirlo, pero sintió que no podía moverse al ver que su cara se acercaba a la suya. Un instante antes de que los labios de él tocaran los suyos, Lauri cerró los ojos. Aunque sabía qué iba a ocurrir, no estaba preparada para la tempestad de emociones que le recorrió el cuerpo al sentir su roce.

El bigote le hizo cosquillas en los labios. Drake se movió imperceptiblemente más cerca hasta que, por primera vez, el cuerpo de cada uno sintió las curvas complementarias del otro.

Encajaban a la perfección, como piezas de un rompecabezas. Ella le llegaba apenas a la mitad del pecho y, sin embargo, eran como las dos mitades de un todo. Los suaves pechos de Lauri fueron acogidos por el pecho de Drake, como si en él se hubieran excavado espacios para contenerlos. Los pies de Drake estaban a los costados de los de Lauri, y cuando las caderas delgadas y firmes de él se fusionaron con la suavidad femenina de las de ella, un gemido de agonía y de placer brotó desde lo más profundo de la garganta de Drake.

Los labios de él bebieron en los de ella, se demoraron allí y luego se alejaron hasta que Lauri tuvo ganas de tomarle la cabeza y apretarla contra la suya pero sólo reunió el coraje suficiente para levantar tímidamente las manos hacia las costillas de Drake y acariciarle los músculos sobre ellas. Los tenía tensos y contraídos por el esfuerzo que implicaba sostenerlo contra la pared.

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Drake dejó escapar el aire en un prolongado suspiro cuando sintió que las manos de Lauri lo tocaban. Su boca dejó de juguetear y descendió sobre la de ella, reclamándola con una precisión que resultó alarmante.

Al principio, Lauri no participó. El temor y la cautela habían hecho que reprimiera sus respuestas a los hombres desde su matrimonio desastroso. Pero Drake no aceptó esa resistencia: sus labios siguieron insistiendo hasta hacer que ella abriera los suyos y diera acceso a su lengua suplicante. Lauri trató de restablecer el orden del mundo, de poner las cosas en su perspectiva adecuada, pero le resultó imposible bajo la boca implacable de Drake.

Él ni siquiera quedó satisfecho cuando tuvieron que detenerse un momento para respirar. Jugueteó en la oreja de Lauri con la boca y le mordió el lóbulo con los dientes. Sus manos se deslizaron hacia abajo para acariciarle los hombros, los brazos, y de nuevo el cuello. Sus dedos parecieron tomarle el pulso antes de subir para rodearle la cara. Sus pulgares le acariciaron los pómulos.

—¿Besas así a todas las actrices con que traba]as? —preguntó Lauri con una sonrisa lánguida.

Ella esperaba que Drake sonriera a su vez y le contestara algo ingenioso. En cambio, con enorme sorpresa, vio que él palidecía. Esos ojos verdes, que estaban iluminados por un incendio interior que parecía tocarla con lenguas de fuego cuando la habían mirado desde arriba, se volvieron fríos, impenetrables, como si una cortina hubiera bajado sobre ellos.

Drake se fue apartando de ella por grados. Primero, sus manos descendieron de la cara de Lauri. Después, el pecho de ella fue aliviado de la presión del de él. Cuando Drake se apartó del todo, ella se sintió vacía e hizo un movimiento como para tomarlo y traerlo de vuelta, pero la expresión del rostro de Drake la asustó y ella enseguida cerró el puño y se lo apoyó en el pecho. Drake estaba ahora macilento y la miraba como si hubiera visto un fantasma.

—Drake, ¿qué...? Él movió los labios varias veces antes de poder pronunciar las palabras. —S-Susan solía decir eso. —Hizo una pausa, se pasó una mano por la cara y se

apretó los ojos, como para borrar una imagen desagradable. —Ella me lo decía todo el tiempo.

—¿Susan? —Preguntó Lauri con un hilo de voz. Sabía quién debía de ser Susan, pero no quería oírlo.

—Susan era mi esposa. Falleció. Lo había dicho, y con tanta angustia que Lauri se sintió muy mal. ¡Drake seguía

amando a su esposa! No había dicho cuál había sido la causa de su muerte; eso no tenía importancia. Había sido su muerte, y no la causa, lo que se había llevado el amor de Drake.

—Sí, lo siento —murmuró ella. Era una cosa tan pobre e insatisfactoria para decir, pero no se le ocurrió nada más, y Lauri estaba desesperada por llenar ese silencio denso que de pronto se había instalado entre ellos.

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Drake se enderezó y pareció recobrarse del transitorio estupor que las lamentables palabras de Lauri; le habían provocado. Se pasó la mano por su pelo marrón entrecano y luego dijo, con brusquedad:

—No tiene importancia. ¡Pero vaya si la tenía! Apenas segundos antes Lauri estaba perdida en el abrazo

más cálido y dulce que había conocido en su vida. Y, ahora, el hombre que había hecho cantar su cuerpo con sensaciones que hacía tiempo creía muertas, actuaba como un extraño, un extraño muy distante.

Tenía las manos bien metidas en los bolsillos de los pantalones cuando se apartó de ella. Y al girar sobre sus talones para enfrentarla de nuevo, su boca era ya una línea severa, y sus tupidas cejas estaban bien cerca de sus ojos.

—Creo que es justo que te diga, Lauri, que yo no permito ningún enredo emocional en mi vida. Pese a lo que se puede leer en las revistas de espectáculos, jamás tengo una relación estable con una mujer. Estuve casado y amé a mi esposa. Mis necesidades son puramente físicas. Pensé que era importante que lo supieras desde el principio.

Sus palabras fueron como un ladrillo caído sobre la cabeza de Lauri, que la sacudió hasta las puntas de los pies. En sus venas bulleron la furia y la humillación, y se erizó como un gato a punto de saltar. Trató de controlar la voz, de acallar las súplicas que gritaban en su interior y exigían ser expresadas.

—No recuerdo haberle pedido que se "enredara" conmigo, señor Rivington. —Temblaba por la furia que sentía. —Sin embargo, puesto que usted ha sacado el tema y traducido erróneamente mis motivos, quiero aclarar enseguida las cosas. No tengo ninguna intención de tener una "relación" con usted. A lo cual se suma el hecho de que ejercería un efecto adverso en la objetividad que debo tener, le confieso que lo en-cuentro a usted deplorablemente presumido. Yo estuve casada con un artista —más precisamente un músico—, y él, como usted, se tomaba demasiado en serio y esperaba que los demás también lo hicieran. Puede estar seguro de que yo deseo que la relación que necesariamente debe existir entre nosotros sea estrictamente profesional. Gracias por la cena.

Dicho lo cual, transpuso la puerta y la cerró. Después, se recostó contra ella, mientras respiraba con fuerza y trataba de reprimir las lágrimas de furia que ya presionaban contra sus párpados.

Oyó los pasos de Drake hacia el ascensor, el ruido de las puertas que se abrían y luego se cerraban.

—¡Imbécil! —se gritó a sí misma, y golpeó el suelo con un pie en una reacción que se remontaba a su infancia. Arrojó la cartera hacia la silla más cercana y virtualmente se arrancó la chaqueta.

"Ese arrogante hijo de... Lauri no sabía contra quién dirigir su furia asesina: Sí contra Drake o contra sí misma. Fue al dormitorio y, después de encender la

luz, se dejó caer sobre la cama y se inclinó hacia adelante para desatar las tiras de sus sandalias.

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—Nunca aprendes, ¿no, Lauri? Estás siempre hambrienta de castigos, ¿verdad? Mientras se desvestía siguió censurándose, en primer lugar, por haber cedido al

beso de Drake. Él era su empleador. Ella era la responsable de su hija y no debería haber permitido que ningún vínculo emocional nublara su objetividad. Y el hecho de tener pensamientos románticos con respecto al padre de Jennifer era nocivo para el bienestar de la pequeña. Ya era bastante peligroso para la educación de Jennifer que le tuviera tanto afecto a esa chiquilla; pero tener deseos sexuales dirigidos al padre eran el colmo de la locura.

Lo que más molestaba a Lauri no era haber besado a Drake sino lo que había sentido mientras lo hacía. Ni siquiera cuando estaba profundamente enamorada de Paul había experimentado esa sensación de hundirse sin remedio que acababa de sentir con el beso de Drake.

Sí, se hundía, y de pronto le quitaron el sostén con crueldad y egoísmo. Y, para colmo, ¡Drake había tenido el tupé de sugerir santurronamente que ella había iniciado el abrazo!

Los artistas eran todos iguales; sólo les importaba satisfacer sus instintos más bajos y, una vez que su orgullo quedaba a salvo, no tenían inconveniente en pisotear las almas de los que los habían salvado.

Lauri entró en el baño y comenzó a encremarse la cara mientras recordaba su matrimonio con Paul Jackson. Se habían conocido en una fiesta. No hacía mucho que ella vivía en Nueva York, pues acababa de ser nombrada maestra en el Instituto Norwood para Sordos.

Se sentía sola y extrañaba a su familia, que vivía en Nebraska. Cuando una de las maestras más jóvenes del instituto la invitó a una fiesta, ella aceptó precisamente porque se sentía tan sola.

Los asistentes a la fiesta eran una mezcla de solteros y de parejas, que incluía a algunos bailarines, músicos y escritores. Paul Jackson tocaba el piano, mientras una rubia de piernas largas cantaba con una voz que no tenía para nada la calidad del acompañamiento de Paul.

Él advirtió la presencia de esa jovencita pelirroja que se encontraba de pie junto al piano de cola y escuchaba su música con ávido interés. En un momento de descanso, se le acercó, se presentó y ambos comenzaron a conversar animadamente. Lauri lo felicitó por su capacidad como músico, sobre todo cuando él le dijo que las canciones habían sido compuestas por él.

No fue sino hasta meses más tarde que Lauri analizó la relación de ambos y comprendió que, incluso en ese primer encuentro, no habían hablado del trabajo de ella ni de sus sueños o sus planes. Hablaron exclusivamente de Paul y sus ambiciones de convertirse en un gran éxito en la industria de la música. Esa primera conversación debería haber sido la clave del egoísmo y la inseguridad de Paul.

Era un hombre apuesto, dentro de un estilo serio y estudioso. Llevaba el pelo castaño demasiado largo, pero rara vez pensaba en hacérselo cortar a menos que Lauri se lo recordara. Todo debía recordárselo con delicadeza, por temor a ofenderlo o a

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herir su auto imagen ya muy inflada. Tal vez lo que Lauri sentía por él era lástima, pero al cabo de varios meses de

salir con Paul, se convenció de que era amor. Él la necesitaba. Necesitaba confianza. Necesitaba a alguien que escuchara su música y la aprobara. Necesitaba aliento, halagos, que lo consintieran.

—¿Vendrás a vivir conmigo, Lauri? Necesito que estés conmigo todo el tiempo. —Estaban en el departamento de él, después de haber ido al cine más temprano. Estaban abrazados en el sofá.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo, Paul? —preguntó Lauri con una sonrisa. Estaba fascinada. Él la amaba. Y ella lo ayudaría, lo alentaría y sería un ancla en la que él podría confiar.

—No. —Paul la soltó, se puso de pie y atravesó el cuarto hacia la mesa donde tenía las bebidas alcohólicas. —Lo que te estoy pidiendo es que vivas conmigo —dijo y se sirvió whisky.

Lauri se sentó y se arregló la ropa. Paul le había pedido en muchas ocasiones que se acostara con él, pero ella se había negado, y esa negativa por lo general generaba una pelea, después de la cual él se disculpaba con sarcasmo por haberle pedido que se comprometiera.

—Paul sabes que no puedo hacerlo. Y ya te he dicho por qué. —¿Es porque tu padre es un predicador? —Se estaba poniendo más agresivo.

Tenía los ojos vidriosos y con una expresión vacía. —No es sólo eso. Para mis padres sería una gran decepción... —Oh, por favor —gruñó él. —¡Sabes bien que me gustaría acostarme contigo! —exclamó ella—. Más que nada

en el mundo. Pero quiero estar casada contigo, y no ser sólo tu concubina. Él lanzó una imprecación en voz baja y bebió lo que le quedaba de whisky. Luego

apoyó el vaso en la mesa y se quedó mirándola durante un buen rato hasta atravesar la habitación y arrodillarse frente a Lauri.

—Perra pelirroja —murmuró y levantó la mano para acariciarle el pelo—. Sabes que ya no puedo vivir sin esto. —Le puso la mano en el vientre y se lo masajeó con entusiasmo. Después se inclinó hacia adelante y le besó los dos pechos por sobre la blusa. —Supongo que tendré que casarme contigo para conseguirlo.

—Oh, Paul —exclamó ella y le rodeó el cuello con los brazos. Para contrariedad de la familia de Lauri, ambos se casaron pocos días después en

una ceremonia civil, con sólo dos amigos músicos de Paul como testigos. Al día siguiente, ella trasladó sus cosas al departamento de Paul.

Durante uno o dos meses todo anduvo sobre ruedas, y Paul sólo tuvo algunos estallidos de mal humor o períodos de gran depresión. Trabajaba en un grupo de canciones en las que tenía cifradas muchas esperanzas. Todos los días, cuando Lauri volvía del trabajo, lo encontraba sentado frente al piano. Ella preparaba platos que él comía distraídamente antes de volver a sus partituras.

Cuando Lauri se iba a acostar, él se reunía con ella lo suficiente para satisfacer

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sus necesidades sexuales y luego volvía a trabajar, mientras ella permanecía sola en la oscuridad hasta que finalmente se dormía. Cada mañana, Lauri se levantaba y salía a trabajar sin despertarlo.

Cuando un editor de música rechazó sus canciones, Paul cayó en una depresión profunda. Comenzó a beber, a maldecir y a llorar, en una serie de ciclos repetitivos.

Cuando Lauri trataba de consolarlo y de alentarlo, él le gritaba: "¿Qué demonios sabes tú de esto? Te pasas los días entre un puñado de criaturas sordas que ni siquiera pueden escuchar música, sea buena o mala. ¿Y crees que eso te convierte en una experta? ¡Por el amor de Dios, cierra la boca!"

Finalmente salió del pozo y pasó entonces por un período de remordimientos que fue todavía más irritante que su conducta anterior. Vertió mares y mares de lágrimas, mientras Lauri lo abrazaba y lo consolaba como si fuera una criatura. Paul le rogó que lo perdonara y prometió no volver a hablarle nunca de esa forma. Ella lo acarició y lo cuidó y lo convirtió de nuevo en un ser humano racional.

Pero no duró. En los siguientes ocho meses, sus ataques ocurrieron con creciente frecuencia.

Bebía porque no podía componer música buena. Y no podía componer buena música porque bebía. Y Lauri sufría por ello.

Cuando Paul estaba en condiciones físicas para tener relaciones sexuales, ella toleraba un acto sin calidez ni afecto, pero nacido de la furia de él consigo mismo. Usaba a Lauri como receptáculo de su frustración.

Lauri sentía que tenía que abandonar a su marido para poder preservar su propia salud mental. Ya no toleraba los cambios de humor de Paul, sus accesos de cólera, ese ego que requería que se lo alimentara continuamente, y la paranoia que era preciso aliviar.

Se mudó, entonces, a otro departamento. Jamás inició los trámites de divorcio porque no perdía la esperanza de que, de alguna manera, Paul lograría superar sus debilidades y ambos podrían amarse como era debido.

Tres meses más tarde, él murió. La muchacha de turno que vivía con él llamó a Lauri cuando encontró a Paul caído sobre el teclado del piano. La autopsia reveló una cantidad letal de alcohol y barbitúricos. Se determinó que la muerte había sido accidental y Lauri lo aceptó.

Ahora, Lauri sacudió con pesar la cabeza mientras se cepillaba el pelo. Al funeral sólo habían asistido muy pocas personas. Sus padres ni siquiera habían conocido a Paul; no pudieron llegarse a Nueva York y él se había negado a viajar a "un lugar tan remoto y dejado de la mano de Dios como Nebraska". Lauri había llamado por teléfono a la madre de Paul, que vivía en Wisconsin, pero a quien no conocía personalmente. La mujer escuchó la explicación que le dio Lauri de los detalles de la muerte de su hijo y luego cortó la comunicación sin siquiera decir una palabra,

Al principio, Lauri se culpó por la muerte de Paul. Si se hubiera mostrado más comprensiva, lo hubiera apoyado más y no lo hubiera abandonado, tal vez él habría conseguido salir del pozo en que él mismo se había sumido.

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Sólo después de prolongadas conversaciones con su padre y gracias a la acción terapéutica del paso del tiempo, Lauri renunció a esa autoflagelación y aceptó la muerte de su marido.

Sin embargo, el matrimonio había dejado una marca en ella. Comenzó a cuidar con quiénes salía. Sólo aceptaba hacerlo con ambiciosos jóvenes ejecutivos, a quienes les importaban más sus carreras que sus vidas amorosas. Cada una de esas relaciones se mantenía en un nivel impersonal, y si Lauri llegaba a sentir que un hombre se interesaba demasiado en ella, enseguida se alejaba de él.

Ahora, apagó la luz del cuarto de baño, se sacó la ropa interior y se deslizó desnuda entre las sábanas.

—Vaya si tienes buena suerte con los hombres, Lauri Parrish —se dijo con tono de burla.

Desde la muerte de Paul se había mostrado muy cuidadosa. Fría y distante, no había permitido que ningún hombre le importara; hasta ahora. No se trataba de un resbalón sin importancia; era, más bien, una zambullida de cabeza en la dirección equivocada.

Drake Rivington no sólo era su empleador y el padre de su alumna, sino que, además, era actor. ¿Podía haber algo peor que un músico, excepto un actor? ¿No acababa ella de ver, acaso, pruebas de ese temperamento conocido? En un momento él la besaba con una pasión que derritió todas sus reservas y le hizo hervir la sangre; y, al minuto siguiente, se mostró frío y distante, y se apartó porque algo que ella había dicho le recordó a su esposa fallecida.

Más irritante todavía le resultó esa exhibición de abrumadora vanidad y engreimiento. Drake estaba acostumbrado a que las mujeres lo adularan, que jadearan con tal de obtener de él una mirada, una palabra, un roce. Al demonio con todo eso, pensó Lauri con desdén mientras estrellaba un puño en la almohada.

Estaba por emprender un proyecto que podría llevarle años y que exigía —y merecía— la totalidad de su energía y su concentración. Ella no deseaba ni necesitaba que nada —y mucho menos un hombre— nublara sus juicios. Se dijo que no debía prestar atención a la ridícula arrogancia de Drake, que debía olvidarlo.

Olvidar que su pelo brillaba como la plata bajo ciertas luces. Olvidar que sus ojos eran de un verde profundo, enmarcados por pestañas oscurísimas, y que con su intensidad eran capaces de atravesarla. Olvidar que su cuerpo era alto y delgado y fuerte, y que se movía con gracia.

Lauri se agitó con incomodidad debajo de las sábanas y no prestó atención a la vibración de su corazón cuando recordó lo que había sentido cuando los labios de Drake se apoyaron en los suyos. Involuntariamente, se llevó la mano a los labios y se tocó la boca, que todavía se estremecía por ese beso tan dulce. Desplazó los dedos a su oreja y a la curva detrás de ella, que habían conocido la suave caricia del bigote de Drake.

Lauri gimió contra la almohada y se acostó boca abajo. Otras partes de su cuerpo anhelaban ser tocadas, acariciadas, pero ella se lo negó, tal como negaba que, pese a

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su decisión en sentido contrario, se sentía sumamente atraída hacia Drake Rivington. Capitulo 4 —Jennifer, Jennifer Los rizos dorados se movieron cuando la pequeña giró la cabeza en dirección al

sonido distorsionado que había oído y reconocido como su propio nombre. El audífono quedaba oculto debajo de sus rizos.

—Usa la servilleta —le hizo señas Lauri y lo dijo en voz alta mientras sonreía. —¿Está rico? —preguntó. Le gratificó que Jennifer hiciera la seña de sí y tratara de decirlo.

Estaban en una cafetería del Aeropuerto de La Guardia y esperaban a que sonara el anuncio de que el vuelo a Alburquerque estaba listo para ser abordado. Jennifer atacaba en ese momento un helado de vainilla, mientras Drake y Lauri la observaban con atención.

—Jennifer ha progresado tanto en estas dos semanas. Es increíble, Lauri. A Lauri se le apretó el corazón cuando Drake pronunció su nombre, pero ocultó

su reacción. —Es verdad —dijo, con una aparente calma que no sentía. Estaba a punto de irse y no podría seguir viéndolo, ni siquiera en el nivel

impersonal que se había impuesto en todas las reuniones con él desde la noche del beso. Mantener la conversación era imperativo hasta que ella y Jennifer estuvieran listas para abordar el avión. Un silencio incómodo le resultaría intolerable.

—Recuerde que no debe esperar demasiado —le advirtió Lauri. —No lo haré —prometió él solemnemente. —Sí que lo hará —dijo Lauri, rió, y él le devolvió la sonrisa. Las dos semanas anteriores habían pasado volando. Drake había manejado todo a

la perfección: se hizo cargo del alquiler del departamento de Lauri, aunque todavía faltaban tres meses para la fecha de la renovación, y se ocupó de solucionar todo lo relativo al viaje y de mantener informada a Lauri de los preparativos que se estaban llevando a cabo en Nuevo México.

Ella había empacado su ropa de invierno junto con la de Jennifer y ya la había enviado a su nueva dirección, dejando sólo las de verano para meterlas en las valijas a último momento. Los pocos utensilios de la casa los había vendido o regalado a amigos. Drake le había dicho que la casa de Nuevo México estaba completamente amueblada y equipada. Los artículos personales de Lauri habían sido colocados en cajas y despachados al avión con el resto del equipaje.

La doctora Norwood lamentaba que Lauri se alejara del instituto después de haber enseñado allí durante tanto tiempo, pero sabía lo capacitada que estaba para ocupar el puesto de maestra particular y cuánto necesitaba Jennifer esa clase de

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atención. Le había deseado a Lauri buen viaje y buena suerte. Lauri había mantenido todos sus encuentros y conversaciones con Drake en un

nivel comercial. Los temas tocados siempre se relacionaban con Jennifer y con las disposiciones que se estaban tomando para el viaje y la permanencia en Whispers.

Durante la primera reunión de ambos después de la noche en que él la había besado, él le tomó las manos y le dijo en voz baja:

—Lauri, con respecto a la otra noche... —No hace falta ninguna explicación, Drake —dijo ella y liberó su mano—. Me

temo que los dos nos dejamos llevar por ese momento emocional que vivimos en el instituto. Por favor, no se hable más del asunto.

La mirada de Drake se endureció y su boca se tensó, pero no dijo nada. A partir de ese momento, su actitud siempre fue tan cortés y cuidada como la de ella. Una vez, cuando cruzaban una avenida de Manhattan a mediodía, él la tomó del codo, pero la soltó en cuanto llegaron a la vereda de enfrente. Y, desde entonces, no había vuelto a tocarla.

Lauri trató con desesperación de reprimir los impulsos salvajes que le corrían por las venas cada vez que veía a Drake. Sería un alivio que la mitad del país los separara. Estaba convencida de ser una víctima más de los encantos y la apostura que habían conquistado los corazones de tantas mujeres. Y a ella se le pasaría ese enamoramiento, tal como le había ocurrido con todos los que había vivido de adolescente.

—¿Quiere otra Coca Cola? —le preguntó él ahora y la arrancó de sus ensueños. —No, gracias. —Creo que yo me tomaré otra cerveza —dijo él y llamó por señas a una camarera.

La pobrecita estaba encandilada con él, y cuando Drake le prestó atención, ella estuvo por tropezarse en su intento de llevarle el pedido lo antes posible. Drake miró a Lauri y le dijo: —Usted comentó que su padre era ministro. —Ella asintió. —¿Por eso no bebe alcohol?

A Lauri le sorprendió la pregunta, pero respondió con serenidad: —No. Yo solía beber cada tanto, en reuniones sociales. —Apartó la vista de

Drake con la excusa de limpiar un poco de helado de la cara de Jennifer. —Pero he visto el mal que hace el alcohol a las personas —dijo

—¿Su marido, tal vez? —Hizo la pregunta en voz muy baja, pero a Lauri le sonó como un trueno. No había vuelto a mencionar su matrimonio desde aquella noche.

—Sí —respondió ella y lo miró. Suspiró. Decidió que ése era tan buen momento como cualquier otro. —Le hablaré de mi matrimonio. Después, no quiero volver a mencionarlo nunca más. —Brevemente, y sin emoción ni detalles, se refirió a su corto pero tumultuoso matrimonio con Paul. —Después de su muerte, volví a usar mi apellido de soltera. En ningún momento sentí que yo le perteneciera ni que él me perteneciera a mí, así que habría sido hipócrita seguir utilizando su apellido.

Lentamente levantó la vista y lo miró. Él la observaba con atención, rozando cada una de sus facciones con los ojos. Se detuvieron brevemente en su boca, y a Lauri le

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pareció sentir de nuevo su beso. Pero, enseguida, los ojos de Drake buscaron a su hija. —Jennifer. —Golpeó suavemente la mesa para atraer su atención. Luego

extendió los brazos y ella saltó de la silla y la rodeó corriendo para subirse a sus rodillas.

Drake no le prestó atención a la cerveza que la aturdida camarera le había colocado delante. Abrazó fuerte a Jennifer y sepultó la cara en sus rizos. Lauri miró en otra dirección y parpadeó para reprimir las lágrimas que amenazaban con aparecer. Se iba a sentir culpable al dirigirse al avión con la hija de Drake, separando a ambos.

Mientras él miraba, embelesado, la cara de querubín de su pequeña, Lauri le dijo: —Usted podría escribirle. La ayudará a darse cuenta de que usted sigue siendo

parte de su vida. Y también a mí me servirán esas cartas como herramientas de enseñanza. Haremos algunos viajes a la oficina postal y cosas así.

—De acuerdo —murmuró él y arregló las medias blancas que cubrían las piernas regordetas de Jennifer.

—Por supuesto, nos convertiremos en ávidas admiradoras de La respuesta del corazón.

—Dios, ahórrele eso a mi hija —gruñó él, pero volvió a sonreír. Por los altoparlantes se anunció la salida del vuelo. Durante lo que para Lauri

duró una eternidad, ella y Drake se miraron por encima de la mesa, mientras Jennifer parloteaba con él en forma incoherente. Por último, Lauri rompió el contacto visual con él y se agachó para levantar la gran cartera que llevaría con ella al avión.

Caminaron en silencio por el vestíbulo. Drake llevaba alzada a Jennifer, quien ignoraba que pronto se vería separada de ese hombre, al que amaba con la adoración incondicional de una criatura.

Drake les consiguió sus tarjetas de embarque y luego miró a Lauri. —Si llegan a necesitar algo, no importa la hora, llámeme enseguida. Usted es más

que una empleada, Lauri. Estoy poniendo a mi hija en sus manos. —Sí, me doy cuenta. Puede estar seguro de que haré todo lo que esté a mi

alcance por ella. Los pasajeros y los empleados de la aerolínea reconocieron a Drake y

comenzaron a susurrar y a asentir con la cabeza. Varias mujeres tuvieron una conducta ridícula, mientras que otras se limitaron a sonreírle y siguieron adelante. Lauri tuvo plena conciencia de cada mirada que le dirigían, mientras que Drake parecía no advertirlas siquiera.

Él se arrodilló y sacó del bolsillo un paquete de goma de mascar. Jennifer trató de tomarlo, pero él lo fue apartando hasta que ella se lo pidió con una seña. Él la abrazó un momento y luego hizo la seña de te amo. Jennifer lo imitó, pero parecía más interesada en la goma de mascar.

—¿Le parece que ella entiende? —le preguntó él a Lauri. —No entiende que se separará de usted durante un período prolongado. Pero sí

entiende el amor, tal como lo hace cualquier chico. Él pareció satisfecho con esa respuesta y asintió. Sus ojos parecían muy

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atareados en inspeccionar la multitud que aguardaba abordar el avión. Pero, en realidad, no veía a los otros pasajeros más de lo que Lauri lo hacía cuando imitó su pretendido interés. Tiempo después, él volvió a mirarla.

—Lauri —dijo con voz vacilante y le tocó la mano con que ella sostenía las tarjetas de embarque. De nuevo le escrutaba el rostro. Esos ojos verdes la aprisionaron. Le imploraban... ¿qué cosa? Lauri comenzaba a ser presa de un remolino que la llevaba hasta sus profundidades. Se ahogaba.

No me mires así, cuando sigues enamorado de tu esposa, habría querido gritarle. Cuando él hizo un movimiento como para abrazarla, ella se apresuró a dar un paso atrás y a tomar la mano de Jennifer.

—Será mejor que nos apuremos. Adiós, Drake. Y, antes de que él tuviera tiempo de detenerla, ella pasó por la puerta y le

mostró las tarjetas de embarque a un asistente. Jennifer siguió a Lauri después de saludar con la mano a Drake. No tenía cómo

saber que no volvería a verlo por meses. Lauri no miró hacia atrás. Siguió caminando con piernas temblorosas por la manga hasta la puerta del jet y

se instaló en los asientos que tenían reservados en primera clase. Como si fuera un juego, le enseñó a Jennifer cómo sujetarse el cinturón de seguridad, para que la pequeña no se asustara ante esa súbita pérdida de libertad. Las azafatas enseguida quedaron prendadas de Jennifer. Una de ellas conocía el lenguaje de señas y pronto hablaba con la chiquilla con el limitado vocabulario que conocía.

Cuando el avión comenzó a corretear por la pista. Lauri miró hacia la terminal y, por la pared de vidrio alcanzó a ver la silueta de un hombre que no podía ser otro que Drake.

Luchó por reprimir las lágrimas, que sólo lograrían trastornar a Jennifer. Tenía la garganta cerrada por la emoción, y no sabía si podría tolerar el puñal que tenía clavado en el pecho.

Tengo que luchar contra esto, se dijo. No debo amarlo. Sólo trabajo para él y nada más. Él está enamorado de su esposa. Es un actor. Una estrella de teleteatro. Y ha reconocido que cualquier atracción de su parte está gobernada por una necesidad tísica y no por un anhelo emocional. No quiero que forme parte de mi vida.

Pero, mucho después de que el avión hubiera trepado por las nubes y enfilado hacia el suroeste, ella no había conseguido convencerse.

**** —Yo no podía creer que, finalmente, tendría una vecina. Cuando la señora Truitt

—la señora que le limpió la casa— me dijo que usted y la pequeña vendrían, quedé fascinada. ¿Puedo ayudarla con algunas de esas cosas?

Lauri le sonrió a esa mujer regordeta instalada sobre el taburete de la cocina. Betty Graves vivía justo al lado de la casa de montaña de Drake, ubicada en Whispers, Nuevo México.

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—No, gracias. Si no guardo estas cosas yo misma, después no sabré dónde encontrarlas. Ya casi he terminado.

Lauri sacaba de las cajas libros de cocina que había llevado desde Nueva York. Hacía sólo un día que ella y Jennifer se encontraban en su nueva casa y todavía trataban de saber dónde estaba todo.

La casa que Drake había descrito como "nada del otro mundo" distaba mucho de ser modesta. Cuando ella y Jennifer llegaron a esa casa de dos plantas estilo chalet suizo en el auto nuevo que él les había comprado, a Lauri le maravilló que alguien pudiera tener una casa así y no desear vivir todo el tiempo en ella.

La planta baja tenía un gran living, flanqueado a un lado con grandes ventanales que daban a las montañas y, en el otro, por un hogar de piedra. El living se abría a una pequeña habitación revestida en madera que Drake sugirió podría usarse como aula para Jennifer y que Lauri, al verla, comprobó que serviría a la perfección para ese fin. En un extremo del living había un pequeño comedor que se conectaba con la alegre y moderna cocina, que también tenía un sector para comer.

En el piso superior había un enorme dormitorio, con una inmensa cama camera, un cuarto de baño opulento y otra habitación más chica con su correspondiente baño.

—Creo que lo mejor será ocupar todo este espacio, ¿no te parece, Jennifer? —le había preguntado la noche anterior Lauri, mientras desocupaba las valijas de la pequeña en el más chico de los dos dormitorios del primer piso. Ella ocuparía el dormitorio más grande. —No tiene sentido que vivamos como espartanos, cuando hay tanto espacio disponible —se dijo, mientras Jennifer observaba, maravillada y en silencio, su nuevo hogar.

Siempre había vivido en el dormitorio común del instituto. Lauri pensó que a Jennifer eso le parecería un palacio.

Todo había salido muy bien y con perfección cronométrica. Al bajar del avión, Lauri y Jennifer fueron recibidas por un hombre jovial de mediana edad que les entregó el automóvil que Drake había comprado para ellas por teléfono.

—Si prefiere otro modelo, el señor Rivington me dijo que la complaciera. Lauri miró el nuevo y lujoso Mercedes plateado, con todos los opcionales

imaginables, y se echó a reír. —Creo que éste estará muy bien —dijo. El individuo la ayudó a poner las valijas en el baúl del auto y le indicó cómo llegar

a Whispers. Estaba a aproximadamente una hora de viaje, al noroeste de Alburquerque.

Cuando ellas llegaron, la casa ya estaba lista para ser ocupada. Las dos se acostaron temprano, después de comer sopa de lata y algunas galletitas con queso y de sacar de las valijas sólo lo que necesitarían esa noche.

**** Lo primero que despertó a Lauri fue el gorjeo de los pájaros. Se apresuró a ir al

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cuarto de Jennifer, sabiendo que la pequeña disfrutaría de las vistas matinales de su nueva casa, que por cierto eran muy diferentes de la vista de Manhattan a la que Jennifer estaba acostumbrada. Tal como Lauri supuso, la chiquilla quedó maravillada.

Después de un opíparo desayuno de tocino con huevos, que descubrió en la bien provista heladera, Lauri bañó a Jennifer y la vistió con shorts y remera. Ella se puso ropa igualmente informal y luego comenzó a recorrer la casa y a sacar de las valijas lo que había llevado.

A media mañana había llegado Betty con sus dos hijos. Era una mujer alegre y locuaz, que era imposible no amar, y sumamente curiosa.

—Hace tres años que vivo aquí y jamás supe a quién pertenecía esta casa. Que yo sepa, nunca ha vivido nadie aquí. Así que imagínese lo que sentí al saber que ese tal doctor Glen Hambrick... por supuesto que ése no es su verdadero nombre. ¿Puedes repetirme cuál es?

—Drake Sloan es su nombre profesional. Su verdadero apellido es Rivington —respondió Lauri con una sonrisa divertida.

Betty estaba estupefacta. —¡Sí! Casi muero cuando la señora Truitt me lo dijo. Y me entusiasmé tanto al

saber que tendría una vecina con una chiquilla. Y, después, ¡enterarme de que el vecino era nada menos que Glen Ha..., quiero decir, Drake Sloan! ¡Es posible que Jim no me vuelva a dejar sola en casa! —dijo y se echó a reír.

Betty parecía terminar cada frase con un signo de admiración. Ya le había contado a Lauri que su marido trabajaba en las minas ubicadas entre Whispers y Santa Fe, que sólo volvía a casa los fines de semana y que con frecuencia ella sentía la falta de compañía de personas adultas.

Los dos hijos de Betty eran tan sociables como su madre. Con su pelo negro y ojos marrones, parecían duplicados de ella en miniatura. Eran Sam, de cinco años, y Sally, que tenía la edad de Jennifer. Enseguida los chicos tomaron a Jennifer bajo su ala y en ese momento estaban jugando en la habitación de ella. Sally había admirado los rizos rubios de Jennifer y la había acariciado como si se tratara de una muñeca.

—Lamento decepcionarte, Betty, pero Drake sigue en Nueva York. El no vivirá aquí.

—Ya lo sé. ¡Pero seguro que vendrá a visitarte! ¿No podrías pedirle un autógrafo para mí? ¡Moriría con tal de tenerlo!

—Estoy segura de poder arreglar de que te conozca cuando venga. Si es que lo deseas —dijo Lauri.

—¡Que si lo deseo...! —saltó Betty con una carcajada al ver la sonrisa traviesa de Lauri.

—Su hijita es un encanto, ¿verdad? —dijo Betty después de que ambas compartieran un momento de risa—. Es una pena que sea sorda. ¡Yo ni siquiera lo sabía! Y tú eres su maestra. ¡Igualito que en Ana de los milagros! Debes de ser muy inteligente para saber ese lenguaje de señas y todo eso.

—Mi hermana era sorda, así que aprendí el lenguaje de señas al mismo tiempo

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que el inglés. —¿Hay mucha diferencia? —Bueno, en cierta forma, sí —respondió Lauri pacientemente—. ¿Por qué tú y tus

chicos no lo aprenden? Podrían venir todas las tardes y yo se los enseñaría. —¿En serio? Sería fantástico. Entonces los chicos podrían hablar con... bueno,

quiero decir... —Si, hablar es el término correcto —dijo Lauri. —Esta bien. Podrían hablar también con Jennifer. —¿Tus chicos duermen la siesta? —Yo no los toleraría si no lo hicieran. Lauri se echo a reír. —¿Qué te parecería todos los días después de la siesta? —¡Estupendo, Lauri! Gracias. —Betty salto del taburete, tomo uno de los libros

de cocina y se puso a hojearlo. —Apuesto a que nunca comes estas comidas que engordan tanto. ¡Eres tan delgada! Ojala yo pudiera ser menuda como tu. Eres afortunada. Cuando tengas hijos, lo más probable es que adelgaces en lugar de aumentar quince kilos como me paso a mí. ¿Te parece que con tu piel te quedaran estrías? Mi medico me aseguro que a mi no me ocurriría, por eso me enfurecí tanto cuando las tuve. Pero no creo que a ti te pase. Además, yo di de mamar a mis hijos, Una amiga dijo que seria estupendo para mi figura. Y lo fue, mientras alimentaba a mis hijos. Pero, después, ¡zápate! —Hizo un gesto burlón con la mano. — ¡Mira cómo me cuelgan! ¿Crees que el hecho de tener un bebé te arruinará la figura?

A Laura la fascino que Betty pudiera hablar tan rápido y cambiar de tema con semejante velocidad, y la escuchó con reverencia. Cuando se dio cuenta de lo que Betty le había preguntado, se ruborizó y dijo en voz baja:

—No creo que jamás tenga un hijo. —¿De veras? ¡No puedo imaginar que alguien no quiera tener hijos! ¿Acaso Drake

no los quiere? —¿Qué? —exclamo Lauri y dejó caer el libro que estaba por poner en el estante

ubicado sobre la cocina. —Seguro que no quiere tener mas hijos porque la pequeña Jennifer nació sorda

—dijo Betty con tono compasivo—. Supongo que no se lo puede culpar. Tal vez si hablaras con él consentiría en tener más.

—Betty —dijo Lauri y tragó fuerte, hasta que por último encontró su voz—. Yo... nosotros... Drake y yo no... no tenemos ninguna relación. Yo sólo soy la maestra de Jennifer.

—¡Bromeas! —exclamó Betty y abrió los ojos de par en par—. Caramba, Lauri, lo siento. Otra vez abrí la boca y metí la pata. Creí que ustedes dos eran... bueno, ya sabes. Quiero decir, en la actualidad todo el mundo lo hace. No quise decir nada malo. En serio.

Betty parecía tan contrita que Lauri no tuvo más remedio que sentir lástima por ella.

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—Está bien, Betty. Supongo que a la mayoría de las personas les resulta raro que Drake nos haya instalado en esta casa.

—No resultaría tan raro si te parecieras más a Mary Popíes y menos a Ann-Margrei.

Lauri se echó a reír, pero enseguida recordó el día que conoció a Drake. Era un recuerdo amargo que le dolía mucho, y su risa cesó enseguida. ¿Alguna vez dejaría de extrañarlo? Lo había visto apenas el día antes, pero ya le parecía una eternidad. La alivió comprobar que Betty cambiaba de tema.

**** Los días se hicieron rutinarios. Por las mañanas, Lauri y Jennifer pasaban varias

horas en el aula con clases. A Lauri le alegró mucho comprobar que la chiquilla era tan inteligente como había supuesto. Cada día abría nuevos horizontes a Jennifer a medida que aprendía a comunicarse con su maestra, a quien consideraba la persona más maravillosa del mundo, además de Drake.

Jennifer le preguntaba todos los días por su padre y jamás se salteaba un episodio del teleteatro donde actuaba. Cuando su imagen aparecía en la pantalla ella gritaba "Auwy, Auwy" y señalaba a Drake mientras marcaba su nombre con señas. Lauri también le había enseñado el significado de la palabra "papá", y relacionó las dos cosas. Cuando aprendió la palabra "mamá" le preguntó a Lauri si ella era su madre. Lauri trató de explicarle la palabra "muerte" mostrándole dos grillos: uno estaba muerto y el otro, vivo. Jennifer entendió la explicación, pero Lauri no estaba segura de que hubiera entendido que su madre estaba muerta. La pequeña no tenía ninguna imagen mental que asociara esa palabra con una persona. Quizá debería pedirle a Drake una fotografía de Susan.

Hacían caminatas por las estribaciones de las montañas, festoneadas de arroyos. Lauri le enseñaba a Jennifer las señas de todo. Por lo general debía hacerlo una sola vez y luego la pequeña recordaba la palabra, aunque repitieran después cada seña una cantidad enorme de veces.

Por las tardes, Betty, Sam y Sally se unían a Jennifer en las clases de lenguaje de señas. Eran momentos felices llenos de risas, y los chicos convirtieron las lecciones en un juego. Muy pronto se comunicaban ya con Jennifer con el aplomo y la naturalidad que sólo poseen los chicos.

—Mira Jennifer —gritó Lauri mientras abría el buzón. Habían bajado por la colina hacia la ciudad en dirección a un almacén, para reabastecerse de provisiones. —¡Hay una carta! Me pregunto para quién será. —Como de costumbre, Lauri verbalizó las señas que hacía.

—Jen-fa —dijo la pequeña con su lenguaje inarticulado pero su modo encantador, se señaló y sonrió.

Lauri sostuvo el sobre al nivel de Jennifer y la chiquilla señaló su nombre, que estaba escrito con grandes letras mayúsculas de imprenta. Después, Lauri señaló el

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nombre que estaba en el extremo superior izquierdo. Drake, hizo la seña riendo en voz baja.

Él le había escrito religiosamente dos o tres veces por semana y, en cada oportunidad, el mensaje era breve pero lleno de amor y diciendo lo mucho que la extrañaba. Y cada sobre contenía un paquete de goma de mascar sin azúcar.

Las había llamado dos veces por teléfono y en cada ocasión, cuando Lauri oyó su voz, su corazón dejó de latir un segundo y luego aceleró sus latidos. Las conversaciones eran de orden practico y bien concretas. Él siempre preguntaba por los progresos de Jennifer, la casa y las comodidades básicas. Le insistía en que pidiera lo que necesitara y después cortaba la comunicación sin ninguna palabra de orden personal. Si alguna vez recordaba el beso que los dos habían compartido, cosa que Lauri dudaba mucho, no lo demostraba.

¿Era una coincidencia que, cada vez que él llamaba, a Lauri le costaba conciliar el sueño esa noche? ¿Cómo era posible que el sonido de su voz perturbara su equilibrio y la dejara aturdida durante el resto del día? Y que, al final de la jornada, cuando estaba acostada sola en esa cama tan grande, su cuerpo se sintiera perturbado e insatisfecho y clamara por...

¡No! Lauri se negaba a admitirlo. Pero era inútil negarse a reconocer lo obvio. Clamaba por Drake. Dormir desnuda era una costumbre que había adquirido durante su matrimonio

con Paul. Con frecuencia, cuando él abandonaba la cama para volver a su piano, ella sentía demasiada pereza para buscar el camisón que él le había quitado con impaciencia.

Esa falta de camisón nunca le había parecido sensual... hasta recientemente. Ahora, cuando yacía desnuda entre las sábanas frescas, su mente evocaba imágenes de Drake. ¿Le gustaría a él verla así? ¿Qué sentiría ella al ser tocada, acariciada, explorada por esas manos tuertes y sensibles? ¿Buscarían ellas esa misteriosa humedad que al mismo tiempo la fascinaba y la alarmaba con su mera presencia? ¿Aliviarían esas manos sus pechos henchidos, que tanto dolían por su deseo insatisfecho?

Y Lauri giraba sin cesar en la cama, hasta que las fantasías se convertían en sueños. Y, en los sueños, encontraban satisfacción.

**** —Hola. ¿Qué estás haciendo? —preguntó Betty mientras asomaba la cabeza por

la puerta de atrás después de dar los golpes obligatorios. —Acabamos de recibir carta de Drake —dijo Lauri. —Dios —gimió Betty—. ¿Puedo tocarla? —No seas tonta. Lauri se echo a reír y comenzó a guardar las provisiones compradas en el

almacén, mientras Jennifer seguía charlando con la carta como si hablara con Drake.

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Betty se sentó en el taburete de la cocina, que se había convertido en su asiento habitual. Puesto que el marido de Betty estaba ausente durante tanto tiempo, las dos mujeres pasaban mucho tiempo juntas. Lauri se sentía agradecida por la amistad que había nacido entre ellas, aunque los antecedentes de las dos fueran tan distintos.

—Mira —dijo Betty mientras abría un paquete de bizcochos y se metía uno en la boca—. Esta tarde voy a llevar a los chicos a ver La bella durmiente. Disney, ¿sabes? ¿No quieres tú y Jennifer acompañarnos?

—Por supuesto que sí. Parece muy divertido. Por una vez, Betty vacilo un instante antes de hablar. —Bueno, no sabía si las chiquillas sordas iban o no al cine. —Desde luego que lo hacen —dijo Lauri —. Solemos ver Sesame Street y ella

aprende mucho. No puede oír el diálogo, pero disfruta de la luz, el color y el movimiento. Le encantará.

Jennifer sí disfrutó de la película. Cada vez que tenía una pregunta, se la decía por señas a Lauri, quien se la contestaba. Fuera de eso, quedó cautivada por la maestría de ese dibujo animado. Cuando la bruja se convirtió en dragón, se asustó mucho; se subió a las faldas de Lauri y la abrazó fuerte. Lauri le explicó que el dragón no era verdadero. La explicación pareció satisfacer a la pequeña por el momento, pero Lauri decidió que debía enseñarle los conceptos real y simulado en una lección futura.

Había sido un día muy largo y Lauri se sentía cansada. La película le había llevado

la mayor parte de la tarde, pero ella y Betty se habían tomado su tiempo en volver a la casa. Esa semana, Jim Groves se quedaría en las montañas, así que Betty no estaba impaciente por volver a su casa, con sólo Sam y Sally por compañía.

Caminaron por las calles pintorescas y empinadas de Whispers con los tres chicos a la rastra. Se detuvieron en varias tiendas de artesanos que interesaron a Lauri. Jennifer cautivó a todas las personas que la conocieron. En el mes que hacía que vivían en esa pequeña comunidad, ya había entablado amistad con varios dueños de tiendas. Todos conocían de vista a la hermosa mujer pelirroja y la chiquilla de rizos rubios que siempre estaba con ella.

Lauri y Betty decidieron convidar a los chicos con hamburguesas y batidos para la cena, después de lo cual treparon por la colina en dirección a sus casas, seguidos por tres niños cansados y fastidiosos. Después de bañar a Jennifer y de arroparla en la cama de su habitación pequeña, Lauri sintió que se había ganado el derecho de un prolongado baño de inmersión bien caliente en la opulenta bañera.

Ese cuarto de baño tenía algo sensual y pecaminoso. El piso y las paredes eran de cerámica blanca y contrastaban con la bañera de mármol negro bajo nivel. El lavatorio y la ducha eran del mismo material, y la puerta del compartimiento de la ducha era de vidrio transparente, no esmerilado, como Lauri estaba acostumbrada. Se sentía decididamente perversa cada vez que se duchaba a la vista de los espejos que tapizaban la pared opuesta.

Al sumergirse en el agua vaporosa y burbujeante de la bañera, se maravilló una

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vez más por su tamaño. Tenía por lo menos un metro de profundidad y dos de largo. Lauri se estiró y decidió disfrutar de esa calidez sedante.

Cuando terminó de bañarse, se lavó el pelo y se envolvió la cabeza con una toalla estilo turbante. Decidió que tenía hambre —la caminata la había hecho digerir la hamburguesa que había comido más temprano—, se rodeó como al descuido con una toalla, sujetó los extremos entre sus pechos y descendió a la planta baja, pero sin encender ninguna luz.

Una vez en la cocina, puso en un plato varios de los bizcochos que ella y Jennifer habían cocinado esa mañana, se sirvió un vaso de leche y se dirigió al living.

Jamás supo qué la hizo mirar hacia el sillón, pero el corazón se le subió a la boca y tuvo que reprimir un grito. El salto que pegó le hizo derramar la leche y que se le cayera la toalla con que se había rodeado con tanto descuido.

—Será mejor que tenga cuidado, o no tendrá secretos para mí—dijo Drake. Capitulo 5 Lauri quería creer que los fuertes latidos de su corazón y la debilidad que de

pronto sintió en las piernas se debían al miedo. Pero el miedo había sido sólo un catalizador. Otra razón, más fuerte y poderosa, era la presencia de Drake Rivington.

Repantigado en el sillón, tenía los pies extendidos delante de él. Llevaba puesto un sombrero de cowboy encasquetado hasta las cejas, pero sus ojos perforaban las sombras y parecían brillar por debajo del ala ancha. Se levanto del sillón lenta y perezosamente.

Vestía jeans y chaqueta de denim. Curiosamente, no se parecía a los hombres que caminaban por la Quinta Avenida con nueva ropa occidental de moda recién comprada en Saks. La de Drake se veía usada y desteñida, y él parecía pertenecer a ella.

Avanzó como una pantera al acecho y se detuvo a centímetros de ella. Su cercanía le resultó intolerable. Lauri involuntariamente respiró hondo y, cuando soltó el aire, la toalla se deslizó un poco más. Ella no podía tomarla para protegerse: con una mano sostenía el plato con bizcochos y en la otra tenía el vaso de leche. Si se movía hacia una mesa para apoyar el plato y el vaso, tenía miedo de que la toalla cayera del todo.

Drake comprendió su situación y el hoyuelo que tenía en la mejilla se profundizó con aire travieso mientras con el pulgar se echaba hacia atrás el sombrero de cowboy.

—¿Qué debería hacer yo ahora, señora mía? —preguntó él con tono pensativo—. Si tomo los bizcochos, seguro que usted volcará la leche en el apuro por aferrar la toalla. Y si le tomo el vaso, los bizcoches se deslizarán del plato, y eso sería un desperdicio. Huelen como hechos en casa. —Se agachó y los olió. Tenía la cabeza muy cerca de la de Lauri, y la fragancia de su colonia tapaba el aroma de los bizcochos recién horneados y resultaba mucho más tentador.

Drake se enderezó y se acercó un paso. —Por otro lado, podría tomar la toalla y resolver todos sus problemas —dijo con

rudeza.

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Lauri contuvo la respiración cuando la mano de Drake se acercó al espacio entre sus dos pechos, allí donde descuidadamente había sujetado la toalla. El apoyó el índice en la curva superior de su pecho.

—¿Sabías —dijo en un suspiro— que tienes cinco pecas justo aquí? —Indicó el lugar desplazando el dedo por la piel. —Eso es poco frecuente. Las pelirrojas por lo general tienen pecas en todo el cuerpo. Y tú sólo tienes cinco. Pero están en un lugar tan pícaro y maravilloso.

Lauri estaba cautivada por la persuasión de la voz de Drake. Su aliento fragante le abanicaba la cara y la embriagaba. Ella deseaba aspirarlo dentro de su cuerpo. Los dedos de Drake comenzaban a insinuarse debajo de la toalla. Cuando ella sintió que presionaban las suaves curvas de su piel, las brasas del deseo que ardían en su interior se apagaron y la pasión se vio reemplazada por la furia.

Dio enseguida un paso atrás y le gritó: —¡Casi me mata del susto! ¿Por qué no me avisó que estaba aquí? —Bueno, quise hacerlo, pero estabas en la bañera. ¿Habrías pretendido que yo

irrumpiera en el cuarto de baño para informarte de mi llegada? Eso te habría dejado sin el beneficio de una toalla —dijo, con tono burlón, mientras sus ojos la recorrían—. Ignoraba que solías caminar por mi casa de esta manera. Di por sentado que una buena muchacha se pondría una bata o algo más modesto cuando terminara de bañarse.

Ella pasó por alto la burla y se aferró a las primeras palabras de Drake. —¿Cómo... cómo supo que me estaba bañando? Él enarcó una ceja. —Bueno, ¿cómo crees que lo supe? —preguntó con un brillo divertido en los ojos.

Ella jadeó y se ruborizó hasta la raíz del pelo. —Oí el chapoteo del agua —agregó él como al pasar.

La reacción de Lauri fue la que Drake había previsto. Ella, furiosa, golpeó el pie en el suelo, y él se echó a reír cuando de los labios de Lauri brotó un "¡Oh!". Por un momento ella había olvidado la toalla, pero recordó su precario estado cuando sintió que comenzaba a deslizarse por sus pechos, hasta quedar colgando apenas de los pezones.

—¿Por favor, puede dejar de reírse y quitarme estas cosas de las manos? Tengo frío.

—No me sorprende. Andar corriendo de aquí para allá desnuda... —bromeó él, pero le quitó el vaso de leche y los bizcochos. Ella se apresuró a tomar la toalla y a asegurársela en el puño cerrado, que habría preferido estrellar en la boca burlona de Drake.

—Si me perdona usted, señor Rivington, estaré de vuelta enseguida, y entonces querré que me diga qué demonios hace aquí.

—Será mejor que me hables con amabilidad —le advirtió él—. Todavía tienes que subir por la escalera, y esa toalla no te cubre todo lo que debiera. Puedo portarme como un caballero y girar la cabeza, o pararme al pie de la escalera y...

—¿Quiere disculparme, por favor, señor Rivington, mientras me pongo más

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presentable para ser entrevistada por mi empleador? —preguntó ella con voz dulzona. —Por supuesto, señora Parrish. Estaré en la cocina cuando vuelva a bajar. —No tardaré. —Y, sin esperar a ver si él miraba o no hacia la escalera —en

realidad, ella no quería saberlo—, subió corriendo y se dirigió a su dormitorio. Le temblaban los dedos cuando se puso un par de jeans y una camisa de franela.

Las noches se estaban poniendo frías en las montañas. ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué no le había avisado que vendría? Se arrancó la toalla

de la cabeza. El pelo le colgaba hasta los hombros en mechones húmedos, pero ya comenzaba a rizarse en ondas naturales. No tenía tiempo de ponerse el secador. Quería ver a Drake cuanto antes... pero sólo para averiguar por qué había venido, se dijo.

Al bajar por la escalera tuvo la sensación de que sus piernas se habían convertido en gelatina. Cuando entró en la cocina, Drake estaba preparando huevos revueltos, café recién hecho bullía en la cafetera, y había dos rebanadas de pan en la tostadora. Su chaqueta y sombrero colgaban en los ganchos que había junto a la puerta de atrás.

—Estoy muerto de hambre. Lo que nos dieron en el vuelo no era comible, y no paré desde Alburquerque hasta aquí. ¿Querías algo?

—Sí, quiero saber qué hace usted aquí. Él deslizó los huevos cremosos de la sartén a un plato. Luego se puso las manos

en las caderas y se quedó mirando a Lauri durante varios segundos, y después pasó junto a ella camino al living. Lauri lo siguió, exasperada y sorprendida.

Él caminó hacia la puerta del frente, la abrió y salió. Miró por sobre la puerta y dijo:

—Cuatro cero tres. Tal como pensé, es mi casa. —Regresó y cerró la puerta, sin prestar atención a la posición militar de Lauri, y volvió a la cocina.

—Muy gracioso —dijo ella y lo siguió. —Eso pensé —dijo él por sobre el hombro mientras abría la heladera—.

¿Tenemos algo de queso? —¿Tenemos? —preguntó ella, acentuando el plural. —De acuerdo. ¿Tiene usted algo de queso, señora Parrish? Lauri no pudo mirar esos ojos que se burlaban de ella por encima de la puerta de

la heladera. —En el cajón de abajo —respondió, bajó la vista y se miró los pies desnudos.

¿Habia olvidado calzárselos? —¿Qué tal está el dulce de frutillas? Ella quedó totalmente desconcertada. —¿Qué? —pregunto con impaciencia. —Nosotros... lo siento, usted tiene dulce de uvas, de damasco y de frutillas. ¿Me

recomienda el de frutillas? Esa fue la gota que desbordó el vaso. —¿Me haría usted el favor de parar con esta conversación intrascendente,

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ponerse la comida en el plato y sentarse de una buena vez para que yo pueda hablarle? Lauri golpeó el piso con el pie y se cruzó de brazos. En ese momento cayó en la

cuenta de que tampoco se había tomado el tiempo necesario para ponerse ropa interior.

—Está bien, está bien —dijo él con irritación y apoyó el plato en la mesa—. A usted nunca la nombraron Señorita Simpatía, ¿verdad? —Se sirvió una taza de café y, enarcando una ceja, le preguntó si también quería. Ella negó con la cabeza.

Cuando Drake se sentó y comenzó a comer con voracidad, sin hacer ningún esfuerzo por iniciar una conversación, ella se dejó caer en la silla frente a él. Drake ni siquiera la miró. Bueno, pensó Lauri, maldito si le preguntaré nada más.

Cuando no quedó nada en el plato, Drake se limpió la boca con una servilleta de papel y bebió un largo trago del café ya frío.

—¿La casa te resulta satisfactoria? —preguntó. Ella no había esperado que Drake empezara con una conversación sobre la casa. —Sí —respondió Lauri en forma sucinta. Pero cuando él levantó las cejas con

expresión amenazadora, ella se aplacó un poco. Después de todo, era su empleador. —Es más que satisfactoria: es hermosa, y usted lo sabe. Whispers es el ambiente perfecto para Jennifer. Está aprendiendo muchísimo, y las personas de este lugar son bondadosas y pacientes.

—¿Cómo está ella, Lauri? —Su actitud burlona y provocativa había desaparecido. Ahora estaba serio. Lauri trató de no prestar atención al cosquilleo que sintió al oírlo pronunciar su nombre. Trató, asimismo, de no mirar con tanta fascinación el bigote de Drake, que había desempeñado un papel tan importante en sus sueños diurnos.

Apartó la vista y respondió: —Está muy bien, Drake. De veras. Es inteligente e ingeniosa. Las lecciones

avanzan mucho más rápido de lo que soñé siquiera. Su habla es todavía muy lenta, pero se esta desarrollando. Su vocabulario en el lenguaje de señas y el manejo que de él hace se ha cuadruplicado desde que abandonamos Nueva York. —Sonrió y preguntó: —¿Cómo anda el suyo? Por señas, él le indicó que iba a clase tres noches por semana y aprendía todo lo rápido que podía hacerlo un hombre cansado de treinta y cinco años.

Lauri se echó a reír. —¡Espléndido! Usted y Jennifer podrán ahora hablar sobre cualquier cosa. —¿Extrañas Nueva York? —preguntó Drake mientras fruncía el entrecejo. —No —respondió ella con lentitud. Sólo te extraño a ti, pensó. Cuando vio la

expresión escéptica de Drake, agregó: —Tenemos una muy buena vecina, quien, de paso, es una gran admiradora suya y probablemente irrumpirá en la casa en cuanto se entere de que usted se encuentra aquí. Tiene dos hijos que juegan con Jennifer.

Él pareció sorprendido y preguntó: —¿Ellos son... quiero decir...cómo...? —Trató de encontrar las palabras

adecuadas, pero fue Lauri la que se las proporcionó. —¿Si tratan a Jennifer como un monstruo? No, Drake —le aseguró ella—. La

tratan como una compañera cualquiera de juegos. Tienen peleas y momentos

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afectuosos como todos los chicos. Betty y sus hijos están aprendiendo lenguaje de señas y en este momento ya pueden hablar bastante bien con Jennifer.

—Qué bien —dijo Drake y asintió hacia su taza de café. Casi daba pena verlo tan aliviado. Lauri reprimió el impulso a extender un brazo y tocar ese pelo color marrón plateado que estaba despeinado por haber estado debajo del sombrero de cowboy. Las finas líneas que le rodeaban los ojos parecían ahora más profundas, como si no hubiera dormido bien últimamente. ¿Tanto extrañaba a su hija? ¿O el hecho de estar en Whispers le recordaba el tiempo pasado allí con Susan? El dolor que le produjo ese pensamiento le resultó insoportable. Lauri se dio cuenta de que lo que sentía se estaba reflejando en sus facciones, y se apresuró en enmascararlas.

—¿Cuánto tiempo se quedará en Whispers? —preguntó. Él levantó la cabeza y la miró un momento antes de ponerse de pie y caminar

hacia la cafetera para volver a llenar su taza. —Indefinidamente —fue su respuesta. Sorprendida, ella se quedó mirándolo. ¿Qué había querido decir con eso de

"indefinidamente"? —No entiendo —dijo. Él bebió un sorbo de café y giró para mirarla. —Tengo un terrible dolor de cabeza. ¿Podrías masajearme el cuello? Ese cambio rápido de tema la tomó desprevenida. Instintivamente asintió y se

ubicó detrás de la silla de Drake cuando él se sentó. Con cautela, le puso las manos sobre los hombros, cerca del cuello, y con suavidad le apretó los músculos tensos debajo de la camisa de algodón.

—Ah, gracias. Me hace mucho bien. —Drake bebió otro sorbo de café. Cuando comenzó a hablar, sonó introspectivo. —Me harté de las porquerías que tenía que hacer y decir en el teleteatro. Me cansé. En siete años he tenido cuatro matrimonios e innumerables aventuras, y un accidente automovilístico en el que casi perdí la memoria. Estuve a punto de casarme con mi hermana perdida hace tanto tiempo hasta que descubrí nuestro parentesco. Perdí a mi hijo de leucemia y me revocaron la licencia médica porque la hija de un hombre rico me acusó de hacerla abortar un feto que ella aseguró era mío. Estoy hasta la coronilla con el doctor Hambrick. Siete años de guiones así son más que suficientes.

—¿Quiere decir que abandonó el teleteatro? —pre guntó ella, atónita, y de pronto dejó de masajearle el cuello, justo detrás de las orejas.

—No exactamente. Por favor, no te detengas. —Cuando los dedos de Lauri reanudaron su tarea, él prosiguió: —Le dije a Murray que quería descansar un tiempo y despejarme la cabeza. En todo este tiempo he tenido sólo algunos días de vacaciones, así que me debían varias semanas. El miércoles grabamos un episodio en el que al doctor Hambrick lo golpea un asaltante mientras él y su amante caminan por Central Park. Y ahora él se encuentra en estado de coma profundo. A ella la violaron, de modo que toda la atención estará centrada en ella por un tiempo. Seguro que se enamorará locamente de algún otro médico —dijo Drake con una mueca de desprecio.

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"Me cubrieron la cabeza con vendas, me metieron en una cama de hospital y grabaron varios metros de película mientras yo yacía allí, inmóvil. En cualquier momento que en el teleteatro se haga referencia al doctor Hambrick, incluirán ese trozo de tape. Y, mientras lo hacen, yo estaré aquí con Jennifer, disfrutando del otoño en Nuevo México.

—¿Puede hacerlo? —Era poco lo que Lauri sabía sobre los poderes de las cadenas de televisión, y pensó que Drake estaba arriesgando mucho su carrera.

Él se encogió de hombros y, al hacerlo, su cabeza cayó hacia atrás sobre los pechos de Lauri. Los dedos de ella le recorrieron la mandíbula, las sienes, y se las frotaron rítmicamente.

—Por un tiempo —dijo él por fin, respondiendo a la pregunta de Lauri—. Con toda humildad te aseguro que he mantenido ese programa a flote durante varios años y todavía puedo tirar de varios hilos. Además, todo el mundo sabe lo temperamentales que somos los actores. —Bromeaba, pero para Lauri esas palabras fueron una bofetada en la cara. Sí, lo sé, pensó.

Para cambiar de tema, ella preguntó: —¿Dónde se alojará? El se echó a reír y giró la cabeza para mirarla, un movimiento que a Lauri le cortó

la respiración. —¿Que dónde me alojaré? —se burló—. Bueno, mi habitación es la más grande

del piso superior. La que tiene la enorme cama camera y las puertas de los placards con espejos.

Lauri se apartó de él de un salto, como si hubiera recibido un disparo. Su ternura de momentos antes desapareció por completo.

—¡No puede estar diciendo que se quedará aquí! —Pues le aseguro que no pienso hospedarme en el Motel Mountain View, señora

Parrish —dijo Drake, con tono sarcástico—. Naturalmente que me quedaré aquí. —Pero no puede hacerlo. No conmigo viviendo aquí. Estaríamos... —Se pasó la

lengua por los labios y entrelazó las manos. —Sencillamente no puede, eso es todo. —Hasta a ella le sonaron infantiles sus propias palabras.

—¿Lo que no terminaste de decir es que estaríamos viviendo juntos? —Drake casi no podía controlar el humor de su voz. —Sí, supongo que será así, bueno en cierto modo.

—¡Eso es imposible! —exclamó ella. —¿Por qué? —preguntó él con fingida inocencia. Después, sus ojos verdes se

entrecerraron con recelo. —Señora Parrish, me sorprende usted. Quiero creer que no le ha estado adjudicando una connotación ilícita a esta situación. Usted no se aprovecharía de mí, ¿verdad? ¿Estoy en peligro de quedar involucrado?

—¡Desde luego que no! —exclamó ella con frialdad—. Al menos no conmigo. Pero corre peligro de ser encerrado en un hospicio si cree que yo seguiré viviendo en esta casa mientras usted se encuentra aquí. Si usted se queda, yo tendré que irme.

—No harás nada de eso —dijo él muy confiado mientras se ponía de pie y

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flexionaba los músculos que ella le había masajeado—. Jennifer te necesita, y la amas demasiado para abandonarla. A propósito, quiero verla. ¿Se encuentra en

la habitación más pequeña de arriba? Con su arrogancia característica, Drake había desechado los argumentos de

Lauri como si no tuvieran importancia, y salido muy campante de la cocina, dejándola a ella de pie en mitad de la habitación, hirviendo de rabia impotente.

Él tenía razón, por supuesto. Ella jamás abandonaría a Jennifer. Sólo ahora se había ganado la total confianza y afecto de la pequeña. Si se fuera, Jennifer podría sufrir un daño psicológico irreparable. Era crucial para su desarrollo y educación que permaneciera junto a ella y las cosas siguieran como estaban. ¡Pero ella no podía vivir allí con Drake! No podría residir en la misma casa con un hombre y permanecer indiferente. Pero vivir bajo el mismo techo que Drake, quien era capaz de derretirla con un roce, una mirada, sería algo impensable. Y el engreimiento de Drake la haría estar permanentemente furiosa. ¿A qué clase de tortura masoquista se estaría sometiendo al quedarse en esa casa?

Pero se quedaría. Lo había sabido todo el tiempo, y también él lo sabía. El único consuelo de Lauri era pensar que Drake pronto se cansaría de la vida tranquila de Whispers y ansiaría volver a Nueva York. Seguro que no permanecería allí mucho tiempo. ¿Una semana? ¿Dos? Ascendió lentamente por la escalera y entró en el dormitorio de Jennifer, donde la luz de la mesa de noche proporcionaba una suave iluminación. Drake estaba sentado en la cama, con Jennifer en brazos; se hamacaba hacia adelante y hacia atrás y le palmeaba la espalda. Lauri salió, se dirigió al dormitorio que ahora usaría Drake y comenzó a recoger algunas de sus cosas para llevárselas abajo.

—¿Qué haces? —La voz profunda la sobresaltó. Lauri giró la cabeza y lo vio apoyado junto a la puerta.

Ella evitó sus ojos y su pregunta y, a su vez, preguntó: —¿Jennifer volvió a quedarse dormida? —Sí —dijo él y rió por lo bajo—. Creo que en realidad en ningún momento se

despertó del todo, pero ahora sabe que estoy aquí. Lauri asintió y giró para recoger la ropa que había dispuesto sobre la cama. —¿Qué haces? —repitió él. —Le estoy despejando el cuarto —respondió ella—. Si puede esperar hasta

mañana para deshacer las valijas, entonces yo sacaré todo lo mío de aquí. —No será necesario. Deja todo donde está —dijo él con severidad. —Pero ya le dije... —Yo dormiré en el cuarto de la planta baja. No tiene sentido que vuelvas a

mudarte. —Pero éste es su dormitorio, Drake. No me parecería bien usarlo, puesto que el

otro es tan pequeño. —Me acostumbraré. Además —dijo, mientras entraba en el cuarto—, me gusta la

idea de que ocupes mi dormitorio. Y mi cama.

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Su voz se fue volviendo ronca a medida que se acercaba a ella. A Lauri la intimidaba que él se sentara también en esa cama. Sintió que la sangre le quemaba como lava y que las piernas casi no la sostenían cuando él extendió los brazos, le rodeó la cara con las manos y le deslizó los dedos en el pelo.

—Ya tienes el pelo casi seco —le susurró—. También me gustaba mojado. —Le acarició la mejilla con los labios. —No creas que esa camisa holgada oculta tu figura. Sé exactamente cómo son tus pechos después de verlos cubiertos por esa toalla húmeda.

Los labios de Drake juguetearon con los de Lauri, afinándolos como se hace con un instrumento antes de un concierto; preparándolos para su posesión completa. Cuando llegó ese momento, los labios de ella estaban listos y recibieron de buena gana el sello indeleble que él fijó en ellos y que encendió el corazón de Lauri.

La mano de Drake descendió por la columna de Lauri, se deslizó hasta la cadera y la apretó contra él. El contacto con el cuerpo de Drake no le dejó ninguna duda sobre la fuerza del deseo de ese hombre.

Haciendo a un lado su cautela previa, Lauri respondió al beso de Drake con un ardor sin reservas. Su lengua y sus labios fueron insaciables. Cuando él levantó la cabeza para acariciarle la mejilla con su mano libre, ella se puso en puntas de pie y, con la punta de la lengua, le dibujó el labio superior debajo del bigote.

—Lauri —gimió él, antes de apoderarse de nuevo de su boca y de registrar con su lengua insaciable cada rincón secreto.

La mano de Drake descendió entre los cuerpos de ambos hasta encontrar el primer botón de la camisa de Lauri; lo desprendió con habilidad y acaricio la curva superior de su pecho, que se destacaba más por estar apretada contra el pecho de él. Los dedos de Drake eran como terciopelo cálido contra el satén dulce de la piel de Lauri. El segundo botón se desprendió con la misma facilidad del primero.

Lauri respiró el nombre de Drake cuando él le sepultó la cara en el cuello y le cubrió el pecho con la palma de la mano. Se lo acarició, se lo presionó, jugueteó con él hasta que comenzó a latir con una intensidad que se difundió hasta el centro de su cuerpo.

Drake tomó su pecho en las manos, lo liberó de la camisa y lo sostuvo como un tesoro precioso.

—Adoro esas pecas —susurró y bajó la cabeza. Les ofreció un homenaje mayor del que se merecían. Los besos que estampó en la piel de Lauri hicieron que la cabeza le diera vueltas. Ella lo tomó del pelo y lo acercó más.

El cosquilleo del bigote y los mordiscos de sus labios la libraron de su capacidad de pensar, de razonar. Lauri no deseaba emerger de esa euforia; quería permanecer en ella hasta conocer la gloria completa de hacer el amor con Drake.

Como si él le leyera el pensamiento, colocó sus labios a milímetros de ese pezón que deseaba con desesperación sentir el roce de su lengua, pero que tuvo que contentarse con las caricias de su bigote.

—Lauri, déjame conocer tu dulzura —suplicó él—. Ahora. Por favor. Necesito tu

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suavidad. Te deseo. Esas palabras atravesaron el halo de sensualidad que la había rodeado y se le

clavaron en el cerebro. Sí, él la deseaba. La reacción física de Drake al abrazo de ambos fue muy

evidente cuando la apretó fuerte contra su cuerpo. ¿Por qué, entonces, vacilaba ella en entregarse por completo?

La confesión de Drake de que no quería ningún compromiso emocional no toleraba ninguna especulación en sentido contrario. Lo que él quería y necesitaba no era a Lauri Parrish la persona sino su cuerpo, y sólo eso. Necesitaba una cuna para esa fuerza masculina que inexorablemente exigía ser liberada. Si ella aceptara, esa necesidad sería aplacada, pero no habría una verdadera entrega de los pensamientos, sentimientos o de la esencia de Drake, el hombre.

Drake Rivington no la amaba: seguía amando a su esposa. La única vez que había hablado de Susan, el tremendo dolor de su pérdida había sido tan intenso que resultaba angustiante para quien lo presenciaba.

Por mucho que ella lo deseara, no podía aceptar en esos términos. Pero, ¿cómo hacer para negarse ahora? Su propio deseo era demasiado evidente. El la tenía en sus brazos virtualmente desnuda y dúctil. Sus dedos hábiles comenzaban a desprenderle los otros botones de la camisa. Drake jamás creería que, de pronto, ella había recobrado la sensatez y desarrollado un sentimiento de culpabilidad. El único recurso que le quedaba era fingir enojo. Eso sí que creería.

Y, en cierto sentido, estaba enojada. Se odió por no ser capaz de aceptarlo en esos términos cuando su cuerpo lo deseaba tanto. Pero ya había transitado antes por ese camino peligroso. Paul la había usado sexualmente como bálsamo para su pena, para su sufrimiento. ¿Y el de ella? ¿Quién se había preocupado de aliviárselo?

No, nunca más. —Drake, Drake —logró decir y echó mano de la poca tuerza que tenía para

apartarlo—. No. Los ojos de Drake estaban velados por la pasión, y él tardó un momento en

despejarse la cabeza y entender que ella le estaba prohibiendo liberarse de ese tormento físico.

—¿Qué ocurre? —preguntó él, todavía sorprendido por esa negativa inesperada. Lauri se abotonó la blusa con dedos torpes, mientras se alejaba de Drake y le

daba la espalda. —No puedo... No quiero acostarme contigo —respondió. —No te creo —exclamó él y saltó hacia Lauri. Ella lo esquivó y levantó las manos para protegerse de él. —No vuelvas a tocarme. Lo dije en serio —prosiguió Lauri, muy apurada. Los ojos de Drake brillaron como hielo verde. Ahora comenzaba a entenderla. —Y yo también lo dije en serio —gruñó—. Tú me deseas tanto como te deseo yo. —No, no es así —protestó ella con vehemencia. —Tu cuerpo dice lo contrario, Lauri —dijo él con cautivante serenidad—. Siento

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cuánto me necesitas. Mis manos te han llevado a un estado de total deseo, y mi boca puede hacer todavía más.

—No... —Y quiero hacer más. Quiero hacerlo todo. Quiero... —¡Sexo! —lo interrumpió ella con una exclamación que esperaba tapara las

palabras seductoras de él—. Me ofende que hayas pensado que yo estaría dispuesta a entregarme a ti, cuando te has ocupado en dejar bien en claro que lo único que quieres de una mujer es acostarte con ella. —Respiró hondo varias veces.

—Lo que dije fue que no quería ninguna clase de compromiso emocional. Eso no quiere decir que cuando tengo en mis brazos a una mujer muy hermosa y deseable, no me gustaría hacer el amor con ella.

—¡Amor! —exclamó Lauri—. Dijiste que amabas a tu esposa... —Deja a mi esposa fuera de esto —saltó él. Su reacción fue tan feroz que Lauri dio un paso atrás. Debería haber sabido que

no tendría que haber mancillado la memoria de su esposa al incluirla en esa discusión sórdida. Ese pensamiento la enfureció y la hizo levantar el mentón con gesto de desafío.

—Yo no soy una de tus fanáticas admiradoras —dijo ella mordazmente—. Soy tu empleada... y espero que me trates como tal.

Confiaba en que sus palabras transmitieran más convicción de la que ella sentía. Incluso en ese momento, despeinado y con la ropa arrugada por las manos exploradoras de ella, Lauri tuvo ganas de correr hacia él y suplicarle que volviera a besarla. Pero no podía permitir que lo supiera. Trató de controlar los músculos de su cara.

—Está bien —dijo él—. Ni siquiera el doctor Hambrick ha recurrido nunca a una violación, y Drake Rivington tampoco desea tener que hacerlo. —Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta. Pero, antes de transponerla, volvió a mirarla con una sonrisa burlona en los labios. —No te sientas tan victoriosa. Me deseas, y yo te poseeré. Es sólo cuestión de tiempo.

Y cerró la puerta con más fuerza de la necesaria.

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Capitulo 6 ¡Cómo se atreve a hablarme de esa manera!, no hacia mas que pensar Lauri. Creyó que una noche de sueño profundo mitigaría parte de su furia por las

últimas palabras de Drake, pero al despertar descubrió que su furia era todavía mayor. Con su llegada repentina, él la había pescado desprevenida y vulnerable. Era un hombre encantador, increíblemente apuesto, viril y acostumbrado a que las mujeres se derritieran por él. Pues bien, muy pronto se enteraría de que Lauri Parrish no era susceptible a sus encantos. Fiaría frío en el infierno antes de que ella se metiera en una cama con Drake Sloan.

Cuando bajó por la escalera y caminó hacia la cocina, en su rostro llevaba pintada una inflexible resolución. Una breve mirada al cuarto de Jennifer le confirmó lo que había supuesto: que la pequeña ya estaba despierta y en compañía de su padre.

Abrió las puertas que separaban la cocina del comedor y entró con afectada naturalidad en esa habitación iluminada por el sol. La escena que encontró era demasiado serena y agradable para que Lauri perpetuara su rabia, y la rebelión fue abandonándola lentamente y dejándola vacía como un globo desinflado.

—Buenos días —dijo Drake con señas y verbalmente—. Jennifer desayuna con cereales y yo, con café y tostadas. ¿Qué quieres tú?

"Dios, qué estupendo está", pensó Lauri. Su pelo brillaba con reflejos plateados por el sol que se colaba por la ventana. Tenía las mangas de la camisa deportiva arremangadas hasta los codos, y el faldón había escapado de los confines de sus jeans. La amenaza que ella había visto en su rostro cuando la dejó la noche anterior se veía reemplazada ahora por una sonrisa deslumbrante que resultaba todavía más cautivante.

—Buenos días —dijo ella y se agachó para abrazar a Jennifer, quien en ese momento se metía en la boca una cucharada de cereales.

La chiquilla giró la cabeza para mirarla y le dijo por señas: —Papito está aquí, Lauri.

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— Ya lo sé—respondió Lauri—. ¿Estás triste? —N'oooo —dijo Jennifer. Le gustaba pronunciar esa palabra que le resultaba

bastante fácil. —¿Estás enojada? —preguntó Lauri. Unos días antes habían tenido una lección

sobre sentimientos básicos y ahora Lauri ponía a prueba a su alumna. Jennifer rió y dijo: —Noooo. —Entonces, ¿qué sientes al tener aquí a tu papito? Jennifer estuvo inmóvil un momento tratando de elegir la seña adecuada. —Estoy contenta —dijo, y se echó a reír cuando Lauri aplaudió la seña correcta.

Después, la pequeña le preguntó a su maestra: —¿Tú estás contenta de que papito esté aquí?

Lauri se enderezó enseguida. Esperaba que Drake no hubiera estado mirando, pero sí lo estaba. Sus cejas gruesas y expresivas se elevaron con curiosidad.

—¿Y bien? Contesta a Jennifer. ¿Estás contenta de que yo esté aquí? La había puesto en un brete. Jennifer la miraba con gran expectación. De mala

gana, ella dijo, oralmente y por señas: —Sí, estoy contenta de que Drake se encuentre aquí. —Jennifer quedó

satisfecha y volvió a concentrarse en sus cereales. —Tal vez quieras revisarle el audífono. No estoy seguro de habérselo puesto

bien —dijo él. Lauri levantó los rizos de Jennifer y revisó la colocación y el control de volumen

del aparato, que había sido modelado para el oído de Jennifer. —Está muy bien —dijo ella. —Espléndido. ¿Qué quieres desayunar? —preguntó Drake mientras untaba una

buena cantidad de manteca sobre su tostada. —Yo no como nada en el desayuno —dijo Lauri—. Me basta con una taza de café. Los ojos de él la recorrieron de arriba abajo y la hicieron ruborizarse. —¿Es la abstinencia lo que te mantiene tan en silueta? Apartando la vista de esos ojos sagaces, Lauri se acercó a la mesa y se sirvió

café en un jarro que le tembló en la mano. Al pasar junto a Drake camino a la mesa, él le palmeó el trasero juguetonamente y luego dejó su palma apoyada un momento más en esa carne firme.

—La abstinencia de demasiados placeres puede volver a una persona nerviosa, malhumorada y mucho mayor de lo que en realidad es.

Lauri tenía la contestación perfecta en la punta de la lengua, pero justo en ese momento Betty abrió la puerta de atrás y la transpuso con su habitual exuberancia. De su cabeza emergían una serie de ruleros rosados en ángulos variados. La bata acolchada estaba sujeta a su gruesa cintura con un nudo descuidado. Unas pantuflas de abrigo aumentaban el tamaño de sus pies en una proporción alarmante.

Se frenó en seco y permaneció allí, inmóvil, al ver a Drake sentado a la mesa. Sus grandes ojos marrones lo miraban fijo y su boca se abría y se cerraba como un pez

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varado en la playa. Si su expresión no hubiera sido tan cómica, Lauri habría sentido compasión por su amiga.

Tuvo que reprimir la risa cuando los presentó. —Betty Groves, éste es Drake Rivington. Drake, ésta es la vecina de la que te

hablé. —Buenos días, señora Groves —dijo él, se puso de pie y se acercó a Betty con la

mano extendida. Betty levantó la suya como una autómata y Drake se la estrechó. —Lauri me ha dicho cuánto las ha ayudado a ella y a Jennifer. Quiero agradecerle por cuidar de mis chicas en mi ausencia.

Lauri reaccionó ante lo que esas palabras implicaban, pero antes de que tuviera tiempo de protestar, Betty exclamó:

—¡Dios mío! ¡Y yo con esta facha! Sólo vine para pedir prestada una taza de azúcar. No tenía idea de que usted se encontraría aquí, doctor Ham... señor Sloan... señor Rivington. ¿Por qué no me dijiste que él estaría aquí, Lauri? —preguntó con tono acusador.

—Yo... —Está preciosa, Betty. ¿Puedo llamarla Betty? —Drake interrumpió a Lauri antes

de que pudiera defenderse—. ¿Dónde tenemos el azúcar, Lauri? ¿Tenemos? ¿Mis chicas? Drake estaba haciendo todo lo posible para que

pareciera que los dos vivían juntos. Le lanzó una mirada asesina por sobre el hombro de Betty, pero en los ojos de él apareció un brillo divertido y nada arrepentido.

—Está en la despensa —respondió ella con voz helada. Ni Betty ni Drake lo advirtieron.

—¿Podrías traer un poco para Betty, por favor, mientras yo le sirvo una taza de café? —dijo él con naturalidad mientras escoltaba a su apasionada admiradora a la mesa. Desempeñaba el rol de la encantadora celebridad, que tanto repugnaba a Lauri.

—Usted es idéntico a sí mismo —dijo Betty con una sonrisa tonta mientras ocupaba su sitio frente a la mesa siguiendo las directivas de Drake—. De veras, no quiero robarles su tiempo. Mis chicos me esperan...

—Se lo ruego, como un favor para mí, que comparta una taza de café con nosotros. —La sonrisa bien ensayada de Drake habría sido capaz de convencer a un ángel de que se desprendiera de sus alas. —Lauri me contó anoche que usted tiene dos hijos.

¡Anoche! Lauri estaba furiosa. Mientras Betty se embarcaba en su tema preferido, Drake miró a Lauri y le dedicó una sonrisa traviesa. Sabía que acababa de dar a entender que habían pasado la noche juntos, y no precisamente en cuartos separados. Lauri echaba humo cuando cerró con un golpe las puertas de la alacena después de buscar la taza de azúcar para Betty.

Betty finalmente se fue, prometiéndole a Drake que ella, Sam y Sally regresarían más tarde para su clase de lenguaje de señas. Por una vez, Lauri se alegró de ver irse a su vecina. Se sentía irritada por la adulación servil de Betty hacia Drake y las insinuaciones de él en el sentido de que la relación de ambos era la que Betty

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había sospechado desde el principio y que ella había negado con vehemencia. —Mientras tú y Jennifer están en el aula esta mañana, yo sacaré todo de mis

valijas. —Lauri había notado que había otro automóvil estacionado en el camino de acceso, junto al Mercedes. Drake explicó que lo había alquilado y que lo devolvería en Alburquerque cuando ella y Jennifer tuvieran un día libre para ir con él y llevarlo de vuelta.

Lauri estaba con Jennifer en clase cuando Drake apareció junto a la puerta. —Lauri, los placards de ese cuarto son muy chicos. ¿Podrías dejarme algo de

lugar en uno de los placards del dormitorio principal? Ella lo miró con recelo. —¿Esto es una artimaña, o de veras necesitas ese espacio? —Realmente necesito ese espacio —respondió el con la candidez de un santo.

Después, desplegó una brillante sonrisa que hizo aparecer el hoyuelo en su mejilla. Un actor. Podía fingir cualquier expresión o estado de ánimo que se le antojara. Pero, a pesar de sí misma, Lauri le devolvió la sonrisa.

—Uno de los placards está vacío, salvo por algunas cajas que hay a un costado. Si quieres, las sacare de allí.

—No, no las toques —saltó él. Lauri ya se levantaba de la silla que se encontraba al mismo nivel de la de

Jennifer. Pegó un salto frente a su tono áspero y al ver que su rostro había perdido la luminosidad anterior. Ahora su expresión era muy seria. Cuando vio la sorpresa de Lauri, dijo, en voz baja:

—Algunas de las cosas de Susan están en esas cajas. Déjalas como están. Lauri quedó helada. Durante unos segundos el mundo pareció detenerse, y luego

volvió a girar, pero sin entusiasmo, trabajosamente. —Por supuesto, Drake —balbuceó—. Yo sólo... Pero estaba hablándole al aire. Cuando levantó la vista, no había nadie junto a la

puerta. Era habitual que Lauri y Jennifer permanecieran toda la mañana en el aula, salvo

por un leve intervalo de descanso, durante el cual Jennifer comía un bocadillo. Lauri también aprovechaba ese tiempo para la enseñanza. Jennifer aprendía, así, los nombres y sabores de diferentes comidas.

Por ejemplo, una semana estudiarían las cerezas. La pequeña aprendía el signo, la palabra escrita y, en la clase de habla, Lauri le enseñaba los sonidos. Esa semana la comida del intervalo era gelatina de cerezas, zumo de cerezas o caramelos de cerezas. Así aprendía a asociar un sabor y olor particular con el nombre.

Ese día, cuando Lauri y Jennifer abandonaron el aula poco después del mediodía, Drake ya les había preparado un almuerzo consistente en sandwiches y sopa. Sobre la mesa, entre individuales y servilletas, había un conejito rosado de peluche. Jennifer gritó y se puso a correr por la habitación mientras aferraba, extasiada, el juguete.

—Creo que te has anotado un tanto —dijo Lauri. —Pensé que a Jennifer le gustaría —dijo Drake y le sonrió a su hija. Lauri se arrodilló junto a Jennifer.

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—¿Cómo se llama tu conejito? Jennifer la miró como si no entendiera. Acarició las orejas exageradamente

grandes del conejo y murmuró algo. Lauri le deletreó Conejito. Jennifer asintió, rió y con sus dedos cortos formó la palabra con señas mientras

palmeaba el conejito en la cabeza. Drake siguió mostrándose cariñoso y tierno con Jennifer, pero muy distante con

Lauri. Estuvo malhumorado y callado durante la comida. ¿Qué esperaba ella? Sin darse cuenta le había recordado a Susan y eso había

desencadenado la depresión de Drake. Con frecuencia había visto a Paul encapsularse y andar cavilando por la casa durante días, como Hamlet o algún otro héroe trágico. El malhumor de Paul la había obligado a calcular cada palabra, a pesar de todo lo que decía o hacía por miedo de ofender la precaria autoestima de su marido.

Bueno, no pensaba volver a hacerlo. Le prestó a Jennifer su total atención y casi no miró a Drake. Cuando, más tarde, Betty y sus hijos aparecieron para la clase de lenguaje de señas, Drake se unió a ellos sentado alrededor de la mesa de la cocina.

Se veía muy diferente de la persona enfurruñada que les había servido el almuerzo. Payaseó e hizo bromas; su sonrisa era seductora, en sus ojos había un brillo alegre. ¿Cómo era posible que hubiera cambiado de manera tan drástica en cuestión de horas?

Entonces Lauri recordó su profesión: le pagaban precisamente para hacer eso. Un actor era capaz de cambiar de estado de ánimo tan rápido como cualquier persona se cambia de ropa. Paul, por ejemplo, podía tener un aspecto sobrio y enérgico cuando debía reunirse con un representante o un productor disco-gráfico, y después sumirse en una depresión insondable camino de regreso a casa.

Pero a Lauri no le gustaban nada esos cambios súbitos de humor de Drake: la hacían preguntarse cuál persona era la verdadera. ¿Hasta qué punto podía confiar en lo que él decía? ¿O en lo que hacía? Cuando la besó, ¿fue real para él o tan sólo representaba una escena de amor? Ella lo había visto besar a la actriz en el estudio de televisión, y ese beso le había resultado de lo más convincente.

Lauri decidió no permitir que volviera a suceder. Esos abrazos no significaban nada para él, pero para ella poseían una importancia vital.

Estos pensamientos se le cruzaron por la menté mientras daba la clase de lenguaje de señas, y Lauri no se dio cuenta de que, por momentos, había estado mirando fijo a Drake, cosa que él sí advirtió. Cuando finalmente logró sacudirse de sus ensueños, descubrió que él la observaba con mucha atención. Lauri trató de apartar la vista, pero no pudo, y por un instante fugaz supo que Drake había leído en sus ojos cuánto lo deseaba.

Él le dijo, por señas: No he olvidado las pecas y bajó la vista en dirección a sus pechos, y Lauri sintió la absurda compulsión de cubrírselos con las manos.

Lauri se ruborizó y miró enseguida a Betty y a sus hijos, esperando que no hubieran visto ni entendido nada. Pero ellos estaban enfrascados en una discusión sobre la compra de zapatos nuevos.

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Involuntariamente, volvió a mirar a Drake, cuyos labios estaban ahora curvados en una sonrisa insolente debajo del bigote.

¿Tienes otras pecas que yo debería conocer?, le preguntó por señas. ¡No!, Respondió ella, enfáticamente, mientras sacudía la cabeza. Me gustaría averiguarlo personalmente, insistió él, con un dominio del lenguaje

de señas que la desconcertó. Se estaba convirtiendo en un experto en esa forma de comunicación, pero ni siquiera necesitaba las manos para transmitir sus pensamientos: le bastaban los ojos.

Lauri miró a los otros, pero los chicos nombraban los animales ilustrados en un libro, y Betty buscaba una palabra en el diccionario de signos.

Basta, le dijo Lauri silenciosamente con las manos. ¿Me dejarás buscar los lugares secretos de tu cuerpo? Y cuando los encuentre,

¿me permitirás tocarlos y besarlos? Lauri tuvo la sensación de que su cuerpo estaba en llamas. Su corazón comenzó a

golpear con fuerza en el pecho y movió la remera que lo cubría. Drake notó esa agitación y se quedó contemplando sus pechos, que subían y bajaban al ritmo de su respiración irregular. Volvió a mirarla a los ojos y arqueó las cejas como pidiéndole una respuesta.

¡No! Ella sacudió la cabeza y se pasó la lengua por los labios. Ese movimiento intrigó a Drake y su mirada le dijo a Lauri que le gustaría hacer eso mismo con su lengua.

Entonces tendré que resignarme a fantasear con esos lugares ocultos, dijo él con señas, y sus ojos color esmeralda se clavaron en ella como si estuvieran haciendo precisamente eso. Tengo una gran imaginación.

Lauri se alegró cuando Jennifer la distrajo tirando de su brazo. —Auwy, Auwy —dijo y se señaló una zapatilla, que se le había desatado. —Sí —dijo Lauri, distraída, y no le prestó atención. —Auwy —dijo Jennifer, más decidida y con cierta petulancia. Lauri se limitó a mirar la zapatilla y a asentir, pero no hizo nada al respecto y

comenzó a apilar los libros que había usado para la clase. —¡Auwy! —Esta vez, el tironeo en el brazo de Lauri fue imperioso y la voz de

Jennifer, aguda y plañidera. —Ella quiere que le ates el cordón de la zapatilla —dijo Drake con impaciencia. Lauri lo miró con serenidad, aunque no le cayó bien que interfiriera en lo que ella

consideraba su terreno. —Ya sé lo que quiere, Drake. Quiero que ella me pida que se lo ate en una frase

completa. —¿Eso siempre es necesario? —preguntó él. El tono áspero de su voz indicaba

que él no opinaba lo mismo. —¿Quieres que Jennifer aprenda a hablar o que se pase la vida señalando cosas y

gruñendo? —le espetó ella. Las líneas alrededor de la boca de Drake se tensaron, pero no dijo nada.

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Jennifer estaba al borde de las lágrimas y seguía tirando del brazo de Lauri. Sam, Sally y Betty observaban esa escena tensa. Por una vez, ninguno de ellos tenía nada que decir.

—Continuemos con la clase —dijo Lauri, muy serena, y siguió sin prestar la atención al pedido de Jennifer, salvo mirar la zapatilla y asentir, como confirmado que tenía el cordón desatado.

Jennifer, en un ataque de rabia, se tiró al piso, pateó la pata de la silla de Lauri y sepultó la cabeza en sus brazos.

—Sam, háblanos de tu perrito en lenguaje de señas —dijo Lauri—. ¿De qué color es?

Sam miró a Jennifer con aire de complicidad y luego, a su madre. Ella asintió y él, con movimientos vacilantes, comenzó a hablarles a los otros de su perro, pero sin demasiada convicción. De hecho, la atención de todos estaba centrada en la pequeña que, sentada en el suelo, gimoteaba patéticamente.

—Lauri, por el amor de Dios —comenzó a decir Drake, justo cuando Jennifer de pronto se ponía de pie y se quedaba parada junto a la silla de Lauri.

Lauri, átame el cordón de la zapatilla, dijo la pequeña por señas. Cuando Lauri tampoco se movió, Jennifer se frotó el pecho en un movimiento circular, haciendo la seña de por favor. Por favor, agregó Jennifer.

Lauri sonrió, la alzó, la sentó en su falda y la abrazó fuerte. —Yo quería atarte el cordón de la zapatilla, Jennifer, pero primero tú tenías que

pedírmelo. ¿Cómo quieres que sepa lo que deseas si no me lo pides? Jennifer había entendido las señas y arrojó los brazos alrededor del cuello de

Lauri. Cuando se apartó, le dijo, por señas, Te amo, Lauri, y pronunció el nombre de su maestra.

Yo también te amo, fueron las señas de Lauri, quien enseguida besó la cabeza de Jennifer.

Betty y sus hijos parecieron muy aliviados y enseguida se pusieron a conversar. Drake no dijo nada, pero Lauri lo miró por sobre la cabeza de su hija y en esos ojos verdes descubrió cierto desafío y envidia. Pero el mensaje que ella le transmitió con los suyos era claro: no vuelvas a interferir.

**** Cuando el siguiente encontronazo tuvo lugar algunos días después, fue mucho

más intenso que el primero. Lauri había escrito una carta a sus padres después del desayuno, y quería

meterla en el buzón antes de que pasara el cartero. Le explicó a Jennifer que esa mañana la clase empezaría un poco más tarde y la mandó arriba a jugar en su cuarto. Drake estaba en el patio de atrás. Lauri terminó la carta, la puso en el buzón y subió a buscar a Jennifer. En el camino, de pronto se dio cuenta de que la chiquilla se había mantenido misteriosamente invisible y extraordinariamente callada durante la última

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media hora. Jennifer no estaba en su cuarto, y Lauri sabía que tampoco estaba en la planta

baja. Al entrar en su propio dormitorio, oyó suaves murmullos procedentes del cuarto de baño. Al acercarse a la puerta, quedó estupefacta ante el espectáculo que se presentó a sus ojos.

Jennifer había abierto todos los recipientes de los maquillajes de Lauri, se los había aplicado en la cara y después dejado potes y frascos abiertos sobre el tocador. Su rostro de querubín parecía la paleta de un pintor. Se había puesto sombra para párpados, lápices de cejas y delineador de ojos en grandes cantidades. Tenía las mejillas y la frente pintadas con rubor, brillo para labios y bases de maquillaje de tonos diversos. Lociones, cremas y polvos estaban untados o diseminados por la cubierta de mármol del tocador, formando un caos increíble pero fragante.

Cuando Jennifer vio la cara de Lauri en el espejo, comprendió que el juego había terminado. Con poco éxito trató de tapar un pote de crema nutritiva que se había aplicado con liberalidad en las rodillas. En vano tomó un pañuelo de papel tisú y trató de limpiar el tocador. Al ver que no lo lograba sino que agrandaba la superficie sucia, su labio inferior empezó a temblar y la pequeña miró a su maestra con expresión de súplica.

—Jennifer —dijo Lauri, muy seria— ¡te portaste muy mal! ¡Lo que hiciste es pésimo, y estoy muy enojada contigo! —agregó, mientras le hacía las señas correspondientes, asegurándose de que la pequeña la entendiera. —¿Sabes por qué estoy furiosa contigo? —le preguntó.

Jennifer asintió y comenzó a gemir de vergüenza. Lauri la obligó a mirarla. —Te castigaré para que la próxima vez recuerdes que no debes tocar las cosas

de otra persona. ¿Te gustaría que yo revolviera las cosas de tu cuarto? ¿Quieres que rompa tus juguetes?

Jennifer sacudió la cabeza. Lauri la llevó al tocador, la sentó encima y puso a la pequeña de rodillas. Después,

golpeó tres veces su trasero con la palma de la mano. A esa altura, ya Jennifer lloraba a moco tendido.

—¿Qué demonios haces? —preguntó Drake desde la puerta. Lauri alzó a Jennifer y trató de abrazarla, pero la pequeña corrió a los brazos de

su padre, quien en ese momento fulminaba a Lauri con la mirada. Ella le contestó, muy calma: —Creo que salta a la vista. Le estoy propinando a Jennifer una paliza bien

merecida. —No vuelvas a hacerlo jamás —le ordenó secamente mientras seguía palmeando

la espalda de su hija, que le lloraba sobre el hombro. —Ya lo creo que lo haré, y te agradeceré mucho que cuando lo haga no vengas y

la rescates. —Ella no puede entender por qué la castigas.

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—¡Por supuesto que puede! —saltó Lauri, cada vez más enojada—. ¿Crees que la dejaría hacer una cosa así sin castigarla? ¿Dónde acabaría todo?

Drake ya había colocado a Jennifer de pie en el piso y ahora miraba a Lauri con las manos en las caderas.

—¿Qué eres tú? ¿Una sádica? ¿Obtienes placer en castigar a criaturas discapacitadas?

Lauri sintió que la furia bullía en su cuerpo y que la sangre desaparecía de su cara.

—Imbécil presumido —le gritó por entre sus dientes apretados—. ¿Cómo te atreves a acusarme de una cosa así? —Dio un paso adelante con la mano hacia atrás, con la intención de abofetearlo. —¿Cómo te atreves a...?

La interrumpió Jennifer, que comenzó a tirar del jean de Lauri. —Auwy —suplicó. Lauri bajó la vista y vio que Jennifer le mostraba un tubo de

lápiz de labios que había limpiado y al que le había colocado la tapa. La chiquilla le dijo, por señas: Lo siento.

Lauri olvidó al padre de Jennifer y se arrodilló para abrazar a la pequeña. Apartó los rizos de ese rostro surcado por las lágrimas.

—Yo también lamento lo sucedido. ¿Me ayudarás a limpiar y ordenar todo? —le preguntó, y Jennifer asintió exageradamente y comenzó a recoger los pañuelos de papel sucios que cubrían la alfombra.

Lauri se puso de pie y miró a Drake, dispuesta a continuar con su andanada, pero vio que su expresión había cambiado. Ya no la desafiaba ni estaba enojado. Miraba a su hija, y lentamente levantó la vista hacia Lauri.

Sus ojos le comunicaron algo que ella no logró descifrar. Lauri descubrió en esas profundidades verdes un brillo de comprensión. Él conocía los propósitos que la guiaban, y más o menos había entendido sus objetivos. Pero la comprensión total se le escapaba, y Drake buscó en su rostro, en sus ojos, ese elemento que le faltaba.

Demasiado pronto, a él pareció perturbarlo esa susceptibilidad poco común, y Lauri vio que un velo le cubría los ojos antes de que Drake apartara enseguida la vista.

—Las dejaré a las dos solas —murmuró al abandonar la habitación.

Page 60: Romance silencioso

Capitulo 7 Durante los siguientes días no hubo ningún problema importante. Lauri siguió

impartiéndole clases a Jennifer todas las mañanas, y Drake sólo apareció en contadas ocasiones.

Lauri se alegró al comprobar que las líneas de cansancio que le rodeaban a él los ojos poco a poco desaparecían, y que parecía más distendido que cuando había llegado. Ya no usaba las chaquetas de corte europeo y las camisas con monograma; en cambio, su uniforme era un par de jeans desteñidos que no hacían nada por ocultar su virilidad, sino que más bien la ponían de manifiesto. Las camisas y botas tipo cowboy lo hacían parecer uno de los nativos de esa aldea de montaña.

Él bromeaba con ella y la provocaba con insinuaciones, pero no volvió a hacerle propuestas directas. Lauri se dijo que era un alivio, pero por momentos la fastidiaba la capacidad que tenía Drake de no prestarle atención, cuando ella, en cambio, cada vez estaba más consciente de él.

Cierta mañana, tarde, Betty se ofreció a llevar a Jennifer y a sus dos hijos a un picnic. Lauri le agradeció esa oportunidad de descansar y sabía que Jennifer disfrutaría de la salida. Sin dudarlo un instante, dejó a Jennifer a cargo de Betty.

Una caminata por el bosque no sería mala idea, se dijo Lauri mientras comía un sandwich para el almuerzo. Era un día fresco de otoño, y los álamos exhibían un color dorado glorioso. Decidió aprovecharlo.

Al pasar junto al lavadero al salir, oyó que Drake silbaba en voz baja. Lauri asomó la cabeza por la puerta para decirle que se iba, pero se quedó mirándolo, atónita, al ver lo que estaba haciendo.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó. Al oír su voz, él se dio media vuelta y le sonrió. —Hola. ¿Dónde está Jennifer? —Fue a un picnic con Betty —respondió ella con aire ausente. Luego se

recompuso y volvió a preguntar con severidad: —¿Qué estás haciendo? —El tenía en la mano uno de los corpiños transparentes de ella.

—¿Qué te parece que hago? —preguntó él con sarcasmo y pronunciando bien cada palabra—. Estoy separando la ropa para lavar. Ésta es una casa democrática y me propongo cumplir con mi parte de la tarea. —Levantó el corpiño por los breteles y lo contempló con el entrecejo fruncido.

—Pero... baja eso... es mi... —La perturbó tanto verlo tocando una prenda íntima suya, que no pudo completar su pensamiento.

—Bueno, no creí que fuera de Jennifer —se burló él—. Y sabía que no era mío. —Observó la etiqueta que llevaba la prenda. —"Rosa polvoriento". ¿Por qué no lo llaman directamente rosa? Y esto —dijo y tomó una bombacha muy escueta— es color "nar-ciso". ¿Por qué no simplemente amarillo?

—¡Por favor, deja de toquetear mi ropa interior como un degenerado! —gritó ella—. Yo lavaré mis cosas.

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—No te preocupes, Lauri —dijo Drake con un irritante tono condescendiente—. Sé que estas cosas no se deben lavar en el lavarropas. Hasta sé que hay que hacerlo con agua fría y un detergente suave. No trabajé siete años en ese teleteatro sin aprender algo. —Se estaba burlando de ella, y Lauri golpeó un pie en el piso de la furia. —Drake... —dijo, con tono amenazador.

Él observaba de nuevo la etiqueta del corpiño. —Treinta y cuatro B. No es demasiado grande, ¿verdad? —preguntó. Su mirada

se detuvo en los pechos de Lauri y los evaluó con ojo clínico. El impacto no habría sido mayor para ella si se los hubiera tocado. —Pero, bueno —prosiguió él—, quedarías bastante rara con pechos enormes. Seguro que te caerías por el peso.

Lo dijo con voz indiferente, pero el brillo de sus ojos contradecía ese desinterés.

—Veamos —dijo, y arrojó el corpiño en el lava-ropas. Antes de que Lauri tuviera tiempo de adivinar su propósito, él se le acercó y

cerró los ojos. Por el tacto, con las manos encontró sus pechos y las cerró sobre ellos. Con las palmas, describió círculos lentos y perezosos. La acarició con ternura, apretando los dedos en esa suavidad. Cuando sintió la esperada reacción, abrió un ojo y la miró.

—Tal como pensaba —susurró—. Perfectos treinta y cuatro B. —Sus labios se fusionaron con los de ella en un beso que prometía tanto como cumplía. Los labios de Lauri estaban abiertos y listos para él, con una pasión semejante a la suya.

Los músculos de los muslos de Drake se apretaban contra la tela de sus jeans y oprimían los de ella cuando Lauri se arqueó contra su cuerpo. La mano curiosa de él le exploró la columna hasta instalarse en la curva de su cadera y aprisionar el cuerpo de ella contra su virilidad.

Las manos de Lauri le rodearon el cuello y le bajaron la cabeza hacia la suya. Luego giró la cabeza para que el bigote de él acariciara sus facciones; le rozó el mentón, los labios, la nariz; le acarició los pómulos y coqueteo con sus párpados.

Drake entró en el juego de Lauri hasta que su deseo por ella superó su generosidad. Apresó su boca y la penetró con la lengua, y metió la mano en su cabellera.

—Lauri, no puedes imaginar la tortura que esto es para mí —dijo al apartar la boca y apoyársela contra la oreja.

La intensidad del deseo que ella sintió fue tan grande que de pronto Lauri tuvo miedo de su propia respuesta. Sabía que Drake estaba más allá de todo razonamiento, pero uno de los dos debía mantener la cordura. Si las cosas siguieran así, tal vez quedaría satisfecha la necesidad que ella tenía de él, pero el precio sería demasiado alto. No podía permitir que eso sucediera.

—Drake —dijo, con un sollozo—, no debemos hacerlo. La respiración de él era irregular cuando le dijo, al oído: —Sí, debemos. Si no lo hacemos, explotaré. —Drake, por favor —dijo ella con desesperación, y trató de apartarlo—. No, no

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—le suplicó, porque todavía estaba en peligro de volver a ese nivel en que la pasión teñía todo pensamiento racional.

Él levantó la cabeza y la miró con furia. Las manos que le sostenían los brazos eran como bandas de acero.

—¿Por qué? Maldición, ¿por qué? —dijo y la sacudió—. ¿Te causa placer hacerme esto? —gritó y oprimió las caderas contra ella.

Lauri tragó fuerte y apartó la vista de esa mirada penetrante. Había sentido el inequívoco poder del deseo de Drake, y eso había incrementado el suyo. Ella habría querido decir: "Si me amaras, yo haría el amor contigo enseguida. Pero no puedo reemplazar a un fantasma. No puedo permitir que me lastime alguien que sólo me necesita cuando se le antoja".

Pero no podía decir nada de eso. Aunque pudiera, no cambiaría nada; él seguiría amando el recuerdo de Susan.

—Drake, sabes que no es prudente que juguemos de esta manera con fuego. Si nos involucráramos, yo tendría que dejar a Jennifer. Estoy viviendo contigo, pero sólo en el sentido de que compartimos la casa. Paul trató de convencerme de que viviera con él antes de que nos casáramos. Yo no pude hacerlo entonces y tampoco puedo ahora. Sé que es anticuado, pero así me educaron.

—¿Ah, sí? Bueno, a mí me han educado muchas veces en los últimos tiempos, y no tengo cómo demostrarlo, salvo por el dolor que siento en los riñones.

—Qué desagradable —dijo Lauri, impresionada por su crudeza—. ¡Suéltame! Él la apartó con rudeza y dio un paso atrás. Para sorpresa de ambos, Lauri lo

siguió y cayó contra su pecho. Él la rodeó con los brazos. —¿Qué...? —empezó a preguntar Lauri cuando Drake soltó una carcajada. —No sé a quién le debo esta recompensa, pero parece que estamos soldados. —¿Qué? —preguntó ella con incredulidad. —Las hebillas de nuestros cinturones se engancharon —explicó él. Lauri bajó la vista y vio que Drake tenía razón: las hebillas metálicas de los

cinturones de ambos se habían enganchado durante el abrazo. Ella lo miró, azorada. —¿Qué hacemos? Esas palabras divirtieron a Drake. —Bueno, podemos pasar un rato muy divertido —dijo, y calló cuando ella abrió los

ojos, alarmada—. O podemos tratar de desengancharlas —agregó—. En cualquiera de los dos casos, no puedo ver lo que hago. Mueve el torso para que yo alcance a ver.

Cuando los pechos de Lauri lo rozaron, ella levantó la cabeza para ver si él lo había notado, y la sonrisa encantada y divertida de Drake le confirmaron que así era.

—¿Ves lo divertido que puede ser? —se burló él. —Apresúrate, por favor —lo regañó Lauri—. ¿Qué pasaría si la casa se incendiara

en este momento? —Les daríamos a los bomberos algo de qué hablar durante años. —Drake...

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—Está bien, está bien —dijo, mientras estudiaba las hebillas de metal lo mejor que podía desde ese ángulo—. Desliza tu mano en la cintura de mis jeans —dijo por fin.

Lauri lo miró con expresión escéptica. —Sí, claro —dijo, secamente. Él no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja. —No bromeo. Desliza la mano detrás de mi hebilla, y cuando yo te diga, tira hacia

afuera. Lauri suspiró y lo miró con cautela mientras trataba de meter la mano dentro de

los jeans ajustados de Drake. El faldón de la camisa estaba abierto debajo del cinturón de los jeans, y la mano de Lauri se topó con piel tibia cubierta con vello sedoso. Sin darse cuenta, su vista subió hasta el cuello de la camisa, que dejaba ver vello oscuro y áspero. El contraste fue como un golpe de electricidad. Instintivamente, sus dedos se movieron debajo de esos jeans ajustados para seguir investigando.

Los ojos de Drake se oscurecieron un instante, y un músculo de su mandíbula se movió, pero él enseguida miró hacia las hebillas enganchadas.

—Ahora yo haré esto —dijo él mientras deslizaba la mano en la cintura de los jeans de Lauri. Ella jadeó y contuvo la respiración, con lo cual creó un vacío en su estómago y le dio más libertad a la mano de Drake.

—Sólo estoy haciendo lo que es necesario —dijo él con tono mojigato. Pero sus dedos se movieron contra la piel suave del abdomen de Lauri, y ella sintió que la sangre le golpeaba en las venas.

—Vuelve a mover la cabeza hacia la izquierda —le dijo, muy cerca. Su aliento le abanicó los mechones de pelo cobrizo de la sien. En respuesta a los curiosos dedos de Drake debajo de sus jeans, los pechos de Lauri se apretaron contra su torso. Ella no pudo levantar la vista y mirarlo.

—Está bien... ahora presiona hacia afuera mi hebilla —dijo él. Lauri lo hizo mientras los dedos de él hacían lo mismo con la de ella. Pocos segundos después se oyó un sonido metálico cuando las hebillas se soltaron.

Lauri sacó enseguida la mano. La de Drake abandonó la calidez del lado de adentro de los jeans de Lauri mucho más lentamente, pero ella se apartó enseguida de él.

Con las manos en las caderas, Lauri preguntó: —¿Dónde estaba la dificultad? ¿Por qué no podría haber tirado yo de mi hebilla y

tú de la tuya? Él se encogió de hombros y se recostó contra el lavarropas. —Supongo que podrías haberlo hecho, pero los codos nos habrían molestado y yo

no habría podido ver lo que hacía. —Sus ojos comenzaron a brillar. —Y no habría sido tan estimulante.

—Tú... tú... —tartamudeó ella, golpeó el suelo con el pie y lo empujó para poder recuperar su ropa interior—. De ahora en adelante, yo lavaré mi propia ropa, gracias.

Cuando ella salió, furiosa, del lavadero, las carcajadas de Drake la siguieron.

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**** —Yo abriré —gritó Lauri mientras atravesaba el living para contestar el timbre

de la puerta del frente. Había dejado a Drake en la cocina para lavar los platos del desayuno cuando ella y Jennifer entraron en el aula para comenzar la clase.

Habían transcurrido tres días desde la escena en el lavadero, pero cualquier recuerdo de ese momento le aceleraba el pulso y el ritmo respiratorio a Lauri, y eso le molestaba mucho. Cuidadosamente evitó a Drake a propósito cada vez que pudo. Lo que más la irritaba era que a él le resultaba muy divertida esa forma de evitarlo.

Él la seguía. Observaba cada uno de sus movimientos y calculaba sus reacciones frente a cualquier situación dada. Lauri, por su parte, le mostraba su enojo con frecuencia, pero con ello sólo conseguía que Drake riera y la provocara aun más.

Lauri abrió la puerta del frente y saludó al hombre grandote y barbado de pie del otro lado del umbral.

—¡John! Pasa. —Gracias, Lauri. Espero no interrumpir nada. —No. Jennifer y yo estamos por empezar la clase, pero eso puede esperar. Ella

querrá verte. ¿Sabes?, eres una de sus personas favoritas —dijo Lauri y le sonrió a ese hombre al que ella, privadamente, le había puesto el apodo de "gigante bondadoso".

Cierta tarde, Jennifer y ella caminaban por las calles de Whispers cuando su atención se vio atraída por una tienda de artesanías. El propietario era John Meadows: un hombre grandote con hombros anchos, pecho imponente y un par de piernas como troncos de árboles. Su pelo color marrón oscuro le llegaba casi a los hombros y se fusionaba con una barba frondosa. Un par de ojos marrones y tristes miraban el mundo debajo de cejas tupidas.

Incongruente con su tamaño, que debería resultar intimidante, su disposición era bondadosa y su modo de hablar, suave. Él quedó inmediatamente cautivado con la joven pelirroja que entró en su tienda de la mano de una criatura de aspecto angelical.

La tienda era pequeña, estaba abarrotada de cosas y olía a madera y barniz. John fabricaba muebles, así como también hermosas tallas de madera. Sus manos grandes y peludas manejaban con maestría las intrincadas herramientas de su oficio.

Lauri quedó encantada cuando él le habló a Jennifer en lenguaje de señas, y los tres desarrollaron enseguida una rápida amistad. Varios días por semana, cuando Lauri tenía algo que hacer en la ciudad, ella y Jennifer visitaban a John mientras él trabajaba.

Jennifer salió corriendo alegremente del aula cuando Lauri le informó que tenían visita. Se precipitó hacia donde estaba John, quien se agachó y alzó a la pequeña por sobre la cabeza con sus brazos fornidos. Jennifer aulló de gozo.

Esa risa aguda hizo que Drake se asomara de la cocina y observara con curiosidad al hombre de overol que sostenía a su hija con tanta familiaridad.

—Te traje un regalo, Jennifer, le dijo John por señas cuando la bajó al suelo y se apoyó en una rodilla junto a ella. Metió la mano en uno de los bolsillos profundos de su

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overol y extrajo una caja envuelta en papel tisú. Jennifer la tomó con timidez y miró hacia Lauri en busca de aprobación. —¿Qué le dices a John, Jennifer? —preguntó Lauri. —Gracias, señaló Jennifer. John le contestó: De nada. —Vamos, ábrelo —dijo Lauri cuando Jennifer se puso a juguetear con la cinta

roja que rodeaba el paquete. La chiquilla rió por lo bajo al ver que los adultos indulgentes la miraban. Rompió la

cinta y el papel del paquete y levantó la tapa. Adentro había tres figuritas que representaban una familia de osos.

Jennifer dejó escapar un pequeño sonido de ooooh mientras sacaba de la caja con reverencia esas tallas de madera.

—Pensé que podrías usarlas coordinadas con un cuento. Hay un papá oso, una mamá oso, y un pequeño osito —dijo John con su sonrisa bondadosa y su voz suave.

—John, son preciosas —comentó Lauri y se agachó para inspeccionar las figuras—. Ya lo creo que podré usarlas, y agrego mi agradecimiento al de Jennifer. Ella las atesorará durante mucho tiempo, estoy segura.

—Me parece que no hemos sido presentados —interrumpió Drake con una voz cargada de sarcasmo.

Se acercó a John y le tendió la mano. —Soy Drake Rivington, el padre de Jennifer. ¿Era la imaginación de Lauri, o Drake había acentuado la relación con su hija? —Lo siento, Drake. No te vi o los hubiera presentado —dijo Lauri—. Éste es John

Meadows, un amigo de Jennifer y mío. Es un artesano en madera y tiene una tienda encantadora aquí, en Whispers. Jennifer y yo entablamos amistad con él en la primera semana de nuestra llegada, y desde entonces lo hemos visitado cada vez que vamos a la ciudad.

—Hola, señor Rivington. —La mano de John rodeó la de Drake. —Es un placer conocerlo. Tiene una hija preciosa. He disfrutado mucho de su compañía, para no mencionar la de Lauri. —Sus ojos marrones la miraron con evidente afecto. Ni él ni Lauri notaron el temblor en la mandíbula de Drake ni el brillo de furia que apareció en sus ojos verdes.

—¿Cuánto hace que vive en Whispers? —preguntó Drake. John volvió a mirar a Drake con cortesía. —Desde que abandoné el college. Hace alrededor de ocho años. —¿Cuántos años estudió en el college? Sin duda se graduó en varias

especialidades. Lauri no podía creer que Drake se mostrara tan rudo con John. Deliberadamente

lo azuzaba, y ella no entendía por qué. Lo miró con furia, pero él tenía la vista fija en John y no le prestó atención.

John no parecía molesto por la hostilidad de Drake y le contestó con amabilidad: —Sólo me licencié en filosofía.

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—Mmmm —dijo Drake, con lo cual no dejó dudas de lo que pensaba—. Eso lo explica.

Lauri estaba furiosa con él, pero controló el enojo de su voz y le preguntó a John:

—¿No quieres tomar asiento y beber una taza de café? —No, gracias. Tengo que volver para abrir la tienda. Ya llevo una hora de retraso,

pero quería traerle estas cosas a Jennifer. —Miró a la pequeña, que estaba sentada en el suelo conversando con su familia de osos, sin que la tensión que existía entre los tres adultos la afectara. —También quería avisarte que no podré cumplir con nuestra cita de los martes por la noche. Tengo que ir a Santa Fe a recoger algunos suministros. Es posible que deba quedarme allí varios días.

Por el rabillo del ojo, Lauri vio que Drake se erguía y cruzaba los brazos sobre el pecho en señal de fastidio.

—Está bien, John. Iremos a verte cuando regreses. —Muy bien. —Le sonrió a ella y luego miró a Drake. —Fue un gusto conocerlo,

señor Rivington. Pase por la tienda alguna vez. —Dudo que esa ocasión se dé, pero lo recordaré. —Miró a Lauri con sorna antes

de agregar: —Y ahora que estoy viviendo aquí, también dudo que Lauri y Jennifer lo vean muy seguido. Me propongo mantenerlas ocupadas.

Lauri estaba llena de furia y de vergüenza. Las implicaciones de las palabras de Drake eran claras, y a John no se le habían pasado por alto; la miró con expresión de desconcierto y, después, sus cejas tupidas se alisaron sobre sus ojos marrones, que reflejaron sólo comprensión, sin rastros de censura.

Lauri tuvo ganas de abrazarlo por su bondad y su tolerancia innatas. John se arrodilló al nivel de Jennifer y ambos intercambiaron varias frases.

Lauri trató de atraer la atención de Drake, pero él, intencionalmente, mantuvo la vista apartada y se puso a examinarse el pulgar con total concentración.

—Lamento haber demorado tu clase, Lauri —dijo John al ponerse de pie—. Espero verte pronto.

—Gracias de nuevo por venir y traerle el regalo a Jennifer. Vuelve pronto —dijo ella, sinceramente.

John miró a Drake, quien se limitó a asentir y a decirle: —Señor Meadows —pero sin repetir la invitación que Lauri le había hecho. John devolvió la inclinación de cabeza de Drake y dijo: —Lauri. Después, transpuso la puerta y bajó los escalones del porche. Lauri cerró la puerta con suavidad y controló el impulso de golpearla con la furia

que deseaba dirigir a Drake. Giró lentamente para enfrentarlo. Él la esperaba con las manos en las caderas.

Lauri estaba que volaba de furia, y le tembló la voz cuando dijo: —Estuviste increíblemente rudo con ese hombre agradable y considerado, y

quiero saber por qué.

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—Y yo quiero saber por qué has estado arrastrando a mi hija a andar con un hippie de mediana edad.

—¡Hippie! —gritó ella, indignada—. ¿En qué libro de historia encontraste eso? —Pertenece a la década del sesenta, por el amor de Dios. Es un tipo sucio y

peludo. Es un milagro que no usara collares de cuentas. Y que se llame John. El Amado —ridiculizó—. Los de su clase no pueden salir adelante en el mundo real, así que se convierten en estudiantes profesionales o hibernan en ciudades de montaña y se llaman artesanos. Parece un yeti. O el tío peludo de los Adams.

—Usted lleva bigote, señor Rivington —señaló ella. —El mío no tiene rastros de dentífrico —le gritó él. —¡Acabas de decir que es sucio! Decídete. Él la fulminó peligrosamente con la mirada y se le acercó con dos zancadas. Le

tomó los brazos y la acercó a él. —¿Qué es eso de que tienes una cita con él todos los martes por la noche?

¿También llevaste a Jennifer en esas ocasiones? —Así es. Todos los martes por la noche, John mantiene su tienda abierta una

hora más tarde. Nos encontramos con él cuando cierra y vamos a comer juntos. —Estoy seguro de que, siendo un hombre tan agradable y considerado —dijo

Drake, despectivamente—, te habrá traído siempre a casa. ¿Cuánto tiempo se queda entonces aquí? ¿A la mañana siguiente abre su pequeña tienda una hora más tarde?

Lo que Drake estaba sugiriendo era tan absurdo que, si Lauri no hubiera estado tan enojada, se le habría reído en la cara.

—Eso no es asunto tuyo —saltó ella. —¡Vaya si lo es! ¡Ésta es mi casa! —No todo el mundo es esclavo de sus instintos más bajos... como usted, señor

Rivington —lo acusó Lauri con mordacidad. —Yo te mostraré mis instintos más bajos —gruñó él—. Hace mucho tiempo que

deseo hacerlo. —Volvió a apresarla, y esta vez Lauri no tuvo forma de escapar. Los brazos de Drake apretaron los de ella al costado de su cuerpo. Los esfuerzos de li-brarse eran inútiles, pero Lauri apretó los labios y los dientes y le negó el beso que él buscaba con su boca apremiante.

Al cabo de un momento prolongado, él levantó la cabeza. Lauri tenía los ojos bien cerrados, pero la curiosidad pudo más y los entreabrió. Vio la cara de Drake encima de la suya.

—Tienes miedo de besarme, ¿verdad? Sabes lo que te ocurre cada vez que lo haces, y luchas contra ello, ¿no es así?

Lauri no podía creer tanta audacia y engreimiento. —¡No! —exclamó. Él sonrió y dejó caer los brazos. —Entonces demuéstramelo —la provocó—. Bésame y convénceme que no te

produce un cosquilleo en todo el cuerpo. —En sus ojos había una expresión desafiante mientras él la miraba de arriba abajo y se demoraba en los lugares que sabía que reaccionarían ante un beso suyo.

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Si él hubiera tratado de obligarla a que lo besara, Lauri podría haberse resistido; pero fue precisamente el tono burlón lo que tuvo efecto sobre ella. No podía darle la espalda. La furia que sentía había llegado a un punto de ebullición. Era obvio que no podía luchar físicamente con él y ganarle, pero podía vencerlo de otra manera. Le demostraría que no sucumbía ante sus encantos como les pasaba a las otras mujeres. Le mostraría que no era susceptible a su sexualidad.

Los ojos de Lauri se entrecerraron y parecían carbones encendidos cuando levantó los brazos y tomó la cabeza de Drake entre las palmas de sus manos. Vaciló un momento, pero cuando él arqueó una ceja, ella siguió adelante en forma todavía más decidida. Para él, todo eso seguía siendo un juego.

Le rozó los labios con los suyos. Él no respondió y pareció dejarle la iniciativa. Lauri le mordisqueó los labios debajo del bigote y sintió que él se estremecía apenas, lo cual la impulsó a no detenerse.

Con la lengua le delineó los labios hasta que por fin se abrieron. Antes de que la sensatez o el sentido común pudieran detenerla, Lauri le metió la lengua entre los dientes. Se dijo que era sólo un reflejo condicionado y no una suerte de shock eléctrico lo que la hizo tomarle la cabeza con más fuerza y bajársela más cerca de la suya. Era una reacción física y no una necesidad emocional lo que llevó su cuerpo contra el de Drake hasta que sus pechos quedaron muy apretados contra el torso de Drake.

Movió la cabeza y buscó su boca con la lengua. Todavía él no la había rodeado con los brazos. Él tenía una actitud complaciente pero de no participación.

Los sentidos de Lauri se bamboleaban. Había aceptado el desafío de Drake pero luchaba para no convertirse en víctima de su propia estrategia. Hasta el momento, no había logrado quebrar la indiferencia de Drake. La sangre que fluía con rapidez por sus venas era la suya; y no era la cabeza de él la que pulsaba con el ritmo y la vibración de un tambor, una pesadez palpitante en el centro de su cuerpo era una prueba certera de que ella era una mujer que respondía a un hombre.

Pero no podía permitir que él se diera cuenta; debía conseguir que él respondiera y ocultarle su reacción. La causa estaría perdida para siempre si ella no ganaba esa batalla.

Con los labios siguió jugueteando con la boca de Drake antes de desplazarse a su mentón y su cuello. Tímidamente bajó la mano e investigó el triángulo que estaba en la base de su garganta. Con curiosidad exploró el vello áspero de su pecho. Haciendo a un lado toda cohibición, y diciéndose que sus acciones se debían al deseo de ganar y no a un viejo anhelo de tocarlo, deslizó la mano dentro de la camisa de Drake y pasó los dedos sobre los músculos, debajo de esa mata de vello oscuro.

La respiración de Drake se aceleró y Lauri oyó un leve gemido de angustia. ¡Espléndido!, Pensó. Está funcionando. Sin darse cuenta de su propia temeridad, llevó los labios a ese hueco en el cuello de Drake que sus dedos conocían tan bien y lo exploró con la boca.

Su mano encontró ese botón duro y marrón oculto bajo el vello del pecho y

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jugueteó con él. Un gemido animal grave brotó de la garganta de Drake un instante antes de que

sus brazos la abrazaran y la aprisionaran contra él con una ferocidad asombrosa. Los brazos de Lauri le rodearon el cuello en el momento en que la boca de Drake se fusionaba con la suya y sus cuerpos hacían otro tanto.

Él le introdujo la lengua en la boca como para reclamar lo que era suyo y disipar cualquier objeción que pudiera sugerir lo contrario. La necesidad de demostrar indiferencia ya había desaparecido. Lauri supo que la partida había terminado y estaba dispuesta a reconocer su derrota si Drake la seguía besando de esa manera. Con gusto quedaría sofocada bajo esa agresión celestial.

Jennifer fue la que los trajo de vuelta a la realidad. Jugaba con la familia de osos que John le había regalado cuando vio que su papito y Lauri se estaban besando. Se puso de pie y empezó a tironear del pantalón de Drake, reclamando atención y queriendo participar de ese nuevo juego divertido.

Drake se apartó de Lauri y se quedó mirándola un buen rato. Sus ojos estaban velados por el deseo, y entonces ella se dio cuenta de que la victoria no era de ninguno de los dos. Su beso lo había perturbado y excitado tanto como a ella el que él le había dado.

Jennifer no aceptó que no le prestaran atención y siguió tratando de pasar a primer plano. Drake apartó la vista de Lauri y se agachó para alzar a su pequeña.

—¿Quién es esta personita? ¿Quién es la que no me deja tranquilo ni un minuto? —preguntó Drake con tono juguetón y le hizo cosquillas a Jennifer en el estómago. Ella pasó un brazo regordete por el cuello de Drake, y otro por el de Lauri, uniendo así las tres cabezas en un beso ruidoso. Soltó una carcajada y volvió a hacerlo. Esa ceremonia del beso se repitió varias veces hasta que todos reían a más no poder.

—Creo que hoy habrá asueto de clases, ¿no estás de acuerdo? —le preguntó Drake a Lauri por encima de los rizos rubios de Jennifer—. Ese auto me está costando demasiado dinero para dejarlo estacionado afuera. ¿Por qué no vamos a Alburquerque para que yo lo devuelva en la compañía de alquiler de autos? Cenaremos en alguna parte y después volveremos. ¿Crees que Jennifer podrá soportar el viaje?

—Seguro que sí. De todas formas, necesita un descanso. ¿Qué te parece que me ponga? —Lo preguntó porque no sabía si debía ir de jeans y esperar cenar hamburguesas o usar ropa más formal para hacerlo en un restaurante elegante.

Él le recorrió el cuerpo con la vista. —Me da lo mismo —dijo. Y, con los ojos, le dijo que ella podría, incluso, no

ponerse nada encima. Pese a la pasión que había exhibido apenas momentos antes, Lauri se puso

colorada y alzó a Jennifer. —Estaremos listas dentro de media hora —dijo deprisa y subió muy rápido las

escaleras.

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Capitulo 8 El día se convirtió en una diversión agradable para los tres. Jennifer viajó con

Drake en el auto alquilado, y Lauri los siguió en el Mercedes. Agradeció esa oportunidad de estar a solas; le dio tiempo para ordenar sus pensamientos turbulentos. Era peligroso que Drake y ella se besaran de día, como lo habían hecho más temprano. Ella le había dicho que no debían jugar con fuego, pero igual siguieron haciéndolo.

Como mil veces se dijo que no pasaría nada más, que sólo serían besos inofensivos. Pero los besos no eran inofensivos, y ella lo sabía. En realidad, ignoraba durante cuánto tiempo podría seguir manteniendo a raya a Drake, o si deseaba hacerlo. Si tuvieran una aventura, significaría que ella no podría seguir enseñando a Jennifer. Sería una situación penosa para los tres, en especial para la pequeña, quien se convertiría en la víctima inocente de la conducta de dos adultos que no deberían poner en peligro su futuro de esa manera.

En la silenciosa privacidad del Mercedes que brillaba sobre los caminos de montaña en dirección a la ciudad, le resultó fácil prometerse no volver a entregarse a los brazos de Drake. Con fuerza de voluntad podría resistirse a la persuasión de sus manos y sus labios. Era sólo una cuestión de disciplina, y Lauri Parrish siempre se había jactado de poseerla.

No permitiría que Drake volviera a tocarla. La decisión estaba tomada. Y no significaba absolutamente nada. En cuanto llegaron a destino, él se acercó al Mercedes y la ayudó a apearse. Su

mano extendida fue aceptada sin vacilar, y Lauri rozó contra él mientras caminaban, ansiosa por sentir ese cuerpo fuerte y delgado cerca de ella.

La devolución del automóvil alquilado fue rápida y sin problemas. Después,

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hicieron algunas compras en las tiendas más exclusivas de Alburquerque. Drake le compró a Jennifer una chaqueta celeste de esquí, que Lauri dijo era extravagantemente cara. Pero él se encogió de hombros ante sus objeciones. Jennifer quiso ponérsela para el viaje de regreso a casa, pero, aunque era un fresco día de otoño, Lauri explicó que sería demasiado abrigada. La pequeña aceptó que se la empacaran en una caja cuando Drake le compró un cárdigan con una capucha con borde de piel.

Como de costumbre, las vendedoras se mostraron excitadas y muy torpes al atenderlos. Los clientes de las tiendas interrumpieron sus propias compras para observarlos en una forma que cohibió a Lauri.

Varias de las mujeres la miraron con evidente envidia y hostilidad. Drake no hizo nada para aliviar su incomodidad. Constantemente le pedía su opinión y la trataba con una familiaridad reveladora.

Algo alegró muchísimo a Lauri: Drake le habló todo el tiempo a Jennifer con lenguaje de señas, sin ninguna vergüenza ni justificación. Parecía no importarle que sus admiradoras lo vieran con su hija discapacitada.

Lauri había llegado a una fórmula de transacción: su atuendo no era demasiado informal ni excesivamente elegante. Llevaba puesta una falda de lana color marrón claro y una blusa de seda color jade. Cuando se bajaron del auto para entrar en el restaurante, decidió que estaba suficientemente fresco como para ponerse su blazer de lana color blanco tiza.

Drake se lo sostuvo mientras ella se lo ponía, y le rodeó los hombros mientras entraban en el restaurante. Lauri pensó que formaban una familia atractiva cuando el maítre los ubicó en una mesa, y enseguida se censuró ese pensamiento antojadizo. Sabía cuáles eran los sentimientos de Drake; él había puesto bien de manifiesto sus intenciones. Disfrutaría de una relación física, pero su corazón seguiría perteneciendo siempre a Susan.

En el viaje de regreso, Jennifer empezó a tener sueño y apoyó la cabeza en las faldas de Lauri. También había llevado a Conejito, su constante compañero, que tenía apretado debajo del brazo.

Drake encendió la radio, hizo girar el dial y encontró una emisora de FM con música sedante. Después, puso la mano sobre los rizos suaves de Jennifer y le palmeó la cabeza durante varios minutos hasta cerciorarse de que estuviera profundamente dormida.

Lauri supuso que volvería a poner la mano sobre el volante, pero su corazón pegó un brinco cuando la colocó sobre uno de sus muslos, detrás de la cabeza de Jennifer y se lo oprimió con suavidad. Ella miró el paisaje de afuera iluminado por el atardecer, el tablero encendido del automóvil, la criatura dormida que tenía en las faldas... cualquier cosa menos al hombre que estaba a su lado.

Por propia voluntad, sus ojos recorrieron el interior del auto y observaron el perfil perfecto de Drake. Él pareció intuir su mirada y giró la cabeza para que los ojos de ambos se encontraran. Al advertir la calidez que irradiaban los ojos color ámbar de

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Lauri, sonrió con ternura. Su mano ascendió por el muslo de Lauri y la tocó con una intimidad que fundió las

decisiones y la cautela de ella. La mano permaneció allí hasta que aparecieron las luces de Whispers, momento en que él tuvo que sujetar el volante con las dos manos para girarlo en las curvas de esas calles sinuosas y empinadas.

Acostar a Jennifer no fue problema. La pequeña, medio dormida, permitió que

Lauri la desvistiera y la arropara en la cama. Después de las oraciones y los besos de práctica, Drake apagó la luz de la habitación.

—¿Qué te parece si esta noche enciendo fuego en la chimenea? —preguntó cuando estaban de pie en el vestíbulo.

—Suena estupendo. Me vendría bien distenderme un poco antes de acostarme. Ha sido un día muy largo.

—¿Puedo hacer algo para ayudar a relajarte? —preguntó él con una sonrisa insinuante.

—Eres incorregible —lo regañó Lauri, pero sonreía—. Me daré un baño y me reuniré contigo abajo.

—Para ese entonces, el fuego estará ardiendo. No sé si sabes que fui boy scout. —¿Tú? ¡Imposible! —dijo ella con tono burlón antes de cerrar la puerta de su

dormitorio y robarle la oportunidad de contestarle. Después del baño, Lauri se envolvió en una bata abrigada de franela y se anudó el

cinturón en la cintura. El color durazno de la bata le sentaba bien a su pelo y a su tez, y las solapas de satén le agregaban esplendor a la piel de su garganta.

El hecho de vivir esos pocos días con Drake la había despojado de parte de su inicial modestia. Ya no trataba de ocultarse ni de cubrirse si él la pescaba de bata o sin maquillaje. Entre ambos se había desarrollado cierto grado de familiaridad. Sin rastros de cohibición, Lauri bajó por la escalera, mientras se pasaba un cepillo por el pelo todavía húmedo por el baño.

Cruzó el living y corrió las cortinas. Automáticamente extendió el brazo hacia la lámpara, pero la voz de Drake la detuvo.

—¿No podemos dejar las luces apagadas? El resplandor del fuego es suficiente. Él venía de la cocina con dos copas y una botella de vino blanco en un balde con

hielo. De los parlantes del equipo estéreo instalados en la biblioteca brotaba la melodía inquietante de una balada cantada por Johnny Mathis. Fiel a su palabra, Drake tenía un alegre fuego encendido en la chimenea.

—Esto es muy relajante —dijo nerviosamente Lauri. Relajante y seductor, pensó con preocupación. Drake se había cambiado de ropa: en lugar de los pantalones y la chaqueta deportiva usaba ahora un par de viejos jeans desteñidos y un suéter de cuello alto.

Lauri se acurrucó en un rincón del sofá, frente a la chimenea. Drake colocó el balde con hielo que contenía la botella de vino y las dos copas sobre la mesa de café,

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frente a ella. —¿Beberás aunque sea una copa de vino conmigo? —le preguntó y se sentó junto

a ella. —Yo... —Por favor. ¿Una copa? Te hará bien. Como de todos modos se la estaba sirviendo, Lauri dijo: —Está bien. Una copa. —Los dedos de ambos entraron en breve contacto cuando

él le entregó el vino. Ella bebió un sorbo. Drake la observaba con atención. Apartando la vista de su mirada insistente, Lauri observó el fuego. —Es un hermoso fuego, Drake. Gracias por que se te haya ocurrido encenderlo.

—Fue un gusto. Salvo que el trabajo de prepararlo y de encenderlo me ha dado demasiado calor. ¿Te importa? —Antes de que ella tuviera tiempo de responder, en un sentido o en otro, Drake se quitó el suéter blanco por la cabeza.

En los últimos días ella lo había visto muchas veces sin camisa, pero la sola visión de su pecho amplio y velludo siempre hacía que su corazón bailara una danza exótica. El pecho se iba enangostando por sobre las protuberancias de sus costillas hasta llegar a un abdomen chato y firme. Los jeans estaban cerrados con un broche de presión cinco centímetros debajo del ombligo. A Lauri se le cerró la garganta al ver el bulto inequívoco de su masculinidad bajo la tela apretada y suave de los pantalones. Bebió otro sorbo de vino.

—Hueles bien —dijo él y se inclinó un poco hacia ella. No la tocó, pero acercó la cara a milímetros de su cuello. —¿Qué perfume es?

—Yo... —A Lauri no le salían las palabras. Tragó y lo intentó de nuevo. —No es nada especial ni costoso. Lo compro en la farmacia.

—No tienes que disculparte, te aseguro. Está cumpliendo su función. Sus palabras —¿o era la cercanía de su cuerpo?— le provocaron un impacto que

le llegó a los dedos de los pies. Con mano temblorosa se pasó el cepillo por el pelo una última vez y lo dejó en la mesa de café. Comenzaba a sentir los efectos del vino, aunque sólo había bebido la mitad de la copa. Bebió un último sorbo y volvió a apoyar la copa en la mesa. Cuando se echó hacia atrás en el sofá, Drake se había acercado mucho más.

Lauri giró la cabeza hacia él y vio que le observaba el cabello. —Es hermoso —murmuró él—. A la luz del fuego, es todavía más lindo. —Le puso

la mano en la parte superior de la cabeza y la fue bajando hasta llegar a sus hombros. El resplandor del fuego arrojaba sombras profundas sobre las facciones de

Drake. Sus ojos quedaban casi completamente a oscuras bajo sus cejas tupidas, pero Lauri sabía que le escrutaban la cara. Imaginó que la habían tocado cuando sintió que se demoraban en su boca. Drake mojó su dedo índice en la copa de vino y lo llevó a la boca de Lauri. Se la pintó con el líquido dorado, dibujando primero el labio superior y, después, el inferior. Bajo la suave presión de su dedo, los labios se abrieron.

Drake bajó la cabeza y tomó los labios de Lauri, sorbió el vino que había en ellos y luego fusionó su boca con la de ella en un beso impresionante que la dejó temblorosa

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y sin aliento. —Eres más deliciosa que el vino. Y el doble de embriagadora. —Drake respiró

cuando finalmente se apartó. Colocó su copa en la mesa, junto a la de Lauri, y ella supuso que volvería a acercársele y a tomarla en sus brazos.

En cambio, Drake se acostó de espaldas en el sofá, se estiró y apoyó la cabeza en la falda de Lauri. Le tomó una mano, le besó la palma, se la apretó contra el estómago y luego la cubrió con una de las suyas.

—Esto debe de ser el paraíso —dijo, mirándola fijo—. La vista desde aquí es increíble. —En sus ojos apareció un brillo travieso cuando se posaron sobre los pechos de Lauri, claramente delineados debajo de la tela delgada de su bata. Drake rió cuando ella se ruborizó. Después, suspiró. —Me encanta este lugar, ¿a ti no, Lauri? —Ella se sorprendió frente a la repentina seriedad de su voz.

—¿Te refieres a Whispers? Sí, es maravilloso. Te confieso que pensé que a esta altura estarías ya camino de regreso a Nueva York.

—A veces extraño los reflectores y las cámaras. Mentiría si dijera que no es así. Pero, por otro lado, me espanta la idea de volver a la vida y los amores del doctor Glen Hambrick. Jamás quise ese papel.

—¿Ah, no? La sorpresa debió de ser evidente en la voz de Lauri, porque él abrió bien los

ojos, que tenía cerrados, y respondió: —No, por cierto que no. —Entonces, ¿por qué... cómo? —balbuceó ella. —Susan me convenció de que me presentara a la prueba. Lauri reaccionó enseguida al oír el nombre de la esposa de Drake, pero advirtió

que a él no parecía apenarlo tanto como las otras veces que la nombró. —Yo era lo que ellos buscaban —prosiguió Drake—. Besé a la actriz que, en ese

momento, era la protagonista del programa. Les pareció que quedábamos bien juntos y me dieron el papel antes de que yo me diera cuenta.

—¿Qué te hubiera gustado hacer, Drake? —Yo tenía la meta habitual de todo actor con aspiraciones: hacer teatro. Pero,

más que actuar, quería dirigir. Sin embargo, después de varios años en Nueva York, descubrí que uno debe pagar alquiler, comer y cosas por el estilo —dijo y rió con amargura—. Tuve que trabajar cuando podía, y no asistir a las clases que necesitaba.

Distraídamente, Lauri le acarició el pelo con los dedos. Era algo tan natural que la cabeza de Drake estuviera apoyada sobre su falda y que los dos disfrutaran de ese sereno interludio.

—¿Dónde está tu hogar, Drake? ¿Tienes una familia? —Era extraño que él jamás hubiera mencionado nada de su infancia.

—Crecí en Illinois. Verás, soy del Medio Oeste, igual que tú. —Movió la cabeza para mirarla, y esa suave presión sobre sus muslos hizo que Lauri sintiera una oleada de placer. —Mi padre era un exitoso vendedor de seguros, aunque nunca fuimos ricos. Murió cuando yo estaba en la secundaria. Mamá murió hace dos años. Tengo un

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hermano que es abogado defensor. Supongo que, a su modo, también es actor. —Rió por lo bajo. —Después de dos años en un colegio de artes liberales, fui a Nueva York, terminé allí mis estudios de arte dramático y empecé a presentarme en cuanta prueba había, con la esperanza de encontrar trabajo.

—Vi A Chorus Line, y no creo que yo fuera capaz de pasar por una cosa así tantas veces y mantener la cordura —comentó Lauri.

Drake rió. —No creo que nadie cuerdo quiera pasar por eso. Es una experiencia

devastadora. Recuerdo cuando hice una prueba para el papel de Danny en Crease. Estaba convencido de que era perfecto para ese personaje. Durante semanas anduve enfundado en una chaqueta de cuero negro, hablando con rudeza y con un cigarrillo colgado del labio. En la prueba, cuando me pidieron que cantara y bailara, sufrí una humillación terrible. Supe, entonces, que la comedia musical nunca sería un género adecuado para mí. Pero no quisieron probarme siquiera para interpretar a uno de los chicos de las escenas de conjunto. Dijeron que mi pelo salía plateado bajo las luces de los reflectores y que no necesitaban viejos. Prometí teñírmelo de negro si me dejaban actuar en cualquier papel, pero no hubo caso.

Drake hizo una pausa y se frotó la mano con el dorso de la de ella, que seguía apoyada en su estómago desnudo.

—Allí fue donde conocí a Susan... en esa prueba.. Se me acercó después y dijo que se alegraba de que no me hubieran dado el papel, porque habría detestado que me tiñera el pelo.

A Lauri se le apretó el pecho. La voz de Drake había bajado de volumen y de tono. Susan seguía siendo una parte integral suya, aunque hubiera muerto tres años antes. Conociendo ya la respuesta, pero teniendo de alguna manera que verbalizarlo, Lauri le preguntó en voz baja:

—¿Era hermosa? —Sí —contestó él sin vacilar y cerró los párpados como un telón sobre sus ojos

verdes—. Era bailarina, una estudiante muy seria de ballet. No importa a cuántas pruebas se presentara, su estilo era demasiado clásico para estar en un coro. Siempre volvía al ballet. Por último, la eligieron para integrar el American Ballet Theatre.

¡Una bailarina de ballet! Era peor de lo que Lauri suponía. Seguro que Susan era elegante y femenina y grácil y, como él había dicho, hermosa.

Tenía que cambiar de tema. De pronto le resultó vital recuperar el estado de ánimo de momentos antes.

—¿Cuál es tu trabajo favorito, Drake? ¿Qué papel te gustaría encarnar? —El de Brick en La gata sobre el tejado de zinc caliente, sin duda —respondió

él—. Lo hice una vez en una clase de interpretación. Es un personaje magnífico. Cada relación de la vida de Brick se explora en las dos horas y media que dura la obra. Con su esposa, con su padre, su madre, su hermano, su amigo. —Su voz comenzó a cobrar ánimo. —Pero también me encantaría dirigirla. ¿Te imaginas lo que sería extraer todos los matices de esos personajes maravillosos? Dios, qué desafío. —Permaneció un

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momento en silencio, la vista perdida en el espacio, como si viera un escenario imaginario, con los actores de pie esperando sus instrucciones. Después levantó la vista y la observó por largo rato.

Su pelo le enmarcó la cara al mirarlo. El resplandor del fuego le confería un brillo especial. La piel de Lauri, todavía húmeda por el baño, era tersa y tentadora cuando la bata se le abrió en el cuello.

—No tienes aspecto de maestra —dijo él con ternura. —Tú, en cambio, eres la imagen misma del actor —le susurró ella. Drake se incorporó un poco y colocó el brazo del otro lado de la cadera de Lauri. —¿Podrías ser un poco más específica? —preguntó él—. Quiero decir, Ernest

Borgnine es actor, y Robert Redford es actor. Ella se echó a reír. —Entiendo lo que quieres decir. Bueno, veamos —dijo y entrecerró los ojos

mientras le miraba la cara y el pecho—. Diría que estás entre los dos. —¿Ah, sí? —bromeó él—. ¿Puedo hacer una prueba para el papel del protagonista

romántico, señora productora? Será una prueba que disfrutaré. Mientras hablaba, le pegó un tirón al cinturón de la bata de Lauri, que cayó bajo

sus dedos. —Como puedes ver, ya me estoy poniendo en situación. —Deslizó la mano dentro

de la bata y le rodeó un pecho. —Ahora, lo que necesito es una actriz que me acompañe —dijo, mientras sus labios buscaban los de ella y los encontraba bien dispuestos.

El beso fue largo y profundo. Mientras con una mano Drake siguió acariciándole el pecho, la otra se la deslizó por el pelo. Lauri le pasó un brazo por los hombros desnudos y deslizó la mano por esos músculos vigorosos. Con la otra mano, fue dibuján-dole cada costilla hasta detenerse en la curva de la cintura de Drake.

Por último, la boca de él se apartó lo suficiente para murmurar: —Esperaba encontrarte sólo a ti debajo de esta bata. —Le deslizó la bata de los

hombros y aspiró su piel fragante. —Cuando estás serena, dócil y cálida como ahora, hay algo maternal en ti que necesito. —Los labios de Drake descendieron hasta llegar a la curva de los pechos de Lauri, que rozó con el bigote. Introdujo el brazo dentro de la bata y la acercó a su cuerpo. —Aliméntame, Lauri —le suplicó con voz ronca.

Cuando su boca se cerró sobre el pezón, Lauri le aferró la cabeza y se arqueó contra él. La lengua de Drake causó estragos en ella. Después empezó a mordisquearle el pezón. Lauri gimió cuando él jugueteó con la parte inferior de sus pechos con la nariz y la boca, para volver después a dedicarse de nuevo a su pezón.

Lauri apoyó la mejilla sobre la parte superior de la cabeza de Drake y le exploró el pecho y el vientre con mano suave pero llena de ansiedad. Tímidamente la deslizó a la cintura de los jeans. Drake sepultó la cabeza entre sus pechos y la giró con un gesto de súplica que denotaba a la vez éxtasis y sufrimiento.

—Dios, sí. Por favor, Lauri —gimió con voz que la suave piel que estaba debajo de sus labios ahogó un poco—. Tócame.

Lauri le desabrochó los jeans.

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El timbre de la puerta sonó como campanadas de una catedral por encima de la respiración entrecortada de ambos, las notas de la música de violín del equipo estéreo y el chisporroteo de los leños en el hogar.

Drake maldijo mientras se incorporaba y hundía la cabeza sobre sus rodillas. —Quién demonios... —A lo mejor terminan por irse —dijo Lauri, esperanzada. La insistencia del timbre les anunció que, quienquiera fuera, no tenía intenciones

de darse por vencido. Drake volvió a maldecir, pero se puso de pie y se dirigió al vestíbulo, lo cual impidió que Lauri viera la puerta del frente. Estaba por recordarle que estaba sin camisa, pero no tuvo tiempo antes de oír que él abría la puerta.

—¡Caramba! No esperábamos verlo aquí. Vaya si es una sorpresa. Al oír esa voz familiar, Lauri se levantó de un salto del sofá. Las piernas le

temblaban muchísimo. Con dedos torpes se alisó la bata y se ató el cinturón en la cintura.

—Dios mío —gimió en voz muy baja, y casi no pudo reprimir un sollozo. —¿Quién...? —comenzó a preguntar Drake, sorprendido, pero la otra voz lo

interrumpió. —Soy el reverendo Andrew Parrish, el padre de Lauri. ¿Se encuentra ella aquí?

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Capitulo 9 —Mmmm, buenas tardes Lauri oyó que Drake decía: —Yo soy... —Sabemos quién es, jovencito. Lauri nos ha hablado mucho de usted. Mi esposa

ha estado revoloteando como una mariposa, contándoles a todos que su hija trabaja para Drake Sloan.

—No puedo creer que estoy hablando personalmente con usted. Mis amigas... —Alice, por favor, ¿no ves que este hombre está sin camisa y lo obligamos a

permanecer afuera, en el fresco de la noche? ¿Podemos pasar, señor SI... quiero decir, señor Rivington?

Lauri había escuchado ese intercambio de palabras en un estado de shock y permanecía inmóvil frente al sofá. Su primer impulso fue subir corriendo y esconderse, pero la escalera estaba a la vista de la puerta de calle, y no podría llegar a ella sin que sus padres la vieran.

¿Qué hacían sus padres allí? Pensarían... sabrían... ¿Qué podía hacer ella? Se alisó la bata todo lo posible y se pasó la mano por el pelo, que estaba totalmente despeinado. Ya no tenía tiempo de nada: Drake escoltaba a sus padres al living.

—¡Mamá! ¡Papá! —exclamó con falso entusiasmo y cruzó la habitación para saludarlos. Tendría que afrontar la situación con descaro. No se te ocurra parecer culpable, se dijo.

—Lauri, mi pequeña. ¿Cómo estás? —Alice Parrish abrazó a su hija muy fuerte, y Lauri tuvo la certeza de que su madre se daría cuenta de que estaba desnuda debajo de la bata. Miró a Drake por encima del hombro de su madre; él se encogió de hombros y parecía un poco pálido. Lauri notó, angustiada, que el pelo de Drake estaba tan despeinado como el suyo. Además, cubierto sólo con un par de jeans con la cintura desabrochada, anunciaba su excitación sexual con tanta seguridad como un destellador de neón. ¡Dios!

Su madre la besó en los labios, que todavía sentían los besos de Drake. ¿Sentiría su madre el sabor de Drake en su boca? Después la abrazó su padre, y Lauri se entregó a ese gesto lleno de afecto.

Se hizo un silencio incómodo cuando se separaron y sus padres pasearon la vista por la habitación. El cuarto clamaba seducción, como si la palabra estuviera pintada con vivos colores en las paredes. Del equipo estéreo seguía brotando música suave. El

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resplandor del fuego, que teñía el living de tonos suaves y sombras profundas, insinuaba secretos íntimos. El balde con la botella de vino y las copas a medio vaciar los señalaban desde la mesa baja como dedos acusadores. Más comprometedores todavía eran los almohadones arrugados del sofá. Uno estaba incluso en el suelo, porque Drake lo había pateado al extender sus largas piernas en el sofá.

Si Lauri no se hubiera sentido tan mortificada por la situación, se habría alegrado de ver a sus padres. Siempre había tenido una relación muy afectuosa con ellos y sabía que era afortunada de tener padres que no le habían demostrado más que amor.

Miró a su madre, que era menuda y casi no le llegaba al hombro a su marido. El pelo de Alice Parrish era del mismo tono cobrizo del de Lauri, pero con los años tenía una apariencia menos vibrante. Su cara no tenía arrugas, tan sólo líneas provocadas por la risa, testimonios de su carácter alegre.

Andrew Parrish llevaba su peso con orgullo y distinción. Su pelo oscuro y entrecano estaba peinado hacia atrás en grandes ondas y dejaba al descubierto una frente alta. Sus ojos grises eran afables y bondadosos y su voz, profunda y tranquilizadora. Era un consuelo para su congregación, pero se mostraba inflexible en sus convicciones sobre moralidad, por muy moderna que fuera la época actual.

La alegría inicial de ambos al ver a su hija menor se vio empañada por la escena que ahora se presentaba ante sus ojos, y Lauri vio que la decepción cubría esos rostros tan amados. Verlo y saber lo que estarían pensando le destrozó el corazón.

—Bueno, creo que ya conocieron a Drake en la puerta —dijo, porque no se le ocurrió nada mejor y para romper ese silencio tan desagradable—. ¿Qué hacen aquí? No porque no me alegre verlos —se apresuró a agregar—. Es sólo que yo...

—Quisimos sorprenderte, querida. Tu madre y yo asistiremos a una conferencia de pastores que comienza mañana por la noche en Santa Fe. Decidimos viajar un día antes para poder estar un tiempo contigo.

—Me alegra muchísimo que lo hicieran —dijo Lauri. —Pero no esperábamos encontrar aquí al señor Rivington —dijo Andrew y miró en

dirección a Drake, quien había tomado su suéter del sofá y en ese momento se lo pasaba por la cabeza.

Era típico de su padre no andarse con rodeos, aunque Lauri deseó haber tenido más tiempo para encontrar una explicación plausible. Pero, ¿el tiempo le proporcionaría una? Lo dudaba mucho. ¿Era su imaginación, o el labio inferior de su madre empezaba a temblar un poco? ¿Por qué se habían presentado esa noche? ¿Y si hubieran llegado quince minutos más tarde? Lauri se estremeció y se rodeó el cuerpo con los brazos. Eso habría sido tan espantoso que no quiso ni siquiera pensarlo.

Se pasó la lengua por los labios y dijo, con todo el aplomo que pudo reunir: —Drake... bueno, vino hace algunos días a ver a Jennifer. Espera a conocer a la

pequeña, mamá —dijo Laura con voz temblorosa—. La adorarás. —Cuando nadie dijo nada, ella prosiguió: —Él la extrañaba tanto que se tomó un tiempo libre del programa de televisión para venir. Y Jennifer estaba tan contenta de verlo... —Lauri calló. No

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decía nada que tuviera sentido y esquivaba el tema que sabía era el más importante para todos.

Andrew observó las dos copas de vino que estaban sobre la mesa de café. —Él ha estado aquí contigo. —Lauri vio dolor en los ojos de su padre cuando lo

dijo. Deseó poder borrar esa pena. Ellos nunca entenderían. Lauri cerró los ojos contra la dolida acusación que advirtió en los rostros de sus padres.

—Lauri, querida, será mejor que se los contemos —dijo Drake muy sereno, se le acercó y le rodeó los hombros con el brazo. Ella lo miró, aterrorizada por lo que podría decir. La sonrisa de Drake fue tierna al mirarla. —Sé que convinimos en mantenerlo en secreto por un tiempo, pero cuando tomamos esa decisión no sabíamos que tus padres nos sorprenderían de esta manera. Me temo que están pensando lo peor.

Y tienen razón, habría querido decir Lauri, pero estaba como hipnotizada por las palabras y la actitud de Drake.

—Señor —dijo él con tono formal al mirar al señor Parrish—, Lauri y yo nos casamos hoy en Alburquerque. Nos pescaron en nuestra luna de miel.

Lauri habría caído redonda al piso si el brazo de Drake no la hubiera sostenido. Toda la sangre del cuerpo se agolpó en su cabeza y sintió cómo le golpeaba en las venas. Los oídos le zumbaban con una cacofonía de sonidos que ahogaban las exclamaciones de sus padres, aunque alcanzó a ver que la noticia los había alegrado y aliviado muchísimo.

Ellos reían y farfullaban sorprendidas felicitaciones. Su madre se acercó a Drake y lo abrazó y lo besó en la mejilla, mientras le decía: —Bienvenido a nuestra familia, Drake.

Andrew lo palmeaba en la espalda y le decía: —Me tuvo mal durante un momento. No quiero ni decirle lo que pensé. Después abrazaron a Lauri, y ella se vio abrumada por el amor y la renovada

confianza de ambos. Todavía se sentía demasiado estupefacta para reaccionar. —Andrew, ¿te das cuenta de que ahora tenemos otra nieta? —Alice aplaudió

frente a ese pensamiento tan maravilloso. —¿Podemos verla, Lauri? Te prometo que no la despertaré, pero ya me has dicho lo preciosa que es. De todas formas estaba ansiosa por conocerla, y ahora resulta que pertenece a mi familia. —Los ojos marrones de Alice brillaban de alegría, y Lauri no tuvo el coraje de decepcionarla una vez más.

—Está arriba, mamá. En el dormitorio más pequeño. ¿Por qué no suben tú y papá y la ven? Yo prepararé un poco de café. Me temo que me tomaron tan de sorpresa que no me he mostrado demasiado hospitalaria —dijo. Su cerebro no podía formar un pensamiento coherente, y mucho menos articularlo.

—Ven, Andrew. —Alice tomó de la mano a su marido y él puso los ojos en blanco en fingida exasperación. —A esta mujer le encantan los chicos, Drake. Tendrás que acostumbrarte a su actitud demasiado indulgente.

—Lo espero con impaciencia, lo mismo que Jennifer. Habló con calidez. ¿Por qué no mostraba señales de estrés? ¿No se daba cuenta

de que no podría mantener su mentira? ¿Qué motivo había tenido para decir una cosa

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así? Cuando sus padres subieron por la escalera y desaparecieron en el vestíbulo del

piso superior, ella miró con recelo a Drake, quien la contempló con expresión inocente. Lauri cerró los puños. Algo en la inclinación arrogante de la cabeza de Drake había encendido su furia. ¡Y él disfrutaba al verla mortificada!

—¿Por qué, Drake? —le preguntó ella en un susurro, porque no quería que sus padres oyeran esa conversación—. ¿Por qué les dijiste una mentira tan absurda?

—Fue una actuación merecedora de un Osear, ¿verdad? Creo que deberías agradecerme por salvarte el cuello, Lauri. Las pruebas estaban contra ti. Tus padres estaban a punto de sacar una conclusión correcta y me parece que no querrías eso, ¿no? Es un poco tarde para eso —comentó cuando ella encendió una lámpara—. Será mejor que la dejes apagada. Es obvio que has sido muy besada y...

—¿Te callarás? —saltó ella y golpeó el pie en el piso—. Drake, ¿qué voy a hacer? ¡Mis padres creen que estoy casada contigo! ¿Qué les diremos cuando descubran la verdad?

—Les diremos que las cosas no anduvieron bien y que nos separamos —dijo él, imperturbable.

Lauri se dejó caer en el sofá y se cubrió la cara con las manos. —Se angustiaron muchísimo cuando Paul y yo nos separamos. No quiero hacerlos

pasar de nuevo por eso. Drake quedó callado un momento. Luego dijo, muy despacio: —Entonces les diré que lo dije por mortificarte. Y tú puedes explicarles las

circunstancias por las que estoy viviendo aquí contigo. Estoy seguro de que com-prenderán. ¿Acaso el negocio de tu padre no consiste en perdonar? —Su tono burlón la irritó todavía más que su mentira flagrante.

—No lo hagas, Drake. —Los ojos de Lauri tenían una expresión feroz, y no era el resplandor del fuego lo que les confería ese brillo peligroso. —No te atrevas a burlarte de mí ni de ellos —le advirtió con tono severo.

Cuando él vio su mirada, enseguida se puso serio. —Lo siento. No quise referirme frívolamente a la ocupación de tu padre ni a tu

posición. —No importa —dijo ella—. Estoy segura de que para ti esto se parece mucho a

una escena sacada de una farsa romántica, pero es muy real para mí. No podría tolerar verlos lastimados.

—Lauri, ya tienes casi treinta años —dijo él—. Tienes derecho a vivir tu vida como te parezca mejor. Es posible que a ellos no les guste todo lo que haces. Les sucede a todos los padres. Pero ellos viven de acuerdo con sus normas, y tú, con las tuyas.

—No entiendes —dijo ella—. Jamás he hecho nada para traicionar la confianza de mis padres. Si decidiera hacer algo que sé que no aprobarían, se los ocultaría para protegerlos a ellos, no a mí. Y nunca se me ocurriría tirarles a la cara mis indiscreciones.

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—¡Pero tú no has hecho nada! —saltó él, y enseguida bajó la voz—. Créeme, sé lo casta que te has mostrado. Y lo digo con dolor.

A pesar de la furia que sentía, su corazón se salteó un latido al oír esas palabras. Lauri apartó la vista.

—Tengo la conciencia tranquila, y si les contara cuáles fueron los hechos, ellos me creerían. Es sólo que... —movió las manos como buscando las palabras apropiadas—, para ellos sería diferente, eso es todo. Son de otra generación y jamás aceptarían que yo viviera con un hombre sin estar casada con él. Tú jamás has amado suficiente a alguien como para que te importe lo que piensan de ti.

Se equivocó al decirlo, y Lauri se dio cuenta en cuanto las palabras salieron de su boca. La cara de Drake se tensó y él metió las manos en los bolsillos del jean y se dio media vuelta para mirar fijo hacia el fuego.

Oyeron que el matrimonio Parrish salía del dormitorio de Jennifer, y Drake le dijo a Lauri en voz baja, pero sin mirarla:

—Te lo dejaré a ti. Yo apoyaré lo que digas. Alice comenzó a hablar antes de llegar al último escalón. —Drake, Jennifer es un verdadero ángel. Ya la amo y estoy impaciente por que

llegue la mañana para poder jugar con ella. —La cara de Alice estaba radiante de felicidad y a Lauri se le apretó el corazón al comprender que debía seguir con el engaño.

—Lo siento —se apresuró a decir—. Todavía no he preparado el café. —Echó a andar hacia la cocina, pero su padre la detuvo.

—No lo prepares por nosotros. Somos demasiado viejos para tomar café a esta hora de la noche. Nos provoca insomnio. Será mejor que busquemos un lugar para pasar la noche. Si les parece bien, volveremos por la mañana.

—Tonterías —dijo Drake—. Se quedarán aquí, en mi casa. Tenemos lugar suficiente.

—No, nada de eso —protestó Alice—. Tú y Lauri están en su luna de miel. —Yo no tengo inconveniente, si a Lauri no le importa —dijo Drake y se encogió de

hombros—. ¿Te importa, querida? —Yo... sí, quiero decir, no —tartamudeó Lauri mientras trataba de analizar las

intenciones de Drake. —Hay un pequeño dormitorio pasando la cocina. Allí he estado durmiendo los

últimos días. De todos modos, esta noche pensaba mudarme al dormitorio principal. —Lo entiendo —dijo Andrew y palmeó con entusiasmo a Drake en los

omóplatos—. Personalmente, yo preferiría quedarme aquí y no en un motel. Alice, ¿qué dices tú?

Todos parecían haber olvidado a Lauri, quien reaccionó con violencia ante la mención de Drake de mudarse al dormitorio principal.

Entonces se dio cuenta de lo que él tenía en mente, y la enfureció. —Bueno, por supuesto que prefiero estar aquí con Lauri —contestó Alice. —Entonces, asunto arreglado —dijo Drake con firmeza—. Permítanme recoger

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algunas de mis cosas mientras Lauri cambia las sábanas. Después, los dejaremos dormir un poco. Deben de estar agotados.

La siguiente medía hora fue un concierto de confusión. Drake fue al dormitorio de la planta baja y volvió a aparecer en el living con una caja de implementos para afeitarse y artículos personales. Tenía una bata de terciopelo colgada del hombro. Le guiñó un ojo a Lauri cuando ella se sentó a escuchar el relato detallado del vuelo de sus padres a Alburquerque y el trayecto en auto a Whispers. Ella lo fulminó con la mirada.

Puso sábanas limpias en la cama y comenzó a tenderla lentamente con la esperanza de que Drake volviera a ese cuarto. Planeaba decirle lo que pensaba sobre los arreglos que había hecho para la noche, pero él la evitó. Mientras los padres de ella les deseaban buenas noches, Drake le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí.

—Me alegro de tenerte como yerno, Drake. Cuida de mi hija y ámala, eso es todo lo que te pido —dijo Andrew.

—Lo haré, señor —dijo solemnemente Drake. Laura tuvo ganas de patearlo en las canillas.

La pareja mayor se retiró a su habitación. Dócilmente, Lauri subió las escaleras detrás de Drake, pero en cuanto cerró la puerta del dormitorio grande, lo enfrentó con expresión beligerante.

—Sé lo que estás pensando, Drake, y tu pequeño plan no tendrá éxito. —¿Qué estoy pensando? —preguntó él mientras se quitaba el suéter por segunda

vez en esa noche. —Crees que me meteré en esa cama contigo. —Jamás se me ocurrió nada semejante —dijo él con naturalidad mientras se

abría el cierre automático de los jeans. —¿Qué estás haciendo? —preguntó ella y trago fuerte. —Me estoy sacando la ropa. ¿Qué otra cosa parece? —Mientras procedía a hacer

justamente eso, dijo: —Un verano hice una gira con una compañía que hacía Hair y, desde entonces, no sé lo que es la modestia. Si te ofende, date vuelta.

Su ropa interior era color celeste, ajustada y breve, y Lauri tragó fuerte cuando él se sacó los jeans y los arrojó sobre una silla. Drake giró y comenzó a abrir la cama.

—Yo dormiré en el sillón —farfulló ella y abrió el placard donde se guardaban las frazadas adicionales.

—Como quieras. Tu padre puede ser un ministro, pero es obvio que aprecia los hechos de la vida. ¿Qué les dirás cuando te vean allí por la mañana? ¿Que fueron peleas de enamorados?

Lauri habría querido abofetearlo cuando se dio media vuelta y lo vio en la cama, recostado contra las almohadas y con las sábanas tapándolo hasta la cintura.

—Yo me despertaré antes que ellos. —Bueno, me alegra que lo tengas todo solucionado. —Bostezó y se hundió en las

almohadas. —Buenas noches. En lugar de responderle agresivamente, Lauri salió de la habitación con los

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brazos llenos de frazadas. Bajó sigilosamente por la escalera y, con la ayuda de las últimas luces del fuego, encontró el camino hasta la planta baja.

Se sobresaltó cuando alguien encendió las luces. —Dios, espero no haberte asustado. Justamente pensaba subir para pedirte

algunas frazadas —explicó Alice—. Tendré que dormir en el sofá. Tu padre está roncando tan fuerte que no podré dormir. Hace eso cuando está sumamente cansado. ¿Qué ibas a hacer con eso? —preguntó Alice al ver las frazadas que Lauri llevaba en los brazos.

—Yo, bueno, pensé que tú y papá tal vez las necesitaran antes de la mañana. Aunque todavía no sea época, aquí suele hacer mucho frío por las noches. —¡Mi madre va a dormir en el sofá!, Pensó con alarma.

—Estaremos muy bien. Tal vez pondré un leño más en el hogar. Tu padre ni siquiera se daría cuenta si por la mañana se desatara una tormenta de nieve, así que vuelve junto a tu marido y deja de preocuparte por nosotros.

Su madre la besó en la mejilla y después se dirigió de nuevo a su cuarto. Usaba la bata acolchada que Lauri le había regalado la Navidad anterior. La fragancia de la crema que le cubría la cara le recordó a Lauri los momentos en que, durante su infancia, su madre entraba en la habitación de ella y de Ellen para arroparlas antes de dormir.

—Buenas noches, mamá —dijo con ternura mientras volvía a subir. Se detuvo junto a la puerta que daba al dormitorio principal. Barajó la posibilidad

de ir al cuarto de Jennifer y dormir con ella, pero la cama era muy angosta. Y si despertaba a Jennifer en mitad de la noche, se produciría un alboroto que después tendría que explicar. No le quedaba más remedio que dormir con Drake en la cama camera.

Abrió la puerta muy despacio, esperando que él ya estuviera dormido. Pero sus esperanzas se esfumaron cuando Drake giró en la cama y la miró, intrigado. Lauri no había encendido la luz, pero el claro de luna se filtraba por las ventanas, y ella alcanzó a ver con toda claridad el cuerpo de Drake delineado debajo de las sábanas. El corazón le golpeó en el pecho.

—¿Lo has pensado mejor? —No —respondió ella con énfasis—. Mamá dormirá en el sofá para escapar de los

ronquidos de papá. —Una particularidad que espero no hayas heredado —dijo Drake mientras volvía

a sepultar la cabeza en la almohada y a mirar en dirección opuesta. Dios, ¡qué insufrible era ese hombre! Lauri hizo todo el ruido posible mientras se

cepillaba los dientes y se lavaba la cara. Todavía muy enojada, se sacó la bata y, sin pensarlo, se encaminó al dormitorio. ¿Qué estaba haciendo? Ella jamás dormía con camisón, pero no podía meterse en la cama con Drake completamente desnuda.

Abrió un cajón, sacó un corpiño y una bombacha y se los puso. No la cubrían demasiado, pero era mejor que nada. Si trataba de dormir con la bata, amanecería asada. Las luces estaban apagadas, así que Drake no la vería.

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Se acercó a la cama en puntas de pie y se deslizó entre las sábanas, cuidando de mantenerse en el borde. Apoyó la cabeza en la almohada, cerró los ojos bien fuerte y le ordenó a su cuerpo que se relajara. Casi lo había logrado cuando por entre la oscuridad brotó la voz de Drake.

—¿Te pusiste la armadura? —Cállate y déjame en paz —lo amenazó ella, pero sin demasiada convicción. —Eso pienso hacer —dijo Drake—. Por ahora. Pero ya cambiarás de idea. —La

palmeó en el trasero por afuera de las cobijas, antes de darse media vuelta y quedar mirando hacia el otro lado.

Bueno, al menos no la había forzado a recibir sus atenciones. Eso la alegraba. ¿O no?

Un amanecer color violeta suave se filtró por las ventanas. Pero no fue eso lo que despertó a Lauri de un sueño profundo. Estaba acostada boca abajo, con la cara hundida en la almohada. Algo tibio y húmedo le acariciaba la espalda con deliberada lentitud. Lauri despertó de mala gana porque disfrutaba de esa vaga mezcla de vigilia y de sueño y habría querido que esa sensación flotante durara eternamente.

El broche de su corpiño cedió bajo dedos hábiles, que luego apartaron la delgada tira que le cruzaba la espalda. Entonces Lauri despertó del todo, y sus músculos se tensaron bajo el masaje hipnótico que la mantenía en esa lánguida actitud de sumisión.

—¿Drake? —murmuró. —¿Mmmm? —fue la única respuesta. A Lauri le resultaba difícil invocar sentimientos de antagonismo mientras Drake

siguiera haciéndole eso. —¿Qué haces? —preguntó ella, sin aliento. —Desayuno —murmuró él mientras le mordisqueaba la piel suave de los hombros.

Sus manos se desplazaron por la curva de sus caderas. —Está delicioso. Lauri gimió y apretó más la cara contra la almohada cuando sintió la textura

húmeda y aterciopelada de la lengua de Drake en su columna. Una pierna pesada estaba apoyada sobre sus muslos, manteniéndola prisionera en

la cama, mientras Drake seguía acariciándole la espalda con la boca y las manos. Fue bajando hasta la cintura y luego volvió a subir. Esta vez le mordisqueó el costado, por encima de las costillas.

Cuando llegó a la axila, hizo girar a Lauri hasta dejarla de espaldas y se quedó mirando fijo sus ojos color ámbar mientras le apartaba el pelo de la cara.

—Buenos días —dijo. —Buenos días. Le deslizó los breteles del corpiño por los brazos y se lo quitó con toda facilidad.

Le observó la piel, que estaba tibia y enrojecida por el sueño. Lauri cerró los ojos porque no pudo tolerar la intensidad de la mirada de Drake cuando le cubrió el cuerpo con el suyo.

Le levantó los brazos por encima de la cabeza y, comenzando por el codo, le besó y mordisqueó las partes sensibles de los brazos hasta que Lauri habría querido gritar

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de gozo. Con la boca, Drake le dibujó la clavícula y fue subiendo por su cuello hasta quedar por encima de los labios de Lauri, que estaban entreabiertos y expectantes.

El paciente trabajo que Drake había realizado para despertar los sentidos de Lauri tuvo su recompensa cuando ella lo besó con un fervor que dejó estremecidos a ambos.

El apetito que antes había sentido por ella se convertía ahora en voraz, y con la boca y las manos Drake le estaba suplicando que aplacara el hambre que lo consumía desde el día en que la conoció.

—Tienes un sabor tan maravilloso. Eres dulce... cálida... suave —le susurró mientras se acercaba más y centraba su atención en los pechos de Lauri, que ya anticipaban el alivio que sólo sus labios podía proporcionarle. Él así lo hizo y Lauri pronunció su nombre en voz baja y le aferró los hombros con las manos.

Lauri se prohibió todo pensamiento que pudiera opacar el gozo de ese momento, pero igual se le cruzaron por la mente. Aunque sentía la urgencia del deseo de Drake presionando contra ella, se recordó que era sólo eso, que él no la amaba. ¿Qué pasaría cuando su lujuria quedara satisfecha? ¿Se mandaría a mudar indemne, dejándola con el corazón vacío? ¡No! No debía permitir que eso pasara. Podía tolerar su arrogancia, su actuación, su desdén, su furia, pero jamás su indiferencia.

Pero, igual, lo deseaba. Su mente le negaba lo que su cuerpo anhelaba. Lauri se arqueó contra las piernas fuertes de Drake y se retorció bajo las embriagadoras caricias de esa boca en su estómago.

Los dedos de Drake le recorrieron la piel del abdomen y rozaron el suave promontorio. Lauri jadeó. La actitud de Drake la catapultó en la realidad. ¿Se daba cuenta Drake de quién estaba debajo de él? ¿Pensaba en Susan? ¿Imaginaba...?

Lauri le apoyó las manos en los hombros y lo apartó con una fuerza que iba del pánico a la repugnancia.

—No, Drake. Por favor. Basta. Él levantó la cabeza y vio su rostro angustiado y sus lágrimas... que ella no sabía

que vertía. —¿Lauri? —dijo él en voz baja. Se apoyó en un codo, se inclinó sobre ella y

detuvo una lágrima con un dedo. La otra la sorbió de su mejilla con labios solícitos. —No voy a violarte, Lauri —le dijo muy despacio. No había burla en su voz. —También yo tengo escrúpulos. Tus padres me recibieron en su familia con una aceptación incondicional. Yo no me sentiría bien si me acostara contigo —pese a desearlo tanto— mientras ellos están abajo, convencidos de que somos marido y mujer. —Le acarició la sien con un dedo y le susurró: —Nunca debes tenerme miedo. —Y la besó muy sua-vemente en los labios.

Lauri sentía su aliento en la nariz, en la boca, cuando él dijo: —Por favor. Déjame paladear un poco más tu leche y tu miel. Le rodeó el pecho con la mano, se lo levantó apenas, agachó la cabeza y tomó en

su boca el pezón. Fue un gesto carente de pasión, pero lleno de anhelo. Tironeó de él con suavidad. Fue apenas un movimiento de los músculos de la mejilla, pero Lauri lo

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sintió en todas las células de su cuerpo. Drake se apartó de ella y abandonó la cama. Se puso los jeans y dijo por encima

del hombro: —Creo que oigo moverse a Jennifer. La vestiré y me reuniré contigo abajo. —Se

detuvo una vez más junto a la puerta. —Debido a lo que he renunciado esta mañana, creo que debería ser canonizado o internado en un manicomio. —Le sonrió con ternura antes de irse del cuarto.

Por un tiempo, todo estuvo bien. Capitulo 10 Pero no todo estaba bien, y simular que lo estaba no merecía ninguna

recompensa. Lauri se sintió muy hipócrita al sentarse a desayunar con sus padres, Drake y Jennifer. Alice había insistido en preparar un desayuno opíparo en honor a los recién casados. Precisamente por eso, Lauri se sintió culpable.

Alice les contó las novedades de la familia de Ellen, les mostró fotografías de sus dos hijos, que Drake inspeccionó con atención. Le relató a Drake anécdotas de la niñez de Lauri que la hicieron ponerse colorada y sonreírle a él. Si no hubiera sabido que no era así, Lauri habría pensado que Drake se estaba divirtiendo: actuaba como un yerno reciente que trata de impresionar a la familia de su novia.

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Lisonjeó a la madre de Lauri y escuchó con creciente interés cuando el padre se embarcó en uno de sus cuentos, que tradicionalmente eran muy aburridos. A instancias de ellos, Drake divulgó los entretelones del teleteatro en que actuaba. Alice quiso saber todo lo referente a los romances entre bambalinas: quién estaba casado y quién no. ¿Tal actriz era tan bonita personalmente como se la veía en la pantalla? ¿Los actores y actrices se guardaban la ropa que usaban en el teleteatro? ¿Quién cocinaba la comida que se utilizaba en los sets? Y cosas por el estilo. Drake respondió pacientemente a cada una de las preguntas y hasta exageró algunos de los relatos para que fueran más entretenidos.

Las conversaciones las realizaban con lenguaje de señas en beneficio de Jennifer, aunque todos sabían que la pequeña no podía entender todo. Por Ellen, los Parrish estaban acostumbrados a ese lenguaje y lo usaban en forma automática. Jennifer los aceptó enseguida, una aceptación que fue recíproca.

Si Jennifer tenía otros abuelos, Lauri no estaba enterada. Los padres de Drake habían muerto y era tan poco lo que conocía de Susan que no tenía cómo saber si sus padres habían llegado a ver a su nieta. Drake insistió en ayudar a Alice a lavar las cosas del desayuno mientras Lauri tendía las camas. Andrew se instaló en el living a leer el diario. Jennifer se le sentó en las rodillas y se puso a leer las tiras cómicas.

Lauri subió a cumplir con sus tareas matinales. De mala gana admitió que tenía la garganta cerrada, y tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para reprimir las lágrimas que pugnaban por asomarse a sus ojos. Todo sería tan maravilloso si fuera cierto; pero era una impostura, una farsa. Drake ejercitaba su habilidad como actor en un rol difícil, y lo hacía en forma brillante. Debería sentirse orgulloso.

El hecho de tender la cama que habían compartido le despertó recuerdos que tenía grabados en la mente. El se había mostrado tierno y bondadoso; ella le había respondido como no lo había hecho con ningún otro hombre en su vida.

En su noche de bodas, había ido virgen a la cama de Paul. Bajo su guía impaciente, su iniciación a los ritos del amor no fueron precisamente fascinantes, pero dio por sentado que se exageraba mucho en materia de sexo. ¿Habría perdido su mística debido a que se esperaba demasiado de él? ¿En la actualidad ocurría lo mismo?

Recordaba con mucha intensidad cierta noche en que Paul estaba particularmente irritado por culpa de una canción que estaba componiendo. Como era su costumbre cada vez que se sentía frustrado, se iba a la cama a ventilar su fastidio. La había despertado y ella, semidormida, había cumplido con el ritual. Cuando la lujuria de él quedó satisfecha, se levantó y se estaba poniendo los jeans cuando le dijo, con aversión:

—Tú no te esfuerzas en hacer bien nada que no tienes ganas, ¿verdad? A ella le dolieron esas palabras. Él no le había demostrado ternura ni amor. No

hubo caricias, ningún intento de prepararla. Sin embargo, esperaba que reaccionara con pasión instantánea a su forma apurada y frenética de hacer el amor.

A esa altura ya ella estaba totalmente despierta, y se sentó en la cama y dijo, acaloradamente:

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—No puedes encenderme como si fuera un interruptor eléctrico, Paul, sólo porque estás listo para tener relaciones sexuales. Si yo realmente te importara, te tomarías un poco más de tiempo en...

—¡No trates de decirme cómo hacer el amor! —¡Entonces enséñame tú a mí! —exclamó ella—. Quiero aprender a complacerte.

Enséñamelo. —Estaba desesperada por su amor. Su cuerpo y su alma clamaban que él la amara.

Paul se subió el cierre de los jeans como poniendo punto final al asunto. —¿De qué serviría? Tú siempre serás la recatada hijita de un predicador. —Se

dio media vuelta y abandonó el dormitorio, y Lauri lloró hasta quedarse dormida. Ahora, mientras alisaba las cobijas de la cama de Drake, se estremeció al

recordar lo que sintió cuando él la tocaba. Drake la había mimado y acariciado como Paul nunca lo había hecho. Le había observado el cuerpo y se lo había elogiado, y no sólo usado. Lauri siempre había temido el momento en que Paul, en forma abrupta y dolorosa, fundía su cuerpo con el de ella. Para Lauri siempre había sido una invasión, una violación.

Instintivamente, sabía que no sería así con Drake. El la penetraría como si estuviera recibiendo un regalo maravilloso. Y, después de apreciar ese regalo y de enriquecerse con esa aceptación, se lo devolvería de una manera que ella jamás había experimentado antes.

Lauri apartó de su mente esos pensamientos acongojados, se vistió rápido y se dirigió a la planta baja. A Jennifer no le hizo mucha gracia tener que renunciar a su lugar sobre las rodillas de Andrew y tener que ir con Lauri al aula. Lauri insistió en que dieran algunas clases, puesto que no habían tenido ninguna el día anterior, cuando se hicieron la rabona y fueron a Alburquerque.

¿Eso había sucedido apenas el día anterior? Andrew hizo que la alumna recalcitrante se mostrara más dispuesta a cooperar

cuando pidió permiso para asistir también a la clase. Lauri aceptó, sabiendo que su padre había participado en la educación de Ellen y la ayudaría a mantener la atención errática de Jennifer.

Drake le preguntó a Alice si le gustaría conocer algunos sectores de la ciudad y ella aceptó esa invitación encantada. Los dos se fueron prometiendo estar de regreso para la hora del almuerzo.

El almuerzo fue más alegre y distendido que el desayuno. Todos lo pasaron bien, salvo Lauri, quien estaba abrumada por la culpa que le provocaba tanto engaño, que ella no hacía ningún esfuerzo por revelar. ¡No debía continuar! Pero, ¿cómo parar ese engaño?

Lauri tenía el entrecejo fruncido por la consternación, y cuando Drake la miró, su expresión fue de perplejidad. Como si no supieras lo que me pasa, pensó ella mientras lo fulminaba con la mirada.

—¿Alguna vez pescaste en estos arroyos, Drake? —preguntó su padre, interrumpiendo así sus desagradables pensamientos.

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—Sí, señor. ¿Le gustaría que esta tarde fuéramos un rato a pescar? —No traje la vestimenta adecuada, aunque sí me habría gustado mucho. —Su voz

reflejaba decepción. —Bueno, no hay por qué exagerar las cosas —dijo Drake y se echó a reír—.

Podemos pararnos en la orilla y lanzar algunas líneas desde allí. ¿Qué le parece? —La sonrisa de Drake fue compradora, y a Lauri le fastidió que él pudiera manejar esa situación extraña con semejante aplomo, mientras ella estaba nerviosa e irritable.

—¿Por qué no vas, querido? —sugirió su madre—. Los tres días próximos estarás de reunión en reunión. Y el aire de montaña te hará bien.

Andrew se pasó el pulgar y el índice por el puente de la nariz mientras trataba de decidirse. Su mirada se posó en Jennifer, y la acarició en la cabeza mientras decía:

—Sólo si Jennifer viene con nosotros. ¿Te gustaría ir? —le preguntó por señas. La pequeña miró a Lauri. Sabía el significado de la palabra ir, tal como lo conocía

cualquier otra niña. ¿Ir adonde, Lauri?, preguntó, lo más rápido que se lo permitieron sus dedos regordetes.

Ir a pescar, le explicó Lauri, pero por la expresión de desconcierto de los ojos de Jennifer, se dio cuenta de que no había entendido.

—Ven con nosotros, Lauri. Será una buena lección para Jennifer —dijo Drake. —No, debo quedarme con ma... —No te quedes por mí —la interrumpió enseguida Alice—. Quiero terminar un

bordado que traje, y después creo que dormiré una siesta. Como en casa el teléfono suena todo el tiempo, rara vez me puedo dar ese lujo.

—Entonces está todo arreglado —dijo Drake y se puso de pie—. Vamos, Andrew, vayamos a revisar el equipo. Está en el cobertizo de atrás.

Andrew no necesitó más para acompañarlo, y se apresuró a seguir a Drake, con Jennifer trotando detrás.

—Lauri querida, será mejor que te cambies de ropa. Yo lavaré esos platos —dijo Alice mientras comenzaba a despejar la mesa.

—De acuerdo —dijo Lauri, desalentada. Las cosas estaban escapando a su control, y se sentía impotente para hacer nada al respecto.

Se puso sus jeans más viejos, y calzado que el barro no podía arruinar. Tomó una chaqueta para Jennifer y una para sí, recogió varias mantas viejas y bajó. Alice había colocado en una bolsa grande bizcochos, fruta y bebidas frías, así como un termo con café.

—Mamá, sólo estaremos ausentes alrededor de una hora —protestó Lauri. —Ya lo sé. Pero ya sabes el apetito que da el aire libre —se defendió su madre. —¿Seguro que estarás bien? —le preguntó Lauri. —¡Por Dios, sí! De hecho, disfrutaré de la privacidad. Lo único que podré hacer

los próximos días será hablar. Los cuatro se despidieron de ella al salir en dirección a las colinas detrás de

Drake. Él transportaba casi toda la parafernalia para pescar, pero Andrew había insistido en llevar las mantas y la caja con los anzuelos. Jennifer portaba una pequeña

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cesta de pescador y su infaltable Conejito, y Lauri, los comestibles que su madre había reunido.

No fue difícil encontrar un lugar agradable para la salida. Las colinas parecían en llamas con el color dorado de los álamos. Las hojas secas crujían bajo los pies cuando el grupo atravesó el bosque. El arroyo que Drake había elegido gorgoteaba al bajar de la montaña y brillaba con la luz del sol cuando esa agua cristalina se deslizaba por sobre las rocas lisas que tapizaban el lecho del arroyo. El cielo era un bol celeste invertido sobre la tierra; el aire era fresco. En resumen: un día perfecto de otoño.

Los dos hombres se enfrascaron en la pesca aunque, tal como lo había anunciado Drake, no podían tener demasiadas ambiciones en ese sentido. Para ellos, la diversión consistió en arrojar las líneas en el arroyo y luego recogerlas. Sólo en pocas ocasiones encontraron una pequeña trucha sujeta al anzuelo, y las echaron de vuelta al agua no bien Jennifer las inspeccionó.

Era glotona con respecto al conocimiento. Le preguntaba a Lauri los nombres de todo, y a su maestra le costaba mantener el ritmo de su insaciable curiosidad. La pesca la intrigaba, pero cuando Lauri le explicó que por lo general los pescados se conservaban y se comían, el labio inferior de la chiquilla comenzó a temblar, y entonces Lauri se puso a hablarle de las travesuras de una ardilla que saltaba de árbol en árbol. Habían tenido una clase sobre de dónde procedían los alimentos y la carne, pero al parecer el hecho de ver a un animal vivo marcó una gran diferencia para la niña. Lo hablarían en otra ocasión, cuando Jennifer no estuviera tan involucrada emocionalmente.

Los hombres se reunieron con ellas para comer un bocadillo y se recostaron en las mantas que Lauri tuvo la precaución de llevar. Cuando Drake se puso de pie y caminó de nuevo en dirección al arroyo, Andrew dijo:

—Creo que he tenido suficiente. ¿Qué te parece si llevo a Jennifer de vuelta a la casa, y leemos un libro o hacemos algo menos extenuante?

—Iré con ustedes —se apresuró a decir Lauri. —No, no —dijo su padre—. Yo puedo encontrar el camino de vuelta, y quiero

estar un tiempo a solas con mi nieta. Tú quédate aquí con tu marido. No he olvidado que están en luna de miel. Sé cuándo desaparecer de la escena.

Andrew le guiñó un ojo a Drake, quien le respondió con una sonrisa traviesa. Lauri tuvo ganas de abofetearlo. Pero no podía hacer nada sino aceptar quedarse en el bosque, sola con él. Le abrochó el suéter a Jennifer con lentitud intencional para prolongar así su inminente partida. Andrew le hablaba a la pequeña del color de las hojas cuando se perdieron entre los árboles y dejaron a Lauri con Drake.

—¿No te parece un lugar muy acogedor? —preguntó él y se sentó más cerca de ella—. Envolvámonos en la manta.

Ella lo apartó poniendo las palmas de las manos sobre sus hombros. —No te hagas el gracioso conmigo. Ya puedes dejar de actuar; no hay por aquí

nadie que pueda apreciar tu maravillosa interpretación de un tórtolo enamorado. —Yo te enfurezco, ¿verdad? —Su cara estaba demasiado cerca de la de Lauri.

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—¡Sí, así es! —saltó ella. —Más vale que tengas cuidado —le advirtió él y blandió un dedo delante de su

cara—. Es peligroso. —¿De qué hablas? El le aferró la mandíbula con dedos firmes y la obligó a mirarlo. Y con un susurro,

le dijo: —Si no me desearas, yo no podría enojarte tanto. Antes de que Lauri pudiera

contestarle, él la besó y se puso de pie de un salto. Ella se quedó sentada sobre la manta viendo cómo él se dirigía de nuevo a la orilla

del arroyo, recogía la caña y accionaba el reel. Interiormente estaba furiosa, pero las palabras de Drake habían tocado un punto sensible. El tenía razón. ¿Por qué se torturaba tanto? La rabia era sólo uno de los sentimientos que él le despertaba, y ella se lo demostraba con demasiada facilidad y frecuencia.

Con una indiferencia intencional que no sentía, Lauri le dio la espalda y se estiró sobre la manta. Recostada de espaldas, Lauri sintió que el sol le bañaba la cara con su calidez, y cerró los ojos frente a sus rayos. Drake no podía saber lo que ella sentía al recordar cada beso, cada roce. No podía saber que su corazón latía con fuerza cada vez que pensaba en la mañana en que había yacido desnuda bajo sus manos y su boca experimentadas. Sus manos... su boca... sus ojos.

**** Despertó cuando algo le hizo cosquillas en la oreja. Trató de apartarlo, pero la

mano de Drake le tomó la muñeca y se la sujetó contra el pecho mientras siguió jugueteando con su oreja. Enseguida se agachó y sus labios la marearon con besos breves y esquivos en el cuello.

Drake estaba acostado boca abajo, extendido detrás de ella en dirección contraria, de modo que formaban una línea recta en la que sólo se superponían sus cabezas. Él le apartó la camisa para tener un acceso ilimitado a su cuello. Inconscientemente. Lauri arqueó la garganta y le dio así más lugar para explorar. Por último, Drake levantó la cabeza y la miró.

—Despertarte se está convirtiendo para mí en un pasatiempo que crea hábito. Estás lindísima.

—Y tú eres un mentiroso. Estoy hecha un espanto. Siempre tengo este aspecto cuando me despierto.

—No es verdad —dijo Drake con tono seductor—. Me pareciste preciosa el primer día que te vi de pie, aterrada —pero desafiante—, junto a la mesa de utilería.

Al recordarlo, Lauri rió. —Fuiste muy cruel con... ¿Lois? ¿Así se llamaba? —Él asintió. —Fuiste cruel con

ella cuando le dijiste que sabía a pizza de anchoas. —¡Yo nunca le dije eso! —saltó él, fingiendo indignación. —Ya lo creo que sí. Hizo que Murray... —Calló cuando comprendió que él

bromeaba. Los dos se echaron a reír. —Entiendo que te debe resultar difícil besar a

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alguien que no te gusta demasiado y hacer que parezca sincero. Jamás entenderé cómo lo hacen los actores.

—Es una de las primeras lecciones en la escuela de arte dramático. —¿En serio? —preguntó ella. —Por supuesto —respondió él con jactancia—. Ven, siéntate aquí un minuto. Ella lo hizo, y los dos quedaron frente a frente sobre la manta. —Ahora bien —dijo él, y asumió un tono docente—, el primer beso que se

aprende es el beso descuidado que da un marido negligente o distraído. Por lo general ni siquiera llega a la mejilla. De esta manera. —Y se lo demostró rozándole apenas la mejilla antes de girar deprisa la cabeza. —Se lo puede utilizar con un poco más de emoción para darle la bienvenida a una tía solterona en una reunión familiar o para saludar a alguna amiga cercana de la familia.

—¿Hablas en serio? —preguntó ella secamente. —Por supuesto. Nos tomaron pruebas. —¿Una prueba de besos? —Yo recibí las calificaciones más altas. —Los dientes de Drake brillaron desde

detrás del bigote. —Apuesto a que sí. —¿Podemos seguir con la lección? —preguntó él, y Lauri asintió. —Tenemos, también, el beso apurado y brutal. Por lo general está motivado por

alguna emoción violenta, como el miedo, la furia o la desesperación. Es así. —Sus dedos se clavaron en los brazos de Lauri y la oprimieron contra su cuerpo mientras sus labios se apretaron contra los de ella.

Lauri quedó azorada cuando él la apartó de un empujón. —¿Ves lo que quiero decir? En ese beso, los labios siempre están cerrados —dijo,

con pedantería. —Gracias a Dios por sus pequeños favores —murmuró ella mientras se tocaba los

labios magullados. —Desde luego, el beso más importante es el de los amantes —prosiguió él—.

Exige horas de ensayo para que sea perfecto. Debe resultar convincente. Cada uno de los espectadores tiene que poder sentirlo.

"Por lo general, el actor toma a la muchacha en sus brazos de esta manera —dijo y la rodeó con un cálido abrazo—. Después, acerca sus labios sobre los de ella, hasta que el público jadea anticipando el contacto entre ambos. Después el actor... —No ter-minó la frase porque sus labios se cerraron sobre los de Lauri. Participando ahora activamente en el juego, ella levantó los brazos y le rodeó la nuca. La boca de Drake se movió contra la de ella, pero no siguió besándola. Drake levantó la cabeza y la traspasó con la mirada fija de sus ojos verdes. Su voz era ronca.

—Está también el beso que dice, en forma inequívoca: "Terminemos de una vez con estas tonterías y vayamos al grano". Es más o menos así:

Se recostó contra ella hasta que Lauri cayó hacia atrás sobre la manta, bajo su cuerpo firme. La lengua de Drake jugueteó en los bordes de su boca y delineó su labio

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inferior antes de explorar los huecos dulces del interior de su boca. Ella le devolvió un beso igual, hasta que se separaron para poder respirar.

—No sólo eres un excelente alumno de besos, sino también un maravilloso instructor —dijo ella.

—Sólo con las alumnas más talentosas —sonrió él. Lauri le pasó los dedos por el pelo. —¿Y cuántas alumnas así has tenido? —preguntó, celosa. —Miles, por la parte baja. —Le dibujó los labios con un dedo provocador.

—Susan, cuando tomaba clases de actuación... El dedo de Drake detuvo su tierno tormento, y en nombre de Susan quedó

flotando entre ellos, invisible pero poderoso. Los ojos verdes que habían sido cálidos y tiernos, se cubrieron con un velo frío y acerado. Durante un rato, permanecieron tendidos, totalmente inmóviles. Hasta que Drake se movió.

—Creo que deberíamos volver—dijo y se levantó. Lauri no pudo responder. El nudo que tenía en la garganta no la dejaba emitir

ningún sonido. Se limitó a asentir. Recogieron las cosas en silencio. Toda la luz del sol se había extinguido; Lauri se

sintió sumida en la penumbra. Susan. Siempre Susan. Retomaron el camino tapizado de hojas secas en dirección a la casa. Drake trató

de iniciar una conversación, pero al percibir el estado de ánimo de Lauri, abandonó todo esfuerzo.

Cuando se acercaban a la casa vio una furgoneta estacionada en el camino de acceso. Estaba junto al Mercedes y al automóvil alquilado por los Parrish.

—¿Quién puede ser? —preguntó Drake. —No lo sé. No es el auto de Betty. Drake abrió la puerta y la hizo pasar. Lauri se encontró de pronto frente al flash

de una cámara fotográfica. Estupefacta y momentáneamente cegada por esa luz tan potente, retrocedió y buscó el apoyo del pecho de Drake. Impulsivamente, él le rodeó la cintura.

—¿Qué demonios? —exclamó Drake. El flash volvió a destellar. —Creo que por el momento es bastante. Al menos déjelos entrar —dijo Andrew. Cuando los ojos de ambos se adaptaron al interior en penumbras de la casa, y los

spots color púrpura vivo que tenían delante adquirieron una coloración amarillo pálido, Lauri y Drake lograron ver al hombre joven que portaba la cámara. Vestía jeans y zapatillas, incongruentemente combinados con chaqueta deportiva, camisa y corbata. —Hola, señor Sloan. Soy Bob Scott, del The Scoop Sheet. ¡Esto es formidable! —Su pelo con permanente le rebotaba sobre la cabeza como una esponja gigantesca con las inclinaciones de cabeza que hacía.

Lauri no tenía idea de por qué ese muchacho estaba allí, con sus padres y Jennifer, que estaba sentada sobre las rodillas de Andrew y observaba con gran interés lo que ocurría. Sin embargo, Lauri conocía bien la publicación que ese tal Bob

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Scott había nombrado. Era una revista semanal que se vendía por millones en los supermercados de todo el país, y solía tener titulares sensacionalistas que ofrecían relatos muy parciales, por lo general, en detrimento de los personajes en cuestión. Sus editores disfrutaban revelando escándalos, secretos e indiscreciones. ¿Qué hacía allí ese hombre?

Cuando el joven volvió a llevarse la cámara a los ojos, Drake ordenó: —¿Quiere bajar eso —dijo y miró hacia Andrew y Alice—, esa cámara y tener la

bondad de decirme qué hace en mi casa? Por primera vez, Bob Scott perdió algo de su efusividad. A Lauri no le sorprendió

nada: la expresión de Drake habría intimidado al mismísimo Atila. —Yo... bueno... He estado siguiéndole la pista durante semanas. Han corrido toda

clase de rumores sobre por qué no está en el set de La respuesta del corazón. El productor o director o lo que sea —¿se llama Murray?—, bueno, él no quiso decirme nada. Es tan mudo como un cadáver. Por último conseguí sonsacarle a un camarógrafo que usted había venido a Nuevo México a pasar un tiempo con su hija. Encontré su rastro —el aeropuerto, la compañía de alquiler de automóviles y esa clase de cosas—, y finalmente hoy lo encontré aquí.

—Pues bien, ahora que me encontró, ¿qué quiere saber? —Drake había aprendido hacía mucho que esos periodistas de publicaciones sensacionalistas podían ser tenaces y que, si no se les daba el gusto, podían ser muy malévolos.

—Bueno, ¡tiene que reconocer que la noticia de su matrimonio hará que todo el mundo se caiga de culo! —Sonrió, pero se topó con la mirada pétrea de Drake. Al comprender que había ido demasiado lejos, tragó fuerte y farfulló: —Perdónenme, señoras —dirigiéndose a Alice y a Lauri.

Lauri no podía creerlo. ¿Cómo podía haber sucedido eso? Seguro que Drake desmentiría lo del matrimonio, pero ¿qué les diría entonces ella a sus padres?

Alice se puso de pie, se acercó a Drake y le puso una mano en el brazo. —Drake, espero que no te enfades conmigo. Este hombre vino poco después de

que ustedes se fueran. Hablaba tan rápido y hacía tantas preguntas que, antes de que yo me diera cuenta, le había contado que tú y Lauri se habían casado. Sé que dijiste que planeabas mantenerlo en secreto por un tiempo. —Le comenzó a temblar la voz. —Lo siento...

—Bueno, bueno —dijo Drake, rodeó a Lauri y puso un brazo sobre los hombros de Alice—. Sé cómo son los periodistas cuando andan en busca de una noticia exclusiva. Usted me ahorró el trabajo de tener que notificárselo personalmente a la prensa.

Si Lauri no lo hubiera amado ya, lo habría amado entonces. Con toda facilidad podría haber zaherido y lastimado a su madre, porque, debajo de esa fachada serena, ella sabía que debía de estar furioso con el giro que habían tomado los acontecimientos.

Bob Scott pareció un poco aliviado por la actitud más distendida de Drake, y dijo:

—Si se me permite decirlo, usted sí que eligió una chica linda como esposa, señor

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Sloan. —Le guiño un ojo a Lauri, que todavía no había podido reunir suficiente fortaleza mental como para reaccionar a lo que estaba ocurriendo.

—Puede decirlo, pero no lo divulgue —gruñó Drake y frunció el entrecejo como una advertencia exagerada—. Me gustaría tenerla para mí solo por un tiempo. —De nuevo echaba mano de sus dotes de actor. El periodista joven y audaz ahora le comía de la mano.

—Supongo que ya conoce a los padres de mi esposa —dijo Drake, cortésmente. Bob Scott asintió. —Y ésta es mi hija Jennifer. —Drake alzó a la pequeña y le palmeó cariñosamente la espalda.

—Todos sabíamos que tenía una hija en alguna parte, pero siempre la mantuvo alejada de nosotros. ¿Se debe a que es sorda?

A Lauri se le escapó un gemido y supuso que Drake estrellaría el puño en la cara del periodista. En cambio, sólo vio que un músculo de su mandíbula se movía cuando respondió, con voz serena:

—No. Quería protegerla de los integrantes de los medios que tal vez no sean tan sensibles como usted, señor Scott. No la puse en un instituto privado como pupila porque me avergonzara de ella.

El periodista, nervioso, se pasó la lengua por los labios y dijo: —Bueno, señor Sloan, yo no quise decir... —Saluda a Bob —dijo Drake, interrumpiendo el tartamudeo del periodista, y le

hizo las señas correspondientes a Jennifer. La pequeña respondió con dulzura, y en su cara se dibujó esa sonrisa angelical

que cautivaba a todos. Bob Scott preguntó: —¿Cómo puedo decirle yo "hola"? Drake se lo mostró, y Jennifer rió cuando él le hizo la seña con torpeza. Ve a

sentarte junto a tu abuelo, le dijo por señas Drake al bajarla al piso y palmearle el trasero cuando le obedeció. Al enderezarse, dijo:

—Y ésta es Lauri. Era la maestra de Jennifer. —Fue a pararse junto a ella y le rodeó la cintura en actitud posesiva.

—Caramba. ¿Puede contarme cómo se conocieron? Drake adornó espantosamente la historia, pero la dijo con tanta desenvoltura y

emotividad, que hasta Lauri estuvo por creerse las mentiras. Cuando Drake terminó, el periodista preguntó:

—¿Puedo tomar algunas fotografías más? —Sólo unas pocas, y después debo pedirle que se vaya. El matrimonio Parrish

tiene que irse esta tarde a Santa Fe y queremos pasar el mayor tiempo posible con ellos.

—Sí, claro. Lo que usted diga, señor Sloan. —Ahora que tenía la noticia del año, Bob Scott de pronto se mostraba humilde y zalamero.

Durante los minutos que siguieron, Lauri sufrió cuando le sacaron fotografías con Drake y también con Jennifer. Se sintió una tonta, que llevaba adelante una farsa, y no sabía cómo harían para reparar el daño que esa historia causaría.

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Justo cuando el periodista estaba guardando su equipo, Betty Groves entró corriendo al cuarto desde la cocina.

—¿Qué está pasando, Lauri? —preguntó con su característico apuro—. Vi todos los autos que hay en el sendero. Acabamos de regresar de Alburquerque. —A Lauri le había alegrado que Betty pasara unos días con su familia. Eso la salvaba de tener que presentarle a sus padres, lo cual, en esas circunstancias, habría resultado engorroso.

Y ahora, con Betty allí de pie con su expresión curiosa y sus ojos escrutadores, Lauri tuvo la sensación de estar viviendo una pesadilla interminable. ¿Qué más podía pasar? Como en respuesta a esa pregunta interior suya, Sam y Sally entraron como una exhalación y se abalanzaron sobre Jennifer, quien saludó a sus amigos con idéntico entusiasmo.

—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Betty por sobre los gritos de los chicos.

Drake levantó las manos en gesto de derrota y se echó a reír con ganas. Andrew y Alice se pusieron de pie y se acercaron a Betty para presentarse. Para peor, Bob Scott tomaba fotografías a la velocidad que su cámara se lo permitía.

—¿Los padres de Lauri? —Lauri oyó que Betty exclamaba—. Bueno, mucho gusto...

—...su casamiento... —oyó que decía la voz de su madre. —...casados... —eso lo dijo Andrew. —Dios, qué caos —dijo Drake en voz baja. De pronto, Lauri sintió que los brazos regordetes de Betty la abrazaban. —¡Se casaron! ¡Oh, Lauri! ¡Drake! ¡Qué alegría! Yo siempre dije —pregúntenselo a

Jim si no me creen—, que los dos estaban hechos el uno para el otro. ¡Y sabía que estaban enamorados! ¡Y la pequeña Jennifer! ¿Cómo reaccionó? Dios, ¡creo que voy a ponerme a llorar! —Y con esas palabras, Betty estalló en lágrimas y lloró copiosamente hasta mucho después de que Drake hubiera acompañado a Bob Scott a su automóvil.

El periodista, agradecido, le prometió a la "feliz pareja" una fotografía de tapa y una nota importante con fotografías en color. Drake empleó palabras breves y se aseguró que el señor Scott partiera en su vehículo.

Betty se ofreció a llevarse a Jennifer a su casa por un tiempo para que Lauri, Drake y los Parrish pudieran tener un respiro de tanto barullo. Los Parrish se fueron a su habitación para empezar a preparar las valijas; tendrían que irse en menos de una hora para llegar a tiempo a la primera reunión del congreso de pastores, prevista para esa noche.

Lauri se dirigió al piso superior y se sacó la ropa. Se metió bajo la ducha y se quedó un rato recibiendo la presión de esa lluvia bien caliente, con la esperanza de que aliviara la tensión que sentía.

Cuando finalmente cerró las canillas y abrió la puerta de vidrio para buscar una toalla, se sobresaltó al ver a Drake parado junto a la puerta, mirándola.

Lauri tomó la toalla y se cubrió. —No te molestes en taparte —dijo él—. Ya he visto todo lo que hay que ver

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—dijo con voz ronca y comenzó a acercársele. —De acuerdo —declaró Lauri y se puso a secarse. Algo en la actitud enojada de

sus hombros y su mentón lo detuvo. Ella terminó su tarea a fondo y en forma mecánica, sin prestar atención a Drake, y eso lo desconcertó más que si hubiera corrido a ocultarse.

—Ya una vez te advertí que no deberías deambular por casa desnuda —dijo él. —Me estaba duchando. No esperaba tener público. Cuando terminó de secarse, sacó una bombacha de un cajón y se la puso. Drake

se recostó contra la cómoda sin quitarle los ojos de encima. Lauri volvió a meter la mano en el cajón y sacó un corpiño de encaje. Antes de

que tuviera tiempo de ponérselo, él se lo arrancó de la mano y lo tiró al piso. La única reacción de Lauri fue encogerse de hombros con indiferencia y ponerse el suéter sin la prenda interior. Todavía sin prestar atención a Drake, se puso un par de pantalones que había llevado al cuarto de baño.

No bien se subió el cierre automático, Drake se abalanzó sobre ella y la abrazó con ferocidad. Sus labios magullaron los de Lauri y sus manos le recorrieron la espalda. Ella reunió toda la fuerza de voluntad que tenía para no responderle y permanecer muy tiesa. Por último, él levantó la cabeza y dijo:

—Estás enojada. Ella lo apartó. —Sí, es posible. —Tomó un cepillo y comenzó a pasárselo por el pelo. — Las cosas se salieron un poco de control, ¿verdad? —dijo él al cabo de un largo

rato de silencio. —Así es. —Puso el cepillo sobre el tocador y miro a Drake. —¿Tienes idea de los

estragos que has causado en mi vida? ¿En la vida de mis padres? ¿No piensas nunca en nadie que no sea tú mismo? —Hizo una inspiración profunda. —Me disculpo por la metida de pata de mi madre, aunque al menos fue una equivocación que cometió de buena fe. Nada de esto habría pasado si no hubieras dicho esa mentira flagrante. —En su mentón apareció una expresión de desafío.

—¿Acaso yo he culpado a alguien? —preguntó él en voz baja—. ¿Éste es el momento en que debería decir cosas como "Se cosecha lo que se ha sembrado"?

—Siempre tienes la frase adecuada, ¿no? —Lo esquivó y salió del cuarto de baño, pero la mano de él se cerró alrededor del brazo de Lauri y la acercó a su cuerpo.

—Lauri, mi pequeña agitadora. Siempre a la defensiva, siempre lista para una pelea. Por una vez, ¿por qué no te rindes? —Con los labios le rozó la sien. —¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor a mí me gusta la idea de que todos crean que eres mi esposa? Eso me protegería, por cierto, de los que andan a la pesca de chismes. Y nosotros podríamos...

Ella se apartó con tal fuerza que Drake se sorprendió. —Podríamos, ¿qué? —gritó Lauri—. ¿Podríamos seguir viviendo en este mundo de

mentiras que has inventado? —Rió con amargura. —Tu arrogancia, engreimiento e insensibilidad son una fuente constante de asombro para mí, Drake. ¿Por un momento

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crees que yo simularía ser tu esposa? Él le dio la espalda y se metió las manos en los bolsillos, en un gesto que ella

conocía bien. Él lo usaba para sumergirse en sí mismo, y revelaba una pequeña grieta en la pared, una partícula de vulnerabilidad.

—Yo tuve una esposa —murmuró—. Te dije... —Sí, desde luego —se mofó ella—. Me lo dijiste todo acerca de tu esposa. La

amabas. Y, ahora, no quieres ningún compromiso emocional. Lauri se le acercó y lo obligó a darse media vuelta y a mirarla. —Para variar, deja que yo te diga algo a ti. No quiero ser tu esposa, ni simulada

ni de ninguna otra clase. Su propuesta me resulta poco atractiva, señor Sloan. Y juro que no puedo entender tus persistentes intentos de meterme en tu cama. ¿No crees que estaríamos allí un poco apretados yo, tú y el fantasma de tu esposa?

La piel que cubría los pómulos de Drake se tensó y las líneas que le rodeaban la boca se endurecieron tanto que Lauri tuvo miedo de que Drake la golpeara. La tomó por los hombros y tiró de ella hasta acercarla. Lauri sintió la furia que bullía en él.

—Lauri, Drake, me gustaría hablar con los dos un momento, si es posible. —La voz de Andrew acompañó un tímido golpe en la puerta del dormitorio.

Drake tardó varios segundos en permitir que esa interrupción se abriera camino por entre su furia, pero Lauri lentamente sintió que las manos que la aferraban se iban aflojando hasta que Drake las dejó caer al costado del cuerpo.

—Papá —dijo ella con vacilación—, ¿qué quieres? —Detesto molestarlos, pero es importante. Al menos lo es para tu madre y para

mí. Lauri miró a Drake por encima del hombro al entrar en el dormitorio y decir: —Adelante. Andrew entró deprisa en el cuarto y volvió a disculparse por interrumpirlos. —Tenemos que irnos pronto, así que me preguntaba si serían tan bondadosos en

hacer realidad el capricho de un anciano. Por el rabillo del ojo, Lauri vio que Drake se acercaba y permanecía de pie junto

a ella, quien se cruzó de brazos como para protegerse. —¿Qué es, papá? —preguntó con una calma que no sentía. —Siempre pensé que tú y Paul habrían tenido más posibilidades si yo los hubiera

casado en nuestra iglesia. Sé que suena anticuado —se apresuró a decir cuando ella empezó a protestar—. Por favor, Lauri, Drake, permítanme celebrar una breve ceremonia de matrimonio para ustedes antes de irme.

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Capitulo 11 Lauri se quedó mirando a su padre y tratando de captar el significado de sus

palabras. Drake estaba parado muy cerca de ella. Lauri casi podía sentir su mirada. Su padre aguardaba a que ella le dijera algo. Lauri rió nerviosamente y dijo:

—Papá, eso no es necesario. —Ya lo sé, Lauri, pero, por favor, compláceme. Tu madre y yo detestamos que te

casaras con alguien que no conocíamos y en una ceremonia civil solamente. Cuando tu matrimonio fracasó —y no trates de decirme que no fuiste desdichada—, nos sentimos responsables de no haber estado más cerca de ti y de tu marido. Esta vez, quiero ser parte de tu matrimonio, de tu familia.

Su mirada se dulcificó, extendió los brazos y le tomó las manos a su hija. —Mi mayor deseo siempre ha sido casarlas a Hilen y a ti. Yo celebré la ceremonia

de bodas de tu hermana, ¿recuerdas? —Lauri asintió y sintió que se le formaba un nudo en la garganta. —Por favor, déjame bendecir tu casamiento con Drake.

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Lauri trató de hablar, pero tenía el pecho demasiado apretado y las lágrimas le nublaban los ojos. ¡Cómo odiaba engañar a ese hombre bondadoso y lleno de afecto, que le había dado la vida y sólo deseaba su felicidad! Abrió la boca para confesarle la verdad, pero sintió los labios gomosos y la lengua no le respondió.

Sintió el fuerte apoyo del brazo de Drake cuando él se lo pasó por los hombros. —Será un honor para nosotros, señor. Hablo por Lauri y por mí. —Bien, espléndido —dijo Andrew y juntó las manos en un aplauso. Sus ojos grises

brillaron de alegría. —Iré a decírselo a Alice. Se pondrá tan contenta... Los aguardaremos abajo. —Abandonó enseguida la habitación y cerró la puerta tras de sí.

No se supo bien quién tomó la iniciativa, pero lo cierto era que Lauri se encontró envuelta en brazos de Drake, con la cara sepultada en la curva de su hombro. Toda la frustración, el enojo y la culpa brotaron de ella en un torrente de lágrimas que em-paparon la camisa de Drake.

Él no dijo nada, pero siguió brindándole apoyo y consuelo: le acarició el pelo y le palmeó la espalda, y aguardó hasta que su llanto cesara y se recostara contra él, llena de vacío y de desesperanza.

Las palabras de Lauri fueron casi inaudibles, así que Drake agachó la cabeza para poder oírlas.

—Soy una hipócrita de la peor calaña. Te desprecio por la mentira que dijiste, pero yo he perpetuado esa mentira con mi conducta. Es porque no soportaría lastimar a mi padre.

—Aunque no lo creas, y dudo que lo hagas, yo tampoco quiero decepcionarlos. Cuando vi que tratabas de reunir el coraje suficiente para decirle la verdad, no pude permitirlo. Tuve que intervenir.

La alejó un poco con suavidad y le secó las lágrimas que se demoraban en sus mejillas.

—Realicemos la ceremonia de la boda con dignidad. Sabremos que no significa nada. No es legal. Más adelante pensaremos qué decirles. —Notó que un brillo de furia cruzaba por los ojos de Lauri y anticipó el motivo. —Yo no te dejaré. Asumiré mi responsabilidad. Ahora, ve a lavarte la cara. Nos están esperando. —La besó en la frente antes de que ella se dirigiera al cuarto de baño.

**** —Los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.

—Andrew entonó las palabras que, de tratarse de una ceremonia legal, habrían unido a Lauri de por vida a Drake. —Puedes besar a la novia, hijo.

Drake le puso las manos en los hombros y la hizo girar hacia él. Con los ojos le recorrió la cara, tratando de leer su expresión antes de inclinarse y besarla con dulzura en los labios. Fue un beso breve pero intenso, y Lauri sintió el impacto en todo el cuerpo.

Andrew y Alice los rodearon, y también Betty y los tres chicos, que Alice había

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insistido en que debían estar presentes. La había llamado por teléfono para invitarla a la ceremonia. Betty lloró todo el tiempo, pero los chicos se mantuvieron en silencio, escuchando y observando las manos de Andrew cuando, con reverencia, hizo con señas las palabras en beneficio de Jennifer. También Lauri y Drake habían pronunciado sus votos en lenguaje de señas.

En cualquier otro momento, Lauri habría pensado que era la ceremonia de boda más hermosa que había visto jamás. Aunque el marco y la ropa no fueran los tradicionales, descubrió que, al pronunciar sus votos a Drake, lo había hecho de corazón. El hecho de comprenderlo la había conmovido. Le ofreció su amor y su fidelidad en cuerpo y alma, y no era porque los presentes esperaran que ella pronunciara las palabras correctas, sino porque quería decírselas a Drake y que él supiera que se las decía en serio.

Sus labios verbalizaron lo que su corazón ya sabía: ese anhelo profundo, intolerable y dulce que sentía por Drake era amor. Amor. Sí, ella lo amaba. Conocía sus defectos y su temperamento, pero eso no modificaba sus sentimientos. Él la ponía furiosa como nadie más podría hacerlo, pero igual lo amaba.

Pero todo sería inútil, se advirtió Lauri. Pues él había amado una vez, profundamente y para siempre, y en su corazón no había lugar para ninguna otra mujer salvo la fallecida Susan. Drake había sido sincero con Lauri, y ella no podía ser menos. Confesó su amor, sino a Drake, al menos a sí misma.

Drake le estampó a Betty un sonoro beso en la boca, y ella simuló un desvanecimiento bien teatral. Después, Drake reía y besaba a Alice y le estrechaba la mano a Andrew, quien le palmeaba la espalda. Se arrodilló y alzó a Jennifer y la abrazó y le hizo cosquillas en la mejilla con el bigote, algo que siempre la hacía reír.

Cualquiera podría creer que se trataba de una ocasión feliz para todo el mundo, hasta que veía la cara de la novia. Estaba pálida y, cada tanto, su cuerpo se estremecía como si tratara de tener a rienda corta sus emociones.

Poco tiempo después, los Parrish partieron. Su equipaje estaba en el baúl del automóvil alquilado, y ellos se encontraban de pie en el porche del frente despidiéndose.

Alice tenía lágrimas en los ojos cuando besó a Jennifer, quien le devolvió el beso sin reservas. Lauri abrazó por turno a sus padres, y se colgó de ellos como si fueran salvavidas. Cuando entraron en el auto y comenzaron a alejarse, los saludaron con la mano y les gritaron adioses y promesas de llamar por teléfono y escribir. Y, todo ese tiempo, Drake permaneció de pie junto a Lauri, desempeñando el papel de amante marido: con un brazo tenía alzada a Jennifer y con el otro rodeaba la cintura de Lauri.

—Dios, qué día, Jennifer —dijo Drake con un suspiro al dejarse caer en el sofá y levantar a su hija y ponerla sobre sus rodillas—. Lauri, no cocines nada para la cena. Esta noche comamos apenas un bocadillo. Sé que también debes de sentirte muy cansada.

—Está bien, Drake. Voy a sacar algunas cosas de la heladera. —Fue deprisa a la cocina. ¿Por qué, de pronto, estar en el mismo cuarto que él la ponía nerviosa?

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Después de ese tentempié, Lauri bañó a Jennifer y la acostó. Los eventos del día habían cansado a la pequeña, quien comenzó a evidenciar su fatiga durante la cena, momento en que se puso irritable.

Para Lauri fue un alivio que la pequeña estuviera en la cama y arropada. Volvió a la cocina para cargar el lavaplatos, pero vio que Drake se le había adelantado y que la tarea ya casi estaba terminada.

— No deberías haberte molestado, Drake. Yo habría limpiado y ordenado todo. Él le sonrió. —Tenías que atender a Jennifer. Yo elegí la tarea más fácil. —La pobrecita estaba agotada. No suele portarse tan mal, sobre todo cuando tú

estás cerca. Espero que no se enferme. Drake rió al acercársele y rodearla con los brazos. —Hablas como una madre —le susurró contra el pelo. —¿Te parece? —preguntó ella con frialdad. Se liberó de Drake, fue a la pileta de

la cocina, simuló estar atareada, llenó un vaso con agua y se lo llevó a los labios. A él no pareció afectarle la falta de respuesta de Lauri, se le acercó por atrás y

la aprisionó al apoyar las dos manos en la mesada, a ambos lados de ella. Con la nariz, le apartó el pelo de la nuca y comenzó a mordisqueársela con amor.

—Drake... —Que increíblemente suave es tu piel aquí —murmuró él. Lauri se estremeció al

sentir que la punta de la lengua de Drake le acariciaba el lóbulo de la oreja. —Por favor, Drake... —Luchó por volverse, y cuando él aflojó la presión, fue sólo

para permitir que ella quedara de frente y lo mirara. Ahora Lauri tenía las caderas apretadas contra la mesada, y él la tenía prisionera con su cuerpo firme.

Le tomó las manos y las colocó sobre su propio pecho, para que pudiera sentir los latidos de su corazón, la calidez que su piel irradiaba, y la textura de su vello debajo de esa tela suave.

—Lauri, ¿te das cuenta de que, en algunas culturas, el matrimonio no se considera legal hasta que la pareja se casa en la iglesia y su unión es bendecida por Dios? Si es así, entonces estamos casados. Por lo general, las ceremonias civiles no tienen importancia.

Le pasó los dedos por el pelo y le masajeó las sienes con los pulgares, con un ritmo hipnótico.

Luego miró fijo su frente y se la besó con ternura antes de hacer lo mismo en sus párpados cerrados y sus mejillas. Cada beso era lento y deliberado, como si quisiera fijar sus labios en la piel de Lauri.

Bebió de sus labios y los provocó antes de tomarlos por completo con los suyos. Su lengua no respetó la barrera de labios y dientes cuando gratificó su intenso deseo de saquear la boca de Lauri. Se le acercó más. Físicamente era obvio que ese beso sólo simbolizaba un apremiante deseo de poseerla por completo.

Lauri tenía las piernas inutilizadas por las piernas de Drake, pero sus brazos tenían fuerza cuando los cerró alrededor del cuello de él. Se le acercó más todavía y

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sintió su virilidad firme, en delicioso contraste con los suaves contornos de su propio cuerpo. De nuevo cobró conciencia de ese calce perfecto, del complemento perfecto de la masculinidad de Drake con su propia feminidad.

—Lauri —susurró él con voz ronca—, tú me suspendes en algún lugar entre el cielo y el infierno, pero juro que este infierno es más dulce que cualquier otra cosa que he conocido. —Hizo estragos en el cuello de Lauri, pero ella fue una víctima consciente que se sometió a sus labios, sus dientes y su lengua, que parecieron conocerla más íntimamente que ella misma.

Lauri podría ser su esposa en todos los sentidos de la palabra. Ella deseaba serlo y, en su mente, ya lo era. Tenía la conciencia tranquila. Ante Dios y frente a un ministro religioso, le había entregado su vida y su amor a ese hombre. Nada podía quebrantar su convicción de que los votos que había pronunciado eran válidos y la ligaban de por vida a Drake.

Pero él no había pronunciado esos votos. Había recitado las palabras poéticas, había repetido las líneas familiares, pero

no las había pronunciado desde el corazón. A fin de protegerla y por respeto a sus padres, había interpretado su rol y lo había hecho de manera convincente. Pero Lauri conocía sus motivaciones, y no eran el amor. Su amor estaba perdido para siempre, enterrado en una tumba, y no había nada que ella pudiera hacer al respecto.

Ahora él la necesitaba. Lauri percibió desesperación en la forma en que la sostenía. La intensidad con que la besaba era un índice de la pasión que sentía. Si ella aceptaba hacer el amor con él, ¿cuánto tardaría esa pasión en decrecer? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que él se recluyera en un mundo propio, como lo había hecho Paul? Cuando ella necesitara el bálsamo de su amor para curar sus heridas, ¿estaría él allí? No podía correr ese albur. Prefería vivir sin su amor a tener que vivir con un facsímil de ese amor.

Transcurrió un momento antes de que Drake se diera cuenta de que los movimientos frenéticos de Lauri no eran fruto de su pasión sino que luchaba contra él. Ese hecho lo sorprendió tanto que enseguida la soltó. Ella se fue corriendo de la cocina. Cuando estaba a mitad de camino del piso superior, él pronunció su nombre.

Su voz era suave, pero, precisamente por eso, más apremiante. —Lauri. Ella se detuvo en un escalón, pero no se volvió. Si llegaba a mirar a Drake, estaría

perdida. Incluso en ese momento, si tan sólo él decía que la amaba, ella volaría a sus brazos y cesaría por fin el tormento que la acuciaba. "¡Di que me amas!", le suplicó en silencio.

—Lauri... —se interrumpió y pareció vacilar. Un sencillo "Buenas noches" fue la despedida descartada.

Algo despertó a Lauri. La arrancó de un sueño profundo la sensación de que algo estaba mal. Aguzó un momento el oído y no logró oír nada que pudiera haberla

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despertado, pero igual apartó las cobijas y se levantó. Su bata estaba sobre una silla, y se la puso antes de salir al vestíbulo en tinieblas.

Su primer pensamiento fue Jennifer. Se dirigió a la puerta de la habitación de la pequeña. La cama estaba vacía. Lauri reprimió el pánico que la inundó y atravesó la habitación hacia el cuarto de baño contiguo. Tampoco estaba allí.

Tropezando con el ruedo de su bata por el apuro, bajó por la escalera y revisó los cuartos de la planta baja. Ni rastros de Jennifer. Pensando —esperando— que la chiquilla se hubiera levantado para tomar agua o comer un bizcocho, fue a la cocina y encendió la luz. Jennifer no se encontraba allí, pero la puerta de atrás estaba abierta y dejaba entrar el aire frío de la noche. A Lauri se le detuvo el corazón.

¡La habían secuestrado! Eso fue lo primero que pensó. Drake era una celebridad, y él y su hija serían

blancos perfectos para una mente perversa que buscaba dinero o notoriedad fáciles. Su primer impulso fue salir corriendo por la puerta y buscar ella misma a

Jennifer, pero se frenó a mitad de camino. ¿Y si los secuestradores estaban todavía allá afuera? Podrían vencerla. Estaba oscuro y hacía frío; y ella no tenía ningún arma.

Corrió hacia la habitación de Drake y, sin vacilar, le puso una mano en el hombro desnudo y lo sacudió con ganas.

—Drake, despierta. —¿Acaso su voz temblaba por el miedo? Sonó casi como un sollozo. —Drake, por favor, despierta.

El se incorporó de un salto y la miró con los ojos vacíos y sorprendidos de un hombre arrancado del sueño.

—¿Lauri? ¿Qué... qué ocurre? —Jennifer. Ha desaparecido. Desperté... oí algo, creo... la puerta de atrás.

Secuestradores, pensé... Farfullaba y decía cosas sin sentido, pero él reconoció su terror y captó lo

suficiente de sus palabras como para adivinar el resto. Apartó las cobijas con los pies y saltó deprisa de la cama con un movimiento

fluido, propio de un animal. Tomó su bata de velour de un gancho ubicado detrás de la puerta y se la puso

mientras corría tras Lauri, quien ya regresaba a la cocina. Fue directamente a la puerta y espió hacia la oscuridad exterior.

—¿Deberíamos llamar a la policía? —preguntó Lauri trémulamente mientras entrelazaba las manos—. Drake, ¿qué...? —No pudo continuar. Sollozaba.

—Cálmate, Lauri. La histeria no nos llevará a ninguna parte. Sí, llama a la policía. Yo iré al cobertizo a buscar una linterna...

—Pero a lo mejor están todavía allá afuera. Oh, Drake, no... —¿Quiénes son "ellos"? Ni siquiera sabemos qué ocurrió. Pero juro por Dios que

si algo le ha pasado a Jennifer, yo mataré... —¿Están buscando al Merodeador Nocturno? Los dos giraron al unísono y miraron boquiabiertos a Betty, que tenía en brazos a

Jennifer.

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—Dios —exclamó Lauri, se tapó la boca con la mano de puro alivio y después corrió a recoger a la pequeña de los brazos de Betty. Abrazó a Jennifer y la meció, todavía sin poder creer que estaba sana y salva en casa.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Drake, y Lauri advirtió que su voz no era demasiado firme. Tenía una mano apoyada en la espalda de Jennifer, con actitud protectora.

—Yo estaba profundamente dormida —explicó Betty— cuando oí que alguien llamaba a la puerta de atrás. Por supuesto, supe que tenía que ser un ladrón o un violador, y casi muero de pánico. Jamás logré acostumbrarme a que Jim estuviera ausente tanto tiempo y yo tuviera que quedarme sola en casa. —Sus ojos marrones y redondos se dirigían todo el tiempo a la perturbadora visión del pecho desnudo de Drake, expuesto por la V que dejaba al descubierto la bata de velour.

—Bueno, sea como fuere —continuó Betty—, decidí que no era un violador muy astuto porque hacía mucho barullo tratando de abrir la puerta. Supongo que la curiosidad fue más fuerte que el miedo, porque fui a la cocina y espié por la ventana. Jennifer estaba de pie en el escalón y trataba de abrir la puerta. Cuando la hice entrar, se dirigió enseguida al cuarto de Sally. Había dejado allí a Conejito esta tarde. Cuando consiguió lo que había ido a buscar, quiso volver a su casa, pero a mí me pareció mejor acompañarla para estar segura de que llegaba a salvo. ¿Se imaginan? ¿Que esta pequeña saliera sola en mitad de la noche, sin pedir permiso?

—Estaba tan cansada cuando se acostó, que probablemente no extrañó a Conejito. Y cuando despertó en mitad de la noche y se dio cuenta de que no lo tenía, salió a buscarlo —dijo Lauri, completando el resto de la historia. Le sonreía a la pequeña, quien jugueteaba con Conejito y bostezaba. Lauri le apartó los rizos de las mejillas y se las besó.

Drake le tendió los brazos a su hija y se arrodilló. —Jennifer, ¡eso estuvo muy mal! —le dijo y formó las señas para enfatizar su

mensaje hablado—. Nunca vuelvas a escapar de Lauri o de mí. Hace que nos sintamos... —No le salió la seña para asustados y miró a Lauri en busca de ayuda. Ella se la mostró y él prosiguió. —Hace que nos sintamos asustados y tristes. No sabíamos dónde estabas. Si vuelves a escaparte, tendré que darte una paliza.

El labio inferior de Jennifer comenzó a temblar, y la pequeña supo que su papá lo había dicho en serio. Después, los brazos de Drake la rodearon y la apretaron fuerte, mientras cerraba los ojos y por su mente cruzaban pensamientos de lo que podría haberle ocurrido a su hija. Jennifer le tiró los brazos al cuello, aunque sin soltar a Conejito. Drake la alzó y así salieron de la cocina.

—Por Dios, yo... —Gracias, Betty. No puedo decirte el alivio que fue verte con Jennifer. Yo

acababa de despertar a Drake y, como es natural, los dos imaginamos lo peor. —Se sentía agradecida hacia su vecina, pero nada preparada para oír uno de los exagerados monólogos de Betty.

—Tengo que volver junto a mis hijos. Buenas noches. Tú, vuelve arriba junto a tu pequeña familia. —Le tocó un brazo a Lauri en gesto de consuelo y salió por la puerta

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de atrás. Lauri se aseguró que estuviera cerrada con llave. Todavía no se había recuperado del susto.

En el cuarto de Jennifer, Drake estaba sentado en el borde de la cama y acariciaba la frente de su hija aunque ella ya estuviera dormida. Tomó la mano de Lauri cuando ella se agachó y besó a la pequeña.

Abandonaron la habitación juntos. Cuando llegaron al pasillo, Drake comentó: —Estás temblando. —No sé si es por el frío o el miedo. —¿Quieres una copa de vino o de algo? —No, estaré bien —dijo cuando llegaron a la puerta del dormitorio principal. Ella

lo miró y sonrió, pero su sonrisa se desvaneció cuando advirtió la expresión de Drake. Se enfrentaron y se miraron durante un buen rato. El no la tocó, pero tampoco

hizo falta. Lauri tenía plena conciencia del cuerpo de Drake, que parecía gravitar hacia el de ella, aunque no se hubiera movido. Como imanes de polos opuestos, se atraían ine-xorablemente. La necesidad instintiva e innegable de cada uno por el otro era una fuerza que la razón no podía mitigar. Cuando por fin se movieron y se acercaron, se sostuvieron con fuerza y se aferraron como si la sola idea de separarse los aterrara.

Ella no opuso resistencia cuando él la levantó en brazos y la llevó al dormitorio, y luego la deposito con suavidad sobre las almohadas. En un movimiento veloz se quitó la bata y los calzoncillos. Maravillosamente desnudo, se acostó junto a ella con la sensual desenvoltura de un dios pagano que practica un rito de amor.

—Lauri, no hables, no pienses. Por el amor de Dios, no pienses. Sólo siente. Siente.

Las manos de Drake volvieron a hacerse amigas de las curvas del cuerpo de Lauri. Se tomó su tiempo y poco a poco fue deslizando la tela de la bata por la piel de ella. Pero quería verlo y conocerlo todo, y le fue abriendo la bata y levantándole los hombros mientras se la iba sacando.

La acercó a su cuerpo y la sostuvo con una feroz posesión atemperada por su ternura. Su boca se apretó contra la suya mientras sus manos le esculpían el cuerpo, se lo modelaban y le insuflaban vida.

Los hombros, los pechos y el vientre de Lauri conocieron su roce y se gozaron en él. Drake se arrodilló y le besó los pechos con labios calientes e hinchados. Esa parte de ella que la hacía mujer se arqueó contra su mano cuando él se la cubrió con la palma. Drake descubrió que Lauri lo estaba esperando, húmeda y tibia por el deseo.

Su forma de tocarla fue de increíble ternura, y tan sutilmente íntima que Lauri sollozó y le aferró los hombros para celebrar una sensación que nunca antes había compartido.

—Lauri, eres una hermosa... mujer... hecha a la medida para mí. —Sus palabras eran inconexas, pero si él no las hubiera pronunciado, igual Lauri

habría sabido lo que él estaba pensando. La manera en que sus labios la acariciaban y la reverencia con que la tocaba le dijeron todo lo que necesitaba saber.

Las palabras de Paul volvieron para acosarla. Ella jamás había conseguido

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complacerlo. Ahora comprendió que él no le había importando lo suficiente como para querer hacerlo. Pero deseaba hacer que el cuerpo de Drake se estremeciera como el suyo.

Sus manos se desplazaron por esa carne firme y modelaron y masajearon los músculos que encontraron. Lauri se desprendió de ese manto de modestia e inhibición y lo tocó, y su virilidad la hizo temblar de emoción.

—Lauri... sí, querida. Conóceme —jadeó él mientras le enterraba la cabeza en el cuello y la oprimía muy fuerte.

La reacción de Drake le dio confianza, y las palabras insultantes de Paul se desintegraron y se perdieron en el olvido cuando Lauri oyó sus gemidos de placer. Él volvió a entonar su nombre en un susurro, y su aliento le acarició el oído.

Drake le rodeó la cara con las manos y se apoderó de su boca con un beso profundo. Con vacilación, se preparó para la posesión total. Levantó la cabeza y la miró. Ella acercó una mano a su cara y le dibujó las facciones que tanto había llegado a amar. Sus dedos le alisaron el bigote sedoso y trazaron un círculo alrededor de sus labios. Y en las miradas de ambos no hubo vacilación alguna.

—¿Lauri? Ella sintió su roce inicial. Cerró los ojos y bajó la cabeza de Drake para que

quedara junto a la suya sobre la almohada. Murmuró su nombre, maravillada, cuando por fin lo conoció por completo.

Y lo más increíble fue que todo no terminó allí, como le había sucedido con Paul. En medio de exclamaciones de júbilo, Drake la fue saboreando. La conmoción de su cuerpo creció, alcanzó su corazón y se expandió por su alma. Él pronunció su nombre, esta vez en un grito exultante, cuando su pasión se hizo manifiesta. Y ella lo oyó un instante antes de que en su propio cuerpo entrara en erupción un volcán.

Y las explosiones siguieron... y siguieron... y siguieron. **** —Esto jamás me pasó antes —le susurró ella tímidamente en la oscuridad. Tenía la cabeza apoyada en el pecho de Drake mientras él la mantenía apretada y

las piernas de ambos estaban entrelazadas debajo de las cobijas. Con aire ausente, él le acarició la espalda.

—¿Nunca? —preguntó en voz baja y con cierto orgullo—. ¿No con...? —¿Paul? No —respondió ella con una sonrisa triste y sacudió apenas la cabeza. El

vello del pecho de Drake le hizo cosquillas en la nariz. —Yo estaba convencida de que no podía —confesó.

Una carcajada brotó del pecho de Drake y fue amplificada hasta el oído de Lauri. —Bueno, pero ahora sabemos que no es así, ¿verdad? —Le pegó una suave

palmada en el trasero, y luego su mano se quedó allí y convirtió ese gesto juguetón en una caricia.

Lauri pensó que debería sentir remordimientos por lo que había pasado, pero le

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fue imposible sentirlos, En realidad, no se arrepentía en absoluto, pues lo había hecho por amor. Y sabía que seguiría haciendo el amor con Drake. Ahora era inevitable, y ya no tenía la ambición ni el deseo de luchar contra eso. Se acurrucó más contra él.

—¿Tienes frío? —preguntó él. —Un poco —respondió ella. —Todas las frazadas terminaron al pie de la cama —dijo él con fingido asombro. —Me pregunto cómo ocurrió —dijo ella con una sonrisa divertida. Pronto quedaron de nuevo tapados por las cobijas, y Drake le susurró al oído

cuando se le acercó más: —Prometo que esta vez no terminarán al pie de la cama. —¿Esta vez? —preguntó ella con incredulidad—. ¿Quieres decir de nuevo?

¿Ahora? —¿No lo deseas? —preguntó Drake. Aun en la oscuridad, Lauri alcanzó a ver que había enarcado una ceja. —Bueno, yo... Pero él ya había bajado la cabeza y su boca fue persuasiva. Y Lauri se oyó decir,

en voz muy baja pero muy apremiante: —Sí, sí.

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Capitulo 12 Los siguientes días fueron idílicos. Drake demostró ser un amante ardiente y

rara vez perdía de vista a Lauri. Compartir la habitación no era suficiente: Tenía que tocarla todo el tiempo, sino con las manos, al menos con la vista. Las noches de ambos estaban llenas de una pasión que a los dos los maravillaba. Durante el día, cuando Jennifer estaba con ellos, le transmitían su felicidad a la pequeña, quien la compartía con dicha.

Iban seguido al pueblo y paseaban por las tiendas que flanqueaban sus calles pintorescas. Cierta tarde visitaron a John Meadows en su tienda de artesanías. Él los recibió con cordialidad y no dio señales de recordar la rudeza con que Drake lo había tratado la última vez.

Para Lauri fue una gratificación el que Drake evidenciara un auténtico interés en el trabajo de John y le hiciera preguntas corteses con respecto a los objetos en exhibición. Los dos hombres, tan totalmente distintos, charlaban amistosamente. Sin embargo, Drake mantenía un brazo sobre los hombros de Lauri, en actitud posesiva. Era una declaración de pertenencia que no fue pasada por alto.

Disfrutaban de frecuentes salidas, pero los momentos preferidos eran las noches tranquilas pasadas cu casa, cerca del fuego, compartiendo sus pensamientos mientras bebían vino.

Por lo general, Lauri se sentaba en una punta del sofá, mientras Drake se acostaba de espaldas y apoyaba la cabeza en su falda, tal como lo había hecho la noche en que los padres de ella hicieron su aparición sorpresiva. Drake le habló de sus ambiciones, mientras gesticulaba con manos expresivas, los ojos brillantes por un fuego interior.

Pero no importaba cuan interesante fuera el tema, muy pronto la conversación se desvanecía y las manos que habían puntuado las palabras de Drake comenzaban a acariciar a Lauri hasta que el fuego que ardía en la chimenea no era nada comparado con la conflagración que los quemaba a ambos.

Cuando los padres de Lauri llamaron por teléfono antes de su viaje de regreso a Nebraska, Lauri no tuvo que fingir felicidad. Les insistió en que pararan en Whispers, pero compromisos previos los obligaban a regresar a casa inmediatamente después de la conferencia de pastores. Lauri colgó, no sin antes asegurarles que era muy, muy feliz. Y, en ese momento, lo era.

Daban largos paseos por el bosque una vez que Lauri y Jennifer terminaban las lecciones y antes de que Betty y sus chicos llegaran para su clase de lenguaje de señas. A menudo Lauri preparaba un almuerzo para picnic, y entonces se sentaban sobre mantas viejas y comían junto a un arroyo y bajo los álamos, que ahora estaban sin hojas por la cercanía del invierno.

Cierta tarde luminosa, en una de esas salidas, cuando terminaron de comer, Jennifer sucumbió a la somnolencia y se quedó dormida, acurrucada sobre la manta. Drake se recostó contra un árbol y atrajo a Lauri hasta ponerla entre sus rodillas

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flexionadas y la apretó contra su pecho. —Si me pongo más cómodo, tal vez imite a Jennifer —murmuró Drake con voz de

sueño cuando ella apoyó la cabeza contra su pecho —Adelante, hazlo —dijo ella y los cubrió a los dos con otra manta.

La respiración pareja de Drake fue como una cadencia que arrulló a Lauri, quien pronto comenzó a cabecear. En esa región que existe entre el sueño y la vigilia, una serie de pensamientos inquietantes invadieron la tranquilidad que la rodeaba. Durante días, Lauri había apartado de su mente todo pensamiento sobre Susan. El afecto de Drake era innegable, pero incluso en lo más ardiente de la pasión de ambos, él jamás le dijo que la amaba.

¿Alguna vez él y Susan se habrían sentado así, en el bosque? ¿La manera de Drake de hacerle el amor habría sido más ferviente? ¿Podría alguna vez amar a Lauri con la misma intensidad? Esas preguntas perturbadoras debieron de haberla hecho moverse, porque los brazos de Drake la abrazaron con más firmeza y él le preguntó en voz baja:

—¿Sueños feos? Ella negó con la cabeza, pero sus reflexiones habían destrozado la euforia de ese

día y permitido que la duda se infiltrara en su conciencia. Justo cuando estaba por enderezarse y apartarse de Drake, sintió que sus

manos la exploraban. Drake le puso las manos en la cintura y las deslizó entre el suéter y el cinturón de los jeans. Eso bastó para que Lauri sintiera las conocidas oleadas de deseo que la convertían en una persona lánguida y maleable.

El suéter estaba un poco levantado cuando él le deslizó las manos debajo. Lauri sintió su roce en los pechos; su caricia era tan suave y tierna como lo había sido la primera vez. Él conocía tan bien su cuerpo y, sin embargo, la hacía sentir que cada vez que la tocaba era un nuevo descubrimiento.

—¿Drake? —No molestes a un hombre cuando está ocupado —le gruñó en la oreja. De pronto, Lauri sintió timidez. Si no podía decirle a Drake que lo amaba, al

menos quería decir algo que le permitiría tener alguna idea de lo que ella sentía por él. —Quería que supieras que cada vez que tú... nosotros... estamos juntos... yo...

bueno, es algo muy especial para mí. Las manos de Drake se detuvieron y le palmearon con suavidad los pechos.

Estaba alarmantemente inmóvil. —Lauri —dijo, con voz ronca—. Mírame. Ella le recostó la cabeza en el hombro y la inclinó un poco hacia atrás para poder

verlo. —También para mí es muy especial —dijo Drake y le dio un beso que hizo que a

Lauri le pulsara la sangre en las venas. Las manos de Drake bajaron de sus costillas a su cintura y, después, por el

abdomen, subieron a sus pechos. Se los levantó, jugueteó con sus pezones y le mordisqueó una oreja. Lauri dejó escapar un suave gemido y se movió contra la mano

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que ahora estaba en uno de sus muslos. Cuando trató de soltarle el botón de los jeans, Lauri se dio cuenta de lo que

estaba por suceder y empezó a sentir vergüenza y cohibición. —Drake, no —jadeó y trató de apartarse—. No aquí —dijo y arregló su ropa

debajo de la manta. — ¿Por qué no? —preguntó él con un brillo travieso en los ojos—. Es divertido

hacerlo en un bosque. Piensa en los vikingos, en los romanos, en Robin Hood y Lady Marian...

—Pues yo no soy una de ellos. Además, tu hija está aquí, al lado. —Indicó a Jennifer, dormida, con una inclinación de cabeza. Todavía mantenía las manos de Drake lejos de ella y no se atrevía a soltárselas.

—Está dormida —argumentó él—. Vamos, Lauri. Por favor. —Ahora Drake gimoteaba y se inclinó para rozarle la boca con el bigote. Era un arma peligrosa, y vaya si sabía cómo emplearla —¿Y si alguien llegara a pasar?

—Se sentiría incómodo y miraría hacia otro lado. —¡Y yo quedaría mortificada! —exclamó Lauri. Después suavizó el tono y lo dejó

lleno de promesas. —¿No puedes esperar hasta esta noche? —preguntó con expresión provocativa.

—Bueno —gruñó él—, supongo que no me queda más remedio. Tú bésame una vez y yo te besaré, y entonces nos volveremos a casa. —Ella no vio el brillo en sus ojos, y le pareció una propuesta razonable.

Giró la cabeza y lo besó en la boca. Fue un beso sin pasión, pero le transmitió todo el amor que le tenía. Cuando finalmente se apartaron, él dijo:

—Ahora me toca a mí. —¿Qué haces? —Lauri se sorprendió cuando él le levantó la delantera del suéter. —Estoy aprovechando mi beso. Yo no dije que besaría. Levantó la suave tela tejida, metió la cabeza debajo y le besó, primero un pecho

y después el otro, dejándoselos húmedos y excitados. Cuando volvió a mirar a Lauri, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas de amor.

—Uno más, por favor —dijo Drake y cerró su boca sobre la de ella. Lauri estaba segura de una cosa: que él no había estado pensando en Susan. **** —Tengo algunas cosas que hacer en la ciudad —dijo Drake a la mañana siguiente

cuando espió por un rincón del aula—. ¿Qué te parecería si, de paso, compro tamales caseros para el almuerzo? El otro día conocí a una señora que los prepara en su casa. Los probé, y son deliciosos.

Lauri rió cuando él chasqueó los labios. —Bueno, si te gustan las mujeres gordas, creo que comeré tamales para el

almuerzo —Me gustas tú —dijo él y le recorrió el cuerpo con mirada lasciva—. Te veré más

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tarde —dijo con malicia—. Adiós, Jennifer —le dijo a su hija, que estaba muy ocupada apilando los bloques que habían usado para la clase de sumas. Ella le contestó y Drake se fue.

Transcurrió alrededor de media hora hasta que Lauri, que ya esperaba a Drake de vuelta, llevó a Jennifer a la cocina.

—Te gustará esto —le dijo y sentó a la pequeña frente a la mesa de la cocina. "Inventaremos un juego para ver si sabes la diferencia entre la leche blanca y la

chocolatada. —Como de costumbre, Lauri hacía, además, las señas correspondientes a cada palabra. Jennifer la observaba con interés: las lecciones sobre comida eran sus preferidas.

"Muy bien —prosiguió Lauri—, llenaré dos vasos, ¿ves? Uno tiene leche blanca y el otro, leche chocolatada. Quiero ver cómo los nombras. —Cuando Jennifer hizo correctamente las señas de leche blanca y leche chocolatada y pronunció las palabras como pudo, Lauri dijo: —Ahora te daré una pajita. Iré poniendo los vasos frente a ti y tú me dirás qué leche contiene. ¿Has entendido?

Jennifer asintió, y los rizos rubios se balancearon alrededor de su cara. —Tápate los ojos para que no puedas ver —le indicó Lauri. Cuando estuvo segura

de que Jennifer no hacía trampa, Lauri colocó la pajita en el vaso de leche blanca. Jennifer bebió un sorbo e hizo la seña correcta. Repitieron el ejercicio hasta que Lauri tuvo la certeza de que la pequeña manejaba bien las palabras y podía asociar el sabor con el nombre adecuado.

Acababan de completar el ejercicio cuando Drake entró por la puerta de atrás con un paquete con ramales de un aroma delicioso.

—¿Qué hacen ustedes dos? —preguntó, puso el paquete en la mesada y se quitó la chaqueta

Veamos si Drake también puede hacerlo, le dijo Lauri a Jennifer, y la chiquilla aplaudió encantada. Lauri le explicó a Drake las reglas del juego y, para diversión de Jennifer, él simuló no estar seguro de su capacidad para hacerlo de la manera correcta.

Hizo una gran actuación para cerrar los ojos, pero finalmente bebió un sorbo con la pajita y dijo, por señas: Es leche blanca. Pero cuando Lauri buscó el vaso con la leche chocolatada, descubrió que Jennifer se la había tomado casi toda.

—¡Jennifer! la regañó, pero todos comenzaron a reír a carcajadas. La pequeña se señalaba el labio superior, sobre el que lucía un bigote marrón oscuro de chocolate, que ella comparó con el de su padre.

Tú también, Lauri, le indicó por señas. Tú también. Lauri hizo como que protestaba, pero Jennifer y Drake insistieron. Ella levantó

el que tenía leche chocolatada y bebió un sorbo grande, asegurándose de que le quedara parte en el labio superior. Jennifer soltó una carcajada y se puso a bailotear. Cuando finalmente la serenaron, Lauri le dijo:

—Sube y lávate la cara y las manos mientras yo preparo el almuerzo. —Jennifer la obedeció muy contenta.

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—¿Y tú no te vas a lavar la cara? —le preguntó Drake con una sonrisa burlona—. Ese bigote no armoniza con tu pelo.

—Caramba, lo había olvidado —contestó ella y giró hacia la pileta. —Permíteme —dijo él y la tomó de los hombros. Con la lengua le quitó enseguida el bigote de leche pero, como sucedía cada vez

que se besaban, el abrazo se prolongó. Los brazos de ella lo rodearon y se besaron durante mucho tiempo, hasta que los dos se apartaron sin aliento.

—Si seguimos así no podrás comer tu almuerzo —balbuceó ella mientras con la lengua jugueteaba con el mentón de Drake.

—Es posible que yo quiera cambiar el menú —dijo él y la besó en el cuello. —Los tamales se enfriarán. —Lauri suspiró cuando Drake encontró un punto muy

sensible. —Para eso se inventó el horno de microondas. ¿No lo sabías? —le murmuró él al

oído. Lauri respiró con aire resignado y se separó de sus brazos. —Portémonos bien. Jennifer estará aquí en cualquier momento exigiendo su

almuerzo. —¿Dónde está esa pequeña diabla? —preguntó Drake—. Espero que no se haya

vuelto a escapar. —Su mirada se llenó de ternura al observar a Lauri. En ese momento recordaba, tal como lo hacía ella, que la noche en que Lauri había desaparecido fue también la primera en que estuvieron juntos.

—Iré a ver en qué anda —dijo enseguida Lauri—. Si a ti no te importa poner la mesa. —Él sacudió la cabeza y Lauri salió corriendo de la cocina antes de que Drake volviera a abrazarla.

Subió por la escalera y se dirigía al cuarto de Jennifer cuando notó movimiento en el suyo. Por favor, que no sea otro desastre, pensó Lauri mientras abría más la puerta.

Entonces se le paralizó el corazón. Lo primero que vio fue el par de zapatillas de baile de satén rosado. Sin duda

habían pasado por muchos ensayos, porque la parte redonda y chata de los pies estaba gastada y las cintas de satén se veían muy arrugadas.

Las zapatillas se encontraban entre fotografías, ropa, vanos programas de teatro y una carpeta grande de recortes encuadernada en cuero. Azorada, Lauri miró la puerta abierta del placard de donde se habían sacado las cajas que guardaban esas cosas.

Jennifer estaba sentada en el piso y miraba con gran concentración una de las fotografías. Lentamente, Lauri se le acercó y atrajo su atención.

Lauri, ¿ves? Linda señora, le indicó por señas la pequeña y le mostró la fotografía que tenía en la mano.

Con mano temblorosa, Lauri tomó la foto y observó a la mujer inmortalizada en ella. Era hermosa. Usaba ropa para practicar baile. Las medias gruesas para calentar las piernas que casi forman parte de la anatomía de una bailarina abrazaban sus

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extremidades bien torneadas y acentuaban la perfección de sus muslos. Estaba recostada contra la barra como para descansar de pliés y tendus. Miraba

directamente a la cámara, sin ninguna pose, como desafiando a la lente del fotógrafo a encontrarle algún defecto. Tenía el pelo oscuro, con raya al medio y peinado en un chignon. Sus ojos oscuros eran el rasgo más llamativo de su rostro con forma de corazón. —Sí, es muy bonita —dijo Lauri con voz casi inaudible. Inconscientemente se había dejado caer al piso junto a Jennifer. La visión de la mujer que todavía poseía el corazón de Drake le había hecho bajar los hombros.

—Eh, ustedes dos, muero de hambre. ¿Qué está pasando allá arriba? —La voz alegre de Drake arrancó a Lauri de sus sueños, pero antes de que ella tuviera tiempo de recuperarse, él ya estaba de pie junto a la puerta. Sus ojos y su cara se encendieron con una sonrisa, pero cuando vio el desorden —las cajas con su contenido diseminado por el suelo sin respeto por su antigua dueña; la pequeña y la mujer que habían mancillado la memoria de su esposa—, sus facciones se endurecieron hasta convertirse en una máscara sombría.

Lauri giró la cabeza para no verla; no pudo presenciar ese dolor terrible. Le quitó las zapatillas de baile a Jennifer, quien ya empezaba a probárselas.

Jennifer, ve a lavarte la cara y las manos, le dijo Lauri por señas. La pequeña comenzó a protestar y a tratar de tomar de nuevo las zapatillas, pero Lauri le dijo:

—¡Ve! —La fuerza de la orden no permitía ninguna discusión, y Jennifer pasó junto a su padre, que estaba de pie junto a una fotografía y la miraba, ajeno a todo lo que lo rodeaba.

Cuando la chiquilla abandonó el cuarto, Lauri dijo: —Lo siento, Drake. Supongo que Jennifer se puso a revolver las cosas. Yo las

recogeré y... —No, no lo harás —saltó él—. Deja las cosas donde están. Yo ordenaré y

guardaré todo. Lauri dejó caer las zapatillas de satén rosado como si le quemaran la mano. —Está bien —dijo y salió corriendo del cuarto. Drake seguía de pie en medio de la habitación, los ojos fijos en las fotografías

diseminadas por el suelo. **** Lauri le preparó a Jennifer un sándwich de manteca de maní y jalea. La pequeña

conversaba con Conejito, que estaba sentado sobre la mesa, junto al plato, mientras ella comía. Lauri le dio todo lo que Jennifer le señalaba. Esa costumbre estaba absolutamente prohibida en cualquier otra circunstancia, pero en ese momento Lauri carecía de la energía necesaria para que le importara.

Cuando Jennifer terminó su almuerzo, Sam y Sally llegaron por la puerta de atrás para invitarla a ir a jugar a su casa. Lauri le puso un suéter —el que Drake le había traído de su viaje a Alburquerque— y le pidió a Sam que la trajera de vuelta

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media hora después. —Por supuesto. De todos modos, tenemos que dormir la siesta —dijo Sam cuando

acompañó a Jennifer a bajar los escalones que conducían al patio. Lauri los vio alejarse, pero en realidad no les estaba prestando atención.

Grabadas en la parte posterior de sus párpados seguían las fotografías de la bailarina que miraba a la cámara con tanto aplomo.

¿Qué le había causado la muerte? Drake jamás se lo había dicho. Evitaba por completo el tema de su esposa. Lauri no sabía nada de ella, salvo que era bailarina clásica y se había presentado en una prueba para actuar en el coro de Crease y allí había conocido al hombre con el que se casaría.

¿Había muerto en un accidente? ¿En un accidente de aviación? ¿Había contraído una terrible enfermedad que le había costado la vida? ¿Tuvo un derrame cerebral? Seguro que no, siendo tan joven. ¿Qué le había ocurrido?

Lauri sacó de la mesa los platos que Jennifer había usado y tiró en el tacho de basura el paquete con los tamales. La casa estaba en silencio. Deambuló por las habitaciones en busca de algo que hacer para llenar el vacío de su alma, pero no encontró nada. Contó los minutos que faltaban para que volviera Jennifer, y cuando la pequeña regresó Lauri sugirió que miraran un libro. Jennifer entró en el aula y eligió uno sobre diferentes clases de transportes.

Se instalaron en el sofá y hablaron de automóviles, ómnibus, aviones y barcos en ese gran libro ilustrado. Hacía dos horas que Drake estaba en el piso superior cuando Lauri oyó que bajaba por la escalera.

Lauri se preparó para lo que la esperaba. ¿Cómo estaría Drake ahora? ¿Cómo reaccionaría frente a lo ocurrido? Cuando lo miró, lo supo.

Usaba pantalones, chaqueta deportiva y corbata: un atuendo nada común en él desde su llegada a Nuevo México. En la mano izquierda portaba una valija y de su hombro derecho colgaba un impermeable.

Lauri se puso de pie cuando él se le acercó y le aferró las manos en la cintura. Había llegado el momento.

—Lauri, me vuelvo a Nueva York —dijo, lacónicamente. —Sí. Él apartó la vista. —He estado aquí demasiado tiempo —dijo. ¿Trataba de convencerla a ella o a sí

mismo? —Hay cosas que debo hacer. No puedo quedarme aquí indefinidamente. —No. —Si él quería oír su aprobación, le esperaba una decepción. Lauri no pensaba facilitarle las cosas. Le había suplicado a Paul que le permitiera

ayudarlo, y su ofrecimiento sólo recibió desprecio; un rechazo era más que suficiente. No dejaría que Drake le frotara sal en las heridas.

—¿Le explicarás a Jennifer por qué me voy? —preguntó, sin esperar en realidad a que ella le respondiera. Cuando Lauri lo hizo, su respuesta lo sorprendió.

—No. Explícaselo tú mismo. Drake reconoció la inclinación orgullosa de su mentón y supo que era inútil tratar

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de convencerla. Apoyó la valija en el piso y se arrodilló frente a su hija, que seguía enfrascada en

la lectura del libro. —Jennifer —dijo. Y eso fue todo lo que Lauri oyó. Se dirigió enseguida a la puerta del frente y

apretó la frente contra esa madera dura y fría. No puedo soportar esto, lloró en silencio. Moriré cuando él se vaya, gimió. Pero cuando oyó los pasos de Drake que se acercaba, se recompuso y lo enfrentó con una jactancia que estaba lejos de sentir.

—Está triste y disgustada. Por favor, tranquilízala y consuélala por mí —dijo él. ¿Y quién me consolará a mí?, habría querido preguntarle. Notó que tampoco él

parecía muy sereno. Si no supiera que era imposible, habría pensado que ese extraño brillo que vio en sus ojos era causado por lágrimas. ¿Se sentía él tan alterado por tener que dejar a su hija? ¿O era sólo una conmovedora escena de despedida que él interpretaba a la perfección?

—Tengo que llevarme el automóvil, pero haré que alguien te lo traiga de vuelta mañana.

Ella asintió —Bueno, adiós entonces. Me mantendré en contacto con ustedes. —Drake

actuaba como si quisiera decir algo más. O... No, seguro que no podía querer besarla, aunque le pareció advertir que inclinaba un poco la cabeza como para hacer un intento.

—Adiós, Drake —dijo ella y le abrió la puerta del frente. Las líneas que le rodeaban la boca se tensaron y sus cejas tupidas descendieron.

Drake suspiró con exasperación antes de pasar junto a Lauri, y ella cerró la puerta tras de él.

**** Como correspondía, una serie de nubarrones negros se desplazaron por encima

de las montañas, quedaron flotando sobre el pueblo de Whispers y dejaron caer las primeras nieves de la temporada. De alguna manera, ese manto de un blanco prístino no hizo nada para aliviar la melancolía que reinaba en la casa.

Jennifer no tenía ganas de participar en ninguna actividad y Lauri le permitió mirar televisión durante el resto del día.

Cuando llegó el momento de acostarse, la pequeña se prendió de Conejito y repitió una y otra vez, con su voz dulce pero casi incoherente "Papito", mientras las lágrimas surcaban sus mejillas sonrosadas. Eso fue demasiado para el estado emocional de Lauri, quien se sentó en la cama junto a Jennifer y la abrazó fuerte.

Y las dos lloraron hasta quedarse dormidas.

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Capitulo 13 El tiempo mitigó un poco la tristeza que Lauri y Jennifer sentían por la partida

de Drake, aunque sin borrarla del todo. Con el entusiasmo y la capacidad de recuperación de una criatura, Jennifer despertó a la mañana siguiente conversando, muy excitada por la nieve e impaciente por empezar un nuevo día. Tanto para su propia tranquilidad como para la de Jennifer, Lauri trazó varios planes para las dos que resultarían cansadores y llenarían por completo las horas del día, que parecían haberse multiplicado desde la partida de Drake.

—No puedo creer que se haya ido tan pronto después de la boda —comentó Betty, sentada en el taburete de la cocina. Lauri supervisaba en ese momento la

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preparación de palomitas de maíz. Los chicos estaban pegajosos desde las puntas de los dedos hasta los codos y se metían esa mezcla viscosa en la boca antes de que el almíbar hubiera tenido tiempo de enfriarse.

Lauri simuló no darle importancia al comentario, se encogió de hombros y dijo: —Drake tiene un trabajo, Betty. Tuvo que irse. —Ya lo sé, pero tienes que reconocer que es un comportamiento bien extraño

para un hombre en su luna de miel. Pero, en realidad, Drake no está en su luna de miel, pensó Lauri mientras Betty

releía The Scoop Sheet por tercera vez. Había comprado la revista esa mañana, mientras adquiría provisiones, y después

corrió a mostrársela a Lauri. La pareja sonriente que ocupaba la primera plana a todo color fue, para Lauri, una burla obscena. Ella no quiso saber qué decía la nota, pero Betty igual se la leyó en voz alta, sin advertir las lágrimas que se deslizaron de los ojos de Lauri y rodaron por sus mejillas. ¿Qué habría pensado Drake de esa historia falsa? ¿La habría visto?

Por alguna razón que desconocía, Lauri no quería revelar que ella y Drake en realidad no estaban casados. Betty jamás entendería las complejidades de la situación y la acosaría con preguntas demasiado penosas para responder. Al igual que sus padres, Betty tendría que ignorar un tiempo más el verdadero estado de cosas.

Tarde o temprano, todos sabrían la verdad. Lauri se sentiría entonces una tonta rematada, pero no más de lo que se sentía ahora. En los días que siguieron a la supuesta boda, ella casi había llegado a convencerse de que Drake estaba tan enamorado de ella como ella lo estaba de él. Y él no podría haberse mostrado más afectuoso y más preocupado por hacerla feliz.

Lauri debería haber recordado cuál era la ocupación de Drake: le pagaban enormes sumas de dinero para que todos los días transmitiera distintas emociones. Las circunstancias le habían exigido que actuara como un recién casado enamorado, y él había interpretado ese papel a la perfección. También había recibido su paga; todas las noches, en la gran cama camera del piso superior. Básicamente, eso era lo que él siempre había querido de ella.

Ahora, la cara de Lauri se encendió por la furia y la vergüenza. Al principio de la relación de ambos, él le había dicho qué podía esperar. Sin embargo, ella se había engañado y pensado que podía cambiar esa necesidad que sentía Drake, podía transformarla en algo más profundo que el deseo físico.

Su meta no era tratar de que olvidara a Susan; él jamás la olvidaría, ni debería hacerlo. Lauri sólo quería que él pudiera amar de nuevo... amarla a ella. Y creyó que estaba a punto de tener éxito en esa empresa. Pero, después, vio la expresión de la cara de Drake cuando miró las fotografías de su primera esposa. La ropa de Susan diseminada por el piso del dormitorio debió de haberle recordado con fuerza a la mujer que la había usado y había bailado con esas zapatillas de satén, y su dolor se le reflejó en la cara. ¿Sintió él que había traicionado a Susan por haber dormido con Lauri? ¿Por eso se había ido?

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Por mucho que Lauri intentara desalojar de su cabeza esos pensamientos que la atormentaban, siguieron allí torturándola. Si no hubiera sido por la dulzura de Jennifer, habría enloquecido. Al menos la pequeña aceptaba su amor y se lo devolvía sin reservas. Lauri no quería pensar siquiera en lo que sufrirían ella y Jennifer cuando se fuera.

¿Cuándo se fuera? Sí, tendría que irse para que Drake pudiera volver. Ella no podría reanudar la relación de ambos como estaba antes. Jamás podría ser su amante ni acostarse con Drake cada vez que él tenía ganas. Había sido poco más que eso con Paul, y sabía que ése era un callejón sin salida.

Todo parecía indicar que tendría que esperar a ver qué esperaba Drake de ella. Jennifer recibió una o dos notas breves cada semana, en las que no había ningún mensaje para ella. Ni una palabra. Jamás llamó tampoco por teléfono. ¿La habría olvidado por completo?

Las dos semanas se convirtieron en tres y luego en cuatro. El clima les impedía la mayor parte de las salidas y excursiones que solían hacer, de modo que Lauri inventó entretenimientos de interior: pintaron con acuarelas, enhebraron cuentas para hacer collares, cocinaron hasta que el freezer quedó repleto de tortas y bizcochos dulces.

Cierto día, cuando estaban preparando el baño de una torta de chocolate, Lauri le preguntó a Jennifer si no le gustaría compartirla con John Meadows, y la pequeña asintió con entusiasmo.

El día estaba despejado pero muy frío. Se enfundaron en sacos bien abrigados y caminaron hasta el pueblo. John trabajaba en su tienda vacía. En los últimos tiempos no estaba muy ocupado. Whispers no era un lugar dedicado al esquí, y los turistas se dirigían a otros lugares donde se practicaba ese deporte.

John se alegró muchísimo de verlas. Como no esperaba ningún cliente, cerró la tienda y las invitó a la parte posterior del edificio, donde vivía.

—Toma, Jennifer —dijo Lauri y le dio a la pequeña un pedazo grande de torta—. Es difícil inventar proyectos de enseñanza en el invierno —dijo, como explicando la generosidad de ambas—. A Jennifer le encanta cocinar, pero si no paramos un poco creo que esta temporada engordaremos como veinte kilos.

John sonrió con bondad y se alejó de la cocina, de donde le había servido a Lauri una taza de café.

—Esa torta me dará de comer durante días —dijo él—. Gracias de nuevo, pero la visita sola habría sido bastante.

—Te hemos extrañado. Desde que Drake... —Lauri se interrumpió. Lo que había estado a punto de decir era "Desde que Drake se fue, no hemos tenido ganas de hacer nada". Se concentró en soplar el café para enfriarlo un poco.

—Lauri, ¿cómo te cayó que él volviera a Nueva York? —Hizo la pregunta en voz baja, pero Lauri no pudo pasarla por alto. Levantó la vista y miró a John cuando él se reunió con ellas frente a la mesa, con un jarro con café en su mano gigantesca.

—Él... yo... —Las palabras se le atragantaron en la garganta y Lauri trató de ocultar su emoción acercándose a Jennifer y apartándole los rizos que se acercaban

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demasiado al baño de chocolate que le rodeaba la boca. Ella miró a su maestra con los ojos verdes de Drake. Le recordaron a él y Lauri sintió que las lágrimas escapaban de sus párpados y le rodaban por las mejillas.

—¿Quieres hablar sobre eso? —preguntó John y le tocó la mano, que Lauri tenía apoyada sobre el mantel a cuadros. Los ojos de John eran cálidos e inspiraban confianza. Lauri empezó a hablar, y de pronto toda la historia brotó de sus labios.

John no la interrumpió; no hizo ningún comentario cuando ella tuvo que parar para sonarse la nariz o para reprimir una nueva oleada de lágrimas. Jennifer, exhibiendo una ternura o comprensión superior a su edad, se acercó a Lauri, se le sentó en la falda, recostó la cabeza en su pecho y le palmeó el hombro como para consolarla.

—En realidad no estamos casados —dijo Lauri con voz ronca—. La ceremonia fue real, pero los votos fueron falsos; no significaron nada para Drake.

—¿Y para ti sí? —preguntó John. Lauri trató de contestar pero no pudo. Se limitó a mirarlo y a asentir. —Yo lo amo, John. La primera vez que lo vi supe que iba a amarlo, y luché contra

ese sentimiento. Luché cuando comprendí que yo nunca significaría para él más que un cuerpo cálido en la cama. —No la cohibió reconocerlo. John jamás condenaría a nadie por amar. —Él estuvo sincero y me advirtió que amaba a su esposa y que no podría involucrarse con otra persona en una relación permanente.

Volvió a sonarse la nariz con un pañuelo de papel, ya empapado y roto. Jennifer la miró con tanta preocupación que Lauri le frotó la espalda y le dedicó una sonrisa de aliento. La chiquilla no debería ver que ella estaba triste; Lauri era su única ancla y sin duda la trastocaría ver a su maestra-madre en ese estado de desolación.

—Creo que has juzgado mal a Drake, Lauri —dijo John—. No estés tan segura de que eres sólo "un cuerpo cálido en la cama" para él. Te ha dejado la responsabilidad de virtualmente educar a su hija en su nombre. Para él es imposible tenerla todo el tiempo a su lado. Sería difícil para cualquier hombre soltero criar a una hija pequeña.

—Me pagan para hacerlo, John. Él podría haber tomado a cualquier otra persona con la misma facilidad.

—Probablemente con mucha más facilidad. Pero no lo hizo. A pesar del hecho de que una mujer hermosa viviendo en la casa de cualquier hombre provoca incalculables problemas, te eligió a ti.

—No es así. Me eligieron para él; vine muy recomendada. —Está bien —dijo John y suspiró con resignación—. No pienso discutir eso

contigo todo el día. Pero hay otra cosa. —Su voz había cambiado mucho, y el tono diferente hizo que Lauri lo mirara. —He visto a Drake contigo. He visto la expresión de sus ojos cuando te miraba.

—Lo que viste fue lascivia. Entre los dos hay una química explosiva. Yo sé que él me desea.

—No, Lauri. Conozco de primera mano la lascivia —dijo y se echó a reír—. No, hay una clara diferencia entre las dos cosas. ¿No reconoces el amor cuando lo ves? —Su

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sonrisa era triste y sus ojos confirieron más de un significado a sus palabras. Lauri abrió la boca para decir algo, pero no pudo. No había nada que pudiera decir. John lo sabía, por eso se apresuró a continuar. —Y jamás he visto a un hombre tan celoso como Drake el día que fui a tu casa.

—Tenía celos del afecto que te tiene Jennifer —dijo Lauri—. Y no le pareció nada bien que tú y yo nos viéramos seguido. —Rió con amargura. —A la luz de lo que Drake tenía en mente para mí, su reacción frente a nuestra cita semanal, con Jennifer de chaperon, me resulta divertida. Si no fuera tan triste.

—¿La esposa de Drake falleció hace tres años? —Así es. La doctora Norwood me dijo que ella murió cuando Jennifer tenía pocos

meses. Eso fue lo único que supe, y Drake no me amplió esa información. El de su esposa es un tema prohibido en nuestra conversación.

—Mmmm —murmuró John—. Es raro que un hombre de la inteligencia y la seguridad en sí mismo de Drake siga prisionero del recuerdo de su esposa después de tanto tiempo.

Lauri suspiró. —Yo tampoco lo entiendo, John, pero es así. No tengo dudas al respecto. Ella y Jennifer se fueron un rato después. Las lágrimas de Lauri le habían

proporcionado el medio de ventilar parte de su depresión, y se sintió mejor cuando abandonó la casa de John.

Una vez en la puerta, él le pasó un brazo por los hombros. —Lauri, si hay algo que yo pueda hacer por ti, por favor no vaciles en llamarme.

Sé lo que es sentirse lastimado por dentro, y a veces el hecho de compartir ese dolor ayuda mucho.

John, en algún momento de su vida, había sufrido una pena intolerable. Lauri lo sabía intuitivamente. ¿Por eso jamás censuraba a otras personas? ¿Por eso era tan comprensivo? ¿Comprendía él que una mala acción por lo general era el resultado de un espíritu herido?

**** Tres semanas después de la visita de las dos a casa de John, el primer temporal

de nieve de la temporada se abatió sobre Whispers. Aunque los días eran monótonos, Lauri estaba más en paz consigo misma y con su difícil situación. Ensayó diferentes métodos de enseñarle a hablar a Jennifer y fue recompensada cuando la pequeña comenzó a hacer progresos notables.

La tarde del temporal, el viento comenzó a aullar en forma amenazadora mientras las dos se encontraban instaladas en el aula, frente al espejo, tratando de perfeccionar el sonido de la letra "p". Lauri tenía una pelota de algodón en la palma de la mano y le demostraba a Jennifer cómo volaba cuando ella pronunciaba el sonido en forma adecuada. La chiquilla la imitaba y se llenaba de orgullo cuando lograba producir el sonido

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Lauri la dejó practicando con la pelota de algodón y se dirigió al living porque le pareció oír un ruido en el exterior. Cuando llegó a los amplios ventanales, espió hacia la nieve por entre los pesados cortinados. Su corazón dejó de latir cuando vio a Drake, que se apeaba de un vehículo con tracción en las cuatro ruedas y corría hacia los resbaladizos escalones del porche con la cabeza baja para protegerse del viento.

Levantó la mano para llamar a la puerta, pero Lauri corrió y se la abrió de par en par para que entrara. Él se sacudió la cabeza, que tenía llena de nieve, y se bajó el cuello del abrigo antes de girar para mirarla.

—Lauri —dijo él. Ella trató de pronunciar su nombre, pero sólo logró hacer los movimientos con la

boca, sin que le saliera ningún sonido. —¿Cómo estás? —preguntó él. —B...bien —tartamudeó Lauri. Sacudió un poco la cabeza para tratar de

despejársela, y dijo, ya con más firmeza: —Estoy... estamos muy bien. Todo está bien. —No le preguntaría qué hacía él allí. Esa escena ya la habían interpretado antes.

—¿Dónde está Jennifer? —preguntó Drake. —En el aula. Hemos alterado un poco nuestros horarios desde que tú... —No

siguió la frase. —Creo que es mejor de esta manera —explicó. Él no hizo ningún comentario sino que se dirigió al aula y transpuso la puerta.

Antes de que Lauri llegara, oyó los gritos entusiastas de Jennifer. Drake se encontraba de pie en medio del cuarto, con Jennifer en brazos. La

pequeña le rodeaba el cuello con las manos y trataba de rodearle el pecho con las piernas. Él la sostenía con las manos debajo del trasero. Conejito, que Jennifer rara vez soltaba desde la partida de Drake, estaba ahora olvidado junto a la silla.

Se echó hacia atrás y miró a su padre a la cara. —Jen-fa, Jen-fa —dijo, golpeándose el pecho con las manos—. Pa-pá. Pa-pá —dijo

y volvió a abrazarlo. —Querida mía, es maravilloso —dijo él, pero su hija no pudo oír ese elogio. Lo

leyó en sus ojos. Drake miró hacia Lauri, que todavía estaba junto a la puerta, y le sonrió. —Es fantástico, Lauri. Jennifer va muy bien, ¿verdad? —Era el padre ansioso que se había sentado frente a ella en el Salón Ruso de Té, y al que ella le había contestado, con tono tranquilizador: "Sí, Drake. Va muy bien".

Drake consiguió liberar una mano el tiempo suficiente para sacar del bolsillo dos paquetes de goma de mascar. Jennifer se abalanzó ávidamente sobre la golosina y él le abrió uno de los paquetes. Era obvio que las clases habían terminado por el día.

Por la cabeza de Lauri desfilaron como un millón de preguntas, pero reprimió el impulso de hacérselas. Muy pronto se enteraría por qué Drake se había presentado allí el peor día del año. Lo único que sí le preguntó fue:

—¿Quieres un café o cocoa? Debes de estar congelado. —Sí, por favor. Primero pasaré por el baño y me reuniré contigo en la cocina. A Lauri le temblaron las manos cuando preparó la cocoa, que Drake dijo que

prefería. Sacó del freezer algunos bizcochos que Jennifer y ella habían cocinado y los

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puso en el horno de microondas. El inconfundible aroma a bizcochos recién horneados llenó la cocina.

—Si no supiera que no es así, pensaría que me esperabas —dijo Drake al entrar en la habitación y pasarle la mano por el pelo. Los jeans ajustados eran de tiro corto y el suéter celeste le confería un brillo verde a sus ojos. Lauri tragó fuerte. Dios, qué sexy era ese hombre. Una serie de recuerdos, explícitos e intensos, poblaron su mente. Se obligó a apartar la vista.

—Jennifer y yo hemos estado cocinando bastante. Hace algunas semanas, le hicimos una torta de chocolate a John. —Ese comentario tenía por intención herir a Drake, y Lauri supo que no era propio de ella.

Si Drake iba a decir algo, se lo impidió ver que Jennifer entraba corriendo en la cocina y exigía sentarse en sus rodillas mientras él bebía su cocoa. Los dos se comunicaron por señas durante algunos minutos, y a Lauri le alegró comprobar que Drake no había olvidado sus habilidades. De hecho, parecía incluso más diestro.

—Bueno —dijo él y se echó hacia atrás en la silla después de terminar la cocoa y ver que Jennifer estaba muy atareada coloreando una figura—, hemos enterrado al doctor Glen Hambrick.

—¡Cómo! —exclamó Lauri, azorada—. ¿Qué quieres decir? —Quiero decir —respondió él con una sonrisa—, que él nunca se recuperó del

golpe en la cabeza que recibió en el parque, ¿recuerdas? —Ella asintió y él prosiguió. —Murió mientras dormía sin recuperar en ningún momento el conocimiento. Pobre tipo —dijo Drake con exagerada compasión.

—¿Qué vas a hacer, Drake? —Lauri olvidó su decisión anterior de no hacerle ninguna pregunta.

—Pa-pá. —Jennifer distrajo su atención para criticar su propio dibujo. Una vez que Drake le hubo prodigado la cantidad adecuada de elogios, volvió a

mirar a Lauri, quien aguardaba con impaciencia escuchar sus planes. —Se está por rodar un telefilm en el que quiero actuar. Lo realizará una

estupenda compañía productora. Me lo dijeron bajo cuerda y le encargué a mi representante que me consiguiera el papel. Tomé un avión a Hollywood e hice la prueba de filmación. Les gusté y las cosas pintan bien. —Desvió la vista, con timidez. —Es sobre una criatura autista que, además, es sorda. Necesitaban a una persona que supiera el lenguaje de señas para encarnar a su padre.

—Drake, es maravilloso —dijo ella con vehemencia, y lo dijo de corazón. —¿Conoces la obra que se da en Broadway Children afa Lesser God? Es sobre los

sordos y ha recibido toda clase de premios. —Sí, por supuesto. La he visto. —Bueno, el que la produjo está trabajando con un dramaturgo en un guión similar

y busca a un nuevo y brillante director que no le tenga miedo a un desafío así. El otro día almorcé con él.

—Drake, me alegra tanto por ti. —No te alegres todavía. Hay millones de variables y todo podría salir mal. —La

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expresión de su cara era seria y enseguida se dibujó en ella su famosa sonrisa devastadora con hoyuelos. —Pero es difícil no entusiasmarse, ¿no?

—Espero que todo salga como lo esperas. ¿No extrañarás al doctor Hambrick? —Es posible que tenga algunos dolores de abstinencia, pero no creo que me

duren. Lo mejor es que podré pasar más tiempo con Jennifer. Es posible que tenga que viajar un tiempo de costa a costa, y los horarios no mejorarán mucho, pero entre un trabajo y otro podré tomarme vacaciones como las demás familias.

Extendió la mano para acariciar la cabeza de su hija y no advirtió la mirada acongojada de Lauri.

Ella se levantó en forma abrupta y se atareó en sacar un guiso del freezer —en realidad, el fruto de un día de lluvia— y en ponerlo en el horno para la cena.

Drake siguió parloteando. —Será duro por un tiempo y tendré que cuidar el presupuesto, algo que no he

tenido que hacer durante los últimos años. Pero he logrado ahorrar lo suficiente para vivir si los tiempos se ponen difíciles. —Rió. —Aunque no lo creas, mi representante está fascinado. Dice que los clientes están deseando que mi cara respalde cualquier cosa, desde dentífrico hasta pantimedias. Uno trabaja un día y gana muchísimo dinero si se trata de un comercial que se transmite en todo el país. Hasta ahora no me preocupó esa posibilidad, pero creo que ha llegado el momento de sacar partido de mi popularidad.

Lauri lavó la lechuga debajo de la canilla. —Estoy segura de que serás un éxito, Drake. En cualquier cosa que hagas. Se alegró cuando Drake se ofreció a llevarse a Jennifer de la cocina mientras

ella terminaba de preparar la cena. En cuanto se fueron, Lauri se recostó contra la mesada y se tapó la cara con las manos.

Drake prácticamente le había dicho que estaba despedida. No sólo no había mencionado el falso matrimonio de ambos y la aventura que habían vivido, sino que había dado a entender que podría pasar más tiempo con Jennifer, convirtiéndola a ella en algo superfluo. Le pagaba un sueldo más que generoso. No ganaría tanto dinero como antes, de modo que tendría que recortar gastos, y sin duda ella era uno de esos gastos.

No tendría problemas en encontrar otro trabajo: siempre existía demanda para una maestra de sordos, pero ella no sentiría ninguna alegría al aceptar otra posición. Constantemente seguiría preocupándose por la alumna a la que había llegado a considerar su hija.

Sabías que era peligroso acercarse demasiado, involucrarte demasiado, se censuró Lauri. Ahora lo pagarás caro.

Un pensamiento la consoló: Jennifer era demasiado joven para recordarla durante mucho tiempo. Al principio extrañaría a su maestra, pero muy pronto se recuperaría y olvidaría. Lauri trató de convencerse de que ese pensamiento la consolaba. ¿Por qué, entonces, la perspectiva le resultaba tan penosa?

—¿Lauri? —Ella saltó cuando Drake pronunció su nombre desde el portal de la

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cocina. Se recompuso y giró hacia él. —¿Sí? —¿Las cajas con las cosas de Susan siguen arriba, en el placard? Lauri tenía las manos entrelazadas detrás de la espalda y sintió que las uñas se le

clavaban en las palmas. Se le hizo un nudo en la garganta, pero consiguió contestar con bastante calma:

—Sí. Yo no las he tocado. —Muy bien —fue todo lo que él dijo, golpeó la jamba de la puerta y se alejó. Lauri tardó un buen rato en recomponerse. ¿Cómo podía él preguntarle algo así y

no demostrar ninguna contemplación con sus sentimientos? ¿Acaso creía que ella se le había entregado con liviandad? ¿Sería preciso olvidar las noches en la cama con él, como si no hubieran existido?

¿Creía Drake que ella podía olvidar el roce de sus manos y de su boca? Recordó las palabras de amor susurradas que él había usado mientras le enseñaba las maneras de complacerlo. La había alentado cada vez que la traía de vuelta de esa región donde todo eran luces resplandecientes. Una y otra vez, y en formas antes desconocidas para ella, él la había llevado allí. Pero siempre la esperaba del otro lado para abrazarla, acariciarla y atesorarla.

Durante la cena, Drake conversó animadamente y elogió esa comida casera que, aseguró, era la primera desde que volvió a Nueva York. Le contó a Lauri todos los chismes de la ciudad: quién era visto con quién y en cuál disco elegante. Ella respondió sólo cuando era necesario. Cuando él le preguntó sobre Betty y su familia, ella le relató una anécdota sobre Sam y una lata de pintura, y al oírla él estalló en carcajadas. Jennifer siguió el relato con señas, agregó su propia descripción del percance y se unió a Drake en la risa.

Después de la comida, Drake trató de ayudar con los platos, pero Lauri lo echó. —Tienes que pasar más tiempo con Jennifer —le dijo. —Está bien. De todas formas, quería decirle algo importante —dijo él, siguió la

sugerencia de Lauri y salió de la cocina para buscar a su hija. Los platos estaban lavados y a Lauri no se le ocurrió en qué otra cosa ocuparse.

Deliberadamente había estirado los preparativos para la cena y el lavado de los platos, pero ahora no le quedaba más remedio que estar un tiempo con Drake.

Dios, dame fuerzas, oró al dirigirse al living. ¿Cómo haría para soportar estar con él y no ser parte de él? ¿Para estar muy cerca de Drake y no poder tocarlo? Desde que Drake había entrado, sacudiéndose la nieve del abrigo, ella había anhelado tirarle los brazos y estremecerse de nuevo con su abrazo. Pero eso estaba descartado. Y, seguramente, en cuestión de días ella saldría para siempre de la vida de Drake.

Revisaba el cerrojo de la puerta del frente para estar segura de que se encontraba bien cerrada, cuando oyó la voz de Drake procedente del aula. Le llegó por encima del rugido del viento y del repiqueteo de la cellisca.

—Ma-má —decía Drake con claridad, acentuando las sílabas—. Siéntelo aquí, Jennifer —le oyó decir—. Coloca tus dedos aquí, en mi garganta. Ma-má. Mamá. ¿Lo

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ves? ¿Puedes hacerlo? —Mau-má. —Lauri oyó que Jennifer lo decía sin esfuerzo. —¡Sí! —oyó que exclamaba Drake al palmear a la chiquilla en la espalda—. Está

bastante bien. Así se ve cuando está escrito. M - A - M - Á. Ma-má. Inténtalo de nuevo —la instó.

Lauri se cubrió la boca para reprimir el grito de angustia que le brotó de la garganta. ¡Las fotografías! Drake le había preguntado si las cosas de Susan seguían arriba. Debió de haber buscado algunas para poder explicarle a Jennifer su relación con la mujer de las fotos.

—No puedo soportarlo —gimió Lauri y corrió al piso superior. No bien abrió la puerta del dormitorio, vio que las puertas del placard que contenía las cajas estaban abiertas. Sin duda él las había revisado y sacado lo que quería mostrarle a su hija.

Dios mío, dijo Lauri entre sollozos: todavía la ama y siempre la amará. Subconscientemente había abrigado la esperanza de que el regreso de Drake significaba que había reconsiderado la relación de ambos y que quizá deseaba que ese matrimonio fingido se convirtiera en legal. Ahora sabía que no era así.

También sabía lo que tenía que hacer. Sin pensarlo más, sacó una valija de debajo de la cama y comenzó a llenarla. Sólo

puso en ella lo necesario. Le pediría a Betty que le enviara el resto de sus cosas más adelante. En ese momento, ni siquiera tenía una dirección.

Cuando terminó, cerró la valija y volvió a deslizarla debajo de la cama. No quería que Drake se enterara de sus planes.

Lauri Parrish era una luchadora. Darse por vencida era una ofensa repugnante a su carácter. Sólo una vez antes en la vida se había visto obligada a ceder: cuando su matrimonio llegó a un punto en que no existía remedio posible.

Era una luchadora, pero cuando la derrota era inevitable, cuando la victoria no estaba a su alcance, sabía cómo rendirse con dignidad, no importaba cuánto ofendía su orgullo. Aceptó que Drake jamás correspondería a su amor. Se iría ya mismo. Mientras le quedaba un resquicio de dignidad.

Lo que hacía era agitar una bandera blanca de rendición.

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Capitulo 14 Le llevó muchísimo tiempo preparar a Jennifer para meterla en la cama; la

pequeña estaba excitadísima por la presencia de Drake en la casa y le hacía tretas que Lauri jamás le habría permitido en otra circunstancia.

Por último estaba bañada, besada y arropada. Cuando rezó la oración que Lauri le había enseñado en lenguaje de señas, Lauri tuvo que reprimir el llanto. Se arrodilló, abrazó a la chiquilla y gozó con el olor a limpio y la suavidad de su piel. Y, antes de salir corriendo de la habitación y de dejar que Drake apagara la luz, le dijo, por señas, Jennifer, te amo.

Entró en el dormitorio principal y cerró la puerta, pero segundos después se oyeron los golpes de Drake.

—¿Sí? —Servicio de habitación —dijo él con insolencia antes de abrir la puerta—. ¿Por

qué no bajas y bebes una copa de vino conmigo frente al fuego? Es una noche perfecta para eso. —Lo que estaba implícito en sus palabras era que también era la noche perfecta para otras cosas.

Las palabras de Drake la llenaron de rabia, una rabia que le costó mucho reprimir. Por lo visto, él seguía creyendo que podía usarla a su antojo y conveniencia. Pues bien, muy tonto se enteraría que no era así.

—Tengo dolor de cabeza —dijo ella—. Creo que es por el ruido del viento que sopló todo el día, o de algo por el estilo. Sea como fuere, no me siento bien. Creo que me acostaré. Más que una copa de vino, lo que necesito es dormir bien toda la noche.

—Me parece que la señora protesta demasiado. —Lo siento, Drake, pero no tengo ganas de bajar de nuevo —dijo ella, secamente. Él se quedó mirándola un momento, y luego dijo: —Está bien. Te veré en la mañana. Mientras caminaba por la habitación, Lauri alcanzó a oír el sonido amortiguado

del televisor. Por último Drake apagó el aparato, y Lauri lo oyó entrar en el cuarto

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contiguo a la cocina y, después, el ruido del agua cuando él se preparaba para acostarse.

Finalmente la casa quedó en silencio. Lauri se dirigió en puntas de pie a la parte superior de la escalera y aguzó el oído. No había ninguna luz encendida. Volvió a su habitación y aguardó otros veinte minutos antes de ponerse el abrigo y la capucha, sacar su valija de debajo de la cama y bajar sigilosamente por la escalera.

El viento había amainado, pero todavía nevaba mucho cuando Lauri salió al porche del frente. Después de depositar la valija en el piso, cerró la puerta tras ella y, con cautela, descendió los escalones cubiertos de hielo y mitad caminó y mitad patinó hasta el Mercedes estacionado.

La puerta del automóvil, congelada, no quería abrirse. Después de varios intentos frustrados para hacerlo con una mano, Lauri tuvo que poner el bolso y la valija sobre la nieve y tirar con las dos manos antes de que la puerta se abriera de golpe y casi la volteara.

Colocó el equipaje en el asiento de atrás y se deslizó detrás del volante. A través de los guantes de cuero sintió que el volante estaba helado, y tembló debajo de su abrigo pesado. ¿Y si el auto no arrancaba?

Apretó varias veces el acelerador y luego probó el contacto. El motor chirrió, resopló y se detuvo.

—¡Maldición! —murmuró en voz baja mientras hacía un nuevo intento. Cuando estaba a punto de darse por vencida, el motor surgió a la vida y dejó oír un ronroneo bendito. Durante el tiempo en que había tratado de arrancar el auto, Lauri no dejó de mirar la puerta del frente, temerosa de que Drake oyera el ruido del motor. Al parecer, el rugido del viento superaba cualquier otro sonido. Con una mirada final hacia la casa, puso la palanca de cambios en primera y las ruedas trataron de morder ese terreno resbaloso.

Era tal el caos que reinaba en su cabeza, que en ningún momento pensó que tendría que conducir el vehículo durante un temporal de nieve. En Nebraska estaba acostumbrada a manejar en calles cubiertas de nieve, pero esas montañas de Nuevo México eran muy diferentes de las llanuras de su estado natal.

Se llenó de pánico cuando las ruedas resbalaron y el auto patinó a un lado del camino. Lauri logró enderezarlo, pero se mordió nerviosamente el labio inferior. Aferró con más fuerza el volante, decidida a no volver. Drake había conducido desde Alburquerque con esa tormenta, y si él pudo hacerlo, también podría ella. Si esperaba hasta la mañana, más hielo cubriría los caminos.

Le llevó casi diez minutos atravesar el sendero que conducía a la casa. Cuando llegó al pie de la colina donde el sendero se cruzaba con el camino que conducía al pueblo, apretó el freno, pero el auto no se detuvo. Lauri pensó que podía entrar en el camino sin que el automóvil se frenara por completo, giró el volante apenas un par de centímetros.

Pero fue suficiente. Antes de que pudiera recuperar el control, el vehículo patinó de un lado al otro

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del sendero. Instintivamente, Lauri apretó los frenos. Las ruedas se clavaron y la parte posterior cayó a una zanja llena de nieve. Lauri quedó reclinada hacia atrás en el asiento, como si estuviera en el sillón del odontólogo. No estaba herida. Tampoco el auto debía de estar muy averiado, porque la caída en la zanja había sido suave y Lauri no había oído ningún crujido metálico. Sin embargo, estaba hundido sin remedio en la nieve profunda. Apagó el motor.

Antes de que tuviera tiempo de reflexionar sobre el problema, la puerta del lado del conductor se abrió y Lauri reprimió un grito al ver la cara de Drake. No se parecía nada al rostro que ella conocía, sino que estaba distorsionado por la furia.

—¿Estás herida? —preguntó, como en un ladrido. Ella negó con la cabeza, sin saber si alegrarse o no de haber sobrevivido al

accidente. Ahora Drake le producía más miedo que la posibilidad de un choque automovilístico.

Él le aferró un brazo y la tironeó de detrás del volante. Cuando Lauri se resistió y trató de tomar sus valijas del asiento posterior, él le gritó:

—Déjalas donde están. Llevaba puesto un saco abrigado, pero lo tenía desabrochado y flameaba cuando

él trató de subir por el costado de la zanja, con la nieve hasta las rodillas. La cellisca y la oscuridad total les dificultaban todavía más avanzar. Drake llevó a Lauri a la rastra, sin importarle lo mucho que se hundía en la nieve.

Ella le gritó una vez, cuando creyó que se le doblaría el tobillo dentro de la bota, pero Drake no la oyó. O fingió que no la oía.

Cuando finalmente lograron salir de la zanja, a Lauri la alegró la posibilidad de descansar un momento, pero Drake no pensaba lo mismo: la aferró con más fuerza y comenzó a caminar por el sendero, tambaleándose, patinando y maldiciendo con cada paso. Lauri no recordaba haberlo visto jamás tan enojado. Tenía la cabeza descubierta, pero parecía impermeable al viento helado y a la nieve que le cubría su pelo despeinado por el viento.

Muy pronto, Lauri se sintió agotada y comenzó a retrasarse. Él le tiró del brazo y le gritó al oído:

—Si no te apresuras, mis pisadas quedarán cubiertas por la nieve, y entonces estaremos perdidos. ¿Eso es lo que quieres? —La sacudió con suavidad y ella lo miró con miedo y negó con la cabeza, y los dos continuaron con el ascenso por la colina.

Lauri se resbaló en los escalones que conducían al porche del frente, cayó hacia adelante y se apoyó en las manos para no golpearse. Drake le puso las manos debajo de los hombros y la levantó sin cortesía ni suavidad. Abrió la puerta con el hombro y la empujó adentro.

Lauri tenía los pies helados e insensibles cuando avanzó hacia la escalera. Su intención era escapar de Drake. El debió de haberlo sospechado, porque se le acercó por atrás, le aferró la muñeca y la arrastró hacia la chimenea.

—No te atrevas a moverte —le ordenó con voz amenazadora. Se arrodilló y avivó el fuego con un atizador antes de poner más leños en el hogar. Cuando vio que se

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encendían, miró a Lauri. Si ella no hubiera estado congelada hasta los huesos y temblando, la mirada de

Drake le habría helado la sangre. Sus ojos verdes brillaban de furia y tenía la mandíbula apretada.

Lauri entrecerró los ojos cuando vio que él levantaba los brazos. Pero, en lugar de golpearla, como esperaba, la tomó por los hombros y la apretó contra su cuerpo hasta que ella tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo.

—Si alguna vez llegas a hacer de nuevo una cosa así, te golpearé el trasero hasta producirte ampollas. ¿Me has oído? —Volvió a sacudirla. —¿Qué tratabas de demostrar? —preguntó—. ¿Eh? —agregó cuando ella no le contestó.

El fuego comenzaba a caldearla, y con ello nació la furia. ¿Con qué derecho la sometía él a ese interrogatorio? Ella era una persona libre; podía irse cuando se le antojara, y sin tener que darle ninguna explicación.

Se liberó de sus brazos y se alejó de él con una furia igual a la suya. Ahora parecían dos boxeadores, cada uno de los cuales medía la fuerza de su rival.

—Si lo que te preocupa es tu automóvil, en el piso superior te dejé una nota en la que te informaba que te lo dejaría en el estacionamiento del aeropuerto para que lo recogieras cuando te quedara cómodo. —Lauri inclinó un poco el mentón con actitud beligerante.

—¡No me preocupaba ese maldito auto! —rugió él—. ¿Le dejaste también una nota a Jennifer, explicándole por qué te escabullías de esa manera? Estoy seguro de que se habría preguntado dónde estabas —le dijo con desdén.

Eso la desorientó por el momento y la hizo farfullar algo ininteligible. —No entendí lo que acabas de decir —dijo él y se cruzó de brazos con

arrogancia, en una pose que ella detestaba. —Dije —y Lauri acentuó esa palabra— que te dejé a ti las explicaciones. —¿Y qué le diría yo a ella? El brillo feroz del pelo de Lauri hacía juego con la furia que crecía en ella. Era

sólo su defensa contra la insolencia de Drake. —Dile que me respeto demasiado para ser la amante ocasional de un actor que

espera que todas las mujeres se humillen ante él. Dile que, por mucho que yo la ame y me preocupe por su futuro, no podía quedarme aquí y ser insultada y degradada por una aventura despreciable y sin sentido. Me pagaron para que le enseñara, no para proporcionarle servicios de alcoba a su padre.

Sus pechos subían y bajaban por la agitación, y todo su cuerpo estaba tan tenso como las cuerdas de un violín.

—¡Me iré de aquí aunque tenga que hacerlo caminando! Y no me importa si no te vuelvo a ver nunca más, Drake Sloan —dijo, se dio media vuelta y se alejó.

—No —dijo él con voz ronca. Lauri quedó tan sorprendida por la intensa emoción de su voz, que se frenó.

Curiosa por ese súbito cambio de actitud, volvió a mirarlo. Los ojos de Drake, que apenas momentos antes estaban llenos de furia, ahora parecían desesperados y

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suplicantes. —No permitiré que me dejes, Lauri. Dime que no lo harás. —Mientras ella lo

observaba con incredulidad, Drake cayó de rodillas y le rodeó la cintura con los brazos. —Juré que jamás amaría a otra mujer, pero no puedo cumplir esa promesa. Que Dios me ayude, te amo, y no dejaré que te vayas —repitió.

Lauri le puso las manos en la cabeza y apartó las gotas de agua que quedaban en sus hebras plateadas. Luego se apartó y se puso de rodillas para quedar frente a él.

—¿Drake? ¿Qué estás diciendo? —Escrutó su cara en busca de señales de engaño. ¿Estaba actuando? ¿Ésa era la escena tierna y trágica del final de la obra, en la que el futuro de los amantes queda suspendido en el aire? No. El dolor, el anhelo y la desesperación de su rostro eran genuinos. No estaba actuando.

Drake apartó los mechones humedecidos por la nieve de la mejilla de Lauri y dijo, con ternura:

—Pensaste que yo había entrado aquí hoy y esperaba retomar las cosas en el lugar en que habían quedado, ¿no? —Ella asintió. —Pues bien, así fue —confesó él con vergüenza—. Pero primero iba a pedirte que hiciéramos que nuestro matrimonio fuera real. O, más bien, legal. Siempre tuve la sensación de que el que celebró tu padre era real.

—Drake —susurró ella—, ¿por qué no me dijiste esto antes? —¿Por qué? —se burló él—. ¿Acaso me habrías creído? Siempre estás a la

defensiva, buscando motivos ulteriores, sin confiar nunca en una emoción sincera cuando la ves. —Se inclinó hacia adelante y le besó la frente.

—Yo te entiendo mejor de lo que te entiendes tú misma, Lauri Parrish —dijo él—. En nuestro segundo encuentro te dije que tu cara era demasiado expresiva para tu propio bien. —Le dibujó los huesos de la cara con dedos llenos de amor y adoración.

—Paul debe de haber sido un verdadero hijo de puta. Por lo poco que me has contado, me creo capaz de llenar las brechas y saber qué clase de vida tuviste con él. Era taciturno y temperamental y tú sentías que todo el tiempo tenías que caminar sobre huevos para no dañar su frágil auto imagen. ¿Tengo razón?

—Sí —respondió ella. ¿Cómo habría sabido todas esas cosas? —Pues bien, yo puedo ser tan taciturno y temperamental como cualquiera. De

hecho, puedo ser malvado. Pero tú jamás dudaste en demostrarme tu carácter feroz cuando yo me salía de línea. Sabías, conscientemente o no, que yo no soy como Paul. Soy más fuerte, no soy tan frágil. Ni siquiera usaré una muleta como el alcohol para no tener que enfrentar la adversidad.

—Vivir con alguien que constantemente está a la vista del público es difícil, me doy cuenta. Pero no importa lo que la gente diga o lo que leas sobre mí, no lo creas a menos que yo te diga que es verdad. Si las cosas se ponen difíciles, yo dejaré todo y buscaré otro trabajo. Para mí, actuar es una profesión, no una pasión. Tú y Jennifer siempre vendrán primero.

Hizo una inspiración profunda. —Ahora bien, si tú puedes soportar un poco de temperamento artístico, yo puedo

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tolerar tu temperamento explosivo. —¡Mi temperamento explosivo! —exclamó ella, confirmando así a la perfección la

descripción de Drake. Había caído en la trampa, y él se echó a reír. Avergonzada, Lauri se unió a su risa, después se dejó caer sobre él y dijo: —No, no eres como Paul. Y ahora confío en ti. —Su corazón saltaba de gozo, pero

ella debía aclarar todas las dudas y los... fantasmas. —Drake, ¿qué me dices de Susan? —¿Susan? —preguntó él, levantó la cabeza y la miró—. Pensé que me

preguntarías sobre ella.—Suspiró. ¡Dios, no!, gritó Lauri en su interior. — Todavía la amas, ¿verdad? —preguntó, sorprendida de su propia

temeridad. Él la miró, espantado. —¿Eso creías? Ella asintió. —La primera vez que me besaste, me dijiste que amabas a tu esposa. —En tiempo pasado, sí. Es verdad. Cuando la conocí, yo la amaba profundamente.

Nos divertíamos juntos, y nuestra vida sexual era más que satisfactoria. Lauri tuvo un ataque de celos, y debió de notársele. En la boca de Drake apareció

una leve sonrisa antes de que volviera a ponerse serio. —Era linda y talentosa, pero no tenía un espíritu generoso; no tenía alma. Por

mucho que odie confesarlo, era una mujer malcriada, egoísta y superficial. Su ambición me desorientó, porque me incluía también a mí. —Mientras hablaba, Drake se sacó el abrigo y ayudó a Lauri a quitarse el suyo.

—Virtualmente me obligó a aceptar el teleteatro en el que yo no quería actuar. No estaba dispuesta a sacrificarse y permitirme que siguiera estudiando. Quería casarse con una celebridad, como si eso valiera algo —dijo con amargura—. Pero le fascinaba esa vida de celebridad... y el baile. Cuando quedó embarazada, pensé que me iba a castrar. No había querido tomar píldoras anticonceptivas porque la hacían aumentar de peso, pero era culpa exclusivamente mía que hubiera quedado embarazada.

Estaban recostados contra el hogar y Drake la sostenía con el brazo. Le tomó la mano y le dibujó cada vena y hueso con un dedo.

—Qué manos tan preciosas —murmuró y se llevó una a la boca y besó la palma antes de proseguir con su relato.

—Yo tenía miedo de que se hiciera practicar un aborto, pero después de nueve meses de pataletas y de perrerías, dio a luz a Jennifer, y yo quedé fascinado.

Hizo otra pausa, se puso de pie y enfrentó el fuego. Las sombras movedizas le grababan los rasgos de su cara.

—Jennifer tenía seis meses cuando descubrimos que era sorda. ¿Te imaginas la angustia que sentí, Lauri? ¿Los exámenes de conciencia que hice? ¿Estaba siendo castigado por algún pecado secreto? ¿Por ejemplo, robar manzanas cuando tenía diez

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años? Ahora me doy cuenta de lo ridícula que fue tanta culpa, pero fue mi primera reacción. Y no era nada comparada con la de Susan. Como si mi propia culpa no fuera suficiente, Susan también me responsabilizó. "Ante todo, yo no quería tenerla", me gritaba. Como comprenderás, Jennifer no satisfacía las exigencias de Susan, que eran la perfección. Su baile tenía que ser perfecto y quería un marido perfecto. Así que no pudo soportar tener una hija menos que perfecta.

Permaneció en silencio un rato prolongado mientras movía los leños con la punta de la bota y los acercaba a las brasas.

—Un día, llegué tarde a casa del estudio de televisión. Oí que Jennifer lloraba en su cuarto. Cuando fui a ver qué pasaba, estuve por vomitar: mi pequeña estaba acostada sobre sus propios excrementos. Estaba helada y hambrienta. Furioso con Susan, recorrí el departamento corriendo, buscándola. Ella... ella...

No pudo seguir, y Lauri sintió una pena terrible cuando Drake se cubrió la cara con las dos manos. Sabía lo que vendría después. No habló ni se le acercó. Él tendría que sufrir solo su infierno personal. Nadie más podría compartirlo jamás. Ella se había salvado de encontrar el cuerpo de Paul, pero comprendía el horrible recuerdo de Drake.

—Estaba en la bañera, con las dos muñecas cortadas. Era obvio que estaba muerta desde hacía bastante tiempo. —Después de un largo silencio, Drake volvió junto a Lauri, se sentó en la alfombra, la rodeó con los brazos y la apretó contra sí.

—Nunca la perdoné. Dejé que sus padres arreglaran todo lo referente al funeral, al que no quise asistir. La familia de Susan dejó bien en claro que no quería tener nada que ver conmigo ni con Jennifer porque les habíamos robado su tesoro, su princesa. Lauri —la alejó un poco para poder mirarla a los ojos—, juré que no volvería a amar a nadie. Había amado a Susan, y cuando más la necesitábamos, cuando nos hacía falta todo su apoyo y amor, ella nos abandonó. Pero me enamoré de ti. Por eso, no puedes dejarme ahora. Te necesito, ¿no lo entiendes? —La besó con desesperación, y sus labios no tuvieron que suplicar una respuesta; Lauri estaba más que dispuesta a demostrarle cuánto lo amaba.

Cuando finalmente se apartaron, él dijo: —Fui a Nueva York para arreglar cosas relativas a mi profesión, pero también

para exorcizar el fantasma de Susan y visitar su tumba. Yo nunca había estado allí. No puedo decirte el odio y el resentimiento que abrigaba hacia ella. Ahora me doy cuenta de que ella no podía evitar lo que era, tal como ninguno de nosotros puede evitar lo que es. Hasta que comprendí lo que era amar, no pude perdonarla. Ahora lo sé: una hermosa pelirroja me lo enseñó. Empecé a darme cuenta de qué se trataba todo el día en que Jennifer armó un lío terrible con tus maquillajes. Con toda razón te enojaste muchísimo y la castigaste, pero también la perdonaste. Ella nunca dudó de tu amor. Así que yo tenía que volver allá y perdonar a Susan antes de poder ofrecerte mi amor. Quería que no tuviera ninguna mancha.

A estas palabras siguió otro beso profundo, y luego ella dijo: —Esta tarde me preguntaste sobre las cajas del placard, y yo pensé que ibas a

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mostrarle a Jennifer las fotos de Susan. Te oí enseñarle a decir mamá. —¡De modo que eso fue lo que te decidió a irte! —Echó la cabeza hacia atrás y

comenzó a reír. —Te pregunté por las cajas porque ahora puedo tolerar revisarlas. Antes, odiaba tocar cualquier cosa que perteneciera a Susan. Lo que hice fue elegir lo que quería guardar para Jennifer. Algún día, cuando ella tenga edad suficiente para entender, tendremos que hablarle de su madre.

Drake puso una mano debajo del mentón de Lauri y se lo levantó para obligarla a mirarlo.

—Y le estaba enseñando a Jennifer a decir mamá como sorpresa para ti. Eso es lo que quiero que te llame de ahora en adelante. En cuanto estemos legalmente casados, eso es lo que serás para ella.

—Drake... —comenzó a decir Lauri antes de que la boca de él se cerrara sobre la suya.

—¿Y? ¿Ahora tienes menos frío? —preguntó Lauri. Después: —Drake... —con un gemido. Con manos curiosas, él le recorría el cuerpo bajo las burbujas de espuma, en la bañera profunda. Las protestas de Lauri no consiguieron disuadirlo: siguió tocándola de una manera que la hacía arquear el cuello y suspirar. Lauri observó el reflejo de los dos en los espejos que había frente a la bañera; aunque la iluminación sólo consistía en luz de velas, las imágenes de ambos eran nítidas.

—¿Cuándo se te ocurrió esta actividad tan decadente? —preguntó él. —La primera vez que entré en este cuarto de baño —respondió ella, riendo por lo

bajo—. Nos vi a los dos juntos de esta manera. Sentí el impulso de taparle los ojos a Jennifer antes de darme cuenta de que ese espejismo sólo existía en mi imaginación perversa. Desde luego —agregó— creo que es posible que ella haya heredado tu falta de modestia.

—¿Yo soy tan poco modesto? —Me dijiste que desde que hiciste una gira con Hair, perdiste toda la modestia. —¿Yo dije eso? —preguntó Drake, sorprendido—. Pues te mentí. Jamás trabajé

en Hair. Pasó que necesitaba una forma garantizada de meterme en una cama en la que tú estabas desnuda.

—¡Qué sinvergüenza! —dijo ella y le tiró agua a la cara, pero después comenzó a sacársela con la lengua. Mientras ella lo hacía, los dedos de él la fastidiaban sin piedad. De pronto él le preguntó con voz ronca:

—¿Sabes en qué momento me enamoré de ti? —Drake —dijo ella con un suspiro cuando él encontró un punto muy sensible—. No

lo sé, ¿cuándo fue? —preguntó deprisa, porque temía que pronto ni siquiera podría respirar.

—Cuando estábamos en el Salón Ruso de Té y tú fuiste sincera conmigo con respecto a Jennifer y lo que podíamos esperar de ella. —Sonrió. —Aunque también me atrajo esa pelirroja menuda que menospreció a Drake Sloan, y que no le importaba si él era o no una superestrella. Ese día estabas deslumbrante. Confieso que mentalmente te fui quitando la ropa, prenda por prenda. Pero también debo decir que la realidad

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superó con mucho esa fantasía. —Y sus manos le dieron crédito a sus palabras. —¿Cuándo supiste que me amabas? —preguntó Drake después de un beso en el

que su lengua rescató la dulzura de la boca de Lauri. —¿Alguna vez dije que te amaba? —preguntó ella con picardía. La reacción de Drake la sorprendió: giró hasta quedar sobre ella, sin importarle

que el agua se derramara por el costado de la bañera. —¿Me amas? ¿Me amas, Lauri? Con dedos que goteaban agua espumosa, ella le dijo, con señas: Te amo con todo

mi corazón. Ese lenguaje silencioso fue más expresivo que el hablado. Los muslos sedosos de Lauri se movieron sensualmente junto a los de Drake debajo del agua caliente, transmitiendo un mensaje propio. Los ojos de él se enfocaron en los pechos de ella que flotaban en el agua y lo tentaron de manera intolerable.

La boca de Drake se cerró sobre cada uno de sus pezones y jugueteó con ellos con los dientes y la lengua. Y las caderas de Drake calzaron mejor en los huecos del cuerpo de Lauri.

Mientras bebía de su piel mojada, él le dijo: —Los caminos estarán intransitables durante los próximos días. Hasta que

podamos ir a Alburquerque o a Santa Fe para casarnos legalmente, ¿consientes en vivir conmigo en pecado?

La lengua de Lauri jugueteó con el pecho, el mentón y el bigote de Drake. —¿Qué dirías si te contestara que no? —preguntó ella con tono travieso. —Te ahogaría —gruñó él y volvió a bajar la cabeza. —Sí, ahógame, Drake —dijo ella y se arqueó contra él—. Ahógame en tu amor.

Sandra Brown - Romance silencioso (Harlequín by Mariquiña)