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Rodulfo Ricardo - El Niño y El Significante - Un Estudio Sobre Las Funciones Del Jugar en La Constitución Temprana - Buenos Aires - Paidós - 1996

Jul 06, 2018

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    Ricardo Rodulfo

    EL NIÑO

    Y EL SIGNIFICANTEUn estudio sobre las funciones  

    del jugar en la constitución temprana

    Prólogo de Marín Lucila Pelento

    PAIDOS

    Buenas AiresBarcelona

    México

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    Prólogo ilc la Dra. María Lucila Pclcmo .................................   11

    In inxlucción ................................................................................. 15

    1. LA PREGUNTA POR EL NIÑOY LA CLINICA PSICOANALIT1CA .............................   17

    2. ¿DONDE VIVEN LOS NIÑ OS?....................................... 35

    3. SIGNIFICANTE DEL SUJETO/

    SIGNIFICANTE DEL SUPERYO:LAS OPOSICIONES, LAS AM BIGÜE DAD ES............ 55

    4 IMPLICANCIAS Y FUNCIONES DELA FALIZACION TEMPRANA...................................... 76

    5. EL NIÑO Y SUS DESTINOS:FALO, SINTOMA, FA NTA SM A.................................... 88

    6. SOBRE EL AGUJE RO........................................................ 104

    7. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (I):MÁS ACÁ DEL JUEGO DEL CA RR ETEL ................... 120

    8. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (II):

    EL ESPACIO DE LAS DISTANCIAS ABOLIDAS ... . 138

    9. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (III):LA DESAPARICIÓN SIM BO LIZA DA......................... 154

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    10 LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (IV):PEQUEÑOS COMIENZOSDE GRANDES PA TO LOGÍAS........................................ 172

    11. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (V):TRANSICIONAL1DADES .....................................................182

    12. DONDE EL JUGAR ERA.EL TRABAJAR DEBE ADVENIR................................... 198

    13. LAS CONDICIONESDE UNA METAMORFOSIS............................................ 215

     NOTAS......................................................................................... 237

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    Se puede oscilar entre una variante clásica y una más contemporánea en cuanto a los “agradecimientos” : la segunda lossabe con un “ombligo” que se dispersa en lo desconocido; la primera aconseja sensatamente acotarlos un poco. En ese tren,y apoyándose en inciertos jirones de frases y lugares a untiempo móviles y repetitivos, como también en otros que hansido y son posibilitacioncs, es ineludible una cálida deuda con

    mi esposa Marisa Rodulfo: circunstancias concretas renuevanaquí el socorrido cliché que reza “sin cuyo...” , etc., etc. Laseñora Laura Pound trabajó largas horas para hacer legible unmanuscrito que al parecer no lo era tanto y la señora SilviaGoicoa la ayudó en esto y otros detalles con prolijidad y paciencia. Por su parte, la señora Irma Ruiz Aused, de laEditorial Paidós, aportó sugerencias realmente valiosas: inclinarse por escribir “falizar”, en reemplazo del usual galicismo

    “falicizar”, como así también la bella expresión “dem asía” enlugar de “plus” . Por último, mi reconocimiento especial al Dr.Raúl Mejía, padrino de tesis, tan discreto y amable comoalentador. Enumerar estas circunstancias excede la convención formal: quien escribe hace su propia experiencia sobre lanecesariedad de los apuntalamientos.

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    A lo largo del texto, las comillas dobles enmarcan dichosir Unales de pacientes o pequeñas citas, también textuales, de

    otros autores. En cambio, las comillas simples puntúan girosrelativamente típicos, genéricos, o ciertos efectos de entonación, por ejemplo irónica.

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     A Marisa

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     No siempre la publicación de un texto encuentra su lugar ysu tiempo apropiados. Las raras y bienvenidas ocasiones enque ese encuentro se produce, revelan que el autor pudo captarcon lucidez un momento crítico, aquel Kairos de los antiguos,y formular su respuesta personal.

    En la historia de nuestra disciplina —el psicoanálisis—algunas de esas circunstancias criticas se vinculan con elmovimiento al que parecen estar sujetas las teorías. Como se

    observa una y otra vez, el advenimiento de una nueva teoriaconmueve los cimientos de conceptos hasta ese momentovigentes. Sin embargo, muy rápidamente los nuevos conceptos se emblematizan, perdiendo su carácter revulsivo y creador.

    Este circuito, casi inexorable, no obliga a resignarse a susefectos. Por el contrario, exige una lucha para correrse deldeslumbramiento que produce lo nuevo, así como de la trivia*

    lización a la que conduce su transformación en emblema.En este texto, justam ente, Ricardo Rodulfo toma la decisión

    de rev isar algunos de los efectos de un momento revolucionario y crítico: el que se inició en nuestro país con la introducciónde la teoría del significante, uno de los elementos cruciales dela concepiualización lacaniana.

    Acompañado por la profunda convicción de que en elámbito científico los conceptos son herramientas para pensar,

    y no mandatos a seguir ni ídolos a sacralizar, revisa en estetexto las consecuencias de una lectura “demasiado lineal” de

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    la teoría del significante en la práctica con los niños y adolescentes.

    Esta reflexión crítica de un tipo de lectura, que condujosegún el autor a “pasivizar al sujeto” desdibujando su diferen

    cia, lo lleva a desplegar sus propias hipótesis. Hipótesis queen su conjunto permiten ir aprehendiendo “ las cuestiones fundamentales” de este autor (P. Aulagnier, 1984).

    Asumiendo como idea rectora que el “niño no recibe pasivamente significantes ya hechos sino que recibe un material significante que activam ente extrae y procesa”, resigni-fica, investiga cuidadosamente las fuentes de ese material significante, sus posibles destinos, así como las operaciones

    esenciales que realiza el bebé.En la investigación de esas fuentes ocupa un lugar primordial el concepto de “mito”, concepto que sufrió en nuestromedio — bueno es recordarlo— vicisitudes particulares.Enarbolado en un primer momento para señalar el terreno noexplorado por Klein, fue, con el correr del tiempo, relegado aotras formas de terapia o trivializado y vaciado de complejidad, o simplemente olvidado o desestimado.

    La fulgurante definición del mito como archivo que evocael autor, su propia idea del mito familiar como lugar, suconceplualización como “puñado de significantes dispuestosde cierta qianera”, el modelo que propone a partir del término“collage”, ladenuncia acerca de los efectos clínicos negativosa los que conduce mantener la disociación cuerpo/mito, etc.;todos estos elementos vivifican notablemente este concepto.

    Otra consideración que introduce, siguiendo una inspira

    ción de R. y R. Lefort, es aquella que se refiere a dos tipos defuncionamiento diferente del significante: como significantes del superyó o como significantes del yo. Siguiendo el encadenamiento de sus reflexiones, se puede ap reciar la fuerzaque esta diferenciación posee para producir inteligencia sobrediversos hechos: tanto los que hacen a la práctica com o a otraíndole de problemas — tales como los de la producción y laenseñanza del psicoanálisis— .

    Al detallado estudio sobre fuente y destino del materialsignificante, le sigue en esta investigación una cuestión capi

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    tal: la de la función o funciones que hacen posible la extraccióny tramitación de significantes y sus efectos. El desarrollo deesta cuestión — a mi entender, fundamental— abarca y extiende el significado de la pregunta que D. Winnicott formuló, con

    sencillez, en 1945, sobre cuándo comienzan a suceder lascosas importantes y cuáles son las funciones que ponen enmarcha esos procesos estructurantes esenciales. Las articulaciones que propone R. Rodulfo ofrecen una respuesta precisay detallada: esas “cosas importantes” suceden antes y desde elnacimiento, y el  playing w innicottiano es ese eje de transformaciones que permite la estructuración del psiquismo.

    La definición del juego como “agujerear” (agujero cuyos

    efectos imaginarios describió notablemente Klein), la discriminación de funciones en el jugar anteriores al  fo n -d a , la

     puntualización de las invariantes estructurales a las que danlugar, su confluencia en la construcción de la categoría decuerpo, su resignificación en la adolescencia así como lasrelaciones entre juego y trabajo, constituyen un inapreciableaporte (entendiendo por “aporte” un lugar de encuentro— seade acuerdo, o cuestionamiento, o desacuerdo— que puede

    ofrecer un material teórico).

    Antes de darle la palabra al autor haré dos últimas consideraciones: ante todo, deseo señalar que el fino entramado deconceptos que el autor analiza a lo largo de este texto, permiteadvenir su capacidad para recibir y trabajar lo que D. Winnicott, en su carta de 1952, bautizó como “los gestos creadores”de otros autores. Soportando la tensión que el contacto vivo

    con estos “otros gestos” produce, R. Rodulfo pudo elaborar yasumir su propia posición. Tom a de posición que, a mi criterio,lo aleja del peligro de oficializar una torre de Babel. Por elcontrario, lo condujo a plasmar hipótesis coherentes, pronunciándose en una serie de cruciales problemas. Entre ellos unocentral, como es el referido al debate entre historia o estructura,suscitado en las ciencias del hombre bajo la presión delestructuralismo. Coincidiendo en este punto con autores como

    A. Green (o M. Duchet en el campo antropológico), R . Rodulfose define presentando elementos teóricos que, a su juicio.

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     permiten salirdel encierro generado por la oposición historia/estructura.

    Por último, se puede advenir que “las cuestiones fundamentales” que este au tor plantea — aquellas que P. Aulagnier

    describió como “el punto conjugado de fascinación y resistencia que singulariza la relación de un autor con la teoríaanalítica”— no giran sobre sí mismas. Están, en cambio, fuertemente apoyadas en una búsqueda de inteligibilidad de aquellas condicionespsicopatológicas que, desbordando el campode las neurosis, muestran, con mayor o menor rigor, losefectos de fallos en la estructuración psíquica.

    María Lucila Pelento

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    Este libro ha sido amasado con los materiales de un largoseminario dictado por mí durante 1985 en la Facultad dePsicología de la Universidad de Buenos Aires como profesor,a la sazón adjunto e interino de la Cátedra de Clínica de Niñosy Adolescentes, de la que desde 1986 soy titular concursado.Más allá de esa coyuntura, al reunir unos cuantos años de investigación y ahondam iento en desarrollos teóricos personales, es también mi tesis de doctorado presentada en la Univer

    sidad del Salvador. El texto fue reescrito en su totalidad y lasituación de seminario —su “fondo representativo” según laexcelente expresión deAulagnier— que implica tanto preguntas y asociaciones como desvíos y necesarias digresionesquedó incorporada a su estructura bajo una modalidad estilística diferente. La puntuación de este itinerario, cuyo comienzoreal es la práctica clínica del psicoanálisis, acaso valga la pena:de la primera transcripción oral a la segunda en letra, dicho

    material recibe no sólo las determinaciones de la elaboraciónsecundaria (que la elaboración secundaria misma se esfuerza por velar, apelando a lo que Barthes denominaba “índices derealidad”), sino también la oportunidad de entrar en escenas deescritura que implican espacios de reflexión diferentes y precisos, espacios que no se limitan a “poner en palabras": ponen a prueba.

    De entre los muchos caminos que en general siempre abre

    todo libro, y que dependen de encuentros y transferencias particulares, en éste remarcaría al menos tres. En primer 

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    término retoma el tema del desarrollo de algunas ideas yhallazgos clínicos expuestos en otro libro, particularmente encuanto a la naturaleza del jugar1. Por otra pane el textoaborda, no sé con qué fortuna, temáticas y puntos de vista

    quizá un poco nuevos, por ejemplo lo que concierne a unaconcepción no impresionista de la adolescencia. Last but not  least   (y para el autor es esto lo que tiene más resonanciarespecto de la posición  teórica)2, el texto prepara el terreno para un balance histórico que es también un ajuste de cuentascon la teoría del significante y su incidencia en la arduainvestigación analítica sobre la constitución subjetiva. Aquíesta introducción se acota, en el horizonte de otro libro.

    Ricardo Rodulfo, noviembre de 1988

    1Clínica psicoanalítica con niños y adolescentes: una introducción, MarisaRodulfo y Ricardo Rodulfo, Editorial Lugar, Buenos Aires, 1986.

    1 Sobre el conceplo de po sic ión  consúltese “Mimpolíticas III: Yo deseo, tú

    deseas... todos deseamos a Schrcber padre (línea y posición en psicoanálisis)",R. Rodulfo,  Actualidad Psicológica, Buenos Aires, agosto de 1987.

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    1. LA PREGUNTA POR EL NIÑOY LA CLINICA PSICOANALITICA

    Si volvemos a reflexionar sobre la clínica con niños yadolescentes, es ahora esencial reconsiderar la cuestión de lossignificantes en relación a qué llegamos a entender por niño en psicoanálisis. Aparentemente, es muy fácil señalar qué es unniño, pero desde el punto de vista del psicoanalista, allícomienzan los problemas. Si nos situamos en un plano obser-vacional ocond uctista, el niño aparece com o una determinadaentidad psicofísiearU no de los autores más creativos en esteca m p c^ on ^d ^in nic ott.^r ob lem atizó tal evidencia a travésde una paradoja: “lo lbe be s no existen”. Lo importante de estoes que lleva a un cuestionamicnto radical en nuestra praxis conrespecto a lo que aparece tan dado por sentado como ser (de)niño.

    Cuando se cree saberlo sin más trámite y ocurre-que un niño‘de verdad’ es traído a la consulta, no se nos ocurre mirar másallá de él, echar un vistazo a sus costados, por ejemplo (haygente allí); de ahí los tests u otras formas de acopio de datos afin de escudriñar cómo siente, cóm o piensa, cómo fantasea elchico en cuestión, poniendo de relieve que se entiende por‘niño’ algo que empieza y termina en las fronteras de sucuerpo, la célebre entidad psicofísica. Sucede que este métodoes el origen de muchos errores, como inventarle una enfermedad al niño, inventarle una patología para tratarlo, sin plantearse qué pasa allí donde el chico vive, o qué pasa co n la escuelaa donde concurre. No es nada fácil determinar psicoanalítica-mentc lo que por lo común se designa al decir ‘niño ’. Exige

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    movilizar una serie de conceptos, dar no pocos rodeos, resultando finalmente que las cosas clínicas no coinciden del todocon las ideas previas que se tenían.

    Si se considera la historia del psicoanálisis, una de las

     primeras cosas que se ponen en el candelero respecto del niñoen el siglo XIX es su sexualidad, pero en manos del psicoaná-lisis el tem a de la sexualidad del niño (lo hizo notar Foucault)se convierte en un cuestionamiento de la sexualidad del adulto. Es un viraje muy importante en cuyo centro o epicentro podem os ubicar la época en que Freud publica los Tres ensa yos sobre una teoría sexual.   __  __ 

    La cuestión de qué es un niño, en qué consiste un niño. 

    conduce a la preh is tor ia , minándola no sólo en el sentidí >queFreud le otorga (primeros años de vida que luego sucumbena la amnesia), sino la prehistoria en dirección a las gene rae io-nes anteriores (padres, abuelos, etc.), la historia de esa tami-lia. su folklore, especialmente a partir del momento en que al

     psicoanálisis le concierne la problemática de las psicosis enun sentido ampl io, o de los trastornos narcisistas en un sent idomás amplio aun. La historia del chico deja de ser un recuento

    de todo lo que él puede fantasear o no, lo cual conduce por sísolo a toda la problemática de la prehistoria, estoes, lo que lo precede, los modos y gradientes de lo ocurrido determinantes para ese niño, antes de que propiamente exista.

    Esta serie de rodeos se dirige a alertar sobre el peligro queimplica tomar al niño en el sentido más estrecho y cotidiano,a la manera tradicional de las pruebas psicológicas: a quéedad el chico dio tal paso, cómo rinde en tal esfera, medición

    de su cociente intelectual, develamicnto de sus fantasías pro-yectivas. No es que todo esto deba ser masivamente rechazado a priori. sino au e será muy insuficiente, en particular enaquellos casos donde nos enfrentamos a una patología grave.

    , del o rden de obstruir radicalmente el crecimiento, e I desarro-11o. el advenimiento de ese sujeto. Para entender a un chicooa un adolescente (de hecho, incluso a un adulto), tenemos queret rocedefTdonde érñoT O abrat tnr  1-------------------------------

    •f' Hay dos movimientos en psicoanálisis. Uno se popularizomucho, se volvió su representación vulgar: es el retomo del

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     psicoanálisis a lo que fue la infancia, a temáticas como porejemplo, las fantasías tempranas, los traumas precoces, interésen fin por retroceder tanto como se pueda.

    Esto es suficientemente conocido y además conserva toda

    su importancia y toda su validez; el psicoanálisis sigue involucrado en esas cuestiones, pero su gravitación ha quedadoreposicionada en un segundo movimiento más amplio, dondenuestra disciplina se interesa particularmente en ciertas patologías (verbigracia, las psicosis). Este segundo viraje se va

     produciendo lentamente a partir de la década de 1950 y estáestrechamente relacionado con el desplazam iento de la clínicamás allá de las neurosis (fuertemente  “más allá...”), a las

    márgenes ambiguas y fronterizas, a los trastornos narcisistas,esquizofrenias, adicciones, etc. Introduciré un pequeño.ejem plo: se trata de un paciente que empieza su análisis en losúltimos años de la adolescencia. El problema central que lo traeal tratamiento es una^£ eíotipiá^oue lo atormenta, habiendofases en las que llega a evitar todo contacto de su novia y él conel exterior: salidas, amigos, ir a un cine. El punto no son sólolas complicaciones prácticas, considerando el estado anímico

    que se desencadena, en el que queda atrapado por una creencia^enceguecedon(íella se arregla no para agradarle sino para otro,que en algún momento ubica al azar entre la multitud. Elsegundo paso es una requisición absoluta de la mirada de sunovia. Y siempre encuentra (inventa) algún soporte, momento electivo en el cual se encama la suposición de que ella miracon deseo al que nunca es él. Uno de los problemas másdifíciles que abordamos en la clínica es como se en cuentra a

    quien se necesita para autodestruirse, para desplegar sus sínto -mas o para encontrar cierta cómnlementariedad cerrada sóHresí misma.

    Por otro lado, el paciente repara (de manera discontinua) enlo absurdo de sus suposiciones, pero la intensidad d eia certeza,sobre todo en el momento que lo captura su fantasmafi^TT^s'absoluta, llega a tener características de una construccióndelirante en el sentido de resistir toda duda, toda crítica o

    distanciamiento, toda diferencia entre él y su creencia. Haytodo un plano de análisis en el que no avanza mayormente y

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    que concierne a lo relacionado con la imagen de la mujer, o desu novia; por otra parte, durante un tiempo nada significativose produce para que se esclarezca la cuestión. Elegí estefragmento porque las claves principales caen del lado de la

     prehistoria. En un momento dado me di cuenta que en sufamilia, que constituía lo que a primera vista parecía un hogarcomún y corriente, sin embargo se podían descubrir perfilesmenos genéricos, como por ejemplo un episodio psicótico posparto de la madre, una depresión intensísima y larga. Estamadre, que aparece en principio con la fisonomía de una amade casa convencional, sólo se arregla en el sentido quehabitualmente consideramos ‘femenino’, es decir sólo delata

    cierto deseo de gustar, de querer estar linda, cuando se trata desalir a la calle; contrasta su apariencia deslucida dentro de lacasa, lo cual por lo demás ocurre la mayoría del tiempo, entanto que cuando tiene que dejar su hogar hay un especialcuidado para nada, porque en general se trata de hacer algunacompra.

    Descubrimos allí un aspecto muy importante en relacióncon lo erótico: la madre no juega esta imagen con el padre,

    sino en el ámbito de una mirada anónima, fantasmática. El paciente rememora, con respecto al padre, sus aventurasextraconyugales, de las cuales la madre invariablemente seentera, ya que su marido trabaja cerca y las vi ve no lejos de eselugar. Vale decir, todo queda en el mismo barrio, no hay un^intento de doble vida. Punto de confluencia: el padre y lamadre aparecen unidos por un factor común, la sexualidadestá en la calle, fuera de la pareja.

    Hasta que avanzó en su análisis el paciente creía quecuando la madre se enteraba había conmoción verdadera, pero en realidad no ocurría nada de eso, aunque se gritaramucho. En esta familia, lo revolucionario, lo cuestionante, loque alteraría el equilibrio narcisista hubiera sido que la sexualidad estuviese adentro de la casa y en la pareja, no que se laemplazara afuera, actuada o fantaseada, pues esto es lo permitido, lo que está aprobado, y ningún cimiento se quiebra por

    tal situación.El paciente recuerda un relato, reprimido, olvidado por él,

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    y que retomado en ese momento gana importancia. En la casahabía otro personaje qug.poco ap oc o cobra más relevancia enel decurso de su relato: la abuela materna. En el discurso del paciente aparece primeramente co im Cma ‘pacífica anciana’;

     poco a poco, durante el curso del análisis esa imagen toma unviraje de ciento ochenta grados. Y esto cuando el adolescenteadvierte que el poder reside del lado de la abuela y, posteriormente, que las parejas que se arman en la casa pueden ser: laabuela y la madre, 'con tra el padre o alguno de los hijos, perola pareja que nunca se arma es entre el padre y la madre; másaun, advierte que en los pocos momentos en que se atisba laformación de algo parecido a una pareja entre ellos, por

    ejemplo, algún gesto cariñoso o que insinúe sexualidad, esoqueda cercenado porque alguna intervención sinuosa de laabuela provoca una pelea. Así va captando que hay un ordende cosas, una serie de funciones y de equilibrios que desconocía. El hecho de que la sexualidad esté en la calle, mantiene ala madre en la órbita de la abuela; no hay que olvidar que lamadre es una mujer que sj^j iun a^ ^ es iór^ \m a¿ n i lud -C o nla consiguiente internación, ileváncíoie uñlargo año volver a

    hacerse cargo de sus hijos.Dadas estas condiciones —el muchacho recuerda—, su

    madre le contó que, en los primeros años de su vida matrimonial, ella había comenzado a perder sus inhibiciones y adescubrir el placer, pero un día dejó la puerta entreabierta y ala mañana siguiente la abuela — que vivía con ellos desde el

     principio; esto ocurrió antes de que el paciente naciera— lerecriminó ácidamente su vida sexual. La madre le confió al hijo

    que esto constituyó toda una interferencia, y que esa interven-lción nunca había sido superada.

    Disponiendo ya de estas piezas, el paciente se da cuenta, prácticam ente por sí mismo, que sus accesos celotípicos res- ponden a una ley familiar, esto es, que la sexualidad só lo puede darse en la calle y no entre los miembros de la pareja óficia l.com o su novia y el, por ejemplo, ese mismo orden de cosas determinará la creencia de que la mirada de su novia nunca se

    dirija a él con deseo y, por otra parte, todo lo que tenga que veren ella con lo erótico, solo se podrá complementar con ese

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     público anónimo que está en la calle y no con el paciente.2A partir de ahí empieza a desinflarse todo este aparatejo

    delirante de la celotipia, a ser más infrecuente, más débil, más breve, con crecientes posibilidades de crítica, no en el sentidode querer contenerse mediante un esfuerzo de voluntad, sinode que algo pueda caer, dejar de ser una invasión masiva en su psiquismo.

    Tal posibilidad se da, observemos, al analizar una pieza dela prehistoria donde el paciente como entidad psicofísica noexiste; los que cuentan son la pareja de los padres, los iniciosde su vida sexual, la vieja relación que suelda la madre a laabuela, todo lo que, por determinadas razones que llevaría muy

    lejos ahondar, se actualiza, se repite en el. Es distinto suponerque se encontrará la clave de la celotipia en una fantasíainmanente al sujeto, producto autónomo de su inconsciente. Yno porque se pueda desestimar la validez de este registro, en elque el psicoanálisis está irrevocablemente comprometido.Que hemos descubierto un orden fantasmático inconsciente,que aparece en sueños y en múltiples formaciones, es unaverdad que aún resiste. Se trata de lo que rebasa, de lo que va

    más allá, de lo que nos baste con rastrear en el imaginario del paciente para descifrar la clave cuando hay que reconstruirmaterial de otras generaciones. En otras palabras, podríamosdecir que se da, desde el punto de vista del psicoanálisis, elitinerario de un significante, algo significante que se repite bajo transformaciones de generación en generación, “rojoFadián”...

    Otro caso es una madre que viene a la consulta por su

    muchacho drogadicto, menor de edad, con antecedentes policiales y penales. Después de ahondar en toda la sintomatolo-gía del muchacho, esto es, qué drogas toma, índole de los episodios delictivos, inventario de las reprimendas, como al pasarla madre dice: “los segundos hijos varones de la familiasiempre tienen problemas o van presos”. Por esta vía surge unmaterial que concierne a un tío del paciente, segundo hijovarón, y a un tío abuelo, de otra rama de la familia, pero

    también segundo hijo varón: todos ellos habían estado presos por los más diversos delitos. En estos casos es necesario

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    ubicarse de otro modo, siendo harto insuficiente tomar encuenta sólo lo intrapsíquico; hay algo que se marca a fuegocomo repetición: a su calor una frase pesa con el peso de losignificante: “los segundos hijos varones de la familia siempre

    van presos”.Entender el concepto de significante en psicoanálisis g n

    diferirlo del de la lingüística es incurrir en un error grosero. Elguardapolvo que usa el médico o el psicólogo en un centro desalud es un significante: para el que concurre a ese lugarintroduce la dicotomía fálicadel que está con  y del que está sin. Efecto de poder, basta el guardapolvo para que, en cierto tipode casos, surja algo, con la librea del discurso Amo, de lo que

    calificamos como sometimiento; es un ejemplo al fin banal, pero que subraya acerca de qué es un significante com ofenómeno que no se reduce al terreno de las palabras.

    Una frase como “los segundos hijos varones siempre tienen^ problemas” es significante, primero, en la medida en que s e (repite. No todo lo que un paciente clTce es significante, pero, burgueses de Moliere o no, todos somos y desde pequeños un poco burros flautistas. Para que algo, en psicoanálisis, sea/

    considerado significante tiene que repetirse. Este es un prim en  criterio. En este caso tal condición se cumplimenta a las claras:sin duda se puede enlazar a este muchacho con su tío y con sutío abuelo, no por el contenido de la detención, de diversaíndole en cada uno (no es que se haya heredado una tendenciaa las drogas), sino por el aserto de que el segundo va preso. Esimportante, además, tener en cuenta la ambigüedad de la frase, porque si no ahogamos sus resonancias plantea a la escucha

    analítica la cuestión de su estatuto: ¿la madre nos está descri biendo, informando, un estado de cosas: ‘mire qué casualidad,los segundos varones de la familia fueron presos’? ¿Se duele por eso? ¿O se está haciendo portavoz de una ley en el registrode lo inconsciente en esa familia, de un imperativo ‘andá preso,si sos el segundo’, imperativo que vehiculiza un mal deseo para ese sujeto, que tiene que ver con que fracase, y aun con quese destniya? La frase traspone su mero valor de información

    como elemento de anamnesis psiquiátrica, o como elementode una entrevista psicológica pautada.

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    I sta es además una frase que, al igual que en el mito, se daen un tiempo activamente presente, lo cual le otorga unalegalidad (y en ocasiones una fatalidad) problemática. Porotra parte, es revelador escuchar, después del muchacho,

    cómo todo indicio de esperanza queda abolido, cómo en él loineluctable llega a extremos absolutos, lo cual es una complicación muy seria desde el punto de vista de lo que se puedehacer en un análisis.

    Para que algo sea significante se tiene que repetir. Es más,el significante no reconoce la propiedad privada, no es que seade alguien; cruza, circula, atraviesa generaciones, traspasa loindividual, lo grupal y lo social; no es pertenencia de algún

    miembro de una familia; en todo caso es el problema queinterpela a cada uno. A veces los analistas nos olvidam os queexisten significantes más felices para designara alguien, perocuando a un hijo le cae sobre la cabeza un significante comoéste, una de las cuestiones que sin excepción se plantean es enqué términos se entablará relación con él. sea bajo una ciegarepetición o -—s í en la vid íTdeese sujeto desde ni no algoreplica— sea en forma de una batalla por cambiar la dirección

    de lo que je jg R ite - En otros términos, lo que~conceptuad i za-mos como repetición en tanto diferencia. De primar siemprela más obtusa reiteración, la capitulación ante lo mismo sin posibilidad de desvío alguno, en absoluto podríamos cumplircon aquello que Freud propuso como meta: hacer algo tera péutico por un paciente.

    Lo que se juega entonces en una frase como la de lossegundos hijos varones es intersubjetivo, no mera ni necesa

    riamente invención imaginaria de alguien en particular. Unavez que algo es introducido con la función de significante se produce un poco al menos de lo nuevo,  es decir, algo concierto valor distintivo. Y he aqu í un segundo criterio: cuandoun elemento adquiere üravílac ió iis ip ifi^ jn t^ en el momentod e su introducción alfio nuevo se traza. H ayun m odélom uydesarrollado ¿fue me parece óptimo para dilucidar la cuestión,y es el que da Lacan, el modelo de la carretera.3

    A partir de la existencia de una carretera principal im íséríede diferencias se generan en los lugares que atraviesá. Lacan

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    subraya todo lo que se irá amontonando en torno a esaautopista: estaciones de servicio, bares, pequeñas poblaciones,casas solitarias construidas a la vera del camino.

    También es posible plantear la cuestión del significante enel terreno de la intervención psicoanalftica, ya que generalmente decimos muchas cosas y pasa como en esos juegosdonde damos más veces en la herradura que en el clavo. Perohay ciertas intervenciones que demuestran tener una incidencia significante, porque después de ellas algo no queda exactamente igual. En general hablamos de ello cuando contamosnuestras experiencias terapéuticas, en términos de nuestrosmaravillosos triunfos, dejando de lado todas las veces en quela cosa no funcionó tan bien, lo cual es una lástima porque noayuda en la transmisión del psicoanálisis el ejercicio de laomnipotencia.

    Existe otra forma de reconocer el significante y reside enque éstejTo viene con un significado abrochado indisolublemente, sino que arrastra ^ c t o s ^dé^sigñlfícacíon que sonimponderables: es decir, no vale porque designe inequívoca-mente cieno significado, sino por las significaciones que se

    van generando; de manera análoga a la fisión nuclear en tantoencadenam iento de desencadenamientos tan inevitables comoimprevisibles.

    Un adolescente se sentía marcado a fuego por la pasividad,especialmente en el terreno sexual. Le preocupaba que hubiese pasado la época en que, según él, ya tendría que haberaccedido al encuentro con los genitales femeninos, encuentrosiempre diferido. En el análisis, cobró mucho valor una frase

    que históricamente apaj^aa-pussta-eajjoca de tías y abuelascuando él era pequeñ6:J‘cnié lindo que sos^ Lo interesante esque a partir de esta frase7^Tpacientejva'

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    coeficiente de feminización en el adjetivo que lo intoxicasolapadamente. Digamos que se descubre un trabajo significante, en donde, por ejemplo, una de las transformacionesinconscientes es ‘qué fracasado y qué impotente que sos’,

    ‘qué estéril que sos’, ‘qué poco viril que sos’. La insistenciarepetitiva con que en la familia se lo sostiene como “el lindo”a través del tiempo lo condena al estatuto de una bella estatua,‘chiche’ de las mujeres. Así, era muy común que se volvierael objeto predilecto de cierto tipo de histérica interesada enrehuir la genitalidad. En consecuencia, la complementaciónera perfecta, y en su inconsciente se inscribía como impotencia. ^   I c e

    Otra de las ramificaciones que se desprenden del ser“lindo” y que el piscoanálisis revela, es la imposibilidad desoportar y llevar adelante cualquier tipo de proceso (volveremos sobre esto más adelante). Obsérvese que sería biendistinto si se dijera ‘qué lindo que vas a ser’, abriendo ladimensión de un trabajo a realizar en la perspectiva, conceptualmente hablando, del ideal del yrycntiañando el ir a se r laqu? nunca se acaba de ser, pero en nuestroc& soeito ya se na

    con sumado, pevalece la instancia del yo idear»'El muchacho tratará entonces de revertir esa situación,

     pero para aprender algo, por ejemplo, va a tener que pasar primero por un tiempo decisivo de asum ir la posición desaber. De este modo pretende tocar un instrumento, pcro lé estan displaciente la fase inicial que a poco lo deja. Era, de paso,una de las razones por las cuales había consultado: que todolo abandonaba, no soportando la temporalidad de cualquier

    adquisición. Ocurre que para ser lindo no tiene, en cambio,que efectuar trabajo alguno; ya lo es, le dice la frase, y por esomismo anula cualquier realización histórica.

    Este paciente continuó su análisis siendo adulto y una desus luchas más arduas giró en tom o a la paternidad. Una frase esencial en su análisis lo constituyó la búsqueda activa (jeafearse. Se las fue arreglando para romper con el estigma deser jrlirído’\ dejándose la barba, volviéndose temporaria

    mente muy desprol ¡jo, etc., todo lo cual prologaba cam bios deimportancia.

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    Por supuesto, recurrimos a cierta ficción expositiva, dondeen un ángulo de corte determinada frase resalta especialmentecumpliendo así las condiciones para ser significante; pero debesernos claro que una sola frase no resuelve todo un análisis7. Á1

    narrar efcaso, la puntuamos, armando una escena de escrituraque tendrá una correlación aproximada con la realidad del-tratamiento analítico. Por lo demás, a estos nudos que seidestacan en una cadena asociativa nos cuidamos de honrarlo^con lafr insignias de causa prima; en psicoanálisis siempreconviene ser más que cauto al respecto, y no es nada infrecueni ite tropezar con un uso mecánico de la teoría del significante.Todo lo c^uej)ucde decirse es que una frase así indica dónde/

    cierto régimen descanteTamTTKlrtíKu^aiTun sujeto y dónde a su]tumo él se perpetúa, pues no sería justo sum)n

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    estructural— es reducir el acontecimiento al plano del hecho estructurado. Para sortear estas simplificaciones metodológicas, no olvidarse de la* s

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     producción significante, móvil, diferidora.Esta restitución en análisis del peso del significante como

    exigencia de trabajo impulsa al paciente a encarar un rastreohistórico en cuanto a sus relaciones desiderati vas con la madre,

     permitiendo añadir a esa frase puntos suspensivos en lugar dedejarla en un inmovilismo fatalista. Obviamente, para que todoeste proceso tenga validez, aquella exigencia de traba joso eldéscubrimiemode elía donde antes sólo había un mandato) noes una propuesta del analista v sí un efecto del proceso que sedesarrolla durante el análisis. Precisam ente es esencial míe seael paciente quien dé el paso. U na intervención prematura en esadirección, forzando el cuestionamiento porque teóricamente

     parezca válido, puede intensificar el costado imaginario de latransferencia, por ejemplo, ubicándome en la serie materna ydedicando en adelante sus “diez” a mí. Pero si el cuestionamiento va surgiendo en él y lo ayudo para que a esa preguntano la pierda de vista, se reducen muchísimo aquellos riesgos.Debido a esto, la construcción a que en ocasiones el analista seentrega tiene sus contracaras; en tanto el paciente no la acom pañe activamente^no genera un verdadero efecto analítico sino

    lo que Winnicott Jla m a efecto de adoctrinamiento. No esinfrecuenté^encontramos con pacientes en estas condiciones,que han pasado muchos años en tratamiento y aprendieron a parafrasear a su modo la teoría que les enseñó el analista (aveces desde niños). En estos casos se exhibe un saber psicoa-nalítico muy minucioso sobre la historia, pero no nos asom brará que sea un saber desprovisto de eficacia alguna ni quesiga en pie hasta el más insignificante de los síntomas. Desde

    el punto de vista conceptual, corresponde decir que no hubouna intervención significante como tal. Creo posible sostenerque estas dificultades propias del psicoanálisis se incrementanen la clínica con niños y con adolescentes.

    Acaso el criterio princeps  para reconocer unsignifi cante-sea la insistencia repetitiva. PoTejempíoTeiTcomún que"el

     juego de un chico se reproduzca infatigablemente, sin quetengamos la más mínima idea de qué significa eso, exceptoque

    kla repetición nos pone en lax ista de un cierto nudo adescíTrar.En la producción histórica de significaciones, aderñasTíiay

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    efectos en los que no sólo está implicado el sujeto, y esto notiene que ver únicamente con palabras o frases: con igualfrecuencia son determinados actos los que demuestran tener peso significante; apelando a otro material, ‘los hombres de la

    familia se casan muy jóvenes’ puede ser el modo de resumiralgo que se inscribe en el inconsciente no por ser un dicho sinoun procedimiento familiar repetido. Tal inserción del significante lo liga a los hechos más comunes y corrien tes de la vida:de modo que no pocos entre nuestros pequeños intereses yrepulsiones resultan función del lugar al que nos empujaincesantemente cierta cadena. Es importante aclararlo, dadoque al ser usual que desarrollemos ejemplificaciones clínicas

    que a menudo suponen patología severa, es fácil olvidar queel hábitat significante es la cotidianeidad más banal.

    El siguiente punto a precisares que el significante conduce |siempre hacía alguna parte. Puede  ser Tiacia uñ abTsmtTohacia una cumbre, pero cuando algo se gana ese nombre en lahistoria del sujeto, es que lo inclina hacia determinadoscaminos preferenciales. Y éste es el tercer criterio: el sijmiQ- cante t iene dirección.  La frase “qué lindo que sos”, por

    ejemplo, llevaba a un lugar muy diferente que la “te sacastediez”. Aquélla conducía al paciente, a medida que las exigencias sociales aumentaban, a medida que iba dejando atrás suadolescencia, a un callejón sin salida, porque una cosa es serej nene lindo a los tres años y otra muy diferente a losveinticinco; no es haciendo monerías, cabe suponer, la formacomo nos vamos a arreglar en la vida. El itinerario del significante lo extravía en la pasividad de lo escópico, lo cual no

    significa que no pueda salir de allí, la carretera se puedeabandonar, hay diversos itinerarios alternativos activables.

    Si lo pensamos bien, en el simple caso del guardapolvo enla atención hospitalaria son descifrables todos estos efectos.De examinar históricamente las relaciones de poder médico/ paciente a lo largo de varios siglos, tal com o se van configurando en la sociedad occidental a partir del 1600, encontramos las notas distintivas de lo que un elemento cualquiera

    debe poseer para justificar llamarlo significante. En modoalguno esto implica que en la práctica clínica el significante

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    sólo se hallará en boca del niño que nos traen. Por lo tanto,cuando nos preguntamos qué es el niño en psicoanálisis,localizamos ciertas cosas que denominamos significantes, lascuales tienen mucha relación con la formación de ese niño;

     pero estas cosas no necesariamente son producidas por él,inventadas por el, ni dichas por ck en cambio, solemos eneontrarlas en labios y en acciones de quienes lo rodean.

    Una mujer entra a la consulta con un niño pequeño queluego resultó ser aurista. A la analista le extraña que puedadejarlo solo en la sala de espera, pensando que el chicodifícilmente podría sostenerse en esa situación. Ante su interrogante, la madre contesta: “No hay problema, él se queda

    donde yo lo poDgo” Esta frase que sale de la boca de Íama3rele da a su hijo un estatuto de infrahumano, como si fuera unmueble o un paraguas. Lo que caracteriza a un ser humano e<que no se queda donde se le indica; esto lo observamos muy bien en los chicos, si se les dice ‘quedate ahí’ nonos sorprendesu desobediencia y si acatan una orden demasiado rápido, pensamos que están enfermos; pero cuando esto se muestraverdaderamente repetitivo, lo más seguro es que nos aguarda

    un caso grave. En jjuestros términosTlo más terrible que 1c puede suceder a alguien es quedarse donde lo pusieron deter-minados significantes de la prehistoria, incluso cuando eso?sigrnticantes aparentemente suenen bien.

    Pero debemos retroceder un poco para atender a una segunda polarización reduccionista que dejamos en suspenso. Yaseñalamos los problemas que trae darle tanto relieve a la prehistoria que la historia se desvanezca, lo que no dejará de

     pesar en nuestra intervención como analistas con un lastre‘musulmanista’ sobre lo terapéutico: las cartas decisivas yaestarían jugadas; por este camino acabamos escuchando yatendiendo sólo lo que viene de los padres, de los abuelos, ymás atrás aun, pero ya que no recibimos por lo general gentecon una prosapia que justifique un árbol genealógico, situviéramos que contar con saber lo que pasó a los tatarabuelosen relación con el significante, abandonaríamos el psicoanáli

    sis por imposible y nos dedicaríamos a cualquier otra cosa.El reduccionismo inverso conduce a centrarse exclusiva

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    mente en la fantasmática que el niño produce, encerrándoseen sus procesos imaginarios. Atender a la dimensión de lafantasía de los juegos, del £iafi#H u^£smuy importante, perounilateral si se prescinde de las funciom*ysimbólicas y de lorelativo a la prehistoria. MejaniejClein no ignora el hecho deque el chico depende de los padres, pero 10  lo incorpora alanálisis. A los efectos de lo que ella quiere investigar, que esla fantasía infantil, deja congeladas las demás variables, porejemplo, el campo de lo prehistórico apenas lo toma encuenta. Pero su proceder se justifica históricamente en lamedida en que sirvió para abrir camino por el que hasta esemomento nadie había transitado.

    Es una limitación demasiado repetida quedar anacrónicamente adherido a lo que en un momento histórico se formula.Si, por ejemplo, no insertamos los descubrimientos de Mela-nie Klein en un contexto mucho más amplio, si creemos quela fantasía basta para explicarlo todo, podemos llegara pensarque una psicosis infantiles un procesoautogencrado,como sifuera posible psicotizarse por puro devenir del imaginar.

    En la clínica, la repetición de este simplismo nos hace girar

    en vano, constreñidos por estrechez epistemológica a tratar de producir mutaciones en el mundo interno de un paciente,excluyendo la consideración de los discursos que circulan enla familia sobre un niño, a quién viene a sustituir, qué sitioshereda, etc.; tantas dimensiones marginadas del análisis no pueden dejarde ocasionar impasses. Tiene el efecto contrario,el inverso simétrico del que toma la prehistoria como únicofactor causal, despoja de su peso a la vida imaginaria, y sólo

    asigna valor e interés a todo loque va más allá del chico, a todolo que está relacionado con las funciones y los mitos familiares.

    En el análisis con niños, uno de los aspectos más dificultosos, en el sentido en que genera más resistencia en el analista particularmente en los primeros tiempos, es lo referente a los padres. Es común encontrar en un terapeuta, por lo dem ásliábil en su trabajo, evitar al máximo el contactocon aquéllos,

    incluirlos lo menos posible, lo cual no deja de acarrear seriosinconvenientes, según la ley de que lo que no se introduce de

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    derecho retorna a la larga o a la corta bajo la forma de acting out.  Si no tomamos en cuenta el discurso de los padres, sustransferencias frecuentemente malogran tratamientos que en

    otro plano andaban bien. Nunca es saltcablc, más allá de los protocolos tecnobu-rocráticos, escuchar y obrar conforme a lo específico de cadasituación. Siendo sensible a las condiciones particulares, pronto se aprende a establecer la diferencia entre la transferencia enesos padres con suficiente deseo puesto en investir como serseparable al hijo —lo que determina que toleren la situaciónanalítica sin que haya que ocuparse mayormente de ellos— y

    aquellos (sobre todo cuando estudiamos problemáticas másallá de las neurosis) en que esta capacidad casi no existe, dondehistoria y prehistoria abundan en destructividad, en deseos quetienen que ver con la muerte, con el fracaso y con la locura.Aquí no se puede dejar a los padres de lado; es tan importantetrabajar con el chico como con ellos y apostar a la producciónde algún efecto analítico en el discurso familiar.

     No hay una regla fija para estas cosas, Puede ser que enalgún momento sea conveniente, por ejemplo, incorporar unaentrevista con los padres, pero esto hay que decidirlo en cadacaso; otras veces, durante un cierto período las entrevista conlos padres se pueden desarrollar paralelamente a las sesionescon el chico; aun en no pocas ocasiones los padres se incluyenen la sesión. Es decir, no existe una receta técnica, y si hay algoque especifica a la clínica psicoanalídca, es la agudización delo diferencial en cada caso. Lo difícil es j ustamente m antenercsja^flexibilidad^ lo cual no vale como salvoconducto paraintervenirde modo antojadizo, sin respeto por la sobredetermi-nación. Sea lo que sea, nada hay peor que aquella exclusión a priori, porque es una comprobación de hierro en psicoanálisisque lo que tratamos de sacamos de encima acaba por aplastarnos, con tratamiento, dogma y todo. A su vez, si los padres piden una entrevista y el analista está muy pegado a una cartillade estipulaciones, piensa que no bien se la solicitan autom áticamente él debe otorgarla, porque así se lo enseñaron, y noreflexiona que, a veces, ciertas demandas de los padres estánrelacionadas con el deseo de vigilar, interferir, irrumpir en algo

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    de su hijo que es privado. La asistencia inoportuna de los padres puede dar lugar a cierta retracción, a un incremento dela resistencia enojosamente gestado por el analista, y provocala interrupción del material asociativo que se estaba desple

    gando.Compartimos con autores como Lacan o Winnicott la

     profunda desconfianza que despierta la palabra ‘técnica’, queimplica siempre una cierta estandarización y tiende a coagularse en recetas y procedimientos prefabricados; todo analistadebe desconfiar de su sagacidad en cuanto a sortear aquelentrampamicnto. Bachelard y su llamado a una “vigilancia”crítica encuentran aquí su vigencia plena.

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    La pregunta acerca de qué es un niño en psicoanálisisdesemboca en una serie de cuestiones. Particularmente nosdetuvimos en la importancia de lo que llamamos prehistoriao, en otros términos, importancia del mito familiar. Es precisoaclarar que a partir de aquí, modificamos y ampliamos nuestras preguntas clínicas, tomando en cuenta las más básicasque sirven para situar a un paciente. De esta manera cambiatoda la perspectiva de loque podríamos llamar un diagnóstico

    en psicoanálisis, que es algo muy distinto de lo que podría ser, por ejemplo, el diagnóstico para un criterio psiquiátrico o psicológico tradicional.

    Para empezar a situar al niño que nos traen y a lo que lorodea5, no procedemos, como tradicionalmente se hacía, a realizar un inventario de síntomas, que se conoce como semiología. No es que despreciemos hacer un buen rastreo, una buena descripción del campo y localizar loque puede llamar

    se síntoma, sino que eso solo, para nosotros, a partir del mitofamiliar, del peso del mito familiar, nos resulta insuficiente.

    Allí donde otro preguntaría: ¿qué tiene el chico?, y siendola respuesta: ‘no va bien en la escuela’, ‘se hace pis encim a’,‘sufre terrores nocturnos’, y luego procedería a realizar elinventario de todo, nosotros introducimos otras preguntas, por ejemplo, una de las .fundamentales bien podría ser:y.dónde vive este chico?

    Esta no es una pregunta fácil de contestar. Es un criterioimportante determinar si un pequeño sigue viviendo aún en el

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    cuerpo de la madre o si ha empezado a vivir en otro tipo deterritorio, en otro tipo de espacio.

    Otra pregunta que nos hacemos es: /.qué representa ^ste ,chico para el deseo de los padres? Otra forma de preguntarlo,

    desde este punto de vista, es para qué  se lo desea. La formulación binaria (ser descado/ñosér deseado) admité mejoría: unser humano de hecho es deseado para los más diversos usos yesto cubre una gama asaz variada y variable, desde las posibilidades de productividad que se le brinden a alguien en sudesarrollo, hasta propiciarle la psicosis o la muerte.

    Entonces ésta también es una cuestión nada fácil de precisary muy importante de situar. Una pregunta complementaria al

    respecto es en cuanto al lugar que se le a signa a un chicoj^neLmÚQÍamiliar.

    Autoplagiándomc o autocitándome, diría un po^o máscerca de lo que entendemos por mito familiar, que se puedecaracterizarlo por lo que un niño respira allí donde estácolocado; mito familiar entonces homologable en su funciónal aire, al oxígeno, homología que apunta más a lo isomórficoque a lo meramente análogo. Lo que se respira en un lugar a

    través de una serie de prácticas cotidianas que incluyen actos,dichos, ideologemas, normas educativas, regulaciones delcuerpo, que forman un conjunto donde está presente el mitofamiliar. Para tomar un ejemplo, cuando uno le dice a una niña‘Es feo que una nena haga eso’, no hace más que poner enacción el mito familiar, un trozo de ese mito que en este casoconcierne a la diferencia sexual.

    Lo importante es entender que el mito familiar no es

    fácilmente visualizable; no hemos de esperar ‘verlo’ desplegarse ante nosotros como una unidad acabada, congruente,lista para ser examinada. En la práctica — y hace un poco alsaber de nuestra tarea y al saber de nuestro trabajo— , el mitofamiliar hay que sonsacarlo y deducirlo; suele pasar ciertotiempo antes que se filtre algo que reconozcamos como partede él. A veces escuchamos frases, trozos más o menos escla-recedorcs. El ejemplo del capítulo anterior, en el cual la madre

    decía ‘este chico se queda donde yo lo pongo’ pone de entradasobre la mesa algo del orden mítico, constituye una trágica

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    definición de lo que es un niño en esa familia: algo que permanece inmóvil a llí donde lo ponen, situación con consecuencias muy particulares para ese niño en especial.

    Pero, por lo general, la regla es que el mito familiar en un

    análisis lo extraemos de a trozos. No basta con las primerasentrevistas, a lo sumo éstas nos permiten situar algunos de susaspectos y sintonizar algo de su tendencia dominante. Encambio, es un concepto que altera profundamente la concepción m isma de las entrevistas iniciales o preliminares: ya noes cuestión de procurarse informaciones como la de saber aqué edad empezó a caminar el niño, o a qué edad le salieronlos primeros dientes. Este tipo de datos sólo nos interesará

    re si gn i fie adose n un contexto mucho más amplio. Es muydifícil comenzar el tratamiento de un niño— personalmente lodesaconsejaría— , más aun, pronunciarse por si es necesarioo no su tratamiento sin tener una noción aproximada de los irasgos principales del mito familiar en donde ese niño está posic ionado y cómo. Considero muy importante que se dediquen a tal finalidad las entrevistas preliminares. He aquí unejemplo puntual, muy esquemático, muy tendencioso en el

    sentido que lo he extra ído muy al través. Los padres de unniño de sc isjm os^onsi¿tan, un poco a instancias del pediatraque dice que es hiperkinético; además, en la escuela semuestra agresivo. El centro de gravedad de la entrevista sedesplaza luego al estado de conflicto permanente y nuclearentre los miembros de la pareja parental la cual inclusocalifica la transferencia conm igo, porque casi lo primero quedicen es que uno quería consultar y el otro no, uno considera

    que el chico está ‘diez puntos’ y el otro que el chico estácargado de problemas. De ahí, es muy importante más quecompilar una serie de datos, localizar un elemento. Este hijoes concebido después de una separación y testimonia la posterior reconciliación de los padres. Y a durante el embarazo searrepienten de ambas decisiones: la de reconciliarse y la detenerlo. Es uno de esos casos, nada infrecuentes, en donde unniño ha sido destinado a unir una pareja que tambalea y, por

    ende, a un gran fracaso. Este nivel concierne al mito familiarmás que a la historia a secas; nadie nos dice “estamos eno

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     jados con el porque no sólo no nos llevamos bien como pensábamos después de reconciliarnos y tenerlo, sinoque todosiguió tan mal como antes” . Nadie nos dice tal cosa, pero se la puede reconstruir6.

    Toma entonces el rigor de la enunciación de una ley: todoslos datos clásicos de una entrevista, todos los detalles dispersos, se vuelven importantes sólo si se los aloja dentro del mitofamiliar, de lo contrario se convienen en un listado molestocon el cual no sabemos qué hacer: después de preguntar yanotar las respuestas, nos encontramos ante una hojarascainutilizable.

    Lévi-Strauss dice algo importante al respecto: es tan mala

    la carencia de datos sobre algo que uno quiere estudiar, comoel abarrotamiento porque sí, el exceso de datos sin criterio deselección y de ubicación nos paraliza. Es un infortunio característico en las instituciones ordenar al psicólogo que hagaentrevistas muy pautadas, tests, etc., y que redacte un informeque luego nadie lee, y si lo lee nada saca en limpio porque faltacri terio organizador, o lugar donde poner  esa masa de información.

    Tampoco hay que entender el mito familiar como algo máso menos congruente y unitario, algo más o menos sistematizado y armónico. Es mejor concebirlo como una red o haz de pequeños mitos, no en singular y en términos del procesosecundario, y así hacer el recorrido de sus incongruencias,contradicciones, lagunas y disociaciones; definitivamente, noestamos ante una unidad armoniosa de tendencia única, en lacual con frecuencia se incurre, cayendo en una visión harto

    simplista del concepto.La importancia del mito familiar nos lleva a distinguir dosniveles sobre los que discurrirem os a lo largo de este volumen:el niveTde lo que l i a  proceso y el nivcLde kuiue llamaré

     función. Cuando decimos ‘niño’ en psicoanálisis implicamos — sobre todo cuando se trata de un niño pequeño— la cuestiónde la construcción misma del sujeto. Tomamos o tocamosambos niveles a la vez: no sólo todo lo relacionado con

    aquellos procesos, por ejemplo su trama de fantasías (lo queunos autores designan su mundo interno, y lo que otros

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     prefieren llamar su imaginario), sino todo lo relativo a lasfunciones en las que se apuntala para advenir sujeto, porejemplo, función materna, función paterna, las funciones quementan a los implicados en aquel advenimiento, las funciones

    que cumplen los hermanos y los miembros de otra generación, como los abuelos7.

    El psicoanálisis dio un paso adelante el día en el quealgunos psicoanalistas empezaron a pensar sin abandonar su propio lugar donde estaban parados para hacerlo*. Este nivel prácticamente ausente en los trabajos de Melanie Klein, encambio aparece con toda su relevancia en autores comoWinnicott, los Le fort, Dolto, y en general en muchos de los

    que se agrupan en tom od e Lacan a partirde ladécada de 1950,y también, con todo derecho, en otros psicoanalistas comoSam i-Aliy Balint. Actualmente, ya no pensamos que analizara un niño es reunirse con él, conocer sus fantasías, tratar decaptar su inconsciente y punto. No porque ello no importé7sino porque resta incompleto si no añadimos en dónde estáimplantado, dónde vive, en qiié mito vive, qué mito respira yqué significa, en ese lugar, ser madre y padre.

    Sin esos recaudos el tratamiento suele desembocar en unfinal abrupto, porque si descuidamos esa dimensión, los padres desde lo real pueden derribar el análisis con algunaactuación, no por culpa de ellos, sino de nuestra omisión. Setrata de una decisión teórica capital para el curso de nuestra práctica, particularmente cuando atravesam os la diferenciaentre el cam po de las neurosis y lo que lo sobrepasa9. Cuantomás avanzamos en el terreno de una psicosis temprana, por

    ejemplo, más insuficiente nos resulta confinarnos al nivel deloque el niño produce, porque está tanto más frágil y masivamente adherido al lugar donde vive, mientras que la neurosistiene una autonomía relativa considerablemente mayor. Podemos tratar a un neurótico adulto sin conocer jam ás a sufamilia; es más, no la debemos conocer si se trata de un adultoo de un adolescente tardío, porque no haría masque interferiren el análisis: no nos interesa, es una variable que podemos

    despreciar.Tratándose de autismo, psicosis u otros trastornos narcisis-

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    tas, cualquiera sea la posición teórica del terapeuta, la práctica siempre lo lleva a tener algún tipo de intervención sobre lafamilia, el discurso familiar, los padres; los mismos hechosclínicos lo fuerzan hacia allí... a menos que prefiera que esos

    factores obstruyan su labor.Por ejemplo, volviendo al niño que se queda donde lo

     ponen, si uno quiere intentar algo con él, aunque más no seaque se corra un poco respecto a donde lo clejim rñólo lograráexcluyendo a los padres, reuniéndose solamente con.# , atendien do a cómo juega (además ño jüégaVescuchando cuandohabla (además no habla). Indefectiblemente tendrá que haceralgo (para un psicoanalista, supone algo i\c interpretación) con

    los p

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    un libro, me critican, me preguntan o me interpelan comoautor para incorporarme mal o bien a una cierta inter-tcxtualidad. Así se relacionan dos significantes entre sí: unoes el de mi nombre y apellido. En la medida en que éste

    representa todo lo que se sabe de mí, es que en esa condiciónse me introduce en la máquina literaria. Pero, ¿ante qijién mek‘presenta ese apellido? Me representa para otro significanteque es la red intertextual psicoanalítica en sus múltiples diferenciaciones internas. Enseguida advertimos que el significante es algo más que un mero título, una mera palabra, todoese conjunto de reglamentos tácitos, de citas, de estilos, deslogans, de redundancias, de decisiones políticas, de forma

    ciones más sintomáticas que conceptuales, en fin, de disposiciones que conforman una práctica específica de la letra comola del psicoanálisis.

    En la clínica esto se presenta de una manera más compleja, porque tiene que ver con la transferencia pero el punto que esimperioso destacar antes de perderse en los detalles de unmaterial cualquiera, es el siguiente. Para poder ser, en elsentido en que cabe hablar en psicoanálisis, para encontrar

    cierta posibilidad de implantación en la vida humana, la únicaoportunidad que tiene un sujeto es asirse a un significante.Para poder vivir no basta con las proteínas en el ordensimbólico, es necesario adscribirse aunque más no sea a un poco de significante.

    Es instructivo asociar esta ley inapelable a una típicahistoria, recurrente en material de psicosis, jque nos cuenta deun recién nacido que no fue anotado en el Registro Civil sino

    mucho tiempo después de su nacimiento y vivió así días sinexistencia simbólica, sin estar inscripto en ninguna parto;hecho que nos transmite algo esencial sobre la llegada almundo de este sujeto, sobre cóm o se lo ha esperado. Con un plus de significación aun, como es en muchos de estos casosel extravío irreversible de la fecha real de nacimiento, nimbada por un velo de duda y de confusión.

    La tarea originaria.de un bebé cuando v iene al mundo es

    tratar de encont rar significan tesqueJo repres£jQter}, porque nolo encuentra todo hecho. Si bastasen para representarlo su

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    nombre y apellido, no tendríamos campo para trabajar.Hemos confrontado brevemente dos ejemplos: ‘que lindo

    que sos’ y ‘te sacastediez*. Es lícito decir que esas frases sonsignificantes que representan a ambos sujetos. El “qué lindo

    que sos” lo representa, por mucho tiempo (por supuesto que noes lo único que lo representa), y genera todo tipo de efectos. Lomismo el “te sacaste diez”. Lejos de ser entes pasivos, sólo preocupados por obtener satisfacciones orales, como en alguna época el psicoanálisis pintó a los bebés, la tarea eminentemente activa que todo ser humano debe emprender, para la quenecesita ayuda porque solo no puede consumarla, es encontrarsignificantes que lo representen ante y dentro del discurso

    familiar, en el seno del mito familiar, o sea del cam po deseantefamiliar. .En las ncurosis, el sujeto encuentra significaniejujuc"lo representen, ése no es el problema; en las psicosis los busca"y tiene que luchar con losqu e tienden a destruirle: ^

    Esa primera tarea es de tipo extractivo: ha de arrancar tossignificantes que lo representen. A veces vemos qüe-nríiiinoquiere llevar algo de la sesión, algo que ha hecho: eso puedetenermuchas significaciones, renunciamosde antemano como

     psicoanalistas a encontrar una sola. Una posible y de muchatrascendencia transferencial es que esté en juego que loque ha producido junto con su analista tenga el valor de representarlocomo sujeto, algo de lo cual él pueda aferrarse para vivir.Conseguir un lugar para vivir depende de los significantes queuno encuentra. Un niñole ha pedido a la analista que lo d ibujov se lleva el dibujo. Luego los padres le cuentan a ella que 1

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    que es pensable como una fantasía de nacimiento en la transferencia.

    Durante un episodio de tipo paranoico, un adolescenteteoriza a su manera. Entre otras cosas, reprocha a su madre no

    haber “agarrado a la vida” al padre — éste se había suicidadomuchos’años antes, cuando el paciente era bastante pequeño— . Según su recriminación, su madre no le dio al padrenada que le sirviese como punto de anclaje a la existencia,abundando en recriminaciones respecto de la frialdad y laescasa disponibilidad amorosa de aquélla. Pero lo que elmuchacho enfatiza es el carácter de significante (antes queotros modos de lo material) que debe tener algo para que sea

     posible asirse de él, como en el caso de un ‘te quie ro’, o‘alguien me quiere’, o ‘soy querido por alguien’. Si algo deeste orden no aparece baio ninguna forma, la gestión de unsitio es imposible.

    Constituye un problema teórico ir más allá de lo que estasfórmulas connotan del amor como sentimiento y percatarsede las complejas operaciones involucradas. El poeta Michauxescribe: “El am ores la ocupación del espacio”. Para nosotros,analistas, es una expresión de enorme densidad conceptual.Ocupar un espacio físico viniendo a l mundo primeramente,ñero sobr¿ todo ocupar un lugar en el deseo del Otro, sin elcual la vida, de entrada, pierde toda posibilidad de sentido; pero para que esto se cumpla es preciso que alguien donelugar. Cuando, por ejemplo, hablamos de abortar un hijo nonos referimos a la dimensión literal; no pocas veces descubrimos abortos metafóricos con los que se rehúsa aquel don.Ahora bien, si el espacio es una característica esencial deldeseo, el siguiente paso es señalar que la instrumentaciónconcreta, el medio de dicha operación, es un dispositivo o unacomposición de significantes10.

    Generalmente, en Tá transmisión del psicoanálisis necesitamos insistir en el hecho de que el deseo es lo que circula entoda cadena o composición significante y hace que ésta nosinterese, ya que no nos interesa la cadena simbólica de unacomputadora, por ejemplo, salvo que nuestro tema sea eldeseo del científico. Hay que insistir en ello: cuando escribi

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    mos ‘cadena simbólica’ damos por sentado que pensamos encadenas, a su tumo encadenadas por el deseo.

    El bebé tiene que trabajar y aun luchar para adquirirsignificantes. Las funciones, parcntales y otras, deben auxi

    liarlo, brindándole las condiciones mínimas, pero no puedenregalárselos hechos; mejor dicho, si hubiera imposición designificantes, si no se le permitiera hallarlos, fallaría lo esencial. Lo mismo sucede en el tratamiento analítico. El sujetoacude en busca de significantes que lo representen o trasciertos cambios en los significantes que lo representan, ofrecuentemente deshacerse de alguno. Es para ello que serequiere nuestra ayuda, el análisis no lo puede hacer él solo.

    Intervenimos primeramente favoreciendo condiciones paraque él logre advenir al encuentro del significante o replantearsu relación con él, pero si se los damos hechos, nuestraintervención no sería psicoanalítica sino un adoctrinamientocon ‘contenidos’ psicoanalíticos.

    Se trata de un recentramiento histórico concebir el psicoanálisis antes que nada com o donador de lugar, y no como unamáquina hermenéutica. Esta interpretación sólo funciona si se

    hace en cieno lugar que se ha creado; de lo contrario o no sirveo daña, como ocurre con las interpretaciones llamadas salva

     jes.Dicho de otra forma, estudiamos los modos y las condicio

    nes a través de los cuales el bebé va haciéndose un cuerpo, y,al respecto, que anatómicamente lo tenga sólo induce a error.Desde el punto de vista simbólico es una mentira, no es suyo,está muy lejos de poder asun* irlo, a lo sumo vale decir que

    dispone de la potencialidad de tenerlo, de apropiárselo a lolargo de un complicado devenir histórico-estructural paracumplir el cual lo ayudan no tanto el instinto como lasfunciones parentales.

    Debemos tomaren cuenta la eventualidad (que establece ladiferencia entre una situación neurótica y otra psicótica) deque un sujeto no encuentre condiciones propiciatorias para la producción de significantes que lo reprecenten, y que en sulugar comparezcan, de manera aplastante significantes delsuperyó, en una verdadera sustituciórfUe lo esperable entérminos libidinales".

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    Un niño de quien aún no se dice que tenga una evolución psicótica (aunque se la tema) es traído a la consulta. Poco a poco, el motivo que se impone conduce a la pareja parental.

    Los padres están separados desde hace varios años, pero lasepaniSiSnnoesmásqueuna ficción,porejuccstánunidos porel odio. No tarda en descubrirse (tras los buenos modales delcomienzo) un estado de perpetua guerra entre ellos, guerraque se lleva a cabo de mil formas, según el viejo adagio de queen el amor y en estas cosas todo está permitido. Esta situaciónalcanza un nivel que excede largamente las coyunturas triviales y tempestuosas asociadas por lo general a una separación.En cambio, adopta un carácter masivo y con picos de convicción tan delirante que es irresistible la evocación de lo queAulagnier formula en cuanto condiciones de formación deuna paranoia. Esta guerra más fría o más caliente, perosiempre constante, requiere la presencia de un testigo paralizado, que es casualmente el hijo. ¿Qué podemos encontrar delos significantes en este niño? Dos muestras al respecto nosdevuelven a la temática del superyó, pero no en esa dimensiónligada a la disolución del complejo de Edipo; antes bien, esenivel del superyó descubierto en p s ic o a n á lis is estudiar lareacción terapéutica negativa, el suicidio, el masoquismomoral; ese nivel que Melanie Klein llamaba del superyósádico, y Fairbairn, prcmoral. Una función destructiva, nouna función de regulador normativo.

    Primera muestra: el niño se llama Luciano. P)\  respecto noscuentan que esperaban una nena,Üucía, y en su lugar advino‘Lucía no’. Broma muy instructiva para detectar cómo se lonominá, con un término que lo niega. Aquí la nominación esuna trampa; sólo nos dice que él no es la esperada, no es la deseada. En ese sentido, no es un significante que pueda servirle para vivir; no podemos decirque lo represente sino que representa instancias maternas y paternas hostiles hacia el hijo.

    Segunda muestra: $u_roj>a. La ropa es un modo de significarse. Cuando el chico hace múltiples juegos con ella, cuandodescubre que se pone y se saca, entabla una relación muy

     particular y muy íntima a la vez con eso que es él y no es él. No sólo el psicoanálisis intuye que la ropa no es aleo ‘exter

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    no’, que en ciertas condiciones fomia parte de nuestro cuerpo,como ocurre con la casa y con otras cosas; no hay un límite tan preciso como podría malentcnderse. Pues bien, entre otrosservicios, la ropa sirve también para significarse en determina

    dos mom entos, por ejemplo, para significarse como de un sexodeterminado. Pero la experiencia de Luciano es muy distinta:cuando él llega a casa de su padre (los días que le correspondeir a verlo) debe quitarse toda la ropa que trac de casa de sumadre y vestirse con la que aquél le ha com prado para estar allí.Y viceversa. Por lo tanto, él no dice ‘mi’ ropa, sino “esta ropaes de mi papá”, “esta ropa es de mi mamá”. Probablemente, nisiquiera necesitemos de demasiada sutileza psicoanalítica

     para sacar cuentas de qué tipo de marca deja este procedersobre el cuerpo, porque, en definitiva, su cuerpo está partidoendos, es el cuerpo de papá y el cuerpo de mamá. Y es un acabadoexponente de significante del superyó, es una configuraciónmuy diversa de la que examinam os gravitando en torno al “quélindo que sos”, caso en el cual la ropa formaba parte de esa presunta belleza. tt**lo que hace a Luciano, significa elrecíproco odio entre los padres; el cuerpo del hijo es un cam po

    de batalla. Lo que viene a subrayar es el odio que lo engendró,el odio bajo el cual nació, el odio que es su causa; significa esa partición sobre su cuerpo, por lo tanto no es un significanteapto para representarlo com o sujeto.

    Clínicamente es notorio que en ningún momento Lucianosubjetiva lo que lleva puesto com o propio y, a partir de allí, yano puede por desgracia asombramos que inconscientementesu cuerpo esté afectado por idéntico reparto. Así pasa las

    sesiones armando interminables peleas entre dos bandos,mientras él se coloca alternativamente de uno y de otro lado,sin diferenciarse.

    Hay una edad (alrededor del segundo año de vida) en laqu eun niño comienza a repetir no sólo lo que él dice de motu

     proprio, sino lo que le dijeron en carácter de órdenes: porejemplo, toma algo que le está prohibido tomar, diciendosimultáneamente “no toque”, “no tocar”. Es un exponente de

    un significante del superyó que al ser muy común sueledesplegarse libre de patología; esto se verifica porque el niño

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     puede tocar igual. Junto al significante del superyóen ascensoahí está, no obstante, la posibilidad de que el niño mantengasu deseo y toque. Por lo menos hay un conflicto entreobedecer o no. En todo niño hay un cierto equilibrio entre

    estos dos tipos de significantes.El pequeño repite la orden com o si fuera el Otro, dice “no

    se toca” especularmente, sin hacer el cambio, habla las pala bras del Otro entendido no en una posición cualquiera y no en posición de semejante, Otro definido o reconocido por un poder, en tanto lugar de la orden, lugar de la Ley. Durante elsegundo año de vida es sabido que los niños atraviesan lo quese llama período de negativismo, en sí saludable, período en

    el cual diferencian cierto uso del no.  Así, cuando se les pregunta “¿querés tal cosa?”, replican “no”, aun cuando luegoacepten. El "no" es su documento de identidad.  Acontecimiento decisivo por su efecto separador, el niño abandona elcuerpo de los otros y se muda a otro territorio. En este proceso,el “no” en el que insiste, que se opone a toda demanda, no es el mismo “no"   del “no se toca” que va notando que no lo re presenta, mientras que se identif¡ca en cuerpo y alma a ‘ su ’no ,

    verdadero ‘caballito de batalla’ (o dicho con mayor empaque,motivo generador de su diferenciación subjetiva). Aquel “nose toca” representa, en cambio, un incipiente superyó, superyó todavía en voz alta; no está internalizado en el sentido de“conciencia moral” (Freud). Del equilibrio entre estos motivos depende cierta estabilización temprana del sujeto.

    El padre de Schreber subrayaba en uno de sus escritos pedagógicos la importancia de abolir desde el momento más

    temprano toda dimensión de autonomía en el sujeto, interviniendo ya durante la lactancia, a fin de aplastar los mínimosconatos de espontaneidad. El padre de Schreber era un pedagogo que algunos consideran com o precursor del nazismo, nosin razón porque hay ciertas cosas que anticipa; pero nadie podría discutirle que fue un hombre muy lúcido en su paranoia. Es notable la precisión, la seguridad, el rigor con los queva al grano: es preciso que el niño renuncie de entrada y sin

    medias tintas a toda iniciativa propia. El aparato y los castigosque con ese propósito moviliza conforman una máquina

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    maestra de significantes del superyó que aparecen para mutilar cualquier posibilidad de palabra propia en un sujeto y queeste singular pedagogo nos ha ayudado aconceptualizar. Si asílo queremos, ya que la insistencia repetitiva es fundamental

     para la aprehensión de un concepto, podem os plantearlo.enitérminos de ficción: alguien llega al mundo. ¿Qué significan-'tes hay allí disponibles? Es un poco como cuando uno ácce3éa una situación nueva cualquiera, aunque esté más crecido queun bebé. Lo usual en un caso así es preguntar por las reglas del

     juego (sobre todo las realmente vigentes en el lugar en cuestión). ¿Cómo se debe proceder aquí para conseguir sitio, y sitioaceptable? En nuestro caso, ¿qué hay que hacer para lograr ser

    deseado en esa familia? ¿Qué, para ocupar algún puesto en eldeseo del Otro? No existe cuestión más primordial ni que seformule más temprano en el nivel en que cada edad lo puede preguntar: ¿qué hay aquí para situarme, que me sirva para mi propia apropiación? Hay, por ejemplo, “qué lindo que sos”; bien, esto sirve, se toma, el problem a ulterior es quedardemasiado prendido a ese dicho, como veremos luego. Locierto es que las más diversas cosas resultan material aprove

    chable, “todo puede servir”12.Retomemos esta consigna del deseo, esta consigna edípicaentre madre e hijo adolescente: el análisis no deja dudas encuanto a que “te sacaste diez” asegura cierto lugar. Además delas muchas buenas notas que en efecto cosecha, la frase lorepresenta, él es esc “te sacaste diez”, y no solamente porquese presente ante los otros como uno de los mejores allí dondeestá. Este paciente, no obstante, consulta por algo que en

     principio recuerda una celotipia con matices paranoicos^ en permanente búsqueda de apoyaturas ‘objetivas’, acechandoadonde van las miradas de su novia, traspasada la cualselevantó una compleja formación depresiva con ciclos silenciosos pero constantes. En ese nivel, cobra creciente importanciala figura de una abueladel muchacho,Tástiíquedamos con unfragmento significativo de naturaleza muy distinta de la del “tesacaste diez” , fragmento que en realidad no pertenece exacta

    mente a sus fantasmas o recuerdos, sino que proviene de la prehistoria, vía su abuela. Había dedicado una sesión a una

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    especie de balance iras un año de tratamiento. Al despedirse,me comenta lo bien que se siente, lo contento que está y lo útilque le resultó el análisis. Esas expresiones fueron el preámbulo de una violenta caída en depresión, con la que llegó a la

    sesión siguiente; la síntesis fue que “todo es un desastre”.Desastre que tiene a la vez lacondición de ser enumerado. (Laenumerabilidad de lo catastrófico es un rasgo notable de lasformaciones depresivas.) Momento oportuno para que miintervención destaque e i hecho de que el bienestar no puede o no debe perdurar. El punto de corte lo constituye precisamente la puesta en palabras, decir  el decir  del ‘sentirse b ien’,enunciación que anuncia la caída, la adelanta como su heral

    do.Le señalo la necesidad  que parece regir este ciclo; subrayoque por razones que desconocemos hay algo que debe discontinuarse en él — cosa que apunto en la medida que constituyea mi juicio el fenómeno central en la depresión— . La depresión es la enfermedad de la continuidad, nada más esencialque su quiebra. A continuación asocia que él toca la guitarray en realidad se da cuenta que lo hace bien, por lo menos, bien

    al nivel de amateur. Pero cuando le piden que lo haga siempreresponde igual : “soy un desastre”, la diferencia con unaverdadera muletilla es la convicción con que lo dice.

    ¿De dónde salen este “soy un desastre” y esta convicción?Entnnrefr »nn P-srena ern que locaba en la cocina desu casa y escuchó la voz de la abuela burlándose de él y de su*instrumento. Un recuerdo de tantos, sin mayor valor afectivo,en sí mismo, hasta que en análisis, lo vuelve importante elhecho de enhebrarlo. Esto abre espacio a una serie en la quesu abuela está en posición ridiculizadora y descalificante, y endonde además quien recibe permanentemente el epíteto de“qué desastre” de sus labios es la madre del paciente: recordemos que años atrás haj)ía tenido una crisis depresiva^pos- parto muy severa, con internación. Este “qué desastre” Ta paraliza, según confiesa al hijo: “Mirá vos lo que me pasa,cuando no está la abuela, puedo hacer esto bien’*. Se refiere 3que se las arregla con la casa, le alcanza el tiempo, fluye mástranquila en lo que hace. La presencia de su propia madre

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    modifica radicalmente las cosas. Vale la pena subrayar el pesoque cobra la alternancia presente/ausente en la regulación desu autoestima.

    Cuando a su turno el paciente retoma el “soy un desastre” .

    transforma el “sos un desastre” anterior como si esa esquirla proveniente del discurso de la abuela pasara a activarse en élcontra sí mismo. Es asíobligadoare significarco n ese términotodo cuanto hace, y hasta a producir desastres en pequeñaescala (variable acorde a la gravedad de cada caso) en los queaquella resignificación encuentra a la vez su apoyatura y sucumplimiento. Obra maestra del significante del superyó quese contrapone (cuando no neutraliza directamente) al “te

    sacaste diez”.El régimen del significante del superyó tiene su propia producción, que podemos designar como goce del Otro, detec-table en distintos niveles. A uno ofrece acceso un caso comoel de Luciano, con la imago fuerte o marcada de los padresensañándose sobre el cuerpo del niño en su furiosa contienda.En el paciente que ahora examinamos, los tiempos del goce semanifiestan mediante períodos de eclipse de sus actos como

    sujeto (con derecho al) de deseo. Quienes lo rodean (sus com  pañeros de deporte, por ejemplo) se asombran de sus bruscosvirajes, de cómo desaparece, sobre todo, pasando de ser un

     jugador valioso para su equipo a una condición de lentitudtorpe o de des-presencia en la que se diría que, más que jugarmal, no juega para ningún equip o... pieza del significante deaplastamiento por excelencia. Aquí el sujetodel goce se diluyenotoriamente, se impersonaliza (pues seria del todo insuficiente remitirlo a la imago de la abuela. Esta imago es pertinente,

     pero debe ser acotada si pretendemos la cura, si pretendemosliberar al paciente de sus aboliciones... lo ‘abuelizable’ encuentra límites muy concretos de eficacia). Hay que l le j^ e nel curso del psicoanálisis al nivel del noce (Je la frase : la frase(u otra forma de acio^ q u e n o pertenece a nadie^ oza. Nivelabsolutamente esencial. Yo diría que justamente goza en lamedida misma en que no pertenece a nadie. Se ha soltado,

     por corredores sin nombre!En el t