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ANA MARÍA STUVEN V. La seducción de un orden. Las elites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX . Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 2000, 316 págs. Si se tiene presente que hacia 1870 la población total de Chile alcanzaba a poco más de un millón novecientas cincuenta mil personas, que ese mismo año los inscritos en el registro electoral eran poco más de 43.000 ciudadanos y que los votantes en las elecciones parlamentarias realizadas ese año fueron 30.632, y si además se tiene presente que en el mismo año 1870 las personas que sabían leer y escribir eran poco más de 340 mil, es decir, el 17,6% de la población del país, podrá recién aquilatarse de qué tipo de elite se trata y de cuántas personas se habla cuando se alude a la elite chilena de la primera mitad del siglo XIX. Pues bien, a esa elite, y a sus querellas internas en materias políticas y culturales, está dedicado este riguroso estudio de historia de las ideas. Su afirmación central es que "La clase dirigente era un grupo esencialmente conservador, abierto a un cambio que se percibía como inevitable, y al cual había que conducir a fin de no alterar el rumbo trazado y la estructura de poder consolidada por la misma elite" (p. 20). Tres tipos de elementos es posible distinguir como aquellos que son, a la vez, el acervo cultural que se reconoce como propio, y el objeto de "la polémica como medio articulador del disenso posible". Se trata de los valores religiosos, éticos e
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prueba valderrama

Dec 22, 2022

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ANA MARÍA STUVEN V. La seducción de un orden. Las elites y la

construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX.

Santiago, Ediciones de la Universidad Católica de Chile,

2000, 316 págs.

Si se tiene presente que hacia 1870 la población total de

Chile alcanzaba a poco más de un millón novecientas

cincuenta mil personas, que ese mismo año los inscritos en

el registro electoral eran poco más de 43.000 ciudadanos y

que los votantes en las elecciones parlamentarias

realizadas ese año fueron 30.632, y si además se tiene

presente que en el mismo año 1870 las personas que sabían

leer y escribir eran poco más de 340 mil, es decir, el

17,6% de la población del país, podrá recién aquilatarse de

qué tipo de elite se trata y de cuántas personas se habla

cuando se alude a la elite chilena de la primera mitad del

siglo XIX.

Pues bien, a esa elite, y a sus querellas internas en

materias políticas y culturales, está dedicado este

riguroso estudio de historia de las ideas. Su afirmación

central es que "La clase dirigente era un grupo

esencialmente conservador, abierto a un cambio que se

percibía como inevitable, y al cual había que conducir a

fin de no alterar el rumbo trazado y la estructura de poder

consolidada por la misma elite" (p. 20). Tres tipos de

elementos es posible distinguir como aquellos que son, a la

vez, el acervo cultural que se reconoce como propio, y el

objeto de "la polémica como medio articulador del disenso

posible". Se trata de los valores religiosos, éticos e

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históricos, los valores político-sociales, y el espíritu de

la época.

El trabajo está dividido en tres partes.

En la primera se explicitan los elementos del consenso

social que operan como sustrato de continuidad y cambio.

Esos consensos dicen relación en primer lugar con el orden

social que debe existir en una sociedad que transita desde

el principio de la legitimidad monárquica a la legitimidad

republicana y democrática, y a su necesaria traducción

institucional. "Para comprender los primeros puntos de

inflexión del concepto de orden, es fundamental insistir en

que incluso los sectores más conservadores de la clase

dirigente chilena se encontraban inmersos en un mundo de

definiciones ideológicas fundamentalmente liberales...",

pero la conciencia colectiva de esa clase dirigente,

paradójicamente, "...se entroncaba con una percepción, muy

conservadora, de que existía un "orden natural de las

cosas" y que todo cambio, aceptado en el plano intelectual,

debía graduarse en función de ese ‘orden’" (p. 42). En

segundo lugar, se trata del consenso en torno a la

religiosidad católica como la expresión de la fe común de

una sociedad unida. "Chile era un país católico y el Estado

así lo reconocía"; es más, "El Chile oficial y las

expresiones públicas de los miembros de la clase dirigente

daban testimonio de su fe católica" (p. 54-55).

A continuación se presenta a los actores implicados en el

asunto y el contexto en que su acción tiene lugar: la clase

dirigente que "no necesitó imponer su autoridad frente a

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grupos rivales. Era el grupo llamado naturalmente a

gobernar..." (p. 61) y dentro de ella se trata

fundamentalmente de aquellas personas que integran lo que

se ha dado en llamar la generación de 1842: Bello,

Lastarria, Bilbao, Pedro Félix Vicuña entre otros; el grupo

de argentinos que se avecindó en Chile por esos mismos años

huyendo precisamente de la "falta de consenso" de la elite

de su país entre los que se cuentan Sarmiento, Fidel López

y Alberdi, y de la voz de la Iglesia expresada

especialmente por el Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín

Valdivieso.

Enseguida, la autora se detiene en las polémicas que tienen

lugar en la primera parte de la década del 40. Por de

pronto la discusión casi por sí misma. En palabras de

Sarmiento "¡Viva la polémica! Campo de batalla de la

civilización, en que así se baten las ideas como las

preocupaciones...". Pero también en torno a las ideas

relevantes. El tema de progreso: "Describir la

manifestación de esta noción de un cambio inevitable y de

un presente en transición, es decir, en movimiento, es

fundamental para comprender el sustrato de legitimidad y la

necesariedad de la polémica. Esta visión, predominante al

interior de la clase dirigente chilena a comienzos del

siglo XIX, es la única capaz de explicar por qué, por una

parte, se crea el espacio para polemizar sobre la apertura

hacia el cambio, y, al mismo tiempo, se ponen límites para

asegurar que este no tenga consecuencias sobre el cuerpo

social ni la estructura de poder" (p. 112). También el tema

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de la educación, que "Debe ser la tarea prioritaria de

Estado y la meta social más importante en la medida que

permitirá que las incertidumbres propias de un ideario

nuevo y poco consolidado no se tengan que expresar

necesariamente en una desestabilización social" (p. 119).

Los contradictores en torno a estos temas se agrupan en el

Instituto Nacional y en la recientemente fundada

Universidad de Chile, por un lado, y en las páginas de la

Revista Católica, por otro, aun cuando no se trata

necesariamente de trincheras definidas o excluyentes.

Y por último, se nos presentan los desafíos al consenso y

su correlato: el temor a desorden social que la autora

sitúa de preferencia en la segunda mitad de la década de

1840. Se trata de explicitar los elementos que "empezaron a

minar ese consenso, sustento sobre el cual se apoyaba el

espíritu de optimismo y confianza de la clase dirigente

chilena" (p. 129). Asimismo, las relaciones entre la

Iglesia y el Estado que experimentan una tensión creciente

a partir de 1843 y que se profundiza con la dictación de la

Ley de Régimen Interior que "dejaba a los curas párrocos

sujetos a la autoridad del intendente provincial, y de un

decreto de marzo de 1845 que prohibía la profesión de votos

monásticos antes de los 25 años de edad...", lo cual dio

paso a "una serie de polémicas que demuestran la

polarización de la discusión entre dos bandos

crecientemente irreconciliables" (p. 132). También, las

reformas institucionales que se convirtieron en la demanda

permanente de la oposición al gobierno. Finalmente la

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influencia de la revolución de 1848 que "tuvo profundas

consecuencias en Chile... legitimó un discurso republicano

democrático que ya afloraba como bandera de oposición. La

constante interpelación que esta hacía al pueblo como

depositario de la soberanía popular, su discurso reformista

institucional y la importancia creciente que asumieron las

doctrinas del liberalismo democrático... recibieron un

certificado de legitimidad de parte de sus mentores

franceses" (p. 149).

Todo lo anterior polarizó la discusión entre los

partidarios del orden que llegaron a crear, en 1845 la

"Sociedad del Orden" y que vincularon la noción de orden

con la de autoridad y "los nuevos liberales que habían

salido del espectro consensual para convertirse en

oposición real". En fin, "La década de 1840 llegó a su fin

marcada por la manifestación de visiones del mundo

divergentes de las que tradicionalmente había sostenido la

clase dirigente chilena... hasta culminar en la Revolución

que sufre el país en 1851" (p. 158).

La segunda parte del libro está dedicada a las polémicas

que la elite es capaz de sostener no obstante los marcos

del consenso. Una primera querella se entabla respecto a la

ortografía y al uso del lenguaje. Ella se ligaba

directamente con la función educacional del Estado, que

había sido asumida institucionalmente en la década de 1840.

Samiento presentó a la Universidad una Memoria sobre Ortografía

Americana que constituía la "culminación de su reflexión

sobre el tema... (y) parte con una denuncia de la

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imposición de reglas "tiránicas" del idioma en España, las

cuales alcanzaron su clímax, a su juicio, con la

Inquisición, que impone de vuelta al latín como lengua

docta y el fin de todo pensamiento racional" (p. 186). El

pronunciamiento de la Facultad de Humanidades fue muy

prudente: "cree que la reforma ortográfica debe hacerse por

mejoras sucesivas", lo cual significó en la práctica la

mantención de dos ortografías simultáneas.

Otra polémica se desató a propósito de la literatura y el

movimiento romántico en general y "tuvo como sustrato el

punto de vista común a toda la elite en torno a la

concepción utilitaria de la cultura. Surgió, en realidad,

por la lectura del contenido sociopolítico del texto

romántico más que por un problema de crítica literaria" (p.

200), y constituye una "polémica al interior de un

consenso, que reflejó muy bien los problemas de gradualidad

en el cambio, de democratización de la sociedad, y de

tensión por la influencia de la cultura en la conformación

de nuevas estructuras de poder" (p. 207).

Una tercera discusión se produce a propósito de la

disciplina histórica y de la investigación de la historia

patria. La autora muestra "el proceso de validación de la

disciplina histórica en la cultura chilena, incluso más

allá del ámbito académico como parte constitutiva del

proceso de creación de la identidad nacional, y como

instrumento de poder, en la medida en que la recreación del

pasado explicaba el presente y servía de argumento para la

creación del futuro" (p. 222). Para ello analiza los

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trabajos de Lastarria y las polémicas que desataron y su

incidencia en los valores que sustentaba la clase

dirigente.

Una última polémica se sitúa en el límite de lo tolerable y

termina en escándalo. Ella está ligada a la publicación de

"Sociabilidad Chilena", de Francisco Bilbao, uno de los

protagonistas principales de todo el período. Es el

"responsable de que se pusiera a prueba el espíritu de

tolerancia inaugurado pocos años antes, y que la elite

chilena desplegara todos sus recursos en la defensa de los

valores que sustentaban su poder" (p. 251). Sus ideas

fueron recibidas como revolucionarias por "casi todo el

mundo" intelectual del país, y el autor fue enjuiciado y

"condenado por los delitos de blasfemia e inmoralidad al

pago de una multa en dinero. La acusación por sedición fue

abandonada" (p. 270), y más tarde los decanos aprobaron su

expulsión de la universidad. Ese juicio "constituyó un

mecanismo de defensa importante contra un ataque percibido

como artero" (p. 271).

La primera parte del libro contiene lo medular de la tesis,

en tanto que las polémicas que se analizan en la segunda

constituyen su constatación empírica.

El conjunto de este trabajo, de lenta lectura, da cuenta en

forma irrefutable de la riqueza del debate de la elite

chilena al promediar el siglo XIX y de su cercanía

intelectual con los avatares del pensamiento occidental.

COLLIER, SIMON. 2005.

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Chile: la construcción de una República1830-1865. Política

e ideas. Santiago:

Ediciones Universidad Católica de Chile

El libro consta de cuatro partes. En la primera, el autor

se dedica a contextualizar la nueva república. Realiza, por

lo tanto, una descripción de la situación económica,

social, demográfica, geográfica y política del período

1830-1865. Es importante destacar que en esta primera parte

se define con precisión al actor político y social

relevante de la época: la clase alta o los “chilenos

educados”, como los denomina el autor. Sin embargo, Collier

es cuidadoso en señalar que no toda la clase alta

participaba en política, y que se debe incorporar en el

análisis un segundo grupo social: los artesanos. Es así

como el propio autor reconoce la importancia de los

artesanos en el ámbito político. Si bien señala que muchas

veces éstos tuvieron un rol de subordinación respecto a los

intereses políticos de la clase dominante, se torna

necesario explorar su papel con mayor exhaustividad,

quedando además como tarea pendiente indagar sobre el rol

desempeñado por otros actores de la época.

La segunda parte del libro destaca las principales ideas

políticas del período 1830-1865. El autor analiza sobre

todo las nociones de libertad y orden, alrededor de las

cuales se articularon los proyectos liberal y conservador,

respectivamente. Se indaga además en las tendencias

internas del grupo conservador, en tanto el proceso de

liberalización política tuvo lugar bajo los gobiernos

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decenales de los presidentes conservadores (1831-1871).

Queda claramente reflejado en este apartado que la

existencia de divergencias respecto a otorgar un mayor

énfasis al orden o a la libertad en la forma de gobernar,

generó constantes roces entre conservadores y liberales,

así como entre las distintas alas conservadoras. La

existencia de estas diferencias, permitió la evolución

gradual desde un sistema de gobierno centrado en el orden a

uno centrado en la noción de libertad. Dicho tránsito se

hizo posible gracias a la visión más liberal de los

conservadores moderados, que derivó finalmente en la

conformación de la fusión liberal-conservadora en 1857.

La tercera parte del libro puede ser calificada de medular,

en tanto en ella se plantea la tesis central. Para el

autor, en el período de la república temprana se instauran

las bases de la tradición política del Chile moderno, a

saber, el sistema multipartidista y el establecimiento de

coaliciones políticas. A lo largo de los capítulos de este

apartado el autor hace explícito, a través de la

interacción entre los actores políticos, el proceso

mediante el cual dicha tradición es forjada. Si bien

conservadores y liberales diferían respecto a la forma en

que se debía gobernar, ambos partidos se situaban bajo el

alero del liberalismo decimonónico. En su dimensión

política, el pensamiento liberal del siglo XIX sustentaba

las ideas de un gobierno representativo y de libertad

civil, mientras que en términos económicos avalaba el

desarrollo del sistema capitalista. El concepto de progreso

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fue especialmente valorado entre los chilenos educados,

quienes lo consideraron como la clave del desarrollo del

país. La primacía de esta idea se vio reforzada por los

avances técnicos y científicos que se produjeron a nivel

mundial, algunos de los cuales fueron introducidos en la

realidad chilena. Es así como en el área del transporte se

logró implementar el servicio ferroviario e intensificar el

servicio naviero. Asimismo, se destaca la influencia

extranjera en el desarrollo del pensamiento liberal de la

clase educada, siendo especialmente importantes los

contactos establecidos con Francia e Inglaterra. El

planteamiento anterior no implica de ninguna manera

soslayar la presencia de conflictos entre los partidos

Conservador y Liberal, aspecto que queda reflejado en las

guerras civiles del período presidencial de Manuel Montt

(1851-1861). Más aún, la existencia de éstos, dentro del

marco liberal predominante, favoreció la liberalización del

sistema político chileno.

La tesis expuesta por Simon Collier constituye un aporte

para la comprensión del período conservador y su posterior

impacto, en tanto analiza cómo se fue produciendo la

liberalización gradual del sistema político chileno. Al

respecto, y a pesar de las diferencias entre liberales y

conservadores relativas a la opción de privilegiar una

forma de gobierno basada en el orden o la libertad, la

influencia del liberalismo decimonónico permitió a ambas

facciones abrazar la idea de progreso. Es así como los

conservadores terminaron finalmente por flexibilizar su

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posición, en aras de garantizar el desarrollo y la

estabilidad política del país.

Gabriel Salazar Vergara

La Violencia Política y Popular en las “grandes alamedas”.

La Violencia en chile 1947-1987 (una perspectiva histórico

popular).LOM Ediciones,

Santiago de Chile, 2006.

El desarrollo de la crítica es un elemento indispensable

dentro del conflicto social, ya que, a partir del

discurso crítico se desarrollan diversos puntos de vista

históricos, desde los cuales es posible realizar: una

evaluación retrospectiva de los errores y fracasos de una

estructura determinada, realizar una reevaluación de las

estructuras criticadas, o, realizar una prospectiva

metodológica de los cursos históricos a seguir; de esta

manera, la heterogeneidad de discursos y posiciones frente

a una problemática social, incuban dentro de la sociedad,

una descomposición de la colectividad, fracturando de modo

dramático la condición de “sociedad”, dividiendo en

núcleos polarizados las epistemologías, y conduciendo a un

debate histórico-intelectual, en conjunto con una lucha

social. En este caso, la crítica a la propia historia y a

la forma de dominación socio-económica son el refugio

permanente de la violencia. Al realizar un análisis de

VPP, se deriva directamente un problema en base a la

interpretación de los procesos de intervención de

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modernización librecambista del Estado, o el simple

fracaso del proyecto popular socialproductivista (base

estructural de la problemática). Estos dos puntos de

interpretación histórica de la sociedad chilena generan una

polarización de la población (fractura socio-política en

los procesos de estructuración y reestructuración del

Estado) pero a su vez, desarrollan un equilibrio

indispensable para el funcionamiento político; este

equilibrio, es sin duda, un elemento que detiene la

integraciónsocial y la sanción de los conflictos

históricos.

En este caso, el equilibrio político se sustenta bajo la

falta de proyectos políticos, renovación de las

epistemologías (problemática de historicidad y

ahistoricidad) y proyectos de la clase dirigente hacia la

integración de la clase popular.

Esta falta de proyectos incide en una fractura de orden

social y cultural, en base a la “identidad”, a la falta de

“comunidad” y “solidaridad” entre los individuos, no

existiendo un proyecto de Nación, ni bien social, sino

que corresponde a un interés de clase y una pugna por el

control social y económico. Es así como se observa una

“sociedad en convivencia”, y no una “sociedad

autocrítica”, estimulando la unificación de la Nación

(como concepto dominador), y no planteando ni

desarrollando un valor histórico al conflicto.

La formación de una solución a la fractura social parte

del reconocimiento de que coexisten diversas

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epistemologías reales, y por ende, válidas, en este caso,

el problema consiste en agruparse y depender como sujetos

colectivo a un sector determinado.

La construcción de las epistemologías históricas y

ahistóricas, tienen su origen en la formación y

conformación de la sociedad chilena, donde la

epistemología ahistórica funda sus intereses

históricamente en la clase dirigente, en base a la

monopolización de los aparatos gubernamentales

administrativos , lo que el autor denomina “constelación

de ideas G”, las cuales tienen como finalidad, la

homogenización del Estado, para la perpetuación de la

clase dominante (monopolio de dominación). Esta

estabilidad y/o equilibrio político es en base a la propia

imposición histórica y valórica de la clase dominante y

principalmente por las propuestas modernizadoras “G”, las

cuales no desarrollan un cambio sustancial en el sistema

político nacional, sino que al contrario, se van renovando

y transformando legalmente, y con dosis de violencia

política constituyente, para un bien privado, como es el

proyecto librecambista, transfigurado como proyecto

nacional, e ideas progresistas de nación, descrito en tres

fases por el autor; Autoritarismo Portaliano (1830-91),

Parlamentarismo post- Portaliano (1891-1925) y la

estabilidad neo-Portaliana (1925-73).

A partir de estos puntos históricos, el autor plantea una

inestabilidad del sistema político, y a su vez, un modelo

estereotipado de formas económicas-políticas

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estabilizadoras, las cuales son precedidas por fases de

violencia constitucional, armada y no armada, civil y

militar, estatal y no estatal, incluso represiva en muchos

casos. De esta forma los movimientos populares surgen como

un rechazo a las formas y maniobras gubernamentales de

accionar, y como repudio a la modernización y desarrollo

“librecambista histórico”, y el acudo de la violencia como

un Derecho histórico popular.

Al contrario de las ideas “G”, se pueden observar las

Masas Populares Particulares “P” o aquellas que no poseen

la generalidad y el control,

en este sentido y en base a las ideas “G”, las masas

populares se encuentran fuera de toda lógica totalitaria

por poseer un sentido particular en las demandas sociales,

y no un sentido nacional en sus intereses. De esta manera,

las constelaciones “G” no poseen una permeabilidad en base

a las propuestas “P”, para el desarrollo en conjunto de

una gobernabilidad, incidiendo en la frustración de todo

proyecto popular.

Desde un punto de vista “P”, la formación de una Ciencia

Popular Orgánica conlleva en un contexto político,

educacional, intelectual y social, a una organización de

una dinámica social humanizada, donde las demandas

particulares sean capaces de desarrollarse en un sistema de

equilibrio social “P-G”. La búsqueda de un pensamiento,

en base a una realidad determinada, como es la de los

movimientos populares (realidad constante de abandono

institucional y encierro pragmático de las ideas

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particulares), conduce a entender la Historia como su

propia ciencia reclusa, ya que, al analizar la historia

del bajo pueblo, nos enfrentamos a diversas “oleadas de

agitación social”, las cuales se ven truncadas por la

falta de un pensamiento formal

-a modo de discurso teórico-.puesto que la intervención

popular y particular, en contra de las constelaciones “G”,

acuden directamente a la ahistoricidad y a la formalidad

nacional, debilitando la intencionalidad histórica de cada

una de las jornadas de malestar social.

El autor acusa una pugna entre la historicidad popular y

la ahistoricidad oficialista, la cual pretende más que

monopolizar los agentes institucionales, pretende

monopolizar la Historia, a través de un Nacionalismo y

una Identidad, ya que, el gran miedo del oficialismo, es la

propia Historia; a las explosiones populares y a la

colectividad crítica hacia el grupo de constelaciones “G”,

en definitiva, temor a la pérdida del poder.

Este miedo a la Historia genera que las constelaciones “G”

posean actitudes y acciones estratégicas de forma

ahistoricistas, entre las cuales, es posible identificar la

Violencia Represiva a las masas populares, representantes

de la historia en movimiento, de las demandas, del cambio

y la reestructuración humanizada de la sociedad. Junto

con el actuar oficialista en contra de las epistemologías

históricas y representaciones populares, surgen prácticas

que en el inconsciente parecieran ser formas directas de

una ciencia popular, pero no son más que simples y

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retorcidas formas de populismo, o de un falso interés

social por ascender al poder; “profetismo popular” y la de

reproducir las “formas ‘G’ de comportamiento científico-

político”, falseando y suplantando la Ciencia popular,

motivando y manteniendo viva una irracionalidad política.

En base a la problemática del desarrollo de una ciencia

teórica popular, que respalde el proyecto historicista, y

en conjunto con la imposición librecambista ahistoricista,

el autor plantea que en la Historia nacional han existido

siete ciclos de violencia política pragmática, destacando

en un primer punto, que los hechos de violencia política

comienzan en una primera fase como hechos semidelictuales

o semipolíticos (“agitación social”) y en una segunda fase,

estos actos comienzan a politizarse y a incluir a cierto

sector político civil, y en segundo lugar, que los ciclos

de VPP han concluido con la intervención de las Fuerzas

Armadas, la reestructuración política (coaliciones), y la

restauración de la institucionalidad. En este sentido,

podemos hablar de tres tipos de Violencia, Violencia

Política Popular, Violencia Nacional Desarrollista (VND) y

la Violencia Libre Cambista (VLC), las cuales poseen cada

una un rol y un engranaje determinado de accionar en los

distintos escenarios.

VPP es una investigación que se refiere a los “hechos y

procesos” de Violencia Política en la Ciudad de Santiago,

entre 1947 – 1987, este análisis, se orienta a la

interpretación desde el sujeto histórico popular, el cual,

a través de su actuar, genera actitudes y acciones

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políticamente “violentas” (desde un punto de vista

oficialista, los cuales atentaron contra la normalidad y

normativa institucional, también llamada delincuencia),

con el objeto de establecer las tendencias de mediano

plazo de la VPP desde 1978-1990.

El periodo en estudio 1947-73, se caracteriza por la

hegemonía política del movimiento Nacional Desarrollista y

por los deslizamientos nacional-populistas, lo que incide

en dos situaciones para el desarrollo de la VPP; en una

primera instancia, la prolongada validación de modelos

nacional-estructuralistas aplicados por la mayoría de los

gobiernos democráticos, y en un segundo punto, las

contradicciones y las crisis nacional-estructuralista y su

“divorcio” con el populismo, se encarna a través de

movimientos populares, organizados contra la violencia

constitucional.

La VPP es interpretada como una generalidad de hechos

(multiplicidad de acciones), como la estructuración de

las masas populares, como sujetos conglomerados,

semianónimos, y a su vez afirmar que la VPP contribuyó al

comportamiento de tres tipos de significado de

historicidad; I) el significado de disconformidad, II) el

discurso de los cambios, que prima por sobre los discursos

valóricos (a forma de salida), y III) la organización no

institucionalizada del proyecto popular.

Estos hechos generales de VPP son analizados e

interpretados bajo un modelo estadístico y un modelo

descriptivo, examinando específicamente tres aspectos

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principales; i) motivación, razones que dan origen e

inicio a los hechos de VPP, ii) en su forma de origen,

espontáneo, derivado u organizado y iii) sus objetivos y

contras, este punto desarrolla la orientación de los

hechos de VPP y al blanco dirigido de la acción, pero

estas acciones u objetivos son básicamente in situ, de

corta planificación, por esta razón conviene hablar de

adversarios o de “contras”; en el estudio se distinguen

siete tipos de adversarios, los cuales son dirigidos

plenamente hacia todo tipo de institucionalización

gubernamental y económica, como; adversarios políticos,

fuerzas de orden, patrones y autoridades entre otros

agentes internos o externos.

Estableciendo que los hechos de VPP son dirigidos

básicamente a la institucionalidad y a los agentes “de

orden” o “represivos” - a la Gobernabilidad- estos actos

violentos poseen diversos instrumentos para expresarse,

entre ellos; actos, asambleas, marchas, desfiles, huelgas,

paros, jornadas de protestas, manifestaciones,

propagandas, agresiones, ataques, sabotajes,

enfrentamientos, incidentes electorales, preparativos

clandestinos de VPP (organización tardía armada) y

rebeliones contra la institucionalidad, siendo estos,

apoyados bajo instrumentos corporales, del medio o

entorno, armas de fuego y bombas.

Al examinar las estadísticas y las clasificaciones

expuestas por el autor, es necesario expresar nuevamente,

la intención (de las fuentes y la interpretación) de

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remitirse a; I) la necesidad de la clase popular para

optar y ser integrado de forma política a las decisiones

gubernamentales, II) la lucha contra la irrupción

violentista capitalista y las condiciones precarias de la

clase popular y III) la pugna por el control y el poder

social, económico y político de la sociedad. Siendo los

periodos de 1971-73 y de 1980-85, los más devastados por

los hechos de VPP.

En síntesis, La Violencia Política y Popular nos entrega

tres estructuras para la discusión histórica, la crítica y

la reflexión, partiendo en una primera instancia, por el

cuestionamiento teórico e histórico de la formación de un

grupo dominador en base a la apropiación de la

institucionalidad y los aparatos administrativos del poder

y el control social, dejando como base la desigualdad

económica, política y social, como primer discurso para la

formación de una identidad violentista en Chile.

En un segundo análisis, se desarrolla un trabajo riguroso,

minucioso, detallista, de los hechos de violencia en el

periodo de 1947-1987, indagando en el desarrollo y

ejecución de los hechos (de forma estadística y

descriptiva), en la conducta de los hechos de VPP, con lo

cual se desarrolla y refuerza la hipótesis de que la

violencia proviene en definitiva por las distintas fases

de transformación que posee la irrupción librecambista y

sus políticas “G”, las que solo resguardan a un sector de

la sociedad.

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Y en un tercer análisis, describe los hechos de VPP de tal

manera de que se reproduzcan de modo esquemático en cada

uno de los escenarios históricos, partiendo por el

nacional-desarrollismo, el nacional-populismo y el

Neoliberalismo. Se intenta expresar cómo los movimientos

populares utilizan la violencia para exigir, denunciar y

fiscalizar a un grupo determinado de la sociedad, que

utiliza aparatos globales para un uso particular.

Mario Góngora

La Tesis central de Mario Góngora en su libro “Ensayo

histórico sobre la noción de Estado en Chile” es la

afirmación de que “el Estado es la matriz de la

nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la

ha configurado en los siglos XIX y XX”.

El primer fenómeno que Góngora destaca es la importancia de

la guerra para el desarrollo nacional. Este autor señala

que Chile fue una tierra de Guerra. Fue importante la

guerra en el periodo colonial y lo siguió siendo en el

siglo XIX; basta con recordar las guerras de independencia,

la guerra contra la confederación Perú-Boliviana, la guerra

naval contra España, la guerra del Pacífico, la guerra

civil de 1891 “… y, durante todo este tiempo, la inacabable

“pequeña guerra” contra los araucanos… Chile fue un país

guerrero. El símbolo patriótico por excelencia fue Arturo

Prat. El hecho bélico, el recuerdo del combate heroico y la

imagen de Chile como país guerrero han dejado profundas

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huellas en la conciencia nacional y han definido los

contenidos del sentimiento patriótico que ha animado al

Estado y a la nacionalidad chilena”.

Mario Góngora considera que el Estado que surge de las

guerras de Independencia y de los “desórdenes” que le

siguieron se comenzó a definir con Portales “…quien aceptó

como ideal político la democracia, pero quien estuvo

convencido de que Chile no poseía aún la virtud republicana

que él consideraba indispensable para el buen

funcionamiento del sistema democrático y quién por eso, con

criterio realista, organizó un gobierno fuerte y

centralizador, renovando así, bajo formas republicanas, la

vieja monarquía española”. Este gobierno fuerte se

sustentaba en la legitimidad que le confería la

constitución le permitía conjurar los peligros tanto de un

democratismo utópico como de un caudillismo arbitrario. El

Estado portaliano perduró, con algunas modificaciones hasta

el año 1891, fecha que (para Góngora) marca un hito

importante en el desarrollo nacional. En 1891 termina el

régimen portaliano y también termina el largo periodo del

Chile guerrero. A finales del siglo XIX se presenta como

“otro” Chile que se presentaba con nuevos núcleos sociales,

con nuevas riquezas, con nuevos problemas y con una nueva

mentalidad. La República parlamentaria lcalifica a la

aristocracia gobernante de “política fantasmal”, comouna

política incapaz de afrontar las nuevas realidades

económicas y sociales.

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En relación a la tesis central del Ensayo, “la tesis de que

el Estado ha dado forma a la nacionalidad chilena” es donde

se concentran las mayores polémicas. Hay quienes rechazan

la tesis pero hay otros que van más allá, formulando

críticas al concepto que Mario Góngora tiene del Estado,

afirmando que no se encuentra en el ensayo una definición

clara del concepto, de modo que todas las consideraciones

en torno a la noción del estado quedarían un tanto vagas e

imprecisas.