LADO A 1- Jóvenes e identidad 2- Desfondado y saturado 3- Respiradores y disfraces LADO B 4- Moteles para viajeros 5- Rutas nacionales 6- Ritos Esteban Rodríguez Por los caminos del rock ensayos Este libro es un viaje por los templos, las habitaciones íntimas y las ruinas del rock. Las preguntas que ensaya el autor definen los caminos. En éstos va encontrando a los artífices, actores, impostores y a cinco generaciones de jóvenes construyendo identidad. Se nutren de referencias eclécticas –notas académicas, letras de canciones, diarios, pelícu- las y fragmentos de entrevistas a los protagonistas de los escenarios– que dan testimonio de las distorsiones y los litigios pero también de las amabilidades del rock; un documento sobre las míticas y potentes apuestas que lo definieron y lo ubicaron, una y otra vez, en la línea de fuego del campo de la cultura. Es un viaje y es, también, un lugar donde detener el frenético pulso roquero, para alumbrar la experiencia de los jóvenes queriendo darle un sentido a sus vidas cotidianas, en un largo contexto de utopías fracturadas y de vulnerabilidad.
Este libro es una invitación a la aventura de explorar distintas habitaciones en las que se ha gestado ese mundo salvaje y revuelto del rock; a disfrazarnos con su poesía y sus poses de barrio, garage, brillantina; a comprender sus apuestas políticas y sensibilidades singulares; a coquetear con su romanticismo trágico, su optimismo ingenuo, sus declaraciones desangradas y a enchufarnos en su vértigo potente.
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Títulos publicados: Los Artigas, de Francisco Senegaglia
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Esteban Rodríguez nació en Balcarce, Buenos Aires, en 1970. Desde hace 20 años vive en la ciudad de La Plata. Es abogado y magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Se dedica a la docencia y a la investigación. Escribió: Vida lumpen (2008); Estética cruda (2003); La invariante de la época (2001); Contra la prensa (2001) y Justicia mediática. Las formas del espectáculo (2000). Además ensaya textos en su blog Crudos y en varias publicaciones académicas. Desde el año ´93 participa de La grieta, el colectivo cultural que tiñó de colores el ex galpón de Encomiendas y Equipajes del barrio Meridiano V, en La Plata.Cuando no lee, ni escribe, ni da clases, ni escucha música, duerme con su muñequita vudú.
Finalmente, Esteban Rodríguez escribió un libro de rock. Es cierto que las frecuentaciones musicales de Esteban hacían suponer que, tarde o temprano, esto sucedería. En su libro anterior, Estética cruda, hay notas musicales –del punk a la cumbia villera– y los lectores de la revista La Grieta sabemos que sus artífi ces buscan cualquier excusa con tal de editar ar-tículos sobre música: que los mitos, que la cultura brasileña... No quiero decir que todos los caminos de Esteban conduzcan a la música –él se encarga de aclarar posiciones en la introduc-ción de su libro–, pero está claro que el tránsito que los discos habilitan en su vida está señalizado por el placer. O mejor aún: por momentos aislados de placer, pequeñas y valiosas suspensiones del tiempo cotidiano. Desde luego, lo entiendo perfectamente. El ejercicio de es-cribir sobre música ha sido tan denostado por músicos y oyentes románticos –de esos que temen ser profanados en
el sitio más recóndito de la subjetividad– como gozado por los que lo ejercemos y –quiero pensar– varios lectores puros o neutrales. Al escribir sobre música nos situamos en el aire, entre la platea y el escenario, fi sgoneando aquí y allá. Inten-tamos ser ligeros y rigurosos a la vez, apasionados en nues-tras recomendaciones y suspicaces ante el poder seductor de la música –un poco platónicos, en ese sentido. Escucha-mos música y en ella el palpitar de la(s) cultura(s). Somos a la vez: músico y oyente, en el vaivén de la comunicación. Acompañamos, pero también interrumpimos, en la ilusión de suspender el discurso musical y fi jar posición sin que na-die nos la pida, mientras todos alrededor bailan y cantan. Con esto no pretendo hacer elogio corporativo, sino una declaración de amor por el ofi cio que el autor del libro y su prologuista abrazan con ilimitado entusiasmo.Por los caminos del rock está conformado por ensayos tan independientes entre sí como pueden serlo las canciones de un álbum: una independencia aparente, entonces. ¿Qué es el rock? Esteban responde a esta pregunta omnipresente con otras preguntas, acaso más inquietantes. Y, entre ellas, la pregunta por lo político más allá de sus ámbitos específi -cos o republicanos. Sostengo que lo político es importante en este libro, como lo ha sido y lo será en los libros del pasado y del futuro de Esteban. Como libro político lo entiendo, debido a la observación que el autor le brinda a la música en su potencial de acción sobre la realidad –y especialmente a ciertas músicas y sus ceremonias. En este sentido, las elecciones de Esteban no han sido inocentes:
el punk, el reggae, el pop como política del deseo, el rock debatiéndose entre la rebeldía y el espectáculo –como ad-vierte el autor en el subtítulo–, los fervores y las traiciones del público, etcétera.Disfruté de la lectura de Por los caminos del rock. Coinci-dí con varias de sus tesis y disentí de algunas de ellas –mi opinión sobre el punk es menos celebratoria que la de Este-ban. Mientras escribo estas líneas suena en mi equipo Atom Heart Mother de Pink Floyd. ¡Imagínense!–, pero incluso en los cruces de opinión que maquinaba a medida que avan-zaba en la lectura, no pude menos que entusiasmarme con la agudeza con la que Esteban ha buscado reconocerle al rock su naturaleza lúbrica, su carácter indisciplinado y sus urgencias juveniles. Esteban se entusiasma con el estado uterino del rock, con esa cosa un poco inconsciente e indómita que tuvo en su origen y que se recrea constantemente, a pesar de los em-brollos y los pasos en falso que le depara el mercado. En efecto, el rock suele ponerse en valor a sí mismo con una gestualidad iconoclasta, planteando siempre –o al menos en sus momentos más irreductibles– un borrón y cuenta nueva. Por lo tanto, el rock está antes de las palabras, pero también después de ellas; cuando las hemos agotado y ya nada puede ser explicado. Ciertamente, toda música es inefable. Pero quizá el rock un poco más. ¿Cómo escribir de eso? ¿Cómo hacer que las pala-bras sean a la vez fi eles e indómitas respecto a un objeto de estudio tan insolente? Por los caminos del rock nos persuade de