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Nmero 38 (2000) CARLISMO Y CONTRARREVOLUCIN EN LA ESPAA
CONTEMPORNEA, Jess Milln, ed. Nota editorial -Popular y de orden:
la pervivencia de la contrarrevolucin carlista, Jess Milln -El
primer carlismo, 1833-1840, Gloria Martnez Dorado y Juan
Pan-Montojo -Qu fue del oasis foral? (Sobre el estallido de la II
guerra carlista en el Pas Vasco), Coro Rubio Pobes -El caudillaje
carlista y la poltica de las partidas, Llus Ferran Toledano -Las
muertes y las resurrecciones del carlismo. Reflexiones sobre la
escisin integrista de 1888, Jordi Canal -Las aportaciones del
carlismo valenciano a la creacin de una nueva derecha movilizadora
en los aos treinta, Rafael Valls -El carlismo hacia los aos treinta
del siglo XX. Un fenmeno seal, Javier Ugarte Miscelnea -La
violencia contra uno mismo: el suicidio en el contexto represivo
del franquismo, Conxita Mir Curc -La recepcin del pensamiento
conservador radical europeo en Espaa (1913-1930), Pedro Carlos
Gonzlez Cuevas -Liderazgo nacional y caciquismo local: Sagasta y el
liberalismo zamorano, Jos Ramn Miln Garca Ensayos bibliogrficos
-Hacia una historia cultural de la ciencia espaola?, Elena Hernndez
Sandoica -Historiografa reciente sobre el carlismo. El carlismo de
la argumentacin poltica?, Eduardo Gonzlez Calleja
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AYER38*2000
ASOCIAC:IN DE HISTORIA CONTEMPORNEAMARCIAL PONS~ EDICIONES DE
HISTORIA~ S. A.
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EDITAN:
Asociacin de Historia Contempornea
Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.
Director
Ramn Villares Paz
Secretario
Manuel Surez Cortina
{:onsejo Editorial
Dolores de la Calle Ve lasco, Salvador Cruz Artacho,Carlos
Forcadell lvarez, Flix Lueugo Teixidor, Conxita Mir Cun:,
Jos Snchez Jimnez, Ismael Saz Campos
Correspondencia y administracinMarcial Pons, Ediciones de
Historia, S. A.
CI San Solero, 6280:37 Madrid
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JESS MILLN, ed.
CARLISMO-'
y CON"TRARREVOLUCION,."
EN LA ESPANA-'
CONTEMPORANEA
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Asociacin de Historia ContemporneaMarcial Pons, Ediciones de
Historia, S. A.
ISBN: 84-95379-14-7Depsito legal: M. ;38385-2000ISSN:
11:34-2227
Fotocomposicin: INFUlHEX, S. L.
Impresin: CLOSAS-OHCOYEN, S. L.Polgono Igarsa. Paracuellos de
larama (Madrid)
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AYER38*2000
SUMARIO
DOSSIER
CARLISl'IO y CONTRARREVOLUCINEN LA ESPAA CONTEMPORNEA, Jess
Milln, ed.
Popular y de orden: la pervivencia de la contrarrevolucin
carlista,Jess Milln l5
El primer carlismo, 183,)-1840, Gloria Martnez Dorado y
JuanJ>an-Montojo :15
'-:()u fue del "oasis fi)ral"'! (Sobre el estallido de la JI
guerracarlista en el Pafs Vasco), Coro {{ubio
Pobes............................ 65
El caudillaje carlista y la poltica de las partidas, Llus
FerranToledano Gonzlez
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Sumario
Liderazgo nacional y caciquismo local: Sagasta y el
liberalismozamorano, Jos Ramn Miln Garda 233
ENSAYOS BIBLIOGRFICOS
Hacia una historia cultural de la ciencia espaola'!, Elena
Her-nndez Sandoiea...... 26:~
Historiografa reciente sobre el carlismo. (,"El retorno de la
argu-mentacin poltica'!, Eduardo Gonzlez Calleja 275
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Nota editorial
Ramn VillaresPresidente de la AHe
La revista Ayer est a punto de cumplir sus primeros diez aosde
existencia, ya que su primer nmero sali a la calle en la
primaveradel ao 1991. Durante este tiempo, gracias a la diligencia
de todossus editores (uno distinto en cada entrega) y al apoyo de
sus pro-motores, la revista no slo ha publicado 38 nmeros, sino que
ha man-tenido una lnea de continuidad en su aparicin trimestral, y
de rigory pluralidad en sus contenidos, que le han permitido
encontrar unespacio propio en el conjunto de las revistas histricas
espaolas espe-cializadas en la poca contempornea. El haber logrado
estos resultadosno se puede disociar del papel desempeado, en la
concepcin y diseode la revista, por el profesor Miguel Artola,
primer presidente de laAsociacin de Histor,ia Contempornea (AHC). A
su empeo se debeel hecho de que la revista Ayer haya sido concebida
no como unapublicacin de escuela, sino como una expresin de la
biodiversidadhistoriogrfica que caraeteriza la investigacin
histrica en Espai.a y,ms concretamente, la historia
contemporanesta. Respeto a la pluralidadque no significa comodidad
ni ausencia de compromiso. Por el contrario,el principal criterio
que ha guiado, en estos diez ai.os, la ejecutoriade la revista ha
sido la exigell(~ia de responsabilidad inteleetual y cien-tfica al
editor de cada uno de sus nmeros. Y pasada ya casi unadcada, se
puede pmdamar que esta pretica ha creado un estilo,que deseamos
mantener en el futuro, como una marca espedfica deAyer. Pero por
oficio sabemos que los tiempos mudan y a ello no puedeser ajena la
marcha de la revista.
;\YEn :~(F2000
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10 Ramn Villares
En la asamblea general de la ABe celebrada en Sevilla
(septiembrede 19(8) se aprobaron las lneas generales de estos
cmnbios, que porlo dems ya han sido anunciados en nmeros
procedentes; y en lasiguiente asamblea general, celebrada en
Valencia en mayo de 2000,se ratificaron las orientaciones
anteriores. Por su parte, los responsablesde Marcial Pons han
aceptado con gran generosidad los acuerdos tomadospor la Asociacin.
El resultado de todo ello se plasma en este nmero.y aunque son
decisiones ya conocidas, no est de ms un breve comen-tario sobre la
nueva estructura de la revista y las razones que noshan impulsado a
ello.
Los cambios que el lector encontrar en este nmero de Ayer sonde
varios tipos, desde su propia presentacin formal hasta la
estructurade sus contenidos y su organizacin interna. En primer
lugar, se produceun pequeo cambio formal en la cubierta y en la
presentacin de loscontenidos, en el sentido de resaltar ms la
condicin de publicacinperidica y menos la personalidad del
coordinador o editor de cadauno de sus nmeros, que con frecuencia
tenda a confundir la revistacon una monografa. La figura del editor
seguir siendo importante, entanto que responsable ltimo del tema
central de cada uno de los nmeros(el Dossier, que ocupar en torno
al 60 por ciento de lo publicado),pero no el nico organizador del
mismo. ste es el punto ms clarode continuidad entre la concepcin
original de Ayer y su presentacinactual. Y la razn, como ya
apuntamos antes, est en la conviccinde que el sello distintivo de
la revista est precisamente en su capacidadpara convertir cada
nmero en una publicacin casi monogrfica, enmuchos casos de
referencia obligada en el mbito acadmico.
El segundo cambio tiene que ver, naturalmente, con la
diversificacinde contenidos que a partir de ahora tendr cada nuevo
nmero dela revista. Nos proponemos incorporar, de forma regular,
contribucionesno solicitadas o que procedan de actividades internas
de la Asociacin,sean sus congresos y reuniones peridicas, sea como
resultado de accio-nes especficas, como es el caso del Premio para
Jvenes Investigadores,actualmente en su segunda convocatoria. Este
bloque de contenidosde la revista, que denominamos como /HisceLnea,
deber dar la medidade las investigaciones en curso que en cada
momento definan las grandeslneas de la disciplina. A las secciones
de Dossier y MisceLnea seagrega una tercera, la de Ensayos
BibLiogr4ficos, que trata de cubrirlas exigencias de toda
publicacin cientfica especializada. Adems dedar cuenta de las
principales novedades producidas en el mbito propio
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Nota editorial 11
de la historia contempornea (que en los primeros aJlos de la
revistase haca de forma anual bajo la frmula de La Historia en...
el aoanterior), aspiramos a poder publicar algunos artculos que
suponganrevisiones autorizadas de las principales contribuciolles
que hayan apa-recido en los ltimos aos sohre los temas
selec(~ionados.
Un cambio algo ms que formal es el de la nueva organizacinde la
revista. Sus entidades promotoras siguen siendo la AHC y, hajoulla
razn editorial algo diferente de la inicial, Marcial Pons
Edicionesde Historia. Sin embargo, la responsabilidad ms inmediata
de la puhli-cacin queda confiada a un Consejo de Hedaccin que, de
forma tem-poral, tiene los mismos (~omponentes que la Junta
Directiva que laAsociacin ha elegido en su reunin de Valencia. Este
equipo de redac-cin, adems de ocuparse de las tareas propias de una
publicacinperidica, tiene la encomienda institucional de efectuar
una norma-lizacin de la revista durante los prximos aos, desde la
eleccinde un Consejo Cientfico Asesor hasta la puesta en marcha de
pro-cedimientos homologados en las publicaciones del gnero, como es
laseleccin de un conjunto de evaluadores que, de forma annima y
res-ponsahle, emitan sus juicios sobre los distintos artculos
enviados ala redaccin de la revista.
Las razones que nos han llevado a proponer estos cambios al
colectivode contemporanestas agrupados en la Asociacin obedecen a
dos hechosbien diferentes. Por una parte, derivan de la necesidad
de hacer con-gruente la existerwla de una publicacin propia de la
Asociacin conla posibilidad de que sus miembros puedan publicar sus
trahajos enla misma. Naturalmente, el ser asociado no concede un
derecho pre-ferente de publicacin, pero al menos esta opcin no
depende slodel editor de cada uno de los nmeros de la revista, sino
de los pro-cedimientos arbitrados por el consejo de redaccin. La
segunda raznha sido mucho ms decisiva que esta primera. En un
panorama uni-versitario en el que el cursus hO!lorurn de muchos
jvenes investigadorese investigadoras se define no slo por la
cantidad y calidad de suspublicaciones, sino cada vez ms por el
prestigio y valoracin externaque haya alcanzado el medio en que las
publican, la homologacinde nuestra revista Ayer segn cnones de la
comunidad cientfica inter-nacional era una exigencia inaplazable.
Aunque en el mbito de lashumanidades el recurso a los ndices de
impacto de citas y mencionesno es el principal haremo seguido para
calificar un curriculurn inves-tigador, es evidente que la renuncia
a esta homologacin supone unaautolimitacin.
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12 Ram/m ViLLares
y esto es lo que iniciamos con este nmero 38 de Ayer. Dar
losprimeros pasos de un recorrido que nos lleva desde una revista
queprivilegiaba su condicin de puhlicacin monogrfica a la misma
revista(y no slo por mantenerse nominalmente idntica), que, sin
dejar detener un carcter monogrfico, se adecue a las normas ms
generalesde las puhlicaciones cientficas internacionales, en las
que no slose debe identificar daramente quines son sus responsables
(de hecho,prestigiosas revistas histri(~as dependen de colectivos
anlogos al nues-tro), sino que, sobre todo, se deben garantizar
ciertos procedimientos,como es el de la evaluacin externa mediante
al menos dos informes,y el cumplimiento de algunas normas ya
estandarizadas (resumen decontenidos de los artculos, sistemas de
citas, etc.). En pocas palabras:no se trata de ninguna refundacin
ni de una nueva etapa de la revista.Se trata tan slo de cambiar
parcialmente la instalacin elctrica, quesiga siendo de da y que los
moradores de la casa se sientan msconfortables. Lograrlo es tarea
en primera instancia del Consejo deRedaccin, pero tambin de todos
los suscriptores y lectores de Ayer,a quienes demandamos
colahoracin en la tarea y confianza en la gestin.Los resultados
concretos se irn viendo poco a poco, nmero tras nmero.El pasado de
la revista nos avala, pero es el futuro quien nos evaluartambin a
nosotros.
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Popula,r y de orden: la pervivenciade la contrarrevolucin
carlista 1
Jess MillnUniversitat de Valencia
Los trabajos que aqu se recogen abordan el anlisis del
carlismodesde una determinada perspectiva actual. Durante mucho
tiempo, elcarlismo ha sido objeto de estudios de tipo narrativo y
abiertamentepolmico, en la medida en que se entendan como
prolongacin delas alternativas polticas. De ah que los apriorismos
determinasen elmarco en el que se sentenciaban los problemas o,
simplemente, seignoraban, en un ejercicio que restringa la
discusin. No ha cesadode existir una produccin de este tipo. Es el
caso de la historia neo-tradicionalista, que se enmarca en los
supuestos a priori de una adhesinmayoritaria al Antiguo Rgimen y de
la falta de apoyos sociales a unliberalismo que slo habra triunfado
por la fuerza. Es simtrico elplanteamiento de otra' corriente que
-con un enfoque que recuerdaal de la ortodoxia comunista sobre el
fascismo- niega toda posibilidadde colaboracin de las capas
populares con una poltica reaccionaria 2.Por tanto, encamina su
estudio a suhrayar el enrolamiento forzoso oa travs del atractivo
de la paga, para concluir que carece de sentidoel problema de las
hases sociales del carlismo :1. ste, en ambos casos,
I El autor participa en el proyecto PB9S-I.100 del Minislerio de
Educacin yCultura.
2 J. C\~.\I., F;l carlismo. f)os siglos de contrarrevolucin en
F;spaiia, Madrid, 2000,pp. 402-4;~6, y el trabajo de E. Go~zAII':z
CAIIY.lA, en estt' nmero.
:1 M. S.\NTIIlSO, Revoluci liheral i guerra cilJil a Catalunya,
Lrida, Pages, I ()99,sostiene la tesis de H. DEI. Ko sobre la
ausencia de apoyos sociales al carlismo abase de un enf()que que
prpdetennina esle resultado. Una de estas premisas lleva ano
considerar la pervivencia de la cultura pollica y de la capacidad
de movilizacitn
AYER .38*2000
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16 Jess Milln
se convierte en un campo estrictamente definido, con escasas
pers-pectivas de interrelacin y condicionado por una tesis que
dicta laclausura de los problemas a discutir.
Las investigaciones que aqu se reflejan tratan, por contra, de
tomarcomo referencia los problemas de la trayectoria de la Espaa
con-tempornea y es con respecto a ella como se intenta analizar el
carlismoy argumentar su inters. Al mismo tiempo, insisten en
plantear de modoabierto, no preestablecido, las posibilidades de
accin, de apoyo a unau otra alternativa poltica o de colaboracin
entre s de diversos grupossociales.
Los debates generales han solido otorgar una atencin secundariaa
la reiterada presencia del carlismo en la historia reciente.
Precisamentelo que caracterizaba a la renovacin de los estudios
sobre el temaen los aos 1960-1970 era la necesidad de insertar el
antiliberalisllloen la gnesis y el desarrollo de la Espaa
contempornea. Con estepropsito, las corrientes que aqu se reflejan
plantean su estudio enel contexto de la historia COIllO problema,
necesariamente abierto, portanto, y rechazan el apriorislllo que
soslaya los elementos que no encajanbien con las hiptesis previas.
De este modo, el carlismo no es untema de perfiles claramente
definidos, sino relacionado con otros: conla dinmica y el
significado de la poltica liberal, con las implicacionesde las
teoras y las culturas polticas, con la evolucin de las
estructurassocioeconmicas y con la elaboracin de las experiencias
de quieneslas vivan.
Este carcter se acompaa de la necesidad de argumentacin
inter-pretativa. En un marco historiogrfico caracterizado por una
notablefalta de consenso sobre los caracteres del fin del Antiguo
Rgimeny del nacimiento de la Espaa liberal, sobre el significado y
las basesdel liberalismo de la Hestauracin o sobre los factores del
trgico finalde la democracia republicana en el siglo xx, es lgico
que el estudiodel carlismo haya de acompafarse de nuevas hiptesis y
valoraciones
carlista tras la guerra, supuestamentt realizada durante siete
el/lOS con efel'livos enroladosslo a la fuerza o por soborno. Otra
premisa les hace no contrastar su tesis, que SUIJPditala relwlin a
la proximidad a la frontera, con el rqmrto geogrfico de los focos
msdestacados de! carlismo. La zona cf~ntral o Cortes en I\avarra,
el rea de DlIrangoo Azcoitia, [as comarcas catalanas del Camp de
Tarragona o e! 'Vlontsiu o las valencianasdd AIt Maestrat, la Vall
d'Albaida o el Baix Segura contrastan con la actitud dominanteen el
Baztn o Vakarlos, en el Ampurdn o cn la provincia de HlIesca. He
planteadomis discrepancias en Un carlisme epis()(lic'(, J,'.4lJen~,
nm. 20:), 1006, pp. 64-66;la rplica de H. I>EI. Ho, ,>>,
pn id., nnl. 206, 1996, p. ;)4.
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La pervivencia de la contrarrevolucin carlista 17
en torno a los problemas generales. Un rasgo extendido de la
his-toriografa ha sido analizar la poca de la Restauracin o las
posterioressobre un trasfondo esquemtico de lo que haba sido el
nacimientode la Espaa liberal. Los trabajos sobre la crisis del
Antiguo Rgimeny el liberalismo revolucionario se han convertido con
frecuencia enuna especie de gnero acotado, poco relacionado con el
estudio delabsolutismo del siglo XVIII y poco tenido en cuenta por
quienes tratanla Espaa de Cnollas o del desastre del 98. El
carlismo, por contra,remite al lenguaje, las luchas y las
instituciones del Antiguo Rgimen.A la vez, su innegable capacidad
de pervivencia convierte en reduc-cionista todo estudio que
argumente slo sobre los datos de un escenariotemporal restringido,
a base de ignorar que el carlismo a menudo sereprodujo con un grado
especialmente fuerte de identidad.
I. Los orgenes: la remodelacin social del liberalismovista como
anarqua
En el contexto actual, la discusin sobre el carlismo obliga a
plantearuna visin integrada de importantes aspectos de la historia
espaolaen los dos ltimos siglos. Probablemente, el primer lugar en
este terrenose deba otorgar a la revolucin liberal como proceso
fundacional dela Espaa contempornea. ,Se trat de una ruptura con
importantesefectos sociales o fue slo un aspecto de alcance
limitado al terrenode la poltica?
Incluso con discrepancias en otros aspectos, corrientes di
versas hanvenido planteando los efectos oligrquicos o continuistas
del triunfoliberal. Para algunos, la ruptura con las viejas
jerarquas se centren los bienes de la Iglesia. La desfasada
hiptesis de la va prusiana,mantenida a veces an por simple inercia,
supona que hubo una trans-formacin de derechos de tipo seorial en
propiedad privada de latierra 4. Ello permitira, para cierta
tradicin marxista, hablar de la
1 J. S. P(:IU:I C\IV(l" alude al conflicto entre los campesinos
y una /Ulur-gllPsa, debilidad de los burguesf's, id., nm. ;~6,
1999, pp. RO-81; F. 1I1:1{~ \NllFZV1()Yr\L1\~ asimila llOldew y
privilegiados,> al rgimen st'iorial del feudalistllo, ,(l
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18 Jess J~liLln
importancia clave de la revolucin -que habra cambiado las
relacionesfeudales por las nuevas del capitalismo-, a la vez que
habra conservadosus puestos en el nuevo orden a las jerarquas del
viejo rgimen. Otrossectores, mejor informados sobre la evolucin
social en los ltimossiglos del absolutismo, detectan la importancia
de las promociones depoderosos y notables -bsicamente propietarios
y profesionales conciertos privilegios, pero diferenciados de los
seFores- y su capacidadpara protagonizar el orden posterior a la
revolucin. El complementosuele ser una consideracin simplificadora
del liberalismo poltico comolenguaje de clase, centrado en la
defensa de la propiedad privada yde unas libertades formales que no
podan interesar a las capas popu-lares s. La ruptura poltica
liberal habra sellado una configuracin eli-tista en que hidalgos
influyentes, propietarios y hombres de negociosa menudo con
pretensiones de nobleza lograran integrarse como inter-locutores de
la monarqua y pilares del orden a escala local. sta serauna
realidad fraguada tiempo atrs, bajo el reformismo del siglo XVIII
iJ.
De este modo el carlismo poda significar dos cosas. En
principio,un movimiento de protesta bsicamente popular, fruto de
una profundainsatisfaccin con el moderantismo o con la impotencia
de la burguesaliberal para introducir cambios de mayor alcance. El
nfasis en lo quese tena por cultura popular resultaba obligado para
explicar el tenazacantonamiento de la contrarrevolucin en zonas muy
concretas, perotambin su ausencia de radicalismo y su retrica
legitimista y religiosa.En segundo lugar, se poda ver como una
protesta transitoria por parte
abolicin de los se/loros en E'spa'-w (181/-/8.')7), Valel]cia.
1999, pp. 41-44. M. SI\TIHSO,Ref}oluci libeml i guerm ciril, pp.
378-:n9, SP apoya en pi SUPIWSto dp que e1liberalisJnoIwnnili la
transformacin de los nobles en propietarios. Estos SllplwstOS son
incon-gnlPnlps con la invt'stigacin de las llimas dcadas; P. !{tlZ
TOHln>, Ikl antiguo
al IllWVO rginwn: carcter df~ la transformacin, el] Antiguo
rgiITwn y libemlismo.l/ol1/l'Iul;je a iltiguel Artola, vol. L
Madrid, 1()()4, pp. 1;)9-192, y Reforma agrariay revolucin
lil>pral pn Espafia pn A. Cllul SI\Z Y J. SI\Z Fu{~NllFZ
(coonls.),Refimnas .Y polticas agmrias en la historia de F~'sp(lIla
(nI' la !lustracin al primerjiwlquismo), Madrid. I ()>,
AYF;R,nm. 29. 199B, pp. :~-()O, y M." C. Hom:o, Lenguaje y poltica
del nuevo liberalismo:lIloderados y progresistas, ] B:H-l
84;)>>, id., pp. :n-2.
(, Vid. \'1." C. !{omo, COlll situar el trelH'alllent'(
L'('Vo!uci de l'Anlic !{egimi (,1 pes de la rPvoluci pn I'obra dt'
Christian Windlpr, Recen/ues, nm. :~B, 199(),pp. 1;)1-1."')7.
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La peruivencia de la contrarrevolucn carlista 19
de los privilegiados, que (Jor un tiempo habran temido
soluciones msradicales contra sus intereses, pero que habran
suscitado un movimientosin apoyos efedivos e incapaz de
consolidarse.
En mi opinin., la perspediva ms coherente por ahora es la
queinserta la reaccin carlista en los efedos sociales de la ruptura
liberal,entendidos de manera diferente a las dos alternativas
anteriores. Segncreo, muchos razonamientos habituales, que tratan
de deducir los efedosdel liberalismo a partir de supuestos modelos
simples de una sociedadtradicional o de la mentalidad campesina o
del orden del AntiguoRgimen, deben ser sustituidos por una profunda
incardinacin enel panorama -dinmico y complejo- que muestra, desde
hace dcadas,la investigacin histrica. La revolucin se produjo, segn
esto, sobreuna sociedad evolucionada, en la que los canales
feudales de extraccinde excedente coexistan con una importante
diversificacin social, quepermita la consolidacin y la acumulacin
de la (Jropiedad privada.Como suceda a menudo en Europa (w(~idental
desde comienzos dela Edad Moderna, la condicin de va,~allo de un
seor no convertaen precaria la condicin de propietario 7. En Espaa,
la condicin delrey corno seor con derechos de propiedad se redujo
hasta (Josicionesmarginales, en conltraste con lo que suceda en
Europa central y oriental.
De esta forma, la acumulacin de propiedad privada avanz
deci-sivamente entre las capas ms afortunadas de los vasallos -no
pocasveces ligados al privilegio-, haciendo inaplicable, mucho
antes dela revolucin liberal, el cmodo esquema que habla de
se/lores y cam-pesinos. Las jerarquas eran notablemente ms diversas
y casi todasellas combinaban, en proporciones cambiantes, los
canales seorialesde extra(~cin de rentas con la propiedad privada,
las relaciones con-tractuales de produccin, la participacin en el
privilegio fiscal o laamortizacin de bienes, el mrito al servicio
de la Corona o la apropiacinpatrimonial de los cargos pblicos a
escala local. Es inadecuado, portanto, confundir a los nobles del
Antiguo Rgimen con una clase seorial.Tambin lo es olvidar que el
privilegio (exencin fiscal, vnculos) yel uso patrimonial de los
cargos (regiduras, diputaciones forales) seaplicaban muy a menudo
como una estrategia de reproduccin social
i J. P. COOI'LI{, En busca del capitalismo agrario, en T. H.
A~TON y C. 11. E.PHIII'I~ (eds.), El debate Rrenner. Estructura de
clases agraria .y desarrollo econmicoen la Europa occidental,
Barcelona, )988, pp. 164-229. Una introducci6n al contextosocial
agrario hacia finales del ahsolutismo en T. A. MI'ITUil"', El
patronatge en lessocielals rurals de I'anlic ri'girn, Alas, nm.
;~(), 2000, en prensa.
-
20 Jess MiLLn
de quienes eran a la vez -e, incluso, fundamentalmente-
propietariosprivados que acumulaban tierras o procedan del mundo de
los negociosmen~antiles o artesanales. Esta imbricacin de elementos
que suelenseparar los modelos tericos inclua tambin a buena parte
de las ins-tituciones eclesisticas. Es simplificador, por tanto,
considerar que elasalto liberal al poder econmico de la Iglesia
afectaba slo a stacomo un sector delimitado del viejo orden. Ello
sera olvidar que suspropiedades y sus instituciones, sin dejar de
lado el influjo socioculturalque irradiaban, formaban parte de las
estrategias de grupos que nopueden identificarse como feudales
B.
Un panorama como el que se acaba de esbozar -que no
sacrifiquesectores significativos de la complejidad histrica- puede
presentarde manera ms comprensiva los efectos de la revolucin
liberal. Bajoeste prisma, las medidas liberales no pueden reducirse
a un antifeu-dalismo inequvoco. Sin duda, la temprana asuncin de la
soberanapor las Cortes de Cdiz y sus disposiciones, al suprimir la
jurisdiccinseorial, afectaron a un pilar bsico de los seoros. stos
no dejaranya de erosionarse, induso bajo las posteriores etapas
absolutistas. Coneste declive, acelerado despus de 1823, se
esfumaban canales seo-riales de extraccin de ingresos, como el
diezmo o las regalas, deun peso decisivo. Ello no implicaba una
crisis generalizada de la nobleza-ya que no todos sus miembros eran
seiiores o no lo eran con lamisma intensidad-, pero introduca una
reordenacin fundamentalentre sus filas. La desamortizacin
eclesistica eliminara otro pilarde la sociedad del Antiguo Rgimen,
a la vez que abra vas excepcionalesde acceso a la propiedad para
las fortunas especulativas.
g J. M." PlIl(;\EHT, La "cultura popular" en la Europa rural del
Antiguo Rgimen,Noticiario de historia agraria, nm. 12, 1996, pp.
17S-187, y 1 ,es obreries parroquialsi la pagesia benestant. La
diocesi de Cirona, segles \\11-\1\, en Homes, l/laSOS, histria.La
Catalllnya del Nord-est (segles \/-\\), ed. de R. CO"(;O~T y !J.
To, Barcelona, 1999,pp. :329-364, y para no prolongar las citas,
L1. FEIWEH, Pagesos, rabassaires i indllstrialsa la Catalurqa
central (.~egleSI\III-II\), Barcelona, 1987. La opcin realista de
unafamilia de destacados propietarios rurales -reticentes ante el
absolutismo y con knsionesfrente al rgimen seorial-, a partir de la
reforma liberal de la religin durante elTrienio, en 1. TEHIL\llb,
El crwaLLer de Vidr. De {'ordre i el desordre conservadorsa la
muntanya catalana, Barcelona, 1987, pp. :3 U-:H 9. Tambin, J.
AI.ON~o I LPEz,Del progrs material i la reacci poltica. Vicent
Alcala de Olmo (1820-1902)>>, f\/ers,nm. 29, 1998, pp. 31-45;
J. MILLAN, El poder de la tierra. I,a sociedad agraria delRajo
Segura en la poC([ del Liberalismo, /830-/890, Alicante, 1999, pp.
207-224, YE. T()~u~, " 'Estat i els poders loC([L.~ a la Catalunya
del segle l/l. Una oisi des deSarri ( /780-18f>0), Barcelona,
1997, pp. :314, :3:30.
-
La pervi/iencia de la cOlltrarrevolucn carlista 21
La remodelacin de la sociedad por vas polticas, por tanto,
dif-cilmente puede reducirse a una operacin destinada a consagrar
losequilibrios entre liltes alcanzados de modo gradual en el
pasado. Ade-ms, esta alteracin social por vas polticas no se detena
en los seorosy en el patrimonio de la Iglesia. Desde muy pronto,
cuestion y eliminlas exenciones fiscales, la reserva de oficios
burocrticos y militarespara los privilegiados, los vnculos o los
cargos municipales reservadosa ciertas familias. Todo ello
trastornaba los instrumentos habitualesde promocin y hegemona de
sectores de propietarios privilegiados,daramente distintos de la
aristocra
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22 Jess ll-filln
ahora de las palancas que pona a su alcance la revolucin para
consagrarsu encumbramiento social y poltico.
Que en Espaa triunfase el liberalismo a travs de la
revolucin,mediante el asalto a la Corona en la dcada de 18~O y no
mediantealguna concesin por parte de la realeza, supuso algo ms que
unaoperacin daramente antifeudal. Significaba adems remodelar lo
quese iba a considerar en lo sucesivo como clases medias 10. Esta
peculiarremodelacin probablemente dejaba un lugar secundario a
bastantesde los grupos patricios que, como fruto de estrategias
anteriores, seconsideraban dueos de fortunas ajenas al seoro y
dirigentes legtimosde la sociedad que los rodeaba. Las rivalidades
entre las capitalesportuarias y los jauntxos de las provincias
vascas o los cambios enlas jerarquas de todo tipo que se observan
en una pequea capitaldel litoral valenciano, como Castelln,
ilustran el alcance de estas alter-nativas, al margen del orden
seorial, que se arrastraron ms all delpi'imer tercio del
ochocientos 11.
En segundo lugar, el anlisis del carlismo se basa en una u
otraconsideracin de su peculiar lenguaje y doctrina poltica. De
nuevo,el origen nos conduce a la crisis final del Antiguo Rgimen.
,Qusignificaba la resistencia antiliberal en nombre de la
monarqua'? Condemasiada frecuencia, desde criterios presentistas,
se ha dado porsupuesto que la intransigencia monrquica y religiosa
se asociaba a
10 I,a comparacin con Europa occidf'ntal sugicrf' f'1 IWSO df'
la discontinuidad
f'n Espalla, W. STFINMFTI., Cf'lllf'inf'uropisclw Tradition und
nationalc Bf'sondf'r1lf'itf'n
im Bf'griff df'r "Mittdklassf'. Ein Vcrglf'ich zwisclwn
Df'utschland, Frankrf'ich und
England, cn K. Ko~u.I.':(:1\ y K. SUlIn:II\Fll (cds.),
Hrgerschaji. Rezeption lUuL lnno/!ationder RegrU/lichkeit mm l10hen
MitteLaLter his ins /9. JahrhwuLert, Stuttgart, 1994,pp. 161-2:~6,
y R. KO~I:I.I.I:CI\, U. SI'I1FI: y W. STFIMlI-:TI., Drf'i
hiirgerlicllf' Wf'lten'(':ur vergleicllf'nden Scmantik df'r
hirgcrlicllf'n Ccsellschaft in Df'utschland, England
und Frankreich, f'n H.-J. PI'III' (fd.), Higa in da
(;eseLlschaji der /Venzeit. Wirts-c1u~/i-Po/itik-Knltnr,
Cilttingen, 1991, pp. 14-Sl-t En cuanto a la ruptura liheral
f'n
Espat'ia, 1. BIJlwn:l., Myths 01' failurf', Illyths 01' success:
Nf'w perspf'dives on nint'-teenth-cf'ntury Spanish lilwralislll,
.lonrnal (!/ IV/odan History, ntlll. 70, 199B,pp. B92-912, e 1.
C\~TFI.I_~, La rivoluzione lihcrale spagnola 1lf'1 reccnte
dibattito sto-riografico,StndiStorici,ntlll.I.ICJ9S,pp.127-ll.
11 J. ;\(;1I00-:\l.l\lll-:N\(;\ y J. M. 01:'1'11., Alguncs
puntualitzaciol1s sohrf' la inSLllTf'Ccicarlina al Pas Basc:
'actitud deis notahlf's rmals, cn J. M." FI1\IH:I:\ el alii
(f'ds.),Car!isme i lIuJ1!iments ahsolutistes, Vil', ICJCJO, pp.
ICJ-IB; K. B\IUIION\, Vizcaya onthe E/!e (!/Carlism. Politics afuL
Sociely, /800-/8.{'j, Kf'no, 1991; P. FEI:I\ \N IlEl.
AI.I\\I..\IJFJO,La crisis del Antiguo /(pgimen en (;uipzcoa,
/766-/8:n: camhio econmico e historia,Madrid, 1CJ7S, y O. M\I:T
AIP, \1\1l11., Un Iihemlismo de CirlSl'S medias. Re/}olnciin
.Ycamhio social en CasteLLi dI' la PLana (/808-/858), Castclln df'
la Plana, 1997.
-
La pervivencia de la contrarrevolucin carlista
un orden social preciso, ajeno al de la burguesa y difcilmente
recon-ciliable con l. Sin embargo, el carlismo no apel al
mantenimientode un orden seorial que, en realidad, hubiera tenido
que restaurarde manera conflictiva tras los decretos de Cdiz y la
misma polticade Fernando VIl como rey absoluto desde 1814. Los
carlistas mostraronsu falta de compromiso con este propsito que,
aunque interesaba alos altos crculos seoriales, estaba lejos de
definir al bando de D. Car-los 12. Su espacio poltico se situaba en
otro terreno, distinto y msamplio que el que han querido buscar
quienes identifican la revolucincon la coyuntura en que habra
cambiado el modo de produccin.
Este vnculo laxo con un orden social determinado sera una delas
claves del xito del carlismo como fuerza con capacidad de futuro.Es
posible entender esta peculiaridad a partir de las doctrinas de
lamonarqua absoluta a la que tan estrechamente estaba ligado. Las
doc-trinas del absolutismo -en especial las de los sectores
antiilustradosy antirreformistas-- haban diferenciado entre la
potestad monrquicay la propiedad, que corresponda a los
particulares. Dado que, al mismotiempo, esta propiedad se
legitimaba de manera prescriptiva, las doc-trinas antiliberales de
las que naci el carlismo lo que venan a consagrarno era tanto un
orden social definido como la incapacidad del poderpoltico para
alterar su evolucin gradual y espontnea. Los argu-mentos de los
diputados absolutistas en las Cortes de Cdiz, comolos de los
partidarios del Antiguo Rgimen en las dcadas de 1820y 1830, repetan
lo que ya haban dicho los oponentes al reformismoabsolutista del
siglo XVIII; defendan la propiedad privada sin restric-ciones y
consideraban que ningn poder -ni la monarqua ni lanacin- era
soberano para interferir o alterar el sistema de la propiedaden
vigor. En todo caso, corno defenda el marqus de Valle Santoro,era
en la propiedad privada donde estribaba una soberana que la
hacaintangible por vas polticas 1:\. Esto poda ofrecer algn
resquicio aquienes, obligados por el liberalismo y aos de declive a
actuar ala defensiva, tratalwn de salvar los derechos seoriales,
pero no haca
12 Para Donoso Corts si el parlido delllocrlico. para agradar a
las turha", sllprilllt'los seioros por lInaley, dOIl Carlos, para
agradarlas, si triunfa 11
-
24 Jess MiLLn
del carlismo un instrumento de ese objetivo. Todo indica que los
carlistasde la Primera Guerra no estaban dispuestos a restaurar el
rgimenseorial en el sentido anterior a 1811-1814. En 18:3.'3 el
tema era yasecundario y no dejara de serlo ms an en lo
sucesivo.
Este relajado compromiso con un orden social dado puede
habersido una fuente de actualizacin del movimiento. El nfasis
definitoriodel carlismo estaba en el terreno direetamente poltico y
asuma uncarcter negativo. Su fin era oponerse a todo liberalismo
poltico o,como tan a menudo se deca en sus manifiestos, a la
revolucin. Larevolucin era vista, por tanto, como la autorregulacin
de una sociedademancipada de tutelas autoritarias y comprometidas
con el ejerciciorecto del poder, es decir, aquel que respetaba la
prescripcin de losderechos adquiridos de los sbditos. Tanto si se
ejerca por uno delos sectores dirigentes del cuerpo social, como si
asuma un carcterdemocrtico, como si se plasmaba en un absolutismo
desviado, al estilode Carlos III o de la Ominosa Dcada, la nocin de
soberana eravista por los antiliberales como un marco en el que la
razn de losgobernantes se emancipaba de todo compromiso con la
justicia, la cualobligaba -suum cuique tribuere- a respetar a cada
uno lo suyo, comoproclamaba el lema de la monarqua prusiana. Cuando
el liberalismohaba roto las barreras que separaban el npen~wnpblico
de la proprietasde los particulares, era imposible evitar el
cuestionamiento perpetuode cualquier derecho adquirido. La
usurpacin dinstica prefigurabaun ciclo de arbitrariedad subversiva
en todos los sentidos. As lo recor-daba un jurista al inaugurar el
curso en la universidad carlista dela Portella. Ni siquiera Carlos
IV hubiera podido privar de sus derechosadquiridos a D. Carlos,
nacido antes de que se planeara cambiar laley sucesoria. Las leyes
espaolas, aada, no consienten que los dere-chos que una vez se
reclamaron de manera reglamentaria sean luegorecortados o
suprimidos 11. Luchar por la legitimidad del trono eraluchar por el
orden justo y contra todo abuso del poder del Estado.
H. Los espacios en comn: estabilizar la sociedad de clases
La defensa poltica del Antiguo Rgimen poda ofrecer, desde
estaperspectiva, un atractivo socialmente amplio y peridicamente
renovado
11 Cito a partir dl-' la tradu{'cin catalana dl-'] tt'xto ('n
latn. D. M()~T\N\ I Ikul\c\y J. Pt!.I01. I Ro:-. /,a rmil'eTsi/a/
carlilla dI' Ca/alllllya. Solsolla (/8J8) San/ PeTC dela Por/ella
(/8:W-/8toJ. Valls. 1997. p. Ig5.
-
La penJivencia de la contrarreuoluciln carlista 25
en medio de los avatares del mundo contemporneo. En realidad,
notodas las ideologas burguesas presuponen la capacidad de
autorre-gulacin de la misma sociedad burguesa 1:>. La defensa
del autoritarismo,como contrapunto del inestable poder soberano y
de la emancipacinde la razn con respecto a los compromisos de la
historia y de lareligin establecida, vena a restringir el
proyectismo caracterstico detoda ideologa de progreso, interesada
en mejorar mediante la polticala suerte de la sociedad. Al combatir
las premisas que inaugurabanun nuevo modo de entender la poltica,
los carlistas -como MagFerrer 1_ anticipaban su oposicin a la
democracia, al socialismoy a todo lo que entendan como anarqua.
Este edificio poltico que albergaba a la contrarrevolucin
ofrecarefugio desde el principio a quienes desconfiaban de la
capacidad deautorregulacin de la sociedad marcada por el
individualismo posesivo.No era otro el tipo de argumentos en
defensa del Antiguo Rgimenque desarrollaba el marqus de Valle
Santoro y los que pueden hacercomprensible la militancia
absolutista de personajes como los Caralt,Novia de Salcedo, Epalza,
Gal o Sorzano. Pero este propsito -someterla autonoma de la
voluntad poltica generada por el concepto de sobe-rana, si se
deseaba asegurar la estabilidad social- no dejara de inte-resar
despus de la revolucin. De ah que el carlismo redutara
peri-dicamente a figuras que definan en su patrimonio y en sus
iniciativasun cierto ideal del mundo burgus, de cuya autonoma
poltica des-confiaban abiertamente, sin embargo, como Aparisi o
Vctor Pradera,sin olvidar una legin de personajes regionalmente
decisivos, comoAlcal de Olmo o la familia de Sabino Arana.
Los planteamientos que reivindicaban el papel de la religin enla
sociedad fueron pronto, desde la dcada de 1840, el puente porel que
algunos de los que haban apostado por el triunfo liberal trataronde
introducir en l una severa correccin en el sentido propugnadopor el
carlismo o, simplemente, acabaron apoyando la legitimidad pros-
l., Por tanto, no lpnan por qu~ asumir npcpsariamplltp los
priucipios dd EstadodI' Dprpcho que aspguraspn el poder de clase
dI' la burgllPsa (por uo hablar dI' ladpmocracia). Vid., p. e., C.
B. MCPIIEI1~O", La leora poltica del iruLiuidualismo posl'sino.DI'
Hobbes a ,ocke, 13anploua, 1970, y C. EI.E), LilJ('ralism, Europe
aud tflP bourgpoisip1860-1914, (-'u D. BUCk.BOUI1N y R. J. E\\I\~,
Thl' Cerman Rourgeoi8l'. Essay.~ onlhe Social Hislory 4 lhe GernUln
l\-ddle Class from lhe ,ale Eighll'enlh lo lhe EarlyTwmtielh
Cenlury, LOl1drps y Nueva York, 1991, pp. 29:3-:31 7.
Ir) Las le.Yl's .lillulamenlales de la monarqua esparzola, segn
.lll/'ron antiguamenll'y segn corwiene que sean en la ppoca adual,
Barc(-'Iona, 184,'}.
-
26 jess /VliLLn
crita. Los planteamientos neocatlicos, poco despus del impreciso
finaldel primer conflicto carlista, no dejaran de actualizarse en
las dcadasposteriores, en la Espaa de la Restauracin y del cambio
de siglo 17.
Donoso Corts brind un arsenal de argumentos al antiliberalismode
los siglos XIX y XX, si bien l se haba inclinado bajo FernandoVIl
por la apertura de la monarqua a las clases medias como
nuevasaristocracias legtimas y fue un resuelto seguidor de la
regente M.aCristina. Su apoyo a un orden social distinto al del
absolutismo, demodo caracterstico, no significaba que confiase en
la capacidad delos grupos emergentes para generar por s mismos los
elementales requi-sitos de estabilidad. Para Donoso, segn deca en
1850, el personajems corrompido y ms corruptor de esta stwiedad es
la clase media,que nosotros representamos, seores; en esta clase
hay voces de alabanzapara todos los fuertes B. El ascenso de la
clase media se habra pro-ducido al precio de derribar el viejo
edificio poltico y religioso y deaqu derivaba el riesgo de
reproducir una situacin inestable, de tonoshobbesianos, promovida
por la ambicin individualista sin freno y laemancipacin de la
voluntad individual que haban irrumpido con elliberalismo
revolucionario. El triunfo de ste no creaba ningn equilibrio:Espaa
viva una situacin revolucionaria, que ha sobrevivido a larevolucin,
hasta el convertirse, ms que ningn otro pas, en el viverodel
socialismo l(J. La nueva sociedad no poda estabilizarse medianteun
orden poltico liberal, sino que requera un nico poder: la
monarquano parlamentaria. Recurriendo a sus habituales paradojas,
Donoso argu-mentaba -de un modo que recuerda a carlistas de
primt~ra hora, perotambin a Luis Lucia en vsperas de la II
Repblica, como estudiaRafael Valls- que slo un poder no controlado
institucionalmente ase-guraba contra el poder omnmodo. La confianza
ilustrada y liberal enel proyectismo poltico conduca a un poder sin
lmites: a una cen-tralizacin apopltica, centralizacin absoluta.
~ste era un Poder esen-cialmente anticristiano. Los lmites al poder
poltico no deban derivardel parlamentarismo de los liberales, sino
de das jerarquas sociales,capaces de oponer una resistencia
material al poder monrquico :20.
17 B. LJ HICi'EN, Orgenes .Y eliOlucin de la derecha esparlola:
el neo-catolicisflw.Madrid. 1986.
1:: J. M." BI':NE)TO, Apocalipsis de la fl/odemidrul. Rl
decisionisfl/o poltico de DonosoCorts, Madrid, I 99:~. Ohras
cofl/pletas de Juan Dorwso Cortes fl/arqus de ValdegaflUls,ed. de
C. Valvenle, S. l., vol. 11. Madrid. I ()60. p. 48:~, 11. :~.
11) Id.. pp. 4811.492.20 Td., pp. 48;)-486 Y :~ 16-:H 9,
769.
-
La peruivencia de La con trarrel'oLucin carlista 27
Por ltimo, urga que el mundo contemporneo asumiese los valoresy
la autoridad de la l'lglesia como portadores de una racionalidad
superiora la de la sociedad civil. La civilizacin, entendida como
el consensocapaz de regular y estabilizar las prcticas competitivas
que llevabanal progreso, no proceda de la economa de mercado, ni de
los principiosliberales, sino de la doble exhOltacin religiosa al
desprendimiento delos poderosos y a la resignacin paciente de los
oprimidos 21. Ello sus-tituira con ventaja los derechos civiles del
liberalismo. Un orden enten-dido de esta forma (~ombinaba el
predominio de las clases medias conla renuncia a la emancipacin
individual y de la opinin pblica, alreintroducir la monarqua
autoritaria y mediatizar la sociedad a travsde la pri mada de la
Iglesia.
Aunque con diferencias notables de enfoque, Jaume Balmes
llegabaa conclusiones comparables. Si bien se haba inhibido durante
la PrimeraGuerra, el clrigo de Vic reivindic el car(~ter respetable
del carlismoy la necesidad de integrarlo. Tena sus motivos, a
partir de su percepcinde la industria como motor del orden social
de nuestro tiempo. Pre-cisamente por eso, la tica del catolicismo
deba impregnar toda lasociedad burguesa ~,i no quera abo(~arse al
caos. A mediados del ocho-cientos, esta idea se abri paso en medios
burgueses, conscientes delas ventajas de la emancipacin de las
viejas trabas que haba operadoel liberalismo. Estas ventajas, sin
embargo, no aseguraban el desarrollonormal de la nueva sociedad: es
pre(~iso conocer tambin que le sonnecesarias ciertas trabas y
ciertas reglas, sin las que se pierde y devoraa s misma 22. El
liberalismo revolucionario, lejos de ser para Balmesun instrumento
de las aspiraciones respetables de la burguesa, se habadesbordado
para desbloquear la situacin subalterna de las capas popu-lares,
que, al reinterpretar el lenguaje liberal, perdan as el sueode la
inocencia. Para Balmes, esto no constitua un puebLo, (~onceptoque l
reservaba al orden estable que vea en los componentes popularesdel
bando carlista. El orden burgus necesitaba, por tanto, una
estructurapoltica con (~ontenidosantiilustrados y en guardia contra
las perspectivasde emancipa(~in universal. En Balmes, la
estabilidad capitalista slopoda asegurarse mediante la tica del
compromiso individual con labeneficencia de los propietarios -de
nuevo, un escaso papel para el
21 Id., pp. :t20, 4S4, 546-:147.22 Texto de E'l Locomotor.
Barcelona, (, de a!;o,.;to dt, IR49, cjl. Jo,.;ep M." VH \IHX\,
Cultura Ilacional en Uf/a .Iocidat d,idla. Patriosme i cultura a
Catalullya ( /8.18-/8(8).Barcelona, 19()2, pp. 104-IOS, 11. :2
1:3.
-
28 Jess MiLLn
Estado- y la hegemona pblica de la Iglesia, que mantuviese a
lamayora de la poblacin en unos horizontes de sumisin y
expectativasconsoladoras 2:1. Segn eso, la anarqua destructiva que
promova lapoltica liberal, al modo del estado de naturaleza de
Hobbes, podracontrarrestarse evitando los riesgos de un Leviatn,
gracias a un anti-liberalismo respetuoso con los derechos
adquiridos y apoyado en latutela social de la Iglesia.
Este tipo de premisas, plantea Coro Rubio, haba servido para
superarlas fracturas sociales que haban estallado en las provincias
vas(~asen el primer tercio del ochocientos. Tras el abrazo de
Vergara, sectoresdirigentes de carcter contrapuesto cerraron filas
mediante transaccio-nes, que se apoyaban en gran medida en el orden
religioso que seconsideraba imprescindible, hasta el punto de
impregnar por completoel orden foral. La revolucin democrtica, que
triunf en Espaiia en1868, al afectar al rgido confesionalismo del
Pas Vasco, fue vividopor parte de sus habitantes como un reto
directo al orden social.
La premonitoria cruzada carlista contra la revolucin poda ser
recha-zada en el campo conservador por motivos diversos, desde la
propiatradicin ideolgica al escepticismo con respecto a una
victoria militarque se vea dudosa, como suceda con tradicionalistas
poltico-culturalescomo Maii i Flaquer o Menndez Pelayo 2 . Pero
ofreca renovadosmotivos de confluencia entre los crculos dirigentes
de la sociedad bur-
:!;\ Jmwp 1\1." FH \1l1:H \, }a/l/ne HaLrnes. ELs./imarnellts
raciollals d'/l/Ul poltica catMica,Eutllo, Vil', I99(. Sus
propucstas sobre la iniciativa dt' la aristocracia dt'1 oro enla
nwjora dt' las clases trabajadoras, pp. 190-191, 20(-20S. Balnws
propugnaba unapastoral catlica claratllentt' jerrquica, qlW
flexibilizase el rigoristllo moral y comhinaselas prdicas litrgicas
tradicionales con la nwdiacin entrt' la socit'dad y t'1 Estado,p.
2()]. Eslt' tipo de tutt'la pastoral caradt'riza a dirigt'nlt's
t'clt'sisticos absolutistas,como los obispos Strauch y Abarca, J.
Fiel FllOl. \, f_'sglpsia i societat a principis delsegle \/\,
Vil', ]9S8, y A. 1\101.1'''':1:, Monarqua absoluta e Iglesia
rt'staurada t'n t'lpensamiento dt'1 obispo carlista Joaqun Abarca,
t'n E. 1. \ P\HU y J. PH\IlFI.I.~ (eds.),Iglesia, sociedad y g~tado
en Fspruza, Francia e Italia (ss. \llll al \ \), Alicante, ]992,y
J. K. UHVII.IO, Prensa carlista duranlt' la Prinwra Clwrra
(IS;~;~-1840)>>, I"n I_a prensaell la re/!olacill liberal,
Madrid, I ()S;~, pp. ;~ 19-:~2S. La leccin dI" 18;~8 t'n la
univt'rsidaddt' la Portt'lla insislt' en que
-
La peruivencia de la con/rarrevolllcn carlista 29
guesa. La reiterada formacin de amalgamas antirrevolucionarias,
enpalahras de Jordi Canal, supuso el impulso para un carlismo
variasveces dado por agni(~o, incluso desde antes de 1868, como ha
sealadoLlus F. Toledano.
Esto enlaza con la compleja problemtica de los apoyos
popularesdel carlismo y la cultura poltica que los caracteriz. Sin
duda, cornoargumentan Gloria Martnez y Juan Pan-Montojo, el
antiliberalismo reci-bi un impulso decisivo a partir del pleito
dinstico en la dcada de1830. Sus ecos, como ellos mismos
sintetizan, movilizaron un conjuntocomplejo de jerarquas en la
medida en que ereyeron reales las expec-tativas de triunfo. La
figura del rey sera clave del universo carlista,por ms que en el
mundo liberal o progresista acabase de confirmarsu carcter
obsoleto. Esta faceta definitoria dellegitimismo monrquicopuede
entenderse a partir de la fuerza que lleg a irradiar la causade la
religin y del rey cuando se confiaba a la movilizacin popularcontra
sus enemigos. El orden autoritario y religioso no se confiabaahora
a las siempre distantes lites del privilegio y a los ejrcitos
pro-fesionales, sino que invocaba a la gente comn para una ludm
tras-cedente y decisiva. Una peculiar apelacin al pueblo, en los
comienzosde la poca de la movilizacin de masas, desencadenaba ahora
la defensadel orden justo y legtimo. Aunque con peculiaridades
destacables, sedesarrollaba en algunos mbitos una especie de
contrafigura simtricaa la nacin en armas de los revolucionarios,
con su carga de exaltacindel sacrificio y de fusin con la causa
redentora por la cual se dignlficabay poda medrar el individuo
corriente.
De ah la importancia de adentrarse mediante interrogantes,
comohace Llus F. Toledano, en esta poltica de la violencia. En el
carlismocataln de la Tercera Guerra se dibuja el traslado de redes
de influenciaque pesahan a escala local o comarcal. Los cap::; de
colla carlistasrecogan la iniciativa antiliberal de los sectores
influyentes: tres decada cinco eran propietarios rurales
acomodados. Su mezcla de ambi-ciones y de recursos oportunistas no
eliminaba la dara identificacincon la causa contrarrevolucionaria.
Pero su desarrollo abre interrogantesen cuanto a los tipos de
experiencia poltica que poda legar para elfuturo.
Este recurso a Ila movilizacin constituye, por tanto, el aspecto
queacerca en mayor medida el carlismo a los movimientos sociales
rei-
rt'ivindicast' cit'rtas nwdidas dt'1 ahsolutismo dt' la "Ominosa
J)pcada. His/oria dI' losheterodoxos espaioles. vo!. JI, Madrid,
I{)(7, pp. 776 Y780-781.
-
;)0 Jes,~ MiLLn
vindicativos del mundo contemporneo. De ah que la dimensin
populardel apoyo a la contrarrevolucin haya constituido, desde el
prin(~ipio,un problema incmodo o una fuente de perplejidad para el
pensamientoprogresista. ,No alteraba esta militancia popular los
objetivos contrarre-volucionarios del movimiento'? Plantear el
problema es obligado, adems,desde el momento en que la asimilacin
que realiza la base socialsuele coincidir slo en parte con las
motivaciones que formalizan losdirigentes. La frecuente
interpretacin del liberalismo poltico comoexpresin de la burguesa
ha llevado a buscar entre los militantes car-listas algn tipo de
aspiracin radical insatisfecha, aunque se vieseenvuelta en el
ropaje reaccionario de las lites ultras. Josep Fontanaha recordado
esta imagen, a partir de la idea que presentaba DonosoCorts en
18:~7 del absolutismo de la Ominosa Dcada. Entonces,deda Donoso, el
poder absoluto estaba oprimido por la democracia 2,'.
Sin duda, Donoso recoga con esta frmula el desdn a las
aspi-raciones burguesas que el absolutismo de Fernando VII
acompaabade la exaltacin de lo plebeyo. Pero esta combinacin no
deriv entonces,ni lo hara luego (~on el carlismo, hacia un
radicalismo popular ennombre de la monarqua, del tipo de los que se
encuentran en losmovimientos ultrarrealistas de Alemania o Rusia en
el paso del siglo XVIIIal XIX. No est justificado identificar el
carlismo con el supuesto fen-meno general de los movimientos
campesinos, por en(~ima del tiempoy del lugar en que se
desarrollan. El carlismo no fue un estallidocualquiera de protesta
campesina, supuestamente impregnado de modosupelficial por la
retrica reaccionaria. Las caractersticas sociales desus dirigentes
y la prctica de estas lites en las zonas que ocupabanmuestran hasta
qu punto el movimiento no puede entenderse comouna oleada de
protesta popular. La asociacin que estableda Donosoentre
absolutismo y democracia no debera aislarse de otra opinindel mismo
poltico, tres mos antes, cuando lamentaba que la precozdifusin del
liberalismo llevaba a cuestionar el orden social: de la
2.) Pnlogo a P. Kl'.IlI.\, COlllmrrcl'olucilI. Rcalismo y
Carlismo cn Amgn yel V!acslmzgo, 1820-1840, Zaragoza, 199B, pp.
XI-XII. La paradoja de Donoso, pat1edt' su cruzada
antiprogrt'sista, no pLwdt' ocultar que su autor vca el pcligro
subversivoen el lado dt' la wvolucin lilwral. Por citar Illl
t'jelllplo, en l B:~9 -cuando los carlistass
-
La pervivencia de la contrarreuolucin carlista
Constitucin de Cdiz se haba escapado un germen de libertad quese
difunda rpidamente por todas las clases del Estado, algo queno se
poda atribuir a la reiterada defensa del absolutismo 2(J.
La coexistencia de prioridades diferentes en el seno del
carlismono debe llevar a ignorar que ello no impidi un grado de
colaboracinpopular importante en ciertas zonas. Los aos de guerra y
derrota noevitaron la cristalizacin de una peculiar cultura
poltica, que generabauna identificacin inmediata y permaneca ajena
a los motivos de con-nicto que, en otros ambientes, conducan a la
protesta o la reivindicacinde los sectores populares, como lo
muestra el inicio por entonces dela lucha por la tierra a partir
del liberalismo radical. Entre el pueblocarlista siguieron siendo
prioritarios la intransigencia religiosa y monr-quica y el rechazo
virulento del liberalismo, de manera tal que con-dicionaba en
sentido poltico la eventual crtica contra los ricos.
Esta capacidad para obtener la colaboracin de la militancia
popularsin compromisos sociales no debera desviarse suponiendo un
radi-calismo inverosmil o exagerando el peso de la coaccin. Los
testimonioscoetneos reiteran el amplio grado de credibilidad de los
dirigentescarlistas en las zonas en que se movan 27. Aunque siempre
existieronlas coacciones y la violencia disuasoria, el carlismo
pudo disponer desdeel principio de una colaboracin entusiasta y
capaz de generalizarse
2(, Obras mil/pIdas, vol. 1, pp. 249-2:)0. Pau PifelTer
observaba la sumisiln delcampesinado carlista ante las quintas, que
suscitaban revueltas ('n localidades lil)('rales,1. M.a FH\IWIU,
Cultura nacional, p. UCJ, Para Balnws, imposible parece que
aquelloshombn~s tan mansos y pacficos sean los mismos que en
sonando la bora d(1 comhate
rugen como leones y brican como leopardos (oo.) para tomar parte
en nuestras lanwntablesdiscordias civi)es, Escrits sobre Catalunya,
ed. de 1. M.a Fll\IWIU, Barcelona y Vil'.199S, p, ;~S.
2, Segn el jefe l'I"istino Quesada, durante su campaa en el Pas
Vasco en lS;~4,los dirigentes carlistas ('uentan con el patrocinio
de los plHblos, a quietles dicetlque se va a establecer en Espaa la
Cotlstituciln del allO 20, No hay clase de[)ltrarlas que los
corifeos de la rebeliln no inventen para sostener las ilusiotles
deUtlOS aldeanos imbpcilt',s, que (o .. ) sllo dudan de lo que es
cierto y cita (1 rumordel desembarco de utla escuadra rusa o la
entrada de D. Carlos en Madrid, A. PIH \1. \,
Historia de la guerra civil .v de los partidos liberal .Y
carlista, vol. 1, Madrid, 1984,ppo 281, 28c'l. La polica carlista
confirmaba esta situaciln en poblaciones pequeas,1. P\N-Mo'Vl'O.lo,
Carlistas .y liberales en Namrra (18.13-1839), Pamplotla, ]t)90, po
720Un ejemplo de la defensa de StlS colonos, objeto de represalias
liberales, por partede un propietario carlista en 1.
ACIHIU:\ZKlEN\C\, La va armada como mptodo deintervencin poltica:
anlisis del protllH]('iamiento carlista (IS:U)>>, en 1.
AClllIU:\ZK[lE".\C\ y J. R. UHVI!IJO (eds.), ISO IUlOS del co/Uw/o
di' Bagara J de la ley del25-,,(-1840, Vitoria-Casteiz, 1990, pp.
217-2IS.
-
32 Jess MiLLn
en ciertos contextos. Entre 1834 y 1835, el proselitismo
carlista delos clrigos habra hecho, a los ojos de un labrador de la
Cataluainterior, que lo un y feya caura lo altre, que els pareixia
que seanaven a una festa maj :m. Las penalidades de una lucha
larga, sos-tenida a menudo en precario hasta el desastre final, no
acabaran deeliminar esta imagen de adhesin entusiasta, que se
asumira comouna reaccin natural. Incluso la alusin a las coacciones
poda reflejara veces la presin de un ambiente que se cerraba al
liberalismo, comoplantean los trabajos de Javier Ugarte.
La historia social y econmica ha proporcionado indicios del
marcoen que la evidente polarizacin de las fortunas -o las
condicionesprecarias de la mayora- no impedan la existencia de
formas de inte-gracin subordinada o la recreacin de una especie de
comunidadinteriormente jerarquizada. La proliferacin de pequeos
propietariosque llegaban a subsistir trabajando para alguno de los
contados vecinosterratenientes, la aglomeracin de familias de
labradores inquilinos entorno a la explotacin mayor que arrendaba
una de ellas, el uso delmunicipio para compensar los efectos del
mismo individualismo agrarioque se introduca desde el poder local,
las oportunidades de estabilidadque para los colonos pobres ofreca
el concurrido mercado de los arrien-dos, la posibilidad de obtener
aplazamientos o ayudas por parte deunos rentistas elevados sobre su
incontestable superioridad legal, lacesin de parcelas en enfiteusis
o rabassa a los campesinos pobreso la prctica flexible de los
derechos del propietario cuando el colonotena perspectivas de
solvencia pueden ser otros tantos ejemplos posibles,identificables
en la agricultura vasconavarra, catalana o valenciana delsiglo XIX.
Algo comparable puede sospecharse entre el artesanado deciudades en
general poco dinmicas 2(). Con ello no se quiere recuperarun caduco
determinismo materialista, como si estas circunstancias no
:zg P. PA';CU\1. I [)O~lI~:i'.':UI. Carlisme i socielal rural,
la Cuerra deis Set Anys a
la CorH'a d'dena. (La visi d'un pagt'>s: Mart Vidal, de
Callardes)>>, Recerques, nm. 10,1980, p. 65.
:Z'J Sobre el Pas Vasco y Navarra, F. MIKFLIIlI'AI, Nuevas
persl)f'ctivas acercadel casero vasco. Un comentario sobre tres
contribuciones recientes, Noticiario dehistoria agraria, nm. J:~,
1997, pp. 22:~-2:~1, Y P. ElwozAIN. Propiedad, ./cunilia .Ytrabajo
en la Navarra contempornea, Pamplona, 1999. Pueden conlrastarse con
lasobsenraciones de J. PAr> MOIVI'O.Io, Carlistas y liberales en
Navarra. En cuanto a lasrelaciones entrp movilizacin antiliberal y
consolidacin de la pequea propiedad acomienzos del siglo \\, S.
CIIlIlII)O, Treballar en com. El cooperativisme agrari a
EspanJa(1900-19J6), Valencia, 1996.
-
La pervivencia de la contrarrevolucin carlista
hubiesen ido acompaadas de otras que podan suscitar la
reivindicacinautnoma. Pero es en este contexto donde podra
investigarse la ela-boracin de las experiencias que renovaba la
credibilidad y la co-laboracin de las capas populares con respecto
al mensaje antiliberal,a la vez que reproduca una identidad
impermeable al discurso dematriz liberal o progresista. El
desarrollo desigual del capitalismo, portanto, poda darse tambin en
lo relativo al fomento de formas de inte-gracin de las diferencias
sociales, hasta el punto de poderse postularalgunas de ellas como
ejemplo a imitar de armona de clases :\0.
Fue bajo el amplio consenso burgus de la Restauracin cuando,el
carlismo desarroIl, aunque no sin problemas, como estudia
JordiCanal, su poderosa capacidad movilizadora y organizativa, algo
muyrelevante en el contexto del espacio pblico de la Espaa de la
poca.Esta especie de ghetto carlista pona a disposicin de la
renovacinconservadora un pueblo sano, como el que soaban ciertos
desen-cantados con el entendimiento oligrquico de la Restauracin.
Los segui-dores de un Maura que proceda del liberalismo se
encontraron a prin-cipios del siglo xx aplaudiendo y buscando la
colaboracin de un Vzquezde Mella y un Vctor Pradera. Pesaba tambin
el hecho, adelantadoya por Donoso y Menndez Pelayo, de que el
universo carlista remitaa la poca de esplendor imperial de la
monarqua espaola, en el siglo XVI.Esta identificacin gan un peso
creciente entre sectores importantesde la derecha a la hora de
buscar apoyos al nacionalismo espaolen la poca del imperialismo y
la nacionalizacin de las masas. Laamplia reserva de matices de la
poltica carlista encerraba una daracapacidad de adaptacin al nuevo
orden social, a la vez que prometadejar un gran campo de accin a la
gestin de los particulares, sinlas interferencias del Estado
democrtico y social y sin los riesgosde la demagogia fascista. Como
plantea Rafael Valls, la herencia deeste universo mostr la
capacidad de hacer poltica real, movilizandoelectores y afiliados,
sin dejar de mantener una prctica conservadoray con mnimas
concesiones al populismo. La poltica confesional dederechas se
prolongara desde la CEDA hasta la dictadura franquista.Javier
Ugarte, en cambio, subraya el peso innovador del activismo como
:\0 La ai.oranza del palriarcalismo rural derivaba a menudo de
las nuevas promocionesde la propiedad burguesa en el campo a
mediados del ochocientos. Sobre figura yla obra de Jos M.a IJE
PEI{EIJA, un tiempo diputado carlista, A. GABBIIJO, Favor e
indi-ferencia. Caciquismo y vida poltica en Cantahria (l902-1923),
Santander, 1998.pp. 195-199.
-
Jess Milln
forma de hacer poltica y la movilizacin patriarcal y
comunitaria,dentro de la amalgama contrarrevolucionaria que condujo
al franquismo.De nuevo, la apelacin a la gente corriente en nombre
de la causaredentora y las estrategias contrarrevolucionarias de
ciertos crculoseran capaces de hallar un punto de colaboracin
eficaz.
Analizar la reaccin carlista nos sirve para formarnos una idea
msajustada del significado de la revolucin liberal como momento
fun-dacional de la sociedad y el Estado en la Espaa contempornea.
Lomismo sucede con los intentos de cerrar mediante compromisos
lasfracturas que cre este proceso. Su capacidad de reproduccin
planteala peculiaridad de ciertos medios sociales, capaces de
generar un idealde comunidad jerarquizada, poco investigada an.
Pero la tpica com-binacin de antiliberalismo poltico y barreras
contra la interferenciasocial del Estado pone sobre la pista de sus
conexiones con el liberalismono democrtico y con los nacionalismos
conservadores. Su apologade la poltica de la violencia, por fin,
inserta un componente activoen la sublevacin contra la democracia
republicana y en el origen delfranquismo. La seleccin que sigue
intenta ser una orientacin en elrecorrido de estas rutas.
-
El primer carlismo, 1833-1840
Gloria Martnez DoradoUniversidad Complutense de Madrid
Juan Pan-MontojoUniversidad Autnoma de Madrid
l. Presentacin
En las lneas (11 w siguen vamos a tratar de hacernos eco de
lospasos dados por la alnmdante historiografa que se ha
reencontrado,en las tres ltimas d(.('adas, con el fenmeno
contrarrevolucionario espa-ol. Hemos elaborado un texto que, sin
embargo, no pretende ser unestado de la cuesti6n y s enhebrar
algunas reflexiones sobre el naci-miento y consolidacin del
carlismo en la dcada de 1830, revisandola importancia otorgada por
la historiografa a sus diferentes elementosexplicativos y
profundizando en algunas cuestiones habitualmente ori-lladas,
omitidas o tergiversarlas.
Tratndose de una obra interpretada a do, los lectores
probable-mente descubrirn algunos movimientos desacompasados, pero
en losustancial ambos autores estamos de acuerdo: el primer
carlismo cons-tituy un movimiento social y poltico, al que abri6 la
puerta una sig-nificativa oportunidad -la crisis dinstica- y cuya
clave explicativadebe buscarse en los mbitos de las relaciones
sociales y las identidadespolticas, pero sin olvidar que relaciones
e identidades se construyenalrededor de instituciones y por medio
de experiencias histricas enlas que las condiciones materiales, los
intereses y su evolucin jueganun papel central.
AYER :38*2000
-
:36 Gloria "/V!arl{nez Dorado y Juan Pan-lli/onlojo
2. Los movinlientos contrarrevolucionarios
El carlismo de 1S:~~-1840 no constituye un movimiento aisladoen
el espacio ni en el tiempo. En el espacio no lo es porque en
diferentespases europeos, y sobre todo en los catlicos, se
sucedieron desde1790 movimientos contrarrevolucionarios, cuyos
denominadores comu-nes pueden ser encontrados en la fuerte
presencia eclesial en su orga-nizacin y su discurso, y en el apoyo
de la poblacin rural, y msespecficamente del campesinado, de
regiones concretas. En el tiempotampoco est aislado, porque el
carlismo no se puede separar del realismodel Trienio ni del
ultrarrealismo de la Ominosa Dcada; es ms, cabrahallar sus races en
la moviliza(~in peninsular contra los franceses.
Se puede decir, como ha apreciado Jordi Canal 1, que en el
anlisiscombinado de la comparacin en el espacio y la continuidad en
eltiempo se halla una de las claves diferenciales del carlismo,
pues noobstante los parecidos de familia de todos los movimientos
contrarre-volucionarios, el espaol se destaca por su temprano
nacimiento y suextremada capacidad de persistencia. Un rasgo este
ltimo que no debeperderse de vista a la hora de valorar el elemento
coactivo en la incor-poracin de campesinos a la faccin, si lo que
se busca es negar elarraigo popular del carlismo 2.
Las rebeliones de vandeanos y chouans y la movilizacin de
losblancos tras la Restauracin en Francia, el miguelismo en
Portugalo las distintas rebeliones italianas (como el sanfedismo o
la de VivaMara en Toscana), deberan ser objeto de una historia
comparada dela que desafortunadamente hay escasos ejemplos. Al
contrario de loque ocurre con la ideologa contrarrevolucionaria,
con las relacionesdiplomtieas entre las familias del absolutismo
europeo o con las bio-grafas de los diversos nobles y militares
legitimistas (que (~onstituyenla otra cara de los romnticos
liberales), la historiografa ha dejadode lado el acercamiento
comparativo a los fenmenos contrarrevolu-cionarios. No podemos
aspirar aqu a llenar ese patente vaco en el
I Jordi CANAl., El carlismo, !\ladrid, Alianza, 2000, p. 12.
:2 Ramn IIEI. Ro ALll\Z, Z\H y Manuel IYln:z LEIlE~M \ (e
-
EL primer carlismo, 18.18-1840 :31
estudio de los movimientos contrarrevolucionarios:\, aunque
creemosque avanzando por esa va aprenderamos mucho sobre la
naturalezade cada uno de ellos y, por tanto, sobre la accin
colectiva y las revo-luciones en conjunto. Nos resulta imposible
obviar, por el contrario,la cuestin de la continuidad cronolgica,
al menos en lo que respectaa la relacin entre el carlismo y los
movimientos absolutistas que loprecedieron en el tiempo, por cuanto
que situar en 1833 el punto dearranque de estas pginas dedicadas al
primer carlismo exige algunaspreCISIOnes.
El primer antiliberalismo espaol con un elevado arraigo
popularfue el realismo del Trienio, prolongado y al tiempo
transformado endiversas conspiraciones y rebeliones de
ultrarrealistas, de antiliberalesque se descubran vencidos dentro
del campo de los vencedoresl,tras la restauracin del absolutismo.
Pero iniciar la historia del carlismocon el realismo no resulta, a
nuestro entender, plenamente convincente.Por una parte, porque
pensamos que la movilizacin social de la Guerradel Francs no fue
exclusivamente el producto de los sentimientosanti-franceses
(construidos sobre varios elementos, entre los que laspropias
exacciones materiales y personales de las tropas napolenicasno
jugaron un papel menor '), sino que la resistencia al invasor
-sobretodo la de las zonas rurales- se hallaba fuertemente
impregnada delrechazo al bonapartismo, entendido como fase imperial
de un proyectorevolucionario francs, anticlerical y anticatlico. se
era el sentidoque le quera otorgar una parte importante del clero y
se era tambinuno de los significados centrales que recibi en el
imaginario colectivo:la vinculacin entre el liberalismo hispano y
el catolicismo -expresoen la Constitucin de Cdiz, pero tambin en la
simbologa y ritualdel progresismo- creemos que debe mucho a la
alianza originariade revolucionarios y reaccionarios frente a las
tropas francesas. Porotra parte, y esto es lo que explica nuestra
opcin, hacer arrancar
; El libro dp J. M. FIlAIlEHA, 1. MII.I..~N Y R. CAHHABO[l
(eds.), CarLisme i movirnentsa!Jsolutistes, Vic, Eumo, 1990, agrupa
attculos sobre Portugal, Francia, Italia y Alpmaniacon varios
tf'xtos de diversas zonas espaolas. Pf'Sf' a que nuestro entender
constituyeuna obra importante desde diff'rentes perspectivas, no
calJf' duda de qUf' como anlisiscomparado no satisface plenamente
las pxppctativas dd lpctor: ni los autorps ni lospditorps sp
pmharcan a fondo en psa tarea, aunque los spgundos establezcan
algunaspautas comparativas.
~ La expresin es dp Jordi CANAl., El carlismo ... , p. 40.John
TONE, La guerrilla espai.ola y la derrota de Napolen, Madrid,
Alianza,
1999.
-
GLoria Martinez Dorado Xluan Pan-Monlojo
el carlismo de 1820 no nos eonvence porque tanto el realismo
delTrienio eomo el ultrarrealismo posterior fueron movimientos de
un impae-to mucho ms redueido que el carlismo, incapaees de dar
lugar a unconflicto generalizado, y esa dehilidad relativa revela
precisamente laimportancia de la oportunidad ofrecida por la erisis
dinstica a la muertede Fernando VII.
No es que entendamos que el carlismo fue esencialmente un
conflictodinstico, pero s que nos parece que la fortaleza del hando
ahsolutistaen la dcada de 18:10 naci de la existencia de un polo
simhlicotan potente como la figura del Pretendiente y de su Causa,
capaz deincorporar en su reclamacin de derechos previos e
irrenunciahles ala Corona, todo un discurso de defensa de los
diversos derechos depropiedad antiguorregimentales (desde los
gremiales a los vecinales,pasando por los de linaje, los
estamentales y los eclesiales), frenteal despotismo de reformadores
de toda laya, incluido el propio Fer-nando, dispuesto -segn los
ultras- a ceder a la marea del lihe-ralismo (l.
3. Una sociedad en tiempos de mudanza
La crisis del Antiguo Rgimen y el proceso revolucionario se
pre-cipitaron en Espaa a lo largo de un proceso largo y complejo,
quetransform y redefini las actitudes de los dos grandes polos
polticosque se manifestaron como tales en el curso de la Guerra del
Francs:liherales y ahsolutistas. A la altura de 18:t1, los diversos
grupos, ten-dencias y talantes de unos y otros hahan estado en el
poder y susdecisiones polticas se hallahan ligadas a un conjunto de
experienciascomunes que sirvieron para otorgarles contenido a las
diversas etiquetas,a los ojos de la mayora de la sociedad.
En la conformacin de esas experiencias tuvieron un papel
centraldos elementos: 1. la crisis financiera de la Monarqua,
acelerada porel largo ciclo hlico abierto con las guerras
revolucionarias y napo-lenicas, y prolongado en los movimientos
independentistas america-nos 7; 2. la deflacin y estancamiento
econmico, comunes a toda Europa
() Solm-' los discursos del absolutismo en defensa de la
propiedad, vpase JessMII.I.\I\, "Una reconsideracin del carlismo.
AYF;R. nm. 29.1993. pp. 91-10S.
, Josep FONT\NA. Hacimda y Estado, /82,'1-/8,'J,'J. Madrid,
Instituto de EstudiosFiscales. 19n, pp. 199-204.
-
El primer carlismo, 1833-1840 39
Occidental en las dos dcadas que siguieron a las guerras
napolenicas.Crisis fiscal y estancamiento econmico se cebaron
mutuamente, for-zando la adopcin de medidas fiscales -tanto por
parte de las auto-ridades centrales como por parte de los
municipios- que impulsaronla comercializacin de las explotaciones,
a la vez que legalizaron opermitieron de hecho la enajenacin y
privatizacin de tierras concejilesy baldos, y fomentaron, al menos
indirectamente, la resistencia al pagode las rentas seoriales y el
diezmo.
La constancia de los datos en los que se movieron tanto los
liberalesen el Trienio como los absolutistas en la dcada que sigui
a 1823(la crisis financiera y la deflacin), explican en parte que
las dis-continuidades en el terreno econmico de las medidas de unos
y otrosno fueran tan radicales, con la excepcin, eso s, de que la
Iglesiavio abandonados con la restauracin del absolutismo los
proyectos quems directamente afectaban a sus intereses, al tiempo
que los tenedoresde deuda fueron sometidos a un verdadero despojo B
y los servidoresde la Monarqua, dentro y fuera del Ejrcito, vean
multiplicarse losceses y licencias: unas medidas y cootramedidas
que debieron contribuira agrandar las fracturas polticas entre los
miembros de las lites ecle-siales, econmicas y burocrticas.
Las dificultades causadas por el giro de la coyuntura
econmicaconstituyen tan slo una cara de la moneda: en medio de la
crisis,en la propia dcada de 1820, se empezaron a apreciar fuertes
sntomasde recuperacin de la poblacin y la produccin, que cabe
atribuiral proceso de subversin que, desde abajo, desde la vida
local y muni-cipal, estaba terminando con el Antiguo Rgimen con sus
formas deacceso al producto, antes incluso de que la revolucin
desde arribadiera los frutos que sus promotores vaticinaban (). La
visin, que ofrecey un respecto a la Tierra de Campos, de un perodo
de transformacionesconflictivas de las estructuras agrarias en
medio de la cada de preciosy la reordenacin de las redes
comerciales, resuelto en crecimientodemogrfico -y, por tanto,
productivo-, se puede extender a otraszonas segn los estudios
disponi bIes, aunque desde luego no a todoel pas.
g M. AlnOL\, /,a Hacienda del siglo \1\. Progresistas y
moderados, Madrid, Alianza,1986,p.146.
') Hartolomp YUN C\~.\UI.I.\, Sobre la transicin al capitalismo
en Castilla. Fco/lomay sociedad en Tierra de Campos (/500-IKJO),
Valladolid, Junta dt' Castilla y Len,] 987, pp. 6:31-632.
-
40 Gloria Martnez Dorado y Juan Pan-Montojo
Ciertas reas rurales se adentraron en una fase de
estancamientopleno en las dcadas de 1820 y 1830. Entre ellas se
vieron especialmente
perjudicadas las comarcas dependientes de algunos productos que
hasta
la erisis del Antiguo Rgimen haban encontrado sus principales
salidasen Amrica 10, por ms que el impacto global de la prdida de
lascolonias sobre las exportaciones fuera compensado
progresivamente pornuevos destinos 11. En segundo lugar, las nuevas
condiciones del comer-
cio exterior, junto con la supresin de algunas de las barreras
fiscalesy normativas al comercio interior, acordada en el Trienio y
preservada
por el absolutismo restaurado, impulsaron la redefinicin de los
flujos
mercantiles y con ella de la geografa productiva. En tercer
lugar, no
cabe olvidar que las haciendas locales se hallaban sumidas en
unasituacin crtica, bajo la doble presin de la Hacienda de la
Monarqua
y de sus propias deficiencias organizativas, pero que esa crisis
no erahomognea espacialmente: a las diferencias en la planta y la
gestin,se agreg el muy distinto efeeto de las guerras que se
sucedieron desdefinales del siglo XVIII. En algunas regiones
fronterizas sabemos quefue diferencialmente grave el impacto de las
dobles exacciones, porparte de los ejrcitos revolucionarios y
napolenicos y de las fuerzasespaolas, en las sucesivas contiendas
12.
Estos cambios socioeconmieos no constituyen la causa
explicativapor s misma de la movilizacin social que se inicia en el
Trienioy culmina en la dcada de 1830, pero deben ser tenidos en
cuenta
porque sin duda ayudaron a conformar la percepcin social del
libe-ralismo y del absolutismo, de los proyectos que unos y otros
defendan:la tesis de Fontana sobre la vinculacin entre carlismo y
reas empo-brecidas tiene una elevada verosimilitud, aunque, como
este autor reco-
lO As oculTi con el aguardiente catahln y valelll'iano, con el
hierro y los productosmetalrgicos vascos, con el papel, con los
textiles... (Emiliano FEHN'\NIl~:Z IlE PI"EIlO,
La recuperacin del comercio espalol con Amrica, en Antiguo
Rgimen y liberalismo.
Homenaje a Miguel Artola. 1. Visiones generales, Madrid,
Alianza/Universidad Autnomade Madrid, 1994, pp. 51-66).
1I Vase el estado de cuestin que ofrece, a partir de la
comparacin de las tesis
de Fontana y Prados de la Escosura y otros autores al respecto,
David R. RINCI{O:-;E,
Espaa, J700-1900: el mito delfracaso, Madrid, Alianza, 1996, pp.
197-208.
12 J. IlE LA TOHIU:, Endeudamiento municipal en Navarra durante
la crisis delAntiguo Rgimen (1808-1820)>>, Estudios de
Historia Social, nm. 34/35, 1985,pp. 8:3-196.
-
El primer carlismo, 1833-1840 41
noce, no agota la geografa de las adscripciones polticas u. La
vivenciaconcreta de las mutaciones que erosionaron el Antiguo
Rgimen desdefinales del siglo XVIII hasta 18.33, no slo dependi de
su alcance,signo global y beneficiarios, sino de en qu medida
afectaron a lasrelaciones sociales dentro de las comunidades
rurales y modificaronlas economas morales que les otorgaban sentido
y lmites.
A la hora de inlterpretar el impacto de las mutaciones
econmicassealadas, hay que subrayar en particular el hecho de que
las reaccionesque se produjeron desbordaban unas instituciones
definidas poltica-mente bajo el Antiguo Rgimen y lo hacan en el
contexto de un rpidofortalecimiento del discurso reformista, cuyo
lenguaje e ideas centralesfueron reapropiados, para hacer frente a
la crisis hacendstica y a laamenaza conspirativa, por los propios
ministros del absolutismo. Elimpacto poltico no se redujo, por
tanto, a la mera coincidencia decoyuntura depresiva y gobiernos
liberales o absolutistas: las reformasbajo los diferentes regmenes
y gobiernos incidieron en el ritmo y laamplitud de la crisis, pero
tambin resultaron determinantes en la con-figuracin de las
respuestas locales y sociales a la misma. Cabe recordar,por ltimo,
que en una sociedad en la que el mercado se hallaba ordenadopor los
privilegios personales y corporativos, a su vez articulados
eninstituciones polticas, lo econmico y lo jurdico-poltico eran
camposdifciles de deslindar H.
En la Espaa del Antiguo Rgimen, al igual que en otros
paseseuropeos, diversos discursos polticos y jurdicos convivan de
formainestable por medio de la nocin de privilegio, que haca
compatibleslos diversos derechos y deberes de las corporaciones e
institucionespor medio de un nico concepto, que a la vez las
reconoca comoautnomas y las hada dependientes de la Corona. A estos
componentes,la Ilustracin --con el apoyo de la creciente
administracin de la Monar-qua borbnica- vino a agregar una
comprensin en trminos racionales,secularizados, y universales, no
corporativos, de la sociedad y del poderpoltico, haciendo del bien
pblico, y ya no slo de su ecuacin conla armonizacin de los
privilegios, su razn ltima; unas nuevas bases
1:\ Josep FONTANA, Crisi camperola i revolta carlina, Recerques,
nm. 10, 1980,pp. 7-16, Y La ji de l'Antic Regim i la
industrialitzaci, 1787-1868, Barcelona, Edi-cions 62,1988, en
especial pp. 215-229,245-294 Y:307-314.
14 Bartolom CLAVEHO, Poltica de un problema: la revolucin
burguesa, en B.CLAVEI{(), P. RUlz TOIIIIES y F. J. HEII"
-
42 Gloria Martnez Dorado y Juan Pan-Montojo
generales y unos objetivos que slo en una medida limitada
resultabancompatibles con los anteriores. La escasa coherencia de
esas visionesdio lugar a conflictos a lo largo del siglo XVIII,
pero la RevolucinFrancesa, la creacin de un nuevo sistema poltico
ante el colapsode la Monarqua a partir de 1808, la guerra y la
restauracin, rompierondefinitivamente los equilibrios, restaron
legitimidad a las institucionesantiguorregimentales y crearon una
situacin de radical incertidumbre,que poco tena que ver con las
contradicciones ideolgicas anteriores.La cada de los recursos
fiscales y los cambios burocrticos, se vieronas reforzados por la
erosin de las fuentes de legitimidad de los poderesdel Antiguo
Rgimen, y produjeron una amplia y profunda crisis polticade la
Monarqua, que debilit los mecanismos de control social e
hizoposible los pronunciamientos y rebeliones, incluida la Guerra
Carlista;que permiti en definitiva la resistencia abierta a los
cambios y a losproyectos polticos absolutistas y reformistas que
los impulsaban.
La imposibilidad de restablecer las exacciones regulares del
diezmo,las dificultades para el cobro de las rentas seoriales o los
nuevosobstculos al funcionamiento del sistema tributario conformado
a lolargo del siglo XVlII, se sumaron al cuestionamiento de los
privilegiosgremiales y los fueros y ordenanzas territoriales -no
slo por partedel liberalismo, sino tambin por parte de la monarqua
absoluta-,a la decadencia de las instituciones de beneficencia, a
la multiplicacinde los alegatos contra vnculos y fundaciones, a la
decisin absolutistaen 182:1 de aceptar el fin de la Inquisicin ...
, para poner de manifiestoque ni la Restauracin de 1814 ni la de
182,3 implicaban el regresoa la situacin de 1807 y mucho menos a la
de 1788. Ms all delos problemas de funcionamiento de una sociedad
en transformacin,y de la desigual distribucin de ganancias y
prdidas, resulta de especialrelevancia resaltar que todas esas
discontinuidades venan a ser sntomasde la inviabilidad del
entramado institucional heredado, o cuando menosdel fin de los
diferentes consensos sobre los que se haba asentado,y medio
adecuado para la extensin social de nuevos lenguajes pol-ticos
1:>; una especie de aceleracin discursiva, de la que no slo
nacieron
l., Sobre el papel de los lenguajes polLicos e ideologas
(entendidos respecLivarnenLe
como consLrucciones sociales y discursos inLencionales) en los
procesos revolucionariosy sus resultados, vase la interesanLe
discusin enlre Sewell y Skocpol en WilliamH. SEWI':LL, Jr.,
ldeologies and Social RevoluLions: ReflecLions on the French Casey
Theda SKOCl'OL, Cultura! Idiorns ane! PoliLica! ldeologies in the
HevoluLionary Hecons-truction of StaLe Power: A Rejoinder Lo
Sewell, en T. C. W. BLANr--INC (ed.), The Rise
-
El primer carlismo, 1833-1840
los diversos liberalismos hispanos, sino tambin el
ultrarrealismo elcarlismo. Estos ltimos eran variantes de una
ideologa construida enmedio de esa crisis cultural, y contaban con
un discurso que pesea su vaguedad, o precisamente gracias a esa
vaguedad, eran bastantems que la defensa del orden
prerrevolucionario e hicieron posiblela identificacin del bando
carlista.
En los aos que van de la d(:ada final del siglo XVIII a 18~~se
entrelazaron, por tanto, en Espaa diversos procesos: las guerras,la
descomposicin financiera, territorial, poltica e ideolgica de
lasinstituciones de la Monarqua y un largo perodo de redefinicin
delos mercados y de mercantilizacin de la vida social. Las
mutacionesde la sociedad hispana resultantes de todos esos procesos
son decisivaspara entender tanto el liberalismo corno el carlismo.
Desde luego, nocabe interpretar sin ms la divisoria final entre
unos y otros comouna traduccin de los vencedores y adaptables a los
cambios frentea los perdedores e inadaptables, porque ni las
categoras de perde-dor/ganador o capaz/incapaz de adaptarse estaban
a priori determinadasen trminos sociales por los propios procesos,
ni las concretas olwionespolticas en el curso de la Guerra de los
Siete Aos pueden ser explicadasen trminos causales por las
posiciones socioeconm
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44 Gloria Martinez Dorado y Juan Pan-Montojo
4. Los carlistas: algunas reflexiones sobre la composicinsocial
del bando del Pretendiente
Los problemas existentes a la hora de analizar el respaldo
socialde los bandos enfrentados en una guerra (la voluntariedad o
no dela participacin, la confusin entre bandidos y guerrilleros, la
faltade fuentes y su parcialidad... ) obligan a la cautela a la
hora de estudiarlas bases sociales del carlismo, aunque desde luego
no impiden sentaralgunas proposiciones generales a partir del
creciente nmero de estudioslocales y regionales aparecidos en los
ltimos aos.
En primer lugar, el carlismo tuvo un impacto territorial muy
diferente:las Provincias Vascongadas y Navarra, el interior y el
Sur de Catalufla,el Bajo Aragn y algunas comarcas del Norte del Pas
Valenciano,constituyeron sus ncleos permanentes, pese a la
existencia de partidasen el resto de Espafla 1(,. A su vez, el
grado de control carlista decada una de estas regiones no fue ni
muchos menos igual. Las provinciasvasco-navarras se convirtieron
desde fechas relativamente tempranasen el nico territorio liberado
por las fuerzas del Pretendiente, enel que ste pudo incluso
construir una administracin propia. Slo duran-te perodos limitados
de la segunda mitad de la dcada de 1830, ya una escala mucho menor,
lograron los carlistas crear espacios e ins-tituciones similares en
Catalufla y en especial en Aragn. Este desigualimpacto espacial no
se puede interpretar nicamente en trminos deventajas militares,
porque los carlistas hicieron amplios esfuerzos por
Ir, En Navarra, lo qUf' Juan p,\,,-MONTO.lO (Carlistas y
liberales en Navarra,/833-1839, Pamplona, Cobierno df' Navarra,
1(90) ha llamado pas carlista (Tif'rraEstella, la Cuenca de
Pamplona, la Burunda... , las comarcas de la Navarra Mf'dia)y la
partf' septentrional df' la Rillf'ra fueron el territorio qUf'
otorg un rf'spaldo gf'neralizadoal Pretendiente. En Cataluiia, las
comarcas df'l Berg\wda, f'1 Priorat, f'1 Solsonps, laSegarra,
Osona, Anoia y la Conca df' Barbf'ra... Vpanse los ndicf's
cOIl"truidos porPere ANcuEHA, Du, Rei i Fam. El primer carlisme a
Catalunya, Barcelona, P;'blicaciollsde l'Abadia de Montserrat,
199;:), pp. :~06-:)27. En Aragn, el Corregimiento df'
Alcaiiiz(Pedro RII.IILA, Contrer,.elJol/l('i~n. Realismo y carlismo
en Amgn y el Maestrazgo, Zara-goza, Prf'nsas Univf'rsitarias dI"
Zaragoza, ]998, pp. 368-3(1). En d Pas Valenciano,EIs Ports y el
Maf'strazgo IJf'sS MILLAI\, Els militants carlins del Pas Valencia
cf'ntra\.Una aproximaci a la sociologia dd carlisnw durant la
revoluci burgf'sa, Recerques,nm. 21, 1988, pp. IO1-12:~, y La
resistf'ncia a la rf'vo)ucin en PI Pas Valf'nciano:oligarquas y
capas populares f'n 1"1 movimif'nto carlista, en Joseba
ACIHHEAZKlENACAy Jos Ramn UIH)UIJO (eds.), ISO aos del Convenio de
Bergara y de la Ley del25-X-1839,Vitoria, Parlamf'nto Vasco, )990,
pp. 441-4821.
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EL primer carlismo, 18.'J'3-1B40 45
extenderse a otras regiones y se enfrentaban a un ejrcito de
recursoslimitados. El mapa de las reas carlistas nos remite ms bien
a unapoyo diferencial, ~uperior o al menos mejor organizado, de las
socie-dades locales al legitimismo, aunque eso no equivalga a
adhesingeneralizada.
Los diferentes estudios efectuados han tendido a diferenciar,
ennuestra opinin con buen criterio, entre los lderes del carlismo y
susseguidores. Una diferenciacin omnipresente en los propios
anlisisde carlistas y liberales que, precisamente al reflejar que
ambos com-partan una misma visin elitista de la poltica, refuerza
el apriorismolgico -a partir de las presumibles diferencias entre
iletrados y letradosen la comprensin de cuestiones tales como la
propiamente dinsticay, en general, en la carga ideolgica heredada
del absolutismo de aosanteriores 17_ de que por lo menos existan
dos tipos sociales y dosvivencias del carlismo (y probablemente
muchas ms).
En Galicia, fueron el clero y algunos sectores de la hidalgua,
delos llamados seores medianeros -dependientes de rentas rurales
perode residencia urbana en muchos casos- los grandes apoyos del
car-lismo lB. En Cantabria y Asturias, slo grupos reducidos de
notablesrurales (aunque excepcionalmente se sumaran al mismo
algunos noblestitulados y comerciantes urbanos) participaron
activamente en la rebe-lin, por ms que diferentes fuentes hablaran
de la simpata del conjuntode las oligarquas concejiles hacia el
carlismo 1
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46 GLoria Marlinez Dorado y Juan Pan-.Monlojo
recuerda, sin embargo, que los que dirigieron las partidas y las
tropascarlistas eran parcialmente distintos: hacendados ms rurales
que urba-nos -en especial la nobleza menor, no titulada y a menudo
de origencomercial, aunque entroncada con las casas ms antiguas-,
militaresen diversas situaciones y frailes y capellanes, en mudlOs
casos vin-culados a los anteriores fueron los grandes cabecillas
militares 21. Unadistincin y un universo de posiciones sociales
similar a los propuestospor Jess Milln para el Pas Valenciano 22.
En Vascongadas y enNavarra, los protagonistas de la rebelin fueron
los hacendados mediosy grandes que controlaban las instituciones
locales, tenan un pesoamplio aunque variable en las instancias
provinciales y una estrecharelacin con el dero (que en buena medida
provena de sus filas),a menudo denominadosjaunlxos en referencia a
Vizcaya y Guipzcoa 2:\.El segmento dirigente del carlismo era en
suma un grupo heterogneopero con algunas notas comunes: su arraigo
local -frente a los seoresde residencia urbana- en el caso del
mayoritario carlismo rural-,su densa trama de relaciones con las
instituciones eelesiales y susposiciones destacadas en los
municipios y en la burocracia 2l, inclu-yendo en esta ltima a la
burocracia decisiva para un conflicto blico:las diversas fuerzas
armadas.
Vistas las cosas desde otra perspectiva, los altos mandos del
Ejrcitocarlista tenan un perfil variado aunque con algunas notas
comunes:su edad media era, en 1833, de algo ms de cuarenta y tres
aos,y la mayora haban participado tanto en la Guerra del Francs
comoen las campaas realistas; casi un 13 por 100 haban estado
vinculadosa los Voluntarios Realistas y un nmero alto haban servido
en la GuardiaReal; las Provincias Vascongadas y Navarra sumaban
casi una cuartaparte de sus integrantes, Catalua el 15 por 100, y
Aragn y el PasValeneiano casi otro 8 por 100 (~ada uno, de manera
que las cuatroregiones en que mayor arraigo tuvo el carlismo
reunieron casi el 54por 100 de la alta oficialidad, acercndose al
60 por 100 si le sumamos
21 Pere A"ClII
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El primer carlismo, 1833-1840 47
Logroo y Burgos. Del resto del pas, nicamente se alcanzaron
cifrassignificativas en Madrid (9 personas), Cdiz (7) y Ciudad Real
(5) 2".Las trayectorias biogrficas -en especial el origen de su
carrera enla Guerra de Independencia- reflejan la elevada
vinculacin personalno con el Antiguo Rgimen, sino con los vaivenes
de la Revoluciny la restauracin fernandina, mientras que el origen
geogrfico vienea mostrar que el liderazgo militar no era
independiente de las redessociales locales y, por lo tanto, refleja
la relevancia de stas en elrelativo xito de la insurreccin carlista
pero tambin en su localizacinregional restringida.
Por lo que respecta a las masas carlistas, la fuente bsica
parasu caracterizacin lhan sido las listas de fugados a la faccin,
las