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Privada de los pinos No.2 San Buenaventura Atempan, Tlaxcala. Tel. (246) 462 6495 / 466 8294 [email protected] www.cuhm.com.mx Dr. Alejandro Di Grazia Rao Director del Colegio Humanista de México [email protected] Liberarse de la culpa No somos buenos padres, ni buenos hijos, ni buenos amantes, ni buenos amigos: somos los peores jueces de nosotros mismos. Nos acostumbramos a convivir con culpa: un sentimiento tan frecuente como poco constructivo.
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Mar 22, 2020

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Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista de

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Liberarse de la culpa

No somos buenos padres, ni buenos hijos, ni buenos amantes, ni buenos amigos: somos los peores jueces de nosotros mismos.

Nos acostumbramos a convivir con culpa: un sentimiento tan frecuente como poco constructivo.

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La culpa es un fenómeno aparentemente universal entre los humanos. Sin impor-tar la raza o la cultura, toso podemos cometer equivocaciones que nos ponen en conflicto con leyes, costumbres y etiquetas existentes, y que pueden hacernos sentir remordimiento, o pensar temporarios, tal vez mezclados con el temor a ser descubiertos y castigos. El filósofo orientalista Georg Feuerstein, autor entro otros títulos de Enseñanzas del Yoga y espiritualidad en los números, de Prometeo Libros, señala que, en inglés, la palabra culpa (guilt) proviene de un término antiguo, gylt, que se refiere a una multa por una ofensa. En la actualidad, la culpa significa el estado fuera de la ley y, por lo tanto, estar sujeto a castigo. En el sentido subjetivo, la culpa representa la sensación molesta de haber hecho algo malo. Es la inquietud acerca de lo correcto o lo incorrecto de las propias acciones.

Haciendo una gran generalización, se puede hablar de tres tipos de personali-dades. Por un lado, están los que se autoinculpan siempre: viviendo en un estado de ansiedad cuyo origen se encuentra en sistemas de educación rígidos.

Tienen dentro un juez o policía que les impide actuar espontáneamente. Son escrupulosos, exigentes, y viven pendientes de que el castigo o sanción caiga sobre ellos. En oposición a ellos, están los que sistemáticamente inculpan a otros de todo lo negativo que sucede: son incapaces de verse en forma objetiva y serena. Su conducta suele estar originada en un estilo de educación muy permi-sivo, en el que la persona no experimentó los límites de su conducta, ni las consecuencias de sus errores. Y finalmente, están los que no echan la culpa a nadie, ya sea porque no le dan importancia a nada y tienen actitudes frívolas, o porque, mostrándose responsables y conscientes, optan por no teñir las relaciones vinculares de sentimientos de culpa para evitar la negatividad que ello acarrea.

El idioma del enemigo

Según los psicoterapeutas y consejeros familiares franceses Jacques y Claire Poujol, la culpa no siempre se manifiesta consciente y abiertamente, sino que se esconde detrás de algunos comportamientos repetitivos, como tener dificultades para disfrutar pequeños placeres; imposibilidad de “perder el tiempo” o de tomar-nos vacaciones; elegir una pareja que no nos conviene, con el fin inconsciente de castigarnos a nosotros mismos; creernos responsables de los conflictos o errores de los demás; no aceptar una palabra de afecto o un halago; no permitirnos ser exitosos, etc.

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¿Y qué es lo que nos puede generar culpa? Cualquier cosa, sí. Estos especialistas han constatado que, a veces, algunos pacientes se sienten culpables por uno o varios “crímenes imaginarios”, productos de mensajes destructivos provenientes de los padres. Razón por la cual se castigan como si esos crímenes fueran reales, a saber:

• Superar a algún miembro de la familia: la persona en cuestión se siente culpable, por ejemplo, por ser feliz, mientras que su madre es una depresiva, o por ser exitosa en su trabajo, mientras que su padre está desempleado.• Ser una carga: puede creer que lo ha sido para sus padres y que si hubiera sido más inteligente, más sano o más disciplinado, todos habrían tenido una mejor vida.• Abandonar a sus padres: ser independientes, tener opiniones propias y separarse de los padres, física y emocionalmente, es vivido como muestra de crueldad. El hijo se siente pasible de ser castigado por no cumplir el mandato de cuidar a sus padres para siempre.• Robar el amor de los padres: es el caso de los hijos preferidos que se sienten en deuda con sus hermanos.

Una vez fuera de la familia de origen, la culpa se traslada a otras relaciones. En la pareja, por ejemplo, son habituales los planteos como “no soy la persona que él o ella merece o esperaba”; en relación con los hijos, es muy común que surjan ideas como “no les concedo tiempo” o “no tengo paciencia” o “no les di la educación que habría debido darles”; y en el trabajo: “me aprovecho de ellos”, “no estoy dando lo mejor de mí”. Todo esto, claro, independientemente de que sea verdad.

Para qué sirve sufrir

Según sea su intensidad, la culpa puede hacernos sentir afligidos, arrepentidos, quejumbrosos, resentidos, merecedores de castigo o condena. Pero estos “dolo-res del alma” ¿tienen algún sentido? La psicóloga María Jesús Álava Reyes, autora de La inutilidad del sufrimiento, considera que sólo sirven “como llamadas de atención que nos hacen reaccionar ante algo que objetivamente no estoy haci-endo bien, pero si no, son sentimientos inútiles. Si nos recriminamos constante-mente cosas que hicimos, y reescribir la historia es imposible, sólo conseguimos desgastar energías”.

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Pero también son negativos cuando no logramos salir de nuestra culpabilidad, por más objetiva que sea, y permanecemos en ella, sin actuar. No por sentirnos culpables, cambiaremos el pasado ni seremos mejores personas.

Como recuerda Álava, “mucha gente se acostumbra y nada en una especie de lago de culpas. Está tranquila porque se siente culpable, lo reconoce y así se queda”. Los psiquiatras Donna Cohen y Carl Eisdorfer, investigadores de la Universidad de Washington, que se han especializado en vejez y calidad de vida, dan un ejemplo de este comportamiento: “Con frecuencia, las personas que cuidan de sus padres continúan sintiéndose culpables por lo que hicieron o dejaron de hacer por sus padres ancianos.

Podrían haber llevado a su madre a casa en vez de internarla en un geriátrico. Podrían haber hecho más cuando su padre estaba en el hospital. Estas ideas tienen valor añadido de permitir evitar los sentimientos de intensa indefensión, que la mayoría de las personas teme más que a la culpabilidad. En realidad, los sentimientos de culpa nos hacen creer que tenemos algún control sobre la situación. La culpa es la alternativa a la ansiedad que produce el sentirse sin ningún control sobre la situación. La culpa es la alternativa a la ansiedad que produce el sentirse sin ningún control”.

Pero no hay que confundirse: no se trata de evitar todo sentimiento de culpa sino de esclarecer cuáles son nuestras responsabilidades, salir de la lógica paranoica en la que el otro es el causante de los males y no interiorizar culpas que no nos corre-sponden, señala Guillermo Kozaméh, médico psicoanalista y profesor de la Univer-sidad Pontifica Comillas de Madrid. “No toda culpa es inadecuada o insalubre –dice por su parte Georg Feuerstein-.

La culpa, al igual que el enojo o los celos, es una emoción normal. Sólo la culpa exagerada y persistente es señal de neurosis. Debemos diferenciar entre la culpa “situacional” y la “modal”. La primera es el resultado de cometer un acto ilícito o malo; la segunda es la sensación persistente, pero nebulosa, de hacer violado la ley o de haber pecado, que se adhiere a la persona como un olor desagradable.

La culpa situacional es sana, pero la modal es neurótica”.

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Por lo tanto, la primera estrategia para combatir el exceso de culpa es cultivar el sentido de realidad, lo que supone aceptar, aunque resulte doloroso, quiénes somos, y si somos o no responsables de los “errores” que nos autoadjudicamos o nos adjudican los demás.

Debemos, entonces trabajar la autocrítica mediante la reflexión y tomando en cuenta las observaciones que nos hacen las personas que nos manifiestan afecto y nos despiertan confianza.

5 Pasos para evitar los auto-reproches

• Identificarlos. Analizar en qué situaciones sobrevienen y cuáles son sus posibles causas.• Aceptarlos como normales y comprensibles.• Expresarlos. Hablar con otras personas (si es necesario con profesionales especializados) puede ayudar a aliviar el pernicioso sentimiento de culpa.• Reconocer nuestros límites.• Aprender a dejar vivir a los demás y no cargarnos con sus responsabili-dades.

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