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Las fantasticas historias de villacenutrios

Mar 09, 2016

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Estos cuentos son resultado de la convalecencia de la operación de mi hija Lucía. Para hacerle pasar el tiempo lo más rápido posible, su hermana María y yo nos inventábamos historias imposibles en las que siempre intervenían, al menos, dos animales diferentes. De la nada íbamos sacando ideas y añadiendo personajes, hasta que nos quedaron unas historias locas pero muy divertidas…
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Las fantásticas historias de Villacenutrios

Javier Niño Melero

Las fantásticas historias de Villacenutrios

Javier Niño Melero

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Las fantásticas historias de Villacenutrios

Javier Niño MeleroBarcelona, Diciembre 2012

Ilustraciones:

Núria Bertran

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A la izquierda: Lucía Niño Arnau (8 años), alias “La ratita”, que cada noche me dice “…que duermas bien papi…”.

A la derecha: María Niño Arnau (9 años), alías “La ratona”, que siempre dice “te quiero“ cuando hace falta de verdad.

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PRÓLOGO

Estos cuentos son ni más ni menos que resultado de la convalecencia de la operación de mi hija Lucía el pasado mes de Junio de 2012. Para hacerle pasar el tiempo lo más rápido posible, su hermana María y yo nos inventábamos historias imposibles en las que siempre intervenían, al menos, dos animales diferentes, que eran escogidos de manera dictato-rial por la recién operada. De la nada íbamos sacando ideas y añadiendo personajes, hasta que nos quedaron unas historias locas pero muy di-vertidas, en las que intervenía una vaca y una luciérnaga, un topo y un elefante, una pata y un perro, etc…

Cuando veía que la pequeña se olvidaba por un momento de sus dolo-res y sonreía, pensaba que algo bueno tenían que tener esos cuentos, así que un servidor se decidió a ponerlos por escrito de una manera más o menos ordenada. Por cierto, María ha demostrado ser la mejor hermana del mundo.

Quiero expresar mi agradecimiento a toda mi familia (esposa, yayos, abuelos, hermanas, cuñados y sobrinos), algunos por leer los cuentos y darme su opinión, otros por soportar mi rollo durante bastante tiempo y a una en concreto por ayudarnos a pensar cómo podíamos hacer las ilustraciones.

Y, cómo no, mi agradecimiento más especial a mis dos colaboradoras de lujo, a Lucía y María, María y Lucía, que han participado desde el inicio de este cuento, dando ideas, creando personajes y riéndose mucho con todo lo que se les ocurría.

Os dejo una foto de las dos.

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A mi querida Sonia (“la mami”),

a la que queremos mucho los tres aunque

se enfade casi cada día con nosotros,

por su enorme paciencia conmigo.

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© Javier Niño Melero

Ilustraciones: Núria Bertran

I.S.B.N.: 978-84-15649-63-2

Edita:

Impreso en España

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

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ÍNDICE

9 Introducción

11 La carretera, las luciérnagas y las vacas

19 La mina, el topo y el elefante

29 La iglesia, el perro y la pata

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INTRODUCCIÓN

V illacenutrios es un pueblo imaginario muy, muy especial, y lo es por muchas razones. Villacenutrios tiene la playa más bonita, la mon-

taña más alta, el bosque más profundo, el río más largo, el lago más grande, la mina con metales más raros y, sobretodo, un montón de casas de colores en la que viven algunos personajes la mar de curiosos acom-pañados de animales no menos especiales que sus dueños.

Estos son algunos de los habitantes del pueblo:

Serafín: Es el alcalde, nadie sabe cómo, porque nadie le ha ele-gido. Es el tío más despistado de la tierra, pero todo el mundo le quiere, y no será precisamente por sus corbatas, porque las

lleva de colores que nadie es capaz de adivinar. ¿Habéis visto alguna vez una corbata de color amaranja o de color blanczul? Él las tiene…

Pedrito: Es el típico niño travieso, que lo sabe todo y siempre está metido en todos los líos. Tiene siete años y las rodillas lle-nas de morados, de las tortas que se pega haciendo el burrete

por el pueblo.

La Señora Asunción: Famosa por el vino que tiene, es una seño-ra de unos sesenta años que siempre está en todas partes, algo así como las patatas fritas en los platos combinados…, pero

que tiene un gran corazón y siempre quiere ayudar a los demás.

Julián: Es el del bar del pueblo, ¡menudo crack!. Aunque todos los vecinos acaban allí celebrando cualquier fiesta, el negocio no le va demasiado bien, y es que al final todos salen corriendo

sin pagar, porque Julián tiene un problemilla de gases y de vez en cuan-do se le escapan unos pedos que no hay quien aguante.

Si queréis, os cuento ya algunas de esas historias de Villacenutrios que tanto nos han hecho reír mientras las pensábamos a mis hijas y a mí.

¡¡A disfrutar!!

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La carretera, las luciérnagas y las vacas

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El 15 de agosto eran las fiestas patronales de Villacenutrios, y todo el pueblo se pasaba buena parte del año preparándolas.

Ya era finales de Julio, y Serafín estaba preocupado porque la carretera que llegaba al pueblo estaba bastante estropeada por las últimas lluvias, y le preocupaba que la gente no quisiese venir a probar el fantástico vino de la Señora Asunción (que como ya sabéis , ni es blanco, ni es tinto, ni tiene color…), ni a comer las exquisitas tapas del bar de Julián, que solía poner en la terraza porque dentro no había quien estuviese.

Bajó a echar un vistazo y comprobó que, en general, no estaba tan mal, pero las líneas de pintura se habían borrado y era muy peligroso, ya que el acceso al pueblo tenía muchas curvas y había un hermoso precipicio por el que te podías caer.

Al subir de vuelta al pueblo venía pensando en sus cosas, se cruzaba con gente que le saludaba, pero no les hacía ni caso. La mayoría se ponía las gafas de sol cuando le veían, porque ese día llevaba su corbata más llamativa (no me sé ni el color) y si la mirabas de frente, corrías el riesgo de quedarte ciego un ratito.

Mientras llegaba a su despacho en el Ayuntamiento llegó a la conclusión que en menos de un mes tendría que pintar como fuese las líneas de la carretera de un color chillón, chillón, para que todos los visitantes en-contrasen la entrada al pueblo y no hubiera accidentes de ninguna clase.

Cuando estaba a punto de entrar por la puerta vio a Pedrito sentado en el suelo escribiendo en su cuaderno, pero se dio cuenta de que no lo hacía con un boli normal, sino que tenía un lápiz donde en lugar de punta había atado algo parecido a un gusano. Se acercó y se dio cuenta que ¡Pedrito había atado una luciérnaga al final del lápiz!

La luciérnaga no estaba sufriendo, al contrario, se lo estaba pasando fe-nomenal frotando su culito contra el cuaderno y dejando un color verde fosforito chulísimo.

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Al verlo, a Serafín se le encendió la bombilla y pensó:

–Si logro juntar muchas luciérnagas y hago que froten su culito por la carretera, podré pintar las líneas muy rápido antes de las fiestas.

Habló con Pedrito ese mismo momento y éste le contó que había encon-trado las luciérnagas la noche anterior, cuando había ido a cazar pájaros con la escopetilla de perdigones que le mangó a su padre.

Esa misma noche fueron Serafín y Pedrito a la búsqueda de luciérnagas, armados de una linterna y una caja de zapatos, que era bastante grande, porque los pinrreles del alcalde, además de olerle a queso del fuerte, eran muy grandes.

Al final de la noche tenían unas doscientas luciérnagas, e incluso pudie-ron volver por el camino del bosque sin usar la linterna, de toda la luz que salía de los agujeros que le habían hecho a la caja para que pudieran respirar. Mientras regresaban, Serafín pensó que todavía no estaba todo resuelto, porque aunque algunas de esas luciérnagas tenían el trasero bien grande, no podrían pintar todas las líneas de la carretera de entrada al pueblo.

Una vez más, fue Pedrito quien le dio la solución. Al día siguiente, fue corriendo al despacho del alcalde a decirle que una de las luciérnagas se había salido de la caja y se había caído en un vaso de leche, tiñéndola toda de verde fosforito.

–¡Ya lo tengo! ¡Ordeñaremos todas las vacas del pueblo y diremos a las luciérnagas que se bañen para que toda la leche se pinte del color que queremos! –dijo Serafín contentísimo.

Y dicho y hecho; llamaron a Julián, el del bar, que a ratos libres se cuida-ba de las vacas, y le hicieron ordeñarlas todas. Sacaron más de mil litros de leche entre todas las vacas y los pusieron en la fuente del pueblo.

Después todas las luciérnagas se pusieron en fila, con su bañador, su toalla y gafas de bucear, dispuestas a darse un buen baño y dejar su colorcillo en la leche.

Una a una fueron subiendo por la escalera que les había preparado el alcalde. Unas se tiraban de bomba, otras de cabeza y alguna tardaba

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