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Jean Luc Lagarce Actividad profesional Jean-Luc Lagarce (1957-1995). Licenciado en Filosofía y Letras. Becado por el Centro Nacional de Las Letras en 1983 y 1988. Becado por el Premio Leonardo da Vinci, reside en Berlín entre abril y agosto de 1990. Autor, director y fundador, junto a Francois Berreur, Mireille Herbstmeyer y Paséale Vurpillot, de la com- pañía La Roulotte. Entre sus numerosas obras cabe destacar Voyage de Madame Knipper vers la Prusse Oriéntale, representada en la Comedie Francaise (Pe- tit Odeon), en 1982; Vagues Souvenirs de l'année de la peste, Retour a la citadelle; Les Orphelins; Music- hall; Les Regles du savoir-vivre dans la sociéte moder- ne, encargo del Teatro Granit (Ministerio de Cultura) o Le Pays lointain, encargo del Teatro Nacional de Bretaña y estrenada, bajo la dirección de Stanislas Nordey, en el Festival de Aviñón en 1997. Asimismo ha realizado numerosas versiones de textos de Raci- ne, Gozzi, Jonathan Swift o Wedekin. Como director, Lagarce ha firmado una veintena de montajes, con textos de Moliere, Ionesco y John Ford. Ha asumido la dirección de buena parte de sus obras. Yo estaba en casa y esperaba que la lluvia viniera fue presentada en 1994 con una lectura dramatizada para France Culture, a cargo de Robert Cantarella. Un año más tarde Radio Suisse Romande realizó una emisión de esta obra. Ha sido, asimismo, traducida al alemán por Félix Bloch. La edición francesa se encuentra dis- ponible en el número 81 de la colección de Tapus- cruit Théátre Ouvert. Yo estaba en casa... . " •••• c Cinco mujeres en una casa, hacia el final del verano, desde el atardecer a la mañana—deTlTía siguiente, cuando ha vuelto el frescor y se han alejado la noche y sus demonios. Cinco mujeres y un hombre joven, de vuelta de todo, de regreso de guerras y batallas, retorna por fin a la casa, ahora,"agotado por el camino y por la vida, adormecido apaciblemente o moribundo, nada más, él regresa al punto de partida para morir. Está en su habitación, aquel cuarto en el que vivió cuando era niño, adolescente, allí donde vivió antes de abandonarlo brutalmente; él está en esa habitación, esa a la que ha vuelto para descansar, para morir, se- guramente, para acabar su viaje, su camino errático. Ellas rodean su cama. Ellas le protegen y se tranquili- zan las unas a las otras. Ellas le curan y escuchan su respiración; ellas caminan a paso lento, ellas cuchi- chean su propia historia, esa ausencia de historia que han vivido desde que él las abandonó y se llevó su historia con él, su larga balada a través el mundo, su huida sin objetivo y sin razón. Es una lenta pavana de mujeres alrededor de la cama de un joven adormecido. El ballet sordo de las muchachas y a veces sus risas, los odios que regresan y estallan de forma repentina, sus crisis y cuchicheos, los ajustes de cuentas y los úl- timos desgarros antes del sosiego definitivo, forman un ballet desesperado. Se lucha una vez más, la última, en la repartición de los despojos del amor, se desgarra la ternura exclusi- va. Todo se quiere conocer. Ellas le esperaban desde hace mucho, durante años, siempre la misma historia, y nun- • . M M | ca pensaron volverlo a ver vivo; (' ellas se desesperaron por no te- ner tener nunca noticias suyas, ni ! * siquiera una sola carta; nunca He- Hi garon postales, nunca un signo que pudiera tranquilizarlas o que les permitiera renunciar para siempre a la espera.. Hoy, por fin, ellas quieren obte- ner almenos unas pocas palabras, la vida que ellas soñaron, ¿descu- brir la verdad? Él es capaz de dormir todo el rato, de desvane- cerse sin volver a hablar, dejarlas en su locura. La primera mujer, la segunda mu- jer, la tercera mujer, la cuarta y la quinta, todas parecidas, todas sensiblemente de la misma edad, vestidas de forma idéntica, el mismo tejido sobre la cabeza, escondiendo el rostro, el mismo color pálido, como los muros, como la luz de este atardecer.
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Lagarce, Jean Luc - Yo Estaba en Casa y Esperaba Que Viniera La Lluvia

Dec 26, 2015

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Athenea Mata

Jean Luc Lagarce, Obra de teatro: Yo estaba en casa y esperaba que viniera la lluvia
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Page 1: Lagarce, Jean Luc - Yo Estaba en Casa y Esperaba Que Viniera La Lluvia

Jean Luc Lagarce Actividad profesional

Jean-Luc Lagarce (1957-1995). Licenciado en Filosofía y Letras. Becado por el Centro Nacional de Las Letras en 1983 y 1988. Becado por el Premio Leonardo da Vinci, reside en Berlín entre abril y agosto de 1990. Autor, director y fundador, junto a Francois Berreur, Mireille Herbstmeyer y Paséale Vurpillot, de la com­pañía La Roulotte. Entre sus numerosas obras cabe destacar Voyage de Madame Knipper vers la Prusse Oriéntale, representada en la Comedie Francaise (Pe-tit Odeon), en 1982; Vagues Souvenirs de l'année de la peste, Retour a la citadelle; Les Orphelins; Music-hall; Les Regles du savoir-vivre dans la sociéte moder-ne, encargo del Teatro Granit (Ministerio de Cultura) o Le Pays lointain, encargo del Teatro Nacional de Bretaña y estrenada, bajo la dirección de Stanislas Nordey, en el Festival de Aviñón en 1997. Asimismo ha realizado numerosas versiones de textos de Raci-ne, Gozzi, Jonathan Swift o Wedekin. Como director, Lagarce ha firmado una veintena de montajes, con textos de Moliere, Ionesco y John Ford. Ha asumido la dirección de buena parte de sus obras. Yo estaba en casa y esperaba que la lluvia viniera fue presentada en 1994 con una lectura dramatizada para France Culture, a cargo de Robert Cantarella. Un año más tarde Radio Suisse Romande realizó una emisión de esta obra. Ha sido, asimismo, traducida al alemán por Félix Bloch. La edición francesa se encuentra dis­ponible en el número 81 de la colección de Tapus-cruit Théátre Ouvert.

Yo estaba en casa... • • • . " • • • • • •

c

Cinco mujeres en una casa, hacia el final del verano, desde el atardecer a la mañana—deTlTía siguiente, cuando ha vuelto el frescor y se han alejado la noche y sus demonios. Cinco mujeres y un hombre joven, de vuelta de todo, de regreso de guerras y batallas, retorna por fin a la casa, ahora,"agotado por el camino y por la vida, adormecido apaciblemente o moribundo, nada más, él regresa al punto de partida para morir. Está en su habitación, aquel cuarto en el que vivió cuando era niño, adolescente, allí donde vivió antes de abandonarlo brutalmente; él está en esa habitación, esa a la que ha vuelto para descansar, para morir, se­guramente, para acabar su viaje, su camino errático. Ellas rodean su cama. Ellas le protegen y se tranquili­zan las unas a las otras. Ellas le curan y escuchan su respiración; ellas caminan a paso lento, ellas cuchi­chean su propia historia, esa ausencia de historia que han vivido desde que él las abandonó y se llevó su historia con él, su larga balada a través el mundo, su huida sin objetivo y sin razón. Es una lenta pavana de mujeres alrededor de la cama de un joven adormecido. El ballet sordo de las muchachas y a veces sus risas, los odios que regresan y estallan de forma repentina, sus crisis y cuchicheos, los ajustes de cuentas y los úl­timos desgarros antes del sosiego definitivo, forman un ballet desesperado. Se lucha una vez más, la última, en la repartición de los despojos del amor, se desgarra la ternura exclusi­va. Todo se quiere conocer. Ellas le esperaban desde hace mucho, durante años,

siempre la misma historia, y nun-• . M M | ca pensaron volverlo a ver vivo;

;Á (' ellas se desesperaron por no te­ner tener nunca noticias suyas, ni

!* siquiera una sola carta; nunca He-Hi garon postales, nunca un signo

que pudiera tranquilizarlas o que les permitiera renunciar para siempre a la espera.. Hoy, por fin, ellas quieren obte­ner almenos unas pocas palabras, la vida que ellas soñaron, ¿descu­brir la verdad? Él es capaz de dormir todo el rato, de desvane­cerse sin volver a hablar, dejarlas en su locura. La primera mujer, la segunda mu­jer, la tercera mujer, la cuarta y la quinta, todas parecidas, todas sensiblemente de la misma edad, vestidas de forma idéntica, el mismo tejido sobre la cabeza, escondiendo el rostro, el mismo color pálido, como los muros, como la luz de este atardecer.

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Yo estaba en casa y esperaba que viniera la lluvia ta casa.. Le miro.

de Jean-Luc Lagarce Traducción de Joan Casas

Personajes

LA MAS VIEJA

LA MADRE

LA MAYOR

LA SEGUNDA

LA MAS JOVEN

LA MAYOR: YO estaba en casa y espe­raba que viniera la lluvia. Miraba el cielo como hago siempre, como siempre hice, miraba el cielo y aún miraba la cam­piña que desciende suavemente y se aleja de nuestra casa, el camino que desaparece en la curva del bosque, allí.

Yo miraba, atardecía y es siempre al atardecer cuando miro, es siempre al atardecer cuando me detengo en el umbral de la puerta y miro. Estaba ahí, de pie como estoy siem­pre, como siempre estuve, eso imagi­no, estaba ahí, de pie, y esperaba que viniera la lluvia, que cayera so­bre la campiña, sobre los campos y los bosques y nos apaciguara.

Esperaba.

¿Acaso no he esperado siempre?

(Y en mi cabeza, una vez más, pen­saba: ¿acaso no he esperado siempre? y me puse a sonreír, al verme así)

Miraba el camino y pensaba, como lo pienso a menudo, al atardecer, cuan­do estoy en el umbral de la puerta y espero que venga la lluvia, pensaba en los años que habíamos vivido aquí, en todos estos años, así, nosotras, vosotras y yo, las cinco, co­mo seguimos estando y como siem­pre estuvimos, pensaba en eso, en todos estos años que vivimos y que perdimos, porque los perdimos, todos estos años que pasamos espe­rándole, a aquel, al joven hermano, después de que se había marchado, había huido, nos había abandonado, después de que su padre le había

echado,

hoy, este día preciso, pensaba en eso, en este día preciso, pensaba en eso,

en todos los años que perdimos de­jando de movernos, esperando, pues

(y ahí también, tal vez, me puse, de nuevo, a sonreír de mi misma, de verme así, de imaginarme así, y son­reír así de mi misma me llevó al bor­de de las lágrimas, y tuve miedo de naufragar en ellas)

todos estos años que vivimos espe­rando y perdidos también por no ha­cer nada más que esperar y no poder obtener nada, nunca, y carecer de otro objetivo más que ese, y yo pensaba, en este día preciso, sí, en el tiempo que podría haber pasa­do lejos de aquí, ya, en huir, en el tiempo que podría haber pasa­do en otra vida, otro mundo, la idea que me hago de ello, sola, sin vosotras, las otras, allí, sin vosotras, todas, todo este tiempo que podría haber vivido de un modo distinto, simple­mente, sin esperar, sin esperarle, mo­viéndome por mi misma.

Esperaba la lluvia, esperaba que ca­yera, ,,. esperaba, como, en cierto modo, es­peré siempre, esperaba y le vi, esperaba y fue entonces cuando le vi, a él, al joven hermano, tomando la curva del camino y subiendo hacia la casa, esperaba sin esperar nada preciso y le vi regresar, esperaba co­mo siempre espero, desde hace tan­tos años, sin esperanza alguna, y fue en ese momento exacto, al caer la tarde, fue en ese momento exacto cuando apareció, y yo le vi.

Un coche le deja y él anda los últi­mos cientos de metros, con su macu­to al hombro, en dirección a mi.

Le miro venir hacia mí, hacia mí y es-

m

Yo no me movía pero estaba segura de que sería él, estaba segura de que era él,

regresaba a casa después de tantos años, era eso, siempre habíamos imaginado que re­gresaría así, sin avisar, sin alborotar y hacía lo que siempre había pensado, lo que nosotras siempre habíamos imaginado. Miraba al frente y andaba tranquilo sin apresurarse y parecía no verme sin embargo, y a él, al joven hermano, por quien tanto había esperado y perdido mi vida - la he perdido, sí, ya no me quedan dudas, y de un modo tan inútil, aquí, ahora lo sé, la he perdido — a él, al joven hermano, vuelto de sus guerras, finalmente le vi, y nada cam­bió en mi, estaba sorprendida de mi propia cal­ma, ningún grito como también ha­bía imaginado y como imaginabais vosotras, todas, que yo proferiría, que vosotras proferiríais, nuestra ver­sión de las cosas, ningún alarido de sorpresa o de ale­gría, nada, le veía caminar hacia mi y yo pensa­ba que regresaba y que nada sería distinto, que me había equivocado. Ninguna solución. (...) LA MADRE: ¿Duerme?

LA MAS VIEJA: Le puse en su habita­ción, aquélla, la misma de cuando era niño. Las chicas me ayudaron, le subimos hasta el piso y duerme. Lle­gó agotado, eso creo, ya no podía andar, le miraba completar los últi­mos metros, avanzaba hacia nosotras

/ como un borracho, yo no lo com­prendía, estaba agotado y parecía a punto de caer y de hundirse. LA MADRE: ¿No dijo nada? A tí, ¿no te dijo nada? ¿Ni siquiera una palabra antes de dormirse, antes de hundirse, ni una palabra? Yo hubiera querido que hablara, que me dijera alguna cosa, apenas nada, siempre la misma historia, que habla­ra antes de tumbarse en el suelo, an­tes de caer, yo hubiera querido el sonido de su

Jean-Luc Lagarce

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voz (Tal como soy, tal como siempre fui...) me daba miedo, que se quedara así silencioso y que ni siquiera nos diri­giera la palabra, eso me daba miedo y que se acostara luego sin preguntar nada, que cayera al suelo, no sé de­cirlo, yo estaba mal, el inicio de la sofocación.

Me equivoqué, no era así como ima­ginaba las cosas. LA MAS VIEJA: En su habitación, deja­mos las persianas cerradas como siempre, permitiendo el paso, duran­te el día, de la luz apenas y por la noche tan sólo del fresco. Está en su cama, nosotras siempre conservamos esta cama, nunca se ha­bló de librarnos de ella. — ¿Acaso no tenía yo razón? Librar­nos de ella, era tanto como renunciar a que regresara— esta habitación, era su habitación, no hablábamos de ella, yo la limpiaba, la ordenaba sin cesar y nunca se nos habría ocurrido vaciarla y pintarla. Nuevamente, está en su habitación. LA MADRE: Estaba ahí frente a mi, le miro, le espero desde hace muchísi­mos años, no es ninguna tontería, puedes hacer como si no lo supieras, pero no es ninguna tontería, un hijo, el único hijo, mi hijo que re­gresa, no es ninguna tontería, y para ti tampoco es ninguna tonte­ría, y para las chicas, para ellas, puedes verlo tú misma desde que él regresó, desde que está acostado y duerme, en su habitación, arriba, puedes ver­lo, para las chicas tampoco, para ellas, tampoco es ninguna tontería. Está ahí frente a mi, tanto tiempo pa­sado esperando este instante, está ahí frente a mi, ha cambiado, su rostro se ha estrope­ado, surcado y endurecido, yo le mi­raba, es como el rostro de un viejo, una especie de rostro extraño de vie­jo o el cuerpo de un hombre joven como prematuramente avejentado. ¿Acaso creía que iba a regresar exac­tamente, perfectamente igual a como se marchó? ¿Había imaginado siempre esto? LA MAS VIEJA: Duerme como dormía cuando era un chiquillo. Estaba des­

vanecido a mis pies, yo tuve miedo, en seguida, de que muriera. Le miraba y me dije a mi misma: Duerme como dormía cuando era un chiquillo. Es curioso. Le cogimos, una por los sobacos, como siempre vimos que se hacía, como se supone siempre que hay que transportar los cuerpos des­vanecidos, no sé, la gente caída, las fotografías, los cuadros, le cogimos, una por los sobacos y la otra le agarró los pies - era yo quien agarró sus pies - y le subimos hasta el piso. Se ha hecho liviano, su cuer­po ha adelgazado pero, para noso­tras, seguía siendo pesado. Un trabajo duro. La pequeña cogió el macuto, era la única cosa que le interesaba. Se lo dejamos. LA MADRE: Hay que dejarle dormir mucho tiempo, creo que va a dormir mucho tiempo y que cuando haya dormido todo este tiempo, un buen día, le veremos despertar y lo que no tuvimos hoy, inmediata­mente, lo que no obtuvimos, lo que había­mos esperado, esperado tanto todos estos años, que regresara y apenas cruzar la puerta nos hablara y nos dijera cosas, exactamente eso, que nos dijera cosas que tanto había­mos esperado oir, que nos reconociera, tan sólo eso, que me reconociera y que te recono­ciera y que nos hiciera el relato de su viaje, todo este tiempo perdido, lo que no tuvimos hoy, aquí, en el instante en que cruzó la puerta, lo escucharemos finalmente, no tengo que preocuparme, despertará, habrá dormido tanto tiempo, se despertará, ni siquiera sa­brá donde se encuentra, su habita­ción, no la reconocerá, habrá que decírselo, tendremos que explicárse­lo, despertará, exactamente así, como si despertara cuando era un chiquillo y le veremos decirnos lo que ha vivi­do, le oiremos decirnos lo que ha vi­vido, cómo fue su vida, su viaje, to­dos estos años perdidos, porque fueron perdidos, todos estos años perdidos. Se va a sorprender.

(Se ríe). Nosotras podremos empezar a qui jamos y a soltarle nuestra retahila c reproches. IA MAS VT JA: Y todo este tiempo, ah< ra, a partir de ahora, todo este tier po, nos quedaremos junto a él, de mido, acechando los signos, ¿quieri decir eso? Relevarnos una tras otra a su lad acechando los signos de ese despt tar o el oscurecimiento cada vez m dulce, cada vez más lento, ¿su desaparición sin regresar a nos tras, ahogándose en el sueño m profundo? ¿Su muerte? ¿Quieres que no le abandonem nunca más? LA MADRE: Hay que esperarle, misma historia, habrá que quedar junto a él, ahí. Igual como le esperamos, desde día en que se fue, desde el día que nos dejó para tal vez no regre: jamás, desde el día en que su pac le echó

— ¿Qué podía hacer yo? Aquí esti todas, queriendo reprocharme no ) her hecho nada, no haber detenida uno, ni tampoco detenido al ot ¿qué podía hacer yo? -igual como le esperamos aquí, y mucho más tiempo aún, tal v después de que su padre muric-después de que su padre murier: las razones de quedarnos, las sec tas razones de quedarnos se huí ran extinguido, igual como le esperamos sin nui jamás creer, tal vez, nadie lo reco cía pero lo pensábamos, todas, tú misma, dices que no has caml do, que nada haría cambiar nunc; opinión, ¿quién puede creer eso? tú misma te dejabas vencer po: duda, imaginabas, paulatinamente imaginabas, imaginabas que nc volverías a ver antes de morir tú t bien, tú misma, por más que lo niegue; misma, renunciabas, lentamei ¿quién no se dio cuenta? y todas lo pensábamos, todas, a< Has también,

igual como le habíamos esperado vano, sin nunca jamás creer que-gresaría,

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ahora, tendremos que seguir esperando - esto no terminará nunca, y yo seré vieja y tú ya habrás muerto, y yo se­guiré esperando -tenemos que esperar aún a que des­pierte y regrese a nosotras, a que abra los ojos y nos hable y nos haga el relato de su viaje, debió ser un viaje, siempre nos imaginamos su vida has­ta tal punto así, no podrá decepcio­narnos, un largo y hermoso viaje, ¿no?, un largo y hermoso viaje siempre tan poco razonable, a través del Mundo, a que despierte y regrese a nosotras y nos cuente además todos estos años, su historia - ¿debió librar batallas, guerras y ba­tallas, no? y salir vencedor, ¿cómo no? ¿no? -a que despierte y regrese a nosotras, y a que nosotras, cada una de nosotras, le contemos en fin la nuestra - to­das parecidas y diferentes -.

Hay que esperarle, escuchar los ru­mores, aguzar el oído y tratar siquie­ra, aunque sólo fuera eso, y tratar, siquiera, junto a su cama, de acechar su aliento, y de robar los indicios, los ínfimos indicios que nos le devolverán a la vida, el instante preciso, aquel mismo momento exacto del t iempo en que , cuando chiquillo, despertaba y en seguida empezaba a dirigir la casa, el hijo joven, a obligar­la a girar a su al rededor , po rque siempre giró a su alrededor

o acechar sin fin lentamente, si es preciso, eso dices tú, o acechar sin fin, y destruirnos, y yo no creo eso, no lo imagino y tú no me lo vas a hacer imaginar, no quiero, el naufragio, su rendición, acechar su muerte, verla venir, nunca más sus ojos abiertos y nunca más una palabra, ningún rastro después de todos estos años esperándole, todos estos años perdidos esperándole.

¿Eso crees tú?

LA MAS VIEJA: Después de todos es­tos años, otros años más, todavía, ¿eso dices? ¿Aquí, en la casa, esperándole una vez más, sin movernos, sin ningún movimiento, de puntillas, esperar su despertar como se espera el despertar de un niño enfermo en su habi tación, arriba, y nosot ras , aquí, relevándonos hasta el infinito? ¿Es eso lo que dices? LA MADRE: Vamos a hacer eso, sí, yo voy a pasar todo el tiempo esperan­do a que despierte. Vamos a hacer eso, y si vosotras no lo hacéis, si ya no queréis hacerlo, si aquellas ya no quieren, si tú, incluso tú me abandonas, si no me ayudas, sí, lo haré sola, me quedaré aquí, y esperaré yo sola, ¿qué importa eso? (...) LA SEGUNDA: El día en que regrese,

me lo repito, todos estos años, me lo he repetido, el día en que regrese - nunca dudé de que regresaría -el día en que regrese, me pondré el vestido rojo, aquel que todas voso­tras detestáis, que siempre habéis de­testado, mi vestido rojo que me da el aspecto vulgar de las chicas del sába­do por la noche, corro a ponerme el vestido rojo y él me vuelve a encon­trar tal como me dejó. Está bien. Se ríe. LA MAYOR: Cuando cruzó el umbral, deja en el suelo el macuto, cuando cruza el umbral, entra en las sombras de la casa, se le ve mal, le veo mal, le adivino, a contraluz, se le ve mal, la luz de­trás de él, estaba segura de que se le vería mal, y de que estos ojos, yo no iba a poder adivinarlos, apenas la si­lueta que ocupa la entrada de la ca­sa, y sus ojos en la oscuridad,

cuando cruza el umbral y deja resba­lar su macuto, un petate de marino, un petate como los que usan los ma­rinos — eso pensé: ¿He visto en mi vida un petate de marino?, eso pensé — un petate de marino, o tal vez un macuto militar, esos sacos redondos, oblongos donde nunca, eso pensé, donde nunca los vestidos se deben ordenar correctamente, eso pensé, y me volví a reir, creo

xr

que me volví a reir de estar pensan­do esto, estos detalles, (y siempre, el borde de las lágrimas tratando de arrastrarme)

cuando regresa, cuando, por fin, regresa, me reí de mi, de la importancia concedida a los detalles, la importancia imbécil y te­rrible a un tiempo que concedo a los detalles, cuando el joven hermano, aquél, tras todos estos años perdidos esperán­dole, cuando el joven hermano, por fin, cuando el joven hermano regresa, lo que tal vez más he esperado en mi vida, todos estos años, cuando por fin, el joven hermano regresa, yo me reí por dentro, estar ahí pensando en el macuto, en el uso y la forma, no tener nada me­jor que pensar - ¿es un petate de ma­rinero? ¿o un macuto militar tam­bién?- eso me hizo reir por dentro, y cuando aún trataba de alejar de mí este pensamiento idiota, este pensa­miento indigno, porque me parecía indigno, eso pen­sé, es un pensamiento indigno, un pensamiento indigno de un momen­to así, me vino también, y me reí, creo, y me reí tal vez aún más de es­to, me vino también a la cabeza la cues­tión - una querría pensar en cosas nobles, esta expresión, cosas nobles, y una se deja resbalar por los deta­lles, los detalles imbéciles enmedio de aquello que quisiéramos que fue­ran las horas más importantes de la vida, una se imagina eso, una siem­pre se imaginó eso, las horas más importantes de la vida-me vino también a la cabeza la cues­tión de saber si aquella bolsa, ahí, a mis pies, si aquella bolsa que ahora se desliza de su hombro hacia el suelo, si esa bolsa, petate marinero o macuto mili­tar, si esa bolsa es la bolsa que lleva­ba cuando nos dejó, la misma exac­tamente, y no logro acordarme, no me acuer­do, y me quedo preocupada por esta cuestión, los detalles imbéciles y es un error, y me río, eso creo, y me río de mi error,

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y de no poderme alejar sin embargo •I de esta idea.

oo Recorre los últimos metrosupie sepa-

* ran el camino de la casa, y sube los "c tres escalones que conducen directa--i mente a nuestra pieza.

Se inmoviliza en el umbral y no nos dice nada, mira el interior de la pieza y se asombra. Tiene su mirada asombrada, la mirada asombrada que tenía cuan­do niño y la mirada asombrada que tenía aún cuando se marchó y cuan­

do su padre le echó, cuando nuestro padre le echó y cuando debió dejarnos, cuando nos dejó, tenía esa mirada asombrada, ya.

En los momentos más brutales, más súbitos de la vida, pareció siempre sorprendido, asombrado, sí, no tengo otra palabra, asombrado, en el colmo del asombro, y el asombro pareció siempre para él la expresión de la injusticia, la expre­sión del descubrimiento de la injusti­cia, su rostro de niño es más aún el de

un niño en estos momentos, lo re­cuerdo.

Inmediatamente, apenas ha entrado, está ahí, justo frente a nosotras y el recuerdo de esa mirada regresa a mi y me hace sonreír sin que yo sepa por qué. Era él, exactamente, el joven herma­no, tenía aquélla mirada asombrada.

No nos dijo una palabra, contempla la pieza. Apenas sonríe. Apenas son­ríe y se asombra de vernos, de ver el interior de la casa y de vernos. Eso

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es todo. LA SEGUNDA: Con mi vestido rojo, yo soy la primera a quien ve, la única a quien yjs y reconoce enseguida, con mi vestido rojo, eso pienso, yo soy la que antes reconoce, se ríe, le veo reírse, se acuerda de es­te vestido y de los bailes laboriosa­mente ensayados por las tardes, el aprendizaje, en que cada uno quería llevar al otro a su paso, la preparación de nuestras entradas, se ríe como cuando se burlaba de mi y yo ya estoy contenta de oir su risa.

LA MADRE: No se ríe.

No tuviste tiempo de cambiarte, po-brecilla, una te imagina - ¡siempre serás la misma! - una te imagina trotando por la escalera y buscando, juras co­mo un cochero, y buscando en tus armarios. Debe estar bien enterrado, enterrado y hecho trizas, el traje rojo de fiesta, tan vulgar, una se lo imagina, apenas pone el pie en el umbral y cae y se desvanece y no nos dice na­da, ni una palabra, se desploma y le veo apenas, su mi­

rada, apenas la entreveo, tan sólo su cuerpo desplomado, ahí, a mis pies.

Tu estás ahí, como yo, como todas nosotras, aquéllas, estás a mi lado, tomada de mi mano, y no tuviste tiempo de hacer nada, ni un gesto, nada. Miras. (...) LA MAS JOVEN: Cuando se desplomó lentamente sobre si mismo, yo no me moví, creo. Le vi caer y pensé que caía y eso es todo. Todas nos quedamos quietas. Es co-

m¿*

VTT

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ni vioiu v*_naauci¿iiiiciiLc uesnzarse S o si todas le hubiéramos visto caer • en fin con lentitud, con mucho retra-oo „

* so, como a cámara lenta, sin que pu-•g diéramos hacer nada, sin que pudié-3 ramos pensar en hacer nada. Cayó

con suavidad, eso creo. Está en el suelo, le miramos, yo no tomo a nadie de la mano. Estoy sola, un poco apartada. Allí. LA SEGUNDA: Todos estos años, sin embargo, me acordaba del baile, y pensaba, cuando él vuelva, regresaré al baile, buena historia, quien sabe, el hermano y la hermana bajando al baile en el valle, sucios tipos que nos miran y no dan crédito a sus ojos, nunca hubieran creído que le volve­rían a ver, al heredero varón, ¡hubie­ran apostado!

- ¡Lo que no habremos oído, todos estos años! Que había muerto y nun­ca volvería o que hacía su vida, reha­cía su vida, al otro extremo del Mun­do y le daba igual de nosotras, Las Desesperantes Idiotas, esperándole, todos esos insultos, ¡lo que habremos oído! -

sucios tipos que miran eso como mi­ran los trenes, bocas abiertas imbéci­les, el hermano y la hermana entran­do juntos en la sala de fiestas municipal,

se empujan para chotearse, se pre­guntan de dónde lo sacó, a ese, ese extranjero, y la música se pone en marcha, bola de espejos, eso me gusta, siempre tu­ve gustos de tendera, bola de espe­jos, bailamos, baile que no he aprendido y que bai­lo perfectamente, hacemos el vacío en la pista. Es una pareja soberbia. Todo el mundo siempre se burlaba de mi, la de suciedades que decían sobre él, me peleé, me peleé de ver­dad, tuve que pelearme, todas esas mentiras, los sarcasmos sobre su marcha, sobre nuestro pa­dre que le echó, el desprecio de nuestro orgullo, la historia miserable del hermano que tenía que regresar un día y que nun­ca volverá a poner los pies aquí y que cinco pobres chifladas, sin em-

Hoy, el hermano está aquí, es un hermoso guerrero - ¿qué podríais comprender, vosotros? - el hermano está aquí y me saca a bailar, es exac­tamente como en mi historia.

Le miro, se cayó al suelo, agotado, hecho polvo y pienso que yo querría bailar con él y escupir a la cara de los imbéciles y que nada va a suce­der, es como un cadáver con el cual no se puede contar. LA MAS JOVEN: Iremos las dos, yo te

sacaré a bailar, no estará muy bien, será un poco tonto, como dos pobres chicas feas, pero vamos a ir las dos. (...) LA MADRE: A partir de ahora, todo el tiempo que estará en su habitación, todo este tiempo que tardará en ago­tarse, en desaparecer, todo el tiempo que tardará en morir, el tiempo de la agonía, todo este tiempo, - ¿va a durar semanas, meses? -todo es te t i empo , las chicas , aquéllas, las chicas podrán alejarse, dejarnos guardarle, cuidar de él, dejarnos protegerle y preocuparnos por su respiración, su aliento, temer por él...

LA MAS VIEJA: Querrías quedártelo para tí, tan sólo para tí. LA MAYOR: ¿Que nos vayamos? LA MAS JOVEN: ¿Que te lo dejemos? LA MADRE: NO sé. Sí, ¿acaso se puede pedir eso? ¿que otras que quisieran estar igual de cerca del trabajo de la muerte, que otras se alejen y cedan algo de soledad? No sé. Tú lo comprendes, y aquéllas, ¿todas vosotras y aquéllas lo pueden com­prender? LA MAS VIEJA: Cada una de ellas, y yo, también, cada una de ellas desea esto. Exactamente lo que cada una de nosotras desea. No compartir más, sin devorarse, no, no tener que compartir más. ¿Eso quisieras tú? LA MADRE: ESO mismo, sí. Y no es

nada, y es pedir mucho. Eso mismo. El instante preciso.

danzas, buscarán el amor, exigirán, querrán que les hable, que salga de su sueño, no quieren comprender, nos van a destruir la vida, no tienen mala intención, pero nos van a des­truir la vida, a todas horas, tratarán de obtener ya no sé qué verdad. Quieren saber también si se equivo­caron, si todos estos años fueron per­didos para nada. Están aterrorizadas, puedes mirarlas, están aterrorizadas por el sacrificio. LA MAS VIEJA: Tú sólo querrías, eso pides, tú sólo querrías que te lo dejaran. Como todas nosotras, pero tú más aún que las otras. Estar sola y que­dártelo. LA MADRE: No lo voy a tener, creo. LA MAS VIEJA: No, como era de te­

mer. .. LA MAS JOVEN: Mala cosa.

(...) LA SEGUNDA: ¿Has tenido hombres? LA MAYOR: ¿Hombres? Sí. Por fortuna. ¿Si he tenido hombres? ¿Es la pregun­ta? Sí, he tenido hombres. Algunos hombres me han tenido. Ya no re­cuerdo la letra de la canción, pero sí, algo así, algunos hombres tuve y algunos me tuvieron... Era bastante previsible, creo yo. ¿Por qué me preguntas eso? Me quedé aquí, con vosotras, estos campos, el pueblo ahí abajo, uno o dos pueblos más, mayores, más lejos, me miran andar por la carretera, an­do exactamente como quieren que ande, tengo mis andares apretados de putilla respetable, La señora maestra, desprecio a los campesinos, ellos me lo devuelven y no se equivocan, y me respetan, muy agradecidos, por­que enseño a sus imbéciles mocosos rudimentos de nada, me desprecian y me saludan. Tomo el autocar, paso el día en la c iudad e s c o g i e n d o zapa tos , e so cuento, y duermo en una habitación de hotel de un marrón sucio con un seductor un poco harto de mi. Cuenta cosas, habla de su mujer y de sus hijos, siempre hacen lo mismo, vende enciclopedias médicas, en sus­cripción económica. A veces, lloran, hay que ver.

YO ESTABA EN CASA... VIII

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Cada dos o tres meses, coincidiremos por azar en La Gran Cervecería del Comercio y de los Viajeros, jugamos un poco, fingiremos no habernos vis­to nunca y recomenzaremos el amor, llamémoslo así, recomenzaremos el amor en el piso de arriba, sin decir­nos palabra. Hombres, sí, de tarde en tarde, sin conocerles. ¿Eso querías saber? LA SEGUNDA: ¿Está bien? ¿Estaba bien? ¿A veces, alguna vez, estaba bien? LA MAYOR: NO. No sé. No lo sé. No

me lo preguntaba. Es como tiene que ser. Sea quien sea el hombre, es siempre un poco la misma manera de actuar, las mismas ridiculeces, los detalles que es mejor no mirar, sus calcetines, eso te desa­nima, los mismos pujos de risa in­contenible. Y la sorpresa algo molesta de sentirte enternecida, a veces. LA SEGUNDA: ¿Quisiste a alguno? Eso te quería preguntar. LA MAYOR: ¿Nostalgias? LA SEGUNDA: SÍ, eso es, nostalgias...

LA MAYOR: Ternura por mi misma, ¿esas cosas?... No, no lo creo. Higiénico... ¿higienis­ta?... Bueno. Nada más, no creo. Siempre desconfié un poco de la tris­teza, esa tristeza egoísta, el placer que nos da tenernos lásti­ma, lamentarnos con tanta emoción, la compasión que dulcemente me podría venir luego, lo que trato de evitar, hay que estar en guardia contra eso. Se precisan reglas y principios. Me levanto cuando el tipo aún duer­me, ronca como roncan los hombres casados, los que saben que la otra, la Sufrida Habitual, ya renunció, me le­vanto y me pongo las medias de la víspera en una esquina de la bañera, está bien así, la hora en que dejas a los otros sin deberles nada. Por la mañana, temprano, en la barra de la estación de autobuses - ¡Hay que ver como son, los tímidos de permiso! -por la mañana, tan temprano, insi­diosamente, podría empezar a hacer­me daño, tengo que controlarme durante todo el viaje de vuelta pero soy experta,

me he convertido en una experta, tengo una auténtica hermosa ausen­cia de sentimientos, me he entrena­do, me río de mi misma y me ahorro los disgustos, la nostalgia, todo eso, las cuentas y balances. Sé andarme con cuidado. LA SEGUNDA: YO quería decir hombres, pero unos hombres, no sé, unos hombres más interesantes, me­nos pasajeros, hombres de aquellos que una recuerda un poco. No como esos, distintos de los míos, una vida distinta de la mía.

LA MAYOR:¿Historias? ¿Esos hombres con las que una se monta historias? LA SEGUNDA: SÍ, eso es. Historias.

Esos hombres con los que una se montaría historias. LA MAYOR: ¿Aquél que siempre te ha­rá sufrir? ¿Aquél que encontramos y ya no vimos más, cuyo rastro busca­mos entre los otros, aquél, sin más, que lo conmovió to­do y ni siquiera se dio cuenta y a quien, a veces, todavía, yo me sor­p rende r í a o d i a n d o por h a b e r m e abandonado? ¿El Indiferente? ¿Mi secreto? LA SEGUNDA: Un hombre de este esti­lo, sí. LA MAYOR: No sé, no,

me dan miedo, no me acuerdo, o no quiero acordarme. Si yo lo decidí, si sucedió sin mi, na­turalmente, sí, no lo sé. ¿Por qué iba a hablar de esto, acaso no debo renunciar, no pensar más en ello? ¿En un día como éste? ¿Nunca hablo de estas cosas? LA SEGUNDA: No, nunca, nunca te he oído. (Un tiempo). LA MAYOR: Sí. La frase, me revientan los alumnos, aquella frase, siempre: Tuvo como cualquier otra su historia de amor... ¿Es eso? (Un tiempo). ¿Y tú? LA SEGUNDA: ¿Yo? Oh, yo, yo, yo no respondo a esas preguntas.

(Se ríen, tal vez).

(...) LA MAS JOVEN: Cuando él se marchó, yo era pequeña,siempre fui más o menos pequeña, niña, mocosa, chi­quilla sin importancia en mi rincón.

Yo no contaba, eso digo, por lo que recuerdo, no contaba. Nunca, más o menos, no me podéis decir lo contra­rio, os lo debo a vosotras, nunca conté verdaderamente. No sé. Cuando él se marchó, nos de­jó, nos a b a n d o n ó a nuestra triste suerte, dejó la casa sin esperanza, por así decir, sin esperanza de regre­so, cuando se marchó, nadie se fijó en mi, no conservo ningún recuerdo de que nadie nunca se fijara en mi, y aquel día menos aún que otros dí­as, y aquel día, más aún que otros días, cuando se marchó, tengo claro el recuerdo de que nadie se preocu­pó por mi. Cuando el padre le echó, le puso en la puerta, vosotras nunca decís eso, guardáis vuestro secreto, creéis que lo es, durante años enteros habéis cuchi­cheado para que yo no os oyera, os habéis callado cuando entraba, vues­tro secreto...

Cuando el padre le echó, en su cóle­ra, su cólera violenta, una de aquellas cóleras terribles que hacían temblar las paredes, la expresión, repito lo que se me di­jo, una de aquellas cóleras terribles que hacían temblar las paredes, una cólera mayor aún que todas las demás cóleras, una cólera más, aquel día como cualquier otro día, - porque yo nunca he tenido el re­cuerdo, era pequeña y no contaba, vosotras siempre queréis embellecer aquella vida, aquella época, sin em­bargo yo nunca he tenido el recuer­do de que hubiera días sin cólera y sin gritos y sin violencia, porque se trata de violencia y nada más y todas aquellas frases, chilladas, vociferadas, todos aquellos alaridos el uno contra el otro, el padre y el hijo buscando pelearse e insultándose siempre y amenazándose, porque se trata de amenazas, vosotras guardáis vuestro secreto, lo negáis, pero se trataba de amenazas , de amenazas creíbles , imaginables, yo era una niña, estaba ahí, este rincón,

(Lo muestra).

amenazas que una teme y que una imagina, que podrían ser ejecutadas, una es pequeña, una es una niña e imagina, y no serían palabras, vos®»

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sino amenazas y golpes, y heridas, amenazas de heridas, ¿qué otra cosa? El odio y el relámpago del crimen, un instante.

Yo era pequeña y nadie se preocu­paba de mi, pero ya oía, al padre y al hijo odiándose, era pequeña, no contaba, nadie se fi­jaba en mi, me olvidaban como me siguen olvidando, pero nunca tendré otros recuerdos de aquel t iempo, creo, me imagino que no, jamás t end ré o t ros r e c u e r d o s de aquel t iempo que las cóleras y los gritos y la violencia, no, y el odio, y aquel miedo al crimen que conservo - una de aquellas cóleras terribles que hacían temblar las paredes, y más grave aún, más definitiva y más dura aún que todas las otras có­leras que habíamos conocido... LA MADRE: ¿Recuerdas eso, tú? ¿Tú te

acuerdas de todo eso, lo viste, no es­tabas dormida, lejos de nosotras, lo viste y te acuerdas? Te lo inventas. ¿Dónde estabas? LA MAS JOVEN: Y cuando el padre le echa, aquel día, yo comprendí tam­bién que le echaba para siempre, ¿por qué no iba a comprenderlo? (Todas vosotras, lo comprendisteis, os queréis engañar pero también, to­das vosotras, lo habíais comprendi­do.) Cuando el padre le echó y ordenó que no regresara nunca más, que se marchara de la casa y no pudiera nunca más, nunca más, regresar a ella, cuando le echa, cuando le maldice, aquellas frases, extrañas, La Maldición, esas frases que en la voz de otro, en un libro, en el cine, tal vez nos die­ran risa, o no tendrían importancia, y que, aquel día, resuenan y me dan miedo, cuando le maldice y yo le creo, soy una niña, creo aquella maldición, lo que nunca sucede, o sólo a los de­más, o en otros países, aún, incom­prensibles, o en el pasado lejano, mi­les de años antes de nosotras, las frases definitivas siempre, algo ri­diculas y que me ponen sin embar­go, no lo comprendo,

YO ESTABA EN CASA...

a mi - ¿cómo lo dijiste, antes? - al borde de las lágrimas, cuando el padre le echa, con el puño levantado, creo haberlo visto, con el puño levantado - ¿to/ vez me lo ima­gina. -cuando le echa y le sigue chillando, porque de chillidos se trata, cuando le echa, le maldice, y le sigue chillando que nunca más le permitirá regresar aquí,

yo le veo, a aquél, tan joven, el joven hermano, siempre decimos eso, yo digo siempre eso, es mayor que yo y también yo, como vosotras, digo el joven hermano, (Eso las hace sonreír, tal vez). cuando le echa, al joven hermano, le veo marcharse, está de espaldas, se va, desciende por el camino y se aleja de la casa, allí, hacia la curva por donde, más allá del bosquecillo, se desaparece, y nada, eso lo sé, o me imagino hoy que lo pensé, y nada le retiene, ninguna de nosotras, ni la una ni la otra que podrían hacerlo, que habrían podido hacerlo y tampoco yo, demasiado pequeña, mocosa, chiquilla sin importancia, nadie le retiene.

No le volveremos a ver.

Si me escucharais sabríais que no le volveremos a ver, si me escucharais, le detendríais. LA MAS VIEJA: No se va para siempre. Es fácil, hoy, pero aquel día, se mar­cha como a menudo se marchaba y volverá. Discutían siempre, cada día, sí, se trata de discusiones, siempre discutí­an, yo pensé que era una vez más como las otras veces, no un crimen mayor que los otros crímenes.

Su padre gritaba muy fuerte, sí, siem­pre fue así, y le maldecía, palabras, sí, palabras ¿pero cuántas veces, ya, le había echado y le había ordenado que no regresara nunca y cuantas veces, también, el otro, aquél, el joven her­mano, el otro había regresado, unas horas o

X

su sitio sin que nada cambiara? Era más violento aún, hoy, es fácil, una no recuerda más que aquel día, y una olvida todos los demás días, no q u e r e m o s conservar más que aquel momento, era más violento quizás, no lo sé, me pierdo, queda lejos, se decían cosas tan duras uno al otro, tan llenas de odio sobre sus vi­das que yo pensaba que sería mejor que se separaran un día o dos como sucedía a veces. Lo deseé. Un poco de tiempo. Pero no le vi marcharse como si se fuera para siempre.

Tú nos acusas, no hicimos nada, yo no hice nada, y puedes acusarnos de no haber hecho nada, pero yo no me imaginaba eso, no, no podía creer que fuera el comienzo de todos estos años perdidos. Tú nos acusas. Yo no debí dejarles hacer, y aquélla, tu madre, aquélla t ampoco , y las otras, por más débiles que sean, y las otras tampoco, nadie, no debimos dejarles hacer. Habríamos podido enfrentarnos con el uno o con el otro, enfrentarnos de verdad, tú nos acusas, pero nos ha­bríamos enfrentado. Habríamos salido al patio, al camino, no nos habríamos comportado tan bien, habríamos tirado de las cha­quetas, esas cosas que se hacen. LA MADRE: Siempre se iba y siempre volvía. ¿Como iba yo a pensarlo? ¿Có­mo habría podido pensarlo, el co­mienzo de todos estos años de espe­ra? LA MAS VIEJA: Se gritaban el uno al

otro unos juicios tan terribles sobre su vida, cada u n o des t ruyendo al otro, cada uno queriendo destruir al otro, esperando hacerle daño y tum­barle, cada uno juzgando al otro por lo que era o lo que quería ser, cada uno tratando de ganar el combate, yo esperaba que se alejara. Eso espe­ré.

Y escuchaba y también tenía miedo de que no pudieran volver a encon­trarse y a perdonarse de nuevo, co­mo se perdonaban siempre - siempre quise imaginar que se per­donaban, que terminaban siempre

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por perdonarse -tenía miedo, pero no le veía, creo que no , me imaginé, todos es tos años me convencí, tenía miedo, sí, siempre tuve miedo de la violencia entre ellos - ¿El odio? Oh, no, eso no, no quie­ro, el odio no, no -tenía miedo pero no le veía marchar­se para siempre marcharse para no volver a poner los pies en esta casa, no pensar más en nosotras, no tener nada que ver con nosotras. No lo pensé. LA MAS JOVEN: ¿Y cuándo te diste cuenta? ¿De una vez, te diste cuenta? LA MAS VIEJA: Le esperamos.

No decíamos nada a su padre, no ha­blábamos y su padre tampoco nos decía nunca ni una palabra de ello, de su partida, la ausencia, nunca nos decía ni una palabra de esa desaparición. Envejecía, poco a poco, se dejaba resbalar hacia la vejez, ese era su de­seo, ahora, no quería nada más, no ser nada más que un viejo. Caminaba en silencio cuando tenía que venir aquí, el ruido de su paso en la escalera, la apertura de la puerta, yo aguzaba el oido, tu madre, aquélla, tampoco a tu ma­dre le hablaba de esa desaparición, creo que no, ella no dice nada, no lo creo, de esa desaparición, la ausencia, a tu madre, tampoco le hablaba, y el resto del tiempo, durante el día, andaba afuera, los bosques, el cam­po, supongo, se iba por la mañana, regresaba al anochecer y a menudo, casi nada, toda una semana, no nos hablaba, no sentía la necesidad de ello.

Nosotras no preguntábamos nada, esperábamos a ese chico, nos relevábamos en el umbral miran­do el camino, ese camino que toda­vía se aleja de nosotras y desaparece, allí, hacia el bosque, tratábamos de adivinar, escuchába­mos los autos que pasan al pie de la ladera y que podrían detenerse, escuchábamos indicios, el ruido de

un paso en la noche. No hablábamos de ello, nos quedá­bamos ahí esperando, esa es la pala­bra, no hablábamos nunca de ello, esperando, esa expresión, otra expre­sión, así, un poco ridicula, nada más.

Todos estos años, los hemos pasado así, los hemos perdido así, sin imagi­nar que pudieran durar tanto tiempo, eso no lo sabíamos, no lo podíamos saber, si lo hubiéramos sabido, ¿qué crees tú?, si lo hubiéramos sabido lo habrí­amos impedido, le habríamos reteni­do, a su padre y a él, no les habríamos dejado actuar, no nos podíamos ima­ginar la vida de este modo, quién podía imaginarse esto. Tú pareces querer, entiendo yo, tu pareces querer reprochárnoslo, acusarnos como si debiéramos ser culpables, como si no hubiéramos visto nada, y fuéramos culpables, tú pareces reprocharnos esto, atreverte a reprocharnos esto, no está bien, no es justo, entiendo yo, no es una cosa justa porque nadie podía imaginar que nunca regresara, más aún, que no regresara hasta hoy, en la hora de su muerte, porque se muere y sabemos que se muere, na­die podía imaginar que nos dejara así, que nos abandonara y que nunca diera noticias, que nunca, cuando su padre murió, ¿pero podía saberlo? - ¿Alguien ha­bría podido decírselo? ¿Se pudo ha­ber enterado? -ni siquiera cuando su padre murió, nunca dio señales, no lo podíamos imaginar, no, y que precisamente, aquí, hoy, al fi­nal de su carrera, al final, viniera a morir, como si quisiera demostrar al­go, probar todavía algo que pudiera hacer daño, porque nos va a hacer daño, nunca nadie, ninguna de noso­tras, tú pareces acusarnos, pero na­die, ninguna de nosotras, se lo podía imaginar y comprenderlo. LA MADRE: Déjalo. Nos quiere hacer este reproche. Ella nunca tendrá la culpa de nada, siempre será inocen­te. Eso le gustaría. (...) LA MAS VIEJA: En verdad no era el día

de las despedidas. Se marchó brutal­mente, golpeó la puerta, insultó a su padre y su padre le insultó, y golpeó la puerta.

Yo no recuerdo que me besara, que se tomara ese tiempo, que se acorda­ra de mi o de ella, de aquélla, su madre, no lo recuerdo, ni de su ma­dre, no lo recuerdo. Y ni una, no en el recuerdo que yo conservo, y ni una palabra más, o una sonrisa, no nos ve, no repara en nosotras, y nunca, es lo que siempre hemos pensado, desde entonces, y nunca pareció reparar en nosotras, jamás pareció que tuviéramos impor­tancia, un interés cualquiera para él. LA MAYOR: Nos deja, nos abandona, somos nosot ras las que s iempre , aquí, las cinco, somos nosotras, to­das, las que le esperaremos, todos estos años p e r d i d a s , b l o q u e a d a s , ago tadas , aquí, pero él abandona a su padre, es una historia entre ellos dos, su separación y la violencia de su se­paración y nosotras no contábamos y nunca jamás contamos, esperamos, todos estos años, esperamos pero no contamos. LA SEGUNDA: Él nunca se preocupó por nosotras, no le importábamos. LA MAS JOVEN: Eso descubre una.

LA MADRE: Callaos, no digáis eso, de­jadlo. No quiero oirlo. LA SEGUNDA: En todo este t iempo, nunca da noticias, en todo este tiem­po, no le importábamos, no escribe, ni unas líneas, un mensa­je, ¿acaso no contábamos más que eso? ¿Acaso no teníamos más valor que ese, en su vida? nada, ¿Acaso, en todo este tiempo, nunca pensó en nosotras, en nuestra angus­tia? porque estábamos angustiadas, estábamos angustiadas y él no puede ignorar que estábamos perdidas, y que le esperábamos,

cuando se iba, cuando aún era más joven, las otras veces, cuando se iba, y volvía unas horas más tarde o unos días, a veces, no podía engañarse, sabía, nos veía, veía nuestras caras cuando por fin

V T

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nuestras caras, nos veía esperándole, sabía nuestra inquietud. LA MAYOR: Incluso su padre, apenas, de un modo imperceptible, su padre se lo decía, incluso su pa­dre se lo hacía comprender, creo yo, no lo recuerdo muy bien, pero creo que incluso su padre se inquietaba por sus desapariciones, y le decía su consuelo de verle de regreso, no podía ignorarlo, veía la fiesta que hacíamos nosotras, la felicidad que podíamos tener a su regreso, eso lo sabía, y no podía ig­norar la inquietud en que nos hallá­bamos, eso no lo podía ignorar, Lo sabía, lo sabe, y siempre lo supo, nuestra gran preocupación por él. LA SEGUNDA: Y todo este tiempo, todos estos años, hasta este día, su regreso, el tiempo que él pasa lejos de noso­tras, no puede ignorar nuestra inquie­tud, no puede burlarse de ella, sí, eso lo sabe, no puede ignorar lo perdidas que es­tamos, y detenidas, aquí, inmoviliza­das, y desesperadas de esperarle, no puede no saberlo

y no dar nunca noticias, ni un men­saje, nunca, es un crimen por su parte, lo digo así, una especie de crimen, no impor­tarte la vida de los que te quieren, es una especie de crimen, no sé, eso creo, me parece de pronto que es una es­pecie de crimen, no estoy segura, vo­sotras deberíais ayudarme, sí, mi inquietud, mi angustia, todos estos años perdidos, el tiempo que yo, y todas vosotras aquí - deberíais ayudarme - , el t iempo que yo he destruido esperándole y preocupada por él, y aún no verle regresar más que en el último instante, justo en este últi­mo instante y verle desplomarse, de­jar resbalar su bolsa, su petate mari­no o macuto militar, - regresar y dejarse caer al suelo y morir encima sin tener que justificar nada de su vida, y dejarme en la ig­norancia, ¡y no darme nada! -

dejarnos todo este tiempo,

ra unu Kspevie ue crimen, pienso yo, lo pienso de verdad, de pronto, lo pienso de verdad, una especie de cri­men, sí, tan grave como un crimen. LA MAYOR: O el menosprecio de noso­tras, eso digo, o el menosprecio de nues­tras vidas, el menosprecio de lo que somos, el menosprecio de lo que soy, de lo que sois vosotras, el menosprecio de lo que somos no­sotras, aquí, todas, no decís nada, pero me oís, el menosprecio de todo cuanto somos. Rechazo, repugnancia. LA SEGUNDA: NO le importábamos, es

lo que yo digo, os da miedo oirlo, para él no contábamos y es un gran crimen habernos ignorado todo este tiempo, es ser culpable. Y morir, si por fin muere, y morir no le va a conceder el perdón. (...) LA MAS VIEJA: Y ninguna efusión, no, tampoco para esas dos - la pequeña está escondida debajo

de la escalera, este rincón, mira y na­die se fija en ella, ella no cuenta -ninguna efusión para esas dos, en-medio de la pieza, ninguna efusión para ellas, de ternura. Una despedida, no. LA MADRE: Y ellas estaban presentes, no lo olvidemos, presentes y bien presentes, y todas vociferantes, como ya sabían serlo, y también aullantes como aprendieron, y tratando de rete­ner a uno y de detener al otro, e interponerse en la batalla... LA MAYOR: Me besó. Furtivamente. LA MAS VIEJA: Nada de eso. Lo habrí­amos visto. LA MAYOR: Me besó, apenas un esbo­zo, casi nada, me besó... LA SEGUNDA: Me tomó brutalmente con­tra él, apenas me abrazó, apenas me besó, y enseguida me rechazó violen­tamente, querido alejarme y llevarme con él, ambas cosas, a un tiempo. LA MAS VIEJA: Nada de eso. Es una

tergiversación. Cada vez inventáis algo. LA MAS JOVEN: Cada vez.

LA MAYOR: Quería impedirnos que le siguiéramos. Como quien pelea, el mismo movi­miento, como si peleara, el mismo

sentimiento, la misma violencia, me agarra, me atrae contra él y luego me rechaza. LA SEGUNDA: Gritamos. Gritábamos. El padre nos abofetea... LA MADRE: NO OS tocó, nunca tocó a nadie. LA MAS VIEJA: ESO era lo peor, habla­ba muy fuerte y nada más. LA MADRE: Nunca vi que soltara un golpe. LA SEGUNDA: Gritábamos. Él nos abo­feteaba, nos daba golpes, balanceaba los brazos frente a él, tomando impul­so, y nos llovían golpes. LA MAS JOVEN: Eso les gusta hoy:

recuerdos ordenados de batallas. Tie­nen una hermosa imaginación, y fér­til. LA MADRE: Nadie vio eso. Os lo inven­táis. Aquella, bajo su escalera, el rin­cón, puede decir la verdad, ella no vio nada. Todo sucedió en la violencia, no lo niego, sucedió en la violencia, pala­bras violentas, pero sólo palabras y nada más. Nadie puede decir que diera golpes, eso no es verdad. LA MAYOR: Nos abofetea y nos golpea y no podemos detener al joven her­mano, se va de la casa, nosotras no hemos hecho nada. Nos separamos. LA SEGUNDA: Por la puerta, ya no se

ve nada, nuevamente, se acabó, tan sólo el camino que desciende hacia el bos­que, allí, y desaparece en la curva. Hubiéramos debido correr tras él. Salir al patio, frente a la casa y agarrarnos los unos a los otros, y no permanecer tan dignas, como siempre nos gusta estar. LA MAYOR: Podíamos escapar con él, hubiera sido lo mejor, todos estos años por los caminos , me hubiera gustado. (Esto hace reír a las tres más jóvenes). LA SEGUNDA: A él le daba igual, ya tenía su bolsa, no quería más carga. LA MAYOR: El tiempo de ponerte tu ves­tido rojo, y él ya estaba en la estación. LA MAS JOVEN: ¡De hacerlo, él mismo nos habría dado de tortas para que le dejáramos! (...) LA MAYOR: Lo que haremos, el resto de la noche, toda esta noche, hoy, la

YO ESTABA EN CASA... XII

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noche de su regreso, el joven herma­no, lo que haremos, no nos vamos a acostar, cantamos nuestra canción, danzamos nuestra danza algo lenta, las cinco, siempre todas como siempre estuvi­mos, como siempre aprendimos a hacerlo, todos estos años perdidos, nuestra pavana para el hombre jo­ven, esa historia. No conciliamos el sueño, nos queda­mos en nuestra habitación, donde vi­vimos, este lugar, acechamos los ruidos que pudieran venir de su cama, descansa, eso deci­mos, vigilamos el menor movimiento, tanto como quisiéramos que se mo­viera, apenas, que se diera vuelta durmiendo, o hablara en sueños. Esperamos, aquí nos quedamos. LA MADRE: YO escucho, me acerco, escu­cho, como escuchaba tras la puerta cuando era niño, hoy la misma cosa. Trato de adivinar, nadie me da nada. LA SEGUNDA: Durante mucho tiempo, eso creí, ¿qué se yo?, algo leído, los libros que tú me lees o me cuentas, durante mucho tiempo eso creí, la idea que tengo, durante mucho tiempo pensé que no sobrevi­viría y que me dejaría devorar lenta­mente por la inquietud y el dolor, que estaría vieja, que envejecería por culpa suya, esperarle, durante mucho tiempo eso creí, que me destruiría, es la palabra, que me destruiría, durante mucho tiempo, eso creí, eso que sucede, hoy, este regreso, yo lo temía y me daba miedo, durante mucho t iempo, imaginaba que la muerte de aquél, la muerte del joven hermano, durante mucho t iempo creí, y quise creer que su muerte me llevaría con él. LA MAYOR: ¿No?

LA SEGUNDA! N O .

No es ni bueno ni malo, ni tranquili­zador. No es verdad, sin más, no es verdad, te lo imaginas y te arreglas con lo que imaginas, pero no es ver­dad. No sé, no creo, no moriré de pena, ya no me lo imagino, me parece que no, ya no me imagino muriendo de pena. ¿Por qué iba a mentir? Queríamos la tragedia, la hermosa fa­

milia trágica pero no tendremos eso, tan sólo la muerte de un chico en una casa de chicas. Puedes sonreír, nada más que eso. Es algo excesivo, soñábamos, eso de­searíamos, eso habríamos deseado, sería bello y doloroso y noble y deja­ría boquiabiertos a los imbéciles del pueblo

- ella no sobrevivió a su hermano, le quería tanto que murió con él, de an­gustia, sin más, y la mandíbula que se cae -pero no lo creo, es mentira, por más que lo lamente, es mentira. Ni siquiera sé, también será mentira, ni siquiera sé si lo lamento sincera­mente, si lo lamentaré sinceramente. Siempre, tiene razón ella, aquélla, lo que siempre dice: nuestras tergiversa­ciones. Yo no creo que lamente no morir, tener vergüenza de sobrevivir a los que mueren, no creo que me lo re­proche, o algo de vergüenza, y por muy poco tiempo, nada más. Mi cuerpo no me abandonará, siempre creemos eso, ¿no?, ¿tú no creías eso? son imaginaciones, mi cuerpo no me abandonará, no se dejará arrastrar, la tristeza y el dolor cuando él muera definitivamente, la tristeza será inmensa, y sentiré do­lor, aquí, en el vientre y los brazos y las piernas, me dolerá como si me hubieran pe­gado, no me gustará, que me hayan pegado, la tristeza me llenará, me devorará el pensamiento, me quemará, eso lo sé y me da miedo, eso lo sé, veo como se acerca, lo temo tanto, tengo mie­do, miedo de que me duela, y del t iempo que me va a doler, tengo miedo, tendréis que ayudarme otra vez, me ayudaréis, en vuestra tristeza todavía tendréis que consolar la mía, porque la mía será más grande todavía, eso digo, tendréis que ayudarme, me lo debéis, mi tristeza siempre será más triste que la vuestra - cuando era pequeña, aún, cuando

era pequeña, sentía ya tanto dolor por penas insignificantes, me dolía tanto, quería morirme y no hablar más de ello y lo pensaba sin­ceramente, lo deseaba con sinceri­

dad, me quería morir, llamaba a la muerte con mis oracio­nes, ¿no es así?

y para mi sorpresa, no obtenía nada, ninguna respuesta, sufría y basta, y sin embargo habría podido ser tan fácil y tan límpido, desaparecer, la solución -mi cuerpo no me abandonará, y no me dará vergüenza. Seguiré caminan­do y queriendo caminar, seguiré co­miendo y queriendo comer y maña­na saldré al camino, me preocuparé por el tiempo que haga y me vestiré en consecuencia, tú también, también lo harás, te pre­ocuparás por la lluvia o el calor, y la semana próxima, volveré a la ciudad, y a mi trabajo, y saldré de aquí.

Yo no me atrevo a decirlo y todas vosotras, nosotras tres sobre todo, y probablemente todas, no os atrevéis a imaginarlo, yo no me atrevía a de­cirlo pero volveremos a empezar las tareas cotidianas,

y nada más, esas cosas que vienen después de la muerte, las tareas coti­dianas. LA MAYOR: Y luego, más tarde aún, ¿nos sentiremos culpables? Pensaremos que en el fondo no está­bamos tan desesperadas, las cinco al­tivas desoladas en lo alto de su coli­na, nos lo reprocharemos tal vez, nos sentiremos decepcionadas de no­sotras mismas,

y los otros, aquéllos, se burlarán de nosotras, mis simpáticos alumnos se lo contarán a sus simpáticos padres, me verán regresar a mi puesto y sos­tener, como si nada, sin inmutarme, sostener mi papel, no permitir nunca a la pena que venza, contenerla, no mostrarla.

No voy a ser más amable, eso es un signo, todo esto no me habrá enter­necido el carácter.

Nos acusarán de habernos burlado de ellos, todos estos años, esta sole­dad, la vida de reclusas, nuestros grandes gestos de viudas, de no ha­ber vivido así más que para evitarles, tan altaneras y tan soberbias, de haber querido alejarnos de ellos, de los otros, de la gente, no tratar con los imbéciles.

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3 y de orgullo. • LA MAS JOVEN: Y a partir de ahora, los * domingos, en la plaza municipal, aqué-•g lia, nuestra madre, aquélla delante y •? la vieja a su lado,

y nosotras tres en regimiento, mana­da de cuervos, tan hermosas y desa­gradables en nuestros trajes de luto, nos van a juzgar cuchicheando. LA MAYOR: Se recuperan. Levantan cabe­za. (Eso dirán) LA MAS JOVEN: Recuperan el gusto. LA SEGUNDA: Vigilarán desde ahora nuestros viajes en autocar, y al primer regreso de mi vest ido rojo al más lamentable de los bailes, podremos escuchar de nuevo la sorna campesi­na. Siempre quieren la pena definiti­va, la destrucción. Las que no mueren de pena, o no se cubren la cabeza de ceniza, o van a las montañas y terminan cubiertas bajo unas ramas, a esas, enseguida, las juzgan, las juz­gan y las condenan, ¿y por qué iban a juzgarlas en definitiva si no les im­pulsara condenarlas? (...) LA MAYOR: Será divertido, mi primer verano sin hacer el amor. El año pasado aún, debí tener algu­nos hombres y luego nunca más, to­do este otoño y este invierno, no, no me ha sucedido, estuve sola y no me entristecía estar sola y, poco a poco, dejó de tener importancia, importan­cia o interés, ya no lo sé y poco a poco, incluso el pensamien­to desapareció y debí renunciar -¿puedes comprenderlo?- Renuncié. Estaba bien.

Ahora, desde que él está aquí, el jo­ven hermano, he debido pensar esto, desde que volvió y el tiempo que vi­virá y el tiempo que deberemos es­perar, a partir de ahora no voy a preocu­parme de nadie más que de él, no buscaré nada más en mi vida, creo. Vamos a cuidarle, le cuidaremos y nos relevaremos junto a su cama, nos haremos cargo de él y no le abando­naremos jamás, estar a todas horas, de día y de no­che, estar a todas horas, apenas a unos

YO ESTABA EN CASA...

muerte, el combate que se entabla. No tendré nada más.

Estaremos justo ahí, en tensión, el cuerpo inclinado, sin más atención que ver pasar el m o m e n t o impe rcep t ib l e , la hora exacta, justo la respiración, y sin embargo estaremos agotadas de no ver nada, destruidas por los ínfi­mos detalles, el apaciguamiento, to­do este silencio acechando el aliento, estos días enteros andando a paso lento y preocupadas por nuestra pro­pia violencia y destrozadas en fin por la lentitud, destrozadas en fin por la agonía. Yo no seré nada más que esto.

Y después, todavía, estaré vacía. Cuando todo haya terminado, estaré vacía. Estaré sin fuerzas, habré perdido y ya no tendré ningún deseo, ninguna querencia, la simple buena idea de salir a la carretera, de ir a la ciudad a buscar un hombre y regresar al día siguiente, creo que se me pasará, ni siquiera pensaré en ello, y cuando muera, el joven hermano, cuando haya muerto, estaré de luto, me lo imagino, todas nosotras habremos perdido, ya no tendremos nada, yo me habré hecho gris y negra, de luto, sí, exactamente, de luto, habré perdido todo deseo - es lo que te cuento -habré perdido todo deseo e incluso todo deseo de tener el comienzo de un deseo. Habré terminado con ellos. Ya no creeré en nada, a menudo he pensado que eso me iba a suceder un día sin yo adivinarlo, ya no creeré en nada, estaré definiti­vamente en mi luto, aquí, y este luto me bastará, bastará para mi vida, yo también estaré muerta, y estando muerta me reposará, no lucharé, y no sufriré, mi soledad y mi olvido,

XIV

tendré el aire altivo, no querré nada más.

Tendré recuerdos, bastará para mi vi­da, debería bastar para mi vida, ten­dré recuerdos y mis recuerdos me darán una vida apacible.

Y más tarde aún, numerosos años más tarde -ala edad que tengo -y numerosos años más tarde, algunos años aún después de su muerte, del joven hermano, de su regreso y su muerte, después de que este herma­no haya salido definitivamente de nuestras vidas, porque vosotras no queréis imaginar­lo, todavía no está muerto y no que­réis imaginarlo, demasiado miedo a la decadencia, mis Bellas Desconsoladas, inquietas por vuestro dolor y sus cualidades, no queréis imaginároslo pero él sal­drá definitivamente de nuestras vi­das, le olvidaremos, puedes soñarlo, le olvidaremos, incluso tú le olvida­rás,

y aquéllas también, le olvidarán, prescindiremos de él, podréis resistir, no olvidar los aniversarios, poco a poco, conservar la tumba, fregar y fregar los suelos de la habi­tación, y no querer tocar nada y nada, nunca, no querer cambiar nada de sitio, no tirar nada, no dar nada, el museo, vuestro mausoleo campesino, pres­cindiremos de él, le olvidaremos. Una va a hacer un hijo, tú, tú vas a hacer un hijo, acabarás por tener un hijo, te ríes, ya hablare­mos, harás un hijo, mi joven sobrino, uno de esos imbéciles que te insultan en la plaza mayor, uno de esos im­béciles te va a hacer un hijo, ya ha­blaremos, nos volverás del baile con tu vestido rojo en desorden y nos harás un hijo, y la habitación del hijo será aquella habitación, la habitación tan bien conservada del joven hermano muer­to,

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una larga tarde de limpie. tanas abiertas y el aire que eni olor de la lejía en el suelo ; de la encáustica en los muebles -acuerdas de eso, también, el olor la encáustica? - y los últimos rastros — el petate marinero — subidos al des­

ván. ^

No queréis admitirlo, hoy, un día co­mo hoy, no queréis admitirlo, es de­masiado pronto. mirar su cadáver, porque era ya su cadáver, mirar su cadáver dejándose resbalar frente a nosotras, aquí, a nuestros píes, caer al suelo apenas cruzada la puer­ta y no querer admitirlo, tú no lo quieres oir, os resulta impo­sible, va más allá de vuestras fuerzas, os negáis a aceptarlo pero nos arregla­remos. Será preciso. Nos arreglaremos.

Y más tarde aún - a la edad que tengo -

numerosos años más tarde, a la edad en que yo también sea una vieja, cuando también yo me parezca a aquélla, la Madre, a nuestra madre tan sólida, cuando haya adquirido su porte, sus ademanes, cuando sea yo esa estatua, la que nunca llora y no nos dice nada, ja­más, de lo que le pasa, de lo que siente,

cuando sea yo la que discuta de las facturas con los proveedores, cuando esté a las puertas de mi ve­jez, esos pocos meses cortísimos, la edad de la renuncia, cuando esto habrá acabado, más tarde aún — ala edad que tengo -numerosos años más tarde, si el deseo debiera súbitamente re­gresarme, si la voluntad del amor, la voluntad de amar y de ser amada me atravesa­ra, el deseo de que alguien viniera también, al fin, y se me llevara

- ¿lo tendría bien merecido, no, no te parece? -

una catástrofe tan cruel, un drama

tal- ^ * Í Í S U ^ y sobre todo, sobre todo, una ironía tan perversa, una broma pesada de la vida. ¿no?, que escaparé, que encon­traré, espero, la fuerza para escapar. para lanzar un grito de cólera y esca­par, lograré alejarme de él,

echaré a aquél que vendrá, que dirá que me ama y que querría que yo le amara también y que cometerá un crimen tan enorme viniendo tan tar­de.

(...) LA MAYOR: ¿Te marcharás?

LA SEGUNDA: NO lo sé. ¿Acaso puedo decidir? Como decía aquél, nuestro buen jo­ven, en su cama de niño, el joven hermano,

cómo lo decía y de dónde sacó la frase, la aprovechaba tanto: Quien no se ha marchado de su pue­blo a los treinta años ya no se mar­chará nunca... No lo sé.

Apenas afectada po r e l límite de edad. Podría, corriendo, confiar en salvarme.

Él se muere esta noche y, en plena desolación, yo me marcho al alba, el primer autocar hasta la estación nue­va,

no lo sé, necesitaría tener fuerzas.

¿Y tú? LA MAYOR: YO, cómo lo dijiste, la cifra, treinta años cumplidos, el límite de edad, es una grosería, eres una grosera,

(Se ríen, tal vez, la una y la otra).

yo, me quedaré, ¿no me crees? me quedaré definitivamente aquí, cui­dando de mi posición, ocupándome de aquellas dos, las dos más viejas y yo que voy tras ellas, tendremos nuestras vidas las tres, juntas, yo pasaré, imagino, pasaré sin poderlo impedir de nin­gún modo, pasaré discretamente, dis-cretamente, sí, del grupo de las j±L-_

- de un mouu o d uro deben lla­marnos, los < darnos algún nombre me haré vieja, dulcemer vuelta, apaciguada, eso que

geguir con mis clases, la seño­ra maestra, me guardaré de la vida, de las cosas que creem sas que prometemos.

A partir de ahora, ellas no tendrán ganas de nada, aquellas dos, renun­ciarán. • f e^t„» JttktkA.. % me da miedo que no se hundan con él, me da miedo y me ocuparé de ellas. Iré con cuidado. LA MAS JOVEN: YO no sé. la más joven,

yo no sé, aquélla, la única, que puede tener aún su oportunidad, pava, quien las cosas pueden final­mente empezar, yo no sé, me iré, probablemente, eso imagino, me iré. ¿No me preguntáis? LA SEGUNDA: NO, no te preguntamos.

LA MADRE: Ellas no te preguntan, no. pero las preocupa. LA MAS JOVEN: Esperaré mi hora, y me iré, probablemente, como decía, yo tam­bién me marcharé y reharé mi vida, vivi­ré mi vida, eso imagino... LA SEGUNDA: NO te preguntamos, ima­gina, sí, exactamente esto, imagina, no te preguntamos y tú te irás, como dices, imagina, pero no te preguntábamos... LA MAYOR: O bien las tres, aún, en el umbral de la casa, esperando aún, las tres, sin saber nada, sin se­pararse nunca... Cogidas una a otra, y contando nues­tra historia. Las tres, aún. También veía esto.

lo consideraré como un tal dolor, cas al de las viejas, no, no lo

O bien las cinco, posible, ¿por qué no? Las cinco también, está bien...

(...) LA MAS VIEJA: ¿Qué tienes? LA MADRE: Nada, me había parecido un ruido.

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