JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO PABLO OTERO
MURUBE
La cocina de
La cocina de
JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO
PABLO OTERO
La cocina de
La letra con pollo entra ................................7
Escritor de recetas .......................................11
Lápiz y papel .................................................14
Hipo frito .......................................................18
Piquero ............................................................22
Bigote al gusto ...............................................26
Toto Murube, restaurante creativo ..........29
Menús especiales .........................................34
Toto contra el hambre .................................38
Comida rápida ..............................................42
La fotocomida ...............................................45
Don Pablo ......................................................50
Receta en verso para hacer recetas ..........54
Índice
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Toto Murube siempre estaba en una nube.
Toto era un mendigo ambicioso que soñaba con ser cocine-
ro algún día y elaborar los mejores platos. Se le hacía la boca
agua cuando miraba las tartas en los escaparates y olía el
humo picante de las cocinas de los bares.
Toto pasaba el verano en mitad de la calle, a la sombra de
una acacia en flor. Y el invierno, bajo los soportales del Banco
del Negocio, toda la noche dormido en una caja de cartón
enorme, lo mismo que un frigorífico.
–Tu vida está en el pueblo, Toto –le decían los demás men-
digos–. Anda y vuélvete a Medina, Toto. Aquí te vas a helar.
Toto era de Medina del Puerto, una aldea de la sierra. A Toto
ya no le quedaba frío en el cuerpo. Su padre fue carbonero y
Toto había pasado en la sierra todo el frío de su vida.
–Anda y vuélvete,Toto.
La letra con pollo entra
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–Que no –les contestaba con rabia–, a Medina yo, jamás.
A ver si te enteras de una vez: quiero ser cocinero en Madrid.
–¿Tú cocinero? Pero si no sabes leer. ¿Cómo te las vas a arre-
glar para hacer una sopa de letras?
Era verdad. Toto nunca había ido a la escuela cuando peque-
ño y ahora no lo admitían en ningún curso de cocina por eso,
por analfabeto. Así que se pasaba el día en la calle con un
gorro viejo de cocinero que le había regalado don Pablo Sanz,
el dueño del restaurante Los Gallos.
Don Pablo Sanz era el hombre más informado del mundo:
leía seis periódicos cada día mientras sus camareros servían
las mesas.
Cuando cerraban, don Pablo le daba siempre a Toto un
pedazo de pollo o un filete de pez espada liado en un papel
de periódico que acababa de leer. Toto lo agarraba con sus
manos sucias y las letras de las noticias se le pegaban al file-
te, lleno de aceite. De manera que Toto no paraba de comer
letras todos los días. Y tantas y tantas letras fueron las que se
tragó con la pechuga de pollo y el pez espada que acabó
haciendo la digestión del abecedario.
Y hasta le alimentó.
A los pocos meses, Toto se dio cuenta de que podía leer sin
esfuerzo y entonces acudió a don Pablo.
–¿Sabe usted que ya sé leer, don Pablo?
–¿Leer, tú? –se extrañó el dueño de Los Gallos–. ¿Es que
has ido a la escuela por la noche, muchacho?
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–No. Fueron los periódicos, las letras de los periódicos que
usted me daba con el pollo, que me las fui tragando y, por lo
que se ve, me han alimentado.
–No puedo creerlo. A ver, lee aquí.
Don Pablo le puso un periódico delante. Toto apuntó con su
dedo índice el renglón y comenzó a leer.
–«Hoy han llegado a las playas de Canarias dos pateras más
con sesenta y dos inmigrantes subsaharianos, dos de ellos
niños...»
Don Pablo se quedó asombrado y a partir de aquella misma
noche le dio trabajo como pinche en la cocina del bar.
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Al principio la cocina le entusiasmó. Ahora, por fin, podía
comer caliente. Y liar las croquetas con sus propias manos.
Y empanar las pechugas. Y enrollar flamenquines de queso,
con lo que le gustaban.
–¡Dos de calamares, Toto! –Le metía prisa Periquín el cama-
rero.
–Marchando –se las ponía él.
Y al momento, Periquín otra vez.
–¡Dos de gambas al ajillo, Toto!
Y otra:
–¡Pechuguita a la plancha, una!
Y otra:
–¡Media de croquetitas, chaval!
Y así un día y otro día. Hasta que se hartó. Aquellas recetas
le aburrían. Eran las recetas de siempre hechas a toda prisa
Escritor de recetas
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y sin gusto. Toto soñaba con recetas nuevas, recetas como las
de los grandes cocineros que había visto por televisión. Más,
aún más. Toto quería hacer recetas mágicas y creativas que
cambiaran la vida tan aburrida de los restaurantes de todo
Madrid.
–Que me voy –dijo quitándose de repente el mandil y el
gorro.
–¿Que te vas? –levantó los ojos del periódico don Pablo–.
¿Qué vas a hacer sin trabajo, muchacho?
–Escribiré.
–¿Escribirás? Mira que de escribir no se come, Toto.
–Escribiré recetas de cocina –le contestó resuelto.
Entonces don Pablo cerró el periódico y se quedó mirándo-
lo pensativo.
–Mira, como eres un muchacho listo –le dijo–, te voy a dar
otra oportunidad. Tráeme un par de esas recetas. Si tenemos
éxito con ellas te doy parte en el negocio del bar. ¿Qué te
parece?
–Se las traeré. Se lo prometo.
Colección SIETELEGUAS
© del texto: José A. Ramírez Lozano, 2012
© de las ilustraciones: Pablo Otero, 2012
© de esta edición: Kalandraka Ediciones Andalucía, 2012
Avión Cuatro Vientos, 7 - 41013 SevillaTelefax: 954 095 [email protected]
Diseño de los logotipos de la colección: Óscar Villán
Impreso en Gráficas Anduriña, PoioPrimera edición: mayo, 2012ISBN: 978-84-92608-57-7DL: SE 2443-2012Reservados todos los derechos
Toto Murube no había tenido suerte en la vida; de condición humilde,
no pudo estudiar, ni siquiera había aprendido a leer. Quizás por eso
Toto Murube era un mendigo más, vagando en la gran ciudad.
Alguna noche, mientras dormía en el suelo del cajero de un banco,
Toto Murube soñaba que su suerte cambiaría y que llegaría
a comerse el mundo. Qué ingenuo, ¿verdad?
Aunque… a veces, la realidad
supera hasta los mismísimos sueños.