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La cocina de Toto Murube

Mar 14, 2016

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Siete Leguas
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Page 1: La cocina de Toto Murube

JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO PABLO OTERO

MURUBE

La cocina de

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La cocina de

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JOSÉ A. RAMÍREZ LOZANO

PABLO OTERO

La cocina de

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La letra con pollo entra ................................7

Escritor de recetas .......................................11

Lápiz y papel .................................................14

Hipo frito .......................................................18

Piquero ............................................................22

Bigote al gusto ...............................................26

Toto Murube, restaurante creativo ..........29

Menús especiales .........................................34

Toto contra el hambre .................................38

Comida rápida ..............................................42

La fotocomida ...............................................45

Don Pablo ......................................................50

Receta en verso para hacer recetas ..........54

Índice

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Toto Murube siempre estaba en una nube.

Toto era un mendigo ambicioso que soñaba con ser cocine-

ro algún día y elaborar los mejores platos. Se le hacía la boca

agua cuando miraba las tartas en los escaparates y olía el

humo picante de las cocinas de los bares.

Toto pasaba el verano en mitad de la calle, a la sombra de

una acacia en flor. Y el invierno, bajo los soportales del Banco

del Negocio, toda la noche dormido en una caja de cartón

enorme, lo mismo que un frigorífico.

–Tu vida está en el pueblo, Toto –le decían los demás men-

digos–. Anda y vuélvete a Medina, Toto. Aquí te vas a helar.

Toto era de Medina del Puerto, una aldea de la sierra. A Toto

ya no le quedaba frío en el cuerpo. Su padre fue carbonero y

Toto había pasado en la sierra todo el frío de su vida.

–Anda y vuélvete,Toto.

La letra con pollo entra

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–Que no –les contestaba con rabia–, a Medina yo, jamás.

A ver si te enteras de una vez: quiero ser cocinero en Madrid.

–¿Tú cocinero? Pero si no sabes leer. ¿Cómo te las vas a arre-

glar para hacer una sopa de letras?

Era verdad. Toto nunca había ido a la escuela cuando peque-

ño y ahora no lo admitían en ningún curso de cocina por eso,

por analfabeto. Así que se pasaba el día en la calle con un

gorro viejo de cocinero que le había regalado don Pablo Sanz,

el dueño del restaurante Los Gallos.

Don Pablo Sanz era el hombre más informado del mundo:

leía seis periódicos cada día mientras sus camareros servían

las mesas.

Cuando cerraban, don Pablo le daba siempre a Toto un

pedazo de pollo o un filete de pez espada liado en un papel

de periódico que acababa de leer. Toto lo agarraba con sus

manos sucias y las letras de las noticias se le pegaban al file-

te, lleno de aceite. De manera que Toto no paraba de comer

letras todos los días. Y tantas y tantas letras fueron las que se

tragó con la pechuga de pollo y el pez espada que acabó

haciendo la digestión del abecedario.

Y hasta le alimentó.

A los pocos meses, Toto se dio cuenta de que podía leer sin

esfuerzo y entonces acudió a don Pablo.

–¿Sabe usted que ya sé leer, don Pablo?

–¿Leer, tú? –se extrañó el dueño de Los Gallos–. ¿Es que

has ido a la escuela por la noche, muchacho?

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–No. Fueron los periódicos, las letras de los periódicos que

usted me daba con el pollo, que me las fui tragando y, por lo

que se ve, me han alimentado.

–No puedo creerlo. A ver, lee aquí.

Don Pablo le puso un periódico delante. Toto apuntó con su

dedo índice el renglón y comenzó a leer.

–«Hoy han llegado a las playas de Canarias dos pateras más

con sesenta y dos inmigrantes subsaharianos, dos de ellos

niños...»

Don Pablo se quedó asombrado y a partir de aquella misma

noche le dio trabajo como pinche en la cocina del bar.

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Al principio la cocina le entusiasmó. Ahora, por fin, podía

comer caliente. Y liar las croquetas con sus propias manos.

Y empanar las pechugas. Y enrollar flamenquines de queso,

con lo que le gustaban.

–¡Dos de calamares, Toto! –Le metía prisa Periquín el cama-

rero.

–Marchando –se las ponía él.

Y al momento, Periquín otra vez.

–¡Dos de gambas al ajillo, Toto!

Y otra:

–¡Pechuguita a la plancha, una!

Y otra:

–¡Media de croquetitas, chaval!

Y así un día y otro día. Hasta que se hartó. Aquellas recetas

le aburrían. Eran las recetas de siempre hechas a toda prisa

Escritor de recetas

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y sin gusto. Toto soñaba con recetas nuevas, recetas como las

de los grandes cocineros que había visto por televisión. Más,

aún más. Toto quería hacer recetas mágicas y creativas que

cambiaran la vida tan aburrida de los restaurantes de todo

Madrid.

–Que me voy –dijo quitándose de repente el mandil y el

gorro.

–¿Que te vas? –levantó los ojos del periódico don Pablo–.

¿Qué vas a hacer sin trabajo, muchacho?

–Escribiré.

–¿Escribirás? Mira que de escribir no se come, Toto.

–Escribiré recetas de cocina –le contestó resuelto.

Entonces don Pablo cerró el periódico y se quedó mirándo-

lo pensativo.

–Mira, como eres un muchacho listo –le dijo–, te voy a dar

otra oportunidad. Tráeme un par de esas recetas. Si tenemos

éxito con ellas te doy parte en el negocio del bar. ¿Qué te

parece?

–Se las traeré. Se lo prometo.

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Colección SIETELEGUAS

© del texto: José A. Ramírez Lozano, 2012

© de las ilustraciones: Pablo Otero, 2012

© de esta edición: Kalandraka Ediciones Andalucía, 2012

Avión Cuatro Vientos, 7 - 41013 SevillaTelefax: 954 095 [email protected]

Diseño de los logotipos de la colección: Óscar Villán

Impreso en Gráficas Anduriña, PoioPrimera edición: mayo, 2012ISBN: 978-84-92608-57-7DL: SE 2443-2012Reservados todos los derechos

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Toto Murube no había tenido suerte en la vida; de condición humilde,

no pudo estudiar, ni siquiera había aprendido a leer. Quizás por eso

Toto Murube era un mendigo más, vagando en la gran ciudad.

Alguna noche, mientras dormía en el suelo del cajero de un banco,

Toto Murube soñaba que su suerte cambiaría y que llegaría

a comerse el mundo. Qué ingenuo, ¿verdad?

Aunque… a veces, la realidad

supera hasta los mismísimos sueños.