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El Cultural NÚM.207 SÁBADO 06.07.19 ESGRIMA LAURENT SAULNIER CARLOS VELÁZQUEZ 1994 ALMA DELIA MURILLO EL MAL DEL ANIMAL [Suplemento de La Razón ] Fuente > contralatrones.ch/artikel/eschk/ INFAMIA Y RESISTENCIA DOS ENSAYOS SUPREMACÍA Y NACIONALISMO BLANCO NAIEF YEHYA FICCIONES NEOLIBERALES FEDERICO GUZMÁN RUBIO EC_207 PORTADA.indd 3 04/07/19 18:54
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INFAMIA Y RESISTENCIA · dera que estos puntos identifican y caracterizan al fascismo: 1. La ilusión de un pasado mítico, de un imperio perdido al liberalismo, de una gloria destruida

Jan 31, 2020

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El CulturalN Ú M . 2 0 7 S Á B A D O 0 6 . 0 7 . 1 9

ESGRIMALAURENT SAULNIER

CARLOS VELÁZQUEZ1994

ALMA DELIA MURILLOEL MAL DEL ANIMAL

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Fuente > contralatrones.ch/artikel/eschk/

INFAMIA Y RESISTENCIA

DOS ENSAYOS

SUPREMACÍA Y NACIONALISMO BLANCONAIEF YEHYA FICCIONES

NEOLIBERALESFEDERICO GUZMÁN RUBIO

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D esde muy temprano en su campaña presidencial, Donald Trump comenzó un flagrante coqueteo con la extrema derecha. Más que ocultarlo, simple-

mente fingía no entender la magnitud e im-plicaciones de su acercamiento a los grupos y fuerzas más reaccionarias, desde los cristianos radicales hasta los neonazis. Mientras deba-tía y aplastaba a sus opositores republicanos en la elección primaria también luchaba por el apoyo y la aprobación de los evangelistas, que vieron en él a un individuo ambicioso y sin escrúpulos, capaz de cumplir con las pro- mesas de aplicar una política de purificación evangélica. Ésta consistiría en imponer jueces archiconservadores, politizar puestos tradi-cionalmente apartidistas en la administración pública, ampliar el acceso al poder de organi-zaciones religiosas y prohibir el aborto.

Con una retórica similar, Trump comenzó a conquistar a grupos e individuos de extre-ma derecha que veían en él a alguien capaz de llevar a cabo una verdadera purificación racial. Cualquier otro líder hubiera quedado estigmatizado después de participar, y ser protagonista, del fiasco racial que fue el mo-vimiento birtherista (el cual buscaba demos- trar que Obama había nacido en Kenya y no en

Hawái, con lo cual era un presidente ilegíti-mo). Sin embargo, ésta y muchas otras ver-güenzas de su historia (las prácticas racistas que ejerció como casero; su anuncio de una plana, en 1989, para exigir la pena de muerte para “Los 5 de Central Park”; su comentario de que los países africanos, centroamericanos y Haití eran shitholes [hoyos de mierda], entre otros) fueron perdonadas por sus partidarios moderados y celebradas por sus bases incon-dicionales, en particular por el trumpismo di-gital: sus masas de seguidores que se expresan en el ciberespacio.

TRUMP PERTENECE a la oleada internacional de populismos de derecha que han conquis-tado el poder desde Hungría hasta Brasil, pa-sando por Turquía, Italia e Israel. Y aunque cada caso es distinto y responde a su historia y circunstancias, hay elementos comunes cla-ramente identificables que incluyen los fraca-sos de las políticas neoliberales, la corrupción y las medidas de austeridad, así como las cara-vanas de inmigrantes que los demagogos han usado para desatar la paranoia en contra de quienes buscan asilo. Buena parte de la eufo-ria antiinmigración en Estados Unidos aumen-tó de modo exponencial con la idea del muro

En la segunda década del siglo XXI, el odio que impulsa la ideología supremacista y su promotor más visible, Donald Trump, se replica en países tan distantes como Noruega y Nueva Zelanda.

Pero las agresiones por motivos fundamentalistas ocurren todos los días alrededor del planeta.El oscurantismo de esta regresión histórica hacia una “nueva Edad Media” —anticipada por Umberto Eco—

agrava sus embates en un entorno que justifica crímenes atroces contra los otros, los diferentes, en nombre de un pasado imaginario. Esos síntomas y la catástrofe que implican son el tema de este ensayo.

POPULISMO, NACIONALISMOY SU PREMAC ÍA B L AN C A

NAIEF YEHYA

DIRECTORIO

Roberto Diego OrtegaDirector

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Julia SantibáñezEditora

@JSantibanez00

Director General Editorial › Adrian Castillo Coordinador de diseño › Carlos Mora Diseño › Maria Fernanda Osorio

CONSEJO EDITORIAL

Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 10

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Delia Juárez G.Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez

El Cultural[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

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en la frontera sur, la cual se convirtió en un fetiche de la derecha, no tanto como un muro físico y real sino como un concepto de exclusión y una clave de adherencia a la ideología trumpia-na, esa burda colección de prejuicios racistas y clasistas.

En su campaña, Trump contó con Steve Bannon, un exinfante de ma-rina, documentalista (sus películas son propaganda absurda y estriden-te), financiero y charlatán reaccio-nario, extremadamente astuto, que fue el instrumento para conformar una base derechista amplia que reci-claba el fervor neonazi, el rencor del KKK y el racismo de las bases republi-canas, incorporados al entusiasmo nacionalista blanco en apoyo al líder que aseguraba que haría a “América grande otra vez”. Cuando Bannon se atrevió a criticar al hijo de Trump fue despedido de forma humillante, pero en vez de distanciarse del presidente se embarcó en una especie de cruza-da populista, con el paradójico fin de lanzar una alianza global antiglobal de extrema derecha, con nacionalis- tas y racistas europeos como Marine Le Pen, Mischaël Modrikamen y Ni-gel Farage entre otros. Como dijo Bannon: “Dejen que los llamen racis-tas y xenófobos, nativistas homófo-bos, misóginos. ¡Llévenlo como una insignia de honor!”.

DESDE EL TRIUNFO de Trump, los ataques racistas, antisemitas, misó-ginos e islamofóbicos han aumenta-do de manera notable. Las primeras manifestaciones neonazis de esta era fueron eventos pequeños, desor-ganizados, hasta cierto punto ridícu-los, en los que se reunían puñados de manifestantes que inevitablemente eran confrontados por grupos nume-rosos de opositores. Como se podía anticipar, esto ha cambiado: los na-cionalistas blancos son muchos más ahora y se benefician de la atmósfera de tolerancia al racismo que ha fo-mentado Trump.

Una de las principales herramien-tas que emplean los populistas, como bien señaló George Orwell en 1984, es la aniquilación de la verdad. Al eli-minar certezas elementales, el líder establece su control sobre la realidad y su capacidad de imponer una vi-sión, aunque ésta sea evidentemen-te distorsionada. Ahora bien, dado que existe la percepción generaliza-da de que todos los políticos mien-ten, en la actualidad, quien dice las falsedades más esperpénticas y con mayor descaro es el político conside-rado como el más auténtico. Como si el candor y el desparpajo pudieran crear un aura de confianza y debie- ran ser celebrados.

Los regímenes de Trump, Bolso-naro, Erdogan, Netanyahu y Orban, entre otros, claman servir al pueblo pero son a todas luces plutocracias, en su mayoría nepotistas, que apenas se molestan en disimular los privile-gios, el poder y las oportunidades de enriquecerse que ofrecen a sus familiares, socios y amigos. Estos au-tócratas se presentan desafiantes y dispuestos a romper las reglas de las instituciones nacionales e interna-cionales con la promesa de eliminar el peso de la burocracia y la compla-cencia del establishment.

ADEMÁS DE CULTIVAR un clientelis-mo político, los nuevos populistas tienen un estilo común que se carac-teriza por una guerra cultural contra (ciertas) élites y por un hostigamien-to agresivo, un troleo de sus rivales que estimula a las bases y las man-tiene en estado de frenesí constante. Reivindican la ignorancia, la vulga-ridad, el narcisismo, y no tienen el menor pudor de plagiar los discursos de la izquierda que pretendía hablar a nombre del proletariado. Insisten de manera neurótica en apropiarse del patriotismo, exhibir a los rivales como traidores, así como lanzar re-clamos nostálgicos en el sentido de “volver a hacer grande a la patria”.

Por ahora, el populismo en el prós-pero Occidente judeocristiano parece lejos de la militarización masiva, de los golpes de Estado sangrientos y la pro-paganda flagrante del culto a la guerra en el siglo pasado. Lo que se ofrece es una visión aséptica e idealizada de la radicalización, sin el entusiasmo or-ganizativo y la devoción obsesiva que tuvieron los movimientos fascistas y nazis. Lo importante para ellos, como dijo Bannon, es “deconstruir el Estado administrativo” y para eso se aprove-chan de las debilidades de la demo-cracia: la vulnerabilidad que radica en el respeto de las formas y la búsqueda de conciliación. En vez de recurrir a la violencia, estos populistas tratan de mantenerse dentro de la legalidad y el orden constitucional, así que no optan por abusos escandalosos a los derechos humanos como los que sue-len cometer las dictaduras. Prefieren los golpes súbitos, constantes y dis-tribuidos a las leyes y a la justicia, para empujar las legislaciones radicales y buscar la eliminación de regulacio-nes y protección social que presentan como mecanismos corruptos al servi-cio de las élites liberales.

Lo que se debe entender es que ningún populista podría llegar al po-der sin el apoyo de los conservadores, la derecha moderada y las bases frus-tradas que desean un cambio o por lo menos un castigo para los políticos. En Estados Unidos, iconos reaccio- narios del partido republicano como Rudy Giuliani, Chris Christie, Mitch McConnell y Lindsay Graham, entre otros, pasaron de oponerse categó-ricamente a Trump a apoyarlo cie-gamente, y el partido entero pasó a usarlo como un arma de destrucción masiva contra políticas liberales.

EL FASCISMO: INSTRUCCIONES DE USO

Los fascistas tradicionales son po-pulistas que toman el poder por las armas y una vez ahí se resisten a de-jarlo. Tratan de destruir la democra-cia y la constitución, echando mano de la violencia extrajudicial para eli-minar a sus críticos y enemigos. Los populistas actuales llegan al poder por las urnas, en ocasiones con ventajas apabullantes y aunque muestran su esencia sin demasiado pudor, preten- den respetar la democracia y los tér-minos constitucionales.

En el caso de Trump, el momento determinante en que se reveló su nacionalismo blanco (el cual nunca ocultó en realidad) fue su declara-ción de que “había gente muy buena en ambos lados”, tras los incidentes de Charlottesville, Virginia, del 11 y 12 de agosto de 2017. Ahí, contingen- tes de neonazis y extremistas de de-recha armados que se manifestaban para “Unir a la derecha” chocaron vio- lentamente con manifestantes an-tifascistas. Un supremacista blanco arrolló deliberadamente a más de 40 personas y asesinó a la activista de 32 años, Heather Heyer. Trump nunca ha condenado el terrorismo de dere-cha, sólo ha dicho que son gente con muchos problemas.

“LOS FASCISTAS TRADICIONALES SON POPULISTAS QUE TOMAN EL PODER

POR LAS ARMAS Y UNA VEZ AHÍ SE RESISTEN A DEJARLO. TRATAN DE DESTRUIR

LA DEMOCRACIA, ECHANDO MANO DE LA VIOLENCIA PARA ELIMINAR A SUS CRÍTICOS .

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Desde antes de que Trump tomara posesión, los comentaristas políticos debatían si debía usarse la palabra fascista para definirlo. El fascismo es una ideología incoherente y ca-maleónica que funde y confunde elementos económicos, místicos, pseudocientíficos y sociales de ma-nera caprichosa. Es un amasijo de orgullo y miedo, de bravuconería y lamentos, de prejuicios y creencias; un movimiento racista y sexista que mira el futuro como una paráfrasis del pasado, además de que depende del miedo y la histeria masiva como instrumentos políticos. El fascis- mo está basado en esa perversión llamada darwinismo social, que ve a los individuos y grupos sujetos a la selección natural. El académico y filósofo Jason Stanley, autor entre otros libros de How Fascism Works: The Politics of Us and Them, consi-dera que estos puntos identifican y caracterizan al fascismo:

1. La ilusión de un pasado mítico, de un imperio perdido al liberalismo, de una gloria destruida por la debili-dad y deslealtad de los políticos con-ciliadores, siempre listos para ceder poder a las minorías, a las mujeres y a los depravados.

2. La propaganda como herramien-ta fundamental de la comunicación con el público, con la cual se redefine la realidad, tanto en asuntos delica-dos como en los temas mundanos e intrascendentes, a fin de apropiarse de la narrativa.

3. El antiintelectualismo. Lanzar continuas ofensivas en contra de los intelectuales y artistas, en especial pero no únicamente aquellos que cuestionan al sistema. Debilitar y de ser posible destruir las universida-des, las cuales ellos aseguran están en manos de marxistas e izquierdis- tas. Imponer un cerco y asfixiar a las humanidades pero también a los científicos, en particular a los que cuestionan al poder y creen en el ca-lentamiento global.

4. Afición por las teorías conspi-ratorias, rechazo de los argumentos

lógicos, búsqueda de explicaciones en lo extraño, lo improbable, las res-puestas míticas y convenientes.

5. Pasión por las jerarquías. Para ellos la igualdad es una falacia, algu-nas personas valen más y son mejores que otras por su herencia o por te- ner una sangre privilegiada.

6. Obsesión con la victimización; siempre tienen razones para la ira y los deseos de venganza. Cuestionan que los liberales les dan demasiado a los pobres o a los exiliados; sienten que no se les reconocen sus derechos y lo que creen merecer. Así, los gru-pos históricamente privilegiados se presentan como víctimas del mismo sistema que paradójicamente los de-fiende y sostiene sus privilegios.

7. Fascinación con la retórica de la ley y el orden. Una pasión revanchis- ta permanente en contra de los crimi-nales, los cuales siempre imaginan que provienen de las minorías y las clases bajas. Todo buen populista está siempre ansioso por usar casti-gos ejemplares contra sus rivales y quienes “no saben permanecer en el lugar que les corresponde”.

8. Ansiedad genital. La diversidad sexual y de género les causa horror, miedo y deseos de reprimir y corre-gir. Hay una continua preocupación por el sexo de los demás, como si en cierta forma se tratara de una enfer-medad contagiosa que de no ser con-trolada tiende a degenerar al resto de la sociedad.

9. Las grandes ciudades son imagi-nadas como enclaves de perversión y crimen. En cambio admiran la pure-za de las comunidades rurales donde creen que aún sobreviven los valores conservadores.

10. Una ética mística del trabajo determina que algunas “razas” son simplemente holgazanas e incapaces de realizar trabajos dignos.

EL FASCISMO es un espectro. Trump y sus correligionarios de la derecha populista cumplen con los puntos anteriores en mayor o menor gra-do. Pero las políticas del presidente

estadunidense podrían interpretarse como un regreso a la norma histórica, al racismo de las leyes de Jim Crow, a la segregación, apenas eliminada en la década de los sesenta del siglo XX y también al intervencionismo voraz de la nación.

No es ésta una crisis súbita en la democracia. Más bien marca que se ha alcanzado un punto de ebullición tras años de políticas derechistas y de resentimiento acumulado de la po-blación, particularmente en áreas que se han visto afectadas por los cam-bios políticos, económicos y la negli-gencia demócrata y republicana. Una buena parte del voto por Trump fue un voto de resentimiento, rabia y ven- ganza contra las políticas de Obama (que en muchos sentidos no fueron tan distintas de las de Bush). Fue un repudio a la cleptocracia, así como a la arrogancia y torpeza de Hillary Clinton (quien poco antes de la elec-ción seguía creyendo que ganaría por una diferencia descomunal), y una muestra de la profunda división del país. Los gritos de “Trump, Trump, Trump” son el equivalente a una po-rra de odio, un abucheo nacionalista contra los liberales, los progresistas, los inmigrantes, la tolerancia y la decencia elemental. Los naciona-listas blancos ven la solución a los problemas del país en la expulsión de los musulmanes, los mexicanos y centroamericanos. Su odio está cargado de antisemitismo y de una compulsión maniaca en contra de la izquierda. Es claro que esta fiebre no terminará cuando concluya el go-bierno actual.

La multiplicación de estos regíme-nes ha llevado a muchos a pensar que hay un anhelo popular e internacio-nal por el autoritarismo. Pero lo que lleva a la gente hacia el fascismo no es forzosamente que desee vivir en una tiranía, aunque sin duda hay quienes adoran la seducción del poder puro y brutal. La mayoría tan sólo busca soluciones a sus problemas, pero lo hace desde un marco que respon-de a los valores del patriarcado, el machismo y el racismo. No es tam-poco la economía la causa de que los votantes elijan déspotas, sino la frustración ante la corrupción, los recortes, la ineficacia y la negligen-cia de los políticos. El populismo nacionalista es producto de políticas superficiales que no resuelven el ori-gen de los problemas, resultado de pronunciamientos irresponsables de líderes que muestran tolerancia a la xenofobia y tratan de conciliarse

“EL FASCISMO ES UNA IDEOLOGÍA INCOHERENTE Y CAMALEÓNICA QUE FUNDE

ELEMENTOS ECONÓMICOS, MÍSTICOS, PSEUDOCIENTÍFICOS Y SOCIALES DE MANERA

CAPRICHOSA. ES UN AMASIJO DE ORGULLO Y MIEDO, DE BRAVUCONERÍA Y LAMENTOS .

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con los racistas, a quienes por moti-vos electoreros invocan con eufemis- mos al llamarlos conservadores o votantes tradicionales.

DEL HUMOR SUCIO AL GENOCIDIO

El inmenso potencial que ofrece in-ternet de enlazar gente y dar lugar a comunidades virtuales hace po-sible compartir experiencias, ideas, consejos, así como deseos genocidas. La derecha digital o alt-right surgió en foros de internet como son los “table-ros de mensajes en línea” 4chan/pol/, 8chan y Reddit, con poca o nula su-pervisión, donde casi todo está per-mitido y el tono siempre va salpicado de guiños, dobles y triples sentidos: así, cada declaración flota entre la iro-nía y la seriedad.

En esos espacios numerosos ci-bernautas se informan, aprenden, debaten, sincronizan sus visiones y expresan anhelos de crear una nación blanca, hiperarmada, donde las mu-jeres sean sumisas y los liberales des- cansen en paz. Ahí la comunicación ocurre en un lenguaje altamente co-dificado, un esperanto cargado de memes racistas y humor negro. Los posteos más extremos son celebra- dos a través del planeta, estimulando y validando el fanatismo. Lo que co-menzó como un espacio de disidencia, relajo y provocación creó poco a poco un caldo de cultivo para la materiali-zación del odio y la propagación de teorías conspiratorias como el gran reemplazo o el genocidio blanco que son visiones de la destrucción y sus-titución de la raza blanca. Los bufo-nes y troles que pasan de divertirse difundiendo imágenes grotescas y afirmaciones estridentes a armarse y cometer crímenes en nombre de la raza blanca, buscan el reconoci-miento de sus amigos virtuales y el odio de las masas que desprecian; su único triunfo es la fama, por tanto sus nombres no merecen ser mencio-nados en los medios.

4chan fue lanzado en 2003 como una serie de foros de discusión, con moderadores que apenas interve-nían, para participantes anónimos. Ahí apareció el foro /pol/, dedicado a conversaciones “políticamente inco-rrectas”. En 2013, 8chan se presenta orgullosamente como uno de los “alcances más oscuros de internet”, donde la única regla es no postear pornografía infantil. Este sitio co-menzó a popularizarse tras el atroz episodio de misoginia y racismo de-nominado Gamegate, que se desarro-lló en gran medida en 4chan, con una avalancha de amenazas y ataques violentos contra las mujeres y los liberales que tenían el atrevimiento de jugar, criticar o producir juegos de video. 4chan eventualmente eliminó esa discusión y los protagonistas se mudaron a 8chan.

La mayoría de estos depredadores digitales se caracterizan porque no se consideran a sí mismos estaduni-denses, canadienses o ingleses, sino más bien miembros de la raza blanca, herederos de un linaje europeo, una

nación aria. Y parte de su obsesión con el color de la piel consiste en ima-ginar la construcción mítica de un pueblo blanco que —como si se tra- tara de un pueblo originario— se en-cuentra amenazado por el mundo moderno y en peligro de extinción. Pero las vertientes del odio en línea no se limitan al racismo, la xenofobia y la islamofobia sino que también in-cluyen la misoginia, la transfobia y la paranoia antiqueer.

En 2014 un individuo mató a seis personas en Isla Vista, California. An-tes de su crimen posteó un video en YouTube explicando que su frustra-ción sexual lo conducía a la vengan-za. Asimismo escribió un manifiesto (My Twisted World, Mi mundo retorci-do) que envió a familiares, terapista y amigos. Este sujeto ha sido conside-rado un héroe de los Incels, o célibes involuntarios, quienes odian a las mujeres porque sienten que los des-precian. Pero tiene además el dudoso mérito de ser considerado el primer asesino surgido de la derecha digital, un hombre que buscó redimirse ha- ciendo pagar por sus deseos frus-trados a mujeres desconocidas. La aparición de espacios de socializa-ción, incentivo y apoyo a individuos frustrados que son capaces de matar es un problema mundial creciente y resulta imposible calcular el número de personas susceptibles de conver-tir su angustia en carnicería, sin ne-cesidad de una dirección central, un comando o una ideología.

De acuerdo con el New York Times, por lo menos desde 2011 la tercera parte de los nacionalistas blancos que cometieron ataques criminales indiscriminados se decla-raron inspirados por actos similares. Ese año tuvo lu-gar en Noruega un doble ataque, ejecutado por un tipo que detonó un auto-bomba en Oslo que mató a ocho personas e hirió a 209 y, más tarde, viajó a la isla de Utøya donde, haciéndo-se pasar por policía, ame- tralló a 69 personas que asistían a un campamento de la Liga de Jóvenes Traba-jadores. El asesino, quien se entregó dócilmente a la policía, había posteado en línea, horas antes de sus ataques, un manifiesto de alrededor de 1516 pági-nas, titulado “2083: Una declaración europea de independencia”, que do-cumentaba compulsiva-mente sus preparativos, explicaba que había que de-tener la invasión islámica

lanzando una guerra cristiana y de paso proponía la creación de clínicas estatales donde los niños nórdicos deberían de nacer y crecer, así como la noción de que la gente debía casar-se por interés mutuo y no por amor. En su brutal acto de cobardía no tra-tó de matar extranjeros sino jóvenes militantes de izquierda; 33 de ellos eran menores de 18 años y dos tenían 14 años. Curiosamente, el tono de su texto reflejaba el tono de las declara-ciones de líderes yihadistas, obsesio-nados también con ver el origen de sus agravios en las cruzadas.

El multihomicida noruego, pro-bablemente el primer genocida que se radicalizó a sí mismo en línea, fue condenado a 21 años de cárcel. En sus delirios decía ser parte de un grupo de caballeros templarios que tomaría el control político y militar de los paí-ses de Europa occidental. Anticipaba una guerra en la que moriría por lo menos un millón de personas para revertir el daño causado por el libera-lismo y el multiculturalismo: el “mar-xismo cultural” (un término cada vez más en boga entre las derechas del mundo). Este criminal con delirios de grandeza ha sido inspiración de do-cenas de asesinos a través del plane-ta, convirtiéndose en una especie de gurú de una red informal de racistas con delirios de exterminio. Basta con- siderar que en Norte América, Euro-pa y Australia hubo nueve ataques de extremistas blancos en 2011; en 2015 fueron 235; en 2017 hubo 88. En general se tiende a señalar que estos criminales, a diferencia de los yihadistas, quienes a menudo actúan siguiendo la influencia y a veces las

“4CHAN FUE LANZADO EN 2003 COMO UNA SERIE DE FOROS DE DISCUSIÓN,

CON MODERADORES QUE APENAS INTERVENÍAN, PARA PARTICIPANTES ANÓNIMOS.

AHÍ APARECIÓ EL FORO /POL/, DEDICADO A CONVERSACIONES POLÍTICAMENTE INCORRECTAS .

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órdenes de un grupo terrorista, son lobos solitarios que actúan de forma individual. Pero esa presunción es en gran medida falsa.

Los asesinos que se identifican con la ideología del nacionalismo blan- co se comunican entre ellos y hacen referencia a los crímenes perpetra-dos en el pasado reciente, no sólo en lo que respecta a las técnicas y los planes sino a menudo rindiendo ho- menaje a sicópatas que imaginan como héroes y mártires de su causa. El genocida noruego se convirtió en un símbolo por el enorme número de víctimas que provocó, por haber pla-neado él solo —aparentemente— un ataque complejo, así como por su in-terminable panegírico. Como escribe el autor y periodista británico Daniel Trilling, estos manifiestos son una especie de prueba de Rorschach que invita a la interpretación de los sig-nos, a la participación y apropiación de los significados.

OCHO AÑOS DESPUÉS de Utøya, otro asesino nacionalista blanco, de 28 años, en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda, atacó dos mezquitas armado con rifles semiautomáticos y asesinó a cincuenta personas, ade-más de que filmó y transmitió en vivo su masacre por Facebook. Tenía sus armas garabateadas con nombres y leyendas. También escribió un ma-nifiesto, una especie de autoentrevis-ta (por si hiciera falta enfatizar que es un manifiesto al ego) de 74 páginas. En el texto incluyó numerosas alu-siones a la cultura popular, a memes (llamando incluso a suscribirse al ca-nal de una de las personalidades más famosas de YouTube, PewDiePie) y homenajes a varios asesinos como el noruego, así como a otro criminal que en 2017 disparó en una mezquita en la ciudad de Quebec, influenciado a su vez por un estadunidense que mató a nueve personas afroamerica-nas en una iglesia de Carolina del Sur en 2015.

El manifiesto tiene la clara intención de provocar nuevos ataques, crear seguidores e incitar a la acción, aun-que en este caso es un claro ejemplo de lo que se ha denominado shitpos-ting o posteos agresivamente irónicos y sin sentido en redes sociales, con la intención de trolear, desviar una discusión o impedir una conversa-ción seria. Los manifiestos son antes que nada obras de ficción en las que el autor se inventa una personalidad heroica, una dignidad inexistente y una misión que es, por lo común, un velo para su patología.

A pesar de que el gobierno de Nueva Zelanda prohibió la difusión del manifiesto y además ha tratado de impedir que el video del ataque circule, los medios electrónicos ofrecen una prodigiosa diversidad de opciones para compartir toda clase de documentos prohibidos. La aparición de documentos semejan-tes tiene la función de polarizar al público, de llevar los intereses de la extrema derecha al mainstream, con lo que las obsesiones fascistas se convierten en el centro de gravedad de los medios.

Poco antes de llevar a cabo su ma-sacre, el asesino de Christchurch anunció sus intenciones en el foro 8chan/pol/: “Es hora de dejar de pos-tear estupideces y tiempo de hacer un verdadero esfuerzo en el mundo real”. Cuando prendió su cámara y comenzó a transmitir desde su coche mientras se dirigía a las mezquitas, pensaba en una producción multi-media que incluía música, nume-rosos códigos reconocibles para sus correligionarios y el espectáculo de asesinar gente en vivo que sería visto como el videojuego de un tirador en primera persona, first person shooter. De modo instantáneo, su masacre se volvió entretenimiento mediatizado, un performance para lucirse ante sus colegas, así como para aterrorizar y enfurecer a millones de personas. 8chan está directamente vincula-do con crímenes recientes; la ironía es que al denunciarlo se le fetichiza y publicita.

Mientras 4chan y 8chan son es-pacios relativamente desconocidos, difíciles de navegar y altamente codi-ficados, otro sitio mucho más popular y universalmente accesible es quizá responsable por el mayor número de individuos radicalizados: YouTube. Es aquí donde más gente se ha con-vertido, “ha elegido la píldora roja” (usando la imagen de la película The Matrix), para referirse a alguien que ha elegido “ver la realidad”. Aunque este sitio prohíbe material que pro-mueva el odio y el acoso, los propa-gandistas de la extrema derecha lo han sabido emplear para difundir su retórica sorteando la censura, además de que han logrado explotar los pro-pios algoritmos de recomendaciones del sitio para promover sus videos y

monetizarlos. En esencia, YouTube ha funcionado durante años como un sis-tema infalible de adoctrinamiento, ya que la red neural de recomendaciones llevaba de un video de ultraderecha a otro, explotando el interés y morbo del espectador, descubriendo las mis-teriosas “relaciones adyacentes” entre un video y otro (como escribe Kevin Roose) y cumpliendo el objetivo de hacerlo ver un máximo de horas para vender más y más anuncios.

EN GRAN MEDIDA, uno de los proble-mas principales de la epidemia de la extrema derecha que corroe el uni-verso virtual es, por un lado, la seria dependencia intelectual, emocional y social que hemos desarrollado por las redes sociales y, por el otro, la deli- berada actitud de dejar hacer y la libertad que hemos concedido a cor-poraciones para que hagan cualquier cosa que sea redituable para los ac-cionistas. Ante la ausencia de auto-ridades o reglas tenemos el aparente privilegio de no padecer de censura (lo cual es falso), más el evidente las-tre de permitir expresiones de odio racial, cultural y de género.

Internet presenta una auténtica amenaza a la democracia. No porque hackers rusos o ucranianos puedan postear miles de anuncios políticos y desinformación en Facebook, sino porque los vínculos de comunicación social a través de canales y servicios con los que nos hemos relacionado intelectual y emocionalmente pue-den ejercer un enorme poder sobre nuestras percepciones. Los algorit-mos de inteligencia artificial influyen cada vez más en nuestras decisiones y no tenemos mecanismos para con-trarrestarlos o siquiera entenderlos. La pregunta es si la democracia po-drá sobrevivir a la violencia de este ecosistema cruel, burocrático y lite-ralmente deshumanizado.

“INTERNET PRESENTA UNA AUTÉNTICA AMENAZA A LA DEMOCRACIA, PORQUE LOS VÍNCULOS

DE COMUNICACIÓN SOCIAL A TRAVÉS DE CANALES Y SERVICIOS CON LOS QUE NOS HEMOS

RELACIONADO PUEDEN EJERCER UN ENORME PODER SOBRE NUESTRAS PERCEPCIONES .

EL ORGASMO NEGADO Y LA PÍLDORA ROJA

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Las premisas políticas, económicas y sociales suelen transparentarse en la pieza artística. No se trata de que un autor abogue por ellas o exhiba sus bondades. No. Más bien, su forma de comprender

el mundo infiltra la creación, el universo imaginario. En este ensayo provocador, Federico Guzmán Rubio revisa un conjunto de novelas latinoamericanas recientes y propone considerarlas a partir

de los valores del neoliberalismo, ya sea en consecuencia con ellos o bien como respuesta y resistencia.

FICCIONESN EO LIB ER ALE S

FEDERICO GUZMÁN RUBIO

Si el modernismo latinoameri- cano surgió del improbable cruce entre parnasianos y sim- bolistas, y la novela del boom

de la imposible combinación de He-mingway y Faulkner, entonces la li-teratura neoliberal latinoamericana se edificó a partir de los postulados de Margaret Thatcher y Ronald Rea-gan. Si Thatcher declaró que “la gente le echa la culpa de sus problemas a la sociedad, y eso de la sociedad no existe; hay hombres y mujeres y hay familias”, Reagan señaló que “no hay respuestas fáciles, pero sí hay respuestas simples”. Temática y es-tilísticamente, la suerte de la novela latinoamericana estaba echada.

A partir de los años ochenta y sobre todo de los noventa, la experimen-tación lingüística y la complejidad estructural se volvieron cosa del pasa-do, al igual que cualquier indagación en los procesos sociales o las iden-tidades colectivas, sustituidas por una narrativa estilísticamente sim-ple, centrada exclusivamente en el individuo, de preferencia el propio autor. Preguntarse “en qué momento se jodió el Perú” se convirtió en una pregunta anticuada; lo pertinente, desde entonces, es preguntarse a qué hora me jodí yo y escribir una varian-te de la autoficción para responderlo.

Toda la literatura escrita desde los años ochenta es, a su manera, neoli-beral, de la misma forma en que toda la literatura escrita en el siglo XIX es estrictamente decimonónica. Estú-pida e incontrovertible, la afirmación anterior nos conduce a un callejón sin salida, y darse de topes en él es el objetivo de este texto: tras cuaren- ta años de neoliberalismo triunfante

o negado, pero neoliberalismo al fin y al cabo, ya es hora de leerlo a través de la literatura y no de un reporte del Fondo Monetario Internacional, y de imaginar salidas a este callejón tam-bién a través de la literatura misma y no del Foro de Río, o de Porto Alegre, o de Salvador de Bahía que, vistos en perspectiva y con Bolsonaro en Brasi-lia, no sirvieron de mucho.

Más que marcar periodos claros, hay tendencias que conviven; más que una estética hegemónica, hay propuestas compatibles, y más que corrientes úni- cas, hay proyectos diversos: después de todo, el neoliberalismo es demo-crático, siempre y cuando se lo vote a él. Quizás, la primera manifestación marcada e involuntariamente neoli-beral fueron los muy publicitados mo-vimientos del McOndo chileno y del Crack mexicano.

Ah, qué años aquellos, los noven-ta en América Latina, de milagros mexicanos, argentinos y chilenos. Salvo porque eran subdesarrollados, varios países, gracias a la firma compulsiva de tratados de libre co-mercio y al remate desesperado de paraestatales, ya podían considerar-se desarrollados, y las novelas que se publicaban estaban tan bien escritas que, por más que estuvieran en es-pañol, parecían alemanas. Alberto Fuguet y Sergio Gómez, los editores de McOndo, escribían en su prólogo de 1996: “Tuvimos que atravesar una ma-raña de burocracia y mala fe, además de erradas ideologías de distribución, increíbles aranceles y simple desi-dia”. Esto, más que del proceso de elaboración de una antología de cuen- tos, parecía la descripción del viaje de un espantadizo tecnócrata por

una economía centralizada. Nega-ban, por supuesto, tener cualquier ideología —primer mandamiento de la religión neoliberal—, y se jactaban de no tener que elegir entre el lápiz o la carabina, sino entre Windows y Mac. El prólogo, que leído veinte años después conserva su frescura e insolencia, reivindicaba una lite-ratura libre, urbana y pop, ajena al realismo mágico y a la dictadura del folclor, que se acabó imponiendo sin el éxito que imaginaron sus por en-tonces jóvenes promotores. Final-mente, de Fresán al mismo Fuguet, varios de los mejores libros de esa generación que se sentía tan moder-na con su walkman, y que se soñaba post-todo para ser simplemente neo, siguen esta estética que se sabía hí-brida, agringada y, por mestiza, fatal-mente latinoamericana.

MUCHO MÁS SOLEMNE y presuntuosa resulta la relectura del “Manifiesto del Crack”. Su contenido disparaba en tan-tas direcciones, a veces contradicto- rias, que la localización cosmopolita o el “cronotopo 0” acabó por ser su rasgo más distinguible. La globaliza-ción aspiracional del libre comercio tuvo su correlato en los escenarios europeos de las novelas insignia del movimiento. Además, puesto que la historia ya había terminado por de-creto de Fukuyama, sólo quedaba el pasado para indagar sobre el mal, la condición humana y todos esos te-mas oficiales de la alta literatura, por lo que sus autores escribieron sobre el nazismo como prueba irrefutable de que un escritor latinoamericano po-día ser universal.

“VARIOS DE LOS MEJORES LIBROS DE ESA GENERACIÓN QUE SE SENTÍA

TAN MODERNA CON SU WALKMAN, Y QUE SE SOÑABA POST-TODO PARA SER SIMPLEMENTE

NEO, SIGUEN ESTA ESTÉTICA QUE SE SABÍA AGRINGADA, FATALMENTE LATINOAMERICANA .

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Muy pronto, los firmantes del ma- nifiesto rompieron sus propias re-glas, pero la reivindicación de una libertad que siempre había existido y la negación del realismo mágico —único rasgo que compartían con sus coetáneos chilenos— acabaron por ser más influyentes que las propias obras. El lenguaje en que estaban escritas esas ficciones germánicas de Volpi y de Padilla —estándar, inter-cambiable, exportable— podría re-sumirse con el adjetivo con que la crítica neoliberal premia a la prosa que considera estable y competitiva: eficiente. La eficiencia, por cierto, es la mayor virtud no sólo de la prosa de los best-sellers de calidad, sino también de los productos artesana-les que, con la marca minimalismo, hacen del recorte y de la austeridad idiomática su mayor virtud.

LA IZQUIERDA, EL FIN DEL MUNDO Y EL YO

La nueva literatura, entonces, llega-ba tras el agotamiento del realismo mágico y de la exuberante novela del boom, mientras que las medidas neo-liberales se escribían, por las buenas o por las malas, tras el fracaso de los mo- vimientos de izquierda, pacíficos o armados. Parte de la literatura más interesante del periodo neoliberal ha cumplido, a su pesar y como si hiciera falta, la función de certificar la derro- ta de la izquierda (por más que ésta haya sido tan concreta como una bomba cayendo en el Palacio de la Mo- neda), tan sangrienta que dejó cien-tos de miles de asesinados en las guerras civiles latinoamericanas, y tan definitiva que hasta los supues-tos enemigos del neoliberalismo, esos que se valen de una retórica pro-gresista, terminan plegándose a sus designios. Del Río Bravo a la Patago-nia, la voz de los vencidos se escucha por todo el continente y el neolibera-lismo, quitado de la pena, hace como que la oye e intenta, la mayor de las veces sin mucho éxito, aprehenderla para ponerse a vender libros.

De Carlos Montemayor en México y Diamela Eltit y Nona Fernández en Chile a Martín Kohan y Féliz Bruzzo-ne en Argentina, quienes sufrieron la derrota escriben sobre la guerra perdida, cruel, que hizo desaparecer la utopía como proyecto y dejó un reguero de cadáveres en el camino dolarizado a los mercados sin restric-ciones. Atónitos y vencidos, ninguno de estos autores fue capaz de vislum-brar otro futuro que no fuera, en el mejor de los casos, el de la democra-cia mediocre y la supervivencia pre-caria. A los sudamericanos, al menos,

les queda el consuelo amargo de que la violencia, por traumática que haya sido, fue una experiencia concluida y en algunos casos incluso juzga-da, mientras que en Centroamérica, como refleja la obra de Castellanos Moya, Claudia Hernández y Rodrigo Rey Rosa, se pasó de la violencia po-lítica a la delincuencial con una natu-ralidad perversa. Nadie más fanático del neoliberalismo que el crimen or-ganizado centroamericano (inclu-yéndonos, claro está), que entendió que el cuerpo humano, cautivo o en tránsito forzado, es una mercancía más con infinitas posibilidades co-merciales, y que pelea, con una vio-lencia rara vez vista, la abolición de controles para cualquier producto.

Con las utopías desaparecidas —junto con quienes creyeron posi-ble hacerlas realidad—, no extraña, entonces, la proliferación de disto-pías; no por nada en sus mejores años el neoliberalismo se concebía a sí mismo como un final del mundo relativamente feliz, mientras que sus detractores siguen viendo en él y en la compulsión destructiva inherente al capitalismo un apocalipsis inmi-nente, eso sí, sin deuda pública, con inflación cero y con crecimiento al cinco por ciento.

LA LITERATURA, que había dejado la especulación a la economía para con-tentarse con narrar las insignificantes tragedias personales de un Jaime Bayly, recuperó los escenarios catas-tróficos para indagar en el presente. En Salón de belleza, Mario Bellatin escribió sobre las dos nuevas plagas que azotaban a una América Latina engreída, convencida de que ya lo había visto todo: el sida y el desman-telamiento del insuficiente Estado de bienestar. Por su parte, Pedro Mairal, en la extraordinaria El año del desier-to, escribía la crisis argentina de 2001 en clave distópica, como una vuelta a los orígenes bárbaros del país, nun-ca idos del todo. En lugar de la deva-luación y el corralito, Mairal describe una Buenos Aires clasemediera que de golpe se ve azotada por una extra-ña intemperie que desaparece todo a su paso. Nadie entiende bien a bien

lo que sucede, aunque “la intempe-rie avanza y se achaca a aquello que se llamó tecnología y progreso, pero que no fue sino la mano siniestra del capitalismo salvaje”. La protagonista intenta huir, pero conforme avanza, retrocede, y no hace sino internarse en la historia argentina, esa extensa novela distópica de no ficción.

A decir verdad, el contraste entre esas distopías y algunas novelas ra-biosamente realistas es muy tenue. La Santa Teresa de Bolaño, por ejem-plo, representa como tantas ciudades de la frontera norte uno de los rostros más exitosos del neoliberalismo. En ella, el surgimiento de miles de empresas manufactureras generó millones de puestos de trabajo con salarios miserables y una sociedad rota, en la que los feminicidios son un síntoma más de la distopía que presumen los tecnócratas en sus informes trimestrales. Y si Santa Te-resa o Ciudad Juárez son uno de los escenarios prototípicos del neolibe-ralismo latinoamericano, la época a la que le corresponde tal honor, junto con nuestro salinato, es el menemis-mo argentino.

Tras mostrar que populismo y neo- liberalismo no sólo pueden convivir armoniosamente sino que se nece- sitan con pasión mutua, Menem construyó un castillo de cristal que la realidad, esa necia aguafiestas, que-bró al poco tiempo. Quien mejor supo capturar esos años noventa de si- da, cocaína, privatizaciones y entu-siasmo suicida fue Fogwill, quien en Vivir afuera muestra el conurbano bonaerense, alguna vez industrial, como un paisaje arruinado:

El Pichi era amigo de dos serenos que cuidaban una fábrica aban-donada. Hacía tantos años que se turnaban para vigilar que se ha-bían vuelto medio locos y pidieron ayuda para hacer arrancar los mo-tores y ver, por lo menos una vez, cómo debió haber sido la fábrica funcionando.

Esa fábrica abandonada, claro, es la Argentina agrícola e industrial del pasado, que apagó los motores para tener la excusa, así, de pedir un présta- mo al Banco Mundial con el objetivo de algún día tener fondos para volver a echarlos a andar.

PERO SEGURAMENTE la expresión más extendida de las ficciones neoli-berales se halla en las innumerables variantes de la escritura autobiográ-fica, sin que esto, en principio, repre-sente nada positivo o negativo. De hecho, habría que agradecer la prác-tica desaparición de las novelas que pretendían ahondar en la identidad nayarita, mexicana o latinoameri-cana, o peor aún, “darle voz a quien no la tiene”, aunque a veces resulte abrumadora su sustitución por las versiones textuales de cuentas de Instagram o posts de Facebook alar-gados y convertidos en libros. Sobra decir que es cuando menos arries-gado trazar un paralelismo entre el culto a la individualidad en lugar de cualquier proyecto social y las

“NADIE MÁS FANÁTICO DEL NEOLIBERALISMO QUE EL CRIMEN ORGANIZADO CENTROAMERICANO

(INCLUYÉNDONOS, CLARO ESTÁ), QUE ENTENDIÓ QUE EL CUERPO HUMANO,

CAUTIVO O EN TRÁNSITO FORZADO, ES UNA MERCANCÍA MÁS CON INFINITAS POSIBILIDADES .

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modas literarias, pero es un hecho que el yo, más que nunca, es un tema recurrente, obsesivo. Por fortuna, hay variedad de yos, y en la gama que va del implacable Fernando Vallejo al literario Piglia cabe de todo. Y si bien algunas veces el discurso del yo cae en la complacencia, otras veces realmente es un ejercicio crítico y estilístico cuyo interés trasciende la piel del escritor, como cuando Lina Meruane escribe sobre su casi cegue-ra en Sangre en el ojo, o cuando Jorge Baron Biza narra con una belleza con-tenida y brutal las sucesivas cirugías para reconstruir el rostro de su madre tras el ataque de ácido cometido por su esposo en El desierto y su semilla, o cuando Pedro Lemebel escribe con una conmovedora cursilería sobre sus amantes fugaces, o cuando Carlos Velázquez cuenta su largo romance con la cocaína en El perica- zo sarniento.

NOVELAS DE RESISTENCIA

En lo que evidentemente es un re-cuento incompleto y caprichoso, hasta ahora hemos catalogado no-velas que se han adaptado al neoli-beralismo, que han escrito sobre su triunfo, que han descrito sus efectos más nocivos y que han reflejado en el discurso del yo su entronización del individuo. Habría que preguntarse, llegados a este punto, qué novelas lo han enfrentado y de qué formas. Sobra aclarar que la función de la literatura no es combatir sistemas económicos, y exigirle un fin prácti-co, por político que sea, sería un típico rasgo neoliberal pues este sistema se caracteriza, entre tantas otras co-sas, por su utilitarismo radical; nada más antineoliberal, de hecho, que lo perfectamente inútil, lo majestuosa-mente improductivo, lo exactamente inservible.

En este sentido, el primer libro que se me viene a la cabeza es La novela luminosa, del uruguayo Mario Levre-ro. Magistral e insoportable, liberador y asfixiante, hipnótico y aburridísi-mo, el libro está conformado por el “Diario de la beca”, prólogo de 450 pá- ginas a la novela de cien, en el que Levrero describe el proceso de (no) es-critura de La novela luminosa, gracias a una beca otorgada por la Fundación Guggenheim. Levrero construye una minuciosa metodología para no ha-cer nada, convierte a la improducti-vidad en un arte y compone un canto a la procrastinación. Para ponerse a escribir, compra unos sillones (activi-dad que le lleva unas cuantas sema-nas), arregla el aire acondicionado, sale obsesivamente a comprar novelas policiacas en librerías de saldos (y las lee, faltaba más), intenta en vano corregir sus horarios para no dormir de día y vivir de noche (lo que com-plica aún más su irremediable vida práctica), visita frecuentemente el cajero automático para retirar “300 dólares del señor Guggenheim” y pasa el tiempo descomponiendo y reparando, él mismo, su propia y an-ticuada computadora, al tiempo que

sostiene legendarios combates con Word, otros programas y aplicaciones.

Mención especial merecen sus en- fermedades. No hay hipocondría más consentida que la de Levrero o, de no serla, organismo más ínte-gramente arruinado: el escritor su-fre de problemas bronquiales, dolor de un diente, mareos, espasmos en los brazos, ataques de nervios, tras-tornos intestinales, desórdenes del sueño, una fisura en el pene y de- presión, entre otros muchos tras-tornos y “malestares indefinidos”. Y ya sea por indicación del doctor, o mejor, por automedicación, ingiere antiácidos, antidepresivos, calman-tes y toda clase de medicamentos, además, claro, de los Valiums 10 que siempre lleva como talismán en el bolsillo. Por fin, el prólogo termina y la novela empieza.

Pero La novela luminosa es la ver-sión que Levrero ya había escrito en 1984 y para cuya reelaboración le fue otorgada la beca. De esta forma, Levrero consuma su gran estafa al señor Guggenheim y se gasta la tota-lidad de la beca sin haber hecho ab-solutamente nada más que escribir sus anotaciones cotidianas. El libro, de publicación póstuma, es el tes-timonio del fraude que un escritor uruguayo le cometió a una de las grandes fortunas del planeta.

TAMBIÉN PÓSTUMA es El traductor, novela a la que no queda más reme-dio que calificar como la gran nove-la (anti)neoliberal latinoamericana. Salvador Benesdra, su autor, quien se suicidó al lanzarse de su depar-tamento en Buenos Aires, sufría de ataques psicóticos que lo mismo lo hacían convencerse de que los extra-terrestres habían robado el obelisco porteño, que liderar una revuelta de locos en un manicomio francés. Y El traductor puede leerse, sí, como un gran episodio psicótico en el que to-davía estamos inmersos.

Benesdra —quien dominaba siete idiomas y fue fundador del diario Página 12, del que fue despedido— novela hasta cierto punto su expe-riencia de recortes, reestructuracio-nes y flexibilización laboral en una

empresa de izquierda, sólo que en el libro se trata de la editorial Turba. Al protagonista, Ricardo Zevi, le encar-gan la traducción de un libro afiliado a la extrema derecha (en el que se ala-ba la democracia como el sistema más seguro para garantizar el predo-minio de los superiores y la subordi-nación convencida de los inferiores), lo que en un principio toma como un trabajo más:

Nada demasiado terrible le puede pasar en el trabajo a un traductor. Tres días atrás me habían encarga-do una traducción que parecía de rutina, pero que estaba terminan-do de remover las pocas coorde-nadas ideológicas que todavía me ayudaban a orientarme en el mun-do. Eso era todo. Dudas sobre la editorial de izquierda, mi editorial, que me había ordenado el trabajo. Dudas sobre mis propias ideas.

No obstante, mientras avanza en la traducción, empiezan los despidos en la editorial, y Zevi se convierte en líder sindical y en amante de una ad-ventista de Salta (es decir, de una in-dígena, esos personajes borrados de la literatura argentina salvo cuando se los masacra en el desierto), con la que todo marcha bien, salvo porque ella es incapaz de llegar al orgasmo. Ubi-cada en el periodo entre la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, la novela resulta delirante y temeraria en su trama, y lírica y salva-je en su lenguaje, mientras describe con una precisión vidente el mundo que estaba empezándose a construir. El final, memorable, resulta de nueva cuenta profético: para no abusar del spoiler, basta decir que, de haber vi-vido en 2019, el protagonista se con-vertiría, con pleno convencimiento, en chofer de Uber. Probablemente haya algunas más, pero, publica-da hace veinte años en una edición pagada en Ediciones de la Flor y re-editada por Eterna Cadencia, El tra-ductor será una de las novelas que los lectores de mañana leerán para entender nuestro tiempo y para cues-tionarse a sí mismos.

A la novela neoliberal le queda mucho que decir. Por más que día sí y día no, de Walter Benjamin a Ló- pez Obrador, se declare la muerte de alguno de los dos, la novela y el neo- liberalismo mantienen buenas pers-pectivas de crecimiento. Y aunque parezca que el neoliberalismo poco tiene que aprender de la literatura, en realidad él mismo es una gran ficción: acá seguimos, para no ir más lejos, en espera del bienestar para todos que nos ha prometido desde hace cuarenta años.

“SOBRA ACLARAR QUE LA FUNCIÓN DE LA LITERATURA NO ES COMBATIR SISTEMAS

ECONÓMICOS, Y EXIGIRLE UN FIN PRÁCTICO, POR POLÍTICO QUE SEA, SERÍA UN TÍPICO RASGO NEOLIBERAL PUES ESTE SISTEMA

SE CARACTERIZA POR SU UTILITARISMO RADICAL .

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EL HIP HOP SE

DISTRIBUÍA DE MANO

EN MANO, HASTA QUE

THE SUGAR HILL GANG

GRABÓ EN 1979

RAPPER’S DELIGHT .

SÁBADO 06.07.2019

El Cultural10

PorCARLOS

VELÁZQUEZ@charfornication

QUIENES FUIMOS ADOLESCENTES y adultos jóvenes en los noventa estamos atravesados a hierro y sangre por el 94. Fuimos la última generación de mexicanos. Los testigos de la muerte del ser nacional. La transición que daría origen al post-mexicano. Para quienes éramos (somos) adictos al rock ese año también supuso un shock del que nunca nos repondremos: el suicidio de Kurt Cobain. Que la muerte de un grungero gringo afecte a los fans mexicanos es parte del mismo fenómeno: la transculturación que sufrimos a manos del TLC.

Diego Enrique Osorno, narrador y cronista, ha hurgado en esa herida colectiva que fue (es) 1994, en un documental producido para Netflix. Y los resultados son reveladores. Ha dividido a la audiencia en dos bandos. El primero es aquel que nunca se tragó el cuento de que Colosio representaba un verdadero cambio para México. El segundo es conformado por quienes se quedaron con el hambre del cambio social que prometió el candidato.

Aunque el documental está dedicado al 94, que se definió por varios hechos: el levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el de José Francisco Ruiz Massieu, la aparición del Chupacabras (un distractor fantástico para espantar a la sociedad como un Drácula moderno) y la devaluación, la figura central es el candidato. El formato es el de la historia oral. Contada por algunos de sus protagonistas. Aparecen casi todos los principales implicados. Está por supuesto la contraparte del candidato, a quien la vox populi señala como autor intelectual del asesinato: el expresidente Carlos Salinas.

1994 es el segundo documental de Osorno que he tenido la oportunidad de observar. El anterior, La muñeca tetona, narraba la historia de una muñeca de trapo que aparece en la famosa fotografía en la que un grupo de intelectuales aparece con Carlos Salinas, en lo que se denominaría la cooptación de los intelectuales por el poder. Esto fue posible en gran medida porque ser un intelectual en aquella época poseía una carga ideológica de relevancia. Hoy en día eso parece algo remoto, ya que al nuevo gobierno los intelectuales han dejado de inspirarle respeto y por lo tanto no los toma en consideración.

La muñeca tetona es una obra bastante blanda. No se sabe bien qué pretende contar. Son los pasos a ciegas de Osorno como documentalista incipiente. En 1994 consiguió superarse con maestría. A diferencia del trabajo

anterior, aquí tiene clara la historia. En los cinco capítulos que conforman la miniserie hay material inédito sobre aquel año que ha obsesionado a México y sobre todo a esa generación a la que pertenecemos los que, como Osorno, nacimos en los noventa. Nos corresponde ahondar en ella.

Una de las principales molestias que ha causado 1994 con quienes he tenido la oportunidad de discutirlo es la percepción de que pretende ensalzar a Colosio como un héroe. Mi percepción es distinta. Para mí lo que pone de manifiesto —las escenas de los mítines son prueba de ello— es la fascinación que México experimenta por el PRI en los casi ochenta años que ha permanecido en el poder. En el fondo del mexicano promedio, incluso en sus detractores, existe una admiración secreta de la capacidad del PRI para manipularnos con el poder. El otro sector de la población siente el mismo orgullo por la narcocultura.

Lo que 1994 nos dice es que México es adicto a la sangre.La miniserie concluye con el candidato diciendo: “Viva

México”. Habrá quien interprete esto como un gesto cursi. Para otros es una muestra del cinismo con el que el PRI nos ha escupido su desprecio en el rostro por más de siete décadas. Para mí exhibe esa contradicción que significa el ser mexicano. El amor profundo a este país y el orgullo secreto por ser famosos en corrupción a nivel mundial.

El revuelo que ha causado 1994, con otro partido en el poder, es prueba de que el mexicano no podrá trascender esa herida. Y que es posible que en el futuro el PRI regrese al poder. Pero no por el documental. Osorno sólo retrata los deseos más oscuros del mexicano promedio. Si el PRI regresa a gobernar es por esa admiración ciega a un Estado que ha sabido someter a su pueblo. No dudemos que pronto atestigüemos el regreso del Mesías. Que un nuevo candidato del PRI les inyecte fe a los votantes. Y que lo vuelvan a convertir en un mártir matándolo ellos mismos como hicieron con Luis Donaldo.

LA MINISERIE

CONCLUYE CON

EL CANDIDATO

DICIENDO:

VIVA MÉXICO .

1 9 9 4

EL POLÉMICO monarca de Suecia, Carl XVI Gustaf, entregó al diyei Grandmaster Flash el Polar Music Prize, también conocido como el Nobel de la Música. El GM Flash, cuyo nombre es Joseph Saddler, es parte de la célebre trinidad progenitora del hip hop, junto a Kool Herc y Afrika Bambaataa. El reconocimiento fue para “cada diyei, rapero, graffitero y breaker”, dijo el rey sueco al mago de las tornamesas. Flash ha manipulado discos de todos los ritmos afroamericanos para crear la música de la última revolución cultural en Estados Unidos. Con él, las tornamesas se convirtieron en instrumentos musicales y la rima urbana en un medio de expresión racial para hacer crónica y denuncia.

El mix de la rima con un ritmo musical cobró fuerza en Estados Unidos a principios del siglo XX, como spoken word, entre los poetas Robert Frost y Vachel Lindsay. En los años cincuenta, los beats Allen Ginsberg y Jack Kerouac musicalizaban sus lecturas con jazz en vivo. Bob Dylan folkeaba y Jim Morrison rockeaba en los sesenta. Hasta que el poeta y músico Gil Scott-Heron terminó por fundir su spoken word con ritmos africanos, jazz y blues en 1970. Música de resistencia. En el hip hop el proceso fue al revés: los diyeis del Bronx empezaron a mezclar y a samplear vinilos e incorporaron el rapping después. En The Hip Hop Evolution se reconoce a DJ Hollywood como el rapero que introdujo las rimas improvisadas.

Grandmaster Flash perfeccionó las técnicas del mixing, el cutting y el scratching. E inventó otras para crear loops. En seguida formó a GM Flash and The 3MCs, creadores del

maestro de ceremonias en las batallas del rap, trío en el que Keef Cowboy acuñó el término hip hop. Scratchers, rappers y beatboxers utilizaban el casete como su formato de difusión. El hip hop se grababa y distribuía con el tapping de mano en mano, hasta que The Sugar Hill Gang grabó en 1979 el primer disco del hip hop: Rapper’s Delight. Los tres flashes crecieron a The Furious Five y dejaron de parlotear: “The Message”, escrita por el MC Melle Mel, son siete minutos de calle, violencia y droga. A partir de aquí, el rap empezó a denunciar las condiciones de marginación, violencia y racismo.

El documental Big Fun in the Big Town, de Bram Van Splunteren, muestra las dos subculturas neoyorquinas de los setenta y los ochenta: el punk y el hip hop. Una década antes de que el rap se conectara con el rock vía Run-DMC y Aerosmith en “Walk This Way”, Grandmaster Flash estableció contacto con el punk y el new wave vía Blondie, quien le dedicó su canción “Rapture”: DJ’s spinnin’ are savin’ my mind / Flash is fast, Flash is cool.

G R A N D M A S T E R F L A S H :

R E V O L U C I Ó N CO O L

Por ROGELIO

GARZA@rogeliogarzap

L A C A N C I Ó N # 6

E L C O R R I D O D E L E T E R N O R E T O R N O

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El Cultural 11

@AlmaDeliaMC

Treinta y seis años tenía mi madre cuando le vino el mal del animal. Yo fui testigo en directo porque era muy pequeña y esa estrategia es la mejor para estar en lugares prohibidos sin que nadie lo note. Incluso ahí, abrazada a sus

piernas sólidas y blanquísimas, casi marmóreas.Mi madre se enamoró y yo la vi convertirse en animal.

Lo juro.El amor es una fiera con las fauces abiertas y quien no

quiera perderse la oportunidad de sentirse vivo de verdad tiene que dejarse morder. No hay alternativa. Siempre he encontrado fascinante el animalario que permea la literatura y la poesía. Desde El pájaro azul al que Bukowski le tira whisky y humo de cigarro para que no salga de su corazón hasta el tigre “que desgarra por dentro al que lo mira y sólo tiene zarpas para el que lo espía” del poeta Eduardo Lizalde; hay un mensaje, un rito de pasaje, un poder que nos convoca: el olor de la sangre.

Pude oler la sangre de mi madre cuando se enamoró de aquel vecino soltero empedernido y menor que ella. Se puso más hermosa que nunca, más brillante, lúbrica. Y un poquito loca. Le dio por untarse polvos de colibrí y renovó su escasa lencería, le cambió la voz, la pisada, las huellas.

Este fin de semana estuve con ella, ahora es una mujer de setenta y dos años, delgada y liviana, con el cuerpo encogido —la vejez es un tiroteo— pero no han dejado de brillarle los ojos. Cuando la miro así recuerdo aquellos días en que, siendo una niña, seguí atenta su transformación en fiera amorosa. Cuánto me alegra tener la certeza de que mi madre vivió eso.

Dice Julia Santibáñez en Eros una vez (Seix Barral, 2017), en el poema “Génesis”:

como perra gata zorra en celo recuerdo jugaren el jardín señorear machos jirafearmemontar leones engorilada y caballuna...

Ésa era mi madre. Señoreaba al macho, montaba al león y a mí me mataban los celos infantiles pero al mismo tiempo la intuición me decía que estaba presenciando un misterio, algo sagrado.

La mujer de más de setenta años que comía ayer frente a mí me dio un mensaje con aquella mujer de treinta años que también fue: la pasión está permitida, el amor no se trata de “la persona correcta” sino de esto. Sentir está permitido, aunque duela.

A menudo recuerdo un texto de Stephen Grosz (The Examined Life) donde narra la experiencia de un médico que, trabajando en una leprosería, descubrió que las deformaciones de los leprosos no eran consecuencia propia de la enfermedad, sino el resultado de no sentir: insensibles ante las heridas, los pacientes podían dejar que se infectaran y se les cayera la piel en pedazos. “Cuando conseguimos no sentir nada, perdemos el único medio que tenemos de averiguar qué nos hiere y por qué”. Es el remate brutal en el episodio de la leprosería.

Siento escalofríos cuando pienso en ello. Todo lo que hacemos para no sentir en tiempos de paraísos anestésicos, ahora que humanizamos lobos y perros en lugar de afilar al propio animal que cada uno somos,

entregados por completo a esta hipocresía civilizadora que blanquea los dientes, neutraliza el veneno, pule las garras y convierte en osito de peluche al amor, esa enseñanza fiera de la que tenemos tanto miedo porque precisamente podría volvernos más humanos. No queremos experimentar emociones sin domesticar, queremos la medianía de lo correcto.

Pero es que sólo en el amor somos depredador y presa, sólo en el amor queremos matar y al mismo tiempo mostramos el cuello como lobos rendidos al alcance de un te amo que podría ser más letal que el disparo de un Remington de caza bien cargado.

Leyendo la espléndida novela El Salvaje de Guillermo Arriaga (Alfaguara, 2016) volví a pensar en mi madre, en cuando fue animal. El Salvaje es una historia de amor que huele a sangre, a cacería del alma, que se queda en la piel luego de olfatear la huella del lobo que persigue Amaruq y la vitalidad desesperada del amor de Juan Guillermo que se espesa con el deseo de venganza.

Vuelvo a mi madre que no ha leído más libro que la Biblia y que jamás leerá un libro mío porque, gracias al cielo, mi madre eligió ser mi madre y no mi lectora. Esa mujer amorosa que se plantó ante la vida a dentelladas y que una noche salió a encontrarse con su amante a un terreno baldío de la colonia popular donde vivíamos. Seguí la huella para espiarla. Miré hasta el segundo preciso en que supe que no toleraría más y regresé a casa corriendo, con mi pequeño corazón infectado, mordido ya por la fiera. Junto a todos los recuerdos resecos que tengo de ese barrio devastado que es el Estado de México, tengo también ese momento vibrante, perturbador y luminoso.

Mi madre, la de ahora, me pregunta si está bueno el arroz con leche que preparó para complacerme. Me levanto y la abrazo, digo “gracias”. Tal vez piense que se lo digo por el postre o tal vez sepa exactamente por qué lo hago, algo me dice que el olfato de madre no se pierde sino que se afina con los años.

Luego vino lo inevitable: la separación de los amantes.Un día paró en seco el terremoto, la estampida de

búfalos que la acompañaba al cerrar la puerta después de salir se marchó para siempre.

Y la vi batallar consigo misma para superar aquello. Por las noches lloraba bajito, cosía mi ropa y la de mis hermanos, inventaba caldos y guisos en los que reutilizaba hasta las cáscaras de papa del día anterior. Su duelo transcurrió entre ollas hirviendo y jornadas extenuantes de trabajo. Una mañana limpió los cajones de su tocador y los sobrecitos con polvo de colibrí desaparecieron de la casa. Y nunca más la oí llorar. Había sobrevivido.

Mientras doy la última cucharada al arroz con leche pienso que me gustaría entrevistarla, que me contara los detalles de aquel episodio, que me hablara de mi abuela, otra que montó bestias y acarició carneros con nombre y apellido en su pueblo michoacano.

Pero conozco bien la respuesta: dirá que no, que yo y mis cosas y para qué tantos libros.

Y no la culpo porque lo cierto es que también yo —como ella y como Borges— prefiero buscar al otro tigre, al que no está en el verso, al que muerde y endulza para arrancar jirones del cuerpo. Y del alma.

C R Ó N I C A S P L U T O N I A N A S

“SÓLO EN EL AMOR SOMOS DEPREDADOR Y PRESA, MOSTRAMOS EL CUELLO COMO LOBOS RENDIDOS AL ALCANCE DE UN TE AMO QUE PODRÍA SER LETAL”.

E L M A LD E L A N I M A L

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Page 12: INFAMIA Y RESISTENCIA · dera que estos puntos identifican y caracterizan al fascismo: 1. La ilusión de un pasado mítico, de un imperio perdido al liberalismo, de una gloria destruida

SÁBADO 06.07.2019

El Cultural12

Del 27 de junio al 6 de julio se llevó a cabo el Festival Internacional de Jazz de Montreal, sin duda el más importante en su género a nivel mundial. Cuenta con un Récord Guinness por ser el de mayor duración en

el planeta y en éste 2019 ha contado con la presencia destacada de figuras como Norah Jones, Bryan Adams, Omara Portuondo y Alan Parsons, entre una oferta de quinientos conciertos —nada menos—, con músicos provenientes de diversos países y que han marcado el camino de la música contemporánea. Desde su primera edición, en 1979, han brillado en sus escenarios Ray Charles, Ella Fitzgerald, Pat Metheny y Gonzalo Rubalcaba, entre otros personajes míticos del jazz. Laurent Saulnier, vicepresidente del festival y periodista musical cuyo récord de asistencia a conciertos rebasa la cifra de 20 mil, habla de la celebración de este año en que se cumple el cuarenta aniversario del festival.

Siempre hay un momento memorable en cada edición de este encuentro musical. Desde que te uniste al festival en 1999, ¿cuál es el que más recuerdas?Cada año tiene sus singularidades, pero sin duda la edición 30 del Festival, en 2009, fue única. El 25 de junio de ese año se anunció la muerte de Michael Jackson, cuatro días antes de que empezara el evento: él era el invitado más importante. Por fortuna, en aquella ocasión recibimos un dinero especial del gobierno para celebrar el 30 aniversario, así que llamamos a Stevie Wonder para que diera un concierto. No sabíamos si iba a aceptar, pero lo hizo: en realidad fue un tributo histórico a Jackson. Ése fue el único momento en que tuvimos que cerrar el paso de la plaza, porque había demasiada gente.

El Festival de Jazz de Montreal no sólo se ha consolidado como el más importante en el mundo, sino el de mayor duración. ¿Cómo se mantiene un negocio de tal magnitud?Por lo menos en la última década, cada año esperamos al menos a dos millones de visitantes. No muchos festivales llegan a cumplir años; estos eventos tuvieron un boom hace dos décadas. El más antiguo después de nosotros quizá tenga veinte años.

Si el Festival de Jazz de Montreal continúa siendo muy relevante dentro de la industria del espectáculo es por las propuestas musicales que presentamos, porque tenemos nuevas ideas de expandirnos y por ello abrimos espacios o escenarios diversos que se encuentran en la periferia de Montreal, no sólo en el centro. De esa forma, los asistentes no tuvieron que llegar al corazón de la ciudad, sino que nosotros les acercamos el festival hasta la zona donde se hallaban. La idea es ofrecer este tipo de escenarios en diversos sitios. Por otro lado, también para los turistas ha sido importante este concepto. Muchos vienen sólo al festival y algunos no se hospedan en el centro de la ciudad, así que la idea ha sido abrir escenarios satelitales. Quizá el siguiente año abramos otro espacio similar. Se trata de lograr, en unos años, tener varios sitios en la urbe, hasta que venir a Montreal implique necesariamente estar en el festival. Es un proyecto importante no sólo para los turistas: también queremos que los habitantes de la ciudad puedan disfrutar la música desde su propio barrio. Y este año, nuestra edición de aniversario, presentamos el sitio satelital junto con diez diferentes plazas de concierto, con capacidad desde 150 hasta 12 mil personas. Y hemos realizado quinientos conciertos durante estos días.

En el programa incluyeron a una buena variedad de músicos de América Latina, en combinación con un gran abanico del jazz contemporáneo. ¿Cuál es la relación del jazz con esta región del continente?Tuvimos muchas cosas. En uno de los escenarios más

grandes se presentaron Norah Jones, Melody Garnot, George Benson, Peter Frampton, Blue Rodeo, Buddy Guy. Además hicimos un solo concierto en el Bell Centre, que estuvo a cargo de Bryan Adams. En relación con América Latina hemos invitado a muchos artistas cubanos, que a veces han tenido dificultades para presentarse, por ejemplo, en escenarios estadunidenses. Nosotros somos el primer festival en Norteamérica que presentó a Gonzalo Rubalcaba. Creo que tenemos un gusto especial para invitar a los artistas de este tipo de música. Por ejemplo, el Buena Vista Social Club ha tocado aquí no sé ya cuántas veces, pero cada vez que vienen, los boletos se venden de inmediato. La gente aquí disfruta ese sabor, esa música. El hecho de que nuestra lengua principal sea el francés nos da una conexión especial con el mundo latino.

Frente a la propuesta de músicos presentes en esta edición, como Omara Portuondo o Chucho Valdés, y una gran delegación de músicos cubanos y de América Latina, ¿cuál es la apuesta jazzística de Bryan Adams, un artista mayormente reconocido en el mundo del pop?La idea que tenemos es que 60 o 70 por ciento de nuestra programación sea de jazz, pero también presentamos muchos conciertos que no son precisamente de ese género, como el de Bryan Adams. La posibilidad surgió porque Adams está actualmente de gira y le quedaban bien las fechas para venir a presentarse, así que dijimos, “¿y por qué no?”. El festival ofrece un abanico de lo que sucede en el universo de la música.

¿Qué está pasando en el mundo del jazz?Está viviendo un gran momento como género porque desde hace unos diez o doce años, algo así, tenemos a muy buenos jazzistas locales. Por ejemplo, los cantantes de jazz londinenses son increíbles, gente como Sons of Kemet son de veras un ejemplo y cuentan con grandes músicos que son jóvenes. Muchos de estos chicos son jazzistas, pero también mezclan el groove, a veces el punk, acuden mucho a la improvisación y sus habilidades musicales son sorprendentes. Pero, por otro lado, toda la variedad que hemos presentado de música europea también es un ejemplo. Fuimos, de hecho, uno de los primeros festivales en Norteamérica que invitó a músicos europeos.

¿Cómo funciona en la actualidad el negocio de la música frente al de los festivales?La industria musical ha cambiado radicalmente. Si tú comparas los salarios o los pagos que se hacían dos décadas atrás vas a notar que hoy están muy disparados. Me parece que la intención es recuperar en los conciertos el dinero que se ha perdido en la industria de las grabaciones. Eso implica otra dificultad, como lo puedes comprobar en el precio de los boletos, que aumenta en la misma medida en que se elevan los pagos a los artistas.

“MUCHOS DE ESTOS CHICOS SON JAZZISTAS,

PERO TAMBIÉN MEZCLAN EL GROOVE,

A VECES EL PUNK, ACUDEN MUCHO A

LA IMPROVISACIÓN Y SUS HABILIDADES SON

SORPRENDENTES”.

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