Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucrist de las Culturas del Mundo CORREO Vol. IX, número 83, 15 de abril de 2011 Centro de Estudios sobre la Diversidad Cultural En este número: • Imperio Otomano, lecciones sobre Libia • Entrevista con Kamila Shamsie • El Tratado de Tordesillas • Recuperan objetos del ajuar funerario de Tutankamón • Celebra el judaísmo la fiesta de los panes ázimos Estambul
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Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucrist
d e l a s C u l t u r a s d e l M u n d o
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Vol. IX, número 83, 15 de abril de 2011 Centro de Estudios sobre la Diversidad Cultural
En este número:
• Imperio Otomano, lecciones sobre Libia
• Entrevista con Kamila Shamsie
• El Tratado de Tordesillas
• Recuperan objetos del ajuar funerario de Tutankamón
• Celebra el judaísmo la fiesta de los panes ázimos
Estambul
Correo de las Culturas del Mundo
DirectorLeonel Durán Solís
Editor en jefeMariano Flores Castro
Consejo editorialLourdes Arizpe
Luis BarjauRaffaela Cedraschi
José FierrosMariano Flores Castro
Alejandra Gómez ColoradoLinda Manzanilla
Carlos Montemayor †Salomón NahmadGerardo P. Taber
Benjamín Preciado (Colmex)Juan José Ramírez Bonilla (Colmex)
Silvia SeligsonRodolfo Stavenhagen (Colmex)
≈
“Levantemos la mirada fuera de las fronteras de México para captar y analizar los nuevos desafíos que enfrentamos en la era de la globalización”.
Lourdes Arizpe
“ […] el pluralismo cultural constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural. Inseparable de un contexto democrático, el pluralismo cultural es propicio a los intercambios culturales y al desarrollo de las capacidades creadoras que alimentan la vida pública.”
“La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana.”
Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural
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Imperio Otomano, lecciones sobre Libiapor Robert Fisk
Entre la furia del despertar árabe –para no mencionar nuestra propia crisis
en torno a Libia, que se profundiza–, la vieja Constantinopla es una tónica,
un recordatorio entre alminares y agua, palacios, museos, librerías, un viejo
parlamento y un millar de pescaderías, que ésta fue en verdad la única capital
unida que los árabes tuvieron jamás. Los sultanes llamaban a Beirut la joya de
la corona de los otomanos, pero dos días de caminar las calles de la moderna
Estambul –con decenas de miles de pasajeros abarrotando los viejos tranvías
en la calle Independencia– me hicieron entender por primera vez lo minúsculo
que era Líbano en el gran mapa otomano.
Tampoco se puede escapar de los otomanos. Allá en Taksim están las
grandiosas embajadas antiguas británica y estadunidense; debajo de ellas, los
grandes bancos de las potencias que se beneficiaron de las “capitulaciones”,
y el hotel Gran Bretaña con sus extravagantes candelabros, que fue efímero
hogar de Ataturk y Hemingway. De pronto me saca del ensueño una fotografía
de 1917, de dos soldados turcos otomanos. Están en el desierto –¿Palestina,
Siria, Arabia?– literalmente en harapos, con gorros como costales sobre
las caras atormentadas y los pantalones colgando hechos jirones sobre las
piernas. Resulta extraño ver uno de los primeros
aviones de hélice detrás de ellos. ¿Serían ésos los
adolescentes contra los que luchó Lawrence en
la revuelta árabe, precursora del tifón que ahora
engloba todo Medio Oriente?
En una librería cerca de la parada del tranvía
en Istiklal compré la Vida de Atarturk escrita por el
británico Andrew Mango hace más de diez años,
Historia
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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.
pero que conserva la frescura de la investigación original sobre el fundador de
la Turquía moderna. Sí, contiene las acostumbradas ambigüedades sobre las
masacres de armenios (“tema de acalorados debates”, claro), pero también
un recuento extraordinario de los principios de la carrera militar de Mustafá
Kemal, que cruzó furtivamente Alejandría para combatir al lado de los
rebeldes árabes contra Italia nada menos que en Libia. Y allí están los nombres
familiares: Tobruk, Bengasi, Zawiya.
Enver Pachá, figura mucho más oscura en la historia turca –nada más
pregunten a los armenios–, fue el comandante otomano en Cirenaica que
puso sitio a las fuerzas italianas en Bengasi y se dedicó a unir a las tribus
de los Senussi (sí, los mismos Senussi que esperan que ganemos su guerra
contra Kadafi) contra los italianos. Los Senussi, por cierto, fueron fundados
por un argelino llamado Muhammad Ibn Alí al-Senussi, quien se estableció en
Cirenaica en 1843. La historia de la tribu, que llega hasta el rey Idris (derrocado
por un tal coronel Kadafi en 1969), es descrita con agudeza cuando Mango
señala que “la solidaridad musulmana (en la guerra) era efectiva cuando se
complementaba con el interés propio y el instinto de autodefensa”.
Hay otros párrafos que podrían ser leídos por los David Cameron
de este mundo. En una línea espléndida Mango explica que “había que
mostrar a los árabes que el Estado otomano regenerado era capaz de
defenderlos”, en tanto el propio Mustafá Kemal dice de la campaña en
Libia: “en ese tiempo, me di cuenta de que era inútil”. Ciento ochenta
otomanos y 8 mil árabes pudieron rodear a 15 mil italianos, pero “los
guerreros tribales árabes iban y venían según los movía el espíritu”. La
principal preocupación de los jeques, según descubrió Mustafá Kemal, era
ganar tanto dinero como fuera posible, y mientras más durara la guerra,
más dinero se podían meter a la bolsa.
En algún momento Enver Pachá envió a un amigo del futuro Ataturk a
un oasis de los Senussi (Calo). Más tarde el amigo escribió: “En ese bendito
lugar no se permite salir ni a las niñas de tres años. Las mujeres viven y mueren
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donde nacieron. Tal es la costumbre local. Aunque en los campamentos
militares hay hombres y mujeres, no hemos podido ver el rostro de una
mujer en los tres meses pasados, pues todas están ocultas por pesados velos.
Vivimos como ascetas… Si salimos de aquí, nuestra próxima parada será sin
duda el paraíso”.
La historia da vuelcos extraños. El imperio otomano se alió con
Alemania tres años después –Ataturk se distinguió en Galípoli– y acabaría
derrumbándose cuando Alemania perdió la guerra. Y, sin embargo, ahora los
nietos y tataranietos de aquellos mismos turcos son vilipendiados en Alemania
por tener demasiados hijos, hablar poco alemán y sobrevivir con el seguro del
desempleo. Y el año pasado, la canciller Merkel afirmó que los esfuerzos por
construir una “sociedad multicultural” han fallado en Alemania, aseveración
apoyada por David Cameron, quien sabe tanto de migrantes turcos como de
historia libia.
Porque, en realidad, ésa es
una historia falsa. Alemania
nunca emprendió un expe-
rimento altruista de “mul-
ticulturalismo”. Los turcos
fueron allá a hacer los tra-
bajos que los alemanes no
querían. Los Gastarbeiter
fueron animados a ir a
Alemania a ofrecer mano de
obra barata, más que como
invitados de algún extraor-
dinario programa social de
mejoramiento intercultural,
del mismo modo en que los
primeros negros británicos
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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.
llegaron luego de la Segunda Guerra Mundial para ayudar a reconstruir Gran
Bretaña… no porque quisiéramos darles mejores hogares.
Ataturk, desde luego, quería que los turcos fueran europeos tanto como
Merkel y Cameron preferirían que todos los turcos se regresaran al imperio
otomano. Pero tal vez nuestros amos en Europa (Sarkozy tanto como Cameron)
harían bien en hojear una biografía de Ataturk en aquellos emocionantes días.
La guerra de los Balcanes obligó a los otomanos a abandonar Cirenaica y
aceptar la anexión italiana de Libia.
Enver Pachá se negó a aceptar ese hecho de la historia. Sostuvo que
era “peligroso” decir a los miembros de tribus árabes que la paz se había
“concluido”. Así pues, entregó a los Senussis a la sombría merced de los
italianos, cuyo régimen fascista posterior a la Primera Guerra los asolaría
durante dos décadas. Los paralelismos no son exactos, por supuesto. Pero
sería interesante saber –si Kadafi se sostiene como lapa en Libia– cómo vamos
a decirles a nuestros fieles “rebeldes” de Bengasi que la OTAN se ha quedado