EVALUACIÓN INICIAL LENGUA ........................................................................... 2 UNIDAD 1 LENGUA ................................................................................................... 4 UNIDAD 2 LENGUA ................................................................................................ 6 UNIDAD 3 LENGUA ................................................................................................... 8 UNIDAD 4LENGUA .................................................................................................. 10 UNIDAD 5 LENGUA ................................................................................................. 12 UNIDAD 6 LENGUA ................................................................................................ 14 UNIDAD 7 LENGUA ................................................................................................. 16 UNIDAD 8 LENGUA ................................................................................................. 18 UNIDAD 9 LENGUA ................................................................................................. 20 UNIDAD 10 LENGUA ............................................................................................... 22 UNIDAD 11 LENGUA .............................................................................................. 24 UNIDAD 12 LENGUA ............................................................................................... 26 UNIDAD 13 LENGUA ............................................................................................... 28 UNIDAD 14 LENGUA ............................................................................................... 30 EVALUACIÓN FINAL LENGUA ............................................................................ 32
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EVALUACIÓN INICIAL LENGUA ........................................................................... 2
UNIDAD 1 LENGUA ................................................................................................... 4
UNIDAD 2 LENGUA ................................................................................................ 6
UNIDAD 3 LENGUA ................................................................................................... 8
Una vez, el semáforo que hay en la plaza del Duomo de Milán hizo una rareza. De improviso, todas sus luces se tiñeron de azul y la gente no sabía a qué atenerse. [...]
Finalmente llegó un guardia y se situó en medio del cruce para dirigir el tráfico. Otro guardia buscó la cajita de los mandos para reparar la avería, y quitó la corriente.
El semáforo azul, antes de apagarse, tuvo tiempo de pensar: “¡Pobrecitos! Les había dado la señal de 'vía libre' para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizás les ha faltado valor”.
Gianni Rodari, Cuentos por teléfono. Ed. Juventud.
Un día que yo estaba en casa de mi tía Charlotte, como todos los días en que mis padres tenían que salir de viaje a causa de su trabajo, algo me dijo (sería tal vez un duende travieso) que aquel día no sería del todo normal.
Era un mediodía precioso; los árboles bailaban, los pajarillos silbaban y el sol resplandecía.
Mis tíos y yo estábamos comiendo alegremente un exquisito cocido cuando, de repente, mientras me echaba agua en los vasos ¡caí dentro de la jarra!
Mi tía Charlotte se puso histérica, lloraba a gritos y mi tío se desmayó; y allí estaba yo, chiquitita, chiquitita, sin comprender nada y ¡dentro de una jarra de agua!
Eva Myriam Ladhari, Cuentos de miel y cebolla. Ed. Alfasur.
11 ¿Por qué estaba la protagonista en casa de su tía?
En una extensa zona del suroeste norteamericano, en torno a los ríos Grande y Colorado, vivió errante, señoreando la tierra, un pueblo singular. Su nombre procede de la palabra zuñi (dialecto azteca) apachu: enemigo. [...]
Vivieron de la recolección y del cultivo del maíz y otras plantas, pero sobre todo de la pesca y de la caza del búfalo, cuya piel utilizaban para el vestido y para elaborar sus tiendas. [...]
Repartían el producto de su caza y su trabajo con el resto del poblado, pues una de las obligaciones era no permitir que nadie se quedara sin comer. No tenían el sentido de lo privado: todo era de todos.
Fueron una nación basada en la importancia de la familia y reverenciaban a los ancianos.
Pancracio Celdrán, Me lo sé todo de la gente del mundo. Ed. Altea.
Érase una vez una terrible giganta de nombre Griselda, que coleccionaba príncipes guapos. Los robaba de sus castillos y los arrancaba de sus caballos. Los metía dentro de su enorme bolso de mano y los arrastraba hasta su castillo, situado en la cumbre de una montaña.
Algunos príncipes compraron perros que mordían. Los había que hacían que cien caballeros vigilaran su castillo; otros se disfrazaban como campesinos pobres, pero Griselda los atrapaba a todos.
En su castillo la giganta tenía una casa de muñecas con muchas pequeñas habitaciones. Allí dentro colocaba a los príncipes. Los más guapos conseguían las habitaciones más grandes y a los más inteligentes Griselda los utilizaba como piezas de ajedrez. Ella les cocinaba platos deliciosos y les tocaba el laúd, pero no podían abandonar la casa de muñecas hasta que dejaran de gustarle a la giganta...
Cornelia Funke, Cornelia Funke cuenta cuentos (sobre devoralibros, fantasmas de desvanes y otros héroes). Ed. Edaf.
La guarida de Zarpalanas olía a lombrices y a ciempiés, como todas las guaridas de todos los monstruos de tierra. Sin embargo, el suelo estaba acolchado con jerséis humanos y por los rincones había montones de objetos humanos que Zarpalanas había ido acumulando.
Zarpalanas tenía unos vecinos, Mofetudo y Dientizón, que ponían mala cara cada vez que iban a visitarlo.
—¡Puuuaaaaaaj! —protestaba Mofetudo siempre que asomaba su greñuda cabeza a la guarida de Zarpalanas—. ¡Aquí huele que apesta! —Y luego se tapaba la narizota con al menos dos de sus cuatro zarpas.
Dientizón solía farfullar cualquier cosa sobre las porquerías de los humanos antes de volver corriendo a su guarida. Allí olía a cientos de cochinillas: un aroma delicioso...
Cornelia Funke, Zarpalanas, la mejor mascota. Ediciones B.
51 ¿Qué tenía en común la guarida de Zarpalanas con las de los otros
Tiene un tremendo soplido. Es una fuerza espantosa la que sale o por su boca. o o Vuela la casa de paja. o Vuela la casa de palo. i b Vuelan los tres cerditos. s cr Vuelan l le que e a s tr a s
Gloria Sánchez, en Letras para armar poemas, Selección y prólogo Ana Pelegrín. Ed. Alfaguara.
¡Vaya palabrita! Significa que un lugar se está convirtiendo en un desierto, pero no de forma natural.
Cuando en un sitio hay plantas, el suelo se encuentra protegido, porque las raíces evitan que la tierra sea arrastrada por la lluvia. Como las hojas dan sombra, el sol no seca la tierra.
Pero si se cortan los árboles, se arrancan las plantas y no se vuelven a plantar otras, la tierra se queda desnuda. Cuando llueve, la arena y las piedras pequeñas son arrastradas por el agua, y cuando hace sol la tierra se seca tanto que se rompe como si fuera un puzle. Al final solo quedan rocas, donde las plantas y los árboles no pueden crecer.
Félix Moreno, Juan Ignacio Medina, ¡Cuidado con los desastres naturales! Ed. SM.
71 Explica qué significa la palabra desertificación.
Parsifal Dedosnegros era el más grande inventor de todos los tiempos. Había inventado una máquina cuentanubes, una cremallera para armaduras de caballeros, un aerosol antidragones y un maravilloso crecepelo al que debía su gigantesco bigote.
Por tanto, su siguiente invento debería ser el más grande: ¡Fabricaría oro! Y con eso podría al fin comprar una estufa, ya que en su castillo hacía un frío terrible, incluso en verano. Flores de diente de león. ¡Ese era todo el secreto! Por suerte nadie más lo sabía. Flores de diente de león, mantequilla...; y lamento no poder desvelar el resto.
Cornelia Funke, Cornelia Funke cuenta cuentos (sobre devoralibros, fantasmas de desvanes y otros héroes). Ed. Edaf.
81 Explica para qué sirve uno de los inventos de Parsifal Dedosnegros.
Los yao, que viven a orillas del lago Malawi, aseguran que, cuando el mundo estaba recién creado, todas las aves eran blancas. Con el tiempo, se fueron cansando de esta uniformidad y rogaron al gran dios Mulungu que les diera colores brillantes como los de las flores. Mulungu accedió a ayudarles.
Todas las aves formaron en semicírculos frente a Mulungu, que se sentaba en su silla como un jefe yao cuando administra justicia, dispuesto a pintarlas a todas con unos cacharros de pintura que tenía a sus pies.
Los pájaros tenían que esperar turno pacientemente. Cuando Mulungu los iba llamando, se subían a sus rodillas y él escogía los colores, los pintaba y los dejaba marchar.
Jan Knappert, Reyes, dioses y espíritus de la mitología africana. Ed. Anaya.
91 ¿Cómo eran todas las aves al principio, según la leyenda?
Los transportes públicos emplean más racionalmente el combustible y la energía. Si observas detenidamente el tráfico en las calles, comprobarás que en la mayoría de los coches solo viaja una persona. Sin embargo, en los autobuses, en el metro, en los tranvías y trenes viajan muchas más. Los transportes públicos, al igual que los coches, también necesitan carreteras o raíles y contaminan el aire. Pero si con ellos circulan menos coches, el daño es considerablemente menor. Además, viajar en transporte público es más barato que con el coche propio. Pregunta a un propietario de un coche cuánto le cuesta mantenerlo... [...]
Una mejor oferta de transportes públicos reduciría el ruido, contribuiría a la limpieza del aire y disminuiría el número de accidentes de coches. Menos coches significa mayor seguridad para peatones y ciclistas, para las personas mayores y para los niños.
Debbie Silver, Bernadette Vallely, Lo que tú puedes hacer para salvar la Tierra. Ed. Lóguez.
Escribe los nombres de transportes públicos de la lectura.
—El Sr. Pérez, el fontanero. Lo siento, ha sido un malentendido. Yo venía a arreglar los grifos del lavabo.
Del teatro llegaban gritos y voces.
—¡Que salga, que salga!
—Otra, otra, otra, otra.
El fontanero salió con la llave inglesa, la levantó y destrozó lo que quedaba de piano. Al día siguiente todos los periódicos de Londres se hacían eco del éxito del músico Proppof.
“Genial concierto de las nueve sinfonías. El pianista destrozó un piano en una clamorosa interpretación de Beethoven”.
Juan Muñoz, «Proppof» En Compañeros de sueños. Varios autores. Ed. SM.
¿A quién confunden en el auditorio con un famoso pianista?
Los egipcios se adornaban con joyas que creían que les protegían de todo peligro y, particularmente, de la mala suerte. Los collares más sencillos estaban compuestos de un cordón con una pequeña concha. Los más ricos lucían joyas decoradas con piedras preciosas (lapislázuli, turquesa, amatista...), marfil, plata o perlas de pasta de vidrio. Los orfebres fabricaban sortijas, brazaletes, anillos...”.
Émilie Beaumont, Philippe Simon, Marie-Laure Bouet, El Egipto Antiguo. Ed. Panini.
Explica qué función creían los antiguos egipcios que tenían sus joyas.
Hace muchos, muchos años, vivía en un país muy lejano un rico y poderoso sultán. Y cada año que pasaba era más rico y más poderoso, pues entre sus súbditos existía la costumbre (que, por cierto, había sido inventada por el propio sultán) de hacerle regalos muy caros para su cumpleaños. Además, cada año tenía dos cumpleaños, lo cual también fue idea suya.
Un año, en el segundo cumpleaños del sultán, un mar de personas se dirigían hacia el palacio cargados con regalos: joyas, túnicas y pieles (especias no, pues el sultán tenía úlcera). Resulta que ese mismo día a un vendedor de alfombras procedente de otro reino se le ocurrió también ir al palacio con la esperanza de vender alguna alfombra. Los guardias, pensando que se trataba de un súbdito que traía otro regalo, lo llevaron rápidamente al salón del trono.
A.J. Jacobs, Cuentos de hadas retorcidos. Ed. Sirio.
Úlcera: herida en el estómago.
¿Por qué dos razones, principalmente, era tan rico el sultán del cuento?
Lo que más me gustó de mi nueva casa fue la de enfrente: un viejo caserón de madera rodeado por una tapia por la que asomaban las copas de un sinfín de árboles: olmos, tejos y algún que otro sauce.
Tanto el viejo caserón como la tapia, así como las copas de los árboles presentaban un aspecto de total abandono, por lo que supuse que o bien la casa estaba deshabitada o bien la habitaba un fantasma. Naturalmente, prefería esta última posibilidad, puesto que siempre había deseado vivir cerca de una casa encantada, así que pasé el resto de la tarde observando aquella vivienda desde mi ventana. Y si no me quedé toda la noche en vela vigilando, fue porque mi madre se encargó de recordarme que estábamos en plena mudanza y que aún nos quedaba mucho trabajo por hacer.
Emilio Calderón, El fantasma de cera. Ed. Anaya.
¿Qué le había gustado a la chica del lugar en que había ido a vivir?