SEGUNDA PARTESIMBAD EL MARINO
Captulo primero Fascinacin
El sol haba recorrido ya la tercera parte de su carrera y sus
ardientes rayos quebrbanse en las rocas, que parecan sentir su
calor. Miles de cigarras ocultas entre el ramaje producan su
montono chirrido; las hojas de los mirtos y de los acebuches se
mecan temblorosas, produciendo un sonido casi metlico. Cada paso
que daba Edmundo en la roca calcinada ahuyentaba una turba de
lagartos, verdes como la esmeralda; las cabras salvajes, que atraen
tal vez cazadores a Montecristo, se vean a lo lejos saltar por los
despeaderos; la isla, en resumen, estaba habitada y viva, y Dants
sin embargo se senta solo bajo la mano de Dios.Senta una extraa
emocin, muy parecida al miedo: era esa desconfianza que inspira la
luz del da, hacindonos creer, aun en medio del desierto, que nos
miran atentamente unos ojos escrutadores.Era tan fuerte esta
emocin, que al ir a emprender Edmundo su tarea, solt la azada, cogi
su fusil y subi por ltima vez a la roca ms elevada de la isla, para
examinar con nuevo cuidado sus contornos.Pero lo que ms le llam su
atencin no fue ni la potica Crcega, ni esa Cerdea, casi
desconocida, que a continuacin la sigue, ni la isla de Elba, con
sus grandes recuerdos, ni aquella lnea imperceptible, en fin, que
se distribua en el horizonte, y que al ojo experto de un marinero
hubiera revelado la soberbia Gnova y la comercial Liorna. No, lo
que llam la atencin de Dants fue el bergantn que haba salido de
Montecristo al amanecer, y la tartana que acababa de hacerse a la
mar:El bergantn estaba a punto de perderse de vista en el estrecho
de Bonifacio; la tartana, con opuesto rumbo, costeaba la isla de
Crcega, que se dispona a doblar.Edmundo se tranquiliz, volvindose
para contemplar los objetos que ms de cerca le rodeaban, vise en el
punto ms elevado de la isla cnica, estatua puntiaguda de aquel
inmenso zcalo, ni un hombre, ni una barca en torno suyo, nada ms
que el mar azulado que bata la base de la isla, adornndola con un
cinturn de plata.Entonces baj con paso rpido, aunque precavido. En
tal ocasin tema que le sucediera un accidente como el que con tanta
habilidad haba fingido.Como hemos dicho, Dants haba retrocedido en
el camino indicado por las seales hechas en las rocas, y haba visto
que este camino guiaba a una especie de ancn oculto como el bao de
una ninfa de la antigedad. La entrada era bastante ancha, y por el
centro tena bastante profundidad para que pudiese anclar en l un
pequeo buque de guerra y permanecer oculto. De este modo, siguiendo
el hilo de las inducciones, ese hilo, que en manos del abate Faria
era un gua tan seguro y tan ingenioso en el ddalo de las
probabilidades, se le ocurri que el cardenal Spada, convinindole no
ser visto, haba abordado a este ancn, y ocultando all su barco haba
tomado luego el camino que las seales indicaban, para esconder su
tesoro en el extremo de esa lnea. Esta suposicin era la que llevaba
a Dants junto a la roca circular. Solamente una cosa le inquietaba,
por ser opuesta a sus conocimientos sobre dinmica. Cmo haban
podido, sin emplear fuerzas considerables, levantar aquella enorme
roca? De repente se le ocurri una idea.-En vez de subirla-dijo-, la
habrn hecho bajar.Y acto seguido trep por encima del peasco, en
busca del sitio que antes ocupara.En efecto, pronto repar en una
leve pendiente, hecha sin duda alguna intencionadamente. La roca
haba cado de su base al sitio que ahora ocupaba; otra piedra, del
tamao comn a las que suelen emplearse en las paredes, le haba
servido de cala, y pedruscos y pedernales aqu y all sembrados
cuidadosamente ocultaban toda solucin de continuidad, habiendo
sembrado en las inmediaciones hierbas y musgo, de manera que
entrelazndose con los mirtos y los lentiscos, pareca la nueva roca
nacida en aquel mismo lugar. Dants arranc con precaucin algunos
terrones y crey descubrir, o descubri efectivamente, todo este
magnfico artificio. Y se puso inmediatamente a destruir con su
azada esta pared intermediaria, endurecida por el tiempo.Al cabo de
diez minutos de estar trabajando, la pared se desmoron, abrindose
un agujero en que caba el brazo. Corri en seguida Edmundo a cortar
el olivo ms grueso de los alrededores, y despojndole de las ramas,
lo introdujo a guisa de palanca por el agujero. Pero la pea era
bastante grande y estaba lo suficientemente adherida a su cimiento
artificial, para que la pudiesen arrancar fuerzas humanas, ni aun
las del mismo Hrcules. Entonces reflexion Dants que lo que haba que
hacer era destruir este cimiento, pero cmo? Tendi los ojos en torno
suyo, con aire perplejo, y repar en el cuerno de oveja griega que,
lleno de plvora, le haba dejado su amigo Jacobo. Una sonrisa vag
por sus labios. La invencin infernal iba a producir su efecto.Con
ayuda de la azada abri Dants entre el peasco y su base un conducto,
como suelen hacer los mineros cuando quieren ahorrarse un trabajo
demasiado grande, lo llen de plvora hasta arriba, y luego,
deshilachando su pauelo y mojndolo en salitre, hizo una mecha de l.
Luego lo encendi y en seguida se apart de all. La explosin no se
hizo esperar, la roca vacil, conmovida por aquel impulso
incalculable, y la base vol hecha aicos. Por el agujero que antes
hizo Dants sali atropellndose una multitud de amedrentados
insectos, y una serpiente enorme, guardin de aquel misterioso
sendero se desliz entre el musgo y desapareci.Acercse Dants; la
roca, ya sin cimiento, se inclinaba sobre el abismo. Dio la vuelta
el intrpido joven, eligi el punto menos firme e introduciendo su
palanca de madera entre el suelo y la roca se apoy con todas sus
fuerzas, semejante a Ssifo.Vacil la roca con el empuje, y redobl
Dants su impulso. Cualquiera le habra tomado en aquellos momentos
por uno de los Titanes que arrancaban las montaas de cuajo para
hacer la guerra a Jpiter. Al fin cedi la roca, y ora rodando, ora
rebotando, fue a sepultarse en el mar.Dejaba descubierta una
hondonada circular, en que brillaba una argolla de hierro en medio
de una baldosa cuadrada.Edmundo profiri un grito de admiracin y
alegra. Ninguna primera tentativa se vio jams coronada de resultado
tan grande e inmediato.Quiso proseguir su obra, pero le temblaban
las piernas de tal modo, y le lata el corazn tan fuertemente, y pas
tal nube por sus ojos, que se vio obligado a contenerse.Esta
vacilacin dur, sin embargo, poqusimo. Pas Edmundo su palanca por la
argolla y abrise con poco trabajo la baldosa, descubriendo una
especie de escalera, que se perda en una gruta, a cada escaln ms
oscura.Otro que no fuera l, hubiese bajado en seguida, lanzando
gritos de alegra, pero Dants se detuvo, palideci y dud.-Ea, hay que
ser hombre -dijo- Acostumbrado a la adversidad, no nos dejemos
abatir por un desengao. Si no para eso, para qu he sufrido tanto?
Si el corazn padece es porque, dilatado en demasa al fuego de la
esperanza, entra a ver cara a cara el hielo de la realidad. Faria
so. Nada ha guardado en esta gruta el cardenal Spada. Tal vez jams
vino a ella, o si vino, Csar Borgia, el aventurero intrpido, el
ladrn infatigable y sombro, vino tambin tras l, descubri su huella
y las mismas seales que he descubierto yo, levant la roca como yo
la he levantado, y no dej nada, absolutamente nada al que vena
detrs de l.Inmvil, pensativo, con la mirada fija en el lgubre
agujero, permaneci un instante.-Ahora que ya no cuento con nada,
ahora que ya me he dicho a m mismo que toda esperanza sera vana, el
proseguir esta aventura excita solamente mi curiosidad...Y volvi a
quedar inmvil y meditabundo.-S, s; es una aventura digna de figurar
en la vida de aquel regio ladrn, mezcla heterognea de sombra y de
luz en el caos de sucesos extraos que componen el tejido de su
existencia. Este suceso fabuloso ha debido encadenarse
insensiblemente a los dems. S, Borgia ha venido aqu una noche, con
una antorcha en una mano y la espada en la otra, mientras a veinte
pasos de l, quiz junto a esta roca, dos esbirros amenazadores
espiaban la tierra, el aire y el mar, mientras su dueo entraba,
como voy a entrar yo, ahuyentando las tinieblas con agitar la
antorcha en su temible brazo.-S, pero qu habra hecho Csar Borgia
con los esbirros que conociesen su secreto? -se pregunt Dants a s
mismo.-Lo que hicieron con los enterradores de Alarico -se
respondi-, que los enterraron con el enterrado.-Sin embargo
-prosigui Dants-, en caso de haber venido se habra contentado con
apoderarse del tesoro. Borgia, el hombre que comparaba la Italia a
una alcachofa que se iba comiendo hoja por hoja, saba muy bien
cunto vale el tiempo, para haber perdido el suyo volviendo a
colocar la roca sobre su base. Bajemos.Y baj con la sonrisa de la
duda en los labios, murmurando estas ltimas palabras de la humana
sabidura:-Quin sabe?Pero en vez de las tinieblas que crea
encontrar, en vez de una atmsfera opaca y enrarecida, hall Dants
una luz suave, azulada. Ella y el aire penetraban no solamente por
el agujero que l acababa de abrir, sino tambin por hendiduras
imperceptibles de las rocas, a travs de las cuales se vea el cielo
y las ramas juguetonas de las verdes encinas.A los pocos momentos
de su permanencia en esta gruta, cuyo ambiente, ms bien templado
que hmedo, antes aromtico que nauseabundo, era a la temperatura de
la isla lo que el resplandor al sol. A los pocos instantes, Dants,
que estaba acostumbrado a la oscuridad, como ya hemos dicho, pudo
reconocer hasta los ms ocultos rincones. La gruta era de granito,
cuyas facetas relucan como diamantes.-.Ay! -dijo sonrindose al
verlas-. Estos son seguramente los tesoros que ha dejado el
cardenal; y el buen abate, que vea en sueos las paredes
resplandecientes, se aliment de quimeras.Mas no por esto dejaba de
recordar el testamento, que saba de memoria: En el ngulo ms lejano
de la segunda gruta, deca. Dants slo haba penetrado en la primera;
era pues necesario buscar la entrada de la segunda.Empez a
orientarse. La segunda gruta deba internarse en la isla. Examinando
la capa de las piedras, psose a dar golpes en una de las paredes,
donde le pareci que deba de estar la abertura, cubierta para mayor
precaucin. La azada reson un instante, y este sonido hizo que la
frente de Edmundo se baara en sudor. Al fin parecile que una parte
de la grantica pared produca un eco ms sordo y ms profundo. Aproxim
sus ojos febriles y con ese tacto del preso, pudo adivinar lo que
nadie quizs hubiera conocido: que all deba de haber una abertura.No
obstante, para no trabajar en balde, Dants, que como Csar Borgia,
conoca el valor del tiempo, golpe con su azada las otras paredes, y
el suelo con la culata de su fusil, psose a cavar en los sitios que
le infundan sospechas y viendo en fin que nada sacaba en limpio,
volvi a la pared que sonaba un tanto hueca. De nuevo, y ms
fuertemente, volvi a golpear. Entonces vio una cosa extraa, y es
que a los golpes de la azada se despegaba y caa en menudos pedazos
una especie de barniz, semejante al que se pone en las paredes para
pintar al fresco, dejando al descubierto las piedras blanquecinas,
que no eran de mayor tamao que el comn. La entrada, pues, estaba
tapiada con piedras de otra clase, que luego se haban cubierto con
una capa de este barniz, imitando el color de las dems paredes.Con
esto volvi Dants a dar golpes, pero con el pico de la azada, que se
introdujo bastante en la pared. All estaba, indudablemente, la
entrada. Por un extrao misterio de la organizacin humana, cuando ms
pruebas tena Dants de que Faria le haba dicho la verdad, ms y ms su
corazn desfalleca, y ms y ms le dominaban el desaliento y la duda.
Este xito, que debi de conferirle nuevas energas, le quit las que
le quedaban. Se escap la herramienta de sus manos, dejla en el
suelo, se limpi la frente y sali de la gruta dndose a s mismo el
pretexto de ver si le espiaba alguien, pero en realidad porque
necesitaba aire, porque conoca que se iba a desmayar.La isla estaba
desierta. El sol, en su cenit, la abarcaba toda con sus miradas de
fuego. Las olas juguetonas parecan barquillas de zafiroNo haba
comido nada en todo el da, pero en aquel momento no pensaba en
comer. Tom algunos tragos de ron y volvi a la gruta ms tranquilo.La
azada, que le pareca tan pesada, antojsele entonces una pluma y
prosigui su tarea.A los primeros golpes advirti que las piedras no
estaban encaladas, sino sobrepuestas, y luego enjalbegadas con el
barniz consabido. Introdujo la punta de la azada entre dos piedras,
se apoy en el mango y vio lleno de jbilo rodar la piedra, como si
tuviera goznes a sus pies. A partir de aquel momento ya no tuvo que
hacer otra cosa sino ir sacando con la azada piedra a piedra. Por
el espacio que dej la primera hubiera podido Edmundo introducir su
cuerpo, pero dando tregua a la realidad por algunos instantes,
conservaba la esperanza. Finalmente, tras una momentnea
perplejidad, atrevise a pasar a la segunda gruta. Era sta ms baja,
ms oscura y de peor aspecto que la primera. No recibiendo aire sino
por el agujero que acababa de practicar Edmundo, estaba su atmsfera
impregnada de los gases mefticos que extra no hallar en la primera.
Para entrar en ella tuvo que dar tiempo a que el aire del exterior
renovase aquel ambiente malsano. A la derecha del portillo haba un
ngulo oscursimo y profundo.Ya hemos dicho, empero, que para los
ojos de Dants no haba tinieblas. Al primer golpe de vista conoci
que la segunda gruta estaba vaca como la primera. El tesoro, si es
que lo contena, estaba enterrado en aquel rincn oscuro. Haba
llegado la hora de zozobra; dos pies de tierra, algunos golpes de
azada, era lo que separaba a Dants de su mayor alegra o de su mayor
desesperacin. Acercse al ngulo, y como si tomara una determinacin
repentina, se puso a cavar desaforadamente. Al quinto o sexto
golpe, el hierro de la azada reson como si diera contra un objeto
tambin de hierro.Nunca el toque de rebato, ni el lgubre doblar de
las campanas causaron mayor impresin en el que los oye. Aunque
Dants hubiera encontrado vaco el lugar de su tesoro, no habra
palidecido ms intensamente. Psose a cavar a un lado de su primera
excavacin, y hall la misma resistencia, aunque no el mismo
sonido.-Es un arca forrada de hierro -exclam.En este momento, una
rpida sombra cruz interceptando la luz que entraba por la abertura.
Tir Edmundo su azada, cogi su fusil, y lanzse afuera. Una cabra
salvaje haba saltado por la primera entrada de las grutas y
triscaba a pocos pasos de all.Buena ocasin era aqulla de procurarse
alimento, pero Edmundo temi que el disparo llamase la atencin de
alguien. Reflexion un momento, y cortando la rama de un rbol
resinoso, fue a encenderla en el fuego humeante an donde los
contrabandistas haban guisado su almuerzo, y volvi con aquella
antorcha encendida. No quera dejar de ver ninguna cosa de las que
le esperaban.Con acercar la luz al hoyo, pudo convencerse de que no
se haba equivocado. Sus golpes dieron alternativamente en hierro y
en madera. Ahond en seguida por los lados unos tres pies de ancho y
dos de largo, y al fin logr distinguir claramente un arca de madera
de encina, guarnecida de hierro cincelado. En medio de la tapa, en
una lmina de plata que la tierra no haba podido oxidar, brillaban
las armas de la familia Spada, es decir, una espada en posicin
vertical en un escudo redondo como todos los de Italia, coronado
por un capelo.Dants lo reconoci muy fcilmente. Tanta era la
minuciosidad con que se lo haba descrito el abate Faria! No caba la
menor duda, el tesoro estaba all seguramente. No se hubieran tomado
tantas precauciones para nada.En un momento arranc la tierra de uno
y otro lado, lo que le permiti ver aparecer primero la cerradura de
en medio, situada entre dos candados y las asas de los lados, todo
primorosamente cincelado. Cogi Dants el arcn por las asas, y trat
de levantarlo, mas era imposible. Luego pens abrirlo, pero la
cerradura y los candados estaban cerrados de tal manera que no
pareca sino que guardianes fidelsimos se negaran a entregar su
tesoro.Introdujo la punta de la azada en las rendijas de la tapa, y
apoyndose en el mango la hizo saltar con grande chirrido. Rompise
tambin la madera de los lados, con lo que fueron intiles las
cerraduras, que tambin saltaron a su vez, aunque no sin que los
goznes se resistieran a desclavarse.El arca se abri. Estaba
dividida en tres compartimientos.En el primero brillaban escudos de
dorados reflejos. En el segundo, barras casi en bruto, colocadas
simtricamente, que no tenan de oro sino el peso y el valor. El
tercer compartimiento, por ltimo, slo estaba medio lleno de
diamantes, perlas y rubes, que al cogerlos Edmundo febrilmente a
puados, caan como una cascada deslumbradora, y chocaban unos con
otros con un ruido como el de granizo al chocar en los
cristales.Harto de palpar y enterrar sus manos en el oro y en las
joyas, levantse y ech a correr por las grutas, exaltado, como un
hombre que est a punto de volverse loco. Salt una roca, desde donde
poda distinguir el mar, pero a nadie vio. Encontrbase solo,
enteramente solo con aquellas riquezas incalculables, inverosmiles,
fabulosas, que ya le pertenecan. Solamente de quien no estaba
seguro era de s mismo. Era vctima de un sueo, o luchaba cuerpo a
cuerpo con la realidad? Necesitaba volver a deleitarse con su
tesoro, y, sin embargo, comprenda que le iban a faltar las fuerzas.
Apretse un instante la cabeza con las manos, como para impedir a la
razn que se le escapara, y luego se puso a correr por toda la isla,
sin seguir, no dir camino, que no lo hay en Montecristo, sino lnea
recta, espantando a las cabras salvajes y a las aves marinas, con
sus gestos y sus exclamaciones. Al fin, dando un rodeo, volvi al
mismo sitio, y aunque todava vacilante, se lanz de la primera a la
segunda gruta, hallndose frente a frente con aquella mina de oro y
de diamantes.Cay de rodillas, apretando con sus manos convulsivas
su corazn, que saltaba, y murmurando una oracin, inteligible slo
para el cielo. Esto hizo que se sintiese ms tranquilo y ms feliz,
porque empez a creer en su felicidad.Acto seguido, se puso a contar
su fortuna. Haba mil barras de oro, y su peso como de dos a tres
libras cada una. Hizo luego un montn de veinticinco mil escudos de
oro, con el busto del Papa Alejandro VI y sus predecesores; cada
uno poda valer ochenta francos de la actual moneda francesa. Y el
departamento en que estaban no qued, sin embargo, sino medio vaco.
Finalmente, cont diez puados de sus dos manos juntas de pedrera y
diamantes, que montados por los mejores plateros de aquella poca
posean un valor artstico casi igual a su valor
intrnseco.Entretanto, el sol iba acercndose a su ocaso, por lo que
temiendo Dants ser sorprendido en las grutas durante la noche, cogi
su fusil y sali al aire libre. Un pedazo de galleta y algunos
tragos de vino fueron su cena. Despus coloc la baldosa en su sitio,
se acost encima de ella y durmi, aunque pocas horas, cubriendo con
su cuerpo la entrada de la gruta. Esta noche fue deliciosa y
terrible al mismo tiempo, como las que haba pasado ya dos o tres en
su vida.
Captulo segundo El desconocido
Al fin amaneci. Haca muchas horas que Dants esperaba el da con
los ojos abiertos. A los primeros rayos de la aurora se incorpor, y
subiendo como el da anterior a la roca ms elevada a espiar las
cercanas, pudo convencerse de que la isla estaba desierta.Levant
entonces la baldosa que cubra su gruta, llen sus bolsillos de
piedras preciosas, volvi a componer el arca lo mejor que pudo,
cubrindola con tierra, que apison bien, le ech encima una capa de
arena, para que lo removido se igualase al resto del suelo, y sali
de la gruta volviendo a colocar la baldosa y cubrindola de piedras
de tamaos diferentes. Rellen de tierra las junturas, plant en ellas
malezas y mirtos y las reg para que pareciesen nacidas all, borr
las huellas de sus pasos, impresas en todo aquel circuito, y esper
con impaciencia la vuelta de sus compaeros.Efectivamente; no era
cosa de permanecer en Montecristo guardando como un dragn de la
mitologa, sus intiles tesoros. Tratbase de volver a la vida y a la
sociedad, recobrar entre los hombres el rango, la influencia y el
poder que da en este mundo el oro; el oro, la mayor y la ms grande
de las fuerzas de que la criatura humana puede disponer.Los
contrabandistas volvieron al sexto da y, desde lejos reconoci Dants
por su porte y por su marcha aLa Joven Amelia.Acercse a la orilla
arrastrndose, como Filoctetes herido, y cuando desembarcaron sus
compaeros les anunci con voz quejumbrosa que estaba algo mejor.A su
vez los marineros le dieron cuenta de su expedicin. Haban salido
bien, es verdad, pero apenas desembarcado el cargamento, tuvieron
aviso de que un bric guardacostas de Toln acababa de salir del
puerto y se diriga hacia ellos. Entonces se pusieron en fuga a toda
vela, echando muy de menos a Dants, que saba hacer volar a la
tartana. En efecto, bien pronto divisaron al guardacostas que les
daba caza, pero con ayuda de la noche, doblando el cabo de Crcega,
consiguieron eludir su persecucin.En suma, el viaje no haba sido
malo del todo y los camaradas, en particular Jacobo, lamentaban que
Dants no hubiera ido, con lo cual tendra su parte en las ganancias,
que eran nada menos que cincuenta piastras.Edmundo los escuchaba
impasible. Ni una sonrisa le arranc siquiera la enumeracin de las
ventajas que le hubiera reportado el dejar a Montecristo, y comoLa
Joven Ameliaslo haba venido a buscarle, aquella misma tarde volvi a
embarcar para Liorna.Al llegar a Liorna fue en busca de un judo, y
le vendi cuatro de sus diamantes ms pequeos, por cinco mil francos
cada uno. El mercader hubiera debido informarse de cmo un marinero
poda poseer semejantes alhajas, pero se guard muy bien de hacerlo,
puesto que ganaba mil francos en cada una.Al da siguiente, compr
una barca nueva, y disela a Jacobo con cien piastras, a fin de que
pudiese tripularla, con encargo de ir a Marsella a averiguar qu
haba sido de un anciano llamado Luis Dants, que viva en las
alamedas de Meillan, y de una joven llamada Mercedes, que viva en
los Catalanes.Jacobo crey que soaba, y entonces Edmundo le cont que
se haba hecho marino por una calaverada y porque su familia le
negaba hasta lo necesario para su manutencin, pero que a su llegada
a Liorna se haba enterado de la muerte de un to suyo, que le dejaba
por nico heredero. La cultura de Dants daba a este cuento tal
verosimilitud, que Jacobo no tuvo duda alguna de que deca la verdad
su antiguo compaero.Adems, como haba terminado ya el perodo de
enrolamiento de Edmundo conLaJoven Amelia, despidise del patrn, que
hizo muchos esfuerzos por retenerle, pero que habiendo sabido, como
Jacobo, la historia de la herencia, renunci desde luego a la
esperanza de que su antiguo marinero alterara su resolucin.A la
maana siguiente, Jacobo emprendi su viaje a Marsella para
encontrarse con Edmundo en la isla de Montecristo. El mismo da
march Dants, sin decir adnde, habindose despedido de la tripulacin
deLa Joven Amelia, gratificndola esplndidamente, y del patrn,
ofrecindole que cualquier da tendra noticias de l. Edmundo se fue a
Gnova.Precisamente el da en que lleg estaba probndose en el puerto
un yate encargado por un ingls, que habiendo odo decir que los
genoveses eran los mejores armadores del Mediterrneo, quera tener
el suyo construido en Gnova. Lo haba ajustado en cuarenta mil
francos. Dants ofreci sesenta mil, bajo la condicin de tenerlo en
propiedad aquel mismo da. Como el ingls haba ido a dar una vuelta
por Suiza, para dar tiempo a que el barco se concluyera, y no deba
volver hasta dentro de tres o cuatro semanas, calcul el armador que
tendra tiempo de hacer otro.Edmundo llev al genovs a casa de un
judo, que conducindole a la trastienda le entreg sus sesenta mil
francos. El armador ofreci al joven sus servicios para organizar
una buena tripulacin, pero Dants le dio las gracias, dicindole que
tena la costumbre de navegar solo, y que lo nico que deseaba era
que en su camarote, a la cabecera de su cama, se hiciese un armario
oculto con tres departamentos o divisiones, secretas tambin.Dos
horas despus sala Edmundo del puerto de Gnova, admirado por una
muchedumbre curiosa, vida de conocer al caballero espaol que
acostumbraba navegar solo.Se luci Dants a las mil maravillas. Con
ayuda del timn, y sin necesidad de abandonarlo, hizo ejecutar a su
barco todas las evoluciones que quiso. No pareca sino que fuese el
yate un ser inteligente, siempre dispuesto a obedecer al menor
impulso, por lo que Dants se convenci de que los genoveses merecan
la reputacin que gozan de primeros constructores del mundo.Los
curiosos siguieron con los ojos la pequea embarcacin hasta que se
perdi de vista, y entonces empezaron a discutir adnde se dirigira.
Unos opinaron que a Crcega, otros que a la isla de Elba, apostaron
algunos que al frica, otros que a Espaa, y ninguno se acord de la
isla de Montecristo. No obstante, era a Montecristo adonde se
diriga Dants.Lleg en la tarde del segundo da. El barco, que era muy
velero, efectu el viaje en treinta y cinco horas. Dants haba
reconocido minuciosamente la costa, y en vez de desembarcar en el
puerto de costumbre, desembarc en el ancn que ya hemos descrito.La
isla estaba desierta. Nadie, al parecer, haba abordado a ella
despus de Edmundo, que encontr su tesoro tal como lo haba dejado.A
la maana siguiente toda su fortuna estaba ya a bordo, guardada en
las tres divisiones del armario secreto.Permaneci Dants ocho das,
haciendo maniobrar a su barco en tomo a la isla, y estudindolo como
un picador estudia un caballo. Todas sus buenas cualidades y todos
sus defectos le fueron ya conocidos, y determin aumentar las unas y
remediar los otros.Al octavo da vio Dants acercarse a la isla a
velas desplegadas un barquillo que era el de Jacobo. Hizo una seal
convenida, respondile el marinero y dos horas despus el barco
estaba junto al yate.Cada una de las preguntas del joven obtuvo una
respuesta bien triste. El viejo Dants haba muerto. Mercedes haba
desaparecido. Dants escuch ambas noticias con semblante tranquilo,
pero en el acto salt a tierra, prohibiendo que le siguiesen. Regres
al cabo de dos horas, ordenando que dos marineros de la tripulacin
de Jacobo pasasen a su yate para ayudarle, y les orden que hiciesen
rumbo a Marsella.La muerte de su padre la esperaba ya, pero qu le
habra sucedido a Mercedes?No poda Edmundo, sin divulgar su secreto,
comisionar a un agente para hacer indagaciones, y aun algunas de
las que estimaba necesarias, solamente l podra hacerlas. El espejo
le haba demostrado en Liorna que no era probable que nadie le
reconociera, y esto sin contar que tena a su disposicin todos los
medios de disfrazarse. Una maana, pues, el yate y la barca anclaron
en el puerto de Marsella, precisamente en el mismo sitio donde
aquella noche de fatal memoria embarcaron a Edmundo para el
castillo de If.No sin temor instintivo, Dants vio acercarse a un
gendarme en el barco de la sanidad, pero con la perfecta calma que
ya haba adquirido, le present un pasaporte ingls que haba comprado
en Liorna, y gracias a este salvoconducto extranjero, ms respetado
en Francia que el mismo francs, desembarc sin ninguna dificultad.Al
llegar a la Cannebire, la primera persona que vio Dants fue a uno
de los marineros delFaran,que habiendo servido bajo sus rdenes
pareca que se encontrase all para asegurarle del completo cambio
que haba sufrido. Acercse a l resueltamente, hacindole muchas
preguntas, a las que respondi sin hacer sospechar siquiera, ni por
sus palabras ni por su fisonoma, que recordase haber visto nunca
aquel desconocido.Dants le dio una moneda en agradecimiento de sus
buenos oficios, y un instante despus oy que corra tras l el
marinero. Dants volvi la cara.-Perdonad, caballero, pero sin duda
os habris equivocado, pues creyendo darme una pieza de cuarenta
sueldos, me habis dado un napolen doble.-En efecto, me equivoqu,
amigo mo --contest Edmundo--, pero como vuestra honradez merece
recompensa, tomad otro napolen, que os ruego aceptis para beber a
mi salud con vuestros camaradas.El marinero mir a Edmundo con tanto
asombro, que incluso se olvid de darle las gracias, y murmuraba al
verle alejarse:-Sin duda es algn nabab que viene de la India.Dants
prosigui su camino, oprimindosele el corazn a cada momento con
nuevas sensaciones. Todos los recuerdos de la infancia, recuerdos
indelebles en su memoria, renacan en cada calle, en cada plaza, en
cada barrio. Al final de la calle de Noailles, cuando pudo ver las
Alamedas de Meilln, sinti que sus piernas flaqueaban y poco le falt
para caer desvanecido entre las ruedas de un coche. Al fin lleg a
la casa de su padre. Las capuchinas y las aristoloquias haban
desaparecido de la ventana en donde la mano del pobre viejo las
haba plantado y regado con tanto afn.Permaneci algn tiempo
meditabundo, apoyado en un rbol, contemplando los ltimos pisos de
aquella humilde vivienda. Al fin se determin a dirigirse a la
puerta, traspuso el umbral, pregunt si haba algn cuarto desocupado,
y aunque suceda lo contrario, insisti de tal modo en ver el del
quinto piso, que el portero subi a pedir a las personas que lo
habitaban, de parte de un extranjero, permiso para visitar la
habitacin. Los inquilinos eran un joven y una joven que acababan de
casarse haca ocho das. Al verlos, exhal Dants un profundo
suspiro.Nada le recordaba el cuarto de su padre. Ni era el mismo el
papel de las paredes, ni existan tampoco aquellos muebles antiguos,
compaeros de la niez de Edmundo, presentes en su memoria con toda
exactitud. Slo eran las mismas... las paredes.Dants se volvi hacia
la cama, que estaba justamente en el mismo sitio que antes ocupaba
la de su padre. Sin querer sus ojos se arrasaron de lgrimas. All
haba debido expirar el pobre anciano, nombrando a su hijo.Los dos
jvenes contemplaban admirados a aquel hombre de frente severa, en
cuyas mejillas brillaban dos gruesas lgrimas, sin que su rostro se
alterase, pero como la religin del dolor es respetada por todo el
mundo, no slo no hicieron pregunta alguna al desconocido, sino que
se apartaron un tanto de l para dejarle llorar libremente, y cuando
se march le acompaaron, dicindole que podra volver cuando gustase,
que siempre encontrara abierta su pobre morada.En el piso de abajo,
Dants se detuvo delante de una puerta a preguntar si habitaba all
todava el sastre Caderousse, pero el portero respondi que habiendo
venido muy a menos el hombre de que hablaba, tena a la sazn una
posada en el camino de Bellegarde a Beaucaire.Acab de bajar Dants,
y enterndose de quin era el dueo de la casa de las Alamedas de
Meilln, pas en el acto a verle, anuncindose con el nombre de lord
Wilmore (nombre y ttulo que llevaba en el pasaporte), y le compr la
casa por veinticinco mil francos; sin duda vala diez mil francos
menos, pero Dants, si le hubiera pedido por ella medio milln, lo
hubiera dado.Aquel mismo da notific el notario a los jvenes del
quinto piso que el nuevo propietario les daba a elegir una
habitacin entre todas, sin aumento alguno de precio, a condicin de
que le cedieran la que ellos ocupaban.Este singular acontecimiento
dio mucho que hablar durante unos das a todo el barrio de las
Alamedas de Meilln, dando origen a mil conjeturas a cual ms
inexacta.Pero lo que sorprendi y admir sobre todas las cosas fue
ver a la cada de la tarde al mismo hombre de las Alamedas de Meilln
pasearse por el barrio de los Catalanes, y penetrar en una casita
de pescadores, donde estuvo ms de una hora preguntando por personas
que haban muerto o desaparecido quince o diecisis aos antes.A la
maana siguiente, los pescadores en cuya casa haba entrado para
hacer todas aquellas preguntas, recibieron en agradecimiento una
barca catalana, armada en regla, para la pesca.Bien hubieran
querido aquellas pobres gentes dar las gracias al generoso
desconocido, pero al separarse de ellos le haban visto dar algunas
rdenes a un marinero, montar a caballo y salir por la puerta de
Aix.
Captulo tercero La posada del puente del Gard
El que como yo haya recorrido a pie el Medioda de Francia, habr
visto seguramente entre Bellegarde y Beaucaire, a la mitad del
camino que separa las dos poblaciones, aunque un tanto ms cercana a
Beaucaire que a Bellegarde, una sencilla posada que tiene como por
rtulo sobre la puerta, en una plancha de hierro tan delgada que el
menor vientecillo la zarandea, una grotesca vista del puente del
Gard. Esta posada se encuentra al lado izquierdo del camino,
volviendo la espalda al ro. Decrala eso que se llama huerto en el
Languedoc, pero que consiste en lo siguiente: La fachada posterior
cae a un cercado donde vegetan algunos olivos raquticos y algunas
higueras de hojas blanquecinas, a causa del polvo que las cubre.
Aqu y all crecen pimientos, tomates y ajos, y en uno de sus
rincones, por ltimo, como olvidado centinela, un gran pino de los
llamados quitasoles, eleva melanclicamente su tronco flexible,
mientras su copa, abierta como un abanico, se tuesta a un sol de
treinta grados.Estos rboles, as los grandes como los pequeos, se
inclinan todos naturalmente en la direccin que lleva el mistral
cuando sopla. El mistral es una de las tres plagas de la Provenza;
las otras dos, como sabe todo el mundo, o como todo el mundo
ignora, eran Duranzo y el parlamento.Esparcidas en la cercana
llanura, que parece un lago inconmensurable de polvo, vegetan
algunas matas de trigo, sembradas por los horticultores del pas,
sin duda por curiosidad, pues slo sirven de asilo a las cigarras,
que aturden con su canto agudo y montono a los viajeros extraviados
en aquella Tebaida.Haca seis o siete aos que este mesn perteneca a
un hombre y una mujer que tenan por criada a una muchacha llamada
Antoita, y un mozo llamado Picaud, pareja que por lo dems basta
para cubrir el servicio que pudiera necesitarse, desde que un canal
abierto desde Beaucaire a Aiguesmortes sustituy victoriosamente las
barcas por los carros, y las sillas de postas por las
diligencias.Este canal, como para hacer ms deplorable an la suerte
del posadero, pasaba entre el Rdano, que le alimenta, y el camino,
a cien pasos de la posada de que acabamos de dar una breve pero
exacta descripcin. Tampoco olvidaremos un perro, antiguo guardin de
noche, y que ladraba ahora a todos los transentes, tanto de da como
durante las tinieblas, porque ya haba perdido la costumbre de ver
viajeros.El posadero era un hombre de cuarenta y dos aos, alto,
seco y nervioso, verdadero tipo meridional, con sus ojos hundidos y
brillantes, su nariz en forma de pico de ave de rapia, y sus
dientes blancos como los de un animal carnicero; sus cabellos, que
parecan no querer encanecer a pesar de los aos, eran como su barba,
espesos, crespos y sembrados apenas de algunos pelos grises; su
tez, naturalmente tostada, se haba cubierto an de una nueva capa
morena, debido a la costumbre que tena el pobre diablo de
mantenerse desde la maana hasta por la noche en el cancel de la
puerta, para ver si pasaba alguno, ya fuese a pie ya en coche, pero
casi siempre esperaba en vano. Durante este tiempo, y para
sustraerse a los ardores del sol, no usaba de otro objeto
preservador que un pauelo encarnado atado a la cabeza a la manera
de los carreteros espaoles.Este hombre es nuestro antiguo conocido
Gaspar Caderousse. Su mujer, que se llamaba Magdalena Radelle, era
plida, delgada y enfermiza. Nacida en los alrededores de Arls,
conservando las seales primitivas de la belleza tradicional de sus
compatriotas, haba visto destruirse lentamente su rostro en el
acceso casi continuo de una de esas fiebres sordas tan comunes en
las poblaciones vecinas a los estanques de Aiguesmortes y a los
pantanos de la Camargue. Siempre estaba sentada y tiritando en su
cuarto, situado en el primer piso, ya tendida en un silln o apoyada
contra su cama, mientras su marido se pona a la puerta a continuar
su perpetua centinela, lo que prolongaba con tanta mejor gana,
cuanto que cada vez que se encontraba con su spera mirada, sta le
persegua con sus quejas eternas contra la suerte, quejas a las
cuales su marido responda, como de costumbre, con estas palabras
filosficas:-Cllate,Carconte.Dios quiere que sea as!Este sobrenombre
provena de que Magdalena Radelle haba nacido en el pueblo de la
Carconte, situado entre Salon y Lambese.As, pues, siguiendo la
costumbre del pas que es la de llamar siempre a la gente con un
apodo en lugar de llamarla por su nombre, su marido haba sustituido
con ste al de Magdalena, demasiado dulce tal vez para su rudo
lenguaje.No obstante, a pesar de esta fingida resignacin a los
decretos de la Providencia, no se crea que nuestro posadero dejara
de sentir profundamente el estado de pobreza a que le haba reducido
el miserable canal de Beaucaire, y que fuese invulnerable a las
incesantes quejas con que le acosaba su mujer continuamente.Era,
como todos los habitantes del Medioda, un hombre sobrio y sin
grandes necesidades, pero se pagaba mucho de las apariencias.As,
pues, en sus tiempos prsperos, no dejaba pasar una feria ni una
procesin de la Tarasca, sin presentarse en ella con la Carconte, el
uno con ese traje pintoresco de los hombres del Medioda, y que
participa a la vez del gusto cataln y del andaluz; la otra con ese
vestido encantador de las mujeres de Arls que recuerda los de las
de Grecia y de Arabia.Pero poco a poco, cadenas de reloj, collares,
cinturones de mil colores, corpios bordados, chaquetas de
terciopelo, medias de seda, botines bordados, zapatos con hebillas
de plata, todo haba desaparecido, y Gaspar Caderousse, no pudiendo
ya mostrarse a la altura de su pasado esplendor, renunci por l y
por su mujer a todas esas pompas mundanas, cuya alegre algazara
llegaba a desgarrarle el corazn, hasta en su pobre vivienda, que
conservaba an, ms bien como un asilo que como lugar de
negocio.Caderousse haba permanecido, como tena por costumbre, parte
de la maana delante de la puerta, paseando su mirada melanclica
desde una lechuga que picoteaban algunas gallinas, hasta los dos
extremos del camino desierto, que por un lado miraba al Norte y por
el otro al Medioda, cuando de repente la chillona voz de su mujer
le oblig a abandonar su puesto. Entr gruendo y subi al primer piso,
dejando la puerta abierta de par en par, como para invitar a los
viajeros a que no se olvidasen de entrar si su mala estrella les
haca pasar por all. En aquellos momentos, el camino de que ya hemos
hablado continuaba tan desierto y tan solitario como siempre,
extendindose entre dos filas de rboles secos, y fcil es comprender
que ningn viajero, dueo de escoger otra hora del da, ira a
aventurarse en aquel horrible Shara.Sin embargo, a pesar de todas
las probabilidades, si Caderousse se hubiese quedado en su puesto,
hubiera podido ver, por el lado de Bellegarde, a un caballero y un
caballo, marchando con ese continente sosegado y amistoso, que
indicaba las buenas relaciones que mediaban entre el hombre y el
animal. Este era, al parecer, muy manso; el caballero era un
sacerdote vestido de negro y con un sombrero de tres picos. A pesar
del excesivo calor del sol, marchaba el animal a trote bastante
largo.Al llegar a la puerta, el grupo se detuvo, pero difcil
hubiera sido decir si fue el caballo el que detuvo al jinete, o el
jinete el que detuvo al caballo. En fin, el caballero se ape, y
tirando por la brida del animal, lo amarr a una argolla que haba al
lado de la puerta. Adelantse en seguida hacia sta, limpindose el
sudor que inundaba su frente con un pauelo de algodn encarnado y
dio tres golpes en una de las hojas de la puerta con el puo de
hierro del bastn que llevaba en la mano.El enorme perro negro se
levant al punto y dio algunos pasos ladrando y enseando sus dientes
blancos y agudos, doble demostracin hostil, prueba de lo poco hecho
que estaba a la sociedad. Entonces se oyeron unos pasos recios,
bajo los cuales se estremeci la escalera de madera; era el posadero
que bajaba dando traspis, para darse ms prisa a satisfacer la
curiosidad de saber quin sera el que llamaba.-All va! -deca
Caderousse, asombrado-. All va! Quieres callarte,Margotn? No temis
nada, caballero; ladra, pero no muerde. Sin duda querris vino,
porque hace un calor inaguantable. Ah! Perdonad -interrumpi
Caderousse, al ver qu especie de viajero era el que reciba en su
casa-. Qu deseis? Qu queris, seor abate? Estoy a vuestras rdenes.El
eclesistico mir a aquel hombre dos o tres segundos con atencin
extraa, y aun pareci procurar atraer la del posadero sobre s;
despus, viendo que las facciones de ste no expresaban ningn otro
sentimiento que la sorpresa de no recibir una respuesta, juzg que
ya era tiempo de que aqulla cesase y dijo con un acento italiano
muy pronunciado:-No sois vos el seor Caderousse?-S, caballero -dijo
el posadero casi ms asombrado de la pregunta que lo haba estado en
el silencio-. Yo soy, en efecto, Gaspar Caderousse, para
serviros.-Gaspar Caderousse? S, creo que sos son el nombre y el
apellido. Vivais en otro tiempo en la alameda de Meilln, en un
cuarto piso?-Precisamente.-Y ejercais el oficio de sastre?-S, pero
no prosperaba, y adems -aadi para justificarse-, como hace tanto
calor en ese demonio de Marsella, creo que acabarn por no vestirse.
Pero, a propsito de calor, no queris refrescar, seor abate?-S.
Dadme una botella de vuestro mejor vino y seguiremos hablando.-Como
queris, seor abate -dijo Caderousse.Y para no perder la ocasin de
despachar una de las ltimas botellas de vino de Cahors que le
quedaban, Caderousse se apresur a levantar una trampa practicada en
el pavimento de esta especie de cuarto bajo, que haca las veces de
cocina y de sala. Cuando volvi a aparecer al cabo de cinco minutos,
encontr al abate sentado sobre un banquillo, con el codo apoyado
sobre una mesa larga, mientras queMargotn,que pareca haber hecho
las paces con l, al or que contra la costumbre este viajero iba a
tomar algo, apoyaba su hocico sobre el muslo de aqul, y le diriga
una lnguida mirada.-Estis loco? -pregunt el abate a su posadero,
mientras ste pona delante de l la botella y un vaso.-Ah! Dios mo,
s, solo, o poco menos, seor abate, porque tengo una mujer que no me
puede ayudar en nada, a causa de hallarse siempre enferma: pobre
Carconte!-Ah! Estis casado! -dijo el sacerdote con cierto inters y
echando a su alrededor una mirada que pareca expresar la lstima que
le inspiraba la pobreza de aquella habitacin.-Adivinis que no soy
rico, no es verdad, seor abate? -dijo Caderousse sonriendo-. Pero
qu queris? No basta ser hombre honrado, para prosperar en este
mundo.El abate clav en l una mirada penetrante:-S, seor: honrado,
puedo vanagloriarme de ello, caballero -dijo el posadero,
arrostrando la mirada del abate, poniendo una mano sobre el corazn
y mirndole de pies a cabeza-, y en estos tiempos, no todos pueden
decir otro tanto.-Tanto mejor, si de lo que os jactis es
cierto-aadi el abate- porque tarde o temprano, yo estoy firmemente
convencido de que el hombre de bien ser recompensado, y el malo,
castigado.-Vos debis decir eso, seor abate; vos debis decir eso
-replic Caderousse con una expresin amarga-, pero uno es dueo de
creer o no creer lo que decs.-Hacis mal en hablar as -repuso el
abate-, porque acaso muy en breve voy a ser yo mismo una prueba de
lo que pronostico.-Qu queris decir? -pregunt Caderousse
asombrado.-Quiero decir que es necesario que me asegure de si sois
vos el que yo busco. -Qu prueba queris que os d?-Habis conocido en
1814 o en 1815 a un marino que se llamaba Dants?-Que si lo he
conocido! Que si he conocido a ese pobre Edmundo! Vaya, ya lo creo,
como que era uno de mis mejores amigos -exclam Caderousse, cuyo
rostro se cubri de una tinta purprea, mientras que la mirada fija y
tranquila del abate pareca dilatarse para cubrir enteramente a
aquel a quien interrogaba.-S, me parece que, en efecto, se era su
nombre.-Que si se llamaba Edmundo! Bien lo creo, tan cierto como yo
me llamo Gaspar Caderousse. Y qu ha sido de ese pobre Edmundo?
-continu el posadero-. Lo habis conocido? Vive an? Est libre? Es
dichoso?-Ha muerto ms desesperado y ms miserable que los
presidiarios que arrastran su cadena en el presidio de Toln
-respondi el abate.Una mortal palidez sucedi en el rostro de
Caderousse, al vivo encarnado que se haba apoderado antes de l;
volvise, y el abate vio que enjugaba una lgrima con su
pauelo.-Pobrecillo! -murmur Caderousse-. Y bien! Ah tenis una
prueba de lo que yo os deca antes, seor abate, que Dios slo es
bueno para los malos. Ah! -continu Caderousse con ese lenguaje
particular a los naturales del Medioda-, este mundo va de mal en
peor. Llueva plvora dos das y fuego una hora, y acabemos de una
vez.-Al parecer amabais a ese muchacho de corazn, no es verdad?
-pregunt el abate.-S, mucho -dijo Caderousse-, aunque tenga que
echarme en cara el haberle envidiado por un momento su dicha. Pero,
despus, os lo juro a fe de Caderousse, compadezco su deplorable
suerte.Hubo una pausa, durante la cual la mirada fija del abate no
ces un instante de interrogar la fisonoma movible del posadero.-Y
vos le habis conocido? -continu Caderousse.-He sido llamado a su
lecho de muerte para procurarle los socorros de la religin
-respondi el abate.-Y de qu ha muerto? -pregunt Caderousse con una
angustia mortal.-De qu se muere en la prisin, cuando se muere a los
treinta aos, sino de la prisin misma?Caderousse se enjug el sudor
que corra por su frente.-Lo que ms me sorprende en todo esto es que
Dants, en sus ltimos momentos, me jur por el Santo Cristo, cuyos
pies besaba, que no saba la verdadera causa de su cautiverio.-Es
verdad, es verdad -murmur Caderousse-, no poda saberla, no, seor
abate, el pobre muchacho no menta.-Por consiguiente me encarg que
descubriese la causa de su desgracia, que l no pudo descubrir, y
vindicara su buen nombre, por si acaso haba sido mancillado.Y la
mirada del abate, cada vez ms fija y ms penetrante, devor la
expresin casi sombra que se haba pintado en el rostro de
Caderousse.-Un rico ingls -continu el abate-, compaero suyo de
infortunio, y que sali de la crcel al verificarse la segunda
restauracin, posea un diamante de un valor inmenso, y habindole
cuidado Dants como un hermano, en una enfermedad que tuvo, quiso
darle una prueba de reconocimiento y le dej el diamante. En lugar
de servirse de l para seducir a los carceleros que, por otra parte,
podan tomarlo y despus hacerle traicin, Edmundo lo conserv siempre
preciosamente para el caso de que saliese en libertad, porque si
llegaba a salir, su fortuna estaba asegurada con slo la venta de
aquel diamante.-Y, era como deca -pregunt Caderousse con los ojos
inflamados por la codicia-, un diamante muy valioso?-Todo es
relativo -replic el abate-. Lo era para Edmundo: estaba tasado en
cincuenta mil francos.-Cincuenta mil francos! -dijo Caderousse-.
Entonces sera tan grueso como una nuez!-No, pero poco le faltaba
-dijo el abate-. Pero vos mismo vais a juzgarlo porque lo tengo
conmigo.Caderousse pareci buscar bajo los vestidos del abate el
depsito de que hablaba. ste sac de su bolsillo una cajita de
tafilete negro, la abri e hizo brillar a los ojos atnitos de
Caderousse la deslumbrante maravilla, montada en una sortija de un
trabajo admirable.-Y esto vale cincuenta mil francos? -pregunt
Caderousse.-Sin el engaste, que vale otro tanto -dijo el abate.Y
cerr la cajita y volvi a colocar en su bolsillo el diamante que, no
obstante, continuaba brillando en el pensamiento de
Caderousse.-Pero cmo es que poseis ese diamante, seor abate?
-pregunt Caderousse-. Os ha hecho Edmundo heredero suyo?-No, pero s
su ejecutor testamentario: Yo tena tres buenos amigos y una
muchacha con quien estaba para casarme -me dijo-, los cuatro, estoy
seguro, sintieron mi suerte amargamente; uno de estos cuatro amigos
se llama Caderousse.Este se estremeci.-El otro -continu el abate,
haciendo como que no adverta la emocin de Caderousse-, el otro se
llamaba Danglars; el tercero -aadi-, porque mi rival me amaba
tambin...Una diablica sonrisa brill en el rostro de Caderousse, que
hizo un movimiento para interrumpir al abate.-Esperad -dijo ste-.
Dejadme acabar, y si tenis alguna observacin que hacerme, pronto os
escuchar. El otro, porque mi rival me amaba tambin, se llamaba
Fernando; en cuanto a mi prometida, su nombre era...-Mercedes -dijo
Caderousse.-Ah! S, eso es -replic el abate con un suspiro ahogado-.
Mercedes.-Y bien? -pregunt Caderousse.-Dadme un poco de agua -dijo
el abate.Caderousse se apresur a obedecer. El abate llen el vaso y
bebi algunos sorbos.-Dnde estbamos? -inquiri, colocando el vaso
sobre la mesa-. La prometida se llamaba Mercedes, s, eso es. Iris a
Marsella... Dants es quien habla,
comprendis?-Perfectamente.-Venderis ese diamante, haris cinco
partes y las repartiris entre esos buenos amigos, los nicos que me
han amado en la tierra.-Cmo cinco partes? -dijo Caderousse-. No
habis nombrado ms que cuatro personas!-Porque, segn me han dicho,
la quinta ha muerto... La quinta era el padre de Dants.-Ay! S -dijo
Caderousse, conmovido por las pasiones que combatan en l-. Ay! S,
el pobre hombre ha muerto!-Me enter de ello en Marsella -respondi
el abate haciendo un esfuerzo por parecer indiferente-. Pero ha
tanto tiempo que muri que no he podido adquirir ms detalles...
Sabrais vos algo del fin que tuvo ese anciano?-Ah! -dijo
Caderousse-, quin puede saberlo mejor que yo...? Viva al lado de
l... Ah, Dios mo! S, un ao casi despus de la desaparicin de su hijo
muri el pobre anciano.-Pero de qu muri?-Los mdicos dijeron que de
una gastroenteritis... Otros aseguran que muri de dolor, y yo, que
casi le he visto morir, digo que ha muerto...Caderousse se
detuvo.-Muerto de qu? -pregunt el sacerdote con ansiedad.-De
hambre...-De hambre! -exclam el abate saltando sobre su banquillo-,
de hambre! Los animales ms viles no mueren de hambre, los perros
que vagan por las calles encuentran una mano compasiva que les
arroja un pedazo de pan! Y un hombre, un cristiano, ha muerto de
hambre en medio de otros hombres que como l se crean cristianos!
Imposible! Oh, eso es imposible!-Vuelvo a repetir lo que he dicho
-dijo Caderousse.-Y haces muy mal -dijo una voz en la escalera-.
Para qu lo mezclas en cosas que nada te importan?Los dos hombres se
volvieron y vieron a travs de las barras de la escalera, la cabeza
de la Carconte, que haba conseguido arrastrarse hasta all, y
escuchaba la conversacin sentada en el ltimo escaln, con la cabeza
apoyada sobre sus rodillas.-Y t por qu te metes en esto, mujer?
-dijo Caderousse-. El seor me pide informes, la cortesa exige que
yo se los d.-S, pero la prudencia exige que se los rehses. Quin te
ha dicho con qu intencin te quieren hacer hablar, imbcil?-Muy
excelente, seora, os respondo a ello -dijo el abate-. Vuestro
marido nada tiene que temer con tal que hable francamente.-Nada que
temer..., s, siempre se empieza por muy buenas promesas, despus se
aade que nada hay que temer, luego se deja por cumplir lo
prometido, y de la noche a la maana le cae a uno encima una
desgracia, sin saber por dnde ni cmo vino.-Descuidad, buena mujer
-respondi el abate-, no os suceder ninguna desgracia por parte ma,
os lo aseguro.La Carconte murmur algunas palabras que no se
pudieron or, dej caer la cabeza sobre sus rodillas, y continu
tiritando, dejando a su marido libre de continuar su conversacin.
Pero colocada de manera que no perda una sola palabra. Durante este
tiempo, el abate haba bebido algunos sorbos de agua, y se haba
repuesto algn tanto.-Pero -replic-, ese infeliz anciano estaba tan
abandonado de todo el mundo, que haya muerto de semejante
muerte?-Oh! , caballero -replic Caderousse-, no fue porque
Mercedes, la catalana, ni M. Morrel le hubiesen abandonado, pero el
pobre anciano haba cobrado una gran antipata hacia Fernando, ese
mismo -continu Caderousse con una sonrisa irnica-, que Dants os ha
dicho ser uno de sus amigos.-Es que no lo era? -dijo el
abate.-Gaspar, Gaspar! -murmur la mujer desde lo alto de la
escalera-. Mira lo que dices!Caderousse hizo un movimiento de
impaciencia, y sin conceder otra respuesta a la pregunta que le
hacan ms que:-Se puede ser amigo de aquel cuya mujer se desea?
-respondi al abate-. Pero Dants, que tena un corazn de oro, llamaba
a todos amigos suyos... Pobre Edmundo...! En fin, mejor es que no
haya sabido nada, porque le hubiese costado algn trabajo
perdonarlos al morir... Y digan lo que quieran -continu Caderousse,
en su lenguaje, que no careca de cierta ruda poesa-, ms miedo tengo
an a la maldicin de los muertos que al odio de los vivos.-Imbcil!
-murmur la Carconte.-Sabis lo que hizo Fernando contra Dants?-Que
si lo s? Ya lo creo que lo s!-Hablad, pues.-Gaspar, haz lo que
quieras, eres dueo -dijo su mujer-, pero deberas creerme y no decir
una palabra.-Me parece que tienes razn, mujer -dijo
Caderousse.-Conque no queris decir nada? -replic el abate.-Para qu?
-dijo Caderousse-. Si el chico estuviese vivo y viniese a
preguntarme, no digo que no, pero ya est debajo de tierra, segn
decs, y de consiguiente no puede odiar, no puede vengarse, dejemos
la conversacin.-Entonces queris -dijo el abate- que yo d a esas
personas, que vos consideris enemigos, una recompensa destinada a
la fidelidad?-Es cierto, tenis razn -dijo Caderousse-. Por otra
parte, de qu les servira lo que les deja Edmundo...? Lo mismo que
una gota de agua que cae en el mar.-Sin contar que esa gente puede
aniquilarte con un solo ademn -dijo la mujer.-Pues cmo? Han llegado
a ser ricos y poderosos?-Entonces no sabis su historia?-No;
contdmela.Caderousse pareci reflexionar un instante.-No, porque
sera muy largo.-Haced lo que ms os convenga, amigo mo -dijo el
abate con el acento de la ms profunda indiferencia-, yo respeto
vuestros escrpulos; por otra parte, lo que hacis es propio de un
hombre verdaderamente bueno, no hablemos ms de ello. De qu estaba
yo encargado? De una simple formalidad. Vender este diamante -y lo
sac de su bolsillo, abri la cajita y lo hizo brillar por segunda
vez a los deslumbrados ojos de Caderousse.-Ven a verlo, mujer
--dijo ste con voz ronca.-Un diamante! -dijo la Carconte,
levantndose y bajando con paso bastante firme la escalera-. Qu
diamante es se?-No lo has odo, mujer? -dijo Caderousse-. Es un
diamante que nos ha legado el pobre chico a su padre, a sus tres
amigos Fernando, Danglars y yo, y a Mercedes, su prometida. Este
diamante vale cincuenta mil francos.-Oh, qu joya tan preciosa!
-dijo ella.-Con que nos pertenece la quinta parte de esta suma?
-dijo Caderousse.-S, caballero -respondi el abate-. Adems, la parte
del padre, que me creo autorizado a repartir entre vosotros
cuatro.-Y por qu cuatro? -pregunt la Carconte.-Porque cuatro son
los amigos de Edmundo.-No son amigos los que hacen traicin -murmur
sordamente la mujer.-S, s -dijo Caderousse-, y esto es lo que yo
deca. Es casi una profanacin, casi un sacrilegio, recompensar la
traicin, el crimen tal vez.-Vos lo habis querido -replic
tranquilamente el abate, volviendo a colocar el diamante en el
bolsillo de su sotana-. Ahora dadme las seas de los amigos de
Edmundo, a fin de que pueda ejecutar su ltima voluntad.La frente de
Caderousse estaba inundada de sudor; vio que el abate se levant, se
dirigi hacia la puerta como para echar una ojeada a su caballo, y
volvi.Marido y mujer se miraban con una expresin
indescriptible.-Sera para nosotros el diamante entero! -dijo
Caderousse.-Lo crees as? -respondi la mujer.-Un eclesistico no
querra engaarnos.-Haz lo que quieras -dijo la mujer-. En cuanto a
m, no quiero meterme en nada.Y volvi a subir la escalera, tiritando
y dando diente con diente, a pesar del excesivo calor que haca. En
el ltimo escaln se detuvo un instante.-Reflexinalo bien, Gaspar
-dijo.-Ya estoy decidido -respondi Caderousse.La Carconte entr en
su cuarto arrojando un suspiro, oyse el ruido de sus pasos al pasar
por el pavimento hasta que hubo llegado al silln, donde cay
sentada.-A qu estis decidido? -pregunt el abate.-A decroslo todo
-respondi.-Me parece que eso es lo mejor que pudierais hacer -dijo
el sacerdote-. No porque yo quiera saber lo que vos queris
ocultarme, pero, en fin, si podis ayudarme a distribuir las mandas
segn la voluntad del testador ser mejor.-As lo espero -respondi
Caderousse con las mejillas inflamadas por la esperanza y la
ambicin.-Os escucho -dijo el abate.-Aguardad un momento; podran
interrumpirnos en lo ms interesante de mi relacin, lo cual sera
algo desagradable; por otra parte, es intil que nadie sepa que
habis venido aqu.Se dirigi a la puerta de su posada, la cual cerr y
a la que, para mayor precaucin, ech la barra, que slo deba poner
por la noche. Durante este tiempo, el abate eligi un lugar para
escuchar con toda la comodidad. Se haba sentado en un rincn, de
manera que quedaba sumergido en la penumbra, mientras que la luz
daba de lleno en el rostro de su interlocutor, disponindose con la
cabeza inclinada, las manos cruzadas o ms bien crispadas, a
escuchar con todos sus cinco sentidos.Caderousse acerc un banquillo
y colocse delante de l.-Acurdate de que yo no te he inducido a que
hables -dijo la temblorosa voz de la Carconte, como si a travs del
pavimento de su cuarto hubiese podido ver la escena que se
preparaba.-Est bien, est bien -dijo Caderousse-. No hablemos ms de
ello, djalo todo a mi cargo.
Captulo cuarto Declaraciones
-Ante todo -dijo Caderousse-, debo rogaros, caballero, que me
prometis una cosa.-Cul? -pregunt el abate.-Que si llegis a hacer
uso de los detalles que voy a daros, nadie debe saber jams que los
habis adquirido de m, porque aquellos de quienes voy a hablaros son
ricos y poderosos, y conque me tocaran solamente con la punta de un
dedo, me haran pedazos como si fuera de cristal.-Tranquilizaos,
amigo mo -dijo el abate- soy sacerdote y las confesiones mueren en
mi seno. Acordaos de que no tenemos otro fin ms que cumplir
dignamente la ltima voluntad de nuestro amigo. Hablad, pues, sin
temor y sin odio; decid la pura verdad. Yo no conozco, y
probablemente no conocer jams, a las personas de que vais a
hablarme; por otra parte, soy italiano, y no francs, pertenezco a
Dios, y no a los hombres, y pronto volver a entrar en mi convento,
del que no he salido ms que para cumplir con la ltima voluntad de
un moribundo. Esta promesa positiva pareci tranquilizar algn tanto
a Caderousse.-Pues bien! En ese caso -dijo Caderousse-, quiero, o
ms bien debo desengaaros acerca de esas amistades que el pobre
Edmundo crea sinceras y desinteresadas.-Empecemos hablando de su
padre, si os parece -dijo el abate-. Edmundo me ha hablado mucho de
ese anciano, a quien profesaba un amor profundo.-La historia es
triste, seor -dijo Caderousse inclinando la cabeza-. Probablemente
sabris el principio?-S -respondi el abate- Edmundo me lo cont todo,
hasta el momento en que fue preso en una taberna cerca de
Marsella.-En la Reserva. Oh, Dios mo! S, me acuerdo como si lo
estuviera viendo.-No fue en la comida de sus bodas?-S, y la comida
que tan bien empez, tuvo un fin bastante triste. Un comisario de
polica, seguido de cuatro soldados armados, entr, y Dants fue
preso.-Hasta ese suceso es lo que yo s -dijo el sacerdote-. Dants
mismo no saba ms que lo que le era absolutamente personal, porque
no volvi a ver ninguna de las personas que os he nombrado, ni odo
hablar de ellas.-Pues bien! Cuando hubieron detenido a Dants, el
seor Morrel corri a tomar informes, que fueron bien tristes. El
anciano volvi solo a su casa, dobl su vestido de bodas llorando,
pas todo el da dando paseos por su cuarto, y no se acost; porque yo
viva debajo de l, y escuch sus pasos toda la noche. Yo mismo he de
confesar que tampoco dorm, el dolor de aquel pobre padre me causaba
mucho mal, y cada uno de sus pasos me estrujaba el corazn como si
hubiese puesto el pie sobre mi pecho. Al da siguiente, Mercedes fue
a Marsella para implorar la proteccin de M. Villefort, pero nada
obtuvo; en seguida fue a hacer una visita al anciano. Cuando le vio
tan sombro y tan abatido, cuando supo que haba pasado la noche sin
acostarse, y que no haba comido desde el da anterior, quiso
llevrselo a su casa para prodigarle los cuidados de una hija a un
padre, pero el anciano no quiso consentir en ello: No -deca-, no
saldr de esta casa, porque a m es a quien ms ama mi desgraciado
hijo, y si sale de la prisin a quien primero correr a ver ser a m.
Y entonces, qu dira si no me viese aqu esperndole? Yo escuchaba
todo esto desde mi cuarto, y hubiera querido que Mercedes
determinase al anciano a seguirla, porque aquellos pasos da y noche
sobre mi cabeza no me dejaban descansar.-Pero no subais vos a
consolar al anciano?-Ah!, caballero -respondi Caderousse-, no se
puede consolar al que no quiere ser consolado, y l era de esta
especie; adems, no s por qu, pero me pareca que tena repugnancia en
verme. Pero una noche que oa sus sollozos, no pude resistir por ms
tiempo, y sub; pero cuando llegu a la puerta, ya no sollozaba,
oraba.La elocuencia y ternura de sus palabras, yo no sabr
describirla, caballero; aquello era ms que piedad, era ms que
dolor; as, pues, yo, que no soy muy santurrn y que no gusto mucho
de los jesuitas, dije para m ese da: Ahora me alegro de ser solo y
de que Dios no me haya enviado ningn hijo, porque si fuera padre y
sintiese un dolor semejante al de ese anciano, no pudiendo hallar
en mi memoria ni en mi corazn todo cuanto l dice al Seor, me
precipitara al mar por no sufrir tanto tiempo.,-Pobre padre!
-murmur el sacerdote.-Cada vez viva ms solo y aislado. El seor
Morrel y Mercedes venan a verle a menudo, pero su puerta segua
cerrada y aunque yo tena completa seguridad de que estaba en su
habitacin, l no responda. Un da que, contra su costumbre recibi a
Mercedes, y la pobre joven igualmente desesperada, procuraba
socorrerle: Creme, hija ma -le dijo-, ha muerto... y, en lugar de
esperarle nosotros, l es quien nos espera... de este modo yo soy
muy feliz; porque soy el ms viejo y, de consiguiente, le ver
primero que nadie... Por bueno que uno sea, pronto cesa de visitar
a las personas que le entristecen; el viejo Dants acab por quedarse
completamente solo. Yo no vea subir a su casa ms que a personas
desconocidas, que bajaban con algn paquete mal encubierto; comprend
despus lo que eran aquellos paquetes. Iba vendiendo poco a poco,
para vivir, lo que tena. Finalmente se agotaron los recursos del
pobre anciano..., deba tres plazos, le amenazaron con echarle de la
casa; entonces pidi ocho das de trmino y le fueron concedidos. Supe
estos pormenores, porque el casero entr en mi casa despus de haber
salido de la suya. Durante los tres primeros das oa sus pasos como
de costumbre, pero al cuarto ya no oa nada. Me atrev a subir, la
puerta estaba cerrada y a travs del agujero de la llave, le vi tan
plido y tan demudado que, juzgndole muy enfermo, hice avisar al
seor Morrel y corr a casa de Mercedes. Los dos se apresuraron a ir
a socorrerle. El seor Morrel llevaba consigo un mdico, el cual
reconoci que aquella enfermedad era una gastroenteritis, y le mand
que guardase dieta. Yo estaba all, caballero, y nunca olvidar la
sonrisa del anciano al or aquella orden. Desde entonces abri su
puerta, ya tena una excusa para no comer, puesto que el mdico le
haba mandado guardar rigurosa dieta.El abate lanz un gemido.-Esta
historia os interesa, no es verdad, caballero? -dijo Caderousse.-S
-respondi el abate-, me enternece mucho.-Mercedes volvi y le hall
tan demudado, que como la primera vez quiso llevarle a su casa. Tal
era la opinin del seor Morrel, pero el anciano grit y se desesper
tanto, que tuvieron que dejarle. Mercedes se qued a la cabecera de
su cama. El seor Morrel se alej, haciendo seal a la catalana de que
dejaba una bolsa sobre la chimenea. Pero, escudado en el mandato
del mdico, el anciano no quiso tomar nada. En fin, despus de nueve
das de desesperacin y de abstinencia, expir maldiciendo a los que
haban causado su desgracia, y diciendo a Mercedes:-Si volvis a ver
a Edmundo, decidle que muero bendicindole.El abate se levant, dio
unos cuantos pasos por el cuarto, llevndose ambas manos a la
cabeza.-Y vos creis que ha muerto...?-De hambre, caballero, de
hambre -dijo Caderousse-, os lo aseguro, tan cierto como que los
dos somos cristianos.El abate cogi el vaso de agua medio lleno con
una mano convulsiva, lo bebi de un solo sorbo, y se volvi a sentar
con los ojos inflamados y las mejillas plidas.-Confesad que es una
desgracia -dijo con voz ronca.-Tanto mayor cuanto que Dios no se ha
mezclado en nada; los hombres nicamente tienen la culpa de
todo.-Pasemos, pues, a hablar de esos hombres -dijo el abate- pero
pensad que os habis comprometido a decrmelo todo; veamos, qu
hombres son esos que han hecho morir al hijo de desesperacin y al
padre de hambre?-Dos hombres celosos de l, caballero. El uno por
amor, el otro por ambicin: Fernando y Danglars.-Y, decidme, cmo se
manifestaron esos celos?-Denunciaron a Edmundo como agente
bonapartista.-Pero quin de los dos le denunci? Quin de los dos fue
el verdadero culpable?-Ambos, caballero; el uno escribi la carta,
el otro la ech al correo.-Y dnde se escribi la carta?-En la misma
Reserva, la vspera del casamiento.-Eso es, eso es -murmur el
abate-. Oh! Faria! Faria! Qu bien conocais los hombres y las
cosas!-Qu decs, caballero? -pregunt Caderousse.-Nada -replic el
sacerdote-. Proseguid.-Danglars fue quien escribi la denuncia con
la mano izquierda, para que su letra no fuese conocida, y Fernando
quien la envi.-Pero-exclam de repente el abate-, vos estabais
all...-Yo? -dijo Caderousse asombrado-. Quin os ha dicho que yo
estaba?El abate comprendi que se haba adelantado demasiado.-Nadie
-dijo-, pero para estar tan al corriente de todos esos detalles, es
preciso que hayis sido testigo de ellos.-Es verdad -dijo Caderousse
con voz ahogada-, all estaba.-Y no os opusisteis a esa infamia?
-dijo el abate-. Entonces sois su cmplice.-Caballero -dijo
Caderousse-, me haban hecho beber los dos hasta el punto que perd
la razn. Todo lo vea como a travs de una nube. Dije cuanto puede
decir un hombre en ese estado, pero me dijeron que slo era una
chanza lo que haban intentado hacer y que esta chanza no tendra
consecuencias.-Al da siguiente... al da siguiente... ya visteis que
tuvo consecuencias; sin embargo, no dijisteis nada, y estabais all
cuando le prendieron.-S; estaba all, y quise hablar, quise decirlo
todo, pero Danglars me contuvo: Y si es culpable, por casualidad,
si verdaderamente ha arribado a la isla de Elba, si est encargado
de una carta para la Junta bonapartista de Pars, si le encuentran
esa carta, los que le hayan sostenido pasarn por cmplices suyos.
Tuve miedo de la polica tan rigurosa que haba en aquel tiempo. Me
call, lo confieso; fue una cobarda, convengo en ello, pero no fue
un crimen.-Comprendo, dejasteis obrar.-S, caballero -respondi
Caderousse- y eso me causa da y noche espantosos remordimientos.
Muchas veces pido perdn a Dios, os lo juro, tanto ms, cuanto que
esta accin, la nica que tengo que echarme en cara en mi vida, es
sin duda alguna la causa de mis adversidades. Estoy expiando un
instante de egosmo; as, pues, eso es lo que yo digo siempre a la
Carconte cuando me viene con quejas: Cllate, mujer, Dios lo quiere
as.Y Caderousse baj la cabeza, dando todas las muestras de un
verdadero arrepentimiento.-Bien, bien -dijo el abate-. Habis
hablado con franqueza, acusarse de ese modo es merecer el
perdn.-Por desgracia -dijo Caderousse-, Edmundo ha muerto y no me
ha perdonado.-Sin duda lo ignoraba -dijo el abate.-Pero ahora lo
sabr tal vez -replic Caderousse-, dicen que los muertos todo lo
saben.Hubo una pausa. El abate se haba levantado y se paseaba
pensativo. Despus se dirigi al sitio que ocupaba antes y se volvi a
sentar con abatimiento.-Me habis nombrado ya por dos o tres veces a
un tal Morrel -le dijo- Quin es ese hombre?-Era armador del Faran,
y principal de Dants.-Y qu especie de papel ha hecho ese hombre en
todo este triste suceso? -pregunt el abate.-Ah!, el papel de un
hombre de bien, de un hombre honrado, caballero. Veinte veces
intercedi por Edmundo, y cuando el emperador volvi a ocupar el
trono, escribi, suplic, amenaz, en fin, hizo tanto para salvar a
aquel desgraciado, que en la segunda restauracin fue perseguido
como bonapartista. Veinte veces, como ya os he dicho, fue a casa
del padre de Dants para llevarle a la suya, y la vspera o
antevspera de su muerte, como ya os he dicho, tambin, dej sobre la
chimenea un bolsillo, con el cual pudieran pagarse las deudas de
aquel buen hombre y atender a los gastos de su entierro, de suerte
que aquel desgraciado anciano lleg a morir como haba vivido, sin
causar ningn perjuicio a nadie; yo mismo conservo an aquel
bolsillo, un bolsillo de seda encarnada.-Y vive an ese seor
Morrel...? -pregunt el abate.-S, seor-dijo Caderousse.-En ese caso
-continu el abate- a ese hombre le habr bendecido el cielo... y ser
rico... feliz...Caderousse se sonri con amargura.-S, feliz, tan
feliz como yo-dijo.-Pues qu! El seor Morrel es tan desgraciado!
-exclam el abate.-Se halla ya a las puertas de la miseria,
caballero, y lo que es peor an, a las del deshonor.-Pues cmo es
eso?-Qu queris...? -continu Caderousse- de esas cosas que suceden;
despus de veinticinco aos de un continuo trabajo, despus de haber
adquirido un honroso lugar entre los comerciantes de Marsella, el
desgraciado seor Morrel se ha arruinado completamente. Ha perdido
cinco buques en dos aos, ha sufrido tres quiebras espantosas, y
todas sus esperanzas estn cifradas ahora en ese mismo Faran que
mandaba el pobre Dants, que, segn dicen, debe volver de las Indias
con un cargamento de cochinilla y de ail. Si El Faran naufraga
tambin como los otros, el seor Morrel estar perdido.-Y tiene
mujer..., tiene hijos ese desgraciado?-S, seor; tiene una mujer que
ha sobrellevado las desgracias de su esposo como una santa, tiene
una hija que estaba para casarse con un hombre a quien amaba, y
cuya familia no quiso consentir en que se casase con la hija de un
comerciante en quiebra; y tiene, adems, un hijo teniente de no s qu
cuerpo, pero comprenderis muy bien, todo esto aumenta el dolor en
vez de dulcificarlo, a ese infeliz y honrado seor Morrel. Si fuese
solo, es decir, si no tuviese familia, se levantara la tapa de los
sesos y asunto concluido.-Pero eso es espantoso -interrumpi el
abate.-He aqu cmo recompensa Dios la virtud, caballero -dijo
Caderousse-. Mirad, yo, que nunca he hecho ninguna mala accin,
excepto la que ya os he contado, me encuentro en la miseria ms
deplorable. Despus de ver morir a mi pobre mujer de una fiebre, sin
poder hacer nada por ella, morir de hambre, como el padre de Dants,
mientras que Fernando y Danglars nadan en oro.-Cmo es eso?-Porque
todo les sale bien, al paso que a m, que soy un hombre honrado,
todo me sale mal.-Qu ha sido de Danglars, el ms culpable; no es
as?-Qu ha sido de l? Abandon Marsella, entr por recomendacin de M.
Morrel, que ignoraba su crimen, de primer dependiente en casa de un
banquero espaol. Durante la guerra de Espaa se encarg de una parte
de las provisiones del ejrcito francs, e hizo fortuna con ese
primer dinero, jug sobre los fondos pblicos, y triplic, cuadruplic
sus capitales, y viudo despus de la hija de su principal, se cas
con otra viuda llamada madame Nargonne, hija de M. Servieux,
canciller del rey actual, y que goza de la mayor influencia. Haba
llegado a ser millonario, le hicieron barn, de modo que ahora es
barn Danglars, y posee un magnfico palacio en la calle de
Mont-Blanc, diez soberbios caballos, seis lacayos en la antesala, y
no s cuntos millones en sus cajas.-Ah! -exclam el abate con un
acento singular-, y es feliz?-Ah!, feliz, quin puede decir eso? La
desgracia o la felicidad es secreto de las paredes, las paredes
oyen, pero no hablan, de manera que si para ser feliz slo se
necesita tener una gran fortuna, Danglars goza de la ms completa
felicidad.-Y Fernando?-Fernando es tambin un gran personaje, aunque
por otro estilo.-Pero cmo ha podido hacer fortuna un pobre pescador
cataln, sin educacin y sin recursos? Estoy asombrado, lo
confieso.-A todo el mundo le sucede lo mismo. Preciso es que en su
vida haya algn extrao misterio de todos ignorado.-Pero, en fin,
decidme por qu escalones visibles ha subido a esa fortuna o a esa
alta posicin social.-A ambas!, tiene fortuna y posicin.-Se dira que
me estis contando un cuento.-Y lo parece, en verdad. Pero
escuchadme y lo comprenderis.-Pocos das antes de la vuelta del
emperador, Fernando haba entrado en quintas. Los Borbones le
dejaron tranquilo en los Catalanes, pero Napolen decret a su vuelta
una leva extraordinaria, y se vio obligado a marchar. Tambin yo
march, pero como tena ms edad que Fernando, y acababa de casarme,
me destinaron a las costas.Agregado Fernando al ejrcito
expedicionario, pas la frontera con su regimiento y asisti a la
batalla de Ligny.La noche que sigui a la batalla, hallbase Fernando
de centinela a la puerta de un general que mantena con el enemigo
relaciones secretas, y deba de juntarse con los ingleses aquella
misma noche. Propuso a Fernando que le acompaase, y Fernando acept
abandonando su puesto.Lo que hubiera hecho que se le formara
consejo de guerra si Bonaparte hubiera permanecido en el trono, fue
para los Borbones recomendacin, de manera que entr en Francia con
la charretera de subteniente, y como no perdi la proteccin del
general, que gozaba de mucha influencia, era ya capitn cuando la
guerra de Espaa en 1823, es decir, cuando Danglars haca sus
primeras especulaciones.Fernando era espaol; fue enviado a Madrid a
explorar la opinin pblica; all encontr a Danglars, renovaron las
amistades, ofreci a su general el apoyo de los realistas de la
corte y de las provincias, le comprometi, comprometindose a su vez,
gui a su regimiento por sendas de l slo conocidas en las montaas
atestadas de realistas, e hizo, en fin, tales servicios en esta
corta campaa, que despus de la accin del Trocadero fue ascendido a
coronel, con la cruz de oficial de la Legin de Honor y el ttulo de
conde.-Lo que es el destino! -murmur el abate.-S!, pero escuchad,
que no es esto todo. Concluida la guerra de Espaa, la carrera de
Fernando se hallaba interrumpida por la larga paz que prometa
reinar en Europa. Solamente Grecia, sacudiendo el yugo de Turqua,
principiaba entonces la guerra de la independencia. Los ojos del
mundo entero se fijaban en Atenas. Estuvo de moda compadecer a los
griegos y ayudarlos, y el mismo gobierno francs, sin protegerlos
abiertamente, como ya sabris, toleraba las emigraciones parciales.
Fernando pidi y obtuvo el permiso de ir a servir a Grecia, sin
dejar por eso de pertenecer al ejrcito francs.Algn tiempo despus se
supo que el conde de Morcef, que ste era el ttulo de Fernando, haba
entrado como general instructor al servicio de Al-Baj.Como ya
sabris, Al-Baj fue asesinado, pero antes de morir recompens los
servicios de Fernando con una suma considerable, con la cual volvi
a Francia, donde se le revalid su empleo de teniente general.-De
manera que hoy...? -pregunt el abate.-Hoy -respondi Caderousse-
posee una casa magnfica en Pars, calle de Helder, nmero 27.El abate
permaneci un instante pensativo y como vacilando, y dijo, haciendo
un esfuerzo:-Y Mercedes? Me han asegurado que
desapareci.-Desapareci, s -repuso Caderousse-, como desaparece el
sol para volver a salir ms esplendoroso al otro da.-Tambin ella ha
hecho fortuna? -pregunt el abate con una sonrisa irnica.-Mercedes
es en la actualidad una de las ms aristocrticas damas de
Pars.-Seguid, que me parece un sueo todo lo que oigo --dijo el
abate-. Pero he visto yo tambin cosas tan extraordinarias, que ya
no me asombran tanto las que me refers.-Mercedes se desesper por la
prdida de Edmundo. Ya os he contado sus instancias a Villefort, y
su afecto al padre de Dants. En esto vino a herirla un nuevo dolor,
la ausencia de Fernando, de Fernando, cuyo crimen ignoraba, y a
quien miraba como a su hermano. -Con esta ausencia qued Mercedes
completamente sola.-S -respondi Caderousse-, del nio Alberto.Tres
meses pasaron, llenos para ella de afliccin. No reciba noticias de
Dants ni tampoco de Fernando. Nada tena presente a sus ojos sino un
anciano, que pronto iba a morir tambin de desesperacin.A la cada de
una tarde, que haba pasado entera como de costumbre, sentada en la
unin de los dos caminos que van de Marsella a los Catalanes,
Mercedes volvi a su casa ms abatida que nunca. Ni su prometido ni
su amigo regresaban por ninguno de los dos caminos, y ni de uno ni
de otro saba el paradero.Parecile or de pronto unos pasos muy
conocidos, volvi con ansiedad la cabeza, y abrindose la puerta vio
aparecer a Fernando, con su uniforme de subteniente. No recobraba
todo, pero s una parte de su vida pasada, de lo que tanto senta y
lloraba perdido.Mercedes cogi las manos de Fernando con un impulso
que ste tuvo por amor, no siendo sino de alegra, por verse ya en el
mundo menos sola y con un amigo, tras tantas horas de solitaria
tristeza. Adems, preciso es decirlo, nunca haba odiado a Fernando,
no le haba amado, es verdad, porque era otro el que ocupaba por
entero su corazn. Este otro estaba ausente... haba desaparecido...
quiz muerto... Esta idea haca prorrumpir a Mercedes en sollozos y
retorcerse los brazos; pero esta idea, rechazada cuando otro se la
sugera, estaba de suyo siempre fija en su imaginacin. Por su parte,
el anciano Dants tampoco haca otra cosa que decirle: Nuestro
Edmundo ha muerto, porque de lo contrario l volvera.El anciano
muri, como ya os he dicho. Sin esto quiz nunca se casara Mercedes
con otro, porque habra sido un acusador de su infidelidad. Todo
esto lo comprendi Fernando, que regres a Marsella al saber la
muerte del padre de Dants. Ya era teniente. Cuando su primer viaje,
ni una palabra de amor haba dicho a Mercedes, pero esta vez le
record ya cunto la amaba.Mercedes le rog que la dejase llorar
todava seis meses y esperar a Edmundo.-El caso es -dijo el abate
con sonrisa amarga-, que en total haca dieciocho meses... Qu ms
puede exigir el amante ms querido?Y luego murmur estas palabras del
poeta ingls:Fragilty, thy name is woman(Fragilidad, tienes nombre
de mujer! ).-Seis meses despus -prosigui el posadero- se efectu la
boda en la iglesia de Accoules.-En la misma iglesia donde haba de
casarse con Edmundo -murmur el sacerdote.-Casose, pues, Mercedes
-prosigui Caderousse-, pero aunque tranquila en apariencia, al
pasar por delante de la Reserva le falt poco para desmayarse.
Dieciocho meses antes se haba celebrado all su comida de boda con
aquel a quien, si hubiera consultado a su propio corazn, habra
conocido que an amaba.Ms dichoso Fernando, pero no ms tranquilo,
que yo le vi en aquella poca, sobresaltado a todas horas, con
pensar en la vuelta de Edmundo. Determin irse con su mujer a otro
lugar, pues eran los Catalanes lugar de muchos peligros y
recuerdos. Y por esto se marcharon a los ocho das de la boda.-Habis
vuelto a ver a Mercedes? -le pregunt el abate.-S, en Perpin, donde
la haba dejado Fernando para ir a la guerra de Espaa. A la sazn se
ocupaba de la educacin de su hijo.El abate se estremeci.-De su
hijo?-Pero, tena ella educacin para drsela a su hijo? -prosigui el
abate-. Creo que le o decir a Edmundo que era hija de un simple
pescador, hermosa, pero ignorante.-Oh! Tan mal conoca a su propia
novia! -dijo Caderousse-. Si la corona hubiera de adornar slo las
cabezas ms lindas e inteligentes, Mercedes habra podido ser reina.
A medida que su fortuna creca, iba creciendo ella moralmente. El
dibujo, la msica, todo lo aprenda. Creo adems (aqu para entre
nosotros) que esto lo haca por distraerse, para olvidar, y que
solamente llenaba su cabeza con tantas cosas por combatir el vaco
de su corazn. Sin embargo, ahora -continu Caderousse-, ser sin duda
otra mujer. La fortuna y los honores la habrn consolado. Ahora es
rica, es condesa, y sin embargo...El posadero se contuvo.-Sin
embargo, qu? -le pregunt el abate.-Estoy seguro de que no es feliz
-dijo Caderousse.-Y por qu lo creis as?-Escuchad: cuando ms
hostigado me vi por la miseria, ocurriseme que no dejaran de
ayudarme un tanto mis antiguos amigos, y me present a Danglars, que
no quiso recibirme, y a Fernando que me entreg cien francos por
mediacin de su ayuda de cmara.-Luego no visteis ni a uno ni a
otro?-No, pero la seora de Morcef s que me vio.-Cmo?-Al salir de su
casa cay a mis pies una bolsa que contena veinticinco luises.
Levant en seguida la cabeza, y pude ver a Mercedes, que cerraba la
ventana.-Y el seor de Villefort? -inquiri el abate.-Ni haba sido mi
amigo, ni yo le conoca tan siquiera, por lo cual nada tena que
pedirle.-Pero no sabis qu ha sido de l, ni sabis la parte que tom
en la desgracia de Edmundo?-No. Slo s que algn tiempo despus de la
prisin del pobre chico se cas con la seorita de Saint-Meran, y
luego se marcharon de Marsella. Sin duda, la fortuna les habr
sonredo como a los otros; sin duda Villefort es rico como Danglars
y considerado como Fernando. Yo slo permanezco pobre y olvidado de
Dios, como veis.-Os equivocis, amigo -dijo el abate-. Dios tal vez
mientras prepara los rayos de su justicia, aparente olvidar, pero
llega un da en que recuerda y as os lo prueba.Esto diciendo el
abate sac de su bolsillo la sortija.-Tomad, amigo mo -dijo a
Caderousse. Tomad este diamante, que es vuestro.-Cmo! Mo! Mo solo!
-exclam Caderousse-. Ah, seor!, no os burlis?-El precio de este
diamante haba de repartirse entre sus amigos; de manera que
teniendo Edmundo uno solo, es imposible la reparticin. Tomad este
diamante y vendedlo. Os repito que vale cincuenta mil francos. Con
semejante cantidad saldris de la miseria.-Oh, seor! -dijo
Caderousse alargando la mano tmidamente y enjugndose con la otra el
sudor que le baaba el rostro-. Oh, seor, no tomis a chanza la
felicidad o la desesperacin de un hombre!-Bien s lo que es
felicidad y lo que es desesperacin, para que en esto nunca me
chancee. Tomad, pues, el diamante, pero en cambio...Caderousse
retir su mano, que tocaba ya la sortija.El abate se sonri.-En
cambio -repuso-, podis darme ese bolsillo de seda encarnada que dej
el seor Morrel sobre la chimenea del anciano Dants, y que vos
poseis, segn me habis dicho.Cada vez ms sorprendido Caderousse, se
dirigi a un armario de encina, lo abri y entreg al abate un
bolsillo largo de torzal encarnado, que adornaban dos anillos de
cobre, dorados en otro tiempo.Cogilo el abate, y en su lugar entreg
al posadero el diamante.-Oh, seor! Sois un hombre bajado del cielo
-exclam Caderousse-. Nadie saba que Edmundo os dio este diamante, y
hubierais podido quedaros con l.-Vaya! -dijo para s el abate-. Segn
eso t lo hubieras hecho.Y cogi su sombrero y sus guantes y se
levant.-Ah! -dijo de repente-, eso que me habis contado es la pura
verdad? Puedo creerlo al pie de la letra?-Esperad, seor abate
-respondi Caderousse-, en este rincn hay un Santo Cristo de madera,
bendito, y sobre aquel bal el devocionario de mi mujer. Abridlo y
colocando una mano sobre l y la otra extendida hacia el crucifijo,
os jurar por la salvacin de mi alma y por mi fe de cristiano, que
os he contado todo tal como pas, y como el ngel de los hombres lo
repetir al odo de Dios el da del juicio final.-Bien -repuso el
abate, convencido por su acento de que deca Caderousse verdad-. Est
bien. Adis. Me voy lejos de los hombres, que tanto mal se hacen
unos a otros.Y librndose a duras penas de los transportes de
entusiasmo de Caderousse, quit el abate por s mismo la tranca a la
puerta, volvi a montar a caballo, salud por ltima vez al posadero,
que le despeda con ruidosas seales de agradecimiento, y parti en la
misma direccin que haba seguido a la ida.Cuando Caderousse se volvi
vio detrs de l a la Carconte, ms plida y ms temblorosa que
nunca.-Es cierto lo que he odo? -le dijo.-Qu? Que nos daba el
diamante para nosotros solos? -respondi Caderousse loco de
jbilo.-S-Ciertsimo, y si no, mralo.La mujer lo contempl un instante
y luego dijo, con voz sorda:-Si fuera falso...!Caderousse palideci
y estuvo a punto de caerse.-Falso...! -murmur-. Falso! Y por qu ese
hombre me haba de dar un diamante falso?-Por hacerte hablar sin
pagarte, imbcil.Al peso de esta suposicin, Caderousse se qued como
aturdido.-Oh! -dijo despus de un instante, cogiendo su sombrero,
que se puso sobre el pauelo encarnado que tena a la cabeza-, pronto
lo sabremos.-Cmo?-Hoy es la feria de Beaucaire, habr plateros de
Pars, voy a mostrrselo. Guarda t la casa, mujer, que dentro de dos
horas estoy de vuelta.Y sali Caderousse precipitadamente de la
posada, tomando el camino opuesto al que segua el
desconocido.-Cincuenta mil francos! -murmur la Carconte al verse
sola-, es dinero..., pero no es ningn tesoro.
Captulo quinto Los registros de crceles
Al da siguiente de aquel en que se desarroll en la posada del
camino de Bellegarde a Beaucaire la escena que acabamos de narrar,
un hombre de treinta y dos aos con frac azul, pantaln de Nankn,
chaleco blanco y aire y acento muy ingls, se present en casa del
alcalde de Marsella.-Caballero -le dijo-, yo soy el comisionista
principal de la casa Thompson y French, de Roma. Diez aos ha que
estamos en relaciones con la de Morrel e hijos, de Marsella, y
hasta le tenemos confiados unos cien mil francos sobre poco ms o
menos. Lo que se dice de qu amenaza ruina tal casa, nos pone
actualmente en suma inquietud, por lo cual vengo de Roma a pediros
noticias sobre este asunto.-Caballero -respondi el alcalde-, s
efectivamente que de cuatro o cinco aos ac parece que persigue la
desgracia al seor Morrel. Ha perdido cuatro o cinco barcos, y ha
sufrido tres o cuatro quiebras, pero no me corresponde a m, aunque
soy su acreedor por unos diez mil francos, referiros la situacin de
su casa. He aqu todo lo que puedo deciros, caballero. Si queris
saber ms, id al seor de Boville, inspector de crceles, que vive en
la calle de Noailles, nmero 15. Segn creo, tiene colocados
doscientos mil francos en la casa de Morrel, y si realmente hay
ocasin de que temamos, como su cantidad es mayor que la ma, sern
tambin ms exactas sus noticias probablemente.Al parecer apreci
mucho el ingls esta delicadeza del alcalde y saludndole se encamin
a la calle indicada, con ese paso peculiar de los hijos de la Gran
Bretaa.El seor de Boville se encontraba en su despacho. Al verle,
hizo el ingls un movimiento de sorpresa, como si no fuera la
primera vez que viese a la persona que vena a visitarle. En cuanto
al seor de Boville, estaba tan desesperado, que evidentemente el
pensamiento que ahora le absorba todas sus facultades no dejaba a
su memoria ni a su imaginacin ocasin para retroceder a tiempos
pasados.Con la flema de los de su raza, abord el ingls la cuestin
casi en los mismos trminos en que acababa de hablar al alcalde.-Oh,
caballero! -exclam el seor de Boville-, no pueden ser ms fundados
vuestros temores, por desdicha. Aqu me tenis sumido en la
desesperacin. Yo tena colocados doscientos mil francos en la casa
de Morrel; doscientos mil francos que eran la dote de mi hija, y
pensaba casarla dentro de quince das, puesto que de esa cantidad,
cien mil francos eran reembolsados el 15 de este mes, y los otros
cien el 15 del prximo. Ya tena avisado al seor Morrel que deseaba
que fuera exacto en el reembolso, y he aqu que viene l mismo a
decirme hace una media hora, que si su barco,El Faran,no ha vuelto
para el 15, no le ser posible pagarme.-Pero eso parece tan slo un
aplazamiento -observ el ingls.-Decid mejor que parece una quiebra!
-exclam desesperado el seor de Boville.El ingls reflexion un
instante y luego dijo:-Tantos temores os inspira ese crdito?-Lo
considero perdido.-Pues yo os lo compro.-Vos!-S, yo.-Pero con un
descuento enorme, sin duda?-No, a la par; por doscientos mil
francos. Nuestra casa -aadi el ingls sonriendo-, no hace negocios
de esa clase.-Y pagis...?-Al contado.Y sac el ingls de su bolsillo
un fajo de billetes de banco, que podran importar el doble de la
suma que tema perder el seor de Boville. Un destello de alegra
ilumin el semblante de ste, pero haciendo un esfuerzo aadi:-Es mi
deber advertiros, caballero que es muy probable que no recobris ni
el seis por ciento de esa suma.-Eso no es cuenta ma, sino de la
casa de Thompson y French, en cuyo nombre estoy actuando -respondi
el ingls-. Acaso tenga ella empeo en apresurar la ruina de otra
casa rival; lo que s, caballero, es que estoy pronto a pagaros el
endoso que vais a hacerme, y que slo os exigir un mnimo
corretaje.-Cmo, caballero!, nada ms justo -exclam el seor de
Boville-. El derecho de comisin suele ser un uno y medio por
ciento, queris el dos? Queris el tres? Queris el cinco? Queris ms?
Decidme si queris ms.-Caballero -repuso sonriendo el ingls-, yo,
como mis principales, no hago negocios de esa clase; mi corretaje
es de otra especie.-Hablad, pues.-Sois inspector de crceles?-Hace
ms de catorce aos.-Tenis libros de entradas y salidas?-Sin duda
alguna.-En esos libros deben constar las notas relativas a los
presos?-Cada preso tiene las suyas.-Pues od, caballero: me eduqu en
Roma por un abate, un pobre diablo, que desapareci de la noche a la
maana. Despus supe que estuvo preso en el castillo de If, y
quisiera enterarme de los detalles de su muerte.-Cmo se llamaba?-El
abate Faria.-Ah! le recuerdo muy bien -exclam el seor de Boville-,
Estaba loco.-Eso decan.-Oh!, s que lo estaba.-Es posible. Y cul era
su mana?-Se imaginaba tener noticia de un tesoro inmenso, y ofreca
al gobierno sumas incalculables si accedan a ponerle en
libertad.-Pobre diablo! De modo que ha muerto?-Hace cinco o seis
meses; en febrero ltimo.-Buena memoria tenis, caballero, pues as
recordis las fechas.-Recuerdo sta, porque la muerte del abate fue
seguida de un extrao suceso.-Se puede saber qu suceso fue se?
-pregunt el ingls con tal expresin de curiosidad que hubiera
sorprendido a un observador el hallarla en su rostro flemtico.-Oh!,
s, caballero. Figuraos que el calabozo del abate distaba cuarenta y
cinco o cincuenta pasos del de un antiguo agente bonapartista, uno
de aquellos que ms haban contribuido a la vuelta del usurpador en
1815, hombre muy audaz y muy peligroso. ..-De veras? -inquiri el
ingls.-S -respondi el seor de Boville-. Yo mismo tuve ocasin de
verle en 1816 1817; por cierto que slo con un piquete de soldados
me atrev a bajar a su calabozo. Qu impresin tan profunda me caus
aquel hombre! Jams olvidar su rostro.El ingls se sonri
imperceptiblemente. Luego pregunt:-Decais, caballero, que los dos
ca