- 1. El Conde Montecristo Alejandro Dumas (Francs)Sumario PRIMERA
PARTEEl castillo de If SEGUNDA PARTESimbad el marino TERCERA
PARTEExtraas coincidencias CUARTA PARTE El mayor Cavalcanti QUINTA
PARTE La mano de DiosPRIMERA PARTEEL CASTILLO DE IFCaptulo
primeroMarsella. La llegadaEl 24 de febrero de 1815, el viga de
Nuestra Seora de la Guarda dio la seal de que sehallaba a la vista
el bergantn El Faran procedente de Esmirna, Trieste y Npoles.
Comosuele hacerse en tales casos, sali inmediatamente en su busca
un prctico, que pas pordelante del castillo de If y subi a bordo
del buque entre la isla de Rin y el cabo Mongin.En un instante, y
tambin como de costumbre, se llen de curiosos la plataforma del
castillode San Juan, porque en Marsella se daba gran importancia a
la llegada de un buque y sobretodo si le suceda lo que al Faran,
cuyo casco haba salido de los astilleros de la antiguaFocia y
perteneca a un naviero de la ciudad.Mientras tanto, el buque segua
avanzando; habiendo pasado felizmente el estrechoproducido por
alguna erupcin volcnica entre las islas de Calasapeigne y de Jaros,
dobl lapunta de Pomegue hendiendo las olas bajo sus tres gavias, su
gran foque y la mesana. Lo
2. haca con tanta lentitud y tan penosos movimientos, que los
curiosos, que por instintopresienten la desgracia, preguntbanse
unos a otros qu accidente poda haber sobrevenidoal buque. Los ms
peritos en navegacin reconocieron al punto que, de haber
sucedidoalguna desgracia, no deba de haber sido al buque, puesto
que, aun cuando con muchalentitud, segua ste avanzando con todas
las condiciones de los buques bien gobernados.En su puesto estaba
preparada el ancla, sueltos los cabos del bauprs, y al lado del
piloto,que se dispona a hacer que El Faran enfilase la estrecha
boca del puerto de Marsella,hallbase un joven de fisonoma
inteligente que, con mirada muy viva, observaba cada unode los
movimientos del buque y repeta las rdenes del piloto.Entre los
espectadores que se hallaban reunidos en la explanada de San Juan,
haba unoque pareca ms inquieto que los dems y que, no pudiendo
contenerse y esperar a que elbuque fondeara, salt a un bote y orden
que le llevasen al Faran, al que alcanz frente almuelle de la
Reserva.Viendo acercarse al bote y al que lo ocupaba, el marino
abandon su puesto al lado delpiloto y se apoy, sombrero en mano, en
el filarete del buque. Era un joven de unosdieciocho a veinte aos,
de elevada estatura, cuerpo bien proporcionado, hermoso cabello
yojos negros, observndose en toda su persona ese aire de calma y de
resolucin peculiares alos hombres avezados a luchar con los
peligros desde su infancia.-Ah! Sois vos Edmundo! Qu es lo que ha
sucedido? -pregunt el del bote- Qusignifican esas caras tan tristes
que tienen todos los de la tripulacin?-Una gran desgracia, para m
al menos, seor Morrel -respondi Edmundo-. Al llegar a laaltura de
Civita-Vecchia, falleci el valiente capitn Leclerc...-Y el
cargamento? -pregunt con ansia el naviero.-Intacto, sin novedad. El
capitn Leclerc...-Qu le ha sucedido? pregunt el naviero, ya ms
tranquilo. Qu le ocurri a esevaliente capitn?-Muri.-Cay al mar?-No,
seor; muri de una calentura cerebral, en medio de horribles
padecimientos.Volvindose luego hacia la tripulacin:-Hola! dijo Cada
uno a su puesto, vamos a anclar.La tripulacin obedeci, lanzndose
inmediatamente los ocho o diez marineros que lacomponan unos a las
escotas, otros a las drizas y otros a cargar velas.Edmundo observ
con una mirada indiferente el principio de la maniobra, y viendo
apunto de ejecutarse sus rdenes, volvise hacia su
interlocutor.-Pero cmo sucedi esa desgracia? -continu el
naviero.-Oh, Dios mo!, de un modo inesperado. Despus de una larga
pltica con el comandantedel puerto, el capitn Leclerc sali de
Npoles bastante agitado, y no haban transcurridoveinticuatro horas
cuando le acometi la fiebre... y a los tres das haba fallecido.
Lehicimos los funerales de ordenanza, y reposa decorosamente
envuelto en una hamaca, conuna bala del treinta y seis a los pies y
otra a la cabeza, a la altura de la isla de Giglio. Lacruz de la
Legin de Honor y la espada las conservamos y las traemos a su
viuda.-Es muy triste, ciertamente prosigui el joven con melanclica
sonrisa haber hechola guerra a los ingleses por espacio de diez
aos, y morir despus en su cama como otrocualquiera. 3. -Y qu vamos
a hacerle, seor Edmundo? replic el naviero, cada vez mstranquilo;
somos mortales, y es necesario que los viejos cedan su puesto a los
jvenes; ano ser as no habra ascensos, y puesto que me aseguris que
el cargamento...-Se halla en buen estado, seor Morrel. Os aconsejo,
pues, que no lo cedis ni aun conveinticinco mil francos de
ganancia.Acto seguido, y viendo que haban pasado ya la torre
Redonda, grit Edmundo:-Largad las velas de las escotas, el foque y
las de mesana.La orden se ejecut casi con la misma exactitud que en
un buque de guerra.-Amainad y cargad por todas partes.A esta ltima
orden se plegaron todas las velas, y el barco avanz de un modo
casiimperceptible.-Si queris subir ahora, seor Morrel dijo Dants
dndose cuenta de la impaciencia delarmador, aqu viene vuestro
encargado, el seor Danglars, que sale de su camarote, y queos
informar de todos los detalles que deseis. Por lo que a m respecta,
he de vigilar lasmaniobras hasta que quede El Faran anclado y de
luto.No dej el naviero que le repitieran la invitacin, y asindose a
un cable que le arrojDants, subi por la escala del costado del
buque con una ligereza que honrara a unmarinero, mientras que
Dants, volviendo a su puesto, cedi el que ocupaba ltimamente aaquel
que haba anunciado con el nombre de Danglars, y que saliendo de su
camarote sediriga adonde estaba el naviero.El recin llegado era un
hombre de veinticinco a veintisis aos, de semblante algosombro,
humilde con los superiores, insolente con los inferiores; de modo
que con esto ycon su calidad de sobrecargo, siempre tan mal visto,
le aborreca toda la tripulacin, tantocomo quera a Dants.-Y bien!,
seor Morrel -dijo Danglars-, ya sabis la desgracia, no es
cierto?-S, s, pobre capitn Leclerc! Era muy bueno y valeroso.-Y
buen marino sobre todo, encanecido entre el cielo y el agua, como
debe ser el hombreencargado de los intereses de una casa tan
respetable como la de Morrel a hijos -respondiDanglars.-Sin embargo
repuso el naviero mirando a Dants, que fondeaba en este instante,
meparece que no se necesita ser marino viejo, como decs, para ser
ducho en el oficio. Y si no,ah tenis a nuestro amigo Edmundo, que
de tal modo conoce el suyo, que no ha de me-nester lecciones de
nadie.-Oh!, s -dijo Danglars dirigindole una aviesa mirada en la
que se reflejaba un odioreconcentrado-; parece que este joven todo
lo sabe. Apenas muri el capitn, se apoder delmando del buque sin
consultar a nadie, y an nos hizo perder da y medio en la isla de
Elbaen vez de proseguir rumbo a Marsella.-Al tomar el mando del
buque -repuso el naviero- cumpli con su deber; en cuanto aperder da
y medio en la isla de Elba, obr mal, si es que no tuvo que reparar
alguna avera.-Seor Morrel, el bergantn se hallaba en excelente
estado y aquella demora fue purocapricho, deseos de bajar a tierra,
no lo dudis.-Dants -dijo el naviero encarndose con el joven-, venid
ac.-Disculpadme, seor Morrel -dijo Dants-, voy en seguida. 4. Y en
seguida orden a la tripulacin: Fondo; a inmediatamente cay el anda
al agua,haciendo rodar la cadena con gran estrpito. Dants permaneci
en su puesto, a pesar de lapresencia del piloto, hasta que esta
ltima maniobra hubo concluido.-Bajad el gallardete hasta la mitad
del mastelero! -grit en seguida-. Iza el pabelln,cruza las
vergas!-Lo veis? -observ Danglars-, ya se cree capitn.-Y de hecho
lo es -contest el naviero.-S, pero sin vuestro consentimiento ni el
de vuestro asociado, seor Morrel.-Diantre! Y por qu no le hemos de
dejar con ese cargo? -repuso Morrel-. Es joven, yalo s, pero me
parece que le sobra experiencia para ejercerlo...Una nube
ensombreci la frente de Danglars.-Disculpadme, seor Morrel -dijo
Dants acercndose-, y puesto que ya hemos fondeado,aqu me tenis a
vuestras rdenes. Me llamasteis, no es verdad?Danglars hizo ademn de
retirarse.-Quera preguntaros por qu os habis detenido en la isla de
Elba.-Lo ignoro, seor Morrel: fue para cumplir las ltimas rdenes
del capitn Leclerc, queme entreg, al morir, un paquete para el
mariscal Bertrand.-Pudisteis verlo, Edmundo?-A quin?-Al
mariscal.-S.Morrel mir en derredor, y llevando a Dants aparte:-Cmo
est el emperador? -le pregunt con inters.-Segn he podido juzgar por
m mismo, muy bien.-Cmo! Tambin habis visto al emperador?...-S,
seor; entr en casa del mariscal cuando yo estaba en ella... -Y le
hablasteis?-Al contrario, l me habl a m -repuso Dants sonrindole.-Y
qu fue lo que os dijo?-Hzome mil preguntas acerca del buque, de la
poca de su salida de Marsella, el rumboque haba seguido y del
cargamento que traa. Creo que a haber venido en lastre, y a ser
yosu dueo, su intencin fuera el comprrmelo; pero le dije que no era
ms que un simple se-gundo, y que el buque perteneca a la casa
Morrel a hijos. Ah -dijo entonces-, laconozco. Los Morrel han sido
siempre navieros, y uno de ellos serva en el mismoregimiento que
yo, cuando estbamos de guarnicin en Valence.-Es verdad! -exclam el
naviero, loco de contento-. Ese era Policarpo Morrel, mi to, quees
ahora capitn. Dants, si decs a mi to que el emperador se ha
acordado de l, le verisllorar como un nio. Pobre viejo! Vamos,
vamos -aadi el naviero dando cariosaspalmadas en el hombro del
joven-; habis hecho bien en seguir las instrucciones del
capitnLeclerc detenindoos en la isla de Elba, a pesar de que podra
comprometeros el que sesupiese que habis entregado un pliego al
mariscal y hablado con el emperador.-Y por qu haba de
comprometerme? -dijo Dants-. Puedo asegurar que no saba de quse
trataba; y en cuanto al emperador, no me hizo preguntas de las que
hubiera hecho a otrocualquiera. Pero con vuestro permiso -continu
Dants-: vienen los aduaneros, os dejo...-S, s, querido Dants,
cumplid vuestro deber.El joven se alej, mientras iba aproximndose
Danglars. 5. -Vamos -pregunt ste-, os explic el motivo por el cual
se detuvo en Porto-Ferrajo?-S, seor Danglars.-Vaya, tanto mejor
-respondi ste-, porque no me gusta tener un compaero que nocumple
con su deber.-Dants ya ha cumplido con el suyo -respondi el
naviero-, y no hay por qu reprenderle.Cumpli una orden del capitn
Leclerc.-A propsito del capitn Leclerc: os ha entregado una carta
de su parte?-Quin?-Dants.-A m?, no. Le dio alguna carta para
m?-Supona que adems del pliego le hubiese confiado tambin el capitn
una carta.-Pero de qu pliego hablis, Danglars?-Del que Dants ha
dejado al pasar en Porto-Ferrajo.-Cmo, sabis que Dants llevaba un
pliego para dejarlo en Porto-Ferrajo. .. ?Danglars se
sonroj.-Pasaba casualmente por delante de la puerta del capitn,
estaba entreabierta, y le vientregar a Dants un paquete y una
carta.-Nada me dijo an -contest el naviero-, pero si trae esa
carta, l me la dar.Danglars reflexion un instante.-En ese caso,
seor Morrel, os suplico que nada digis de esto a Dants; me
habrequivocado.En esto volvi el joven y Danglars se alej.-Querido
Dants, estis ya libre? -le pregunt el naviero.-S, seor.-La operacin
no ha sido larga, vamos.-No, he dado a los aduaneros la factura de
nuestras mercancas, y los papeles de mar a unoficial del puerto que
vino con el prctico.-Conque nada tenis que hacer aqu?Dants cruz una
ojeada en torno.-No, todo est en orden.-Podris venir a comer con
nosotros, verdad?-Dispensadme, seor Morrel, dispensadme, os lo
ruego, porque antes quiero ver a mipadre. Sin embargo, no os quedo
menos reconocido por el honor que me hacis.-Es muy justo, Dants, es
muy justo; ya s que sois un buen hijo.-Sabis cmo est mi padre?
-pregunt Dants con inters.-Creo que bien, querido Edmundo, aunque
no le he visto.-Continuar encerrado en su msero cuartucho.-Eso
demuestra al menos que nada le ha hecho falta durante vuestra
ausencia.Dants se sonri.-Mi padre es demasiado orgulloso, seor
Morrel, y aunque hubiera carecido de lo msnecesario, dudo que
pidiera nada a nadie, excepto a Dios.-Bien, entonces despus de esa
primera visita cuento con vos.-Os repito mis excusas, seor Morrel;
pero despus de esa primera visita quiero hacer otrano menos
interesante a mi corazn. 6. -Ah!, es verdad, Dants, me olvidaba de
que en el barrio de los Catalanes hay unapersona que debe esperaros
con tanta impaciencia como vuestro padre, la hermosaMercedes.Dants
se sonroj intensamente.-Ya, ya -repuso el naviero-; por eso no me
asombra que haya ido tres veces a pedirinformacin acerca de la
vuelta de El Faran. Cspita! Edmundo, en verdad que soishombre que
entiende del asunto. Tenis una querida muy guapa.-No es querida,
seor Morrel -dijo con gravedad el marino-; es mi novia.-Es lo mismo
-contest el naviero, rindose.-Para nosotros no, seor Morrel.-Vamos,
vamos, mi querido Edmundo -replic el seor Morrel-, no quiero
deteneros porms tiempo. Habis desempeado harto bien mis negocios
para que yo os impida que osocupis de los vuestros. Necesitis
dinero?-No, seor; conservo todos mis sueldos de viaje.-Sois un
muchacho muy ahorrativo, Edmundo.-Y aadid que tengo un padre pobre,
seor Morrel.-S, ya s que sois buen hijo. Id a ver a vuestro
padre.El joven dijo, saludando:-Con vuestro permiso.-Pero no tenis
nada que decirme?-No, seor.-El capitn Lederc, no os dio al morir
una carta para m?-Oh!, no; le hubiera sido imposible escribirla;
pero esto me recuerda que tendr quepediros licencia por unos
das.-Para casaros?-Primeramente, para eso, y luego para ir a
Pars.-Bueno, bueno, por el tiempo que queris, Dants. La operacin de
descargar el buquenos ocupar seis semanas lo menos, de manera que
no podr darse a la vela otra vez hastadentro de tres meses. Para
esa poca s necesito que estis de vuelta, porque El Faran-continu el
naviero tocando en el hombro al joven marino- no podra volver a
partir sin sucapitn.-Sin su capitn! -exclam Dants con los ojos
radiantes de alegra-. Pensad lo que decs,seor Morrel, porque esas
palabras hacen nacer las ilusiones ms queridas de mi corazn.Pensis
nombrarme capitn de El Faran?-Si slo dependiera de m, os dara la
mano, mi querido Dants, dicindoos... es cosahecha; pero tengo un
socio, y ya sabis el refrn italiano: Chi a compagno a padrone.
Sinembargo, mucho es que de dos votos tengis ya uno; en cuanto al
otro confiad en m, queyo har lo posible por que lo obtengis
tambin.-Oh, seor Morrel! -exclam el joven con los ojos inundados en
lgrimas y estrechandola mano del naviero-; seor Morrel, os doy
gracias en nombre de mi padre y de Mercedes.-Basta, basta -dijo
Morrel-. Siempre hay Dios en el cielo para la gente honrada; id
averlos y volved despus a mi encuentro.-No queris que os conduzca a
tierra?-No, gracias: tengo an que arreglar mis cuentas con
Danglars. Os llevasteis bien con ldurante el viaje? 7. -Segn el
sentido que deis a esa pregunta. Como camarada, no, porque creo que
no medesea bien, desde el da en que a consecuencia de cierta
disputa le propuse que nosdetuvisemos los dos solos diez minutos en
la isla de Montecristo, proposicin que noacept. Como agente de
vuestros negocios, nada tengo que decir y quedaris satisfecho.-Si
llegis a ser capitn de El Faran, os llevaris bien con
Danglars?-Capitn o segundo, seor Morrel -respondi Dants-, guardar
siempre las mayoresconsideraciones a aquellos que posean la
confianza de mis principales.-Vamos, vamos, Dants, veo que sois
cabalmente un excelente muchacho. No quierodeteneros ms, porque
noto que estis ardiendo de impaciencia.-Me permits... ,
entonces?-S, ya podis iros.-Podr usar la lancha que os trajo?-No
faltaba ms!-Hasta la vista, seor Morrel, y gracias por todo.-Que
Dios os gue.-Hasta la vista, seor Morrel.-Hasta la vista, mi
querido Edmundo.El joven salt a la lancha, y sentndose en la popa
dio orden de abordar a la Cannebire.Dos marineros iban al remo, y
la lancha se desliz con toda la rapidez que es posible enmedio de
los mil buques que obstruyen la especie de callejn formado por dos
filas debarcos desde la entrada del puerto al muelle de Orlens.El
naviero le sigui con la mirada, sonrindose hasta que le vio saltar
a los escalones delmuelle y confundirse entre la multitud, que
desde las cinco de la maana hasta las nueve dela noche llena la
famosa calle de la Cannebire, de la que tan orgullosos se sienten
losmodernos focenses, que dicen con la mayor seriedad: Si Pars
tuviese la Cannebire, serauna Marsella en pequeo. Al volverse el
naviero, vio detrs de s a Danglars, que aparentemente esperaba
susrdenes; pero que en realidad vigilaba al joven marino. Sin
embargo, esas dos miradasdirigidas al mismo hombre eran muy
diferentes. Captulo segundoEl padre y el hijoY dejando que Danglars
diera rienda suelta a su odio inventando alguna calumnia contrasu
camarada, sigamos a Dants, que despus de haber recorrido la
Cannebire en toda sulongitud, se dirigi a la calle de Noailles,
entr en una casita situada al lado izquierdo de lasalamedas de
Meilln, subi de prisa los cuatro tramos de una escalera oscursima,
ycomprimiendo con una mano los latidos de su corazn se detuvo
delante de una puertaentreabierta que dejaba ver hasta el fondo de
aquella estancia; all era donde viva el padrede Dants.La noticia de
la arribada de El Faran no haba llegado an hasta el anciano,
queencaramado en una silla, se ocupaba en clavar estacas con mano
temblorosa para unascapuchinas y enredaderas que trepaban hasta la
ventana.De pronto sinti que le abrazaban por la espalda, y oy una
voz que exclamaba: 8. -Padre! ..., padre mo!El anciano, dando un
grito, volvi la cabeza; pero al ver a su hijo se dej caer en
susbrazos plido y tembloroso.-Qu tienes, padre? -exclam el joven
lleno de inquietud-. Te encuentras mal?-No, no, querido Edmundo,
hijo mo, hijo de mi alma, no; pero no lo esperaba, y laalegra... la
alegra de verte as..., tan de repente... Dios mo!, me parece que
voy a morir...-Clmate, padre: yo soy, no lo dudes; entr sin
prepararte, porque dicen que la alegra nomata. Ea, sonre, y no me
mires con esos ojos tan asustados. Ya me tienes de vuelta yvamos a
ser felices.-Ah!, conque es verdad? -replic el anciano-: conque
vamos a ser muy felices?Conque no me dejars otra vez? Cuntamelo
todo.-Dios me perdone -dijo el joven-, si me alegro de una
desgracia que ha llenado de luto auna familia, pues el mismo Dios
sabe que nunca anhel esta clase de felicidad; perosucedi, y
confieso que no lo lamento. El capitn Leclerc ha muerto, y es
probable que, conla proteccin del seor Morrel, ocupe yo su plaza...
Capitn a los veinte aos, con cienluises de sueldo y una parte en
las ganancias! No es mucho ms de lo que poda esperaryo, un pobre
marinero?-S, hijo mo, s -dijo el anciano-, eso es una gran
felicidad!-As pues, quiero, padre, que del primer dinero que gane
alquiles una casa con jardn, paraque puedas plantar tus propias
enredaderas y tus capuchinas..., pero qu tienes, padre?parece que
lo encuentras mal.-No, no, hijo mo, no es nada.Las fuerzas faltaron
al anciano, que cay hacia atrs.-Vamos, vamos -dijo el joven-, un
vaso de vino lo reanimar. Dnde lo tienes?-No, gracias, no tengo
necesidad de nada -dijo el anciano procurando detener a su hijo.-S,
padre, s, es necesario; dime dnde est.Y abri dos o tres
armarios.-No te molestes -dijo el anciano-, no hay vino en
casa.-Cmo! No tienes vino? -exclam Dants palideciendo a su vez y
mirandoalternativamente las mejillas flacas y descarnadas del
viejo-. Y por qu no tienes? Porventura lo ha hecho falta dinero,
padre mo?-Nada me ha hecho falta, pues ya lo veo -dijo el
anciano.-No obstante -replic Dants limpindose el sudor que corra
por su frente-, yo le dejdoscientos francos... hace tres meses, al
partir.-S, s, Edmundo, es verdad. Pero olvidaste cierta deudilla
que tenas con nuestro vecinoCaderousse; me lo record, dicindome que
si no se la pagaba ira a casa del seor Morrel...y yo, temiendo que
esto lo perjudicase, qu deba hacer? Le pagu.-Pero eran ciento
cuarenta francos los que yo deba a Caderousse... -exclam Dants-.
Selos pagaste de los doscientos que yo lo dej?El anciano hizo un
movimiento afirmativo con la cabeza.-De modo que has vivido tres
meses con sesenta francos... -murmur el joven.-Ya sabes que con
poco me basta -dijo su padre.-Ah, Dios mo, Dios mo! Perdonadme!
-exclam Edmundo arrodillndose ante aquelbuen anciano.-Qu haces? 9.
-Me desgarraste el corazn.-Bah!, puesto que ya ests aqu -dijo el
anciano sonriendo-, todo lo olvido.-S, aqu estoy -dijo el joven-,
soy rico de porvenir y rico un tanto de dinero. Toma, toma,padre, y
enva al instante por cualquier cosa.Y vaci sobre la mesa sus
bolsillos, que contenan una docena de monedas de oro, cinco oseis
escudos de cinco francos cada uno y varias monedas pequeas.El viejo
Dants se qued asombrado.-Para quin es esto? -preguntole.-Para m,
para ti, para nosotros. Toma, compra provisiones, s feliz; maana,
Dios dir.-Despacio, despacito -dijo sonriendo el anciano-; con lo
permiso gastar, pero conmoderacin, pues creeran al verme comprar
muchas cosas que me he visto obligado aesperar tu vuelta para tener
dinero.-Puedes hacer lo que quieras. Pero, ante todo, toma una
criada, padre mo. No quiero quelo quedes solo. Traigo caf de
contrabando y buen tabaco en un cofrecito; maana estaraqu. Pero,
silencio, que viene gente.-Ser Caderousse, que sabiendo tu llegada
vendr a felicitarte.-Bueno, siempre labios que dicen lo que el
corazn no siente -murmur Edmundo-; perono importa, al fin es un
vecino y nos ha hecho un favor.En efecto, cuando Edmundo deca esta
frase en voz baja, se vio asomar en la puerta de laescalera la
cabeza negra y barbuda de Caderousse. Era un hombre de veinticinco
aveintisis aos, y llevaba en la mano un trozo de pao, que en su
calidad de sastre sedispona a convertir en forro de un traje.-Hola,
bien venido, Edmundo! -dijo con un acento marsells de los ms
pronunciados, ycon una sonrisa que descubra unos dientes
blanqusimos.-Tan bueno como de costumbre, vecino Caderousse, y
siempre dispuesto a serviros en loque os plazca -respondi Dants
disimulando su frialdad con aquella oferta servicial.-Gracias,
gracias; afortunadamente yo no necesito de nada, sino que por el
contrario, losdems son los que necesitan algunas veces de m (Dants
hizo un movimiento). No digoesto por ti, muchacho: te he prestado
dinero, pero me lo has devuelto, eso es cosa corrienteentre buenos
vecinos, y estamos en paz.-Nunca se est en paz con los que nos
hacen un favor -dijo Dants-, porque aunque sepague el dinero, se
debe la gratitud.-A qu hablar de eso? Lo pasado, pasado; hablemos
de tu feliz llegada, muchacho. Ibahacia el puerto a comprar pao,
cuando me encontr con el amigo Danglars. T enMarsella? , le dije.
No lo ves? , me respondi. Pues yo lo crea en Esmirna! Toma! , si
ahora he vuelto de all. Y sabes dnde est Edmundo? En casa de
supadre, sin duda, respondi Danglars. Entonces vine presuroso
-continu Caderousse-, paraestrechar la mano a un amigo.-Qu bueno es
este Caderousse! -dijo el anciano-. Cunto nos ama!-Ciertamente que
os amo y os estimo, porque sois muy honrados, y esta clase de
hombresno abunda... Pero a lo que veo vienes rico, muchacho -aadi
el sastre reparando en elmontn de oro y plata que Dants haba dejado
sobre la mesa.El joven observ el rayo de codicia que iluminaba los
ojos de su vecino.-Bah! -dijo con sencillez-, ese dinero no es mo.
Manifest a mi padre temor de quehubiera necesitado algo durante mi
ausencia, y para tranquilizarme vaci su bolsa aqu. 10. Vamos, padre
-sigui diciendo Dants-, guarda ese dinero, si es que a su vez no lo
necesitael vecino Caderousse, en cuyo caso lo tiene a su
disposicin.-No, muchacho -dijo Caderousse-, nada necesito, que a
Dios gracias el oficio alimenta alhombre. Guarda tu dinero, y Dios
te d mucho ms; eso no impide que yo deje deagradecrtelo como si me
hubiera aprovechado de l.-Yo lo ofrezco de buena voluntad -dijo
Dants.-No lo dudo. A otra cosa. Conque eres ya el favorito de
Morrel? Picaruelo!-El seor Morrel ha sido siempre muy bondadoso
conmigo -respondi Dants.-En ese caso, has hecho muy mal en rehusar
su invitacin.-Cmo! Rehusar su invitacin? -exclam el viejo Dants-.
Te ha convidado a comer?-S, padre mo -replic Edmundo sonrindose al
ver la sorpresa de su padre.-Y por qu has rehusado, hijo? -pregunt
el anciano.-Para abrazaros antes, padre mo -respondi el joven-;
tena tantas ganas de veros!-Pero no debiste contrariar a ese buen
seor Morrel -replic Caderousse-, que el quedesea ser capitn, no
debe desairar a su naviero.-Ya le expliqu la causa de mi negativa
-replic Dants-, y espero que lo hayacomprendido.-Para calzarse la
capitana hay que lisonjear un tanto a los patrones.-Espero ser
capitn sin necesidad de eso -respondi Dants.-Tanto mejor para ti y
tus antiguos conocidos, sobre todo para alguien que vive all
abajo,detrs de la Ciudadela de San Nicols.-Mercedes? -dijo el
anciano.-S, padre mo -replic Dants-; y con vuestro permiso, pues ya
que os he visto, y s queestis bien y que tendris todo lo que os
haga falta, si no os incomodis, ir a hacer unavisita a los
Catalanes.-Ve, hijo mo, ve -dijo el viejo Dants-, Dios te bendiga
en tu mujer, como me habendecido en mi hijo!-Su mujer! -dijo
Caderousse-; si an no lo es, padre Dants; si an no lo es, segn
creo.-No; pero segn todas las probabilidades -respondi Edmundo, no
tardar mucho enserlo.-No importa, no importa -dijo Caderousse-, has
hecho bien en apresurarte a venir,muchacho.-Por qu?
-preguntole.-Porque Mercedes es una buena moza, y a las buenas
mozas nunca les faltanpretendientes, a sa sobre todo. La persiguen
a docenas.-De veras? -dijo Edmundo con una sonrisa que revelaba
inquietud, aunque leve.-Oh! S! -replic Caderousse-, y se le
presentan tambin buenos partidos, pero no temas,como vas a ser
capitn, no hay miedo de que lo d calabazas.-Eso quiere decir
-replic Dants, con sonrisa que disfrazaba mal su inquietud-, que si
nofuese capitn...-Hem... -balbuci Caderousse.-Vamos, vamos -dijo el
joven-, yo tengo mejor opinin que vos de las mujeres en general,y
de Mercedes en particular, y estoy convencido de que, capitn o no,
siempre me ser fiel. 11. -Tanto mejor -dijo el sastre-, siempre es
bueno tener fe, cuando uno va a casarse; pero noimporta!, creme,
muchacho, no pierdas tiempo en irle a anunciar lo llegada y
enparticiparle tus esperanzas.-All voy -dijo Edmundo, y abraz a su
padre, salud a Caderousse y sali.Al poco rato, Caderousse se
despidi del viejo Dants, baj a su vez la escalera y fue areunirse
con Danglars, que le estaba esperando al extremo de la calle de
Senac.-Conque -dijo Danglars-, le has visto?-Acabo de separarme de
l -contest Caderousse.-Y te ha hablado de sus esperanzas de ser
capitn?-Ya lo da por seguro.-Paciencia! -dijo Danglars-; va muy de
prisa, segn creo.-Diantre!, no parece sino que le haya dado palabra
formal el seor Morrel.-Estar muy contento?-Est ms que contento, est
insolente. Ya me ha ofrecido sus servicios, como si fuese ungran
seor, y dinero como si fuese un capitalista.-Por supuesto que habrs
rehusado, no?-S, aunque bastantes motivos tena para aceptar, puesto
que yo fui el que le prest elprimer dinero que tuvo en su vida;
pero ahora el seor Dants no necesitar de nadie, puesva a ser
capitn.-Pero an no lo es -observ Danglars.-Mejor que no lo fuese
-dijo Caderousse-, porque entonces, quin lo toleraba?-De nosotros
depende -dijo Danglars- que no llegue a serlo, y hasta que sea
menos de loque es.-Qu dices?-Yo me entiendo. Y sigue amndole la
catalana?-Con frenes; ahora estar en su casa. Pero, o mucho me
engao, o algn disgusto le va adar ella.-Explcate.-Para qu?-Es mucho
ms importante de lo que t lo imaginas.-T no le quieres bien, es
verdad?-No me gustan los orgullosos.-Entonces dime todo lo que
sepas de la catalana.-Nada s de positivo; pero he visto cosas que
me hacen creer, como lo dije, que esperabaal futuro capitn algn
disgusto por los alrededores de las Vieilles-Infirmeries.-Qu has
visto? Vamos, di.-Observ que siempre que Mercedes viene por la
ciudad, la acompaa un joven cataln,de ojos negros, de piel tostada,
moreno, muy ardiente, y a quien llama primo.-Ah! De veras? Y te
parece que ese primo le haga la corte?-A lo menos lo supongo. Qu
otra cosa puede haber entre un muchacho de veintin aosy una joven
de diecisiete?-Y Dants ha ido a los Catalanes?-Ha salido de su casa
antes que yo.-Si fusemos por el mismo lado, nos detendramos en la
Reserva, en casa del compadrePnfilo, y bebiendo un vaso de vino,
sabramos algunas noticias... 12. -Y quin nos las dar?-Estaremos al
acecho, y cuando pase Dants adivinaremos en la expresin de su
rostro loque haya pasado.-Vamos all -dijo Caderousse-, pero pagas
t?-Pues claro -respondi Danglars.Los dos se encaminaron
apresuradamente hacia el lugar indicado, donde pidieronuna botella
y dos vasos. El compadre Pnfilo acababa, segn dijo, de ver pasar a
Dantsdiez minutos antes. Seguros de que se hallaba en los
Catalanes, se sentaron bajo el follajenaciente de los pltanos y
sicmoros, en cuyas ramas una alegre bandada de pajarillossaludaba
con sus gorjeos los primeros das de la primavera. Captulo
terceroLos catalanesA cien pasos del lugar en que los dos amigos,
con los ojos fijos en el horizonte y el odoatento, paladeaban el
vino de Lamalgue, detrs de un promontorio desnudo y agostado porel
sol y por el viento nordeste, se encontraba el modesto barrio de
los Catalanes.Una colonia misteriosa abandon en cierto tiempo
Espaa, yendo a establecerse en lalengua de tierra en que permanece
an. Nadie supo de dnde vena, y hasta hablaba undialecto
desconocido. Uno de sus jefes, el nico que se haca entender un poco
en lenguaprovenzal, pidi a la municipalidad de Marsella que les
concediese aquel ridopromontorio, en el coal, a fuer de marinos
antiguos, acababan de dejar sus barcos. Supeticin les fue aceptada,
y tres meses despus aquellos gitanos del mar haban edificado
unpueblecito en torno a sus quince o veinte barcas.Construido en el
da de hoy de una manera extraa y pintoresca, medio rabe,
medioespaola, es el mismo que se ve hoy habitado por los
descendientes de aquellos hombresque hasta conservan el idioma de
sus padres. Tres o cuatro siglos han pasado, y anpermanecen fieles
al promontorio en que se dejaron caer como una bandada de
avesmarinas. No slo no se mezclan con la poblacin de Marsella, sino
que se casan entre s,conservando los hbitos y costumbres de la
madre patria, del mismo modo que su idioma.Es preciso que nuestros
lectores nos sigan a travs de la nica calle de este pueblecito,
yentren con nosotros en una de aquellas casas, a cuyo exterior ha
dado el sol el bellocolorido de las hojas secas, comn a todos los
edificios del pas, y cuyo interior pule unacapa de cal, esa tinta
blanca, nico adorno de las posadas espaolas.Una bella joven de pelo
negro como el bano y ojos dulcsimos como los de la gacela,estaba de
pie, apoyada en una silla, oprimiendo entre sus dedos afilados una
inocente rosacuyas hojas arrancaba, y los pedazos se vean ya
esparcidos por el suelo. Sus brazosdesnudos hasta el codo, brazos
rabes, pero que parecan modelados por los de la Venus deArls,
temblaban con impaciencia febril, y golpeaba de tal modo la tierra
con su diminutopie, que se entrevean las formas puras de su pierna,
ceida por una media de algodnencarnado a cuadros azules.A tres
pasos de ella, sentado en una silla, balancendose a comps y
apoyando su codo enun mueble antiguo, hallbase un mocetn de veinte
a veintids aos que la miraba con unaire en que se trasluca
inquietud y despecho: sus miradas parecan interrogadoras; pero
lamirada firme y fija de la joven le dominaba enteramente. 13.
-Vamos, Mercedes -deca el joven-, las pascuas se acercan, es el
tiempo mejor paracasarse. No lo crees?-Ya lo dije cien veces lo que
pensaba, Fernando, y en poco lo estimas, pues an
siguespreguntndome.-Reptemelo, te lo suplico, reptemelo por
centsima vez para que yo pueda creerlo. Dimeque desprecias mi amor,
el amor que aprobaba lo madre. Haz que comprenda que te burlasde mi
felicidad; que mi vida o mi muerte no son nada para ti... Ah, Dios
mo, Dios mo!,haber soado diez aos con la dicha de ser tu esposo, y
perder esta esperanza, la nica demi vida.-No soy yo por cierto
quien ha alimentado en ti esa esperanza con mis coqueteras,Fernando
-respondi Mercedes-. Siempre lo he dicho: Te amo como hermano; pero
noexijas de m otra cosa, porque mi corazn pertenece a otro. No lo
he dicho siempre esto?-S, ya lo s, Mercedes -respondi Fernando-;
hasta el horrible atractivo de la franquezatienes conmigo. Pero
olvidas que es ley sagrada entre los nuestros el casarse catalanes
concatalanes?-Te equivocas, Fernando, no es una ley, sino una
costumbre; y, creme, no debes deinvocar esta costumbre en lo favor.
Has entrado en quintas. La libertad de que gozas ladebes nicamente
a la tolerancia. De un momento a otro pueden reclamarte tus
banderas, yuna vez seas soldado, qu haras de m, pobre hurfana, sin
otra fortuna que una mseracabaa casi arruinada y unas malas redes,
herencia nica de mis padres? Hace un ao quemuri mi madre, y desde
entonces, bien lo sabes, vivo casi a expensas de la caridad
pblica.Tal vez me dices que lo soy til, para partir conmigo tu
pesca, y yo la acepto, Fernando,porque eres hijo del hermano de mi
padre, porque nos hemos criado juntos, y porqueadems s que lo
disgustaras si la rehusase. Pero s muy bien que ese pescado que
yovendo, y ese dinero que me dan por l, y con el cual compro el
estambre que luego hilo, noes ms que una limosna, y como tal la
recibo.-Y eso qu importa, Mercedes? Pobre y sola como vives, me
convienes ms que la hijadel naviero ms rico de Marsella. Yo quiero
una mujer honrada y hacendosa, y ningunacomo t posee esas
cualidades.-Fernando -respondi Mercedes con un movimiento de
cabeza-, no puede responder deser siempre honrada y hacendosa, la
que ama a otro hombre que no sea su marido.Confrmate con mi
amistad, porque te repito que esto es todo lo que yo puedo
prometerte.Yo no ofrezco sino lo que estoy segura de poder dar.-S,
s, ya lo comprendo -dijo Fernando-; soportas con resignacin tu
miseria, pero teasusta la ma. Pero, oye, Mercedes, si me amas
probar fortuna y llegar a ser rico. Puedodejar el oficio de
pescador; puedo entrar de dependiente en alguna casa de comercio,
yllegar a ser comerciante.-T no puedes hacer nada de eso, Fernando.
Eres soldado, y si permaneces en losCatalanes todava es porque no
hay guerra; sigue con lo oficio de pescador, no hagascastillos en
el aire, y confrmate con mi amistad, pues no puedo dar otra
cosa.-Pues bien, tienes razn, Mercedes, me har marinero, dejar el
trabajo de nuestros padresque t tanto desprecias, y me pondr un
sombrero de suela, una camisa rayada y unachaqueta azul con anclas
en los botones. No es as como hay que vestirse para agradarte?-Qu
quieres decir con eso? No lo comprendo... 14. -Quiero decir que no
seras tan cruel conmigo, si no esperaras a uno que usa el
trajeconsabido. Pero quizs l no te es fiel, y aunque lo fuera, el
mar no lo habr sido con l.-Fernando! -exclam Mercedes-, te crea
bueno, pero me engaaba! Eso es prueba demal corazn. S, no te lo
oculto, espero y amo a ese que dices, y si no volviese, en lugar
deacusarle de inconstancia, creera que ha muerto adorndome.Fernando
hizo un gesto de rabia.-Adivino tus pensamientos, Fernando, querrs
vengar en l los desdenes mos... querrsdesafiarle... Pero qu
conseguirs con esto? Perder mi amistad si eres vencido, ganar
miodio si vencedor. Creme, Fernando: no es batirse con un hombre el
medio de agradar a lamujer que le ama. Convencido de que te es
imposible tenerme por esposa, no, Fernando, nolo hars, lo
contentars con que sea tu amiga y tu hermana. Por otra parte -aadi
con losojos preados de lgrimas-, t lo has dicho hace poco, el mar
es prfido: espera, Fernando,espera. Han pasado cuatro meses desde
que parti... cuatro meses, y durante ellos hecontado tantas
tempestades!...Permaneci Fernando impasible sin cuidarse de enjugar
las lgrimas que resbalaban porlas mejillas de Mercedes, aunque a
decir verdad, por cada una de aquellas lgrimas hubieradado mil
gotas de su sangre..., pero aquellas lgrimas las derramaba por
otro. Psose en pie,dio una vuelta por la cabaa, volvi, detvose
delante de Mercedes, y con una miradasombra y los puos crispados
exclam:-Mercedes, te lo repito, responde, ests resuelta?-Amo a
Edmundo Dants -dijo framente Mercedes-, y ningn otro que Edmundo
sermi esposo!-Y le amars siempre?-Hasta la muerte.Fernando baj la
cabeza desalentado; exhal un suspiro que ms bien pareca un gemido,y
levantando de repente la cabeza y rechinando los dientes de clera
exclam:-Pero, y si hubiese muerto?-Si hubiese muerto... Entonces yo
tambin me morira!-Y si lo olvidase?-Mercedes! -grit una voz jovial
y sonora desde fuera-. Mercedes!-Ah! -exclam la joven sonrojndose
de alegra y de amor-; bien ves que no me haolvidado, pues ya ha
llegado.Y lanzndose a la puerta la abri exclamando:-Aqu, Edmundo,
aqu estoy!Fernando, lvido y furioso, retrocedi como un caminante al
ver una serpiente, cayendoanonadado sobre una silla, mientras que
Edmundo y Mercedes se abrazaban. El ardiente solde Marsella
penetrando a travs de la puerta, los inundaba de sus dorados
reflejos. Nadavean en torno suyo: una inmensa felicidad los
separaba del mundo y solamentepronunciaban palabras entrecortadas
que revelaban la alegra de su corazn.De pronto Edmundo vislumbr la
cara sombra de Fernando, que se dibujaba en lasombra, plida y
amenazadora, y quiz, sin que l mismo comprendiese la razn, el
jovencataln tena apoyada la mano sobre el cuchillo que llevaba en
la cintura.-Ah! -dijo Edmundo frunciendo las cejas a su vez-; no
haba reparado en que somos tres.Volvindose en seguida a
Mercedes:-Quin es ese hombre? -le pregunt. 15. -Un hombre que ser
de aqu en adelante lo mejor amigo, Dants, porque lo es mo, es
miprimo, mi hermano Fernando, es decir, el hombre a quien despus de
ti amo ms en latierra.-Est bien -respondi Edmundo.Y sin soltar a
Mercedes, cuyas manos estrechaba con la izquierda, present con
unmovimiento cordialsimo la diestra al cataln. Pero lejos de
responder Fernando a esteademn amistoso, permaneci mudo a inmvil
como una estatua. Entonces dirigiEdmundo miradas interrogadoras a
Mercedes, que estaba temblando, y al sombro yamenazador cataln
alternativamente. Estas miradas le revelaron todo el misterio, y
laclera se apoder de su corazn.-Al darme tanta prisa en venir a
vuestra casa, no crea encontrar en ella un enemigo.-Un enemigo!
-exclam Mercedes dirigiendo una mirada de odio a su primo-;
unenemigo en mi casa? A ser cierto, yo lo cogera del brazo y me ira
a Marsella,abandonando esta casa para no volver a pisar sus
umbrales.La mirada de Fernando centelle.-Y si te sucediese alguna
desgracia, Edmundo mo -continu con aquella calmaimplacable que daba
a conocer a Fernando cun bien lea en su siniestra mente-, si
teaconteciese alguna desgracia, trepara al cabo del Morgin para
arrojarme de cabeza contralas rocas.Fernando se puso lvido.-Pero te
engaas, Edmundo -prosigui Mercedes-. Aqu no hay enemigo alguno,
sino miprimo Fernando, que va a darte la mano como a su ms ntimo
amigo.Y la joven fij, al decir estas palabras, su imperiosa mirada
en el cataln, quien, comofascinado por ella, se acerc lentamente a
Edmundo y le tendi la mano.Su odio desapareca ante el ascendiente
de Mercedes. Pero apenas hubo tocado la manode Edmundo, conoci que
haba ya hecho todo lo que poda hacer, y se lanz fuera de
lacasa.-Oh! -exclamaba corriendo como un insensato, y mesndose los
cabellos-. Oh! Quinme librar de ese hombre? Desgraciado de m!-Eh!,
cataln, eh! Fernando! Adnde vas? -dijo una voz.El joven se detuvo
para mirar en torno y vio a Caderousse sentado con Danglars bajo
elemparrado.-Eh! -le dijo Caderousse-. Por qu no te acercas? Tanta
prisa tienes que no te quedatiempo para dar los buenos das a tus
amigos?-Especialmente cuando tienen delante una botella casi llena
-aadi Danglars.Fernando mir a los dos hombres como atontado y sin
responderles.-Afligido parece -dijo Danglars tocando a Caderousse
con la rodilla-. Nos habremosengaado, y se saldr Dants con su tema
contra todas nuestras previsiones?-Diantre! Es preciso averiguar
esto -contest Caderousse; y volvindose hacia el joven legrit-:
Cataln, te decides?Fernando enjugse el sudor que corra por su
frente, y entr a paso lento bajo elemparrado, cuya sombra puso un
tanto de calma en sus sentidos, y la frescura, vigor en suscansados
miembros.-Buenos das: me habis llamado, verdad? -dijo desplomndose
sobre uno de los bancosque rodeaban la mesa. 16. -Corras como loco,
y tem que te arrojases al mar -respondi Caderousse riendo-.
Qudemonio! A los amigos no solamente se les debe ofrecer un vaso de
vino, sino tambinimpedirles que se beban tres o cuatro vasos de
agua.Fernando exhal un suspiro que pareci un sollozo, y hundi la
cabeza entre las manos.-Hum! Quieres que te hable con franqueza,
Fernando? -dijo Caderousse, entablando laconversacin con esa
brutalidad grosera de la gente del pueblo, que con la
curiosidadolvidan toda clase de diplomacia-, pues tienes todo el
aire de un amante desdeado.Y acompa esta broma con una estrepitosa
carcajada.-Bah! -replic Danglars-; un muchacho como ste no ha
nacido para ser desgraciado enamores: t te burlas,
Caderousse.-No-replic ste-, fjate, qu suspiros!... Vamos, vamos,
Fernando, levanta la cabeza yrespndenos. No est bien que calles a
las preguntas de quien se interesa por tu salud.-Estoy bien -murmur
Fernando apretando los puos, aunque sin levantar la cabeza.-Ah!, ya
lo ves, Danglars -repuso Caderousse guiando el ojo a su amigo-. Lo
que pasaes esto: que Fernando, cataln valiente, como todos los
catalanes, y uno de los mejorespescadores de Marsella, est
enamorado de una linda muchacha llamada Mercedes;
perodesgraciadamente, a lo que creo, la muchacha ama por su parte
al segundo de El Faran; ycomo El Faran ha entrado hoy mismo en el
puerto... Me comprendes?-Que me muera, si lo entiendo -respondi
Danglars:-El pobre Fernando habr recibido el pasaporte.-Y bien! Qu
ms? -dijo Fernando levantando la cabeza y mirando a Caderousse
comoaquel que busca en quin descargar su clera-. Mercedes no
depende de nadie, no es as?No puede amar a quien se le
antoje?--Ah!, si lo tomas de ese modo --lijo Caderousse-, eso es
otra cosa! Yo te tena porcataln. Me han dicho que los catalanes no
son hombres para dejarse vencer por un rival, ytambin me han
asegurado que Fernando, sobre todo, es temible en la venganza.-Un
enamorado nunca es temible -repuso Fernando sonriendo.-Pobre
muchacho! -replic Danglars fingiendo compadecer al joven-. Qu
quieres? Noesperaba, sin duda, que volviese Dants tan pronto. Quiz
le creera muerto, quizs infiel,quin sabe! Esas cosas son tanto ms
sensibles cuanto que nos estn sucediendo a cadapaso.-Seguramente
que no dices ms que la verdad -respondi Caderousse, que beba
alcomps que hablaba, y a quien el espumoso vino de Lamalgue
comenzaba a hacer efecto-.Fernando no es el nico que siente la
llegada de Dants, no es as, Danglars?-S, y casi puedo asegurarte
que eso le ha de traer alguna desgracia.-Pero no importa -aadi
Caderousse llenando un vaso de vino para el joven, y haciendolo
mismo por duodcima vez con el suyo-; no importa, mientras tanto se
casa conMercedes, con la bella Mercedes... se sale con la
suya.Durante este coloquio, Danglars observaba con mirada
escudriadora al joven. Laspalabras de Caderousse caan como plomo
derretido sobre su corazn.-Y cundo es la boda? -pregunt.-Oh!,
todava no ha sido fijada -murmur Fernando.-No, pero lo ser -dijo
Caderousse-; lo ser tan cierto como que Dants ser capitn de
ElFaran: no opinas t lo mismo, Danglars? 17. Danglars se estremeci
al or esta salida inesperada, volvindose a Caderousse, en
cuyafisonoma estudi a su vez si el golpe estaba premeditado; pero
slo ley la envidia enaquel rostro casi trastornado por la
borrachera.-Ea! -dijo llenando los vasos-. Bebamos a la salud del
capitn Edmundo Dants, maridode la bella catalana!Caderousse llev el
vaso a sus labios con mano temblorosa, y lo apur de un
sorbo.Fernando tom el suyo y lo arroj con furia al suelo.-Vaya!
-exclam Caderousse-. Qu es lo que veo all abajo en direccin a
losCatalanes? Mira, Fernando, t tienes mejores ojos que yo: me
parece que empiezo a verdemasiado, y bien sabes que el vino engaa
mucho... Dirase que se trata de dos amantesque van agarrados de la
mano... Dios me perdone! No presumen que les estamos viendo,y mira
cmo se abrazan!Danglars no dejaba de observar a Fernando, cuyo
rostro se contraa horriblemente.-Calle! Los conocis, seor Fernando?
-dijo.-S -respondi ste con voz sorda-. Son Edmundo y
Mercedes!-Digo! -exclam Caderousse-. Y yo no los conoca! Dants!
Muchacha! Venid aqu, ydecidnos cundo es la boda, porque el
testarudo de Fernando no nos lo quiere decir.-Quieres callarte?
--dijo Danglars, fingiendo detener a Caderousse, que tenaz
comotodos los que han bebido mucho se dispona a interrumpirles-.
Haz por tenerte en pie, y dejatranquilos a los enamorados. Mira,
mira a Fernando, y toma ejemplo de l.Acaso ste, incitado por
Danglars, como el toro por los toreros, iba al fin a arrojarse
sobresu rival, pues ya de pie tomaba una actitud siniestra, cuando
Mercedes, risuea y gozosa,levant su linda cabeza y clav en Fernando
su brillante mirada. Entonces el cataln seacord de que le haba
prometido morir si Edmundo mora, y volvi a caer desesperadosobre su
asiento.Danglars mir sucesivamente a los dos hombres, el uno
embrutecido por la embriaguez yel otro dominado por los celos.-Oh!
Ningn partido sacar de estos dos hombres -murmur-, y casi tengo
miedo de estaren su compaa. Este bellaco se embriaga de vino,
cuando slo deba embriagarse de odio;el otro es un imbcil que le
acaban de quitar la novia en sus mismas narices, y se
contentasolamente con llorar y quejarse como un chiquillo. Sin
embargo, tiene la mirada torva comolos espaoles, los sicilianos y
los calabreses que saben vengarse muy bien; tiene unos puoscapaces
de estrujar la cabeza de un buey tan pronto como la cuchilla del
carnicero...Decididamente el destino le favorece; se casar con
Mercedes, ser capitn y se burlar denosotros como no... (una sonrisa
siniestra apareci en los labios de Danglars), como notercie yo en
el asunto.-Hola! -segua llamando Caderousse a medio levantar de su
asiento-. Hola!, Edmundo,no ves a los amigos, o lo has vuelto ya
tan orgulloso que no quieres siquiera dirigirles lapalabra?-No, mi
querido Caderousse -respondi Dants-; no soy orgulloso, sino feliz,
y lafelicidad ciega algunas veces ms que el orgullo.-Enhorabuena,
ya eso es decir algo -replic Caderousse-. Buenos das, seora
Dants!Mercedes salud gravemente. 18. -Todava no es se mi apellido
-dijo-, y en mi pas es de mal agero algunas veces elllamar a las
muchachas con el nombre de su prometido antes que se casen.
LlamadmeMercedes.-Es menester perdonar a este buen vecino -aadi
Dants-. Falta tan poco tiempo...-Conque, es decir, que la boda se
efectuar pronto, seor Dants? -dijo Danglarssaludando a los dos
jvenes.-Lo ms pronto que se pueda, seor Danglars: nos toman hoy los
dichos en casa de mipadre, y maana o pasado maana a ms tardar ser
la comida de boda, aqu, en LaReserva; los amigos asistirn a ella;
lo que quiere decir que estis invitados desde ahora,seor Danglars,
y t tambin, Caderousse.-Y Fernando? -dijo Caderousse sonriendo con
malicia-; Fernando lo est tambin?-El hermano de mi mujer lo es
tambin mo -respondi Edmundo-, y con muchsima penale veramos lejos
de nosotros en semejante momento.Fernando abri la boca para
contestar; pero la voz se apag en sus labios y no pudoarticular una
sola palabra.-Hoy los dichos, maana o pasado la boda!... Diablo!,
mucha prisa os dais, capitn.-Danglars -repuso Edmundo sonriendo-,
dgo lo que Mercedes deca hace poco aCaderousse: no me deis ese
ttulo que an no poseo, que podra ser de mal agero para
m.-Dispensadme -respondi Danglars-. Deca, pues, que os dais
demasiada prisa. Qudiablo!, tiempo sobra: El Faran no se volver a
dar a la mar hasta dentro de tres meses.-Siempre tiene uno prisa
por ser feliz, seor Danglars; porque quien ha sufrido mucho,apenas
puede creer en la dicha. Pero no es slo el egosmo el que me hace
obrar de estamanera; tengo que ir a Pars.-Ah! A Pars? Y es la
primera vez que vais all, Dants?-S.-Algn negocio, no es as?-No mo;
es una comisin de nuestro pobre capitn Leclerc. Ya comprenderis que
esto essagrado. Sin embargo, tranquilizaos, no gastar ms tiempo que
el de ida y vuelta.-S, s, ya entiendo -dijo Danglars. Y despus aadi
en voz sumamente baja-: A Pars...Sin duda, para llevar alguna carta
que el capitn le ha entregado. Ah!, diantre! Esa cartame acaba de
sugerir una idea... una excelente idea. Ah! Dants!, amigo mo, an no
tienesel nmero 1 en el registro de El Faran. -Y volvindose en
seguida hacia Edmundo, que sealejaba:- Buen viaje! -le
grit.-Gracias -respondi Edmundo volviendo la cabeza, y acompaando
estemovimiento con cierto ademn amistoso. Y los dos enamorados
prosiguieron su camino,tranquilos y alborozados como dos ngeles que
se elevan al cielo. Captulo cuartoComplotDanglars sigui con la
mirada a Edmundo y a Mercedes hasta que desaparecieron por unode
los ngulos del puerto de San Nicols; y volvindose en seguida
vislumbr a Fernandoque se arrojaba otra vez sobre su silla, plido y
desesperado, mientras que Caderousse en-tonaba una cancin. 19. -Ay,
seor mo -dijo Danglars a Fernando-, creo que esa boda no le sienta
bien a todo elmundo!-A m me tiene desesperado -respondi
Fernando.-Amis, pues, a Mercedes?-La adoro.-Hace mucho
tiempo?-Desde que nos conocimos.-Y estis ah arrancndoos los
cabellos en lugar de buscar remedio a vuestros pesares?Qu diablo!,
no cre que obrase de esa manera la gente de vuestro pas.-Y qu
queris que haga? -pregunt Fernando.-Qu s yo? Acaso tengo yo algo
que ver con...? Parceme que no soy yo, sino vos, elque est
enamorado de Mercedes. Buscad -dice el Evangelio-, y
encontraris.-Yo haba encontrado ya.-Cmo?-Quera asesinar al hombre,
pero la mujer me ha dicho que si llegara a suceder tal cosa asu
futuro, ella se matara despus.-Bah!, bah!, esas cosas se dicen,
pero no se hacen.-Vos no conocis a Mercedes, amigo mo, es mujer que
dice y hace. Imbcil! -murmur para s Danglars-. Qu me importa que
ella muera o no, con talque Dants no sea capitn? -Y antes que muera
Mercedes morira yo -replic Fernando con un acento que
expresabaresolucin irrevocable.-Eso s que es amor! -grit Caderousse
con una voz dominada cada vez ms por laembriaguez-. Eso s que es
amor, o yo no lo entiendo.-Veamos -dijo Danglars-; me parecis un
buen muchacho, y llveme el diablo si no medan ganas de sacaros de
penas; pero...-S, s -dijo Caderousse-, veamos.-Mira -replic
Danglars-, ya lo falta poco para emborracharte, de modo que acbate
debeber la botella y lo estars completamente. Bebe, y no lo metas
en lo que nosotroshacemos. Porque para tomar parte en esta
conversacin es indispensable estar en su sanojuicio.-Yo borracho
-exclam Caderousse-, yo! Si todava me atrevera a beber cuatro de
tusbotellas, que por cierto son como frascos de agua de colonia...
-Y aadiendo el dicho alhecho, grit:- To Pnfilo, ms vino!
-Caderousse empez a golpear fuertemente la mesacon su
vaso.-Decais?... -replic Fernando, esperando anheloso la
continuacin de la fraseinterrumpida.-Qu deca? Ya no me acuerdo. Ese
borracho me ha hecho perder el hilo de mis ideas.-Borracho!, eso me
gusta; ay de los que no gustan del vino!, tienen algn
malpensamiento, y temen que el vino se lo haga revelar.Y Caderousse
se puso a cantar los ltimos versos de una cancin muy en boga por
aquelentonces. Los que beben agua sola son hombres de mala ley, y
prueba es de ello... el diluvio de No. 20. -Conque decais -replic
Fernando-, que quisierais sacarme de penas; pero aadais...-S, aada
que para sacaros de penas, basta con que Dants no se case, y me
parece quela boda puede impedirse sin que Dants muera.-Oh!, slo la
muerte puede separarlos -dijo Fernando.-Raciocinis como un pobre
hombre, amigo mo -exclam CaderOusse-; aqu tenis aDanglars, pcaro
redomado, que os probar en un santiamn que no sabis una
palabra.Prubalo, Danglars, yo he respondido de ti, dile que no es
necesario que Dants muera. Porotro lado, muy triste sera que
muriese Dants; es un buen muchacho; le quiero mucho,mucho; a tu
salud, Dants! A tu salud!Fernando se levant dando muestras de
impaciencia.-Dejadle -dijo Danglars deteniendo al joven-. Quin le
hace caso? Adems, no va tandesencaminado: la ausencia separa a las
personas casi mejor que la muerte. Suponed ahoraque entre Edmundo y
Mercedes se levantan de pronto los muros de una crcel; estarn
tanseparados como si los dividiese la losa de una tumba.-S, pero
saldr de la crcel -dijo Caderousse, que con la sombra de juicio que
an lequedaba se mezclaba en la conversacin-; y cuando uno sale de
la crcel y se llamaEdmundo Dants, se venga.-Qu importa? -murmur
Fernando.-Adems -replic Caderousse-, por qu han de prender a Dants
si l no ha robado nimatado a nadie?...-Cllate -dijo Danglars.-No
quiero -contest Caderousse-; lo que yo quiero que me digan es por
qu haban deprender a Dants; yo quiero mucho a Dants; a tu salud,
Dants, a tu salud!Y se bebi otro vaso de vino.Danglars observ en
los ojos extraviados del sastre el progreso de la borrachera,
yvolvindose hacia Fernando, le dijo:-Comprendis ya que no habra
necesidad de matarle?-Desde luego que no, si pudiramos lograr que
lo prendiesen. Pero por qu medio...?-Como lo buscramos bien -dijo
Danglars-, ya se encontrara. Pero en qu lo voy ameterme? Acaso
tengo yo algo que ver...?-Yo no s si esto os interesa -dijo
Fernando cogindole por el brazo-; pero lo que s s esque tenis algn
motivo de odio particular contra Dants, porque el que odia no se
engaaen los sentimientos de los dems.-Yo motivos de odio contra
Dants!, ninguno, palabra de honor! Os vi desgraciado, yvuestra
desgracia me conmovi; esto es todo. Pero desde el momento en que
creis queobro con miras interesadas, adis, mi querido amigo, salid
como podis de ese atolladero.Y Danglars hizo ademn de irse.-No
-dijo Fernando detenindole-, quedaos. Poco me importa que odiis o
no a Dants;pero yo s le odio; lo confieso francamente. Decidme un
medio y lo ejecuto al instante...,como no sea matarle, porque
Mercedes ha dicho que se dara muerte si matasen a Dants.Caderousse
levant la cabeza que haba dejado caer sobre la mesa, y mirando a
Fernandoy a Danglars estpidamente:-Matar a Dants...! -dijo- Quin
habla de matar a Dants? 21. No quiero que le maten... !, es mi
amigo... esta maana me ofreci su dinero..., delmismo modo que yo
part en otro tiempo el mo con l... No quiero que maten a Dants...
!, no... , no... -Y quin habla de matarle, imbcil? -replic
Danglars-. Slo se trata de una simplebroma. Bebe a su salud -aadi
llenndole un vaso-, y djanos en paz. -S, s, a la salud de Dants
-dijo Caderousse apurando el contenido de su vaso-; a susalud... a
su salud... a su... -Pero el medio...?, el medio? -murmur Fernando.
-No lo habis hallado an? -No, vos os encargasteis de eso. -Es
cierto -repuso Danglars-, los franceses tienen sobre los espaoles
la ventaja de que losespaoles piensan y los franceses improvisan.
-Improvisad, pues -dijo Fernando con impaciencia. -Muchacho -dijo
Danglars-, trae recado de escribir. -Recado de escribir! -murmur
Fernando. -Puesto que soy editor responsable, de qu instrumentos me
he de servir sino de pluma,tinta y papel? -Traes eso? -exclam
Fernando a su vez. -En esa mesa hay recado de escribir -respondi el
mozo sealando una inmediata. -Trelo. El mozo lo cogi y lo coloc
encima de la mesa de los bebedores. -Cuando pienso -observ
Caderousse, dejando caer su mano sobre el papel- que con esosmedios
se puede matar a un hombre con mayor seguridad que en un camino a
pualadas!Siempre tuve ms miedo a una pluma y a un tintero, que a
una espada o a una pistola. -Ese tunante no est tan borracho como
parece -dijo Danglars-. Echadle ms vino,Fernando. Fernando llen el
vaso de Caderousse, observndole atentamente, hasta que le vio,
casivencido por ese nuevo exceso, colocar, o ms bien, soltar su
vaso sobre la mesa. -Conque... -murmur el cataln, conociendo que ya
no poda estorbarle Caderousse, puesla poca razn que conservaba iba
a desaparecer con aquel ltimo vaso de vino. -Pues, seor, deca
-prosigui Danglars-, que si despus de un viaje como el que acaba
dehacer Dants tocando a Npoles y en la isla de Elba, le denunciase
alguien al procuradordel rey como agente bonapartista... -Yo le
denunciar -dijo vivamente el joven. -S, pero os harn firmar vuestra
declaracin, os carearn con el reo, y aunque yo os dpruebas para
sostener la acusacin, eso es poco; Dants no puede permanecer
presoeternamente; un da a otro tendr que salir, y en el da en que
salga, desdichado de vos! -Oh! Slo deseo una cosa -dijo Fernando-,
y es que me venga a buscar. -S, pero Mercedes os aborrecer si tocis
el pelo de la ropa a su adorado Edmundo. -Es verdad -repuso
Fernando. -Nada, si nos decidimos, lo mejor es coger esta pluma
simplemente, y escribir unadenuncia con la mano izquierda para que
no sea conocida la letra -contest Danglars; y estodiciendo, escribi
con la mano izquierda y con una letra que en nada se pareca a la
suyaacostumbrada, los siguientes renglones, que Fernando ley a
media voz: 22. Un amigo del trono y de la religin previene al seor
procurador del rey que un talEdmundo Dants, segundo de El Faran,
que lleg esta maana de Esmirna, despus dehaber tocado en Npoles y
en Porto-Ferrajo, ha recibido de Murat una misiva para elusurpador,
y de ste otra carta para la junta bonapartista de Pars. Fcilmente
se tendr la prueba de su crimen, prendindole, porque la carta se
hallarsobre su persona, o en casa de su padre, o en su camarote, a
bordo de El Faran. -Est bien -aadi Danglars-. De este modo vuestra
venganza tendra sentido comn, y delo contrario podra recaer sobre
vos mismo, entendis? Ya no queda sino cerrar la carta,escribir el
sobre -y Danglars hizo como deca-: Al seor procurador del rey, y
asuntoconcluido. -S, asunto concluido -exclam Caderousse, quien con
los ltimos resplandores de suinteligencia haba escuchado la
lectura, y comprendiendo por instinto todas las desgraciasque podra
causar tal denuncia; s, negocio concluido; pero sera una infamia. Y
alarg el brazo para coger la carta. -Por supuesto -dijo Danglars,
apartndole la mano-, lo que digo no es ms que una broma;y soy el
primero que sentira mucho que le sucediese algo a Dants, a ese
bueno de Dants.Vamos, no faltaba ms...! -y cogiendo la carta, la
estruj entre los dedos, y la tir a unrincn. -Muy bien! -exclam
Caderousse-. Dants es mi amigo, y no quiero que le hagan ningndao.
-Quin diablos piensa en hacerle dao? A lo menos no seremos ni
Fernando ni yo -dijoDanglars levantndose y mirando al joven, cuyos
ojos estaban clavados en el papel delatortirado en el suelo. -En
tal caso -replic Caderousse-, que nos den ms vino, quiero beber a
la salud deEdmundo y de la bella Mercedes. -Bastante has bebido,
borracho! -dijo Danglars-; y como sigas bebiendo lo versobligado a
dormir aqu, porque seguramente no podrs tenerte en pie. -Yo!
-balbuce Caderousse levantndose con la arrogancia del borracho-; yo
no podertenerme! Apuestas algo a que me atrevo a subir al
campanario de las Accoules derechito,sin dar traspis? -Est bien
-dijo Danglars-, hago la apuesta; pero la dejaremos para maana. Ya
es tiempode que nos vayamos; dame el brazo. -Vamos all -dijo
Caderousse-; mas para andar no necesito de lo brazo.
Vienes,Fernando? Vuelves a Marsella con nosotros? -No -respondi
Fernando-; me vuelvo a los Catalanes. -Haces mal; ven con nosotros
a Marsella. -Nada tengo que hacer en Marsella, y no quiero ir.
-Bueno, bueno, no quieres, eh? Pues haz lo que lo parezca: libertad
para todos en todo.Ven, Danglars, y dejmosle que vuelva a los
Catalanes, si as lo quiere. Danglars aprovech este instante de
docilidad de Caderousse para llevarle hacia Marsella;pero para
dejar a Fernando ms a sus anchas, en vez de irse por el muelle de
la Rive-Neuve,ech por la puerta de Saint-Victor. Caderousse le
segua tambalendose, cogido de subrazo. Apenas anduvieron unos
veinte pasos, Danglars volvi la cabeza tan a tiempo, quepudo ver al
joven abalanzarse al papel, que guard en su bolsillo, dirigindose
en seguidahacia Pillon. 23. -Calla! Qu est haciendo? -dijo
Caderousse-. Nos ha dicho que iba a los Catalanes, yse dirige a la
ciudad. Oye, Fernando, vas descaminado, oye!-T eres el que no ves
bien -dijo Danglars-. Si sigue derecho el camino de las
VieillesInfirmeries.. . !-Es cierto -respondi Caderousse-; pero
hubiera jurado que iba por la derecha.Decididamente el vino es un
traidor, que hace ver visiones.-Vamos, vamos -murmur Danglars-, que
la cosa marcha, y slo cabe dejarlamarchar. Captulo quintoEl
banquete de bodaAmaneci un da magnfico: el tiempo estaba
hermossimo; el sol, puro y brillante, y susprimeros rayos, de un
rojo purpreo, doraban las espumas de las olas.La comida haba sido
preparada en el primer piso de La Reserva, cuyo emparrado
yaconocemos. Se compona aqul de un gran saln iluminado por cinco o
seis ventanas;encima de cada una se vea escrito el nombre de una de
las mejores ciudades de Francia.Todas estas ventanas caan a un
balcn de madera: de madera era tambin todo el edificio.Si bien la
comida estaba anunciada para las doce, desde las once de la maana
llenaban elbalcn multitud de curiosos impacientes. Eran stos los
marineros privilegiados de ElFaran y algunos soldados amigos de
Dants. Todos se haban puesto de gala para honrar alos novios. Entre
los convidados circulaba cierto murmullo ocasionado porque
losconsignatarios de El Faran haban de honrar con su presencia la
comida de boda delsegundo. Era tan grande este honor, que nadie se
atreva a creerlo, hasta que Danglars, quellegaba con Caderousse,
confirm la noticia, porque aquella maana haba visto al seorMorrel,
y le dijo que asistira a la comida de La Reserva.Efectivamente, un
instante despus Morrel entr en la sala y fue saludado por
losmarineros con un unnime viva y con aplausos. La presencia del
naviero les confirmaba lasvoces que corran de que Dants iba a ser
su capitn; y como todos aquellos valientesmarineros le queran
tanto, le daban gracias, porque pocas veces la eleccin de un jefe
esten armona con los deseos de los subordinados. No bien entr
Morrel, cuando eligieron aDanglars y a Caderousse para que saliesen
al encuentro de los novios, y les previniesen dela llegada del
personaje que haba producido tan viva sensacin, para que se
apresuraran avenir pronto. Danglars y Caderousse se marcharon en
seguida pero a los cien pasos vieronque la comitiva se
acercaba.Esta se compona de cuatro jvenes amigas de Mercedes,
catalanas tambin, queacompaaban a la novia, a quien daba el brazo
Edmundo. junto a la futura caminaba elpadre de Dants, y detrs de
ellos vena Fernando con su siniestra sonrisa. Ni Mercedes niEdmundo
se dieron cuenta de esa sonrisa: los pobres muchachos eran tan
felices que slopensaban en s mismos, y no tenan ojos ms que para
aquel hermoso cielo que losbendeca.Danglars y Caderousse cumplieron
con su misin de embajadores, y dando despus unfuerte apretn de
manos a Edmundo, Danglars se fue a colocar al lado de Fernando,
yCaderousse al del padre de Dants, objeto de la atencin general. El
anciano vesta unacasaca de tafetn, con grandes botones de acero
tallados. Cubran sus delgadas, aunque 24. vigorosas piernas, unas
medias de algodn que a la legua olan a contrabando ingls. De
susombrero apuntado pendan con pintoresca profusin cintas blancas y
azules; se apoyaba enfin, en un nudoso bastn de madera, encorvado
por el puo como el pedum antiguo. Parecauno de esos figurones que
adornaban en 1796 los jardines de Luxemburgo y de lasTulleras.junto
a l habase colocado, como ya hemos dicho, Caderousse, a quien la
esperanza deuna buena comida acab de reconciliar con los Dants;
Caderousse conservaba un vagorecuerdo de lo que haba sucedido el da
anterior, como cuando al despertar por la maananos representa la
imaginacin el sueo que hemos tenido por la noche.Al acercarse
Danglars a Fernando, dirigi una mirada penetrante al amante
desdeado.Este, que caminaba detrs de los novios, completamente
olvidado de Mercedes, que con eseegosmo sublime del amor slo
pensaba en Edmundo; Fernando, repetimos, plido ysombro, de vez en
cuando diriga una mirada a Marsella, y entonces un temblor
convulsivose apoderaba de sus miembros. Pareca como si esperase, o
ms bien previese algnacontecimiento.Dants vesta con elegante
sencillez, como perteneciente a la marina mercante; su
trajeparticipaba del uniforme militar y del traje civil; y con l y
con la alegra y gentileza de lanovia, pareca ms alegre y ms
bonita.Mercedes estaba tan hermosa como una griega de Chipre o de
Ceos, de ojos de bano ylabios de coral. Su andar gracioso y
desenvuelto pareca de andaluza o de arlesiana. Unajoven cortesana
quizs hubiera procurado disimular su alegra; pero Mercedes miraba
atodos sonrindose, como si con aquella sonrisa y aquellas miradas
les dijese: Puesto quesois mis amigos, alegraos como yo, porque soy
muy dichosa. Tan pronto como fueron divisados los novios desde La
Reserva, sali el seor Morrel a suencuentro, seguido de los
marineros y de los soldados, a los cuales renov la promesa deque
Dants sucedera al capitn Leclerc. Al verle Edmundo dej el brazo de
su novia, ytom el del naviero que con la joven dieron la seal
subiendo los primeros la escalera demadera que conduca a la sala
del banquete.-Padre mo --dijo Mercedes detenindose junto a la
mesa-, vos a mi derecha, os lo ruego.A mi izquierda pondr al que me
ha servido de hermano -aadi con una dulzura quepenetr como la punta
de un pual hasta lo ms profundo del corazn de Fernando. Suslabios
palidecieron, y bajo el matiz de su rostro fue fcil distinguir cmo
se retiraba poco apoco la sangre para agolparse al corazn.Dants
haba hecho entretanto lo mismo con Morrel, colocndole a su derecha,
y conDanglars, que coloc a su izquierda, haciendo en seguida seas
con la mano a todos paraque se colocaran a su gusto. Ya corran de
mano en mano por toda la mesa los salchichonesde Arls, las
brillantes langostas, las sabrosas ostras del Norte, los exquisitos
mariscosenvueltos en su spera concha, como la castaa en su erizo, y
las almejas que las gentesmeridionales prefieren a las anchoas; en
fin, toda esa multitud de entremeses delicados quearrojan las olas
a la arenosa playa, y los pescadores designan con el nombre genrico
defrutos de mar.-Qu silencio! -dijo el anciano saboreando un vaso
de vino amarillo como el topacio, queel to Pnfilo acababa de traer
a Mercedes-. Quin dira que hay aqu treinta personas queslo desean
hablar?-Bah!, un marido no siempre est alegre -dijo Caderousse. 25.
-El caso es -dijo Dants-, que soy en este momento demasiado feliz
para estar alegre.-Tenis razn, vecino; la alegra causa a veces una
sensacin extraa, que oprime elcorazn casi tanto como el
dolor.Danglars observaba a Edmundo, cuyo espritu impresionable
absorba y devolva todaemocin.-Qu -le dijo-, temis algo? Me parece
que todo marcha segn vuestros deseos.-Justamente es eso lo que me
espanta -respondi Dants-, parceme que el hombre no hanacido para
ser feliz con tanta facilidad. La dicha es como esos palacios de
las islasencantadas, cuyas puertas guardan formidables dragones;
preciso es combatir paraconquistar, y yo, a la verdad, no s que
haya merecido la dicha de ser marido de Mercedes.-Marido! Marido!
-dijo Caderousse riendo-; an no, mi capitn. Haz de marido un poco,y
ya vers la que se arma.Mercedes se ruboriz.Fernando estaba muy
agitado en su silla, estremecindose al menor ruido, y limpindoselas
gruesas gotas de sudor que corran por su frente como las primeras
gotas de una lluviade tormenta.-A fe ma, vecino Caderousse -dijo
Dants-, que no vale la pena que me desmintis portan poca cosa.
Mercedes no es an mi mujer, tenis razn -y sac su reloj-; pero
dentro dehora y media lo ser.Los presentes profirieron un grito de
sorpresa, excepto el padre de Dants, cuya sonrisadejaba ver una
fila de dientes bien conservados. Mercedes sonrise sin ruborizarse,
yFernando apret convulsivamente el mango de su cuchillo.-Dentro de
hora y meda! -dijo Danglars, palideciendo tambin-, cmo es eso?-S,
amigos mos -respondi Dants-; gracias al seor Morrel, al hombre a
quien deboms en el mundo despus de mi padre, todos los obstculos se
han allanado; hemosobtenido dispensa de las amonestaciones, y a las
dos y media el alcalde de Marsella nosespera en el Ayuntamiento.
Por lo tanto, como acaba de dar la una y cuarto, creo nohaberme
engaado mucho al decir que dentro de una hora y treinta minutos,
Mercedes sellamar la seora Dants.Fernando cerr los ojos; una nube
de fuego le abrasaba los prpados; apoyse sobre lamesa, y a pesar de
todos sus esfuerzos no pudo contener un sordo gemido, que se perdi
enel rumor causado por las risas y por las felicitaciones de la
concurrencia.-A eso le llamo yo ser activo -dijo el padre de
Dants-. Ayer lleg y hoy se casa..., nadiegana a los marinos en
actividad.-Pero y las formalidades? -pregunt tmidamente Danglars-
el contrato... ?-El contrato -le interrumpi Dants riendo-, el
contrato est ya hecho. Mercedes no tienenada, yo tampoco; nos
casamos en iguales condiciones; conque ya se os alcanzar que ni
sehabr tardado en escribir el contrato, ni costar mucho dinero.Esta
broma excit una nueva explosin de alegra y de enhorabuenas.-Conque,
es decir, que sta es la comida de bodas -dijo Danglars.-No -repuso
Dants-, no la perderis por eso, podis estar tranquilos. Maana parto
paraPars: cuatro das de ida, cuatro de vuelta y uno para desempear
puntualmente la misin deque estoy encargado; el primero de marzo
estoy ya aqu; el verdadero banquete de bodas seaplaza para el 2 de
marzo. 26. La promesa de un nuevo banquete aument la alegra hasta
tal punto, que el padre deDants, que al principio de la comida se
quejaba del silencio, haca ahora vanos esfuerzospara expresar sus
deseos de que Dios hiciera felices a los esposos.Dants adivin el
pensamiento de su padre, y se lo pag con una sonrisa llena de
amor.Mercedes entretanto miraba 1a hora en el reloj de la sala,
haciendo picarescamente ciertaseal a Edmundo. Reinaba en la mesa
esa alegra ruidosa y esa libertad individual quesiempre se toman
las personas de clase inferior al fin de la comida. Los que no
estabancontentos en sus sitios, se haban levantado para ocupar
otros nuevos.Todos empezaban ya a hablar en confusin, y nadie
responda a su interlocutor, sino a suspropios pensamientos.La
palidez de Fernando se comunicaba por minutos a Danglars. Aqul,
sobre todo,pareca presa de mil tormentos horribles. Haba sido de
los primeros en levantarse y sepaseaba por la sala, procurando
apartar su odo de la algazara, de las canciones y delchoque de los
vasos.Acercse a l Caderousse en el momento en que Danglars, de
quien pareca huir, acababade reunrsele en un ngulo de la sala.-En
verdad -dijo Caderousse, a quien la amabilidad de Dants, y sobre
todo el vino del toPnfilo, haban hecho olvidar enteramente el odio
que inspir la repentina felicidad deEdmundo-; en verdad que Dants
es un guapo mozo, y cuando le veo sentado junto a sunovia, digo
para m, que hubiera sido una lstima jugarle la mala pasada que
intentabaisayer.-Pero ya has visto -respondi Danglars- que aquello
no pas de una conversacin. Esepobre Fernando estaba ayer tan fuera
de s, que me caus lstima al principio; pero, desdeque decidi
asistir a la boda de su rival, no hay ya temor alguno.Caderousse
mir entonces a Fernando, que estaba lvido.-El sacrificio es tanto
mayor -prosigui Danglars- cuanto que la muchacha es de
perlas.Diantre!, miren si es dichoso mi futuro capitn. Quisiera
llamarme Dants, no ms que pordoce horas.-Vmonos? -dijo en este
punto con dulce voz Mercedes-; acaban de dar las dos, a las dosy
cuarto nos esperan.-S, s -contest Dants levantndose
inmediatamente.-Vamos -repitieron a coro todos los
convidados.Fernando estaba sentado en el antepecho de la ventana, y
Danglars, que no le perda devista un momento, le vio observar a
Dants con inquieta mirada, levantarse como por unmovimiento
convulsivo, y volver a desplomarse en el sitio donde se hallaba
antes.Oyse en aquel momento un ruido sordo, como de pasos recios,
voces confusas y armas,ahogando las exclamaciones de los convidados
a imponiendo a toda la asamblea el silenciodel estupor. El ruido se
oy ms cerca: en la puerta resonaron tres golpes...; cada cual
mira-ba a su alrededor con asombro.-En nombre de la ley! -grit una
voz sonora.La puerta se abri al punto, dando paso a un comisario
con su faja y a cuatro soldados yun cabo. Con esto, a la inquietud
sucedi el terror.-Qu se ofrece? -pregunt Morrel avanzando hacia el
comisario, a quien conoca-;sinduda vens equivocado. 27. -Si ha sido
as, seor Morrel -respondi el comisario-, creed que pronto se deshar
laequivocacin. Entretanto, y por muy sensible que me sea, debo
cumplir con la orden quetengo. Quin de vosotros, seores, se llama
Edmundo Dants?Las miradas de todos se volvieron hacia el joven, que
muy conmovido, aunqueconservando toda su dignidad, dio un paso
hacia delante y respondi:-Yo soy, caballero, qu me queris?-Edmundo
Dants -repuso el comisario-, en nombre de la ley, daos preso.-Preso
yo! -dijo Edmundo, cuyo rostro se cubri de una leve palidez-. Preso
yo!, peropor qu?-Lo ignoro, caballero. Ya lo sabris en el primer
interrogatorio a que seris sometido.El seor Morrel comprendi que
nada poda intentarse: un comisario con su faja no es yaun hombre,
es la estatua de la ley, fra, sorda, muda. El viejo, por el
contrario, se precipithacia el comisario: hay ciertas cosas que
nunca podr comprender el corazn de un padre ode una madre. Rog,
suplic; pero ruegos y lgrimas fueron intiles. Sin embargo,
sudesesperacin era tan grande, que el comisario al fin se
conmovi.-Tranquilizaos, caballero -le dijo-, quiz se habr olvidado
vuestro hijo de algunos de losrequisitos que exigen la aduana o la
sanidad. Yo as lo creo. Cuando se hayan tomado losinformes que se
desean, le pondrn en libertad.-Qu significa esto? -pregunt
Caderousse frunciendo el entrecejo y mirando a Danglars,que
aparentaba sorpresa.-Qu s yo? -respondi Danglars-; como t, veo y
estoy perplejo, sin comprender nadade todo ello.Caderousse busc con
los ojos a Fernando, pero ste haba desaparecido.Toda la escena de
la vspera se le represent entonces con todos sus pormenores.
Aquellacatstrofe acababa de arrancar el velo que la embriaguez haba
echado entre suentendimiento y su memoria.-Oh! -dijo con voz
ronca-, quin sabe si esto ser el resultado de la broma de
quehablabais ayer, Danglars? En ese caso, desgraciado de vos,
porque es muy triste broma porcierto.-Ya viste que romp aquel papel
-balbuci Danglars.-No lo rompiste; lo arrugaste y lo arrojaste a un
rincn.-Calla! T estabas borracho.-Qu es de Fernando?-Qu s yo! Habr
tenido que hacer. Pero en vez de ocuparte de l, consolemos a
esospobres afligidos.Efectivamente, durante la conversacin, Dants
haba dado la mano sonriendo a susamigos, y despus de abrazar a
Mercedes, se haba entregado al comisario, diciendo:-Tranquilizaos,
pronto se reparar el error, y probablemente no llegar a entrar en
lacrcel.-Oh!, seguramente -dijo Danglars, que, como ya hemos dicho,
se acercaba en estemomento al grupo principal.Dants baj la escalera
precedido del comisario de polica y rodeado de soldados. Uncoche
los esperaba a la puerta, y subi a l, seguido de los soldados y del
comisario. Laportezuela se cerr, y el carruaje tom el camino de
Marsella. 28. -Adis, Dants! Adis, Edmundo! -exclam Mercedes desde
el balcn, adonde salidesesperada.El preso escuch este ltimo grito,
salido del corazn doliente de su novia como unsollozo, y asomando
la cabeza por la ventanilla del coche, le contest:-Hasta la vista,
Mercedes!Y en esto desapareci por uno de los ngulos del fuerte de
San Nicols.-Esperadme aqu -dijo el naviero-; voy a tomar el primer
carruaje que encuentre: corro aMarsella, y os traer noticias
suyas.-S, s, id -exclamaron todos a un tiempo-; id, y volved
pronto.A esta segunda marcha sigui un momento de terrible estupor
en todos los que sequedaban. El anciano y Mercedes permanecieron
algn tiempo sumidos en el ms profundoabatimiento; pero al fin se
encontraron sus ojos, y reconocindose por dos vctimas heridasdel
mismo golpe, se arrojaron en brazos uno de otro.En todo este
tiempo, Fernando, de vuelta a la sala, bebi un vaso de agua y fue a
sentarseen una silla. La casualidad hizo que Mercedes, al desasirse
del anciano, cayese sobre unasilla prxima a aqulla donde l se
hallaba, por lo que Fernando, por un movimiento instin-tivo, retir
hacia atrs la suya.-Ha sido l -dijo Caderousse a Danglars, que no
perda de vista al cataln.-Creo que no -respondi Danglars-; es
demasiado tonto. En todo caso, suya es laresponsabilidad.-Y del que
se lo aconsej -repuso Caderousse.-Ah! Si fuese uno responsable de
todo lo que inadvertidamente dice...-S, cuando lo que se dice
inadvertidamente trae desgracias como sta.Mientras tanto, los
grupos comentaban de mil maneras el arresto de Dants.-Y vos,
Danglars -dijo una voz-, qu pensis de este acontecimiento?-Yo
-respondi Danglars- creo que traera algo de contrabando en El
Faran...-Pero si as fuera, vos lo sabrais, Danglars; no sois vos el
responsable?-S, pero no lo soy sino de lo que viene en factura. Lo
que s es que traemos algunaspiezas de algodn, tomadas en Alejandra
en casa de Pastret, y en Esmirna en casa dePascal: no me preguntis
ms.-Oh!, ahora recuerdo -murmur el pobre anciano al or esto-, ahora
recuerdo... Ayer medijo que traa una caja de caf y otra de
tabaco.-Ya lo veis -dijo Danglars-, eso ser sin duda; durante
nuestra ausencia, los aduaneroshabrn registrado El Faran y lo habrn
descubierto. .Casi insensible hasta el momento, Mercedes dio al fin
rienda suelta a su dolor.-Vamos, vamos, no hay que perder la
esperanza! -dijo el padre de Dants, sin sabersiquiera lo que
deca.-Esperanza! -repiti Danglars.-Esperanza! -murmur Fernando;
pero esta palabra le ahogaba; sus labios se agitaron sinarticular
ningn sonido.-Seores! -grit uno de los invitados que se haba
quedado en una de las ventanas-;seores, un carruaje... Ah! Es el
seor Morrel! Valor! Sin duda trae buenas noticias.Mercedes y el
anciano salironle al encuentro, y reunironse con l en la puerta: el
seorMorrel estaba sumamente plido.-Qu hay? -exclamaron todos a un
tiempo. 29. -Ay!, amigos mos -respondi Morrel moviendo la cabeza-,
la cosa es ms grave de loque nosotros suponamos...-Seor -exclam
Mercedes-, es inocente!-Lo creo -respondi Morrel-; pero le
acusan...-De qu? -pregunt el viejo Dants.-De agente
bonapartista.Aquellos de nuestros lectores que hayan vivido en la
poca de esta historia recordarncun terrible era en aquel tiempo tal
acusacin. Mercedes exhal un grito, y el anciano sedej caer en una
silla.-Oh! -murmur Caderousse-, me habis engaado, Danglars, y al
fin hicisteis lo de ayer.Pero no quiero dejar morir a ese anciano y
a esa joven, y voy a contrselo todo.-Calla, infeliz! -exclam
Danglars agarrando la mano de Caderousse-, calla!, o norespondo de
ti. Quin lo dice que Dants no es culpable? El buque toc en la isla
de Elba;l desembarc, permaneciendo todo el da en Porto-Ferrajo. Si
le han hallado con algunacarta que le comprometa, los que le
defiendan, pasarn por cmplices suyos.Con el rpido instinto del
egosmo, Caderousse comprendi lo atinado de la observacin,mir a
Danglars con admiracin, y retrocedi dos pasos.-Esperemos, pues
-murmur.-S, esperemos -dijo Danglars-; si es inocente, le pondrn en
libertad; si es culpable, novale la pena comprometerse por un
conspirador.-Vmonos, no puedo permanecer aqu por ms tiempo.-S, ven
-dijo Danglars, satisfecho al alejarse acompaado-; ven, y dejemos
que salgancomo puedan de ese atolladero.Tan pronto como partieron,
Fernando, que haba vuelto a ser el apoyo de la joven, cogi
aMercedes de la mano y la condujo a los Catalanes. Los amigos de
Dants condujeron a suvez a la alameda de Meilln al anciano casi
desmayado.En seguida se esparci por la ciudad el rumor de que Dants
acababa de ser preso poragente bonapartista.-Quin lo hubiera credo,
mi querido Danglars? -dijo el seor Morrel reunindose a stey a
Caderousse, en el camino de Marsella, adonde se diriga
apresuradamente para adquiriralgunas noticias directas de Edmundo
por el sustituto del procurador del rey, seor deVillefort, con
quien tena algunas relaciones-. Lo hubierais vos credo?-Diantre!
-exclam Danglars-, ya os dije que Dants hizo escala en la isla de
Elba sinmotivo alguno, lo cual me pareci sospechoso.-Pero
comunicasteis vuestras sospechas a alguien ms que a m?-Lbreme Dios
de ello, seor Morrel -dijo en voz baja Danglars-; bien sabis que
porculpa de vuestro to, el seor Policarpo Morrel, que ha servido en
sus ejrcitos, y que nooculta sus opiniones, sospechan que lamentis
la cada de Napolen, y mucho medisgustara el causar algn perjuicio a
Edmundo o a vos. Hay ciertas cosas que unsubordinado debe decir a
su principal, y ocultar cuidadosamente a los dems.-Bien! Danglars,
bien! -contest el naviero-, sois un hombre honrado. Hice bien
alpensar en vos para cuando ese pobre Dants hubiese llegado a ser
capitn del Faran.-Pues cmo...? 30. -S, ya haba preguntado a Dants
qu pensaba de vos y si tena alguna repugnancia enque os quedarais
en vuestro puesto, pues, yo no s por qu, me pareci notar que
ostratabais con alguna frialdad.-Y qu os respondi?-Que crea
efectivamente que, por una causa que no me dijo, le guardabais
cierto rencor;pero que todo el que posea la confianza del
consignatario, posea la suya tambin.-Hipcrita! -murmur
Danglars.-Pobrecillo! -dijo Caderousse-,era un muchacho
excelente.-S, pero entretanto -indic el seor Morrel-, tenemos al
Faran sin capitn.-Oh! -dijo Danglars-, bien podemos esperar, puesto
que no partimos hasta dentro de tresmeses, que para entonces ya
estar libre Dants.-S, pero mientras tanto...-Mientras tanto..., aqu
me tenis, seor Morrel! -dijo Danglars-. Bien sabis queconozco el
manejo de un buque tan bien como el mejor capitn. Esto no os
obligar a nada,pues cuando Dants salga de la prisin volver a su
puesto, yo al mo, y pax Christi.-Gracias, Danglars, as se concilia
todo, en efecto. Tomad, pues, el mando, os autorizo aello, y
presenciad el desembarque. Los asuntos no deben entorpecerse porque
suceda unadesgracia a alguno de la tripulacin.-S, seor, confiad en
m. Y podr ver al pobre Edmundo?-Pronto os lo dir, Danglars. Voy a
hablar al seor de Villefort, y a influir con l en favordel preso.
Bien s que es un realista furioso; pero, aunque realista y
procurador del rey,tambin es hombre, y no le creo de muy mal
corazn.-No -repuso Danglars-; pero me han dicho que es ambicioso, y
entonces...-En fin -repuso Morrel suspirando-, all veremos. Id a
bordo, que yo voy en seguida.Y se separ de los dos amigos para
tomar el camino del Palacio de Justicia.-Ya ves el sesgo que va
tomando el asunto -dijo Danglars a Caderousse-; piensas todavaen
defender a Dants?-No a fe; pero, sin embargo, terrible cosa es que
tenga tales consecuencias una broma.-Y quin ha tenido la culpa? No
seremos ni t ni yo, ciertamente; en todo caso, la culpaes de
Fernando. Bien viste que yo, por mi parte, tir el papel a un rincn;
y hasta creohaberlo roto.-No, no -dijo Caderousse-; en cuanto a eso
estoy seguro, lo vi en un rincn, doblado yarrugado; ojal estuviese
an all.-Qu quieres? Si Fernando lo cogi lo habr copiado o hecho
copiar, y aun sabe Dios sise tomara esa molestia. Ahora que caigo
en ello, Dios mo!, quizs envi mi propia carta.Afortunadamente yo
desfigur mucho la letra.-Pero sabas t que Dants conspiraba?-Qu haba
de saber? Aquello fue una broma, como ya lo dije. Pero me parece
que, aligual que los arlequines, dije la verdad al bromear.-Lo
mismo da -replic Caderousse-. Yo, sin embargo, dara cualquier cosa
por que noocurriera lo que ha ocurrido, o por lo menos por no
haberme metido en nada: ya vers comopor esto nos sucede tambin a
nosotros alguna desgracia, Danglars.-En todo caso, la desgracia
caer sobre el verdadero culpable, y el verdadero culpable
esFernando y no nosotros. Qu desgracia quieres que nos sobrevenga?
Vivamos tranquilos,que ya pasar la tempestad. 31. -Amn! -dijo
Caderousse, haciendo una seal de despedida a Danglars y dirigindose
a laalameda de Meillan, moviendo la cabeza y hablando consigo
mismo, como aquellaspersonas que estn muy preocupadas con sus
pensamientos.-Magnfico! -murmur Danglars-, las cosas toman el giro
que yo esperaba. De momentoya soy capitn, y si ese imbcil de
Caderousse se calla, capitn para siempre... Slo meatormenta el
pensar que si la justicia diera libertad a Dants... Oh...!, no
-aadi, sonriendocon satisfaccin-, la justicia es la justicia, y en
ella confo.Y dicho esto salt a una barca y dio orden al barquero
para que le condujera a bordo delFaran, adonde, como ya recordar el
lector, le haba citado el seor Morrel.Captulo sextoEl sustituto del
procurador del rey En la calle de Grand-Cours, lindando con la
fuente de las Medusas, en una de esasantiguas casas de arquitectura
aristocrtica, edificadas por Puget, se celebraba tambin en elmismo
da y en la misma hora un banquete de bodas, con la diferencia de
que en lugar deser los personajes y anfitriones gente del pueblo,
marineros y soldados, pertenecan a la msalta sociedad de Marsella.
Tratbase de antiguos magistrados que haban dimitido sus empleos en
tiempo delusurpador, antiguos oficiales desertores de sus filas
para pasarse a las del ejrcito de Cond,y jvenes de ilustre
alcurnia, todava poco elevados a pesar de lo que haban sufrido ya
porel odio hacia aquel a quien cinco aos de destierro deban
convertir en un mrtir, y quincede restauracin en un dios. Se
hallaban sentados a la mesa, y la conversacin chispeaba a impulsos
de todas laspasiones de la poca, pasiones tanto ms terrible y
encarnizadas en el Medioda de Francia,cuanto que al cabo de
quinientos aos, los odios religiosos venan a aadirse a los odios
po-lticos. El emperador rey de la isla de Elba, que despus de haber
sido soberano en una parte delmundo, reinaba sobre una poblacin de
cinco a seis mil almas, y despus de haber odogritar Viva Napolen!
por ciento veinte millones de vasallos, en diez lenguas
diferentes,era tratado all como un hombre perdido sin remedio para
Francia y para el trono. Losmagistrados anatematizaban sus errores
polticos; los militares murmuraban de Mosc y deLeipzig; las
mujeres, de su divorcio de Josefina; y no pareca sino que aquel
mundo alegrey triunfante, no por la cada del hombre, sino por la
derrota del prncipe, creyese que la vidacomenzaba de nuevo para l,
que despertaba de un sueo penoso. Un anciano condecorado con la
cruz de San Luis se levant brindando por la salud del reyLuis
XVIII. Era el marqus de SaintMeran. Con este brindis, que recordaba
a la vez aldesterrado de Hartwell y al rey pacificador de Francia,
se aument el barullo, los vasoschocaron unos con otros, las mujeres
se quitaron las flores de la cabeza y las esparcieronsobre el
mantel; momento fue ste en verdad de entusiasmo casi potico. -Ya
confesaran de plano si estuviesen aqu -dijo la marquesa de
Saint-Meran, mujer demirada dura, labios delgados y continente
aristocrtico, mujer an a la moda, a pesar de suscincuenta aos- ya
confesaran de plano todos esos revolucionarios que nos
hansecuestrado, a quienes dejamos a nuestra vez conspirar
tranquilamente en nuestros castillos 32. antiguos comprados por un
pedazo de pan en tiempo del Terror; ya confesaran que elverdadero
desinters estaba de nuestra parte, puesto que nosotros nos unamos a
laagonizante monarqua, mientras ellos, por el contrario, saludaban
al sol que naca, ylabraban sus fortunas, mientras que nosotros
perdamos la nuestra; confesaran que nuestrosoberano era
verdaderamente Luis, el muy amado, mientras que su usurpador no fue
nuncams que Napolen el maldito. No es verdad, Villefort?-Qu
decs..., seora marquesa...? -respondi aquel a quien se diriga esta
pregunta-.Perdonadme, no atenda a la conversacin.-Dejad a esos
jvenes, marquesa -replic el viejo que haba brindado-. Van a
casarse, ynaturalmente tendrn que hablar de otra cosa que no de
poltica.-Dispensadme, mam -dijo una preciosa joven de cabellos
rubios y ojos azules-. Osdevuelvo al seor de Villefort, al que
entretuve un instante. Seor de Villefort, mam ospreguntaba...-Estoy
pronto a responder a la seora marquesa, si se digna repetir su
pregunta que antesno o.-Estis dispensada, Renata -dijo la marquesa
con una sonrisa de ternura que rara vezbrillaba en su rostro spero
y seco-; sin embargo, el corazn de la mujer es de tal naturalezaque
aunque rido y endurecido por las exigencias sociales, siempre
guarda un rincn frtil yamable, el que Dios ha consagrado al amor de
madre.-Estis perdonada... Ahora od, Villefort: dije que los
bonapartistas no tenan ni nuestraconviccin, ni nuestro entusiasmo,
ni nuestro desinters.-Oh, seora! Por lo menos tienen algo que
reemplace a eso: el fanatismo. Napolen es elMahoma de Occidente; es
para todos esos hombres vulgares, aunque ambiciosos comonunca los
hubo, no slo un legislador, sino un tipo, el tipo de la
igualdad.-De la igualdad! -exclam la marquesa-. Napolen, tipo de la
igualdad! Y entonces,qu es el seor de Robespierre? Creo que le
quitis de su lugar para colocar en l al corso;bastbale con su
usurpacin.-No, seora -repuso Villefort-, dejo a cada cual en su
puesto: a Robespierre en la plaza deLuis XV sobre el cadalso; a
Napolen, en la plaza de Vendme sobre su columna; con ladiferencia
de que el uno ha creado la igualdad que abate; el otro, la igualdad
que eleva; eluno ha puesto a los reyes al nivel de la guillotina;
el otro ha elevado al pueblo al nivel deltrono. Pero eso no impide
-aadi Villefort riendo- que los dos sean unos
infamesrevolucionarios, y que el 9 de Termidor y el 4 de abril de
1814 sean dos das felices paraFrancia, y dignos de ser igualmente
celebrados por los amigos del orden y de la monarqua;pero esto
explica tambin cmo, aunque cado para no levantarse jams, Napolen
haconservado sus adeptos. Qu queris, marquesa? Cromwell, que no fue
ni la mitad de loque Napolen, tuvo tambin los suyos.-Sabis,
Vllefort, que lo que estis diciendo presenta un matiz algo
revolucionario? Peroos perdono: le es imposible a un hijo de un
girondino no conservar cierto apego al terror.Villefort,
sonrojndose, repuso:-Es cierto que mi padre era