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El anteojo asombroso - tony di terlizzi

Aug 18, 2015

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Tony DiTerlizzi - Holly Black

El anteojoasombroso

Crónicas de Spiderwick 2

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ePUB v1.2Moower 28.02.12

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TonyDiTerlizzi yHolly BlackTraducción de

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Carlos Abreu

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Título Original: "The SeelngStone"Traducción: Carlos AbreuDiseño del libro: TonyDiTerlizzi y Dan Potash

© Tony DiTerlizzi y HolJyBlack, 2005© Ediciones B, S. A., 2003

Depósito legal: B. 35711-2005Fotocomposición: punt groc& associats, s. a., BarcelonaImpresión yencuadernación: Printerindustria gráficaN. II, Cuatro caminos s/n,08620 Sant Vicenç dels

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HortsBarcelona, 2005. Impreso enEspañaISBN 978-84-666-2426-8N.° 23846

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Para mi abuela Melvina, queme aconsejó

que escribiera un librocomo éste, y a quien

le dije que nunca lo haría.H.B.

Para Art hur Rackbam: quecont inúe

inspirando a otros comome ha inspirado a mí

T.D.

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CARTA DE HOLLY BLACK

CARTA DE LOS HERMANOSGRACE

MAPA DE LA ESTANCIASPIDERWICK

CAPÍTULO UNODonde se pierde algo más

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que un gato

CAPÍTULO DOSDonde se suceden varias

cosas, incluida unaprueba.

CAPÍTULO TRESDonde Mallory hace por

fin buen uso de suestoque

CAPÍTULO CUATRODonde Jares y Malloryencuent ran muchascosas, pero no lo que

buscan

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CAPÍTULO CINCODonde se descubre el

dest ino del gato perdido

CAPÍTULO SEISDonde Jared se ve

obligado a tomar unadecisión difícil

CAPÍTULO SIETEDonde Simon se supera así mismo y encuent ra unaex t raordinaria mascota

nueva

SOBRE TONY DITERLIZZI...

Y SOBRE HOLLY BLACK

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AGRADECIMIENTOS

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Querido lector:

Tony y yo somos amigosdesde hace años, y siemprehemos compartido ciertafascinación por laliteratura fantástica. Nosiempre habíamos sidoconscientes de laimportancia de esaafinidad ni sabíamos quesería puesta a prueba.

Un día, Tony y yo —juntocon varios otros autores—estábamos firmando

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ejemplares en una libreríagrande. Cuando terminamos,nos quedamos para ayudar aapilar libros y charlar,hasta que se nos acercó undependiente y nos dijo quealguien había dejado unacarta para nosotros.Cuando le preguntéexactamente a quién ibadestinada, su respuestanos sorprendió.

—A vosotros dos —señaló.La carta aparecetranscrita íntegramente enla siguiente página. Tony

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se pasó un buen ratocontemplando la fotocopiaque la acompañaba. Luego,en voz muy baja, sepreguntó dónde estaría elresto del manuscrito.Escribimos una nota a todaprisa, la metimos en elsobre y le pedimos aldependiente que se laentregase a los hermanosGrace.

No mucho después alguiendejó un paquete atado conuna cinta roja delante demi puerta. Al cabo de

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pocos días, tres niñosllamaron al timbre y mecontaron esta historia.

Lo que ha ocurrido desdeentonces es difícil dedescribir. Tony y yo noshemos visto inmersos en unmundo en el que nuncacreímos realmente. Ahorasabemos que los cuentos dehadas son algo más querelatos para niños. Nosrodea un mundo invisible,y queremos desvelarlo antetus ojos, querido lector.

Holly Black

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Queridos señora Black y señorDiTerlizzi:

Sé que un montón de genteno cree en los seressobrenaturales, pero yo sí, ysospecho que ustedes también.Después de leer sus libros, leshablé a mis hermanos deustedes y decidimosescribirles. Algo sabemossobre esos seres. De hecho,sabemos bastante.

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La hoja que adjunto es unafotocopia de un viejo libroque encontramos en eldesván. No está muy bienhecha porque tuvimosproblemas con lafotocopiadora. El libro explicacómo identificar a los seresmágicos y cómo protegerse deellos. ¿Serían tan amables deentregarlo a su editorial? Sipueden, por favor metan unacarta en este sobre ydevuélvanlo a la librería.Encontraremos el modo deenviarles el libro. El correo

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ordinario es demasiadopeligroso.

Sólo queremos que la gentese entere de esto. Lo que nosha pasado a nosotros podríapasarle a cualquiera.

Atentamente.

Mallory, Jared y SimonGrace.

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El ambiente era tansombrío como su estado

de ánimo

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J

CAPÍTULO UNO

Donde se pierde algo másque un gato

ared Grace bajó del último autobúsde la tarde en la parte baja de su

calle. Desde allí debía subir una cuestapara llegar a la vieja y ruinosa casadonde vivía con su familia mientras sumadre buscaba algo mejor o hasta que suanciana y loca tía decidiese instalarse enella de nuevo. Las hojas rojas y doradasde los árboles que rodeaban la casa

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hacían que el gris de las tejas parecieseaún más lúgubre. El ambiente era tansombrío como su estado de ánimo.

No podía creer que lo hubiesendejado castigado después de clase tanpronto.

Y no es que no se esforzara porcongeniar con los otros chicos. Elproblema era que no se le daba bien. Sinir más lejos, ese mismo día había sidoun desastre. Bueno, sí, había estadodibujando un duende mientras laprofesora hablaba, pero estabaprestando atención. Más o menos. Yclaro, la profesora no tenía que haberlevantado el dibujo para enseñárselo a

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toda la clase. Después de eso, suscompañeros no lo habían dejado en paz.Antes de darse cuenta de lo que hacía,estaba rompiéndole la libreta a un chico.

Había tenido la esperanza de que lascosas marchasen mejor en ese colegio,pero desde el divorcio de papá y mamálas cosas habían ido de mal en peor.

Jared entró en la cocina. Simon, suhermano gemelo, estaba sentado a lavieja mesa rústica delante de un platohondo de leche. Todavía no habíaprobado bocado. Levantó la vista haciaJared.

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—¿Has visto a Tibbs?—Acabo de llegar a casa. —Jared

abrió la nevera y tomó un trago de zumode manzana. Estaba tan frío que le dolióla cabeza.

—Bueno, y ¿la has visto fuera? —

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preguntó Simon—. La he buscado portodas partes.

Jared sacudió la cabeza. La estúpidagata le traía sin cuidado. Era el miembromás reciente de la colección deanimales de Simon. Otro engorro debicho que mendigaba comida y cariciasy que se le subía al regazo de un saltocuando estaba ocupado.

Jared no sabía por qué él y Simoneran tan distintos. En las películas losgemelos tenían poderes, y se leían lamente el uno al otro con sólo mirarse.Desgraciadamente, lo máximo quepodían hacer los gemelos en la vida realera llevar pantalones de la misma talla.

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¡Eh, enhorabuena por tucast igo, chalado!

Su hermana Mallory bajó corriendolas escaleras, cargando con una bolsaalargada. Las empuñaduras de susespadas de esgrima sobresalían de unextremo.

—¡Eh, enhorabuena por tu castigo,chalado! —Mallory se echó la bolsa alhombro—. Al menos esta vez no hasacabado con la nariz rota.

—No se lo cuentes a mamá, ¿deacuerdo, Mallory? —pidió Jared.

—Como quieras. Aún así acabará

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enterándose.Mallory se encogió de hombros y

salió al jardín. Su nuevo equipo deesgrima era aún más competitivo que elanterior. A Mallory le había dado porpracticar en todos sus ratos libres. Suentusiasmo rayaba en la obsesión.

—Voy a la biblioteca de Arthur —ledijo Jared a su hermano, y comenzó asubir las escaleras.

—Pero tienes que ayudarme aencontrar a Tibbs. Estaba esperando quellegases a casa para buscarla juntos.

—No «tengo que» hacer nada —repuso Jared, subiendo los escalones dedos en dos.

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En elpasillo de laplanta dearriba, abrió elarmario deropa blanca yse metió en él.Detrás de laspilas desábanasamarillentas yllenas de bolasde naftalina, seencontraba lapuerta quedaba a la

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habitaciónsecreta de lacasa.

Estaba enpenumbra, puesno había másluz que la queentraba por laúnica ventana,y olía ahumedad y apolvo. Lasparedesestabanrecubiertas delibros

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carcomidos. En el centro de lahabitación había un escritorio enormesobre el que descansaban numerosospapeles viejos y tarros de vidrio. Era labiblioteca de su tío tatarabuelo Arthur.El rincón favorito de Jared.

Echó un vistazo al cuadro colgadosobre la entrada. El retrato de ArthurSpiderwick lo observaba con sus ojillosparcialmente ocultos tras las pequeñasgafas redondas. Aunque Arthur noparecía muy viejo, tenía los labiosmarchitos y un aire chapado a la antigua.Desde luego, no presentaba el aspectode alguien que creyese en las hadas.

Jared abrió el primer cajón del lado

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izquierdo del escritorio y sacó un libroenvuelto en un trozo de tela: ElCuaderno de campo del mundofantástico, por Arthur Spiderwick. Elcuaderno refería con todo detalle lascostumbres y hábitats de los seressobrenaturales. Aunque hacía pocassemanas que lo había encontrado, Jaredhabía llegado a considerarlo suyo. Casinunca se desprendía de él y a vecesincluso lo ponía debajo de la almohadaantes de dormir. La única razón por laque no lo llevaba consigo al colegio eraque temía que alguien se lo quitase.

Oyó un ruido sordo procedente de lapared.

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—¿Dedalete? —dijo Jared en vozbaja.

Nunca sabía muy bien si el duendede la casa andaba por ahí.

Jared colocó el libro junto a suúltimo proyecto: un retrato de su padre.No había hablado del asunto con nadie,ni siquiera con Simon. No le estabaquedando muy bien. De hecho, le estabaquedando fatal. Sin embargo, elcuaderno era para consignar datos en él,y si deseaba hacerlo bien debíaaprender a dibujar. Aun así, después dela humillación que había sufrido aqueldía, no le apetecía tomarse la molestiade continuar con el retrato. A decir

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verdad, tenía ganas de hacerlo trizas.—Aquí huele a gato encerrado —le

dijo una vocecita al oído—; más vale ircon cuidado.

Se volvió rápidamente para ver a unhombrecillo de piel morena vestido conuna camisa y unos pantalones queparecían hechos para un muñeco, apartir de un calcetín. Estaba de piesobre uno de los estantes, a la altura delos ojos de Jared, sujetando una hebrade hilo. En lo alto de la estantería, Jaredavistó el destello de una aguja plateadaque el duende había utilizado paradescender en rappel.

—¿Qué pasa, Dedalete? —dijo

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Jared.—Cuando vayan a por ti yo te diré:

«Te lo advertí».—¿Qué?—Te advertí que del libro te

olvidaras. Por no hacerme caso, laspagarás muy caras.

—Siempre dices lo mismo —replicóJared—. Y ese calcetín que recortastepara hacerte tu traje ¿te salió muy caro?No me digas que pertenecía a tíaLucinda.

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—Ahórrate esas burlas atroces.

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Aprende a temer lo que no conoces.Jared suspiró y se dirigió hacia la

ventana. Desde allí alcanzaba a ver todoel patio trasero. Mallory, cerca de lacochera, lanzaba estocadas al aire consu florete. Más lejos, junto a la derruidavalla de tablones que separaba el jardíndel bosque cercano, estaba Simon,haciendo bocina con las manos,seguramente para llamar a su estúpidagata. Más allá, la espesa arboledatapaba la vista. A lo lejos, una carreteradiscurría por el bosque, como unaserpiente negra entre la hierba alta.

Dedalete se aferró al hilo y sebalanceó hasta el alféizar. Iba a decir

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algo, pero finalmente se quedó mirandohacia fuera, como sorprendido, hastaque por fin dijo:

—Trasgos a la vista, y hay que serrealista: muy tarde te he advertido,ahora ya estás perdido.

—¿Dónde?—Junto a la valla, ¿es que la vista te

falla?Jared achicó los ojos y miró en la

dirección que le señalaba el duende.Allí no había nadie más que Simon, queestaba muy quieto, examinando elcésped de un modo extraño. Jared viohorrorizado que su hermano empezaba aforcejear. Simon se retorcía y arremetía,

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pero... ¿contra qué? Allí no había nada...—¡Simon!Jared intentó abrir la ventana, pero

estaba clavada al marco. Comenzó agolpear el cristal.

Entonces Simon cayó al suelo y, actoseguido, desapareció.

—¡No veo nada! —le gritó Jared aDedalete—. ¿Qué está pasando?

Los negros ojos del duenderelampaguearon.

—Lo había olvidado, no meacordaba; los ojos humanos no sirven denada. Aun así, sea como sea, puedoconseguir que veas.

—Te refieres a la Visión, ¿verdad?

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El trastolillo asintió.—¿Y cómo puede ser que te vea a ti

y a los trasgos no?—Podemos elegir mostrarte lo que

queremos enseñarte.

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El pequeño duendevisiblemente ag itado.

Jared tomó el cuaderno y comenzó apasar las páginas que se sabíaprácticamente de memoria; bocetos,acuarelas y anotaciones escritas con laletra irregular de su tío.

—Aquí está —dijo Jared.El trastolillo dio un salto desde la

ventana a la mesa.La página sobre la que Jared había

posado los dedos mostraba diferentesmaneras de conseguir la Visión. Larepasó rápidamente: tener el cabello

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rojo, ser el séptimo hijo de un hijoséptimo, rociarse con agua del baño deun hada... Se detuvo en el último punto ylevantó la vista hacia Dedalete, pero elpequeño duende, visiblemente agitado,señalaba la parte inferior de la página.La ilustración mostraba claramente unapiedra con un agujero en el centro,semejante a un anillo o a una rosquilla.

—Con esta piedra es posible avistarlo invisible —aseguró Dedalete,saltando del escritorio, y corrió por elsuelo hacia la puerta del armario deropa blanca.

—No hay tiempo para ponerse abuscar piedras —protestó Jared, pero

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¿qué otra cosa podía hacer sinoseguirlo?

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Olía a gasolina y a moho

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D

CAPÍTULO DOS

Donde se suceden variascosas,

incluida una prueba.

edalete recorrió el patio a todavelocidad, saltando de sombra en

sombra. Mallory continuaba practicandoesgrima contra la pared de la viejacochera, de espaldas al sitio dondehabía desaparecido Simon.

Jared dio un tirón al cable de losauriculares de su hermana para

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quitárselos. Ella se volvió y le apuntó alpecho con el florete.

—¿Qué pasa?—¡Los trasgos se han llevado a

Simon!Mallory recorrió el patio con la

vista.—¿Los trasgos?—¡Venga, daos prisa —sonó la voz

de Dedalete, tan chillona como la de unpájaro—, que no es cosa de risa!

—Vamos —Jared señaló la cochera,donde el pequeño duende los esperaba—, antes de que vuelvan.

—¡Simon! —gritó Mallory.—Cállate. —Jared la tomó del

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brazo, tiró de ella hacia el interior de lacochera y cerró la puerta a su espalda—. Te van a oír.

—¿Quiénes me van a oír? —quisosaber Mallory—. ¿Los trasgos?

Jared no le hizo caso.Ninguno de los dos había estado ahí

dentro antes. Olía a gasolina y a moho.Había un viejo coche negro cubierto conuna lona. Las paredes estabanrecubiertas de estantes repletos de botesde hojalata y de frascos de conservasllenos hasta la mitad de líquidosmarrones y amarillos. Incluso habíacompartimentos donde se debían deguardar los caballos hacía mucho

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tiempo. En un rincón se alzaba una pilade cajas y cofres de cuero.

Dedalete subió de un brinco a unalata de pintura y gesticuló hacia lascajas.

—¡Deprisa, deprisa! ¡Que lostalones nos pisan!

—Si los trasgos se han llevado aSimon, ¿por qué estamos hurgando en labasura? —preguntó Mallory.

—Mira —dijo Jared, mostrándole eldibujo de la piedra en el libro—.Buscamos esto.

—Oh, genial —repuso ella—.Cualquiera encuentra eso entre todo estedesorden.

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—Calla y busca, ¿quieres? —apremió Jared.

El primer baúl contenía una silla demontar, bridas, almohazas y otrosutensilios para el cuidado de loscaballos. A Simon le habrían fascinado.Jared y Mallory abrieron juntos lasiguiente caja.

Estaba llena de herramientas viejasy oxidadas. Había también unas cuantascajas que contenían cubiertos envueltosen toallas sucias.

—Por lo visto tía Lucinda nuncatiraba nada —observó Jared.

—Aquí hay otra —suspiró Mallory,arrastrando un cajón de madera.

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La tapa se deslizó por unas ranuraspolvorientas, dejando al descubierto unmontón de papeles de periódicoarrugados.

—Mira qué antiguos son —comentóMallory—. La fecha de éste es de 1910.

—No sabía que en 1910 hubieraperiódicos —dijo Jared.

Cada hoja recubría un objetodiferente. Jared desenvolvió una ydentro encontró un viejo par debinoculares, y en otra una lupa, con loque las letras se veían enormes.

—Mira, ésta es de 1927. Son todosdistintos.

Jared escogió otra hoja.

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—Mira: «Niña ahogada en un pozovacío». ¡Qué raro!

—Eh, escucha esto. —Mallory alisóuna de las hojas de periódico—: «1885.Niño perdido. Las autoridadesconfirman su muerte por el ataque de unoso», ¡Fíjate en el nombre del hermanosuperviviente! «Arthur Spiderwick.»

—¡Un momento! ¡Está ahí dentro! —dijo Dedalete, trepando a la caja parameterse en ella. Cuando salió, tenía enlas manos el anteojo más extraño queJared hubiese visto.

Cubría solamente un ojo yse sujetaba a la cara con unclip ajustable a la nariz, dos

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correas de cuero y una cadena.Ensambladas sobre un cuero resistente,cuatro abrazaderas metálicas esperabanpara sujetar algún tipo de lente. Pero lomás raro era la serie de lentes deaumento fijas a unos brazos articulados.

Dedalete se lo entregó a Jared, quelo examinó dándole vueltas entre losdedos. Después, el duende se sacó dedetrás de la espalda una piedra lisa quetenía un agujero en el centro.

—La lente de piedra.

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La pieza ocular másex t raña.

Jared alargó la mano para agarrarla.Dedalete retrocedió un paso.—Demuéstrame tu buena fe o no te

la daré.—No hay tiempo para juegos —

protestó Jared, horrorizado.—No tengas prisa, no seas obtuso y

demuéstrame que le darás buen uso.—Sólo la necesito para encontrar a

Simon —le aseguró Jared—. Después tela devolveré inmediatamente.

Dedalete arqueó una ceja. Jared lo

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intentó de nuevo.—Te prometo que no dejaré que

nadie la use, excepto Mallory... Bueno, ySimon. ¡Oh, vamos! Fuiste tú quiensugirió lo de la piedra desde unprincipio.

—Un niño humano es como unaserpiente; promete mucho pero a vecesmiente.

Jared pensó en Simon y frunció elceño. Notaba que la frustración y la irase apoderaban de él. Apretó los puños.

—Dame esa piedra.Dedalete no dijo nada.—Dámela.—Jared... —quiso refrenarlo

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Mallory.

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Sin embargo, Jared apenas la oyó.Le zumbaban los oídos cuando extendióel brazo y asió a Dedalete. El pequeñoduende se retorció en su mano,adoptando bruscamente la forma de unalagartija, una rata que le mordió el dedoa Jared y una anguila resbaladiza que seagitaba con violencia. No obstante,Jared era más grande y lo sujetó confuerza. Al fin, la piedra cayó y golpeó elsuelo con un ruido seco. Jared le puso elpie encima antes de soltar a Dedalete. Elduende se esfumó mientras Jared recogíala piedra.

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—No deberías haber hecho eso —dijo Mallory.

—Me da igual. —Jared se llevó eldedo mordido a la boca—. Tenemos queencontrar a Simon.

—¿Funcionará esa cosa? —preguntóMallory.

—Ahora lo veremos.Jared se colocó la piedra delante del

ojo y se asomó a la ventana.

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«Vienen hacia aquí.»

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A

CAPÍTULO TRES

Donde Mallory hace porfin buen

uso de su estoque

través del pequeño agujero deaquella piedra, Jared vio a los

trasgos. Eran cinco y todos tenían carade rana y los ojos completamenteblancos, sin pupila. Sus orejas,puntiagudas como las de los gatos, perosin pelo, sobresalían por encima de sucabeza. Su irregular dentadura estaba

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formada por trozos de vidrio y chatarra.Sus cuerpos verdosos e hinchados semovían ágilmente sobre el césped. Unode ellos llevaba un saco manchado, y losdemás olisqueaban el aire como perrosmientras se acercaban a la cochera.Jared se apartó tan bruscamente de laventana que por poco tropieza con unbalde viejo.

—Están ahí fuera, y vienen haciaaquí —susurró Jared, agachándose.

Mallory empuñó su florete con tantafuerza que los nudillos se le pusieronblancos.

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—¿Y

Simon?—No lo he visto.Su hermana estiró el cuello y echó

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un vistazo al exterior.—Pues yo no veo nada —dijo.Jared se acuclilló agarrando la

piedra con firmeza. Oía los gruñidos ypisadas de los trasgos que seaproximaban. No se atrevía a mirar denuevo a través de la piedra.

Entonces sonó un chasquido demadera vieja.

Una piedra golpeó una de lasventanas.

—Ya vienen —dijo Jared.—¿Que ya vienen? —replicó

Mallory—. A mí me parece que ya estánaquí.

Algo se puso a arañar la pared de la

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cochera y se oyeron rugidos debajo dela ventana. A Jared se le hizo un nudo enel estómago. No podía moverse.

—Tenemos que hacer algo —musitó.—Tendremos que echar a correr

hacia la casa —respondió Mallory,también en un susurro.

—No podemos —repuso Jared.No podía borrar de su mente la

imagen de los dientes y las garrasafilados de los trasgos.

—Un par de tablones más y estarándentro.

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Jared asintió con la cabeza,

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atontado.—A la cuenta de tres —le indicó

Mallory—. Una... dos... y ¡tres! ¡Vamos!Abrió la puerta y los dos se lanzaron

a toda velocidad en dirección a la casa.Jared no tenía tiempo de usar la

piedra; sólo corría. Unas garras se leengancharon en la ropa. El pudo soltarsey siguió corriendo.

Mallory era más rápida. Casi habíallegado a la puerta de la casa cuando untrasgo asió con fuerza la camisa deJared por detrás y le dio un tirón. Elchico cayó de bruces sobre la hierba.Hundió los dedos en la tierra, tratandode aferrarse al suelo, pero algo tiraba de

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él hacia atrás.Profirió un grito. Mallory se volvió.

En vez de entrar en la casa, arrancó acorrer hacia su hermano. Aún empuñabasu espada de esgrima, pero no teníamanera de saber a qué se enfrentaba.

—¡No, Mallory! —gritó Jared—¡Aléjate!

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Pero algo t iraba de élhacia at rás.

Al menos un trasgo debió deadelantarlo, porque vio que el brazo deMallory daba una sacudida y ella soltóun chillido. Aparecieron unos surcosrojos allí donde algo la había arañado.Ella giró y atacó con el estoque,hendiendo el aire. Al parecer no habíaacertado a ningún trasgo. Blandió elarma trazando un arco, pero sinresultado.

Jared lanzó una patada con fuerza ygolpeó algo sólido. Notó que la mano

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que lo sujetaba disminuía la presión yaprovechó para escapar. Gateó a todaprisa hacia donde se encontrabaMallory, se llevó la piedra al ojo y miróa través de ella.

—¡Enemigo a las seis! —gritó.Mallory asestó una estocada en esa

dirección. Alcanzó en la oreja a untrasgo, que aulló de dolor. Aunque elestoque de esgrima no tiene punta, dueleque te peguen con uno.

—Más bajos, son más bajos.Jared logró ponerse en pie y colocar

su espalda contra la de Mallory. Loscinco trasgos los rodeaban.

Uno arremetió desde la derecha.

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—¡Enemigo a las tres! —anuncióJared. Mallory tumbó fácilmente altrasgo.

—¡A las doce! ¡A las nueve! ¡A lassiete! Los trasgos acometieron a la vez,y Jared dudaba de que Mallory fuese apoder con todos. Levantó el cuaderno decampo y golpeó con todas sus fuerzas altrasgo más cercano.

¡Paf! El trasgo se tambaleó haciaatrás. Mallory había derribado a dosmás con fuertes mandobles. Ahora semovían en semicírculo con mayorcautela, haciendo rechinar los dientes devidrio y metal.

Entonces sonó una extraña llamada,

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a medio camino entre un ladrido y unsilbido.

Al oírla, los trasgos se retiraron unoa uno y se internaron en el bosque.

Jared se dejó caer sobre la hierba.Le dolía un costado y estaba sinresuello.

—Se han ido —dijo, alargándole lapiedra a Mallory—. Mira.

Mallory se sentó a su lado y se pusola piedra delante del ojo.

—No veo nada, pero hace unmomento tampoco veía nada.

—Es posible que vuelvan. —Jaredse colocó boca abajo y abrió elcuaderno. Lo hojeó por unos instantes

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hasta encontrar lo que buscaba—. Fíjateen esto.

—«Los trasgos van de un lado a otroen bandas errantes, buscando bronca»—leyó Mallory—. Y escucha esto,Jared: «La desaparición de perros ygatos indica la presencia de trasgos enla zona».

Se miraron.—Tibbs —dijo Jared con un

estremecimiento.—«Los trasgos nacen sin dientes —

siguió leyendo Mallory—, por lo quebuscan sucedáneos como colmillos deanimales, piedras afiladas, trozos demetal o de vidrio.»

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—Pero no explica cómo detenerlos—dijo Jared—, ni adonde puedenhaberse llevado a Simon.

Mallory no levantó la vista de lapágina.

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Los cinco t rasgos losrodeaban.

Jared intentó no pensar en losmotivos por los que los trasgos sehabían llevado a Simon. Tenía bastanteclaro lo que les hacían a perros y gatos,pero se resistía a creer que su hermanopodía... acabar devorado por ellos.Contempló los horribles dientes quemostraba el dibujo.

Seguro que no. Seguro que habríaalguna otra explicación.

Mallory respiró profundamente yseñaló la ilustración.

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—Pronto oscurecerá, y, con esosojos, probablemente verán de nochemejor que nosotros.

Era una observación sensata. Jared

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decidió hacer en el cuaderno unaanotación al respecto cuando hubiesenrescatado a Simon. Se quitó el anteojo ycolocó la piedra en su sitio, pero lasabrazaderas estaban demasiado flojaspara sujetarla.

—No va bien —dijo Jared.—Tienes que ajustarla —indicó

Mallory—. Necesitamos undestornillador o algo así.

Jared se sacó una navaja del bolsillotrasero del pantalón. Tenía undestornillador, una hoja pequeña, unalupa, una lima, tijeras y un hueco en elque se había alojado un monda-dientes.Con mucho cuidado, atornilló las

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abrazaderas y encajó la piedra en sulugar.

—A ver, déjame atarte eso a lacabeza. —Mallory tensó las tiras decuero hasta que el aparato quedó firme.Jared tenía que entrecerrar el ojo paraver bien, pero ahora le quedaban las dosmanos libres—. Ten —dijo Mallory,entregándole un estoque de práctica. Noterminaba en punta, así que Jared noestaba muy seguro de que pudiese hacermucho daño con él.

Aun así, se sentía más seguroarmado. Guardó el cuaderno en unamochila y, estoque en mano, echó aandar colina abajo hacia el oscuro

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bosque.Había llegado el momento de

encontrar a Simon.

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Había llegado el momentode encont rar a Simon.

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El aire allí era dist into.

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A

CAPÍTULOCUATRO

Donde Jared y Malloryencuent ran muchascosas, pero no lo que

buscan

l adentrarse en el bosque, Jaredsintió un escalofrío. El aire allí era

distinto, olía a verdor y a tierra húmeda,pero la luz era muy débil. Pasaron porentre tallos enmarañados de balsaminasy árboles delgados recubiertos de

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hiedra. En algún lugar por encima deellos un pájaro comenzó a graznar, conchillidos tan estridentes como unaalarma. Bajo sus pies notaban unaespesa alfombra de musgo. Las ramitascrujían a su paso, y Jared oía el rumorlejano de un riachuelo.

Algo de color marrón surcó el airecomo una exhalación. Era un búho, quese posó en una rama baja. La cabeza seinclinó hacia ellos cuando dio el primerbocado al ratón que sujetaba entre lasgarras.

Mallory se abrió paso a través deunos arbustos, seguida por Jared, yvarios abrojos se les engancharon en el

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pelo y la ropa. Rodearon sigilosamenteel tronco pútrido de un árbol caído en elque pululaban numerosas hormigasnegras.

Jared veía las cosas un pocodistintas a través de la piedra. Todoparecía más luminoso y nítido. Perohabía algo más. Había cosas que semovían en la hierba y en los árboles,cosas que no veía con claridad pero quenunca antes había percibido; caras en lacorteza y en la roca que sólo atisbabapor un instante, como si el bosque enteroestuviese vivo.

—Por ahí. —Mallory palpó unarama rota y apuntó con el dedo a varios

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helechos pisoteados—. Han pasado porahí.

Siguieron el rastro de malezaaplastada y ramas quebradas hasta quellegaron a un arroyo. Para entonces, elbosque se había sumido aún más en laoscuridad, y los sonidos del crepúsculohabían aumentado. Una nube demosquitos los rodeó por un momentoantes de alejarse volando hacia el agua.

—Y ahora ¿qué hacemos? —preguntó Mallory—. ¿Ves algo?

Jared miró a través de la piedraachicando los ojos y sacudió la cabeza.

—Sigamos el curso del arroyo. Elrastro tiene que continuar por algún

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sitio.Avanzaron entre la arboleda.—Mallory —susurró Jared

señalando un gigantesco roble.Unas criaturas diminutas, verdes y

marrones, estaban posadas sobre unarama. Sus alas parecían hojas, perotenían un rostro de aspecto casi humano.En lugar de cabello, les crecían flores yhierba en la minúscula cabeza.

—¿Qué estás mirando? —Malloryalzó el estoque y retrocedió dos pasos.

Jared sacudió la cabeza lentamente.—Espíritus del bosque, creo.—¿Por qué pones esa cara de tonto?—Es que son tan...

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No podía expresar elsobrecogimiento que sentía al entreveraquel mundo oculto. Extendió la manocon la palma hacia arriba y observófascinado que uno se le posaba en eldedo. Los piececitos le hacíancosquillas mientras aquel ser fantásticolo miraba parpadeando con sus ojosnegros.

—¡Jared! —dijo Mallory,impaciente.

Al oír su voz, el espíritu se elevó enel aire. Jared siguió su vuelo con lavista mientras ascendía en espiral hastalas hojas que colgaban en lo alto.

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La luz que se filtraba por entre elfollaje se tiñó de naranja. Más adelante,el arroyo se ensanchaba al pasar pordebajo de las ruinas de un puente depiedra.

Jared notó un picor en la piel cuandose acercaron al puente, pero no había elmenor rastro de los trasgos. El riachuelomedía casi cuatro metros de ancho enese punto, y hacia el centro había unazona oscura en el agua que parecíaindicar una gran profundidad.

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Uno se le posaba en eldedo.

Jared oyó a lo lejos un chirrido quesonaba como el roce del metal.

Mallory se detuvo e irguió lacabeza, escrutando la orilla opuesta.

—¿Has oído eso?—¿Tú crees que podría ser Simon?

—preguntó Jared. Esperaba que no setratase de su hermano. No era un sonidohumano.

—No lo sé —respondió Mallory—,pero sea lo que sea, tiene algo que vercon esos trasgos. ¡Vamos!

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Acto seguido, Mallory pegó unbrinco en dirección al sitio de dondeprovenía el grito.

—No te metas ahí, Mallory —leadvirtió Jared—. Es demasiado hondo.

—No seas cobardica —repuso ellaintroduciendo los pies en el arroyo.

Dio dos zancadas largas y se hundiócomo si hubiese caído por el borde deun barranco. Su cabeza desapareció enel agua de color verde turbio.

Jared se lanzó hacia delante. Dejócaer el estoque en la orilla y metió lamano en el agua helada. Su hermanasalió a la superficie, tosiendo yescupiendo agua. Intentó asir el brazo de

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Jared.

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Algo empezó a emerger.

El había conseguido arrastrarla amedio camino de la orilla cuando algoempezó a emerger detrás de ella. Alprincipio parecía que una colinapedregosa y cubierta de musgo estababrotando del agua. Después aparecióuna cabeza, del color verde intenso de lahierba de río podrida, con ojospequeños y negruzco, una nariz nudosacomo una rama y una boca llena dedientes resquebrajados. Tenía dedoslargos como raíces y uñas ennegrecidaspor el cieno. Jared aspiró el hedor del

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fondo de la charca, hecho de hojaspútridas y un barro muy, muy viejo.

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Jared pegó un alarido. Su mente sequedó totalmente en blanco. No podía

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moverse.Mallory salió a gatas del río y echó

un vistazo por encima del hombro.—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ves?En cuanto percibió su voz, Jared se

puso en movimiento y se alejó delarroyo, rígido, tambaleándose,arrastrándola a ella también.

—Un trol —dijo Jared con un gritoahogado.

La criatura se abalanzó hacia ellos.Sus largos dedos se deslizaban sobre lahierba, a unos pasos de donde seencontraban.

El trol soltó un aullido y Jareddirigió la mirada hacia atrás, pero no

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alcanzó a ver qué había ocurrido. Seprecipitó hacia ellos de nuevo, pero seapartó de golpe cuando un rayo de luztocó uno de sus prolongados dedos. Elmonstruo profirió un bramido.

—El sol —señaló Jared—. Se haquemado con la luz del sol.

—No queda mucha —observóMallory—. Vámonos de aquí.

—Esperaaaaad —susurró elmonstruo en un tono meloso, clavandoen ellos sus ojos negros—.Regresaaaad. Tengo algo paravosoooootros.

El trol extendió el brazo con el puñocerrado, como si ocultase algo en la

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palma.—Vamos, Jared —insistió Mallory

con un dejo suplicante en la voz—. Noveo la cosa con la que hablas.

—¿Has visto a mi hermano? —preguntó Jared.

—Tal veeeez. He oído algo hace unraaaaato, pero había demasiaaaada luz;no he podido verlo.

—¡Era él! ¿Por dónde han ido?La cabeza se volvió hacia los restos

del puente y luego hacia Jared.—Acéeeeercate y te lo diré.—Ni hablar —repuso Jared

reculando un paso.—Ven a recuperaaaar tu

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espaaaaaada.El trol hizo un gesto en dirección al

estoque que Jared había dejado atrás, enla orilla del arroyo. Dirigió la vista a suhermana. También tenía las manosvacías. Su espada debía de estar en elfondo de la charca.

Mallory dio medio paso adelante.—¡Maldición! Ésa es la única arma

que tenemos.—Veniiiiid a por eeeeella. Yo

cerraré los ooooojos si así os sentís másseguuuros. —Y se tapó los párpados conuna mano descomunal.

Mallory miró la espada que yacíasobre la hierba. Fijó la vista en ella de

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una manera que puso muy nervioso aJared. Su hermana estaba planteándosela posibilidad de intentar recuperarla.

—Ni siquiera puedes ver a esa cosa—musitó Jared—. Vámonos.

—Pero la espada...Jared se desató el anteojo y se lo

pasó a ella. El rostro de Mallorypalideció al ver aquel enorme ser quelos espiaba a través de la separaciónentre sus dedos, aprisionado únicamentepor las zonas de luz, una luz queempezaba a extinguirse.

—¡Vámonos! —lo apremió ella convoz trémula.

—Nooooo —les gritó el trol—.

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Volveeeed. Si queréis me doooy lavueeeelta. Contaré hasta dieeeeez. Noharé traaaaampa. Volveeeed.

Jared y Mallory corrieron por elbosque hasta que encontraron una zonailuminada donde tomarse un respiro. Seapoyaron contra el grueso tronco de unroble para intentar recuperar el aliento.Mallory temblaba. Jared, sin saber siera porque estaba mojada o por laimpresión de ver al trol, se sacó lachaqueta para que ella se abrigara.

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Recog ió de la hierba unzapato marrón.

—Estamos perdidos —dijo Malloryentre jadeos—, y desarmados.

—Sabemos que no pueden habercruzado el arroyo —dijo Jared,batallando por ceñirse de nuevo elanteojo a la cabeza—. Habrían caído enlas garras del trol, seguro.

—Pero el sonido venía del otrolado.

Mallory asestó un puntapié a unárbol, con lo que desprendió un trozo decorteza.

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Jared percibió un olor a quemado.Era muy tenue, pero le recordó el hedordel pelo chamuscado.

—¿Hueles eso? —preguntó Jared.—Por ahí —indicó Mallory.Se abrieron paso a toda prisa por

entre la maleza, sin prestar atención alos arañazos que ramitas y espinas leshacían en los brazos. Jared no pensabamás que en dos cosas: su hermano y elfuego.

—Fíjate en esto.Mallory se detuvo de repente. Se

agachó y recogió de la hierba un zapatomarrón.

—Es de Simon.

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—Lo sé —contestó Mallory. Le diola vuelta, pero Jared no obtuvo máspistas que el barro de la suela.

—¿Tú crees que está...? —Jared nopudo completar la frase.

—¡No, claro que no! —exclamóMallory.

Jared asintió con la cabezalentamente, dejándose convencer por lavehemencia de su hermana.

Un poco más adelante, la arboledase hacía menos densa. Llegaron a unacarretera. El asfalto negro se extendíahasta el lejano horizonte. Detrás de todo,el sol se ponía con un resplandorpurpúreo y anaranjado.

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Allí, a lo lejos, en el arcén, un grupode trasgos se apiñaban en torno a unahoguera.

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Siniest ras campanillas

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Z

CAPÍTULO CINCO

Donde se descubre eldest ino del gato perdido

igzagueando entre los árboles,Jared y Mallory se acercaron al

campamento de los trasgos. Había trozosde vidrio y huesos roídos desperdigadospor el suelo. En lo alto de los árbolesvislumbraron unas jaulas pequeñashechas con espino, plásticos y otrosdesperdicios entretejidos. Latas derefresco aplastadas colgaban de las

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ramas y entrechocaban como siniestrascampanillas.

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«Pilla un gato, pilla unperro.»

Había diez trasgos sentadosalrededor de la fogata. El cuerpoennegrecido de algo que se parecíamucho a un gato giraba ensartado en unpalo. De vez en cuando uno de lostrasgos se inclinaba para lamer la carnecarbonizada, y el que daba vueltas alespetón le soltaba un ladrido, que servíade inicio a un ensordecedor concierto deladridos.

Varios de ellos entonaron unacanción. Jared se estremeció al oír la

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letra.

¡Tralará tralalero!Pilla un gato, pilla un perro,

arráncale todo el cueroy dale vueltas sobre el fuego.

¡Tralará, tralalero!

Los automóviles pasaban de largo,ajenos a lo que ocurría. Jared, que nolograba distinguir a sus ocupantes, pensóque quizás incluso su madre conducíapor ahí en ese momento.

—¿Cuántos son? —murmuró

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Mallory, empuñando una rama pesada.—Diez —respondió Jared—. No

veo a Simon. Debe de estar en una deesas jaulas.

—¿Estás seguro? —Mallory miróhacia donde se encontraban los trasgos,aguzando la vista—. Dame esa cosa.

—Ahora no —replicó Jared.Avanzaron despacio entre los

árboles buscando una jaula en la quecupiese Simon. Delante de ellos, algoemitió un chillido agudo y penetrante. Seaproximaron con sigilo al borde delbosque.

Al otro lado del campamento de lostrasgos, junto a la carretera, yacía un

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animal. Era del tamaño de un coche,aunque estaba acurrucado, tenía cabezade halcón y cuerpo de león, y el costadoensangrentado.

—¿Qué ves?—Un grifo —dijo Jared—. Está

herido.—¿Qué es un grifo?—Es una especie de pájaro, una

especie de... Oh, no importa. Túmantente alejada de él y ya está.

Mallory suspiró y se internó aún másen el bosque.

—Mira —señaló—. ¿Qué opinas deésas?

Jared levantó la vista. Algunas de

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las jaulas altas eran más grandes, y lepareció divisar una forma humana dentrode una de ellas. ¡Simon!

—Puedo trepar hasta ahí —dijoJared.

Mallory hizo un gesto afirmativo conla cabeza.

—Date prisa.Jared metió el pie en un hueco de la

corteza y se aupó hasta la primeraramificación. A continuación seencaramó a la rama de la que colgabanlas jaulas pequeñas y comenzó a reptar alo largo de ella. Si se ponía de pie, lesería posible echar un vistazo al interiorde las más altas.

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Conforme avanzaba, Jared no pudoevitar mirar abajo. En las jaulasinferiores vio ardillas, gatos y pájarosencerrados. Unos lanzaban zarpazos ydentelladas a los barrotes, mientrasotros permanecían muy quietos. Algunasjaulas no contenían más que huesos.Todas estaban recubiertas de hojas quese asemejaban sospechosamente a lahiedra venenosa.

—Eh, pasmarote, aquí. Déjame salir.La voz sorprendió tanto a Jared que

por poco se cae de la rama. Procedía deuna de las jaulas grandes.

—¿Quién eres? —susurró Jared.—Cerdonio. Y ahora, ¿por qué no

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abres esa puerta?Jared vio la cara de rana de otro

trasgo, pero éste tenía ojos gatunos yamarillos. Iba vestido, y su dentadura nose componía de trozos de vidrio y metal,sino de algo parecido a dientes de bebé.Un escalofrío recorrió a Jared.

—Me parece que no —dijo Jared—.Por mí puedes pudrirte ahí dentro. Nopienso dejarte salir.

—No seas aguafiestas, lechuguino.Si ahora pego un grito, esos tipos teconvertirán en su postre.

—Seguro que gritas muy a menudo—replicó Jared—. Seguro que no creenuna palabra de lo que dices.

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—¡EH! ¡MIRAD...!

Jared asió un extremo de la jaula y

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le propinó un empujón. Cerdonio guardósilencio. Abajo, los trasgos seabofeteaban unos a otros y se disputabanlos bocados de carne de gato,aparentemente ajenos al barullo quereinaba en el árbol.

—Vale, vale —cedió Jared.—Bien. ¡Sácame de aquí! —le

exigió el trasgo.—He de encontrar a mi hermano.

Dime dónde está y te dejaré salir.—Ni hablar, pompis de caramelo.

Debes de creer que soy más tonto que unpuñado de lombrices. O me sacas deaquí o gritaré de nuevo.

—¡Jared! —La voz de Simon lo

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llamaba desde una de las jaulas quecolgaban cerca de la punta de la rama—.¡Estoy aquí!

—¡Voy! —respondió Jared,encaminándose hacia allí.

—Abre esa puerta o chillaré —loamenazó el trasgo.

Jared respiró hondo.—No vas a chillar. Si chillas, me

capturarán, y entonces nadie podráliberarte. Sacaré a mi hermano primero,pero volveré a por ti.

Jared se alejó por la rama, aliviadoal comprobar que el trasgo guardabasilencio.

Simon estaba encajonado en una

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jaula demasiado pequeña para él. Teníalas piernas dobladas contra el pecho, ylos dedos de un pie sobresalían entre losbarrotes. Tenía los brazos arañados porlas espinas de la jaula.

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«¿Están bien?»

—¿Estás bien? —le preguntó Jared,sacando la navaja de su mochila yserrando las nudosas enredaderas.

—Sí —contestó Simon, con sólo unligero temblor en la voz.

Jared deseaba preguntarle si habíaencontrado a Tibbs, pero temía larespuesta.

—Lo siento —dijo al fin—. Debíayudarte a buscar el gato.

—No pasa nada —le aseguró Simon,y se escabulló por el resquicio queJared había logrado abrir tirando de la

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puerta—, pero debes saber que...—¡Cara de tortuga! ¡Niño! ¡Basta de

cháchara! ¡Déjame salir! —bramó eltrasgo.

—Vamos —dijo Jared—. Le heprometido que lo ayudaría.

Simon siguió a su hermano gemelo alo largo de la rama en dirección a lajaula de Cerdonio.

—¿Qué hay ahí dentro?—Un trasgo, creo.—¡Un trasgo! —exclamó Simon—.

¿Te has vuelto loco?—Puedo escupirte en el ojo —se

ofreció Cerdonio.—Qué asco —dijo Simon—. No,

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gracias.—De ese modo te daría la Visión,

pavitonto. Toma. —Cerdonio se sacó unpañuelo del bolsillo y escupió en él—.Frótate los ojos con esto.

Jared titubeó. ¿Se podía confiar enun trasgo? Por otro lado, si Cerdoniohacía algo malo, se quedaría encerradopara siempre en la jaula, pues Simon nolo dejaría salir.

Se quitó el anteojo y se restregó eltrozo de tela sucio en los ojos. Esto leprodujo cierto escozor.

—Puaj. Eso es lo más asqueroso quehe visto —comentó Simon.

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Jared parpadeó y echó un vistazo a

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los trasgos que circundaban la hoguera.Los veía sin necesidad de ponerse lapiedra.

—¡Simon, funciona!Simon observó el pañuelo con

escepticismo, pero luego se frotó losojos a su vez con el escupitajo deltrasgo.

—Hemos hecho un trato, ¿no?Sácame de aquí —reclamó Cerdonio.

—Primero cuéntame por qué estásahí dentro —dijo Jared. Darles elpañuelo había sido un gesto amable,pero podía tratarse de una trampa.

—Para ser un petimetre no tienespico de pollo —gruñó el trasgo—. Me

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metieron aquí por liberar a una gata. Megustan los gatos, ¿sabes? No sólo porqueson sabrosos (y lo son mucho, no lodudes). Pero tienen ojos que se parecenun montón a los míos, y esa gata era muypequeñita. Apenas tenía carne en loshuesos. Además, daba unos maullidos delo más tiernos... —El trasgo estabaabstraído en sus recuerdos, pero derepente miró de nuevo a Jared—. Bueno,dejemos eso. Sácame de aquí.

—Pero ¿qué me dices de tusdientes? ¿Comes bebés o algo así? —AJared no le había tranquilizado mucho laexplicación del trasgo.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?

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—refunfuñó Cerdonio.—Vale, ahora mismo te dejo salir —

dijo Jared, acercándose para cortar loscomplicados nudos de la jaula—, peroquiero saber lo de tus dientes.

—Bueno, los críos tienen la extrañacostumbre de dejar dientes debajo de laalmohada, ¿sabes?

—¿Robas los dientes de los niños?—¡Vamos, panoli, no me digas que

crees en el ratoncito Pérez!Jared manipuló con dificultad las

ataduras sin abrir la boca durante unrato. Ya casi había cortado el últimonudo.

Y entonces el grifo se puso a aullar.

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Cuatro de los trasgos lo rodearonblandiendo palos afilados. El animalparecía demasiado débil para erguirsemucho, pero lanzaba picotazos a lostrasgos que se acercaban. Entoncesalcanzó con su pico de halcón a uno deellos y lo hirió en el costado. Otrotrasgo le clavó el palo al grifo en ellomo, ante los gritos de entusiasmo delos demás.

—¿Qué hacen? —musitó Jared.—¿A ti qué te parece? —repuso

Cerdonio—. Están esperando a que semuera.

—¡Lo están matando! —gritó Simon.Agarró un puñado de hojas y palos

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del árbol donde estaban y lo arrojó a lostrasgos que se encontraban abajo.

—¡Simon, para! —dijo Jared.—¡Dejadlo en paz, desgraciados! —

exclamó Simon—. ¡DEJADLO EN PAZ!Todos los trasgos levantaron la

mirada en ese momento, con destellosverdosos en los ojos.

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Tiñó las llamas de unresplandor verdoso

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—¡S

CAPÍTULO SEIS

Donde Jared se veobligado a tomar una

decisión difícil

ácame de aquí! —chillóCerdonio, y Jared pusorápidamente manos a la obra

para cortar el último nudo.Cerdonio subió a la rama dando

saltos, sin hacer caso de los trasgos que,ladrándoles desde abajo, habíanempezado a rodear el árbol.

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Jared echó una ojeada alrededor enbusca de algo que le sirviese de arma,pero sólo tenía su pequeña navaja.Simon estaba desgajando más ramasmientras Cerdonio huía, saltando deárbol en árbol como un mono. Losgemelos se encontraban solos yacorralados. Si hubiesen intentado bajar,los trasgos se les habrían echadoencima. Además, allí abajo, en algúnlugar sumido en la penumbra, estabaMallory, a solas y ciega.

—¿Y los animales de las jaulas? —preguntó Simon.

—¡No hay tiempo!—¡Eh, lechoncillos! —oyó Jared

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que gritaba Cerdonio. Se volvió endirección a la voz, pero Cerdonio noestaba hablándoles a ellos. Bailandoalrededor de la hoguera, se metió unagruesa tira de carne de gato quemada enla boca—. ¡Tontainas! —les chilló a losotros trasgos—. ¡Trincapiñones!¡Zampabodigos! ¡Majagranzas! —Levantó una pierna y orinó sobre lafogata, lo que tiñó las llamas de unresplandor verdoso.

Los trasgos se volvieron de espaldasal árbol y se encaminaron directamentehacia Cerdonio.

—¡Vamos! —dijo Jared—. ¡Ahora!Simon bajó del árbol lo más

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rápidamente posible y saltó cuando yaestaba cerca del suelo. Cayó con ungolpe sordo, y Jared aterrizó a su lado.

Mallory, sin desprenderse en ningúnmomento de la rama que seguíasujetando, los abrazó a los dos.

—He oído que los trasgos seacercaban, pero no veía nada —dijo.

—Ponte esto. —Jared le alargó elanteojo.

—Pero si lo necesitas tú... —protestó ella.

—¡Póntelo! —ordenó Jared.Sorprendentemente, Mallory se lo

abrochó en la cabeza sin rechistar.Echaron a andar hacia el bosque,

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pero Jared no pudo evitar volverse.Cerdonio estaba rodeado, al igual que elgrifo un rato antes.

No podían dejarlo así.—¡Eh! —voceó—. ¡Mirad!

¡Estamos aquí!Los trasgos se volvieron y, al divisar

a los tres chicos, empezaron a caminarhacia ellos.

Jared, Mallory y Simon arrancaron acorrer.

—¿Te has vuelto loco? —chillóMallory.

—Él nos ha ayudado —respondióJared.

No estaba seguro de que ella lo

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hubiese oído, pues jadeaba mientrashablaba.

—¿Adónde vamos? —gritó Simon.—Al arroyo —contestó Jared.Su mente funcionaba veloz, más

rápida que nunca. El trol representaba suúnica esperanza. Estaba seguro de quepodría pararles los pies a diez trasgossin problemas. De lo que no estabaseguro era de cómo lo evitarían ellostres.

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Estaba de pie en la orilla.

Si fueran capaces de saltar a la otraorilla, quizá lograrían salvarse. Lostrasgos no se imaginarían que había unmonstruo en el riachuelo.

Los perseguidores aún iban bastanterezagados. No veían lo que les esperabamás adelante.

Ya casi habían llegado. Jaredalcanzaba a vislumbrar el arroyo, peroaún no habían llegado al puente.

Pero entonces vio algo que lo hizodetenerse en seco. El trol estaba fueradel agua, de pie en la orilla, con el

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brillo de la luna en los ojos y losdientes. Jared calculó que, inclusoencorvado, medía más de tres metros deestatura.

—Quéee sueeerte —siseó,extendiendo el brazo hacia ellos.

—Espera —dijo Jared.La criatura avanzó hacia ellos, con

una amplia sonrisa que dejaba aldescubierto sus dientes rotos. Estabaclaro que no pensaba esperar.

—¿Oyes eso? —le preguntó Jared—. Son trasgos. Diez trasgos gordos.Eso es mucho más que tres niñosflacuchos.

El monstruo vaciló. Según el

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cuaderno, los trols no eran demasiadolistos. Jared esperaba que fuera cierto.

—Lo único que tienes que hacer esregresar al arroyo, y nosotros te lostraeremos. Te lo prometo.

Los negros ojos de la criaturacentellearon con gula.

—Ssssí —dijo.—¡Deprisa! —exclamó Jared—. ¡Ya

casi están aquí!El monstruo se deslizó hacia el agua

y se sumergió sin apenas formar ondasen la superficie.

—¿Qué era eso? —preguntó Simon.Jared estaba temblando, pero no

podía permitirse que eso lo frenara.

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—Cruzad el arroyo por ahí, dondeno es muy hondo. Tenemos queconseguir que nos persigan y se metan enel agua.

—¿Qué te pasa? —preguntó Mallory—. ¿Estás loco?

—¡Por favor! —rogó Jared—.¡Tienes que confiar en mí!

—¡Tenemos que hacer algo! —dijoSimon.

—Bueno, venga, vamos —dijo al finMallory.

Los trasgos salieron en tropel de laarboleda. Jared, Mallory y Simoncorrían por el agua poco profunda enzigzag en torno a la charca. El camino

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más corto para atraparlos pasaba por elmedio del riachuelo.

Jared oyó a su espalda el chapoteode los trasgos, que ladrabanenloquecidos. De pronto, los ladridos seconvirtieron en alaridos. Al volverse,Jared vio que algunos de ellos pugnabanpor llegar a la orilla. El trol los apresó atodos entre sacudidas y dentelladas y losarrastró a su guarida subacuática.

Jared se estremeció e intentó desviarla mirada. El estómago le dio un vuelcoy sintió náuseas.

Simon estaba pálido y parecía unpoco mareado.

—Vámonos a casa —dijo Mallory.

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Jared asintió con la cabeza.—No podemos —repuso Simon—.

¿Y todos esos animales?

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La luna llena

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D

CAPÍTULO SIETE

Donde Simon se supera así mismo y encuent ra unaex t raordinaria mascota

nueva

ebes de estar bromeando —dijoMallory cuando Simon le explicó

lo que pretendía.—Morirán si no lo hacemos —

insistió Simon—. El grifo se estádesangrando.

—¿El grifo también? —preguntó

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Jared.Lo de los gatos encerrados en las

jaulas le parecía comprensible, pero ¿ungrifo?

—¿Cómo vamos a ayudar a esacosa? —quiso saber Mallory—. ¡Nosomos veterinarios de seressobrenaturales!

—Debemos intentarlo —aseguróSimon.

Jared tuvo que acceder: se lo debíaa Simon.

Después de todo, lo había pasadomuy mal por su culpa.

—Podemos usar la lona que hay enla cochera.

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—Sí —intervino Simon—, yentonces podríamos arrastrar al grifohasta allí. Hay espacio de sobra.

Mallory puso los ojos en blanco.—Eso será si nos deja —dijo Jared

—. ¿Viste lo que le hizo a ese trasgo?—Vamos, chicos —suplicó Simon

—. Yo solo no puedo tirar de él.—Vale —cedió ella—, pero no

pienso ponerme cerca de su cabeza.Jared, Simon y Mallory desfilaron

hacia la cochera. Aunque la luna llenales proporcionaba luz suficiente paraorientarse en el bosque, tomaronprecauciones, dando un rodeo al arroyo.En el límite del jardín, Jared vio que las

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ventanas de la casa estaban iluminadas yque el coche de su madre estabaaparcado en el camino de grava.¿Estaría preparando ya la cena? ¿Habríallamado a la policía? Jared deseabaentrar y decirle a su madre que todosestaban bien, pero no se atrevía.

—Vamos, Jared. —Simon habíaabierto la puerta de la cochera yMallory estaba quitando la lona al viejoautomóvil—. Eh, mirad esto.

Simon agarró una linterna de uno delos estantes y la encendió. Por suerte,ningún haz de luz brilló hasta el otrolado del jardín.

—Se le habrán acabado las pilas —

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señaló Jared.—Dejad de jugar —dijo Mallory—.

No queremos que nos pillen.Llevaron la lona a rastras de regreso

por el bosque. Ahora andaban muchomás despacio, discutiendo sobre cuálsería el camino más corto.

Jared daba un respingo cada vez quepercibía lejanos ruidos nocturnos.Incluso le parecía que el croar de lasranas no presagiaba nada bueno. Nopodía evitar preguntarse qué más habríaoculto en las sombras. Quizás algo peorque los trasgos y los trols. Sacudió lacabeza e intentó convencerse de que eraimposible tener tan mala suerte en un

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solo día.

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Cuando por fin dieron con elcampamento de los trasgos, Jared se

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sorprendió al ver a Cerdonio sentado alcalor del fuego. Estaba rechupeteando

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un hueso, y soltó un eructo desatisfacción cuando se acercaron.

—Supongo que estás bien —comentó Jared.

—¿Ésa es forma de hablarle a quiensalvó tu pellejo de langostino?

Jared quería protestar —casi losmatan por culpa del estúpido trasgo—,pero Mallory le agarró el brazo.

—Ayuda a Simon con los animales—le indicó—. Yo vigilaré al trasgo.

—No soy un trasgo —replicóCerdonio—. Soy un trasno.

—Lo que tú digas —contestóMallory, sentándose sobre una roca.

Simon y Jared comenzaron a trepar a

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los árboles para liberar a los animalesde las jaulas. En su mayoría se alejabancorriendo rama abajo o saltaban alsuelo, tan temerosos de los niños comode los trasgos. Un gatito se quedóacurrucado al fondo de una jaula,maullando lastimosamente. Jared nosabía qué hacer con él, así que lo metióen el bolsillo de su chaqueta y siguióadelante. No encontró el menor rastro deTibbs.

Cuando Simon vio al gatito, seempeñó en adoptarlo. Jared esperabaque hubiese decidido quedarse con él envez de con el grifo.

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A Jared le pareció que la mirada deCerdonio se volvía más tierna cuando laposaba en el gatito, pero sospechabatambién que podía ser a causa delhambre.

Una vez que las jaulas quedaron

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vacías, los tres hermanos se acercaronal grifo, que los observaba con recelo,sacando las garras.

Mallory dejó caer el extremo de lalona que sostenía.

—¿Sabéis qué? A veces losanimales heridos atacan sin más.

—Pero a veces no —repuso Simon,dirigiéndose hacia el grifo con lasmanos abiertas—. A veces te dejan quelos cuides. Una vez encontré una rataasí. Sólo me mordió cuando ya se habíarecuperado.

—Sólo una panda de pirados sepondría a hacer el tonto con un grifoherido. —Cerdonio partió otro hueso

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para chupar la médula—. ¿Queréis queos cuide al gato mientras tanto?

—¿Te apetece seguir a tus amigoshasta el fondo del río? —le preguntóMallory frunciendo el entrecejo.

Jared sonrió. Era bueno tener aMallory de su lado.

Entonces algo le vino a la mente.—Ya que estás tan generoso, ¿por

qué no le ofreces un poco de saliva detrasgo a mi hermana?

—Es saliva de trasno —puntualizóCerdonio altivamente.

—Caray, gracias —dijo Mallory—,pero paso.

—No, verás... Te da el don de la

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Visión. Además, tiene sentido —afirmóJared—. Es decir, si el agua del baño deun hada funciona, esto también puedefuncionar.

—Jamás encontraré las palabraspara expresar lo repugnantes que meparecen las dos posibilidades.

—Bueno, si se va a poner así... —Aparentemente Cerdonio intentabahacerse el ofendido.

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«No voy a hacerte daño.»

A Jared no le pareció muyconvincente, pues al mismo tiempomordisqueaba otro hueso.

—Vamos, Mallory. No puedes llevaruna piedra atada a la cabeza todo eltiempo.

—Ésa es tu opinión —replicó ella—. ¿Tienes una idea aproximada decuánto duran los efectos del escupitajo?

En realidad Jared no se lo habíaplanteado. Miró a Cerdonio.

—Hasta que alguien te saque losojos —respondió éste.

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—Vaya, eso es estupendo —comentóJared, intentando recuperar el control dela conversación.

—Vale, de acuerdo —suspiróMallory, sacándose el anteojo yponiéndose de rodillas.

Cerdonio escupió con grandelectación.

Al levantar la vista, Jared se percatóde que Simon ya se había aproximado algrifo. Y estaba acuclillado junto a él,susurrándole.

—Hola, grifo —le decía en el tonomás tranquilizador de que era capaz—.No voy a hacerte daño. Sólo queremosayudar a curarte. Vamos, sé bueno.

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El grifo emitió un gañido que sonócomo el silbido de una tetera. Simonacarició suavemente sus plumas.

—Ya podéis extender la lona —musitó Simon.

El grifo se irguió ligeramente,abriendo el pico, pero al parecer lascaricias de Simon lo calmaron ydepositó de nuevo la cabeza sobre elasfalto.

Desenrollaron la lona detrás de él.Simon se arrodilló junto a su cabeza,

arrullándolo en voz baja. Daba laimpresión de que el grifo lo escuchaba,erizando el plumaje como si los susurrosde Simon le hicieran cosquillas.

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Mallory se acercó sigilosamente aun lado y, con mucho cuidado, le sujetólas zarpas delanteras, mientras Jared seocupaba de las traseras.

—Una, dos, tres —contaron por lobajo, e hicieron rodar al grifo sobre lalona.

El animal soltó un graznido y agitólas patas, pero ya se encontraba sobre lalona.

A continuación lo levantaron comopudieron y acometieron la ardua tarea dearrastrarlo hasta la cochera. Pesabamenos de lo que Jared esperaba. Simonaventuró que quizá tenía los huesoshuecos, como un pájaro.

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—Hasta otra, papatostes —les gritóCerdonio.

—Sí, adiós, ya nos veremos —sedespidió Jared. Casi deseaba que eltrasno los acompañara.

Mallory puso los ojos en blanco.El grifo no disfrutó con el viaje.

Como no podían alzarlo en vilo, sevieron obligados a arrastrarlo sobredesniveles y arbustos. Chirriaba ygraznaba mientras batía su ala buena. Noles quedó otro remedio que detenerse yesperar a que Simon lo tranquilizaraantes de continuar andando. El caminose les hizo eterno.

Una vez dentro de la cochera,

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tuvieron que abrir la puerta doble deatrás y arrastrar al grifo hasta uno de loscompartimentos para caballos. El animalse acomodó sobre un viejo montón depaja.

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En la cochera

Simon se puso de rodillas paralimpiar las heridas del grifo lo mejorposible, con la única ayuda de la luz dela luna y del agua de la manguera. Jaredtomó un balde y lo llenó de agua para elgrifo, que bebió agradecido.

Incluso Mallory colaboró. Encontróuna manta apolillada con la que tapar alanimal. Presentaba un aspecto casimanso, vendado y soñoliento en elinterior de la cochera.

A pesar de que Jared opinaba quehabía sido una locura llevar allí al grifo,

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tuvo que reconocer que empezaba asentir un poco de afecto por él. En todocaso, más del que sentía por Cerdonio.

Era ya muy tarde cuando Jared,Simon y Mallory llegaron agotados a lacasa. Mallory todavía estaba mojada acausa de su chapuzón en el arroyo, ySimon iba hecho una piltrafa, condesgarrones por todas partes. Jared teníamanchas de hierba en los pantalones yraspones en los codos que se habíahecho huyendo por el bosque. A pesarde todo, aún conservaba el libro y lapieza ocular, Simon llevaba en brazos un

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gatito de color café con leche y los tresestaban vivos. Desde el punto de vistade Jared, se podía considerar un granéxito.

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Mamá estaba hablando por teléfonocuando entraron. Tenía el rostro

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arrasado en lágrimas.—¡Están aquí! —Colgó el aparato y

los miró fijamente—. ¿Dónde estabais?Es la una de la madrugada —gritó,apuntando a Mallory con el dedo—.¿Cómo podéis ser tan irresponsables?

Mallory se volvió hacia Jared.Simon, al otro lado, lo miró también yapretó al gato contra su pecho. Depronto, Jared cayó en la cuenta de queestaban esperando que se le ocurrieseuna excusa.

—Pues... Había un gato subido a unárbol —empezó a decir Jared. Simon lededicó una sonrisa de aliento—. Estegato. —Jared señaló al animalito que

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Simon sostenía—. ¿Sabes? Y Simontrepó al árbol pero el gatito se asustó.Trepó aún más alto y Simon no sabíacómo bajar. Entonces corrí a buscar aMallory.

—Y yo intenté subir al árbol paraayudarlo a bajar —terció Mallory.

—Exacto —prosiguió Jared—. Ellasubió también. Entonces el gato saltó aotro árbol y Simon trepó tras él, pero larama se rompió y él cayó en un arroyo.

—Pero si no lleva la ropa mojada...—observó mamá con el ceño fruncido.

—Lo que Jared quiere decir es queyo caí en el arroyo —precisó Mallory.

—Y a mí se me cayó el zapato —

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añadió Simon.—Sí —asintió Jared—. Entonces

Simon atrapó al gato, pero teníamos quebajarlos del árbol sin que el gato loarañara demasiado.

—Sí, eso nos llevó un buen rato —dijo Simon. Su madre miró a Jared de unmodo extraño, pero no alzó la voz.

—Los tres estáis castigados para elresto del mes. Nada de jugar fuera ynada de pretextos.

Jared abrió la boca para objetar,pero no se le ocurría nada que decir.

Mientras los tres subían en filaescaleras arriba, Jared se disculpó,diciéndole a su hermana en voz baja:

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—Lo siento. Supongo que era unaexcusa de lo más patética.

Mallory sacudió la cabeza.—No podías decir gran cosa. No

ibas a explicarle lo que sucedió enrealidad.

—¿De dónde venían esos trasgos?—preguntó Jared—. Al final no hemosaveriguado lo que querían.

—El cuaderno —respondió Simon—. Es lo que quería decirte antes.Creían que lo tenía yo.

—Pero ¿cómo...? ¿Cómo saben quelo hemos encontrado?

—No creerás que Dedalete se lodijo, ¿verdad? —preguntó Mallory.

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Jared negó con la cabeza.—De entrada, nos advirtió que no

jugásemos con el libro.—Entonces ¿cómo...? —suspiró

Mallory.—¿Y si había alguien vigilando la

casa, esperando a que encontrásemos ellibro?

—Alguien o algo —sugirió Simon,preocupado.

—Pero ¿por qué? —preguntó Jareden voz un poco más alta de lo quepretendía—. ¿Por qué es tan importanteese libro? Es decir... ¿Sabían leersiquiera esos trasgos?

Simon se encogió de hombros.

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—No me explicaron por qué.Sencillamente lo querían.

—Dedalete tenía razón. Nos loadvirtió.

Jared abrió la puerta de lahabitación que compartía con suhermano gemelo.

La cama de Simon estabapulcramente hecha, con las mantasdobladas hacia fuera y la almohadamullida. Sin embargo, la cama de Jaredestaba patas arriba. Parte del colchóncolgaba sobre el bastidor, con lasplumas y el relleno desparramados. Lassábanas estaban hechas jirones.

—¡Dedalete! —exclamó Jared.

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—Te lo dije —le reprochó Mallory—. Nunca debiste quitarle la piedra.

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Sobre TONYDiTERLIZZI...

Autor de éxito del New York Times,Tony DiTerlizzi es el creador de la obraganadora del premio Zena SutherlandTed, Jimmmy Zanwow’s Out-of-This-Word Moon Pie Adventure, así como delas ilustraciones por los libros de TonyJohnson destinados a lectores noveles.Más recientemente, su cinematográficaversión del clásico de Mary Howitt TheSpider and the Fly recibió el CaldecottHonor. Por otra parte, los dibujos deTony han decorado la obra de nombres

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tan conocidos de la literatura fantásticacomo J.R.R. Tolkien, Anne McCaffrey,Peter S. Beagle y Greg Bear. Reside consu mujer, Angela, y con su perro Goblin,en Amherst, Massachusetts. Visita aTony en la Red: www.diterlizzi.com

y sobre HOLLYBLACK

Coleccionista ávida de libros raros

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sobre folclore, Holly Black pasó susaños de infancia en una decadente casavictoriana en la que su madre leproporcionó una dieta alta en historiasde fantasmas y cuentos de hadas. De estemodo, su primera novela: El Tributo dela Corte Oscura es un guiño de terror yde lo más artístico al mundo de lashadas. Publicado en el otoño de 2002,recibió buenas críticas y una mención dela American Library Association paraliteratura juvenil. Vive en West LongBrach, New Jersey, con su marido,Theo, y una remarcable colección deanimales. Visita a Holly en la red:www.blackholly.com.

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Tony y Holly continúan trabajandodía y noche, lidiando con todo tipo deseres mágicos para ofreceros la historiade los niños Grace.

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AGRADECIMIENTOS

Tony y Holly quieren agradecerel tino de Steve y Dianna,

la honestidad de Starr,las ganas de compartir el viaje de Myles

y Liza,la ayuda de Ellen y Julie,

la incansable fe de Kevin en nosotros,y especialmente la paciencia

de Angela y Theo,inquebrantable incluso en noches enteras

de interminables discusionessobre Spiderwick.

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El tipo utilizado para la composiciónde este libro es Cochin. La tipografíade las ilustraciones es Nevis Hand y

Rackham.Las ilustraciones originales son a lápiz y

tinta.

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Los fenómenosse sucederán todavía

en Spiderwickcuando llegue el día

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Por el bosque

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anda esta criatura.La conocerás, ya verás,en la próxima aventura.Y qué me dices del elfo,

alto y adusto.¿Confías en él?¿Es de tu gusto?

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sigue leyendo

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Y lo sabrás...

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Recorte de un diario dePensilvania que daba

not icia de la«desaparición» delhermano mayor deArt hur Spiderwick,Theodore, en 1885.

Encont rado ent re lospapeles de Art hur

Spiderwick.