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El Almacén de Las Palabras Terribles_Elia Barceló

Sep 17, 2015

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Claudia Trejo

Novela
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  • 1

    Editado por Eyuka

  • 2

    CAPITULO I

    Aqu: Uno

    A las doce y media de la maana de un da de mayo particularmente hermoso, el parque estaba

    radiante. Las copas de los rboles ms altos se balanceaban movidas por la brisa clida, las flores de

    los castaos, rosas o blancas, ponan notas de color entre las frondas y los macizos de flores brillaban

    como joyas, pero Talia, sentada en su banco favorito enfrente del estanque de los patos, a la sombra de

    un inmenso sauce llorn, ni siquiera se daba cuenta de toda la belleza que se entenda a su alrededor.

    Las lgrimas le impedan ver con claridad la punta de los zapatos que ya llevaba la vista para perderla

    en la superficie del estanque, donde los nenfares empezaban a florecer, lo nico que vea era un

    borrn verdoso salpicado de reflejos de sol; as que volva a mirarse los zapatos mientras trataba de

    quedarse quieta abrazndose a s misma, conteniendo los sollozos que se le salan de la garganta.

    Nunca haba estado tan triste en sus doce aos de vida recin cumplidos. Nunca haba sentido esa

    angustia, esa impotencia, esa necesidad de cambiar su mundo, de que todo lo que estaba pasando a su

    alrededor desapareciera para volver a ser como haba sido antes, cuando eran felices, cuando sus

    padres no se peleaban y se insultaban todos los das como ahora; que todo volviera a ser como cuando

    su madre an estaba en casa para recibirla con un beso al volver del colegio.

    Ahora ya no tena sentido volver a casa. Su padre estaba en el trabajo, su hermano se haba ido a

    casa de su amigo Pedro y su madre ya no estaba. Ya no volvera a estar nunca. Por su culpa. Por lo que

    ella le haba dicho la noche pasada.

    Sinti que no iba a poder controlarse ms y se mordi las mejillas por dentro de la boca para no

    ponerse a aullar all mismo, en medio del parque.

    - No deberas estar en el colegio?- pregunt una voz profunda a su lado.

    Talia se volvi, sorprendida, las lgrimas cayndole como grandes gotas de lluvia desde la barbilla

    a la pechera de su camiseta azul. No lo haba odo llegar. Neg con la cabeza porque se senta incapaz

    de hablar todava. Era como si una fuerte mano le apretara la garganta.

    El que haba preguntado era un viejo que se pareca un poco a la foto del abuelo que tenan en la

    sala de estar: grande, con pelo blanco y muy fino, como de beb, y ojos castaos hundidos entre las

    arrugas. Trag saliva varias veces hasta que pudo contestar:

    -Los viernes salimos a las doce.

    -Y no debes tener mucha hambre an, porque no te has ido a casa corriendo.

    -No puedo irme a casa- contest, sin poder ya contener los sollozos.

  • 3

    -Vamos, vamos!- anim el hombre-. Un chica tan bonita y tan mayor como t no debera llorar

    por cualquier tontera. Qu pasa? Te has olvidado la llave? Quieres que llamemos a tu madre?

    En la mano del hombre haba aparecido un mvil plateado.

    Talia neg con la cabeza:

    -Mi madre no quiere hablar conmigo. No quiere verme nunca ms. Ayer se fue a casa y dijo que

    no quera verme nunca ms.

    Esta vez el ataque de llanto dur mucho tiempo. El hombre le tendi un pauelo muy planchado

    que ola a colonia y esper tranquilamente a que se le pasara.

    -Por qu?- pregunt cuando la vio ms tranquila-. Cuntamelo anda. A veces hablar ayuda,

    sabes?

    Ella se volvi de nuevo hacia el viejo, casi furiosa:

    -No ayuda! Hablar no ayuda ms! Mis padres llevan hablando desde la Navidad y lo nico que

    hacen es gritarse y decirse cosas horribles! Todos decimos cosas horribles!

    -Tu tambin?

    Talia volvi a llorar desesperadamente, como si las lgrimas no se le fueran a acabar nunca.

    -Ayer- dijo por fin en voz baja, tan baja que el hombre tuvo que acercarse un poco para poderla

    or-, ayer tuvieron una pelea espantosa delante de nosotros, mi madre dijo otra vez que se iba de casa,

    lleva desde Semana Santa diciendo que se va, que est harta de todo, que no aguanta ms; y yo no

    puedo dormir, cada vez que me voy a la cama pienso que cuando me despierte se habr ido y slo

    podr verla en las vacaciones porque mi padre dice que si se va, nos perder a todos, que el juez le dar

    la razn a l

    -Y ayer?- la anim el viejo a que siguiera contando.

    -Ayer, cuando dijo otra vez que se iba, yo le grit. Le dije que no la quera, que prefera que se

    fuera de una vez y nos dejara en paz, que no volviera. Y ahora se ha ido para siempre. Por mi culpa.

    Se ech a llorar de nuevo y ocult la cara en el pauelo, que se haba puesto hmedo y fro.

    -A veces las palabras que se dicen con furia hacen mucho dao. Das y das diciendo que no puede

    ms, que est harta, que se quiere ir. Yo tampoco aguantaba ms.

    -Y por eso le dijiste que no la queras ms.

    -S.

    -Pero la quieres.

    -S- dijo en un hilo de voz-. Ms que a nadie en el mundo.

    Hubo un silencio. El hombre sac dos caramelos del bolsillo y le tendi uno:

  • 4

    -Son buenos para la garganta.

    Talia neg con la cabeza. El hombre se meti uno en la boca y guard el papel en el bolsillo.

    -Te han dicho que no aceptes dulces de desconocidos. Es natural. Bueno, Talia, qu quieres

    hacer?

    -Qu puedo hacer?- pregunt, mirndolo con desesperacin.

    Pero antes de que el hombre pudiera contestar, se puso de pie, alarmada.

    -Cmo se sabe mi nombre?

    -Porque lo llevas escrito es la cartera. Sintate, anda. A ver, Qu puedes hacer? Qu se puede

    hacer con las palabras terribles que han sido pronunciadas y escuchadas?- No pareca que se lo

    preguntara a ella; ms bien era como si se lo preguntara a s mismo-. Las palabras no se pueden

    recoger como una moneda que has tirado al suelo.

    -Ya lo s.

    -No se puede hacer una herida, y al ver sangre, volverla a cerrar con slo desearlo. No se puede no

    haber dicho lo que dicho.

    -Entonces?

    De algn modo que a ella misma se le antojaba estpido, haba empezado a creer que aquel

    hombre que se pareca al abuelo que no haba llegado a conocer tuviera una solucin a su problema.

    Hubo otro largo silencio, luego el hombre la mir a los ojos, directamente, como hacen los gatos,

    sin pestaear.

    -Hay un lugar.

    -Qu lugar?

    -Un lugar oculto. En esta misma ciudad. Pero tienes que ir sola y no es fcil. Ni siquiera es seguro

    que sirva de algo.

    -Quiero ir- dijo Talia-. Si puede servir de algo, quiero ir.

    -A la puerta del parque, all- seal la salida ms cercana-, pero el tranva, el 1. Es el que hace la

    circunvalacin de la ciudad. Tienes que bajar en la ltima parada, antes de que siga dando la vuelta y

    acabe por regresar aqu. Es una zona industrial, muy fea, llena de fbricas y almacenes abandonados;

    seguramente no has estado nunca por all. Cuando bajes, vers un edificio viejo, ruinoso, pintado de

    gris, al fondo de la calle. Es ah.

    -Qu hay ah?

    -Yo lo llamo el almacn de las palabras terribles, pero no tiene nombre.

    -Estar abierto?

  • 5

    -Siempre est abierto.

    -Usted ha estado all?

    -S. Una vez. Hace mucho tiempo.

    -Me ayudarn all?

    -Lo intentarn. Estoy seguro.

    El hombre mir su reloj y, antes de que Talia pudiera preguntarle ms, dijo:

    -Si vas a ir, tienes que darte prisa. Pasa dentro de tres minutos. Buena suerte, Talia!

    Cogi la cartera y ech a correr hacia la parada por miedo a perder el tranva. Ya casi en la puerta

    del parque se dio cuenta de que no le haba dado las gracias, se volvi hacia el banco y grit:

    -Muchas gracias, seor!

    Pero el hombre ya no estaba.

    Aqu: Dos

    -Hola, Pedro! Soy yo, Miguel, el padre de Diego. Me pasas a mi hijo?

    Pedro mir a Diego que tumbado en el sof, le haca seas de que no quera hablar con nadie; tap

    el auricular y le dijo en voz baja pero muy clara:

    -Es tu padre.

    Diego se levant sin ganas del sof y cogi el telfono casi como si le diera asco:

    -Dime.

    -No has ido a clase?

    -No estaba de humor. Qu pasa?

    -No hago ms que llamar a casa y no lo coge nadie. Talia debera haber vuelto ya del colegio. No

    sabes t donde puede estar?

    -Ni idea.

    -No tienes nada ms que decir?

    -Qu quieres que diga? Supongo que le pasar como a m, que se le cae la casa encima y se habr

    ido a casa de Pepa o de Juanma.

  • 6

    -Pero te ha dicho que se iba a ir?

    -Jo, pap! No me ha dicho nada; esta maana estaba como zombi. Nos hemos visto un momento

    en la cocina antes de salir corriendo. Ella sabe que estoy en casa de Pedro; lo mismo luego viene

    dud un momento antes de decir lo siguiente-. Si le hubieras comprado el mvil que pidi por

    Navidad, ahora podras llamarla.

    -Diego! la voz de su padre empezaba a sonar peligrosamente irritada-. No te consiento

    -Vale, vale. Si viene, te llamo al Banco.

    Hubo una pausa. Diego poda or la respiracin de su padre al otro lado de la lnea, como si

    estuviera tratando de calmarse para que sus compaeros no lo oyeran gritando a alguien por telfono.

    Dej pasar an unos momentos y pregunt bajando la voz:

    -Se sabe algo de mam?

    Miguel contest despus de unos segundos:

    -Dijo que llamara esta noche. Cuando se hubiera instalado. No me preguntes dnde, porque yo

    tampoco lo s.

    Ahora era Diego el que respiraba sin saber que ms decir.

    -Hijo, tienes casi veinte aos, contigo ya se puede hablar claro. Hay veces que no se puede hacer

    nada, que las cosas se acaban y se acaban, comprendes? Hay que aceptarlo.

    -ya dijo Diego por decir algo, al darse cuenta de que su padre no pensaba seguir hablando. Pedro

    lo miraba desde la ventana, sin saber qu hacer. Diego era su mejor amigo y le habra gustado

    ayudarlo, pero no se le ocurra cmo. Le hizo un gesto de dormir, con las dos manos juntas apoyadas

    en la oreja-. Pedro dice que puedo quedarme aqu a pasar la noche, pap.

    -As no quedamos solos tu hermana y yo, y t te lavas las manos, no? Yo esta noche tengo una

    cena.

    -Otra? Se le escap sin poder controlarlo.

    -tu te crees que el dinero que gastas entra volando por la ventana? otra vez la furia, que le

    llegaba a travs de la lnea como un viento caliente-. Yo trabajo. Tengo compromisos, obligaciones

    -Vale cort Diego-. Nos pasamos Pedro y yo a eso de las ocho y luego, a lo mejor, cuando t

    vuelvas, me vengo otra vez con l.

    -A las siete y media.

    Se le pas por la cabeza decirle que no, que a las ocho, pero saba que su padre necesitaba, ahora

    ms que nunca, tener la sensacin de que an era l quien tomaba las decisiones.

    -Vale.

  • 7

    Se volvi hacia Pedro que, an en la ventana, no saba si sonrer o no:

    -Esta noche nos toca otra vez hacer el canguro. Vmonos a dar una vuelta, anda.

    Aqu: Tres

    Talia llevaba ya un buen rato en el tranva que circulaba por barrios cada vez ms feos y ms

    pobres, como si no pertenecieran a la misma ciudad en la que ella haba vivido siempre. La gente

    suba, avanzaba cuatro, cinco, seis paradas y volva a bajarse, pero cada vez haban menos personas y,

    cuando empezaron a aparecer las fbricas de las que le haba hablado el hombre, el tranva estaba ya

    casi vaco.

    No saba exactamente qu haca ella all, en aquel tranva que la llevaba a barrios perifricos en

    los que no haba estado jams, pero el hombre le haba dicho que en aquel lugar intentaran ayudarla y,

    si algo necesitaba en ese momento, era precisamente que alguien la ayudara. No saba tampoco s, una

    vez all, se decidira a entrar; pero no se perda nada con llegar hasta el almacn y ver qu aspecto

    tena. El hombre le haba dicho que era un edificio en ruinas, qu clase de ayuda poda esperar de

    alguien que trabajara en un edificio en ruinas? Pero, de todas formas, poda intentarlo. Al fin y al cabo

    iba sola y no tena que darle explicaciones a nadie si no se decida a entrar. Por suerte, el hombre ni

    siquiera haba insinuado que quisiera acompaarla. Si le hubiera dicho algo de eso, se habra ido

    corriendo a casa de Pepa, pero se haba limitado a das la informacin y dejarla sola. Pero y si tena

    algn cmplice que la estuviera esperando en aquel edificio?

    Miro nerviosa a su alrededor para ver si alguien la haba seguido, pero el tranva estaba ya casi

    vaco. Mejor. Se acercara al lugar, echara una mirada y decidira segn viera el ambiente. Si su padre

    le hubiera comprado el mvil que haba pedido por Navidad y que todas sus amigas tenan, ahora

    podra llamarlo para que supiera al menos por qu zona de la ciudad tenan que buscarla si pasaba algo.

    Pero su padre nunca pensaba en ella. No pensaba ms que en su trabajo y, ltimamente, en las

    discusiones que consuman la mayor parte del tiempo.

    De repente, el tranva se detuvo. Haban llegado a la ltima parada de la lnea y, cuando el

    conductor se baj a fumar un cigarrillo, slo quedaban ella y un chico de la edad de su hermano.

    -Cinco minutos! grit, cuando los vio bajar, indecisos, mirando a su alrededor; luego, cuando el

    tranva que haca el recorrido contrario par a su lado, se desentendi de ellos y se puso a hablar con el

    otro conductor.

    Talia mir hacia el fondo de la calle buscando el edificio gris, pero la vista no poda llegar hasta el

    final porque el camin enorme acababa de descargar algo en una obra cercana causando una gran

    polvareda.

  • 8

    Se ajust mejor la mochila sobre los hombros y ech a andar hacia donde deba de estar el

    almacn. El chico que se haba bajado del tranva a la vez que ella caminaba por la otra acera, la que

    quedaba en sombra, pero en la misma direccin. Lo mir de reojo: era alto y rubio, como un jugador

    de baloncesto, de hombros anchos y paso atltico; pero, aunque con esas piernas tan largas podra

    haber caminado mucho ms rpido que ella, iba casi a su altura, como si no supiera adnde iba o como

    si tuviera miedo a llegar.

    Talia se baj de la acera al llegar a la obra, rode el camin volquete y mir de nuevo hacia el

    fondo de la calle: un edificio viejo, feo y gris, de ventanas rotas, se alzaba al otro lado de la avenida

    llena de farolas y solares que se cruzaba con la calle por la que ella caminaba. se deba de ser.

    Sinti un cosquilleo de miedo, como una fila de hormigas heladas que le pasaran por la espalda.

    Le habra gustado estar ahora en casa, haciendo los deberes despus de comer para no tener que

    preocuparse de ellos el fin de semana, o estar con su amiga Pepa viendo la tele o incluso en el colegio,

    hasta en clase de gimnasia, que era la asignatura en la que peor nota sacaba.

    No quera estar all, en aquel barrio desconocido, con el polvo metindosele en la nariz y el sudor

    escurriendo cuello abajo, con aquella sensacin de vaco en el estmago que no era hambre, a pesar de

    que no haba tomado nada desde la leche del desayuno; pero no haba ms remedio. Tena que

    intentarlo.

    Lleg al cruce de calles, mir a los dos lados con mucha atencin y pas deprisa, atenta a

    cualquier coche, aunque estuviera an lejos, pero el silencio era casi total; slo se oa el motor del

    camin de la obra. No haba pjaros porque no haba un solo rbol en lo que abarcaba la vista, y las

    personas que trabajaran por aquella zona deban de estar dentro de las fbricas o haber terminado ya la

    jornada porque eran cerca de las tres. El sol se estrellaba contra aquellos edificios cuadrados y feos

    haciendo brillar los parabrisas de algunos coches aparcados, pero no se vea un alma.

    Mirando por encima del hombro, vio al chico del tranva parado en la otra acera con la vista

    clavada en el almacn y pasndose la lengua una y otra vez por encima de los dientes, como si quisiera

    limpirselos sin usar cepillo. Se le notaba porque la boca se mova y se estiraba todo el tiempo. Quiz

    l buscaba el mismo sitio y tena tanto miedo como ella. Si pudieran entrar juntos

    Volvi la vista al almacn mientras el chico se decida a cruzar la calle y llegar a su altura. Desde

    donde estaba ahora poda ver que era un edificio abandonado, rodeado de cristales rotos, trozos de

    ventanas que alguien haba destrozado a pedradas, malas hierbas junto a la entrada creciendo entre los

    peldaos, la pintura desconchada, la fachada cayndose a pedazos. No era posible que estuviera abierto

    como haba dicho el hombre y, si lo estaba, eso querra decir que habra borrachos o mendigos

    viviendo dentro. Era una locura pensar en entrar ah.

    Oy el crujido de los pasos del chico cuando pas de la acera a la zona cubierta de vidrios y se

    volvi hacia l sin saber bien cmo preguntarle. Tena los ojos claros y una barbita rubia bastante

    birriosa. De lejos estaba mejor.

    -tu tambin? empez ella y no acab la pregunta porque el chico se puso a mover la cabeza

    de arriba abajo diciendo que s.

  • 9

    -Quin te lo ha dicho? Pregunt Talia-. El seor del parque?

    -Una vecina. Una seora mayor que no sale nunca de casa. Ha odo el portazo que ha dado Jaime

    al marcharse y ha venido a decirme lo que se puede hacer.

    -Quin es Jaime?

    -Mi mejor amigo. Era mi mejor amigo. Hemos terminado.

    -Por algo que t le has dicho.

    -Cmo lo sabes? entrecerr los ojos, como si sospechara de ella por algo.

    -Porque yo tambin he dicho algo terrible.

    -A una amiga?

    El chico sonrea un poco, una sonrisa de esas que ponen los adultos cuando piensan que los

    problemas de los nios no son importantes comparados con lo suyos.

    Quiz sin esa sonrisa condescendiente no le habra dicho nada, pero eso la decidi:

    -A mi madre. Se ha ido de casa. Por mi culpa.

    El chico dej de sonrer y trag saliva:

    -Entramos?

    Talia asinti con la cabeza y por un momento estuvo tentada de darle la mano, pero al darse cuenta

    de que era un desconocido, se par de golpe con la mano ya tendida. l interpret mal el gesto y casi

    se puso colorado:

    -Perdona le dijo, creyendo que ella haba querido presentarse-. Me llamo Pablo.

    -Yo soy Natalia, pero todos me llaman Talia.

    Se estrecharon la mano frente al edificio, con los pies crujiendo sobre los vidrios a los que el sol

    arrancaba destellos de diamante. Se soltaron de nuevo y, muy despacio, fueron acercndose a la

    entrada hasta que la sombra de la prgola los cubri.

    Aqu: Cuatro

    A las tres y diez, Miguel Castro sali del banco donde trabajaba y camin un par de manzanas

    hasta el bar donde sola comer con los colegas de otros bancos cercanos, pero al verlos desde fuera

    rindose en la barra de alguno de los chistes picantes de Contreras, decidi irse a otra parte. No tena

    ganas de chistes y mucho menos de explicarle la situacin a aquellos compaeros que ahora podran

  • 10

    irse tranquilamente a casa haciendo planes para el fin de semana. Ana se haba marchado

    definitivamente; Diego se ira a casa de Pedro para no tener que aguantar la situacin, y l no se vea

    capaz de hacer algo solo con Talia.

    Tratara de hablar con Sara y Javier para que la invitaran el sbado y el domingo. Talia estara

    mejor con ellos y con Pepa, y no notara tanto la ausencia de su madre si pasaba el fin de semana en

    casa de su amiga. l no tena planes, aparte de tratar de averiguar adnde se haba ido Ana y quiz

    llamarla y ver de hablar otra vez, con calma, sin los nios delante.

    Llevaban ms de veinte aos juntos; no poda ser que ahora, despus de media vida y de todo lo

    que se haban querido, se hubiera terminado de verdad.

    l le haba dicho a Diego unas horas atrs que haba que aceptar que las cosas se acaban y, sin

    embargo, l mismo no estaba an dispuesto a aceptarlo. El problema era que se haban dicho

    demasiadas cosas desagradables, que se haban hecho demasiado dao el uno al otro y, cada vez que se

    miraban, apareceran todas esas palabras entre ellos, todas esas palabras que no podan olvidar, y el

    amor y las buenas intenciones se esfumaban como si nunca hubieran existido.

    Entr en una cafetera, pidi un bocadillo de tortilla y una caa y, mientras se lo servan, volvi a

    marcar el nmero de casa. Nada. Talia no estaba. Y en casa de Pepa tampoco saban nada, ni en la de

    Juanma, ni en las de los otros compaeros de colegio a los que haba llamado desde las doce y media.

    Hasta las dos, no se haba preocupado mucho; haba tenido demasiado trabajo y haba ido

    haciendo llamadas cortas cuando tena un par de minutos libres, pero ahora estaba empezando a sentir

    una angustia inconcreta que lo enfureca. Como si no tuviera suficientes problemas para tener que

    aguantar tambin los caprichos de nia mimada de Talia! Lo mismo se estaba escondiendo a propsito,

    para que se preocupara y se sintiera culpable. Lo mismo s estaba en casa de Pepa, pero escondida en

    algn sitio, sin que Sara supiera que haban vuelto del colegio juntas. Y ni siquiera poda llamar a su

    mujer y compartir con ella su preocupacin, porque no tena ni idea de adnde se haba ido.

    Le dio un furioso mordisco al bocadillo, pensando que si quera ponerse la camisa blanca para la

    cena, tena que llegar a casa con bastante tiempo por si no estaba planchada, ya que ltimamente,

    desde que las peleas eran diarias, Ana ya no se ocupaba de esas cosas, igual que l haba dejado de

    ocuparse de llevar al garaje el coche de Ana. No quera ser independiente? Pues que se organizara,

    como haca l.

    Dnde se habra metido esa maldita nia, si en el colegio no estaba y en casa de sus amigos

    tampoco? Marc el nmero de Pedro, pero slo consigui dejar un mensaje en el contestador diciendo

    que Talia no haba aparecido an. Luego se acab el bocadillo, se bebi el ltimo trago de cerveza y

    decidi acercarse al Continental a tomarse el caf leyendo el peridico. No tena ganas de meterse en

    casa ahora, de encontrarse con el piso vaco, las cosas tiradas, el armario con las perchas sobrantes

    montones de perchas vacas donde haba estado colgada la ropa de Ana-, la nevera sin fruta y sin

    verdura fresca, la tele apagada. No quera volver y tener que empezar a aceptar que Ana los haba

    abandonado. Con llegar a casa sobre las seis era suficiente para cualquier cosa.

  • 11

    CAPTULO DOS

    All: Uno

    En el interior del almacn era como una fachada ruinoso, sucio, triste- pero mucho ms oscuro;

    tanto que, al entrar la luz del sol, les pareci de momento que haban penetrado en una caverna, pero al

    cabo de unos instante se dieron cuenta de que era slo una pequea entrada que debi de haber estado

    pensada en otro tiempo para que una recepcionista les preguntara qu deseaban.

    El silencio era total. Dentro, al otro lado de la pared, no se oan voces de mendigos borrachos, no

    siquiera el aleteo de pjaros que se hubieran refugiado en la ruina. Eso, al menos, era tranquilizador.

    Cuando se acostumbraron a la oscuridad, vieron brillar luz que se colaba por todas las rendijas de

    los tabiques carcomidos y enseguida encontraron la puerta que daba a la nave, una puerta que an

    conservaba el picaporte y que cedi suavemente en cuanto la empujaron.

    Delante de ellos la oscuridad era absoluta. La luz que haban visto brillar a travs de las rendijas

    haba desaparecido. Se volvieron el uno al otro, pero no podan verse, de modo que tendieron las

    manos hasta encontrarse y permanecieron agarrados sin saber qu hacer. Igual podan estar en el

    umbral de una cueva que los llevara cada vez ms abajo hasta las profundidades de la tierra, que en lo

    ms alto de una montaa frente a la oscuridad del espacio. El aire era seco y no ola a nada ni a polvo

    viejo, ni a podredumbre, ni a suciedad, como haban supuesto-; no haca ni fro ni calor. Lo nico que

    perciban era el temblor de la mano sudada del otro y el sonido de su respiracin, cada vez ms rpida.

    -Vmonos de aqu! Susurr Pablo.

    -Espera contest Talia, tambin en un murmullo.

    Unas lucecitas apenas visibles haban empezado a encenderse frente a ellos, a sus pies. Eran

    diminutas y brillaban suavemente con un color azul-violeta, como el de las luces que se ven a veces en

    los aeropuertos por la noche. Estaban dispuestas en dos lneas paralelas que marcaban una especie de

    camino negro en el centro de la oscuridad. No se vea el final.

    -Vamos! Urgi Talia-. Antes de que se apaguen.

    -Yo no voy. No estoy tan loco.

    -Eres un gallina. No quieres hacer algo para que vuelva tu amigo?

    -Amigos hay muchos contest Pablo de mala gana.

    -Madres, no.

  • 12

    Talia se solt del chico y dio un paso adelante. Las luces aumentaron de intensidad, de manera que

    ahora poda verse las manos a la altura del pecho. Dio otro paso y, sin volverse, pregunt:

    -Vienes?

    -Esprame contest Pablo, que acababa de decidir que le daba ms miedo quedarse solo all en la

    oscuridad, que acompaar a Talia a lo desconocido.

    Juntos de nuevo, siguieron avanzando por el camino que marcaban las luces y que pareca no tener

    fin. Sus pasos no sonaban en el perfecto silencio, como si sus zapatillas de deporte se posaran sobre un

    corredor enmoquetado de terciopelo negro.

    -No hay nada detrs de nosotros susurr Pablo con voz temblorosa-. Se han apagado las luces

    que quedan detrs, como si no hubiera nada.

    -No mires hacia atrs dijo Talia firmemente.

    -Y cmo vamos a salir?

    Talia no contest. Acababa de ver que las luces que los guiaban se estaban acabando para dar paso

    a una especie de barra luminosa del mismo color que cruzaba su camino transversalmente. En cuanto

    llegaron a la barra y Talia, adelantando el pie, la pis, apareci un crculo de luz azul frente a ellos,

    como si se hubiera encendido un reflector de teatro en el techo.

    -Y ahora? Pregunt Pablo.

    Talia sealo la luz con el dedo y avanzaron hasta colocarse debajo del foso invisible. Entonces

    sintieron una vibracin muy ligera, como si algo se estuviera poniendo en marcha a su alrededor, y de

    pronto un tirn en el estmago como cuando se sube o se baja muy rpido en un ascensor, o en una

    montaa rusa, pero un tirn suave y extrao, que no les daba ninguna pista sobre la direccin del

    movimiento. Al cabo de unos segundos, ces la vibracin y volvi el silencio. A su alrededor, la

    negrura segua siendo impenetrable, como si se hubieran vuelto ciegos.

    -Habis venido a buscar se oy una voz a sus espaldas.

    Ambos se giraron, asustados, buscando la fuente del sonido.

    Una luz perlada con forma de lgrima gigante, tan grande como Pablo, se acercaba a ellos

    aliviando la oscuridad. Poco a poco, dentro de la luz, fueron distinguiendo los contornos de un ser

    humano hasta que se detuvo a unos metros de ellos y, de pronto, el foco azul que los haba iluminado

    hasta ese momento se apag.

    -Qu buscis aqu? La voz era agradable, pero neutra; no se poda decir si era femenina o

    masculina, como tampoco se distingua por sus rasgos si la persona que les hablaba era hombre o

    mujer-. Hablad sin temor.

    Talia quera explicar lo que buscaba, pero no saba cmo decirlo, as que esper unos instantes a

    que hablara Pablo. Como no se decida, acab por darle un ligero empujn, mientras trataba de

    animarlo con los ojos.

  • 13

    -Buscamos -empez el muchacho, sintindose totalmente estpido al decirlo-, palabras.

    -Nuestras palabras corrigi Talia-. Palabras terribles.

    -Si han sido pronunciadas, estn aqu. Aqu las conservamos. Seguidnos.

    Talia y Pablo vieron, con asombro que la luz que envolva a su interlocutor aumentaba de

    intensidad y desdoblaba hasta que eran dos las personas que estaban frente a ellos.

    -Quines sois? Pregunt Pablo, totalmente perplejo.

    -Sois ngeles? balbuci Talia.

    -Nosotros somos dijo una voz doble.

    De improviso las caras y los cuerpos que estaban viendo de frente, aunque difuminados por la

    niebla de luz, se disolvieron para dar paso a las espaldas de aquellos seres que ya se alejaban en

    direcciones distintas.

    -No podemos estar juntos? pregunt Talia, en respuesta a una angustiosa mirada de Pablo.

    -No es posible contestaron las dos voces.

    Se miraron por ltima vez y, cada uno siguiendo su luz, se separaron y se internaron en las

    tinieblas.

    Aqu: Cinco

    Apenas llegado al descansillo de su casa, cuando an estaba buscando las llaves, empez a sonar

    el telfono. Tuvo que tirar el maletn al suelo para tener las manos libres, abrir las dos cerraduras y

    salir galopando por el pasillo para cogerlo antes de que dejara de sonar. Poda ser Ana. Poda ser Talia.

    Era fundamental que llegara a tiempo.

    Se golpe la espinilla contra la pata curvada de la consola que tanto le gustaba a Ana y tuvo que

    reprimir una palabrota al descolgar.

    -Diga.

    -Hablo con la casa de Natalia Castro Daz?

    Era una voz femenina desconocida que, sin saber por qu, le eriz todo el vello del cuerpo. Supo

    sin que nadie se lo dijera que algo terrible acababa de sucederle a Talia.

    -Soy su padre, Miguel Castro.

    -Mire, seor Castro, siento decrselo. Ha habido un accidente.

  • 14

    -Un accidente?- pregunt con la boca repentinamente seca-. Dnde?

    -Le llamo del Hospital Provincial. Tenemos aqu a su hija Natalia. Sera mejor que viniera cuanto

    antes.

    -Qu le ha pasado? Cmo est?

    -No s decirle, seor Castro. Lo nico que s es que ha habido un accidente de trfico, un tranva y

    un camin al parecer. Han ingresado a mucha gente.

    -Pero qu le pasa a Talia?

    -No lo s. Yo slo informo a los familiares. En cuanto venga, podr hablar con uno de los

    mdicos.

    -Gracias. Salgo para all.

    Colg como en trance, se sent en la silla de al lado del telfono y, sin que viniera a cuento, se

    pregunt por qu haba dado las gracias, cmo era posible que cuando le estaban diciendo que su hija

    estaba en el hospital despus de un accidente de trfico, an funcionaran todos los resortes de la

    cortesa social y uno diera las gracias por recibir esa noticia.

    Se levant sobre piernas inseguras y garabate una nota que dej sobre la mesa de la cocina:

    Talia ha tenido un accidente. Est en el Hospital Provincial. Venid en cuanto podis.

    Ya en la puerta del piso, se volvi como si alguien lo hubiera llamado, fue a la cocina y aadi:

    Os quiero.

    All: Dos

    De pronto la oscuridad se triz, como si un enorme cristal negro se hubiera hecho aicos frente a

    ella, y Talia se encontr conteniendo la respiracin en medio de un lugar tan inmenso y tan

    deslumbrantemente iluminado que tuvo que cerrar los ojos, taprselos con las manos y dejar que su

    vista se fuera acomodando poco a poco al cambio de luz. Cuando pudo abrirlos de nuevo, vio que ella

    y su acompaante estaban suspendidos en el aire frente a una especie de sala, tan grande que no poda

    ver el fin, cuyas paredes estaban revestidas de cristal o de un plstico transparente que brillaba de un

    modo intolerable.

    Mirando a derecha e izquierda se dio cuenta de que las paredes no eran placas lisas, sino que

    parecan estar hechas de fundas de ceds, como una coleccin de discos de todas las obras del mundo,

    y lo que brillaba as eran los estrechos lomos de las fundas.

  • 15

    Cuando reuni el valor suficiente, mir hacia abajo y se dio cuenta de que la sala segua hasta

    donde abarcaba la vista por debajo de sus pies. stos aparentemente se apoyaban en el vaco, aunque

    ella senta algo slido bajo las plantas. La sala continuaba tambin hacia arriba, hasta que las pareces

    parecan encontrarse en la distancia, como las vas del tren.

    Volvi a cerrar los ojos, asustada, con la sensacin de que si segua mirando, acabara marendose

    y cayendo al vaco.

    -Tengo miedo susurr.

    -De un archivo? pregunt en tono neutro su acompaante.

    -De caerme. Aqu no hay suelo.

    -Hay suelo donde pones los pies. Eso basta.

    Su gua ech a andar delante de ella. En la oscuridad, su figura haba sido luminosa; ahora, bajo la

    luz cegadora de aquella sala, pareca una persona normal aunque era imposible saber si era hombre o

    mujer- alta, de crneo afeitado. Iba vestida con una tnica que le llegaba hasta los pies y era de un

    color tan similar al de la sala que a veces slo se vea su cabeza y Talia senta un escalofro de miedo

    cuando le pareca que estaba siguiendo a una cabeza flotante.

    Al cabo de unos cuantos pasos empez a sentirse mejor; era verdad que siempre haba suelo donde

    ella pona el pie, pero era aterrador no verlo. Por eso cerraba los ojos cada vez que tena que avanzar

    un paso y slo los abra cuando estaba quieta. Su gua no pareca impaciente y no le meta prisas

    mientras ella se iba acostumbrando. Despus de un rato decidi que la nica manera de seguir

    avanzando sin que el terror la paralizara era no mirarse los pies, hacer como si caminara por un lugar

    conocido, de suelo liso. El truco funcion y as pudo dedicarse de nuevo a mirar y a pensar en lo que le

    estaba sucediendo.

    -Qu es todo esto?- pregunt Talia por fin, despus de darle muchas vueltas a si deba hacerlo o

    no.

    -Palabras. Palabras pronunciadas para daar. Palabras terribles, colricas, venenosas como

    prefieras llamarlas.

    El misterioso acompaante se detuvo en un punto, sac de las cajitas pequea, transparente, casi

    como las de los mini ceds- y la sostuvo entre los dedos frente a los ojos de Talia. Dentro de la cajita

    plana se movan perezosamente unos puntos brillantes, como insectos diminutos hechos de piedras

    preciosas.

    -Las ves? Ah estn. Vivas. Activas. Despiertas.

    -Esas son palabras? Pregunt Talia, fascinada por el movimiento y el color-. Tan bonitas?

    -Las palabras humanas, aunque imperfectas, son siempre hermosas, Talia.

    -Y por qu duelen tanto?

  • 16

    -Por lo que hacis con ellas. Un cuchillo tambin puede ser hermoso. Depende de ti si lo utilizas

    para cortar una hogaza de pan o una garganta. En un caso, te ayuda a vivir; en el otro, te mata.

    -Y estn siempre ah?

    -Algunas estn siempre. Otras se van desactivando hasta que desaparecen. Mira, stas an estn

    vivas pas la yema de los dedos suavemente por la cajita, casi como hacen los ciegos al leer-. stas

    no desaparecern jams. No tienen plazo de desactivacin.

    -No lo entiendo.

    -Entiendes fecha de caducidad?

    -Cmo os yogures?

    De repente senta unas ganas tremendas de rerse.

    -Algo as. Hay algunas cuyo efecto se acaba, pasado el tiempo. Otras no caducan jams.

    -Y las mas? pregunt ahora, sintiendo de nuevo la presin en la garganta.

    -Veremos.

    Siguieron caminando durante un tiempo infinito por aquella sala llena de palabras, hermosas y

    terribles, hasta que Talia sinti que la cabeza le iba a estallar. Se apoy contra la pared, mareada,

    apretndose las sienes.

    -Me duele mucho susurr.

    Su gua se volvi hacia ella con unas gafas oscuras en la mano:

    -Pntelas. Ayudan. Aunque cambian lo que ves.

    Talia se puso las gafas, que parecan metlicas pero no pesaban apenas, y de repente la sala se

    transform en una especie de biblioteca antigua baada en una luz rojizo-dorada, como la del sol

    cuando est a punto de hacerse de noche. Las resplandecientes cajitas se haban convertido en lomos

    de libros viejos, con smbolos dorados sobre cubiertas marrn, granate y verde oscuro.

    -Mejor?

    Talia asinti con la cabeza. Ella haba estado en bibliotecas como esa. Desde que su madre, dos

    aos atrs, haba decidido ponerse de nuevo a hacer la tesis doctoral que haba abandonado al nacer

    Diego, la haba llevado a algunas bibliotecas a recoger libros o hacer pedidos. El lugar le resultaba

    ahora ms agradable porque le recordaba a ella, pero a la vez le daba mucha ms pena porque tambin

    le recordaba las primeras discusiones de sus padres, cuando l haba empezado a meterse con su

    sabidura y la prdida de tiempo y el todo para qu.

    -Talia. Tus palabras dijo la gua.

  • 17

    Levant la vista que, sin darse cuenta, haba estado dirigiendo hacia abajo, hacia un suelo de

    parquet de madera encerado, de color miel. Su gua, otra vez ligeramente luminoso, como si tuviera

    una bombilla dentro, le estaba tendiendo un librito pequeo del mismo estilo de los de poesa que su

    madre estudiaba.

    Las palabras que antes eran bichitos pintados de rojo en una lengua desconocida para ella.

    -Son las que caducan? pregunt en voz baja, con miedo a la respuesta.

    -Si. En cinco aos de tu tiempo, tu madre las habr olvidado o no le causarn dolor al recordarlas.

    Cinco aos! Dentro de cinco aos, ella tendra diecisiete. Cmo iba a aguantar cinco aos

    sabiendo que esas palabras estaran para siempre entre su madre y ella? Incluso sabiendo que, antes o

    despus, desapareceran, cinco aos eran una eternidad. Se iba a pasar todo ese tiempo sin poder

    abrazarla o notando que su madre recordaba lo que ella haba dicho y trataba de olvidar?

    -Es demasiado tiempo. No se puede hacer nada para?

    No saba como decirlo. Las palabras se mataban, se borraban, se desactivaban?

    -Quieres conocer el efecto de tus palabras?

    La pregunta haba sido hecha en el mismo tono neutro que todo lo que haba dicho su gua hasta el

    momento, pero, de algn modo, Talia tuvo la sensacin de que era una pregunta importante, de que de

    su respuesta dependera el resultado final.

    -Si contest.

    Aqu: Seis

    En una sala de espera del Hospital Provincial, Miguel Castro lloraba con la cabeza escondida entre

    las manos. An no haba podido ver a Talia, pero las palabras del medico sonaban con toda claridad en

    su cabeza y, a pesar de que se haba esforzado por hacerle comprender que an era pronto para saber

    nada concreto, para l haban sonado vagas, huecamente consoladoras, vacas de esperanza:

    La nia est en coma, seor Castro. Ha recibido un fuerte golpe en el crneo y, aunque por lo

    dems su estado es estable, no tenemos manera de saber si- aqu el mdico se haba corregido a s

    mismo con toda rapidez- cundo despertar. En muchos casos se trata de horas. En otros en fin,

    pueden pasar das, incluso semanas. No podemos saberlo. Pero es joven y fuerte. No hay que

    desesperar.

    Deba de haber sido un accidente terrible por lo que oa rumorear en los pasillos del hospital; ms

    de quince personas haban resultado heridas y dos, el conductor de tranva y el del camin, haban

  • 18

    muerto instantneamente. Otras dos estaban en estado de coma: Talia y un muchacho de la edad de su

    hijo Diego, cuyos padres an no haban sido localizados.

    Una enfermera le puso la mano en el hombro:

    -Le apetece un caf? pregunt con una sonrisa, aunque ya no era joven.

    -Puedo ver ya a Talia?

    -An no. Ahora ya est limpia y guapa, pero le estn haciendo unas pruebas. Ya lo avisar cuando

    pueda pasar.

    -Cmo me han localizado?

    Lo pregunt por hacer algo, por hablar con alguien simplemente, para no tener que quedarse de

    nuevo solo aquella sala de espera.

    La nia llevaba el nombre y la direccin en la cartera. Como era la nica nia en el tranva, hemos

    supuesto que la cartera tena que ser suya.

    -Qu haca mi hija en ese tranva? se pregunt, ms a s mismo que a la enfermera.

    -El accidente ha sido en el cruce de Chile con Per, en el barrio de El Remedio. A lo mejor haba

    ido a visitar a una amiga. Es un barrio muy familiar.

    Estuvo a punto de decirle que su hija iba a uno de los mejores colegios de la ciudad y que no tena

    amigas en un sitio como El Remedio, al lado del cinturn de ronda, al lmite de donde empezaban las

    fbricas y las chabolas, pero algo lo hizo callarse a tiempo. l no tena forma de saber si la enfermera

    viva tambin por all o tena familia en ese barrio.

    -Y el otro chico? El que tambin est en coma?

    La enfermera lanz una mirada rpida por encima del hombro, como si quisiera asegurarse de que

    no los escuchaban.

    -Parece que est peor que Talia. Y adems est solo. No llevaba documentacin encima y hasta

    que no salga su foto esta noche por televisin y maana en los peridicos no es muy probable que sus

    padres se enteren se enderez y cambi de tono -. Venga! Venga a tomarse un caf; le sentar bien

    mientras espera.

    Caminaron juntos por el pasillo verde y blanco hasta el cuarto de las enfermeras, vaco en ese

    momento.

    -Me llamo Tere y estoy de guardia hasta maana a las seis. Me encargar de Talia hasta que le den

    de alta. Toma azcar?

    Miguel neg con la cabeza y, sin siquiera mirar la taza, se qued quieto, con la vista perdida en el

    linleo verde del suelo.

    Tere se sent enfrente de l, le puso la mano en el brazo y, acercndose un poco, le dijo:

  • 19

    -Mire, Miguel, no s si el mdico le habr dicho algo de esto, pero yo llevo muchos aos

    atendiendo a pacientes en coma y s que la cosa no es fcil para la familia. Pero tambin s que la

    nica forma de ayudarlos es estar aqu, entrar a verlos, cogerles la mano, contarles cosas. Y eso es

    especialmente difcil porque ellos estn ah como muertos; no reaccionan, no hablan, no mueven los

    ojos. Unos los mira, as, tan frgiles, tan plidos, intubados, como estatuas de la persona que fueron, y

    tiene miedo.

    El padre de Talia levant la vista del suelo para fijarla, ofendido, en los ojos azules de Tere.

    -S, miedo, Miguel, s lo que me digo. Uno se asusta al verlos y quiere salir de aqu, salir al

    exterior, hablar, or ruidos, ver la tele, tomarse una cerveza, darse cuenta de que uno sigue vivo y

    olvidar que el otro est ah y a la vez no est aqu, con nosotros.

    -Dnde est? pregunt con la voz quebrada.

    Tere suspir, removi el azcar en su caf y volvi a dejar la taza sobre la mesa, sin beber.

    -Nadie lo sabe. Yo creo que una parte de ellos est aqu y nos oye, mientras otra parte hace una

    especie de viaje, a algn lugar adonde los vivos no podemos llegar, pero si me oyen los mdicos, me

    echan por loca. Yo creo baj la voz y dijo articulando claramente, como si el que la escuchaba fuera

    extranjero y tuviera que asegurarse de que la comprenda-, yo creo que las palabras los traen de vuelta.

    Lo he visto muchas veces; un hombre joven regres despus de cuatro aos. Y su mujer estaba ah

    cuando abri los ojos. Haba venido todas las tardes del mundo durante cuatro aos, hasta que

    despert. Se imagina?

    Miguel asinti con la cabeza.

    -No la d nunca por perdida. Si maana sigue en coma, vuelva pasado, y al otro, y al otro. Hasta

    que despierte

    Miguel sigui diciendo que s mecnicamente, mientras los ojos se le llenaban de lgrimas.

    -Voy a ver si han terminado. Usted qudese aqu y tmese el caf.

    All: Tres

    La sala donde ahora se encontraban era mucho ms pequea que la biblioteca, o al menos lo

    pareca, aunque no se vea claramente dnde acababan las paredes y empezaba el suelo o el techo.

    Todo era de un gris oscuro, como algunas salas de museo donde se guarda una obra especialmente

    antigua y valiosa e, igual que en un museo, no haba muebles.

    Talia se quit las gafas y todo sigui igual, menos su gua, que volvi a hacer intensamente

    luminoso en la penumbra.

  • 20

    -Si quieres conocer el efecto de tus palabras, tienes que pedrmelo, Talia. Debo avisarte de que

    puede resultarte doloroso.

    Ella nunca haba sido demasiado valiente en cosas como dejarse poner una inyeccin o ir a

    vacunarse de lo que fuera, pero algo le deca que, ya que haba llegado hasta all, tena que seguir

    adelante. La habra gustado que alguien la acompaara, alguien a quien pudiera abrazarse y protestar

    hasta que la tranquilizaran y la consolaran, como haban hecho siempre sus padres o su hermano. Hasta

    el gallina de Pablo le habra parecido bien en esos momentos; pero no haba nadie a quien poder

    quejarse, as que inspir hondo y dijo, tratando de sonar adulta y razonable:

    -Quiero conocer el efecto de mis palabras. Por favor aadi, recordando en el ltimo segundo las

    normas de buena educacin que le haban enseado.

    -Acomdate.

    Talia mir en todas las direcciones esperando ver aparecer algn tipo de silln o sof donde

    pudiera instalarse para ver la pelcula que seguramente le iban a presentar. Al fin y al cabo, el lugar

    donde estaban tambin se pareca a las salas de los mini cines, aunque sin butacas; pero como no

    pasaba nada, acab por sentarse en el suelo con las piernas cruzadas y esperar.

    Entonces, en el centro de la sala, apareci de repente su cuarto de estar, tan claro y tan real como

    si realmente lo estuviera viendo desde la puerta del pasillo o desde la ventana, lo que habra sido ms

    raro porque vivan en un tercer piso. Todo estaba como haba estado la noche antes: la mesa llena de

    restos de merienda sin recoger, unas cuantas prendas de ropa en el respaldo de las sillas, sus lpices y

    papeles tirados en la alfombra enfrente de la tele, una copa con restos de vino en la estantera al lado

    del sof, dos yogures vacos, de los que le gustaban a Diego, en el suelo, junto al silln.

    Se abri la puerta de la cocina y entr su madre, vestida con la misma ropa que la noche anterior y

    repitiendo las mismas palabras que ella recordaba:

    Sabes que te digo? Que se acab, que ya no puedo ms y que me voy ahora mismo de esta

    casa.

    Su padre entr tambin desde la cocina, donde se haban pasado media tarde discutiendo y

    gritndose.

    Si te vas ahora, no se te ocurra volver. Aqu no haces ninguna falta, t con tus aires de

    sabelotodo y tus poemas y tus estupideces. Si el instituto donde trabajas, tus hijos y yo no somos lo

    bastante buenos, lo mejor es que te vayas y no vuelvas.

    Se miraban de frente y parecan dos lobos furiosos enseando los dientes.

    Eres un ignorante, Miguel. Un miserable empleadillo de banca que se cree con derecho a

    tiranizar a los dems para sentirse importante. Yo tambin tengo mi vida, aparte de esta casa.

    Yo nunca he sido lo bastante bueno para ti, verdad? Deca ahora su padre con esa sonrisa

    odiosa que l saba poner a veces-. La doctora tiene ambiciones. Ya no tiene bastante con hacer feliz a

  • 21

    su familia y dar clases en un instituto. Ahora aspira a ms y nosotros estorbamos. Ahora que es amiga

    de un poeta, esta vida nuestra es demasiado vulgar.

    Talia no quera ver ms. Saba que se acercaba el momento en que ella misma entrara en el cuarto

    y entonces tendra que or otra vez lo que no haba dejado de or en su interior ni un solo momento.

    Entonces entr Diego con un libro en la mano y se qued mirando a sus padres como petrificado.

    Tu madre nos deja, dijo Miguel.

    Diego se volvi hacia ella como si quisiera preguntarle sin palabras, como pidindole que

    desmintiera lo que acababa de decir su padre. Estaba palidsimo y, ahora que poda verlo desde fuera,

    Talia se daba cuenta de que le temblaba todo el cuerpo.

    Llevo meses tratando de hacer entrar en razn al animal de tu padre y no puedo ms, Diego.

    Necesito un tiempo para recuperarme, para decidir qu es lo mejor.

    Lo mejor es que te vayas de una vez.

    Talia se cubri las orejas con las manos para no orse. Era su voz la que haba sonado. Poda verse

    temblando de rabia, con dos rosetones rojos sobre las mejillas plidas, mirando a su madre con

    expresin de loca.

    Vete y no vuelvas. No te queremos, me oyes? Aqu nadie te quiere. Yo ya no te quiero. No

    quiero verte nunca ms.

    Pero no poda acallar las palabras; ni dejar de orlas, porque ahora ya no las oa como espectadora,

    desde fuera, sino que poda orlas y sentirlas desde dentro de su madre. Se vea a s misma desde los

    ojos de ella. Se vea, pequea y dura, como una serpiente lleva de veneno, diciendo aquellas cosas

    terribles y senta lo que haba sentido su madre: un dolor como si se quemara por dentro, como si algo

    la estuviera desgarrando poco a poco. Notaba el deseo de gritar que surga dentro de su madre, los ojos

    que se llenaban primero de pinchazos calientes y luego de lgrimas, el estmago que se contraa hasta

    convertirse en una bola helada que pesaba como el hierro.

    Por la mente de su madre pasaban imgenes rapidsimas en las que vea a Talia recin nacida en

    una cuna con colcha de color de rosa; Talia mamando de su pecho; Talia con coletas, cogida de su

    mano, yendo a la guardera, manchndole la cara de restos de piruleta pringosa al darle el beso de

    despedida; Talia, Diego vestido de futbolista y Miguel en una excursin al campo; Talia con ella en

    una biblioteca grande y oscura, sonrindose frente a un libro con mapas antiguos; Talia enfurecida,

    plida, cruel, dicindole que no volviera, que ya no la quera.

    Sinti todo el amor de su madre volcndose hacia ella y su imposibilidad de expresarlo; el rechazo

    de ella frente al primer movimiento de su madre; el dolor de la madre al ver a Talia protegindose tras

    el cuerpo del padre; not el impulso de salir corriendo de aquel lugar que haba sido el centro de su

    vida y ahora era un campo de batalla donde la torturaban.

  • 22

    Vio tambin, como en una serie de diapositivas luminosas, la cara de un hombre ms joven que su

    padre, de pelo largo y barba recortada, sonriente, amable. Los vio paseando juntos por el jardn de la

    biblioteca, sentados en una cafetera, con las cabezas juntas, inclinadas sobre un libro de poesa.

    Luego, por los ojos de su madre, vio de nuevo el cuarto de estar, desordenado y sucio, con cosas

    de toda la familia tiradas por en medio sin que nadie se hubiera molestado en recogerlas; la cara de su

    padre, con una sonrisa de triunfo porque Talia se haba puesto de su lado; las manos de Diego

    apretando el libro hasta que se le pusieron blancos los nudillos, la vista perdida en la pantalla apagada

    del televisor; la mirada de odio de Talia.

    En ese momento, la imagen se desvaneci como si alguien hubiera apretado un botn y no qued

    ms que la sala vaca, gris y oscura, como era antes.

    -Comprendes? pregunt la voz de la gua.

    Talia asinti con la cabeza mientras las lgrimas le escurran por las mejillas.

    -Yo no quera decirle eso se defendi, casi para s misma.

    -S queras. Acptalo.

    -No! No queras hacerle dao.

    -No queras?

    Talia se encogi de hombros, dispuesta a defenderse.

    -Un poco s. Ella tambin me haba hecho mucho dao. Ella quera irse! Quera dejarnos! su

    voz iba subiendo de tono hasta que se encontr casi gritando-. Pero yo lo que quera era que no se

    fuera, que se diera cuenta de que la queremos y la necesitamos, que no nos dejara solos.

    -Y lo que dijiste fue lo contrario.

    -Si dijo Talia, muy bajito.

    -Por eso no lo entendi.

    -Us las palabras como un arma, verdad? pregunt Talia, despus de un largo silencio.

    -Si.

    -An soy pequea. An no s hacer las cosas bien.

    -Eso es cierto dijo el gua-; pero no es sa la razn. Usaste las palabras como un adulto y por eso

    han sido conservadas aqu.

    -No se pueden usar de otra manera?

    -Si. Pero tendras que aprender a traducirlas.

    -Cmo aprender otro idioma?

  • 23

    -Algo parecido.

    Ensame, por favor. As, cuando vuelva, no tendr que esperar cinco aos; podr decirle lo que

    de verdad le quera decir.

    Hubo una pausa, como si el gua tuviera que tomar una decisin.

    -Sgueme, Talia. Primero tenemos que ver si perteneces a la clase de humanos que pueden

    aprender.

  • 24

    CAPTULO III

    Aqu: Siete

    Ana Daz, la madre de Talia, daba vueltas por la sala de estar de su amiga Marga, cogiendo y

    dejando cosas al pasar: un casete, un jarrito, un libro, una pequea estatua

    -No s que hacer Marga. Son ms de las ocho y no me cogen el telfono en casa. No s donde

    pueden haberse metido.

    -Como no me imagino a Miguel en la cocina, se habrn ido a tomar algo a una hamburguesera o

    algo parecido. Llmalo al mvil.

    Ana movi la cabeza de derecha a izquierda.

    -Por qu no?

    -Porque se pone muy orgulloso cuando contesta al mvil en un lugar pblico, como si fuera un

    corredor de bolsa imprescindible o as. Lo deja sonar cuatro o cinco veces para que todo el mundo se

    entere de estn tratando de localizarlo, contesta en voz alta mirando a todas partes y te trata a patadas.

    No, gracias. Prefiero esperar hasta las diez o diez y media; as a lo mejor ya se han retirado los cros y

    puedo hablar con l tranquilamente.

    -No quieres hablar con ellos?

    Ana volvi a negar con la cabeza:

    -Diego se habr ido a casa de Pedro. ltimamente ni se le vea el pelo; es de los que no aguantan

    ciertas situaciones. Y Talia

    -Qu? Estar fatal, despus de un da sin verte.

    -No s. Creo que es mejor que no nos hablemos de momento.

    -Qu ha pasado, Ana?

    -Eres mi mejor amiga, Marga, pero de momento prefiero aclararme yo sola. Ya te contar.

    -Nos vamos a cenar a un chino? Propuso Marga, al notar que haba algo que le preocupaba

    profundamente a su amiga-. Al fin y al cabo, si ellos estn por ah de juerga, no veo por qu t y yo no

    nos podemos montar una noche agradable. Total, maana es sbado.

    Ana sonri:

  • 25

    -Venga! Vmonos. Es el primer viernes desde hace aos en que puedo hacer lo que me d la

    gana. Y hace siglos que no como en un chino.

    All: Cuatro

    Su gua la dej sola en una pequea sala redonda, como una pelota, en la que podan flotar

    libremente como hacen los astronautas en las naves que orbitan la Tierra. Haba una luz suave, rosada,

    tan relajante que, al poco de encontrarse all, pens que se dormira si no pasaba algo pronto. Estaba

    tan cansada como si se hubiera pasado el da de excursin en el monte, a pesar de que no haba hecho

    ms que hablar con aquella extraa persona y visitar una biblioteca misteriosa. Despus de cuatro

    horas de clase en su colegio, claro; pero de algn modo los recuerdos del colegio le parecan muy

    lejanos, como si hiciera muchsimo tiempo y hubieran perdido toda su importancia.

    Cerr los ojos un instante y, cuando los volvi a abrir, Pablo flotaba boca abajo, tena la cara

    pegada a la suya y la sacuda por el brazo.

    -Qu susto me has dado, peque! Crea que estabas muerta.

    Talia pestae:

    -Por qu iba a estar muerta? Me haba dormido y ahora que estaba a punto de empezar a soar,

    vas t y me despiertas.

    -Cuntame lo que te ha pasado a ti.

    Era gracioso estar hablando con alguien que flotaba a tu alrededor como una pompa de jabn y

    estaba unas veces cabeza abajo y otras cabeza arriba, pero no haba nada a lo que agarrarse para

    quedarse quieto, ni la menor posibilidad de sentarse a charlar como personas normales.

    -Lo mismo que a ti, me figuro contest Talia-. Me han llevado a la biblioteca o archivo o lo

    que sea, me han enseado mis palabras y luego me han trado aqu.

    -Pero tus palabras son recuperables?

    Aunque Talia no conoca la palabra que haba usado Pablo, supuso que hablaba de la fecha de

    caducidad.

    -Dentro de cinco aos ya no harn dao Y las tuyas?

    Pablo se puso serio y se apart de ella, flotando.

    -Las mas son irrecuperables contest de espaldas a ella.

    -Quieres decir que son para siempre?

  • 26

    -Eso he dicho contest de mal humor.

    -Por qu?

    Pablo no respondi.

    -Te he preguntado por qu insisti Talia.

    El muchacho trat de girar hacia ella, furioso, pero el impulso fue excesivo y acab dando vueltas

    como un huevo duro sobre la mesa de la cocina, hasta que Talia lo fren, agarrndolo por los brazos.

    -Porque, al parecer, lo que dije era verdad. Le dije a Jaime que ningn amigo le quita la novia al

    otro y que, a fin de cuentas, yo slo estaba a gusto con l porque siempre haba credo que era inferior

    a m, me entiendes? Ms bajito, ms tonto, ms feo, ms pobre todo lo que te puedas imaginar.

    -Eso es verdad?

    -Lo de que es ms bajito, ms feo y dems es la pura verdad; no hay ms que verlo.

    -Y lo de que t eras amigo suyo por eso?

    Pablo volvi a soltarse de Talia.

    -Esta maldita habitacin no tiene ni puerta siquiera. Si no nos dejan libres, no saldremos nunca de

    aqu murmur con rabia.

    -Contstame. Te he preguntado algo.

    -Ps pablo se encogi de hombros-. Un poco s. Al menos al principio.

    -Sois amigos desde hace mucho tiempo?

    -Nos conocimos a los diez aos en el internado. Mis padres se estaban separando y decidieron

    mandarme interno para que no los viera discutir todos los das. Jaime estaba all con una beca. Yo me

    encontraba solo, perdido, sin amigos, sin saber lo que iba a pasar en mi casa. Jaime echaba mucho de

    menos su familia y tampoco conoca a nadie. Primero nos hicimos amigos porque ramos un par de

    desgraciados; luego cada vez ms porque yo le ayudaba con los deberes y l me defenda de los

    chavales grandes. Jaime siempre ha sido ms decidido que yo y, como era un chico de barrio pobre,

    saba muchos trucos de la calle. Cuando acabamos el bachiller y empezamos la carrera, mis padres nos

    alquilaron un piso para que estuviramos juntos. Ellos se fan de Jaime ms que de m.

    -Pero ellos siguieron juntos?

    -Qu va! En cuanto se libraron de m, se divorciaron. Ahora mi madre est casada con un

    argentino que tiene un rancho de vacas y mi padre se ha buscado una chica casi de mi edad. A todos

    les estorbo.

    Talia pens con un escalofro si esa era la vida que le esperaba a ella: su hermano Diego yndose a

    estudiar a otra ciudad, sus padres separados y vueltos a casar, y ella en algn internado lo ms lejos

    posible.

  • 27

    -Por eso Jaime era como un hermano para m continu Pablo-. Era lo nico que tena. l se

    ocupaba de todo: haca la compre, guisaba para los dos, pona la lavadora

    -Qu cara ms dura, no?! exclam Talia, sin poderse contener.

    -Mis padres pagaban el piso y ya le estaban buscando un puesto para cuando acabase la carrera.

    Lo menos que poda hacer era trabajar un poco para pagar tantos favores, no? Y el muy desgraciado,

    me viene el otro da y me dice que est saliendo con Yolanda. As que lo ech. Al fin y al cabo el piso

    es mo.

    -Yolanda es tu novia?

    Pablo se encogi de hombros, lo que lo mand de un empujn hacia la pared de la sala-burbuja.

    -Habamos salido una temporada. Pero yo no creo que sea bueno salir con una sola chica, porque

    enseguida empiezan a pensar en casarse y todo el rollo.

    -Pues entonces es normal que ella saliera tambin con Jaime. Si t tienes otras amigas, por qu

    no puede Yolanda salir con otros chicos?

    -Lo que no puede es salir con Jaime.

    -Por qu no?

    -Porque Jaime es mi amigo y adems es una birria de to y Yolanda se merece algo mejor. Y

    porque yo an no haba terminado con ella.

    Callaron durante un rato y Talia haba empezado a adormecerse de nuevo cuando pablo pregunt:

    -Te parece que he hecho mal?

    Talia empez de nuevo a despabilarse:

    -Al echarlo de casa?

    -No, tonta. Al venir aqu.

    -Yo crea que habas venido por lo mismo que yo: a arreglar las cosas, a ver si se puede deshacer

    lo que hemos hecho.

    -Eso crea yo al venir, pero empiezo a darme cuenta de que ha sido un error. Las amistades

    terminan, es lo natural. Hasta los amores de veinte aos se acaban, se divorcian las parejas, hay padres

    que desheredan a sus hijos, hijos que llevan al asilo a los padres y hermanos que no se hablan. Es ley

    de vida. No se puede hacer nada.

    Talia estaba a punto de contestar, pero se qued callada, lo que deca Pablo tena su punto de

    verdad. Ella saba que pasaban esas cosas. La diferencia era que a ella no le pareca bien que fuera as,

    que ella quera hacer algo para cambiarlo.

    Esper an un tiempo antes de contestar:

  • 28

    -Aqu pueden ensearnos a hacer algo para mejorar todo eso.

    Pablo se ech a rer de improviso:

    -T an te crees que todo esto es verdad, no? An no te has dado cuenta de que estamos soando.

    -Si esto fuera un sueo dijo Talia, molesta-, t no estaras aqu. Yo no sueo con gente como t.

    Y t ni siquiera tienes hermanas pequeas; eres demasiado egosta para soar conmigo.

    Habran podido seguir discutiendo sobre el asunto de la realidad de lo que les rodeaba, pero antes

    de que Pablo pudiera contestar, surgi una especie de velo rosado, como una fina membrana, creando

    una pared entre ellos. La zona en la que estaba Talia fue perdiendo la forma hasta convertirse en un

    suelo plano, mientras que la parte de Pablo se fue transformando de nuevo en una especie de bola que

    lo mantena encerrado dentro.

    Oy la voz de Pablo, como si gritara desde muy lejos:

    -No me dejes aqu!

    Pero fue slo un instante. Luego todo volvi a quedar en silencio y una figura luminosa reapareci

    frente a Talia.

    Aqu: Ocho

    Viendo que ya haban salido los dos mdicos de la habitacin de la nia, Tere se asom a ver

    cmo estaba y, desde el pasillo, le hizo una seal a Miguel para que se acercara a ver a su hija.

    -Pase, pase. Mire qu guapa est.

    Miguel se aproxim a la cama con pasos temblorosos, luchando contra el deseo de agarrar a Talia,

    cargrsela al hombro y salir de all lo ms deprisa posible. Desde su nacimiento, era la primera vez que

    vea a su hija en el hospital.

    Tena razn Tere: estaba muy guapa: plida y con toda la cabeza vendada, pero limpia y preciosa,

    como dormida. Le haban puesto un suero gota a gota en el brazo y tena un tubo de oxgeno en la

    nariz.

    -Su ropa est en esta bolsa- dijo Tere en una voz tan alta que a Miguel le rechinaron los dientes;

    ella lo not y sonri-. No es un funeral, hombre de Dios. Podemos hablar en tono normal. Acrquese,

    venga.

    Miguel se acerc a la cama y roz con el dorso de la mano la mejilla de Talia.

    -Sufre? pregunt.

  • 29

    .No creo. Mire lo tranquila que est. Como si soara algo bonito.

    -Talia! Susurr el hombre al odo de su hija-. Soy pap. Has tenido un accidente, pero te pondrs

    bien, ya vers.

    Tere sonri desde la puerta:

    -Siga as. Coja una silla y siga hablndole. Yo voy a hacer una ronda; luego vuelvo.

    Estuvo a punto de pedirle que se quedara, que no lo dejara solo con Talia, inmvil y lejana como

    una estatua de mrmol, pero sigui hablndole bajito a su hija, dicindole que Diego ya habra ledo la

    nota y estara a punto de llegar, que estaban tratando de localizar a mam, que todo se arreglara.

    De repente oy en el pasillo unos sollozos ahogados y el ruido de alguien que vomita en el suelo.

    Se levant y sali a ver.

    Diego estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, limpindose la boca con un pauelo de

    papel del paquete que Pedro estrujaba en una mano.

    -Se sabe algo de tu madre? pregunt antes de cualquier otra cosa.

    Pedro y Diego negaron con la cabeza. Pedro contest:

    -Hemos dejado la nota donde estaba para que si vuelve Ana la vea enseguida.

    -No ha llamado?

    -Nosotros no hemos estado en el piso ni cinco minutos. Hemos visto la nota y hemos salido

    corriendo hacia ac. A los mejor te llama al mvil.

    Miguel sac el mvil del bolsillo y se qued mirndolo como si no lo hubiera visto nunca. Era

    verdad. Ana poda localizarlo si quera. El problema era que, despus de lo de la noche anterior, lo ms

    probable era que no quisiera localizarlo.

    -Nos han dicho que van a informar del accidente en las noticias de la tele aadi Pedro, en vista

    de que nadie pareca dispuesto a decir nada-. En cuanto se entere, vendr.

    Diego y su padre se miraron un momento sin hablar; Miguel tendi la mano a su hijo, lo ayud a

    levantarse del suelo y lo acompa hasta una silla de la sala de espera:

    -Os voy a contar cmo estn las cosas dijo, mirando a los dos jvenes.

  • 30

    All: Cinco

    La figura de luz, que poda ser el mismo gua de antes u otro distinto, se acerc a Talia, le puso la

    mano cerca de los ojos durante un instante y, cuando la retir, la pelota donde estaba encerrado Pablo

    haba desaparecido y la habitacin haba vuelto a cambiar. Ahora estaban en un lugar grande y bien

    iluminado, pero no tan impresionante como la gigantesca biblioteca. La luz era ms suave y agradable,

    ola ligeramente a flores, a rosas tal vez, y frascos de cristal con cosas que relucan flotando en su

    interior.

    -Quiero mostrarte algo dijo el gua, sacando uno de los frascos.

    -Es muy bonito dijo Talia, fijando la vista en las motas doradas y plateadas que danzaban en el

    lquido transparente.

    -Sabes qu es?

    -Ms palabras? aventur Talia.

    -Son tus palabras de amor.

    Talia se ech a rer de pronto; aquello le haba sonado como una pelcula romntica y le daba un

    poco de vergenza que aquella persona pensara que ella era tan cursi como para eso.

    -Yo nunca he dicho palabras de amor a nadie.

    -Claro que s, muchas veces; a tu madre, por ejemplo.

    Ella sigui rindose, sacudiendo la cabeza negativamente.

    -No tienes que decir te quiero para decir te quiero, sabes? Aunque a veces es precisamente

    es lo que tienes que decir, en otras ocasiones es lo mismo si dices me gusta estar contigo o

    gracias o eres la mejor persona del mundo. Recuerdas que puedes usar las palabras como un

    cuchillo? Tambin las puedes convertir en una flor.

    -Y aqu se guardan las palabras de amor? pregunt, impresionada.

    -Slo algunas. Las autnticas, las sinceras, las que han sido pronunciadas desde el fondo de tu

    alma para compartir tu felicidad. Hay humanos que no tienen una sola palabra guardada aqu, que ni

    siquiera son capaces de pronunciarlas.

    -Por qu?

    -Porque no saben hacerlo. Nunca han aprendido. Hay otros que ni siquiera son capaces de sentir lo

    que te lleva a decir esas palabras.

    -Como Pablo? aventur Talia.

  • 31

    -Pablo tuvo miedo de que hubieras muerto y se alegr de encontrarte viva. Eso fue una palabra de

    amor.

    -De veras? Talia estaba francamente asombrada-. Yo crea que era porque tena miedo de

    encontrarse aqu solo, sin nadie con l.

    -Tambin era por eso, pero es un principio. Quiz pueda aprender, si quiere, aunque llevar

    tiempo.

    -Yo s que quiero. Puedo? Puedo aprender a traducir?

    -S, Talia, t puedes dijo el gua.

    Aqu: Nueve

    El restaurante chino al que la haba llevado Marga era bonito y tranquilo, decorado en tonos rojos

    con dragones de oro. El suelo era de cristal y, por debajo de sus pies, nadaban peces de todos los

    colores entre plantas verdes ce acuario y pequeos cofres abiertos en los que podan ocultarse. La cena

    haba sido agradable, aunque muchas veces se haba quedado la conversacin colgada en el aire,

    porque Ana pensaba en sus cosas y su amiga no quera interrumpir sus pensamientos.

    Ahora, Ana acababa de meter la cuchara en la bola de helado flambeada cuando Marga puso un

    mvil al lado de su copa.

    -Venga! Ya me tienes harta. Llama a casa o al mvil de Miguel o a donde quieras, pero llama de

    una vez y descansa. Llevas toda la cena mirando el reloj y me ests poniendo negra. Se puede saber

    por qu no tienes mvil como todo el mundo?

    Ana alz la vista, sorprendida:

    -No s. No me apeteca estar siempre localizable. Adems me paso el tiempo o dando clase o en

    una biblioteca o en casa. Para qu quiero yo ese trasto?

    -Para situaciones como sta. Anda, llama. Yo son cerca de las diez.

    Ana dej sonar el telfono hasta que empez a dolerle la mano y colg sacudiendo la cabeza.

    -No estn.

    -Pues llama al mvil. Venga, mujer; no hagas ahora como si tu marido fuera un monstruo. El

    pobre debe de estar ya empezando a preocuparse.

    -El pobre no debe de estar muy preocupado si a las diez an no ha vuelto a casa. Lo mismo tiene

    una cena y ha mandado a Talia a casa de su amiga Pepa.

  • 32

    -Si no llamas, no lo sabrs. Quieres que llame yo? pregunt, viendo que su amiga no se decida.

    Ana le tendi el telfono con una sonrisa de agradecimiento.

    -El nmero es

    -Lo tengo. Me lo dio hace un par de das por si te pasaba algo y haba que localizarlo.

    Ana sinti que se le llenaban los ojos de lgrimas y se meti en la boca una enorme cucharada de

    helado que no le apeteca.

    -Miguel es un buen chico, Ana; t lo sabes mejor que yo. Pero ti eres mi amiga y estoy dispuesta a

    ayudarte con lo que t decidas, aunque yo creo que la cosa tendra arreglo si quisierais.

    -Si quisiramos los dos -dijo Ana en voz baja.

    -Miguel! Muchacho! Por fin Dnde os habis metido? Ana y yo llevamos toda la tarde

    tratando de localizaros. Qu? Dmelo otra vez. No es posible.

    -Qu pasa Marga? Ana Haba visto el cambio de expresin en su amiga y, de repente, era como

    si el suelo se hubiera hundido bajo sus pies-. Psamelo!

    Marga negaba con la cabeza desde el otro lado de la mesa:

    -Vamos para all. S, quince minutos. Descuida.

    -Qu es Marga? Qu pasa? Le ha pasado algo a Miguel?

    -Talia est en el hospital. Nos esperan.

    All: Seis

    Talia flotaba en una luz rosada que lata como un corazn tranquilo y le ofreca imgenes que

    apenas poda poner en palabras. De vez en cuando cerraba los ojos y, al abrirlos, la luz haba cambiado

    de color o el aire se haba llenado de un perfume distinto o sonaba una msica que nunca haba

    escuchado. Algunas veces le pareca que era el color el que sonaba a su alrededor o el perfume el que

    cambiaba de forma frente a sus ojos. Vea un aroma de clavel en el canto de una flauta o poda oler el

    recuerdo del rostro de su madre en una combinacin de rojos y violetas. Era tan hermoso que a veces

    lloraba sin saber por qu, con lgrimas lentas que no se deslizaban por sus mejillas para caer sobre la

    camiseta azul, sino que se convertan de inmediato en globitos transparentes que se quedaban flotando

    a su alrededor y poda recoger estirando la lengua para capturar su sabor salado.

    No haba nadie en la sala, pero no se senta sola porque en ocasiones notaba presencias amigas,

    suaves como pauelos de seda que su madre guardaba en el cajn del tocador o clidas como jersis de

  • 33

    angora. Presencias que la rodeaban, la confortaban, le susurraban historias sin palabras que ella

    comprenda de algn modo.

    Algunas veces pensaba en sus padres, otras veces en Pablo, en si estara aprendiendo como ella; en

    otros momentos le venan a la mente imgenes familiares: el abuelo Mateo, que muri al poco de nacer

    ella y slo conoca por fotografas; la abuela Rosa en la cocina de la casa de Mlaga preparando el

    gazpacho en un da de calor; Diego tumbado en el sof, viendo la tele.

    Poda sentir el olor, del organo cayendo sobre una pizza enorme, el sabor amarillo de las ciruelas

    claudias, el fro pinchazo en la lengua de las cerezas recin lavadas, la luz de los primeros das de las

    vacaciones entrando a rayas por entre las lamas de una persiana, la dulce bofetada de las olas de la

    playa contra sus piernas an blancas.

    Eras sensaciones rpidas, vaporosas, tranquilizadoras, que se desvanecan al momento de aparecer

    y le dejaban una sensacin relajante, como cuando despus de una pesadilla su madre la tranquilizaba,

    la arropaba bien y poda volver a dormirse sabiendo que no haba peligro, que todos estaban all para

    protegerla.

    Los colores cambiaban suavemente, la msica sonaba, los perfumes y las presencias se sucedan y

    ella se dejaba hacer, feliz y confiada, flotando en la luz, sin necesidad de palabras. Todas las palabras

    haban huido. Reciba alegremente cada cambio de luz y de sonido, pero ya no trataba de ponerlo en

    palabras, de recordarlo para poderlo contar. Su mente se haba abierto al regalo que aquellos seres

    luminosos le estaban ofreciendo y ni una sola vez se le pas por la cabeza que deba de hacer mucho

    tiempo desde que sali del colegio, que la estaran buscando, que nadie podra encontrarla porque

    nadie, menos el viejo del parque, saba de la existencia del almacn de las palabras terribles.

  • 34

    CAPTULO IV

    Aqu: Diez

    Eran las tres y cuarto de la madrugada. Marga, Diego y Pedro se haban marchado a descansar un

    poco para volver a la maana siguiente. Ana y Miguel estaban sentados junto a la cama de Talia y,

    ahora que ya haban hablado durante horas del accidente, de que podra haber estado haciendo en aquel

    tranva, de qu iban a hacer si no se despertaba por la maana, de los consejos que la enfermera les

    haba dado, se haban quedado en silencio, con la vista clavada en la cara plida de su hija.

    -Tu crees que puede ser voluntario? .pregunt Ana en la voz baja que se usa siempre junto a la

    cama de un enfermo.

    -Voluntario? T crees que uno entra en coma por gusto?

    -No he dicho eso. Quiero decir que, quiz no s cmo decirlo que quiz sea una especie de

    huida de la realidad. Que prefiere estar dormida y no despertarse para no ver lo que est pasando. Slo

    tiene doce aos, Miguel.

    .S muy bien qu edad tiene mi hija.

    -Nuestra hija.

    Hubo un largo silencio que Ana acab rompiendo:

    -Yo he ledo artculos sobre pacientes que haban entrado en coma despus de algo

    particularmente horrible.

    -Nuestra hija dijo Miguel reforzando el nuestra- se ha dado un golpe en el crneo, entiendes?

    No es como esas historias que se ven en las pelculas cuando un nio se vuelve autista o algo as. Es

    puramente fsico, mecnico, como quieras llamarlo. Adems de que a Talia no le ha pasado nada

    particularmente horrible, como t dices. Sus padres se han separado; eso es todo. Le pasa a montones

    de nios a su edad. Tiene una fractura en el crneo. Cuando se le cure, despertar.

    -El mdico est seguro, no?

    Miguel pens por un momento contarle que el mdico estaba seguro de que era cuestin de das,

    pero acab, como siempre, por decirle la verdad:

    -No est seguro de nada. No tiene ni idea de lo que le pasa. Pero me ha dicho Tere que maana

    vendr el jefe del servicio y la examinar. A lo mejor l sabe ms.

    -Ha sido todo por nuestra culpa Ana empez a sollozar.

  • 35

    -Por tu culpa, ms bien. Si t hubieras estado en casa, como siempre, Talia no se habra subido a

    ese tranva.

    Miguel estaba agotado y furioso; tena que lanzar su rabia contra alguien y la nica que estaba a

    tiro era su mujer.

    -Si t hubieras vuelto a casa hubieras obligado a Diego a estar all cuando Talia iba a volver del

    colegio

    Las voces fueron subiendo de tono hasta llegar con bastante claridad al cuarto de las enfermeras

    donde Tere estaba tomndose un caf con una compaera.

    .Tendr que ir a decirles que si quieren pelearse, que se vayan al aparcamiento dijo la otra

    enfermera ponindose de pie-. Aqu hay pacientes que tienen que descansar.

    Tere la detuvo con el brazo:

    -Espera un momento. Estn histricos an, es natural. Ahora estn en la fase de echarse la culpa el

    uno al otro. No creo que dure mucho la pelea.

    -Yo creo que no es la primera vez que se pelean, Tere. Los oyes insultarse? Eso no viene de hoy;

    eso ya es viejo.

    -Deja, yo ir; a m ya me conocen.

    Tere sali al pasillo, iluminado y desierto, y camin haciendo ruido con los zuecos para que la

    oyeran acercarse. Antes de que pudiera llegar a la puerta de Talia, las dos voces haban callado.

    -Les apetece una taza de caf? pregunt en su voz ms alegre.

    All: Siete

    Talia abri los ojos esperando ver los colores cambiantes de su burbuja y por momento no supo

    dnde estaba. Encima de ella, las hojas tiernas del sauce llorn se recortaban como siluetas oscuras

    sobre el azul intenso del cielo. Se sent, perpleja, sobre la hierba salpicada de margaritas y se dio

    cuenta de que haba estado tumbada junto al estanque de los patos en el parque de al lado de su

    colegio.

    Se frot los ojos varias veces, pensando que la imagen se desvanecera, pero el parque sigui all,

    tan presente y real como siempre. Como si ella nunca hubiera estado en aquel otro mundo donde

    haban empezado a ensearle a que sus palabras dijeran lo que ella quera decir.

    No era posible que todo hubiese sido un sueo. Ella haba estado all, haba hablado con aquellos

    guas luminosos, haba visto sus palabras, las buenas y las terribles, flotando como joyas encerradas en

  • 36

    sus fundas, esperando el momento de desaparecer. Haba aprendido que una palabra puede ser una flor

    y puede ser un cuchillo.

    Se puso de pie por un momento, enormemente feliz de sentir todo el peso de su cuerpo, en lugar

    de flotar como una astronauta- y se estir al estilo de los gatos. Tena la impresin de haber crecido,

    como se siente despus de haber estado varios das en cama con gripe; el suelo pareca estar un poco

    ms lejos de lo normal, los pantalones le llegaban a los tobillos. Qu bien! pens-. He crecido

    mientras dorma.

    Ech una mirada alrededor y de repente volvi a sentir algo que crea olvidado: miedo. Un miedo

    absoluto, implacable, que la paralizaba.

    No haba nadie en el parque. Ni viejos sentados en los bancos, ni pequeajos jugando en los

    columpios, ni madres empujando cochecitos. Ni siquiera palomas o pjaros de ningn tipo. Los patos

    haban desaparecido. Los dos cisnes tambin. El silencio era sobrecogedor, como si el mundo se

    hubiera evaporado y slo quedara el parque con sus rboles y sus flores.

    Mir ansiosamente hacia donde deba estar la entrada ms cercana y, donde ella recordaba la gran

    puerta de hierro que slo se cerraba por las noches, no haba ms que rboles frondosos y rosales

    trepadores. Dnde estoy? se pregunt, cada vez ms asustada-. Dnde estn los guas luminosos?

    Por qu me han trado aqu?

    Rode el estanque tratando de averiguar si la entrada de la parte del ro an exista. Si estaba

    abierta, si estaba all se corrigi-, estara prcticamente al lado de la escuela; podra ver si haba

    gente en la calle. Pero si hubiera gente se oira el ruido de los coches, se oira algo, cualquier cosa

    Casi sin darse cuenta, ech a correr aunque slo fuera para or el ruido de su propia respiracin, de sus

    pisadas en la gravilla.

    Estuvo a punto de caer de narices al suelo al tropezarse con unas piernas extendidas, pero despus

    de un par de traspis, consigui sujetarse al tronco de un rbol y recuperar el equilibrio. Cuando se

    volvi a ver quin era y qu haba pasado, se encontr con los ojos de Pablo, an medio cerrados y con

    su expresin ofendida.

    -Qu haces ah? pregunt Talia, despus de recuperar el aliento.

    -No s. Me haba dormido, supongo. Dnde estamos?

    -En el parque de la Constitucin creo. Lo raro es que no hay nadie ms.

    -Lo ves? Pablo estaba otra vez casi rabioso-. Ves como todo es mentira? Ves como nos

    engaan para no dejarnos salir de aqu?

    -De dnde?

    Talia ya no estaba segura de saber de qu estaban hablando.

    Pablo le hizo una sea para que se acercara y se puso un dedo cruzando los labios. Talia se

    acuclill a su lado.

  • 37

    -Lo he estado pensando y ya lo s dijo en un susurro-. Esto es el infierno.

    Talia se ech a rer con tantas ganas que acab revolcndose por la hierba.

    -S, rete, rete, imbcil, mocosa. Qu sabrs t de eso! Pero yo lo he pensado mucho y ahora est

    claro. Hemos hecho algo malo. O por los menos los dos creamos que habamos hecho algo malo, as

    que nos estn castigando.

    -Pero aunque Talia haba dejado ya de rerse a carcajadas, no poda evitar seguir sonriendo, a

    pesar de la cada de vinagre de Pablo- Cmo va a ser esto el infierno, con lo bonito que es y lo bien

    que nos tratan?

    -A m me han tenido encerrado mucho tiempo, viendo cosas de mi vida pasada, cosas que no

    quera ver, oyendo palabras que no quera or. Me han hecho recordar cosas horribles que ya haba

    olvidado. No nos dejan salir

    -T quieres salir? Talia estaba realmente sorprendida-. Por qu?

    -Maldita sea! Cmo puedes ser tan tonta? Claro que quiero salir. Quiero volver a la realidad,

    quiero volver a mi piso, a mis amigos, a mi vida normal.

    -A Jaime?

    -No. A Jaime no quiero volver a verlo ni en foto. Estoy aqu por su culpa.

    -O sea, que no has aprendido nada.

    Pablo dio un bufido de impaciencia, se puso de pie y empez a darse manotazos en los vaqueros

    como para quitarse briznas de hierba que no tena pegadas a los pantalones.

    -Tiene que ser el infierno deca para s mismo-. T, que no eres ms que una mocosa, acabas de

    decir lo mismo que me deca mi madre de pequeo, lo que dice mi padre cada vez que comemos

    juntos Hasta el imbcil de Jaime me lo ha llegado a decir. No has aprendido nada. No has

    aprendido nada, la cantinela de toda mi vida.

    -Mira, Pablo dijo Talia, tratando de sonar sensata para convencerlo-, hay una razn muy sencilla:

    esto no puede ser el infierno por muchas cosas, pero sobre todo porque para que fuera el infierno

    tendramos que estar muertos.

    Pablo se qued mirndola con un brillo de locura en sus ojos y, en los labios, una sonrisa triunfal:

    -Lo has comprendido, chica. De eso se trata: estamos muertos.

  • 38

    Aqu: Once

    El doctor Guerrero estaba haciendo brillar un instrumento plateado frente al ojo derecho de Talia,

    que mantena abierto con dos dedos. En la puerta, Ana y Miguel, con el rostro casi gris de cansancio y

    preocupacin, observaban al mdico tratando de adivinar el resultado del examen por sus gestos.

    Lo vieron acariciar la mejilla de la nia, leer el parte con concentracin y perder la mirada en la

    pared, en silencio.

    -Cmo est? pregunt por fin Miguel.

    El mdico volvi la mirada hacia ellos. Las gruesas gafas le agrandaban los ojos de color avellana.

    -Estable.

    -Qu quiere decir eso exactamente? insisti Miguel, a pesar de la mirada de reprobacin de Ana.

    -Estable quiere decir que est bien contest Ana.

    Miguel se gir violentamente hacia ella, casi como si estuviera dispuesto a darle una bofetada:

    -S perfectamente lo que quiere decir estable; no soy tan ignorante como t te crees. Y no

    quiere decir que est bien, no hay nada ms que verla para saber que no est bien. Quiere decir que

    est como estaba ayer, no peor. Y a la vez quiere decir que no se sabe nada o que no quieren decirnos

    nada.

    El doctor Guerrero sonri apenas, cuando ya Ana pareca lista para volverse a enzarzar en una

    discusin con su marido.

    -Tiene usted razn, seor Castro. Es la respuesta clsica para no tener que decir lo que muchas

    personas ya no quieren que se formule diciendo que est en manos de Dios. Podemos mantenerla

    como est casi indefinidamente. Podemos esperar a que despierte. Si les sirve de algo, salvo el hecho

    de que est en como y no podemos llegar a ella, por lo dems est bien. Slo tiene heridas superficiales

    y, si estuviera consciente, podra irse a casa con ustedes.

    Se pas la mano por el pelo blanco que, de tan fino, se le despeinaba constantemente, y alz las

    manos en un gesto de resignacin.

    -Pero usted cree que hay esperanzas, doctor? pregunt Ana.

    -Por supuesto. Todas. Es cuestin de paciencia y cario. Ustedes la quieren, no?

    Registr la expresin ofendida de ambos y se apresur a aadir:

    -Quiero decir, no se trata de una nia no deseada, abandonada, maltratada incluso, verdad que

    no?

    -Cmo se atreve usted a pensar! Miguel apretaba los puos y enrojeca por momentos.

  • 39

    -No se ofenda, seor Castro. Si fuera as, me gustara saberlo por razones mdicas. Psiquitricas,

    comprende?

    -Nuestros hijos son lo mejor que tenemos dijo Ana con los ojos llenos de lgrimas-. Lo ms

    importante de nuestra vida.

    -Entonces, hay esperanza. Pasar esta tarde otra vez. Ah! Tendran inconveniente en que

    trajramos aqu al muchacho del accidente, el que tambin est en coma? Estamos mal de espacio y,

    como an no se ha presentado ningn familiar, podra ser bueno para el chico estar en un cuarto donde

    se oyen voces humanas. Y a Talia no puede molestarle su presencia. Hay gente que no quiere que

    personas de distinto sexo compartan habitacin, pero siendo los dos tan jvenes y estando en coma

    Si no les parece mal

    Expresaron su conformidad y se despidieron del mdico hasta la tarde.

    -Pobre chico! Dijo Ana-. Ser posible que, siendo tan joven, no tenga a nadie que se preocupe

    por l?

    -Es verdad eso que has dicho? Pregunt Miguel, buscando sus ojos-. Eso de que los hijos son lo

    ms importante de nuestra vida.

    -Claro.

    -Entonces todo lo que nos hemos peleado por tus ambiciones, por mi trabajo, por tu libertad, por

    todo eso

    -Tambin es importante contest ella, apretando los labios.

    -Pues mira, en estos momentos, me importa un pepino. Si alguien me ofreciera devolverme a Talia

    como estaba hace dos das, dara cualquier cosa: mi trabajo, mi ascenso, mi sueldo Lo que fuera.

    T no? Tu tesis, tus oposiciones para la universidad, tus amigos poetas?

    Ana se mordi los labios, mientras su marido miraba, fascinado, su garganta como suba y bajaba

    como si algo se le hubiera quedado detenido en la mitad:

    -Todo, Miguel. Yo lo dara todo porque Talia volviera a decirme que me quiere consigui decir

    por fin, antes de romper a llorar.

    Sin saber cmo, se encontraron abrazados, llorando sobre el hombre del otro.

    All: Ocho

    En el parque nada haba cambiado. La luz del sol segua fingiendo un medioda eterno que

    marcaba sombras duras al pie de los rboles. Talia y Pablo haban explorado todas las salidas que ella

  • 40

    recordaba, pero las puertas haban sido sustituidas por setos, rosaledas y castaos gigantes que se

    perdan en la distancia como si el parque no tuviera fin.

    Al cabo de un tiempo que no podan medir porque los relojes de ambos se haban parado, haban

    decidido regresar junto al estanque y volverse a sentar en la hierba a esperar que sucediera algo.

    -Es como estar esperando a que te hagan un examen oral de una asignatura que ni te has mirado

    dijo Pablo-. Sabes que lo vas a pasar fatal y al mismo tiempo ests deseando que te llamen para acabar

    de una vez.

    Talia levant la vista de la corona de margaritas que estaba tejiendo por hacer algo:

    -Yo tampoco entiendo nada. Estaba aprendiendo tan feliz y de repente nos ponen aqu a no hacer

    nada.

    -Estabas aprendiendo?

    Ella asinti con la cabeza, distrada, volviendo a su corona.

    -Qu?

    -Es difcil decirlo en palabras. Mi gua me dijo que las palabras humanas son imperfectas y tena

    razn. Hay muchas cosas que no sabemos decir, por eso decimos otras. Y