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- 1 - BIOGRAFÍA Poeta de altura, militante comunista desde su juven- tud universitaria, expulsado del partido polaco por «sobrestimar el peligro nazi» en 1933, animador de la importante y olvidada Oposición de Izquierda po- laca, crítico con la posición de Trotsky de constituir la IVª Internacional contra unas condiciones netamente adversas, periodista, historiador y crítico literario, Isaac Deutscher fue una «rara avis» en lo que se ha llamado indebidamente «marxismo occi- dental». Por su biografía personal, así como por su inquebrantable conciencia crítica, Deutscher no fue lo que se dice un intelectual tradicional. Su labor de investigador y escritor no estuvo en contradicción con su pasión de activista que, empero, no pasó por una vinculación orgánica. Una muestra de este activismo la encontramos en su compromiso contra la agresión yanqui al Vietnam que le llevó a ser uno de los animadores del Tribunal Russell y a pronun- ciar en los Estados Unidos algunas de sus conferen- cias más brillantes y demoledoras. Nacido en Cracovia (Polonia), en 1907, Deutscher pertenecía al mundo judío centroeuropeo destruído por el nazismo (responsabilidad que, burdamente, un talento como Milan Kundera atribuye al estalinis- mo). Hijo de una familia judía integrista, verdadero niño prodigio, se desarrolló culturalmente en el am- biente agobiante de la escuela religiosa judía llama- da khéder, lo que hace que su ulterior evolución pueda considerarse como un milagro, y muchos, la mayo- ría, de los que surgieron en dicho medio se reparten entre las víctimas de los campos de concentración y los fanáticos sionistas que blanden ahora la reaccio- naria concepción del «pueblo elegido» contra los palestinos. Aunque la historia de este medio es muy poco conocida —al menos antes de los trabajos de Natham Weinstock publicados en francés por Maspero—, el lector podrá acceder a ella, muy par- cialmente, a través de algunas de las narraciones de Isaak Babel Todo parece indicar que la revolución de 1917 fue determinante para toda una generación de jóvenes judíos —esto lo confirman en sus memo- rias gente tan poco sospechosa como Ben Gurión y Golda Meir, o películas como «El violinista en el tejado»--; fue un niño judío, hijo de comunistas, el primero que demostró a Isaac que se podía pecar sin que Yhavé se enfadara por ello. Sin duda existía ya en su interior una predisposición, ya que aunque su abuelo era un ortodoxo dominante y celoso, su pa- dre, un impresor enamorado de la cultura alemana, era un secreto admirador de la heterodoxia, de per- sonajes como Espinosa, Heine y Lasalle (Pierre Frank recordará a Deutscher buscando obras inéditas del primero en Portobello), representantes de una tradi- ción herética,. revolucionaria y libertaria que Deutscher ampliará con fervor hasta Marx, Freud, Rosa Luxemburgo y Trotsky, sin olvidar a aquel mi- litante bolchevique desde 1905, Hearsch Mendel, que compartirá con él la dirección de la Oposición Co- munista polaca y que representaba la impresionante voluntad emancipatoria y cultural del sector más avanzado del movimiento obrero de origen hebreo. Dos planteamientos básicos surgen ya en el Deutscher militante casi infantil de las juventudes comunistas y permanecerán sólidamente a Io largo de sus años: como hereje, en contradicción con tanto renegado terminado por el nacional-socialismo, que sabía la importancia de su componente revolucionario, den- Dossier ISAAC DEUTSCHER: 1 Esbozo biográfico 2 Octubre 3 Los dilemas morales de Lenin 4 Trotski en el nadir 5 Israel: Entrevista sobre la guerra árabe-israelí 6 Las raíces de la burocracia Dossier ISAAC DEUTSCHER: 1 Esbozo biográfico 2 Octubre 3 Los dilemas morales de Lenin 4 Trotski en el nadir 5 Israel: Entrevista sobre la guerra árabe-israelí 6 Las raíces de la burocracia
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Dossier sobre isaac deutscher

Apr 06, 2016

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Dossier Isaac Deutscher -1-

- 1 -BIOGRAFÍA

Poeta de altura, militante comunista desde su juven-tud universitaria, expulsado del partido polaco por«sobrestimar el peligro nazi» en 1933, animador dela importante y olvidada Oposición de Izquierda po-laca, crítico con la posición de Trotsky de constituirla IVª Internacional contra unas condicionesnetamente adversas, periodista, historiador y críticoliterario, Isaac Deutscher fue una «rara avis» en loque se ha llamado indebidamente «marxismo occi-dental». Por su biografía personal, así como por suinquebrantable conciencia crítica, Deutscher no fuelo que se dice un intelectual tradicional. Su labor deinvestigador y escritor no estuvo en contradiccióncon su pasión de activista que, empero, no pasó poruna vinculación orgánica. Una muestra de esteactivismo la encontramos en su compromiso contrala agresión yanqui al Vietnam que le llevó a ser unode los animadores del Tribunal Russell y a pronun-ciar en los Estados Unidos algunas de sus conferen-cias más brillantes y demoledoras.

Nacido en Cracovia (Polonia), en 1907, Deutscherpertenecía al mundo judío centroeuropeo destruídopor el nazismo (responsabilidad que, burdamente, untalento como Milan Kundera atribuye al estalinis-mo). Hijo de una familia judía integrista, verdaderoniño prodigio, se desarrolló culturalmente en el am-biente agobiante de la escuela religiosa judía llama-da khéder, lo que hace que su ulterior evolución puedaconsiderarse como un milagro, y muchos, la mayo-ría, de los que surgieron en dicho medio se repartenentre las víctimas de los campos de concentración ylos fanáticos sionistas que blanden ahora la reaccio-

naria concepción del «pueblo elegido» contra lospalestinos. Aunque la historia de este medio es muypoco conocida —al menos antes de los trabajos deNatham Weinstock publicados en francés porMaspero—, el lector podrá acceder a ella, muy par-cialmente, a través de algunas de las narraciones deIsaak Babel Todo parece indicar que la revoluciónde 1917 fue determinante para toda una generaciónde jóvenes judíos —esto lo confirman en sus memo-rias gente tan poco sospechosa como Ben Gurión yGolda Meir, o películas como «El violinista en eltejado»--; fue un niño judío, hijo de comunistas, elprimero que demostró a Isaac que se podía pecar sinque Yhavé se enfadara por ello. Sin duda existía yaen su interior una predisposición, ya que aunque suabuelo era un ortodoxo dominante y celoso, su pa-dre, un impresor enamorado de la cultura alemana,era un secreto admirador de la heterodoxia, de per-sonajes como Espinosa, Heine y Lasalle (Pierre Frankrecordará a Deutscher buscando obras inéditas delprimero en Portobello), representantes de una tradi-ción herética,. revolucionaria y libertaria queDeutscher ampliará con fervor hasta Marx, Freud,Rosa Luxemburgo y Trotsky, sin olvidar a aquel mi-litante bolchevique desde 1905, Hearsch Mendel, quecompartirá con él la dirección de la Oposición Co-munista polaca y que representaba la impresionantevoluntad emancipatoria y cultural del sector másavanzado del movimiento obrero de origen hebreo.

Dos planteamientos básicos surgen ya en el Deutschermilitante casi infantil de las juventudes comunistasy permanecerán sólidamente a Io largo de sus años:como hereje, en contradicción con tanto renegadoterminado por el nacional-socialismo, que sabía laimportancia de su componente revolucionario, den-

DossierISAAC DEUTSCHER:

1 Esbozo biográfico2 Octubre3 Los dilemas morales de Lenin4 Trotski en el nadir5 Israel: Entrevista sobre la guerra árabe-israelí6 Las raíces de la burocracia

DossierISAAC DEUTSCHER:

1 Esbozo biográfico2 Octubre3 Los dilemas morales de Lenin4 Trotski en el nadir5 Israel: Entrevista sobre la guerra árabe-israelí6 Las raíces de la burocracia

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tro del cual surgió Deutscher, cuya familia desapa-reció en la ignominia de los campos de concentra-ción; en segundo, una oposición irreductible al espí-ritu oscurantista del ghetto, marcado por el sentimien-to de resistencia mirando hacia atrás de rodillas, yque, con el tiempo, alimentará una facción cada vezmás envilecida del sionismo en Israel. Ambas posi-ciones —fidelidad de clase y concepción abierta delpensamiento—, llevarán a Deutscher a luchar con-tra la corriente que durante los años cincuenta y se-senta negará toda vigencia a las tradiciones socialis-tas en Occidente —las teorías sobre la integracióndel proletariado, preludio de las que ahora certificansu muerte, y contra los anticomunistas que reducenla historia de la URSS a los crímenes bárbaros deStalin.

El reflujo de los últimos años, la contraofensiva de-rechista y neosocialdemócrata, las derrotas de la iz-quierda, han hecho que las obras de Deutscher ha-yan sufrido una pasada de menosprecio y de desinte-rés a todas luces aberrante. Su lugar ha sido parcial-mente ocupado por una nueva hornada de ex-izquier-distas —Heller, Castoriadis, Semprún y cia.-,reconvertidos en intelectuales orgánicos de la erareaganista, cuyo ascenso fue tan rápido como lo estásiendo ahora su caída. El cambio no podía ser másmiserable y empobrecedor. Textos como La concien-cia del ex-comunista (INPRECOR 52) o comoOrwell: el misticismo de la crueldad, no sólo alum-bran genialmente la crisis de la intelligentsia«antitotalitaria» de los años cincuenta, sino que tam-bién aclaran con maestría las trampas de unos rene-gados que tratan de ahogar el niño de la revolucióncon el agua sucia de las burocracias, con la apenasoculta intención de buscar unos chivos expiatoriosdetrás de los cuales ocultar el rostro de la barbarie«contra» internacional. Las nuevas generacionesinsumisas deberán de reencontrar a Deutscher paracomprender-transformar el viejo mundo.

Una bibliografía en castellano

Deutscher comenzó a ser publicado en castellano aprincipios de los años sesenta en revistas especiali-zadas de economía en las que firmaban liberalescomo Fuentes Quintana o «felipes» como GarcíaDíez, y otros que más tarde se arrepentirían de sus«pecados juveniles». El primer libro suyo que apa-reció legalmente aquí fue una traducción dual -unaen catalán y otra en castellano- de Stalin. Una bio-grafía política en Edició de Materials en la que tra-bajaban algunos socialistas ahora convertidos en«barones» del PSC. Esta misma editorial —verda-deramente de vanguardia— publicó las dos prime-ras partes del Trotsky, y no pudo publicar la tercera

porque fue desmantelada por un ministro de Infor-mación y Turismo llamado Fraga Iribarne. Ambasbiografías aparecieron en México en la EditorialERA, en la que se encuentran la mayor parte de loslibros de Deutscher: Los sindicatos soviéticos, Ru-sia, China y Occidente, El marxismo de nuestro tiem-po, así como La revolución inconclusa que recogesu brillante discurso sobre el sesenta aniversario dela revolución de Octubre y que vino a ser su testa-mento. Un testamento soberbio en el que se traslucela rectificación de Deutscher en relación a sus espe-ranzas desmentidas en el «reformista» de Jruschev.Mientras que la biografía de Stalin tenía unas limita-ciones comprensibles por el hecho de que fue escritaantes de !a muerte de Stalin, la de Trotsky ha sidojustamente considerada como la mejor biografía delsiglo por más que algunos de sus capítulos -el quetrata de España por ejemplo- necesiten un mayordesarrollo. Deutscher tenía en mente hacer unatrilogía con otra biografía, la de Lenin, pero ésta nofue posible por su fallecimiento y sólo dejó escritauna primera parte sobre la juventud de Lenin, El águi-la deja revolución, que también publicó ERA estavez en edición de bolsillo.

Otras editoriales publicaron otras obras suyas comoJudío no sionista (Ed. Ayuso), que incorpora traba-jos autobiográficos y unos deslumbrantes ensayossobre el Estado de Israel. Ariel (1971) publicó la re-copilación, Herejes y renegados; Península (1972),sus Ironías de la historia y Martínez Roca (1973)Rusia después de Stalin. Todas estas obras resultanahora poco asequibles, aunque se pueden encontrar.Sería estupendo que alguien asumiera su reedición.que es lo que se hace habitualmente con los clásicos.

Deutscher y la Cuarta Internacional.

Durante muchos años, la principal, sino la única,fuente de información sobre la Cuarta internacionalfue la trilogía sobre Trotsky, de Deutcher, quien comoparte de la obra, repetió sus argumentos en el deba-te. En 1964, en una conferencia Sobre las Interna-cionales y el internacionalismo (incluido en la anto-logía El marxismo de nuestro tiempo, ERA, Méxi-co, pp.126-127), dictada ante la Socialist Society delUniversity College de Londres, sintetizó así su opi-nión: «En 1933, después del acceso de Hitler al po-der, Trotsky consideró que la Tercera Internacionalestaba tan en bancarrota como la Segunda. Los tra-bajadores alemanes no estaban, como pretendía elespecioso argumento de la Komintern, «en vísperasde grandes batallas»; ya habían sufrido una terriblederrota. El stalinismo, dijo Trotsky, había tenido su«4 de agosto». Esta analogía llevó a Trotsky a la ob-

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via conclusión de que entonces como en1914, habíallegado el momento de parararse para la construc-ción de una nueva organización internacional, por-que la antigua yacía en ruinas. Trotsky, sin embar-go, estaba lleno de vacilaciones: no era fácil para élvolverle la espalda al «estado mayor de la revolu-ción mundial», del que había sido uno de los princi-pales arquitectos: él mismo señaló que, mientras queen 1914 la IIª Internacional traicionó conscientementetodos sus altos ideaIes, el Komintern, en 1933 habíafacilitado la victoria del fascismo por pura estúpidez,incuría y ceguera. El plan de organizar una nuevaInternacional fue madurando con lentitud en la men-te de Trotsky. Hubieron de transcurrir cuatro años depropaganda y de trabajo de base antes de que se sin-tiera listo para convocar un congreso constituyente.(Exactamente el mismo espacio de tiempo transcu-rrió desde el momento en 1915 en que él y Leninconcibieron por primera vez la idea de la TerceraInternacional, hasta que la organización quedó cons-tituida.) Pero la Cuarta Internacional nació muerta,y ello se debió en buena medida a la inexistencia deun movimiento revolucionario internacional que pu-diera insuflarle vida. Sin que él tuviera culpa de ello,la Internacional de Trotsky se vio aislada del únicolugar donde había triunfado la revolución y dondeesa revolución, aunque monopolizada y deformadapor una burocracia opresora y mendaz, aún existía.En cierto sentido, el mismo Trotsky había previstola circunstancia principal que habría de condenar asu organización a la ineficacia cuando señaló que,pese a la irresponsabilidad de la política de Stalin enAlemania y en todas partes, los obreros revoluciona-rios de todos los países seguían mirando hacia Mos-cú en busca de inspiración y guía» Deutscher con-cluye su conferencia con la siguiente lección: «quela idea del internacionalismo es, después de todo,más importante, más vital y más pertinente que lasInternacionales que se suceden las unas a las otras,florecen y luego decaen y mueren. Las Internaciona-les pasan; el internacionalismo sigue siendo el prin-cipio vital de un nuevo mundo; y aun entre las ruinasde las Internacionales yo continúo creyendo que laidea del internacionalismo crecerá y florecerá comouna planta que crece y prospera entre las ruinas».

— o O o —

- 2 -O C T U B R E

La revolución de 1917 estalló en plena guerra mun-dial en la que Rusia, aunque perteneciendo de hecho

a la coalición victoriosa, sufrió severas derrotas. Encierto sentido algunos consideran que la revoluciónse vio propiciada por el fracaso del ejército zarista.Pero la realidad es que la guerra no hizo más queacelerar un proceso que desde hacía varias décadasestaba erosionando el viejo orden establecido; ace-leración que ya se había visto más de una vez inten-sificada por otras derrotas militares. El zar intentóevitar las consecuencias de su fracaso en la guerraconcediendo la emancipación de los siervos en 1861.La derrota en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905se vio inmediatamente seguida por un annus mirabilisde revoluciones. Tras el desastre militar de 1915-1916el movimiento empezó de nuevo desde el punto muer-to al que había llegado en 1905, con la diferenciaque en 1905 la insurrección de diciembre de los obre-ros de Moscú, había significado la palabra fin de lasolución, mientras que en 1917 la revuelta armadade Petrogrado fue la primera chispa. La organiza-ción más importante creada por la revolución de 1905fue el llamado «consejo de Representantes obreros»o soviet de San Petersburgo. Tras un intervalo dedoce años, los primeros días del nuevo alzamiento,aquella organización volvió de nuevo a vitalizarsepara convertirse en el foco principal del gran acon-tecimiento que se avecinaba.

Al comparar la revolución soviética con la francesao con la puritana inglesa sorprende que lo que en lasúltimas revoluciones citadas tardó años en resolveren la revolución soviética fue solventado en la pri-mera semana del alzamiento. El clásico preludio deotras revoluciones que casi siempre había sido unenfrentamiento entre un monarca y alguna clase de«cuerpo parlamentario» no existía en la revoluciónsoviética de 1917. Los que defendían el viejo abso-lutismo de los Romanov apenas tuvieron ocasión dehablar; desaparecieron de la escena casi al mismotiempo que se alzaba el telón. Los constitucionalistasque habrían deseado conservar la monarquía, aun-que sometida a un cierto grado de control parlamen-tario, no tuvieron siquiera ocasión de exponer su pro-grama; en los primeros días de la revolución la fuer-za de los sentimientos republicanos les obligaron aarriar la bandera monárquica y a desarrollar su ac-ción política como constitucionalistas tout court.Aquí no encontramos ningún paralelo con los esta-dos generales franceses o con el parlamento inglésde las revoluciones a que nos hemos referido al prin-cipio. La característica principal de los acontecimien-tos de 1917 fue la lucha entre unos grupos que hastahacía poco tiempo habían formado el ala extremistade la oposición clandestina: lo que podríamos lla-mar Gironda rusa (los socialistas moderados) y laMontaña rusa (los bolcheviques).

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La fase «constitucionalista» de la revolución habíadejado prácticamente de existir antes de 1917. En sumanifiesto de octubre de 1905 Nicolás II había pro-metido acceder a la formación de un parlamento re-presentativo. Pero si Carlos I de Inglaterra o LuisXVI de Francia hicieron, antes de ser destronados,concesión tras concesión a sus instituciones parla-mentarias, el zar se «recuperó» pronto del pánico de1905 y pretendió reafirmarse como el autócrata detodas las Rusias. La historia política de los años 1906-16 se caracteriza por un proceso de progresiva deca-dencia de las Dumas. Las Dumas eran simples orga-nismos consultivos sin derecho alguno a controlar algobierno; eran disueltas cómo y cuándo el zar queríamediante simple decreto, y sus miembros eran fre-cuentemente encarcelados o deportados. En marzode 1917 no había por tanto auténticas institucionesparlamentarias que sirviesen como plataforma en laque pudieran dialogar las partes enfrentadas. Así lascosas, el soviet está predestinado a convertirse en elmotor y centro del movimiento revolucionario.

El zarismo no aprendió la lección que supusieron losacontecimientos de 1905. No solamente continuó elgobierno autocrático sino que lo hizo en una atmós-fera de creciente corrupción y decadencia en la quefue posible un escándalo tan grotesco como el deRasputín. La estructura social y económica del paíspermaneció invariable en lo esencial. Unos treintamil terratenientes poseían nada menos que unos 70millones de desjatines de tierra(1)

La comparación con los 75 millones de desjatine queposeían los 10,5 millones de campesinos censadosera a todas luces escandalosa. Un tercio del campe-sinado no poseía tierra alguna. El nivel técnico de laagricultura era «criminalmente» bajo. Según el cen-so de 1910 solamente había 4,2 millones de aradosde hierro y menos de medio millón de traíllas tam-bién de hierro frente a diez millones de arados demadera, y veinticinco millones de traíllas tambiénde madera. La tracción mecánica era prácticamentedesconocida. En más de una tercera parte de las gran-jas no tenían ningún tipo de herramientas agrícolasy en el 30 % de las mismas ni una sola cabeza deganado. No hay pues que so»prenderse de que en losaños inmediatamente anteriores a la guerra el rendi-miento cerealista medio por acre fuese sólo una ter-cera parte del obtenido por los granjeros alemanes yla mitad del que obtenían los campesinos franceses.Esta escandalosa pobreza se veía aún más agravadapor los cada vez más fuertes tributos anuales que elcampesinado debía pagar a los terratenientes (aproxi-madamente entre 400 y 500 millones de rublos-oroal año).

Más de la mitad de las haciendas hipotecadas por el«Banco de la nobleza» las tenían en arriendo los cam-pesinos en condiciones diversas, pero que eran casilas mismas de las de la época feudal. La parte que sellevaba el terrateniente era a menudo el cincuentapor ciento de la cosecha. Más de cincuenta años des-pués de la «emancipación» oficial de los siervos, lasituación de servidumbre persistía en la práctica enmuchos casos y en algunas zonas, como, por ejem-plo, en el Cáucaso donde la «servidumbre temporal»siguió practicándose hasta 1912. El clamor para quese redujesen las rentas impuestas por los terratenien-tes y la reducción y abolición de la «servidumbre»era cada vez más insistente y al no ser atendido esteclamor se convirtió en la exigencia de que los terra-tenientes fuesen totalmente desposeídos de sus tie-rras y que las mismas fuesen distribuidas entre elcampesinado.

Todo esto tenía que conducir al zarismo, en un plazomás o menos largo, al desastre total. La guerra con-tribuyó decisivamente a excitar los ánimos del cam-pesinado. Las continuas movilizaciones que tuvie-ron lugar entre 1914 y 1916 privaron a la agriculturade casi la mitad de su mano de obra; el ganado (elpoco que había) era sacrificado en masa para las ne-cesidades del ejército y el rendimiento agrícola des-cendió un veinticinco por ciento respecto de la me-dia normal, mientras las importaciones del extranje-ro (de las que ya en tiempo de paz dependía la agri-cultura para subvenir a las necesidades del país) que-daron prácticamentete paralizadas. Al disminuir laproducción en forma tan grave, el pago de las rentasse hizo insoportable para los campesinos y el deseode éstos por hacerse con tierras para su explotaciónintegral se convirtió en algo desesperado e irresisti-ble. Entre 1905 y 1917 solamente se intentó unareforma agraria de cierta envergadura: la reforma deStolypin de noviembre de 1906, quien había intenta-do conseguir la formación de una capa de granjerosricos sobre la que el régimen zarista pudiese apoyar-se. Pero los logros de tal reforma fueron insignifi-cantes y, por otra parte, se vieron minados por laguerra mundial.

La pobreza agrícola se veía acompañada por el atra-so industrial. En vísperas de la guerra la producciónrusa de hierro era de 30 kilos por cabeza frente a los203 que producía Alemania, a los 228 de Gran Bre-taña ya los 326 de los Estados Unidos. La produc-ción de carbón era en Rusia de 0,2 toneladas por ca-beza, de 2,8 toneladas en Alemania, de 6,3 toneladasen Gran Bretaña y de 5,3 toneladas en los EstadosUnidos. El consumo de algodón era de 3,1 kilos porcabeza en Rusia, frente a los 19 de Gran Bretaña yalos 14 de los Estados Unidos. No había en Rusia más

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que una incipiente electrificación y una, también in-cipiente, industria de construcción de maquinaria;no había industrias de máquinas-herramientas, nohabía complejos químicos ni fábricas de automóvi-les. Durante la guerra la producción de armamentose intensificó, pero el rendimiento de las industriasbásicas se redujo. Entre 1914-1917 no se fabricaronmás que 3,3 millones de rifles para un total de quin-ce millones de hombres que habían sido moviliza-dos. El atraso industrial se tradujo inevitablementeen debilidad militar a pesar de las entregas de armasy municiones que los aliados hicieron al gobiernoruso. Y, a pesar de todo lo anterior y por extraña pa-radoja, la industria rusa era, en un aspecto, la másmoderna del mundo: estaba muy concentrada y elcoeficiente de concentración era incluso superior alde los Estados Unidos. Más de la mitad del proleta-riado industrial ruso trabajaba en industrias que em-pleaban a más de quinientas personas. Esto tendríaconsecuencias políticas porque esta concentraciónsin precedentes daba al proletariado ruso la oportu-nidad de llegar a un alto grado de organización polí-tica y fue uno de los factores que permitieron al pro-letariado ruso desempeñar un papel decisivo en larevolución soviética. Pero, antes de que la clase obre-ra que iba a ser, junto a los intelectuales, la que evi-denciase toda su fuerza, la debilidad del régimen alla-nó el camino al agravar su propia situación debido ala bancarrota financiera.

La guerra mundial obligó a gastar a Rusia más decuarenta y siete mil millones de rubIos y de esta can-tidad sólo algo menos de la décima parte procedíadel presupuesto ordinario, porque los préstamos deguerra (del interior y del exterior) alcanzaron la ci-fra de cuarenta y dos millones de rubIos. La infla-ción era terrible: en el verano de 1917 la circulaciónfiduciaria era diez veces superior a la de 1914. Alestallar la revolución el coste de la vida era siete ve-ces superior al de antes de la guerra mundial. A lolargo del 1916 estallaron frecuentes huelgas y dis-turbios en Petrogrado(2), Moscú y otros centros in-dustriales. «Si la posteridad reniega de esta revolu-ción renegará de nosotros por haber sido incapacesde evitarlo haciendo nosotros una revolución desdearriba». Así es como Maklákov (uno de los líderesde la burguesía liberal) resumía la actitud de la cor-te, del gobierno y también de la clase media liberalen vísperas del alzamiento. Bien es cierto que la opo-sición liberal y semiliberal de la Duma previó la tor-menta que se avecinaba.

En agosto de 1915, tras unas derrotas militares quecostaron a Rusia tres millones y medio de hombres yque le supusieron la pérdida de Galitzia y Polonia, elbloque que formaban la oposición en la Duma fue

ganando fuerza y adeptos. Este bloque englobaba alos demócratas constitucionalistas dirigidos por P.N. Miliukov y por el príncipe G. E. Lvov; losoctubristas (dirigidos por A. I. Guchkov), es decir,los conservadores que habían abandonado la peti-ción de que se formase un gobierno constitucional yque se habían reconciliado con la autocracia, y ungrupo de nacionalistas de extrema derecha cuyo por-tavoz era V. V. Shulgin.

Este bloque, que ya hemos dicho que iba ganandofuerza progresivamente, se enfrentaba al zar (aun-que con cierta timidez) pidiendo la formación de ungobierno que «disfrutase de la confianza del país» .Esta fórmula ni siquiera implicaba que el nuevo go-bierno tuviese que rendir cuentas ante la Duma por-que el «bloque» no pedía al zar que cediese parte desus poderes autocráticos sino simplemente que loshiciese más digeribles. La principal preocupación delos progresistas era el destino de la guerra. Los líde-res de la «oposición» estaban alarmados por el de-rrotismo que reinaba en la corte, Además había am-plios sectores que creían que el zar estaba dispuestoa buscar la paz separada con Alemania. La camarillade Rasputín, cuyo poder procedía de la mística ad-miración de la zarina por aquel analfabeto ylincencioso monje siberiano, era la más sospechosade propagar el derrotismo. Los líderes del bloqueprogresista estaban unidos en la determinación deproseguir la guerra y, en esto, se veían alentados porlos delegados de las potencias occidentales en la ca-pital rusa. No faltaban conatos de oposición en elmando supremo. El general Brussilov, comandanteen jefe, maniobraba de una forma un tanto confusa.Una conspiración dirigida contra el zar fue atribuidaa otro militar de alto rango: el general Krymov.

El zar seguía obstinado en no hacer concesión algu-na. Los cortesanos intentaron por todos los mediosapearle de su actitud para evitar la «arribada» de unNecker o un Turgot rusos que abriesen las compuer-tas a la revolución. Del 3 al 16 de septiembre de 1915el zar decretó la «temporal dispersión» de la Duma;nombró un nuevo gobierno pero lo hizo exclusiva-mente para humillar al bloque progresista y a la opo-sición en general. A cada nueva reorganización mi-nisterial accedían al poder individuos tenebrosos queno hacían más que cargar, más de lo que estaba, laatmósfera derrotista. En dos años de guerra, Rusiatuvo cuatro primeros ministros, seis ministros delInterior, tres ministros de Asuntos Exteriores y tresministros de Defensa.

Llegaban uno tras otro..—escribía Miliukov, histo-riador de la revolución- y pasaban como sombrasdejando paso a gente que no era más que... protegi-

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dos de la camarilla de la corte». A finales de 1916 laDuma volvió a reunirse y los líderes del bloque pro-gresista expresaron abiertamente no ya sus temoressino su alarma. En una filípica de Miliukov, en laque por primera vez denunciaba... públicamente a lapropia zarina, blandió contra el gobierno su agresivapregunta: «¿Qué es esto, traición o estupidez?» Perola respuesta del zar fue la de costumbre: no dejarhablar a nadie y disolver la Duma. Las compuertasse cerraron herméticamente ante el río de la revolu-ción con el resultado de que el nivel de las aguasrevolucionarias iba creciendo hasta que llegó a unpunto en que desbordó todas las barreras para ane-gar la vieja monarquía de los Romanov.

La futilidad de todos los intentos para inducir. al zara cambiar de actitud se vio subrayada por el asesina-to de Rasputín, «el genio maligno de la corte», en lanoche del 17/30 al 18/31 de diciembre de 1916. El«monje sagrado» fue asesinado por el príncipeYussupov, un pariente del zar, en presencia de otroscortesanos. Aquel acontecimiento demostró a todoel país la realidad de las disensiones en el seno de laclase gobernante (lo que en realidad pretendían losasesinos de Rasputín era acabar con la facción pro-germana de la corte). Durante algún tiempo se alen-taron esperanzas de un cambio en los métodos delgobierno pero éstas no tardaron en verse defraudadas.

El zar y la zarina, resentidos por el asesinato de su«sagrado amigo», se aferraron aún con mayor obsti-nación a sus métodos tradicionales. El comportamien-to de ambos sirvió de lección (una lección que elpueblo asimiló perfectamente) en el sentido de queel derrocamiento de una camarilla cortesana no bas-taba para hacer posibles los cambios que todos de-seaban; aprendieron que la situación que provocabalas reivindicaciones del pueblo estaba encarnada enel propio zar y más concreta y ampliamente en todoel orden constitucional monárquico. Paralelamentea estos acontecimientos el país se sumía cada vezmás profundamente en el caos: derrotas en el campode batalla, hambre en el pueblo, fraudes y orgías enla corte y una interminable serie de movilizaciones.Todo ello irritó al pueblo, que se mostraba cada vezmás inquieto.

«El gobierno -escribió Trotsky- pretendía evitar supropio hundimiento con continuas movilizaciones ydar a los aliados toda la carne de cañón que necesita-sen. Unos quince millones de hombres fueron movi-lizados para cubrir... todos los puntos estratégicos yobligados a pasar por toda suerte de calamidades.Porque sí aquellas masas debilitadas no eran en elfrente más que una fuerza imaginaria, en el interiordel país eran una poderosa fuerza de erosión. Se con-

tabilizaron unos veinticinco millones entre muertos,heridos y prisioneros. El número de desertores fueenorme. En julio de 1915 los ministros parecían con-tratarse a sí mismos como plañideras: iPobre Rusia!, incluso su ejército, que en el pasado atronó el mun-do con sus victorias...se ha convertido en una masade cobardes y desertores».

Y, sin embargo, cuando estalló la revolución casinadie le atribuyó el carácter decisivamente históricoque iba a tener. Al igual que ocurriera con la Revolu-ción francesa, la soviética fue tomada al principiopor una simple sublevación y no sólo por el zar, porla corte y por la oposición liberal, sino por los pro-pios revolucionarios.

Todo el mundo se vio desbordado por la. fuerza in-trínseca de los acontecimientos. El zar continuó consu táctica de esgrimir amenazas hasta el mismo mo-mento de su abdicación. Los líderes octubristas pre-sionaban, como máximo, en favor de un cambio mi-nisterial cuando era el propio zar la persona y el sím-bolo que resultaba inaceptable para el país; despuésexhortaron al zar que abdicase en favor de su hijo ode su hermano cuando era toda la dinastía Romanovlo que el pueblo rechazaba y cuando la república eraya un hecho consumado.

Por otra parte, el grupo clandestino que aglutinabael socialismo (bolcheviques, mencheviques y social-revolucionarios) creía ser testigo de una serie de bro-tes revolucionarios cuando éstos culminaron en ma-nifestaciones y en una huelga general. Todos ellosse mostraban profundamente preocupados por la re-acción de las fuerzas armadas, que podían sabotearla huelga general en lugar de unírseles y cuando seencontraron con el poder en las manos, no veían muyclaro cuál iba a ser en definitiva el resultado real dela lucha. Después, la preocupación de los revolucio-narios se centró en ver dónde y en qué nombres con-cretos debían delegar las máximas responsabilida-des. No cabe duda de que los propios revoluciona-rios estaban aún hipnotizados por la potencia del viejorégimen que se había desintegrado hasta llegar alcolapso total.

Esta fue, muy resumida, la secuencia de los aconte-cimientos. El 23 de febrero (8 de marzo) gran partede los obreros de Petrogrado fueron a la huelga. Lasamas de casa salieron a la calle a participar en mani-festaciones (coincidiendo con el día internacional dela mujer). La gente asaltó varias panaderías pero, enrealidad, los disturbios no tuvieron, graves conse-cuencias. Al día siguiente prosiguió la huelga. Losmanifestantes, tras conseguir romper los cordonesde la policía, llegaron al centro de la ciudad protes-

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tando de hambre, debida fundamentalmente a la fal-ta de pan y antes de ser dispersados, los gritos de«iAbajo la autocracia!», atronaron las calles.

El 25 de febrero (10 de marzo) todas las fábricas yestablecimientos industriales de la capital quedaronparalizados. En los barrios de la periferia los obre-ros desarmaron a la policía. Para reprimir a lossediciosos fueron enviadas de su cuartel general tro-pas militares; hubo algunos encuentros, pero, engeneral, los soldados evitaron disparar contra losobreros. Los cosacos, que habían tenido una partici-pación tan importante en la represión de la revolu-ción de 1905, decidieron apoyar a los manifestantescontra la policía. Al día siguiente el zar dio la ordende disolver la Duma. Los líderes de la Duma se mos-traban aún temerosos de desafiar la autoridad del zary decidieron no convocarla clandestinamente perohicieron que los diputados no abandonasen la capi-tal. Entre estos diputados se formó un comité parano perder el contacto «corporativo» con los aconte-cimientos. Aquel mismo día el zar ordenó al generalque estaba al mando de la guarnición de Petrogradoque aplastase el movimiento revolucionario. En mu-chos puntos los jefes militares ordenaron a los sol-dados que disparasen contra la multitud. Por la tardetoda la guarnición daba muestras de gran nerviosis-mo; los soldados celebraron «asambleas» en sus cuar-teles para decidir sí debían obedecer la orden de dis-parar contra los obreros desarmados.

El 27 de febrero (12 de marzo) fue el día decisivo.Nuevas secciones de la guarnición se unieron a larevolución. Los soldados compartieron sus armas ysus municiones con los obreros. La policía decidiódesaparecer de la calle y la marea revolucionariaadquirió tal ímpetu que, por la tarde, el gobierno es-taba completamente aislado, no le quedaba más re-fugio que el Palacio de Invierno y el edificio del al-mirantazgo.

Los ministros todavía albergaban la esperanza deaplastar la revolución con la ayuda de las tropas queel zar había ordenado venir desde el frente dePetrogrado. A última hora de la tarde los líderes delos comités huelguísticos, delegados de las fábricas,designados por elección, y representantes de los par-tidos de ideario socialista se reunieron para formarel consejo de delegados de los trabajadores (el so-viet). A la mañana del día siguiente quedó perfecta-mente claro que las tropas del frente de Petrogradono iban a salvar al gobierno, sencillamente porquelos ferroviarios se habían encargado de interrumpirlos transportes militares desde ese frente.

La guarnición de la capital estaba totalmente «revo-

lucionada». Los regimientos eligirían unos delega-dos que pronto serían admitidos como miembros delsoviet que cambió su nombre adoptando el de con-sejo de los delegados de los obreros y soldados. Elsoviet, al que obreros y soldados prestaban una obe-diencia completa, era entonces el único poder realque existía en el país. Se decidió formar una miliciaobrera, cuidar del aprovisionamiento de la capital yordenar que se restableciese la normalidad en losferrocarriles siempre que no afectase a la estrategiamilitar. Los más exaltados asaltaron la fortaleza deSchlüsselburg (la Bastilla rusa) y liberaron a los pre-sos políticos. Los ministros zaristas fueron arrestados.

Ante la realidad de los hechos consumados, ante larealidad de la revolución triunfante y de la fuerzacon que el soviet asía las riendas del poder, el comitéde la Duma que hasta entonces no se había atrevidoa desairar la autoridad de zar tuvo que admitir la for-mación de un nuevo gobierno. El 10 de marzo (14 demarzo) se acordó la formación de un gobierno pro-visional presidido por el príncipe Lvov, que incluíaa los octubristas, pero no a los representantes de lospartidos de ideario socialista.Solamente Kerensky estaba en la lista ministerial,para la cartera de Justicia, pero Kerensky fue pro-puesto para el cargo en consideración a sus aptitu-des personales pero no como representante de unpartido. El día de su formación, el gobierno provi-sional envió a Guchkov y a Shulgin al zar para per-suadirle de que abdicase en favor del «zarevich»Alexi. El zar no opuso resistencia pero decidió abdi-car en favor de su hermano el gran duque Mijhail yno en favor de su hijo. El 2 (15) de marzo firmó laabdicación. Entre tanto, Milukov, que era ministrode Asuntos Exteriores del gobierno provisional, anun-ció públicamente la abdicación antes de conocer si-quiera las condiciones y detalles. Dijo en un discur-so dirigido a los oficiales del ejército, que el zar se-ría sucedido por su hijo y que hasta que el sucesoralcanzase la mayoría de edad el gran duque Mijhailgobernaría en calidad de regente. Los oficiales re-unidos con ocasión del discurso dijeron que no esta-ban dispuestos a volver a sus respectivos destinos amenos que el anuncio de la regencia fuese retirado.En el soviet, Kerensky ya había hablado en favor deuna república y sus palabras habían sido acogidascon clamorosas ovaciones. El gobierno provisionalse encontraba dividido y ministros monárquicos yrepublicanos expusieron las respectivas posicionesal gran duque Mijhail.

Milukov urgía al gran duque para que aceptase lasucesión mientras Rodzianko, presidente de la Duma,y Kerensky aconsejaban la abdicación. El gran du-que se resignó, pero el gobierno provisional era in-

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capaz de pronunciarse de una forma decidida por lasfórmulas republicana o monárquica y decidió dejarel problema en el aire hasta que se reuniese una asam-blea constituyente. Desde el instante mismo de suformación, el gobierno provisional y el soviet dePetrogrado quedaron enfrentados como auténticosrivales. El soviet no tenía ningún «título» legal en elque apoyar su autoridad sino que representaba lanueva legalidad dimanante de las fuerzas que habíanhecho triunfar la revolución. Es decir, los obreros ylos soldados en unión de los intelectuales.

El gobierno provisional se veía respaldado por lasclases media y acomodada. Pero sus «títulos» lega-les eran también dudosos. Es cierto que el zar firmóun decreto por el cual se nombraba al príncipe Lvovcomo Primer Ministro, pero los historiadores no es-tán seguros de si firmó antes o después de la abdica-ción. En la confusión de aquellos días preñados deacontecimientos los líderes del nuevo gobierno pa-recieron olvidar las «bondades de los procedimien-tos constitucionales y es posible que el zar sanciona-se la formación del gobierno del príncipe Lvov enun momento en el que, legalmente, su sanción notenía validez. Sea como fuere, el caso es que la revo-lución eliminó al zar en cuanto fuente legal de po-der. El gobierno provisional representaba a la últimaDuma que, como sabemos, había sido disuelta por elzar antes de su abdicación. La Duma había sido ele-gida sobre la base de una ley electoral resultante delgolpe de estado de Stolypin del 3 (16) de julio de1907 que le daba una palmaria falta derepresentatividad. Esta circunstancia explica la im-popularidad de la Duma en 1917 y su consiguienteeclipse. Pero la principal debilidad del gobierno pro-visional era su incapacidad para ejercer el poder demanera efectiva. Las clases medias a las que repre-sentaba se hallaban presas del pánico y políticamentedesorganizadas y por lo tanto nada tenía que hacerfrente a los obreros armados en unión del ejército re-belde. El gobierno provisional sólo podía, por lo tan-to, ejercer sus funciones si el soviet de Petrogrado ylos soviets de provincias colaboraban. Pero los objeti-vos de unos y otros eran muy distintos. Los ministrosmás influyentes -Lvov, Milukov, Guchkov- confiabanen la restauración de una monarquía constitucional;albergaban la esperanza de que remitiese la marea re-volucionaria y estaban dispuestos a hacer todo lo po-sible para que así fuese; estaban, en definitiva, dis-puestos a volver a imponer a los obreros la vieja dis-ciplina industrial y a evitar la reforma agraria.

Finalmente se decidieron a continuar la guerra conla esperanza de que la victoria daría a Rusia el con-trol de los Dardanelos y de los Balcanes según loprometido en el secreto tratado de Londres (1915).

Ninguno de estos objetivos podía ser abandonadosin provocar la indignación popular.

Los soviets, por otra parte, no se apoyaban solamen-te en la clase obrera (porque, por ejemplo, enPetrogrado contaron con la guarnición militar). Gra-cias a sus procedimientos de representación estabanen estrecho contacto con las masas y en una situa-ción idónea para reaccionar de acuerdo con la «tem-peratura» de las mismas. Los miembros de cualquie-ra de los soviets salían mediante elección de la masaobrera de las fábricas y el sistema se aplicaba asi-mismo en todos los cuerpos militares. Pero los dipu-tados no se elegían para un período determinado y elelectorado podía repudiar a cualquier responsableelegido sí no estaba de acuerdo con su gestión y ele-gir a otro en su lugar. Aquí radica una de las innova-ciones introducidas por los soviéticos en los siste-mas electorales; una innovación que más tarde se-guirían aplicando en la práctica aunque no estuviese«constitucionalmente» definida. Como mecanismorepresentativo, los soviets tenían una base restringi-da en los parlamentos elegidos por sufragio univer-sal: eran por definición organismos de clase, su sis-tema de elección excluía cualquier representación porparte de la alta y media burguesía. Por otra parte, lossoviets de 1917 representaban a sus electores de for-ma mucho más directa que cualquier otra institu-ción parlamentaria. Los diputados permanecían bajoel constante y vigilante control del electorado y mu-chas veces depuestos. Así pues, se modificaba cons-tantemente imposición de los soviets de las fábricas,de los regimientos y de las organizaciones agrícolas.Además, como los votos no representaban divisio-nes administrativas sino unidades productivas o mi-litares, su capacidad :de acción revolucionaria eraenorme.

Tenían el mismo poder que gigantescos comités deagitación que impartían órdenes a los obreros de lasfábricas, de las estaciones de ferrocarril, de los ser-vicios municipales, etc. Los diputados eran legisla-dores sui generis, a la vez ejecutivos y comisarios.La vieja división entre las funciones legislativas ylas ejecutivas desapareció. Hacia el final de la revo-lución de febrero (marzo) el soviet de Petrogrado seconvirtió en el organismo dirigente de la revolución.Ocho meses después volvería a desempeñar el mis-mo papel.

Y, sin embargo, tras los acontecimientos de febrero(marzo) el soviet, más que impulsar la marea revolu-cionaria, se vio arrastrado por ella. Sus dirigentes seencontraban ante el panorama de su propio poder yel temor a usar del mismo. El 2 (15) de marzo elsoviet de Petrogrado decretó la famosa orden nº 1.

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En virtud de la misma los representantes de los sol-dados eran admitidos en el soviets, se pedía a lossoldados que eligiesen sus comités; se les permitíaparticipar en las______________

(1) Durante la guerra mundial San Petersburgo fuerebautizada con el nombre de Petrogrado.(2) Un desjatine equivale a 1,O9 hectáreas.

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- 3 -LOS DILEMAS MORALES DE LENIN

Lenin evocaba a menudo los ejemplos de Cromwelly Robespierre, y definía el papel del bolcheviquecomo el de un «jacobino moderno, que actúa en es-trecho contacto con la clase obrera, como agente re-volucionarlo suyo». Sin embargo, a diferencia de losdirigentes jacobinos y puritanos, Lenin no fue un mo-ralista. Evocaba a Robespierre y a Cromwell comohombres de acción y como maestros de estrategiarevolucionaria; no como ideólogos. Recordaba queincluso como dirigentes de revoluciones burguesas,Robespierre y Cromwell estuvieron en conflicto conla burguesía, que no comprendía siquiera las necesi-dades de la sociedad burguesa, y que tuvieron querecurrir a las clases inferiores, al pueblo bajo, a losartesanos y a las plebes urbanas. De la experienciapuritana y jacobina Lenin sacó también la lección deque es algo natural a la revolución excederse a sí mis-ma para realizar su tarea histórica: los revoluciona-rios, por regla general, se proponían algo que en suépoca era inalcanzable para garantizar lo que sí lo era.

Pero, mientras que puritanos y jacobinos eran guia-dos en sus conciencias por absolutos morales,Cromwell por «la palabra de Dios» y Robespierrepor una idea metafísica de virtud, Lenin se negó aatribuir validez absoluta a ningún principio o normaética. No aceptaba ninguna moralidad suprahistórica,ningún imperativo categórico, fuera éste religioso osecular. Al igual que Marx, consideraba las ideas éti-cas del hombre como parte de su consciencia social,la cual es frecuentemente una falsa consciencia, querefleja y vela, transfigura y glorifica, determinadasnecesidades sociales, determinados intereses de cla-ses y determinadas exigencias de la autoridad.

Por consiguiente, Lenin se enfrentaba a las cuestio-nes de moral dentro de un espíritu de relativismo his-tórico. Pero sería un error confundir esto con la indi-

ferencia moral. Lenin fue un hombre de principios,y sobre la base de estos principios actuó con unaentrega extraordinaria y desinteresada y con intensapasión moral. Creo que fue Bujarin el primero endecir que la filosofía leninista del determinismo his-tórico tiene en común con la doctrina puritana de lapredestinación que, en vez de adormecer el sentidode la responsabilidad moral personal, lo refuerza.

Cromwell y Robespierre se convirtieron en revolu-cionarios cuando les arrastró la corriente de la revo-lución real; ninguno de los dos había decidido, alcomienzo de sus carreras, trabajar por el derroca-miento del sistema de gobierno establecido. Lenin,por el contrario, emprendió deliberadamente el ca-mino del revolucionario más de un cuarto de sigloantes de 1917. Solamente estuvo en el poder seis añosde los treinta que duró su actividad política: duranteveinticuatro años fue un proscrito, un luchador ocul-to, un preso político y un exiliado. Durante esos vein-ticuatro años no esperó más recompensa por su lu-cha que la satisfacción moral. Incluso en enero de1917 dijo, en una reunión pública, que él y los hom-bres de su generación probablemente no vivirían losuficiente para ver el triunfo de la revolución enRusia. ¿Qué es, pues, lo que le dio a Lenin, un hom-bre político genial pero también de extraordinariacapacidad en muchos otros campos, la fuerza moralnecesaria para condenarse a sí mismo a la persecu-ción y a la penuria al servicio de una causa cuya vic-toria ni siquiera esperaba ver?

Fue el viejo sueño de la libertad humana. Él, el másrealista de los revolucionarios, acostumbraba a de-cir que es imposible ser un revolucionario sin ser unsoñador y sin tener una vena de romanticismo. Elaumento de la libertad humana implicaba para él, enprimer lugar, la liberación de Rusia del zarismo y deun modo de vida arraigado en la antigua servidum-bre. Implicaba finalmente la liberación de la socie-dad en general de la menos evidente pero no menosreal dominación del hombre por el hombre, inheren-te al predominio de la propiedad burguesa. Veía, enla contradicción entre el carácter social de la pro-ducción moderna y el carácter antisocial de la pro-piedad burguesa la principal fuente de eseirracionalismo que condena a la sociedad moderna alas crisis y guerras periódicas, y que hace imposibleque la humanidad empiece a ser dueña de su propiodestino Si para MiIton los ingleses fieles al rey noeran hombres libres, para Lenin la fidelidad a la so-ciedad burguesa y a sus formas de propiedad eraigualmente la esclavitud moral. Para él solamenteera moral la acción que aceleraba el final del ordenburgués y la implantación de la dictadura del prole-tariado; creía que únicamente semejante dictadura

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abriría camino a una sociedad sin clases y sin Estado.

Lenin fue consciente de la contradicción inherente aesta actitud. Su ideal era una sociedad libre del do-minio de clase y de la autoridad estatal, pero, de modoinmediato, trataba de implantar la supremacía de unaclase, la clase obrera, y de fundar un nuevo Estado,la dictadura del proletariado. Trataba de resolver estedilema insistiendo en que, a diferencia de los demásEstados, la dictadura del proletariado no necesitaríamáquina gubernamental opresora alguna: no seríanecesaria una burocracia privilegiada que, por reglageneral, «se separa del pueblo, se eleva por encimade él y se opone a él». En su obra EI Estado y laRevolución, que escribió en vísperas de la toma delpoder por los bolcheviques, describió la dictaduradel proletariado como una especie de para-Estado,un Estado constituido por «el pueblo armado», y nopor una burocracia; un Estado que se disolveríaprogresivamente en Ia sociedad y que prepararía supropia extinción.

Aquí, en esta concepción, y en su conflicto con lasrealidades de la revolución rusa, estuvo la fuente dela única crisis moral verdaderamente grande y aplas-tante que conoció Lenin: la crisis del final de su vida.A menudo había tenido que afrontar graves dilemas,que someter sus ideas a la prueba de la experiencia,que revisarlas, volver sobre sus pasos, reconocer laderrota y —lo que era más difícil— admitir el error;conoció momentos de vacilación, de angustia e in-cluso de derrumbamiento nervioso, pues al Lenin real—no al Lenin de la iconografía soviética— nadahumano le era ajeno. Padeció las más graves tensio-nes nerviosas, siempre que tuvo que enfrentarse asus antiguos amigos como enemigos políticos. Nisiquiera al final de su vida superó el dolor que lehabía causado su ruptura con Martov, el dirigente delos mencheviques. Le afectó profundamente el com-portamiento de los dirigentes de la InternacionalSocialista en 1914, al estallar la Primera GuerraMundial, cuando decidió romper con ellos como«traidores al socialismo». Pero en ninguno de estosy otros acontecimientos políticos importantes expe-rimentó nada parecido a una crisis moral.

Permítaseme dar otros dos ejemplos: en 1917 se ha-bía comprometido a convocar y apoyar la AsambleaConstituyente. A comienzos de 1918 la convocó y ladisolvió. Pero este acto no le ocasionó remordimien-tos. Debía su fidelidad a la Revolución de Octubre ya los soviets, y cuando la Asamblea Constituyenteadoptó una actitud de irreductible oposición a am-bos, ordenó su disolución casi con humorística ecua-nimidad. También en 1917 se había comprometido así mismo y a su partido a luchar por la revolución

mundial e incluso a apoyar una guerra revoluciona-ria contra la Alemania de los Hohenzollern. Pero acomienzos de 1918, en Brest Litovsk, llegó a unacuerdo con el gobierno del Kaiser y firmó con éluna paz «vergonzosa», como la calificó él mismo.Pero no creyó haber roto su compromiso: estaba con-vencido de que al firmar la paz se aseguraba un res-piro a la revolución rusa, y de que esto era, por elmomento, el mejor servicio que podía hacer a la re-volución mundial.

En esta situación, y en otras parecidas, sostuvo queréculer pour mieux sauter era una máxima sólida.No veía nada deshonroso en el comportamiento deun revolucionario que siempre que el revolucionarioreconozca su retirada como una retirada y no se larepresente equivocadamente como un progreso. Esto,incidentalmente, es una de Ias importantes diferen-cias existentes entre Lenin y Stalin, y se trata de unadiferencia moral: la diferencia entre la veracidad yla mendacidad burocrática, deseosa de hacer méri-tos. Precisamente cuando tenía que rendirse a lasconveniencias y actuar «de manera oportunista» eracuando Lenin estaba más ansioso de preservar el sen-tido de la orientación de su partido, y conservabauna consciencia clara del objetivo por el cual estabaluchando. Había educado a su partido en un entu-siasmo tan ardiente y en una disciplina tan severacomo entusiastas y disciplinados eran los soldadosde Cromwell. Pero también estaba en guardia contralos excesos de entusiasmo que más de una vez ha-bían conducido a los partidos revolucionarios a lasquijotadas y a la derrota.

Guiado por este severo realismo, Lenin estuvo dedi-cado después, durante cinco años, a la construccióndel Estado soviético. La máquina administrativa quecreó tenía poco en común con el modelo ideal quehabía soñado en El Estado y la Revolución. Nacie-ron un ejército poderoso y una policía política queestaba en todas partes. La nueva Administraciónreabsorbió gran parte de la antigua burocracia zarista.Lejos de mezclarse con un «pueblo en armas», elnuevo Estado, como el antiguo, estaba «separado delpueblo y elevado por encima de él». A la cabeza delEstado se hallaba la Vieja Guardia del partido, lossantos bolcheviques de Lenin. Cobró forma el siste-ma del partido único. Lo que tenía que haber sido unsimple para-Estado fue de hecho un super-Estado.

Lenin no podía ser inconsciente de esto. Pero, du-rante cinco años, tuvo o pareció tener la concienciatranquila, indudablemente porque se había retiradode su posición bajo la presión abrumadora de las cir-cunstancias. La Rusia revolucionaria no podía so-brevivir sin un Estado fuerte y centralizado. Un «pue-

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blo en armas» no podía defenderla contra los Ejérci-tos Blancos y contra la intervención extranjera: paraeIlo era necesario un ejército centralizado y altamentedisciplinado. La Cheka, la nueva policía política —sostenía—, era indispensable para la eliminación dela contrarrevolución. Era imposible superar la de-vastación, el caos y la desintegración social subsi-guientes a la guerra civil con los métodos de unademocracia de los trabajadores. La propia clase obre-ra estaba dispersada, agotada, apática y desmorali-zada. La nación no podía regenerarse por sí misma,desde abajo, Lenin creía que era necesaria una manofuerte para guiarla desde arriba, a lo largo de unapenosa era de transición cuya duración era imposi-ble predecir. Esta convicción le dio lo que parecíaser una inquebrantable confianza moral en la orien-tación adoptada.

Luego, como de repente, su confianza se derrumbó.El proceso de construcción del Estado estaba ya muyavanzado, y él mismo próximo a finalizar su vidaactiva, cuando fue asaltado por agudas dudas, por eltemor y por la alarma. Comprendió que había idodemasiado lejos y que la nueva maquinaria de poderse estaba convirtiendo en una burla de sus princi-pios. Se sintió alienado del Estado que él mismo ha-bía construido. En un Congreso del Partido, en abrilde 1922, el último al que asistió, expresó agudamen-te esta sensación de enajenación. Dijo que había te-nido a menudo la sensación de un conductor cuandode repente se da cuenta de que su vehículo no semueve en la dirección en que la guía. «Poderosasfuerzas —declaró— han alejado al Estado soviéticode su «camino propio». Al principio hizo esta obser-vación como si fuera incidental, en un aparte, perola sensación que había por debajo se apoderó de élhasta que le dominó completamente. Estaba ya en-fermo y padecía de períodos de parálisis esclerótica,pero su mente funcionaba todavía con implacableclaridad. En los intervalos de los ataques de enfer-medad, luchó desesperadamente para hacer que elvehículo del Estado se moviera «en la dirección co-rrecta». Fracasó una y otra vez. Los fracasos le con-fundieron. Rumiaba las razones de ellos una y otravez. Empezó a sucumbir a una sensación de culpabi-lidad y, finalmente, se halló en la agonía de una cri-sis moral, crisis que era tanto más cruel cuanto queagravaba su mortal enfermedad y era agravada porella. Se preguntaba qué era lo que estaba transfor-mando la República de los Trabajadores en un opre-sor estado burocrático. Repasaba repetidamente losfamiliares factores básicos de la situación: el aisla-miento de la revolución, la pobreza, la ruina y el atra-so de Rusia, el individualismo anárquico del campe-sinado, la debilidad y la desmoralización de la claseobrera, etc.

Pero algo distinto le golpeó entonces con gran fuer-za. Cuando observaba a sus compañeros, seguidoresy discípulos -aquellos revolucionarios convertidosen gobernantes-, su comportamiento y sus métodosde gobierno le recordaban, cada vez más, el compor-tamiento y los métodos de la antigua burocraciazarista. Pensaba en aquellos ejemplos de la historiaen que una nación conquista a otra pero luego, si lanación derrotada representa una civilización supe-rior impone su propio modo de vida y su propia cul-tura a los conquistadores, derrotándolos espiritual-mente. Concluyó que algo parecido podía ocurrir enla lucha entre las clases sociales: el derrotado zarismoestaba imponiendo, de hecho, sus propios patrones ymétodos a su partido. Fue irritante admitirlo, pero loadmitió: el zarismo estaba conquistando espiritual-mente a los bolcheviques porque los bolcheviqueseran incluso menos civilizados que la burocracia delzar.

Habiendo conseguido esta profunda y despiadadavisión de lo que estaba ocurriendo, observó a susseguidores y discípulos con creciente desánimo. Pen-saba cada vez con mayor frecuencia en losdzierzhymordas de la antigua Rusia, en los gendarmesy dirigentes del antiguo Estado policíaco, en los opre-sores de las minorías nacionales, etc. ¿No se senta-ban ahora, como si hubieran resucitado, en elPolitburó Bolchevique? En este estado de ánimo es-cribió su testamento, en el que decía que Stalin ha-bía reunido ya demasiado poder en sus manos y queel partido haría bien en separarle del cargo de secre-tario general. En esta época, hacia finales de 1922,Stalin estaba patrocinando una nueva constituciónque privaba a las minorías nacionales de muchos delos derechos que hasta entonces se les habían garan-tizado y que, en cierto sentido, restablecía la «Rusiauna e indivisible» de antaño al conceder poderes casiilimitados al Gobierno central de Moscú. Al mismotiempo, Stalin y Dzerzhinsky, el jefe de la policíapolítica, se dedicaban a una brutal eliminación de laoposición en Georgia y en Ucrania.

En su lecho de enfermo, mientras luchaba con suparálisis, Lenin decidió hablar y denunciar a losdzierzhymorda, a los fanfarrones brutales que ennombre de la revolución y del socialismo hacían re-vivir la antigua opresión. Pero Lenin no se exoneró así mismo de su responsabilidad; era presa del remor-dimiento, que extinguía la débil llama de vida que lequedaba pero que también le daba la fuerza necesa-ria para realizar un acto extraordinario. Decidió nolimitarse a denunciar a Stalin y Dzerzhinsky, sinoconfesar también su propia culpa.

El 30 de diciembre de 1922, engañando a sus médi-

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cos y enfermeras, empezó a dictar notas sobre la po-lítica soviética para con las pequeñas nacionalida-des, notas que pretendían ser un mensaje al próximoCongreso del Partido. «Soy, al parecer, fuertementeculpable ante los trabajadores de Rusia»; tales fue-ron sus palabras iniciales. Unas palabras que difícil-mente pronunciaría un gobernante, y palabras queStalin eliminó posteriormente y que Rusia leería porvez primera treinta y tres años más tarde, despuésdel XX Congreso. Lenin se sentía culpable ante laclase obrera de su país porque —decía— no habíaactuado con suficiente decisión y lo bastante prontocontra Stalin y Dzerzhinsky, contra su chauvinismogranruso, contra la supresión de los derechos de laspequeñas nacionalidades y contra la nueva opresión,en Rusia, de los débiles por los fuertes. Ahora veía -continuaba- en qué «pantano» de opresión había idoa parar el Partido Bolchevique: Rusia era gobernadanuevamente por la antigua administración zarista, ala que los bolcheviques «solamente hablan dado undisfraz soviético», y nuevamente las minorías nacio-nales quedaban expuestas a la irrupción de ese au-téntico ruso, el chauvinista panruso, que es esencial-mente un canalla y un opresor como el típico buró-crata ruso»..

Este mensaje tuvo que ser ocultado al pueblo sovié-tico durante treinta y tres años. Pero creo que en es-tas palabras: «Soy, al parecer, fuertemente culpableante los trabajadores de Rusia» —en su capacidadpara pronunciar estas palabras—, reside una parteesencial de la grandeza moral de Lenin.

____________________1. «The Listener», 5 de febrero de 1959 (capítuloextraído de la obra Ironías de de la historia, Ed. Pe-nínsula, Barcelona, 1969, tr. Juan Ramón Capella) .

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- 4 -Trotsky en el nadir*

El Diario en el exilio I de Trotsky, publicado ahorapor vez primera, fue descubierto en una «maleta ol-vidada» en su casa de México doce años después desu asesinato. Lo escribió en Francia y Noruega en1935. No es, como pretenden sus editores, el únicodiario que escribió. Entre sus escritos publicados einéditos hay unos cuantos más, redactados en épo-cas diversas; resulta sorprendente que los albaceasliterarios de Trotsky estén tan mal informados acer-ca de su legado literario. Pero a pesar de que la pre-

tensión de su carácter único carece de fundamento,este diario es de excepcional interés como documentopolítico y humano: Trotsky raramente —por no de-cir nunca- escribió sobre sí mismo tan íntimamentey de un modo tan revelador como lo hace aquí.

«Soy especialmente consciente de que el diario noes una forma literaria de escribir -dice al empezar-… preferiría escribir en un periódico. Pero no tengoninguno a mi disposición…. Alejado de la acciónpolítica, me veo obligado a recurrir a este sucedáneode periodismo…». No hay que tomar al pie de laletra esta poco prometedora introducción. Hay aquímucho más que un sucedáneo de periodismo, puesTrotsky, en realidad, estaba mucho más encariñadocon esta particular «forma literaria» de lo que se cui-daba de admitir. Ciertamente, solo recurrió a elladurante un momento de calma en su actividad políti-ca, pero éste seguramente era el único momento enque podía permitirse la introspección.

El momento de calma durante el cual escribió estediario fue, por muchas razones, su nadir. Había gas-tado ya dos años en Francia, gozando —sí ésta fueraaquí la palabra acertada— del precario asilo que elgobierno de Daladier le había renuentemente conce-dido. Tenía prohibido ir a París, y había vivido deincógnito, vigilado por la policía, en diversos luga-res de las provincias. Su identidad fue descubiertauna y otra vez, y, en medio de un alboroto periodísti-co, perseguido por muchedumbres de reporteros yfotógrafos, acosado por numerosos enemigos de de-recha y de izquierda, tenía que escapar apresurada-mente del lugar de residencia, buscar otra y volver aasumir el incógnito hasta que el siguiente incidenteo la siguiente indiscreción accidental le obligara aemprender el camino una vez más. La amenaza deexpulsión de Francia pendía sobre su cabeza. Tansolo porque ningún otro país le permitía la entradase le concedió permanecer, durante algún tiempo, encompleto aislamiento en una pequeña aldea de losAlpes, no lejos de Grenoble. Francia estaba precisa-mente entonces al borde del Frente Popular; losestalinistas ejercían sobre el Gobierno una presióncreciente, y tenía toda la razón para temer una de-portación final, que solamente podía ser a una remo-ta colonia francesa como Madagascar .

En la Unión Soviética se atravesaba el momento decalma que precedió a las grandes purgas, en todaslas cuales habría de figurar como el principal malva-do. El affaire Kirov tenía sólo unos pocos meses.Zinóviev y Kaménev estaban encarcelados nueva-mente y, a pesar de las repetidas retracciones, eranacusados de confabulación con Trotsky, de activida-des contrarrevolucionarias, de traición, etc.; el trots-

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kismo servía de blanco a todos los fuegos. Inclusodesde lejos Trotsky advertía la creciente furia delterror desencadenado por Stalin, aunque todavía des-conocía los hechos concretos. Su familia estaba yaafectada por él. Su primera mujer, AlexandraSokolovskaya, y sus dos yernos, habían sido o esta-ban siendo deportados a Siberia. Había perdido ya asus dos hijas, Zina y Nina (Nina se había suicidado);todos sus nietos huérfanos, salvo uno, se hallaban enRusia a la merced del destino. Finalmente le llega-ron noticias de Moscú, al principio ominosamentevagas, de dificultades de su hijo menor, Serguei, cien-tífico prometedor, que era declaradamente apolíticoy no se hallaba implicado en la oposición, pero queahora caía víctima de la venganza de Stalin. La tensaespera de noticias concretas sobre Serguei y la an-siedad de sus padres llenan muchas páginas de estediario.

Por razones de otro orden, se trata para Trotsky deun período de aguda frustración. Había llegado aFrancia en 1933, después de casi cinco años de exi-lio en Turquía, con ambiciosos planes y ardientesesperanzas que ahora refluian. Había confiado enpoder reanudar en Francia la actividad política a granescala. Tras el ascenso al poder de Hitler en1933 y lacatástrofe de la izquierda alemana —catástrofe a laque había contribuido mucho la política de Stalin yde la que Trotsky había sido la desoída Casandra—,llevó adelante la llamada Cuarta Internacional. Sépor experiencia personal cuán grandes eran las espe-ranzas que depositaba en ella. El grupo de seguido-res suyos, al que en aquella época pertenecía yo, leadvirtió en vano que se estaba embarcando en unaaventura inútil. En realidad se convenció muy pron-to de que la Cuarta Internacional había nacido antesde tiempo. A pesar de todo, Trotsky intentó desespe-radamente insuflarle vida y precisamente acababa deaconsejar a sus seguidores que entraran en los Parti-dos Socialistas e intentaran desde allí reclutar adhe-siones para la nueva internacional.

En todo caso, la presencia de Trotsky en Francia nole facilitaba la actividad política. En los turbulentosacontecimientos de la última década anterior a laguerra, especialmente en los de fuera de la URSS, supapel era el del gran observador. «Por la misma ra-zón -escribe- de que me tocó en suerte participar engrandes acontecimientos mi pasado me impide aho-ra toda posibilidad de acción. Me veo reducido a in-terpretar los acontecimientos a tratar de prever sufuturo.» Pero este pasado que le impedía toda posi-bilidad de acción no le permitía tampoco permane-cer inactivo: él, el dirigente de la Revolución deOctubre, el fundador del Ejército Rojo y el inspira-dor de la Internacional Comunista no podía confor-

marse con el papel de observador.

Si a todas estas circunstancias añadimos su persis-tente mala salud, y algo tan humanamente corrientecomo la crisis de la edad madura, por no hablar delas dificultades para ganarse la vida, nos haremosuna idea de su estado de ánimo en esa época. La fie-bre intermitente misteriosa que había padecido du-rante trece años le daba ahora brotes de grave embo-tamiento de inmovilidad. Pero aunque su estado detensión nerviosa era grave, mostraba todavía unaenergía y una vitalidad asombrosas cuando aconte-cimientos críticos le hacían afrontar un desafío di-recto. En los intervalos tendía a sucumbir, de modoque no puede sorprender, a la hipocondría: daba vuel-tas a la idea de su avanzada edad y de la muerte.Tenía sólo cincuenta y cinco años, pero recordaba eldicho de Lenin, o mejor, de Turgenev: “¿Sabéis cuáles el peor vicio? Tener más de cincuenta cinco años.”La revolución es generalmente cosa de jóvenes; ylos revolucionarios profesionales envejecen muchomás de prisa que los parlamentarios británicos, porejemplo. Trotsky se conformaba tan poco al paso delos años como a ser un observador.

Presentía su muerte violenta a manos estalinianas.«Stalin -observaba- daría ahora cualquier cosa porpoder revocar su decisión de deportarme. No hayduda de que recurrirá a la acción terrorista en doscasos: si hay una amenaza de guerra o si su propiaposición se deteriora gravemente. Naturalmente,puede haber también un tercer caso, y un cuarto...Veremos, y sí no la vemos nosotros, otros la verán.»Al mismo tiempo, empezó a pensar en el suicidio,pero la idea solamente se hizo más definida cincoaños después, cuando fue a escribir su testamento.

A pesar de que su energía estaba minada, no podíavivir en un país sin reaccionar ante los acontecimien-tos políticos del momento, y no podía reaccionar másque con toda la fuerza de sus instintos de militante,con su poderosa pasión, su furor y su ironía. Con-templaba las maniobras y las vacilaciones del na-ciente Frente Popular, estaba convencido de que fi-nalizaría en un desastre y presentía claramente laFrancia de 1940. Expresaba sin inhibición alguna sudesprecio por los dirigentes oficiales del movimien-to obrero europeo: Blum, Thorez, Vandervelde y losWebb. En algunas ocasiones hacía caricaturas gráfi-cas y devastadoras, una de las cuales sigue siendopunzante todavía hoy: la de Paul-Henri Spaak, elfuturo secretario general de la OTAN, que en los añostreinta era algo así como un discípulo de Trotsky,diligente pero aprensivo, sumiso y asustado por elmaestro.

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Sin embargo, lo principal de este diario no es porqué Trotsky tiene que decir sobre los acontecimien-tos o los personajes públicos, o siquiera sobre litera-tura: de todo esto habló más ampliamente y muchomejor en otros escritos. El diario es notable princi-palmente por las páginas que dedica al destino de sufamilia, unas páginas llenas de pathos trágico y dedignidad.

La angustia de Trotsky por su hijo menor era de lomás dolorosa porque temía que Serguei, en su ino-cencia política y en su indiferencia hacia la política,no fuera capaz de encajar el golpe que caía sobre él.Natalia Ivanovna, al conocer el encarcelamiento desu hijo, dijo: «No le deportarán en ningún caso; letorturarán para conseguir algo de él y luego le des-truirán.» La imagen del hijo torturado y confundidoasustaba a sus padres (en realidad, Serguei no fuetan confundido como creían que sería. Recientementehe hablado con una persona que ha pasado veintitrésaños en los campos de concentración y cárceles deStalin y que fue, según cree, la última que compartióuna celda con Serguei. Éste soportó la prueba va-lientemente y, ante la muerte, no solamente se negóa prestar un falso testimonio contra su padre sinoque se encontró unido a él por nuevos vínculos desolidaridad moral, aunque nunca fue «trotskista»).

Trotsky, con sublime ternura, cuidó a su esposa ensu sufrimiento, recogió varios incidentes de su vidaen común —llevaban ya treinta y tres años viviendojuntos y sentía que debía «fijar su imagen en un pa-pel». Lo hizo con no disimulada parcialidad, perocon verdad. Lo que dibujó fue en realidad la imagende la Niobe de nuestro tiempo, un auténtico ejemplode las incontables y anónimas madres martirizadasde nuestra época, al igual que, a diferente nivel, AnneFrank lo es de los niños martirizados. NataliaIvanovna no fue para su marido un camarada políti-co de la clase que Krupskaia lo fue para Lenin; teníamucho menos espíritu político y era menos activaque N. Krupskaia. «A pesar que se interesa por lospequeños acontecimientos diarios de la política —escribió Trotsky— no suele reunirlos en una Imagencoherente.» El amante esposo no puede expresar másclaramente sus dudas sobre el juicio político de sumujer. Pero esto no era lo importante: «Cuando lapolítica va muy lejos y exige una reacción completa—prosigue— Natalia siempre encuentra su armoníainterna, la nota justa». Habla con frecuencia de esa«armonía interna» e, incidentalmente, la describe casisiempre cuando escucha música. Señala con agrade-cimiento que nunca le dirige reproches por la des-gracia de su hijo, o que disimula su sufrimiento in-cluso para él. Por último, relata lo siguiente:

«En lo que se refiere a los golpes que nos han caídoen suerte el otro día le recordaba a Natacha la vidadel arcipreste Avakuum (éste fue un rebelde contrala Ortodoxia griega del siglo XVII, que fue deporta-do dos veces antes de morir en la hoguera). El sacer-dote rebelde y su fiel esposa se encontraron enSiberia. Sus pies se hundían en la nieve y la pobremujer, agotada, se caía. Avakuum relata: «Y lleguéhasta ella que, pobre alma, empezó a dirigirme re-proches diciendo: ¿Hasta cuándo, arcipreste, duraráeste sufrimiento?. Y yo dije: Markovna, hasta nues-tra misma muerte. Y ella, con un suspiro, respondió:Si es así, Petrovich, prosigamos nuestro camino».

Lo mismo habría de ocurrir con Trotsky y NataliaIvanovna: el sufrimiento habría de durar «hasta nues-tra misma muerte». Cinco años después, al escribirsu testamento, levantó repetidamente la cabeza y vio«a Natacha que se acerca a la ventana desde el patioy la abre más, de modo que el aire entre mejor en micuarto»; ella, en ese momento, le hizo pensar en labelleza de la vida y «fijó» esta imagen suya en elúltimo párrafo de su testamento. Ciertamente, no porazar narra Trotsky, entre fragmentos que se refierena Serguei, de manera inesperada y al parecer fueradel contexto, la historia de la ejecución del zar y desu familia. En este momento de ansiedad y angustiapor sus propios hijos, víctimas inocentes de su con-flicto con Stalin, Trotsky pensó, indudablemente, enesos otros niños sobre los cuales cayó la culpa desus padres. Señala que no participó personalmenteen la decisión de ejecución del zar; la decisión fuefundamentalmente de Lenin; y también que se asus-tó al principio al saber el destino de la familia delzar. Pero no describe estas cosas para disociarse deLenin. Por el contrario, defiende desde hace dieci-siete años la decisión de Lenin como necesaria y to-mada en interés de la defensa de la revolución. Enmitad de la guerra civil, los bolcheviques no podíandejar a los Ejércitos Blancos, una bandera viva entorno a la cual unirse»; los hijos del zar, dice, «caye-ron víctimas de ese principio que constituye el ejede la monarquía: la sucesión dinástica». Si hubieraquedado vivo uno solo de ellos hubieran servido alos Blancos de bandera y de símbolo. La conclusiónimplícita de esta significativa digresión es bastanteclara: aunque se concediera a Stalin el derecho —yTrotsky distaba mucho de concedérselo—, Stalincarecía de la menor justificación para perseguir a loshijos de sus adversarios. Serguei no estaba vincula-do a Trotsky por principio de sucesión dinástica al-guno.

Algunos críticos, en su mayoría antiguos comunis-tas, han comentado en este sentido la «arrogancia» yel «olvido» con que afirmó sus convicciones comu-

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nistas hasta el fin. La crítica me parece especialmen-te infundada. Si Trotsky hubiera renunciado a susprincipios y a sus creencias por la desilusión, bajolos golpes de la persecución y de la derrota, ello se-guramente no habría sido una prueba de su integri-dad intelectual y de su resistencia moral, o siquierade su «ejemplaridad». De haber hecho esto no seríaél. En el peor momento de su fortuna siguió siendotan fiel a su filosofía de la vida como lo había sidoen el mejor. Y en ello veo yo su fuerza, no su debili-dad. Cuando finalmente, en 1940, aplastado por laenfermedad, la avanzada edad y tantos golpes crue-les, consideró la posibilidad del suicidio, le preocu-paba sobre todo que el mundo pudiera considerarese suicidio como una capitulación moral suya ycomo una renuncia de sus principios. Escribió su tes-tamento para dejar bien claro que sí llegaba a quitar-se la vida, lo haría por su enorme incapacidad físicapara proseguir la lucha, no por desesperación o pordudar de su causa: Sin embargo, no llegó a perpetrarel suicidio; el hacha de un asesino destrozó su cere-bro. Escribió su testamento de la misma manera quehabía escrito el diario que comentamos, en un mo-mento demasiado humano de debilidad; pero inclu-so esa debilidad acentúa su talla moral.

Esto no significa que la actitud de Trotsky fuera in-vulnerable. Pero su vulnerabilidad no reside dondela ven los críticos mencionados. Pertenecía a la queél mismo llamó la época heroica de la RevoluciónRusa. Una intensa nostalgia por esa época influyóen su ánimo hasta el fin de sus días. Veía a través de.ese prisma todos los acontecimientos posteriores; yen su pensamiento y su imaginación proyectaba cons-tantemente esa época en el futuro.

Esta proyección iba en contra del curso real de losacontecimientos, y nunca tanto como en los añosveintinueve y treinta. El proceso revolucionario, den-tro y fuera de la Unión Soviética, se desarrollaba enformas muy distintas a las de la «fase heroica» de1917-1920, en formas que para quienes pertenecíana la tradición marxista clásica, sólo podían ser re-pugnantes, en formas que señalaban en realidad unadegeneración de la política revolucionaria, y, en unapalabra, en formas estalinistas. Pero básicamente eratodavía la revolución por Ia que había luchadoTrotsky la que había asumido estas formas. Consi-deraba misión suya denunciar la «degeneración» ycrear un nuevo partido comunista, el cual, creíaTrotsky; sería capaz de conducir la revolución a unrenacimiento. Sobrestimaba su capacidad para con-seguirlo, y también sobrevaloraba las posibilidadesde la revolución en Occidente. Por otra parte,infravaloró también, indudablemente, la vitalidad dela nueva sociedad soviética, su capacidad interna para

reformarse a sí misma y para la regeneración, la in-trínseca capacidad para superar eventualmente elestalinismo y para ir más allá

Pero a pesar de todas sus equivocaciones y de susmomentos de debilidad, Trotsky aparece incluso eneste diario como uno de los escasos gigantes del si-glo presente. Su nostalgia por el periodo heroico dela revolución, por la era de Lenin, hubieran sido qui-jotismo puro sí esa era no hubiera sido más que pa-sado muerto. Pero, veinte años después de la muertede Trotsky, una nueva generación soviética mirahacia atrás, observa esa era, casi tanto como él, yparece encontrar todavía algunas lecciones que apren-der. De este modo, Trotsky aparece no como el nos-tálgico superviviente de una época acabada, sinocomo el gran precursor de otra que está solamenteprincipiando.

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* Texto incluido en Ironías de la historia, Península,Barcelona, 1969, traducido por Elena Zarudnaya(Londres, 1959). Esta reseña se publicó en «TheListener», el 16 de julio de 1959.

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Tamara y él habían perdido a la mayoría de su fami-liares durante el judeocidio. Aunque Deutscher nosolía permitir que la emoción dominara la razón, dípor hecho que habría hablado en favor de Israel, con-cebido como Estado de refugio y no como Estadoque creaba refugiados. No albergaba grandes espe-ranzas con respecto a la entrevista. y me equivoqué.Deutscher habló de los judíos llamándolos los«prusianos de Oriente Próximo» y realizó una ad-vertencia escalofriante y llena de clarividencia conrespecto al futuro: Los alemanes han resumido su experiencia enuna frase amarga: Man kann sich totsiegen! El hom-bre puede precipitarse victoriosamente hacia su tum-ba.» y esto es lo que han hecho los israelíes. En losterritorios conquistados y en Israel hay actualmentecasi un millón y medio de árabes, lo que equivale amás del cuarenta por ciento de la poblaci6n total.¿Expulsarán los israelíes a esta multitud de árabespara conservar «con seguridad» las tierras conquis-tadas? Expulsarles sería crear un problema \ con losrefugiados mucho mayor y más peligroso que el queexistía antes (...). Sí, esta victoria es peor para Israel

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que una derrota. En lugar de concederle una seguri-dad mayor, la ha vuelto mucho más vulnerable (1).

Tal como predijo Isaac Deutscher, la victoriaisraelí de 1967 no resolvió nada. Los palestinos senegaron a convertirse en un pueblo desaparecido. Lanueva generación se empeñó en una lucha por la au-todeterminación nacional, la última de la serie deguerras de liberación iniciadas a comienws del sigloxx. Hoy día, Israel es la única potencia colonial quesobrevive, entendiendo el término conforme al mo-delo establecido en los siglos XIX y XX. Una mino-ría de valerosos intelectuales israelíes así ha llegadoa reconocerlo. Baruch Kimmerling, catedrático deSociología de la Universidad Hebrea, ha publicadorecientemente un homenaje a Émile Zola. Yo acusoapareció en el número de 1 de febrero de 2002 delsemanario hebreo Kol Ha’ ir. Es una denuncia ferozlos jefes militares israelÍes, algo que nunca se en-cuentra en los medios comunicación occidentales:

Yo acuso a Ariel Sharon de haber creado unproceso que, además de intensificar los derramamien-tos de sangre en ambos bandos, puede provocar unguerra regional y una limpieza étnica parcial o casiglobal de los árabes de la «Tierra de IsraeL>. Yo acusoa todos los ministros del Partido Laborista de estegobierno de cooperar en la materialización de la «vi-sión» fascista que la extrema derech.a tiene de Is-rael. Yo acuso a los lÍderes pal-estinds, y en particu-lar a Yasir Arafat, de que su falta de previsión loshaya convertido en colaboradores de los planes deSharon. Si se produce otra naqba, también será porculpa de los lÍderes palestinos. Yo acuso a los jefesdel ejército que, espoleados por los gobernantes delpaÍs, y amparados en una supuesta profesionalidadmilitar, han instigado a la opinión pública a ponerseen contra de los palestinos. Es la primera vez quetantos generales de uniforme, ex generales y anti-guos miemb.’s de los servicios secretos del ejército,disfrazados a veces de «expertos», toman parte en ellavado de cerebro de la opinión pública israelÍ. Cuan-do se cree una comisión judicial de investigación paraesclarecer la catástrofe de 2002, no sólo habrá deinvestigar los crímenes de la población civil, sinotambién los de los militares. El filósofo YeshayahuLeibovitz tenía razón: la ocupación ha acabado conlos aspectos positivos de la sociedad israelÍ y ha des-truido su infraestructura moral. Detengamos estamarcha de orates y construyamos una nueva socie-dad, en la que no haya lugar para el-militarismo, laopresión, la explotación de otros pueblos ni paracosas peores (...). Y me acuso a mÍ mismo de haberalzado poco la voz y de haber guardado silencio endemasiadas ocasiones pese a que sabía todo esto...La historia de Palestina es un capítulo inconcluso._________________________________________

(1) Al releer la entrevista de Deutscher (New LeftReview I, 44, julio-agosto, 1967) treinta y cuatro añosdespués de que la concediera, es imposible no asom-brarse de su valentía y de la claridad de sus ideas.Isaac y su mujer Tamara se quedaron ptácticamentesin familia durante el judeocidio. Mas no se hicieronsionistas. Por este motivo, y con la esperanza de dar-la a conocer a un público más amplio, la he incluidocomo apéndice de este libro. Véanse pp. 413-435

:Comentarios a la guerra árabe-israelí:Entrevista a Isaac Deutscher

—A modo de introducción, ¿podría usted resumirsu visión general de la guerra árabe-israelí?

—A mi modo de ver, la guerra y el «milagro» de lavictoria israelí no han resuelto ninguno de los pro-blemas a los que se enfrentan Israel y los Estadosárabes. Por el contrario, los han agravado y han crea-do otros nuevos y más peligrosos. En lugar de refor-zar su seguridad, Israel se ha vuelto más vulnerable.Estoy convencido de que algún día, en un futuro nomuy remoto, el fácil triunfo de las armas israelíesllegará a verse como el desastre que en realidad hasido.Repasemos el contexto internacional de los hechos.Esta guerra debe ponerse en relación con la luchapor el poder que se desarrolla en el mundo y con losconflictos ideológicos que la enmarcan. En los últi-mos años, el imperialismo estadounidense y las fuer-zas que respalda o que están asociadas a él se hanempeñado en una formidable ofensiva política, ideo-lógica, económica y militar contra grandes regionesde Asia y África; por su parte, las fuerzas adversa-rias, y en concreto la Unión Soviética, se han batidoen retirada o han conservado a duras penas el terre-no ganado. Esta tendencia es consecuencia de unalarga serie de sucesos: las revueltas de Ghana queculminaron con el derrocamiento del gobierno deNkrumah; el refuerzo de la reacción en diversos paí-ses afroasiáticos; el sanguinario triunfo delanticomunismo en Indonesia, que constituyó unaimportante victoria para la contrarrevolución asiáti-ca; la escalada bélica en Vietnam; y el golpe militarde la derecha «marginal» en Grecia. La guerra ára-be-israelí no ha sido un hecho aislado; se encuadraen esta categoría de sucesos. La contrarreacción seha manifestado en la agitación revolucionaria queha cundido en diversas regiones de India, en laradicalización del ambiente político en los paísesárabes, en la eficaz lucha del Frente Nacional de Li-beración de Vietnam; y en la creciente oposiciónmundial a las injerencias estadounidenses. El avan-ce del imperialismo estadounidense y de la

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contrarreacción africana y asiática no ha sido acep-tado sin más; pero a la vista está que la resistencia depoco ha valido salvo en Vietnam.La penetración estadounidense en Oriente Próximotiene un origen relativamente reciente. La posturade Estados Unidos siguió siendo «anticolonialista»durante la guerra de Suez. Y, gracias al apoyo de laUnión Soviética, sirvió para lograr la retirada britá-nica y francesa. La lógica de la política estadouni-dense aún no había cambiado a finales de los añoscuarenta, cuando empezaba a configurarse el Estadode Israel. Mientras el interés prioritario de la clasedirigente estadounidense fue expulsar de África yAsia a las viejas potencias coloniales, la Casa Blan-ca fue un bastión del «anticolonialismo». Pero unavez que se hubo logrado que los viejos imperios sehundieran, Estados Unidos empezó a sentir miedode que las fuerzas revolucionarias autóctonas o laUnión Soviética, o una combinación de ambas, lle-naran el «vacío de poder» que se había creado. Elanticolonialismo yanqui se desvaneció y EstadosUnidos «tomó posiciones». En Oriente Próximo, estosucedió en el periodo comprendido entre la crisis deSuez y la última guerra israelí. El desembarco esta-dounidense en Líbano en 1958 tuvo el propósito deabortar la oleada revolucionaria que se hacía sentiren la región y, particularmente, en Irak. Desde en-tonces, confiando sin duda en la «moderación» so-viética, Estados Unidos ha evitado las intervencio-nes armadas directas en Oriente Próximo y ha opta-do por la discreción. Pero la presencia estadounidensesigue siendo tan real como antes.

—¿Cómo se ve la política israelí desde esta perspec-tiva?

—Como es lógico, los israelíes han actuado por suspropios motivos, y no sólo para adaptarse a los inte-reses de la política estadounidense. La mayoría delos israelíes se sienten amenazados por la hostilidadárabe, eso es evidente; y se les pone la carne de ga-llina cuando los árabes declaran «sanguinariamente»su propósito de «borrar Israel del mapa». Les obse-siona el recuerdo de la tragedia vivida en Europa porlos judíos y se sienten aislados y rodeados por la«prolífica» población del hostil mundo árabe. Lospropagandistas israelíes no tuvieron la menor difi-cultad a la hora de exagerar el miedo a que en Asiase estuviera fraguando otra «solución final», y lasamenazas verbales árabes jugaron a su favor. Invo-cando los mitos bíblicos y los antiguos símbolos re-ligiosos y nacionales de la historia judía, lospropagandistas atizaron el furor beligerante, la arro-gancia y el fanatismo de los que los israelíes handado sobradas muestras al arremeter contra el Sinaí,el Muro de las Lamentaciones, Jordania o las mura-

llas de ]Jericó. El furor y la arrogancia ocultaban unsentimiento reprimido de culpa con respecto a losárabes, la sensación de que los árabes nunca olvida-rían ni perdonarían los golpes que les había asestadoIsrael al arrebatarles sus tierras, convertir a millonesde árabes en refugiados e infligirles repetidas derro-tas y humillaciones militares. Medio enloquecidospor el miedo a la venganza de los árabes, la inmensamayoría de los israelíes han aceptado la «doctrina»que alienta la política del gobierno, la «doctrina» quesostiene que la seguridad de Israel se basa en libraruna guerra cada pocos años para reducir a los Estadoárabes a la impotencia.Sean cuales fueren las razones y los miedos de losisraelíes, sus actos también están condicionados poragentes externos. Los factores que han generado ladependencia de Israel se han «incorporado» a su his-toria a lo largo de un par de décadas. Todos los go-biernos israelíes han puesto la existencia de Israel alservicio del «enfoque occidental». Por si solo, estefactor habría bastado para convertir a Israel en unaavanzadilla occidental en Oriente Próximo y parainvolucrarla en el gran conflicto entre el imperialis-mo (o neocolonialismo) y los pueblos árabes queluchan por su emancipación. Pero además han inter-venido otros factores. La economía israelí ha mante-nido precariamente su equilibrio y su crecimientogracias a la ayuda económica del sionismo extranje-ro, y sobre todo gracias a los donativos estadouni-denses. Estas ayudas han tenido un efecto contra-producente en el nuevo Estado. Han permitido queel gobierno equilibrara la balanza de pagos sin nece-sidad de entablar relaciones comerciales con sus ve-cinos, como hacen el resto de los países del mundo.La estructura económica israelí se ha distorsionado,puesto que ha promovido el crecimiento de un gransector improductivo y ha generado un nivel de vidaque no se basa en la productividad ni en las ganan-cias reales. Israel ha vivido por encima de sus posi-bilidades. Durante años, casi la mitad de los alimen-tos consumidos en Israel se importaban de Occiden-te. La administración estadounidense exime del pagode impuestos las ganancias y beneficios que se do-nan a Israel, y gracias a ello Washington controla lasfuentes de las que depende la economía israelí. Was-hington podría castigar a Israel en cualquier momentoeliminando esta exención de impuestos, aunque ellosupusiera perder el voto judío. Es una amenaza quesiempre está presente aunque nunca se menciona, yha bastado para que la política israelí se vincule só-lidamente a la de Estados Unidos.Hace unos años, en el transcurso de un viaje a Israel,un alto cargo israelí me enumeró las fábricas que nohabían podido construir debido al veto impuesto porEstados Unidos; entre otras, plantas metalúrgicas yfábricas de maquinaria agrícola. Por otro lado, te-

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nían una serie de fábricas prácticamente inútiles queproducían enormes cantidades de utensilios de coci-na de plástico, juguetes, etcétera. Los gobiernosisraelíes tampoco podían plantearse seriamente lanecesidad vital de establecer vínculos económicos ycomerciales con los Estados árabes vecinos o mejo-rar las relaciones económicas con la Unión Soviéti-ca y la Europa del Este.La dependencia económica ha afectado asimismo ala política interior y al «ambiente cultural». Los do-nantes estadounidenses son los inversores extranje-ros de mayor peso en Tierra Santa. Los acaudaladosjudíos estadounidenses, esos «empresarios del granmundo» que viven rodeados de socios y amigos gen-tiles en Nueva York, Filadelfia o Detroit, en el fondoestán orgullosos de pertenecer al «pueblo elegido»,y se valen de su influencia para promover eloscurantismo religioso y la reacción en Israel. A es-tos firmes creyentes en la libertad de empresa, ni si-quiera les parece bien el «socialismo» moderado delHistadrut y los kibutzim, y hacen lo posible por do-mesticarlo. Su principal divisa ha sido ayudar a losrabinos a conservar un dominio absoluto de la legis-lación y de buena parte de la educación; y así se haperpetuado el exclusivista espíritu de superioridadracial-talmúdico. Todo esto ha alimentado y exacer-bado el antagonismo con los árabes.La guerra fría dio un gran impulso a las tendenciasreaccionarias y recrudeció el conflicto árabe-judío.Israel adoptó una firme postura anticomunista. Cier-to es que la política llevada a cabo por Stalin en susúltimos años, los brotes de antisemitismo en la UniónSoviética, los argumentos antijudíos esgrimidos enlos juicios de Slanski, Rajk y Kostov, y el apoyo so-viético a todas las variedades del nacionalismo ára-be, incluidas las más irracionales, también han in-fluido en la actitud de Israel. Pero no hay que olvi-dar que Stalin fue el padrino de Israel; que las muni-ciones checoslovacas, suministradas siguiendo lasórdenes de Stalin, permitieron que los judíos lucha-ran contra el ejército de ocupación británico -y con-tra los árabes- en 1947-1948; y que el enviado sovié-tico fue el primero en votar a favor de la formacióndel Estado de Israel en las Naciones Unidas. Tam-bién podría argumentarse que el cambio de actitudde Stalin con respecto a Israel fue una reacción fren-te al alineamiento de Israel con Occidente; alinea-miento que ha sido mantenido por los gobiernosisraelíes de la época posterior a Stalin.Así pues, la hostilidad a ultranza contra la aspira-ción árabe a emanciparse de Occidente se ha con-vertido en el axioma de la política israelí. De ahí queIsrael desempeñara el papel que desempeñó en laguerra de Suez. Los ministros socialdemócratasisraelíes, al igual que los colonialistas occidentales,han abrazado una razón de Estado que concede máxi-

ma prioridad a mantener a los árabes sumidos en elretraso y divididos entre sí, división que les permiteemplear a los hachemitas ya otros dirigentes feuda-les en contra de las fuerzas republicanas y naciona-listas revolucionarias. A principios del presente año,ante la posibilidad de que el rey Hussein fuera de-rrocado por un levantamiento republicano o por ungolpe de Estado, el gobierno de Eshkol no tuvo elmenor reparo en declarar que las tropas israelíes in-vadirían Jordania sí se producía un «golpe nasserista»en Ammán. Por otro lado, la actitud amenazadoraadoptada por Israel frente al nuevo régimen sirio, alque calificó de «nasserista» o incluso de«ultranasserista» (puesto que el gobierno sirio pare-cía ser un poco más antiimperialista y radical que elde Egipto), fue un preludio de los acontecimientodel pasado junio.Los servicios secretos soviéticos creían que Israelplaneaba atacar Siria el pasado mayo y Moscú sí selo advirtió a Nasser. Es imposible averiguar sí eracierto. El resultado de la advertencia fue que, a ins-tancias de los soviéticos, Nasser ordenó la moviliza-ción de sus tropas para concentrarlas junto a la fron-tera del Sinaí. Si Israel planeaba atacar Siria, las me-didas adoptadas por Nasser podrían haber retrasadoel ataque unas cuantas semanas. Si Israel no lo pla-neaba, la actuación de Nasser habría servido paradar a sus amenazas antisirias el tipo de credibilidadque los israelíes otorgan a las amenazas de los ára-bes. En cualquier caso, los dirigentes israelíes esta-ban seguros de que Occidente les respaldaría y lesrecompensaría sí adoptaban una actitud agresiva con-tra Siria o Egipto. En esta idea se basó la decisión delanzar un ataque preventivo el 5 de junio. Los israelíesdaban por sentado el apoyo moral, político y econó-mico estadounidense, y en menor medida el británi-co. Sabían que, por muy violento que fuera su ata-que contra los árabes, podrían contar con la protec-ción diplomática estadounidense o, al menos, con laindulgencia oficial estadounidense. y no se equivo-caban. La Casa Blanca y el Pentágono no podían pormenos de mostrarse agradecidos con quienes, por suspropios motivos, trataban de someter a los enemigosárabes del neocolonialismo estadounidense. El ge-neral Dayan actuó como una especie de mariscal Kyde Oriente Próximo, y fue sorprendentemente rápi-do, eficaz e implacable en el cumplimiento de su ta-rea. Demostró ser un aliado mucho más presentabley menos costoso que Ky.

—¿Podríamos hablar ahora del punto de vista de losárabes y de su comportamiento en vísperas de lascrisis?

—El comportamiento de los árabes, y en especiallas vacilaciones y dudas de Nasser en vísperas de las

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crisis, contrastan fuertemente con la determinacióny la declarada agresividad de Israel. Después demovilizar las tropas hacia la frontera del Sinaí, si-guiendo los consejos soviéticos, e incluso de desple-gar los misiles de fabricación soviética, Nasser de-claró un bloqueo del estrecho de Tirán sin consultarpreviamente a Moscú. Fue una clara provocación,aunque de escasa repercusión práctica. Las poten-cias occidentales concedieron tan poca importanciaal bloqueo que no estimaron necesario «ponerlo aprueba». Nasser redobló su prestigio y se vanaglorióde haberle arrebatado a Israel el último fruto de suvictoria de 1956. (Antes de la guerra de Suez, losbarcos israelíes no podían cruzar el estrecho. Losisraelíes exageraron los riesgos que entrañaba el blo-queo para su economía, y reaccionaron movilizandosus fuerzas y desplazándolas hacia las fronteras.La propaganda soviética oficial seguía alentando alos árabes. Sin embargo, en la conferencia de Parti-dos Comunistas de Oriente Próximo celebrada enmayo (Pravda publicó un resumen de sus resolucio-nes) apenas sí se mencionó la crisis y se hicieronveladas críticas a Nasser. Pero más importante queesto fueron las maniobras diplomáticas que teníanlugar entre bastidores. El 26 de mayo, el embajadorsoviético despertó a Nasser a media noche (a las 2.30a.m.) para advertirle que el ejército egipcio no debíaser el primero en abrir fuego. Nasser se atuvo a lasinstrucciones. y puso tanto celo en cumplirlas, queno sólo evitó ser el primero en declarar las hostilida-des, sino que no tomó ninguna precaución contra unposible ataque israelí: no adoptó medidas para de-fender los aeródromos ni para camuflar los aviones.Ni siquiera se tomó la molestia de minar el estrechode Tirán o de colocar algunas piezas de artillería ensus orillas (tal como más adelante descubrirían consorpresa los israelíes).Nasser y el Alto Mando egipcio tuvieron una actua-ción chapucera. Pero los verdaderos chapuceros es-taban en el Kremlin. La actuación de Brezhnev yKosiguin recuerda a la de Jruschev durante la crisiscubana, aunque ha sido aún más desatinada. La pau-ta se ha repetido. En la primera fase, se provocó in-necesariamente al otro bando y se incurrió en la te-meridad de llevar la situación «al límite»; luego vinola fase del pánico y la retirada apresurada; y, por úl-timo, los desesperados intentos de salvar las aparien-cias y borrar las propias huellas. Después de atizarel miedo de los árabes, de incitarlos a realizar accio-nes arriesgadas, de prometerles su apoyo, y de des-plazar al Mediterráneo a sus unidades navales paracontrarrestar la movilización de la Sexta Flota esta-dounidense, los rusos ataron a Nasser de pies y ma-nos.¿Por qué lo hicieron? La línea roja» entre el Kremliny la Casa Blanca entró en acción cuando la tensión

estaba al máximo. Las dos superpotencias convinie-ron en evitar la intervención directa y en refrenar alas partes en conflicto. Tal vez los estadounidensestrataron de refrenar a Israel, pero debieron de hacer-lo de un manera muy poco enérgica, o con tan esca-so convencimiento que los israelíes se sintieron alen-tados a lanzar el ataque preventivo que tenían pla-neado. (Ciertamente, no tenemos noticia de que elembajador estadounidense haya despertado al pri-mer ministro israelí para advertirle que los israelíesno debían ser los primeros en atacar.) Los soviéticossí refrenaron a Nasser enérgica y eficazmente. Aunasí, no deja de resultar extraño que Nasser no adop-tara las más elementales precauciones militares. ¿Lediría el embajador soviético, cuando fue a visitarloen plena noche, que Moscú estaba seguro de que losisraelíes no iban a ser los primeros en atacar? ¿Ha-bía recibido Moscú esas garantías de Washington?¿Tuvo Moscú la credulidad de darlas por buenas yactuar en consecuencia? Parece casi increíble. Perosólo esta versión de los hechos puede explicar lapasividad de Nasser y la perplejidad de Moscú cuan-do estallaron las hostilidades.Esta actuación chapucera deriva de la contradicciónbásica de la política soviética. Los dirigentes sovié-ticos consideran que conservar el statu quo interna-cional, incluido el statu quo social, es la condiciónesencial de su seguridad nacional y de la «coexisten-cia pacífica». Por consiguiente, hacen todo lo posi-ble por mantenerse a «prudente distancia» de losepicentros de los conflictos de clases de todo el mun-do y evitan los compromisos internacionales arries-gados. Ahora bien, por motivos ideológicos y de po-der político, no pueden eludir todos los conflictos.No pueden mantenerse a prudente distancia cuandoel neocolonialismo estadounidense choca directa oindirectamente contra sus enemigos africanos, asiá-ticos o latinoamericanos, que consideran a Moscúsu amigo y protector. Esta contradicción se mantie-ne latente en las épocas normales, en las que Moscúse esfuerza en relajar las tensiones y aproximarse aEstados Unidos; y, al propio tiempo, apoya y armacautelosamente a sus amigos africanos, asiáticos ycubanos. Pero la crisis surge más pronto o más tardey la contradicción estalla. La política soviética debeelegir entre apoyar a sus aliados y protegidos, queobran en contra del statu quo, y su compromiso conel statu quo. y cuando la necesidad de elegir es in-eludible y apremiante, Moscú opta por el statu quo.Es un dilema real y muy peligroso en la era nuclear.Un dilema que también afecta a Estados Unidos, queestá tan interesado como la Unión Soviética en evi-tar una guerra mundial y un conflicto nuclear. Perola libertad de acción y de llevar a cabo ofensivaspolítico-ideológicas está mucho menos limitada enel caso de Estados Unidos. Washington no tiene tan-

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to miedo como Moscú a que las acciones de sus pro-tegidos o sus propias intervenciones militares des-encadenen una confrontación directa entre las super-potencias. Así lo han demostrado la crisis cubana, laguerra de Vietnam y, ahora, la guerra árabe-israelí.

—¿Han tenido alguna vez los israelíes la oportuni-dad de establecer unas relaciones normales al me-nos tolerables con los árabes?

—Ésta es una pregunta fundamental. ¿Han tenidoesa opción? ¿Hasta que punto no es la última guerrael resultado de una larga cadena de acontecimientosirreversibles?Sí, la situación actual está hasta cierto punto deter-minada por cómo han sido las relaciones árabe-israelíes desde la Segunda Guerra Mundial, o inclu-so desde la Primera. A pesar de todo, yo creo que losisraelíes tenían otras opciones. Permítame que lecuente una parábola con la que en una ocasión tratéde ilustrar este problema ante un público israelí: Unhombre saltó por la ventana del último piso de unedificio en llamas donde ya habían perecido variosmiembros de su familia. Salvó la vida, pero cayósobre una persona que estaba abajo y le rompió losbrazos y las piernas. El hombre que saltó por la ven-tana no tenía otra opción; pero fue el causante de ladesgracia del que se rompió las extremidades. Siambos hubieran actuado racionalmente, no se habríanhecho enemigos. El que escapó del incendio, una vezrepuesto, habría tratado de ayudar y consolar al delas extremidades rotas; y éste podría haberse dadocuenta de que era víctima de unas circunstancias queescapaban al control de ambos. Pero veamos lo quesucede cuando la gente se comporta irracionalmente.El hombre herido culpa al otro de su accidente y pro-mete hacérselo pagar. El otro, temiendo la venganzadel minusválido, le insulta y le pega cada vez que seencuentran. El que recibe los golpes jura vengarse, yde nuevo vuelve a ser golpeado. Esta encarnizadaenemistad, que comenzó por puro capricho, se varecrudeciendo y llega a amargar a los dos hombresya condicionar toda su existencia.Luego les dije a mis oyentes israelíes: estoy segurode que ustedes, los supervivientes de la comunidadjudía europea, se reconocen en el hombre que saltópor la ventana de la casa incendiada. El otro perso-naje representa a los árabes palestinos que han per-dido sus tierras y sus hogares, y que son más de unmillón. Están resentidos; sólo pueden contemplar sutierra natal desde el otro lado de la frontera; les ata-can a ustedes por sorpresa, juran tomar venganza.Ustedes les vapulean despiadadamente; han demos-trado que saben hacerlo muy bien. Pero ¿qué sentidotiene todo esto? ¿ Ya qué puede llevar?La tragedia de los judíos europeos, Auschwictz,

Majdanek y las masacres en los gettos son responsa-bilidad de nuestra «civilización» burguesa occiden-tal, de la que el nazismo fue un hijo legítimo, aunquedegenerado. Pero los árabes han tenido que pagar elprecio de los crímenes cometidos por Occidente con-tra los judíos. y siguen pagándolo porque, movidopor la «conciencia de culpa», Occidente respalda aIsrael y se pone en contra de los árabes. Por su parte,Israel se ha dejado sobornar y engañar muy fácil-mente por el dinero con el que Occidente pretendelavar su conciencia.Los israelíes y los árabes podían haber entablado unarelación racional sí Israel lo hubiera intentado, sí elhombre que saltó desde la casa en llamas hubiesetratado de hacer amistad con la víctima inocente desu caída. Pero las cosas no han sucedido así. Israelni siquiera ha reconocido que los árabes tienen mo-tivos de queja. El sionismo se propuso desde sus ini-cios crear un Estado exclusivamente judío y no tuvoel menor reparo en echar del país a sus habitantesárabes. Ningún gobierno israelí ha realizado un in-tento serio de aliviar o remediar el problema de losárabes. Se niegan incluso a analizar la situación dela multitud de refugiados sí previamente los Estadosárabes no reconocen el Estado de Israel, es decir, sílos árabes no se dan por vencidos en el terreno polí-tico antes de iniciar las negociaciones. Quizá estaactitud se pueda justificar como una táctica negocia-dora. Las relaciones árabe-israelíes empeoraron te-rriblemente a raíz de la guerra de Suez, en la queIsrael actuó descaradamente como punta de lanza delos viejos imperialismos europeos en quiebra en suúltimo bastión de Oriente Próximo, en su último in-tento de mantener el dominio sobre Egipto. Losisraelíes no tenían por qué tomar partido por los ac-cionistas de la Compañía del Canal de Suez. Los prosy los contras estaban claros; no había confusión po-sible con respecto a la bondad o maldad de cada ban-do. Los israelíes se alinearon con el bando de losmalvados, moral y políticamente.A primera vista, el conflicto árabe-israelí no es másque un enfrentamiento de dos nacionalismos rivales,atrapados ambos en el círculo vicioso de sus exage-radas e hipócritas ambiciones. Desde la perspectivadel internacionalismo abstracto, sería muy fácil con-denar a los dos por reaccionarios y despreciables.Pero esa perspectiva no tiene en cuenta las realida-des sociales y políticas. El nacionalismo de los pue-blos que habitan en países coloniales osemicoloniales y luchan por la independencia no esequiparable, ni moral ni políticamente, al naciona-lismo de los conquistadores y los opresores. El pri-mero tiene una justificación histórica y un aspectoprogresista, y el segundo no. Es evidente que el na-cionalismo árabe pertenece a la primera categoría yel israelí no.

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Ahora bien, incluso el nacionalismo de los explota-dos y los oprimidos debe analizarse críticamente ytomando en consideración todas sus fases de desa-rrollo. En una fase son las aspiraciones progresistaslas que prevalecen; en otra, afloran las tendencia re-accionarias. Desde el momento en que la indepen-dencia se consigue o está a punto de conseguirse, elnacionalismo tiende a desprenderse de su aspectorevolucionario y se convierte en una ideología retró-grada. Hemos visto cómo esto sucedía en India,Indonesia, Israel y, hasta cierto punto, en China. Porotro lado, todo nacionalismo tiene, incluso en su faserevolucionaria, una veta de irracionalidad, una ten-dencia a la exclusividad, al egoísmo nacional y alracismo. El nacionalismo árabe contiene todos estosingredientes a pesar de sus méritos históricos y de sufunción progresista.La crisis de junio ha puesto al descubierto algunasde las debilidades básicas del pensamiento y acciónpolíticos de los árabes: la falta de estrategia política;la inclinación a la intoxicación emocional; y la de-pendencia excesiva de la demagogia nacionalista.Estas debilidades han tenido mucho peso en la de-rrota árabe. Algunos propagandistas de Egipto y deJordania han cargado el acento sobre la amenaza dedestruir Israel, o de exterminarla -amenazas hueras,como lo ha demostrado la absoluta ineficacia militarde los árabes-, y con ello tan sólo han conseguidoalimentar el chovinismo israelí y permitir que el go-bierno de Israel exaltara hasta el paroxismo los mie-dos y la agresividad del pueblo, lo cual inflama elodio contra los árabes.La guerra es una prolongación de la política; esto esuna verdad que no necesita demostración. Los seisdías de guerra han probado la relativa inmadurez delos actuales regímenes árabes. Los israelíes no sólodeben su victoria al ataque preventivo que lanzaron,sino también a su organización económica, políticay militar, más moderna que la de los árabes. La gue-rra ha servido para hacer el balance de una décadade desarrollo árabe, a partir de la guerra de Suez, yha revelado algunos de sus fallos. La modernizaciónde las estructuras socioeconómicas de Egipto y deotros Estados árabes, así como del pensamiento po-lítico árabe, ha avanzado a un ritmo mucho más len-to del que le atribuían quienes tienden a idealizar losregímenes árabes actuales.El retraso está enraizado en las condicionessocioeconómicas, de eso no hay duda. Pero la ideo-logía y los métodos de organización también contri-buyen a fomentarlo. Estoy pensando en el sistemaunipartidista, en el culto al nasserismo y en la impo-sibilidad de entablar debates libremente. Todo estoha sido un serio obstáculo para la educación políticade las masas y para el progreso del pensamiento so-cialista. Los resultados negativos se han hecho notar

en diversos ámbitos. Cuando las grandes decisionespolíticas quedan en manos de un líder más 0 menosautocrático, el pueblo no participa en los procesospolíticos, no desarrolla una conciencia vigilante yactiva, ni aprende a tomar iniciativas en los tiemposnormales. y todo ello tiene grandes repercusiones,incluso militares. El ataque israelí, en el que sólo seha empleado un armamento convencional, no habríatenido unos efectos tan devastadores sí las fuer zasarmadas egipcias hubieran adquirido la costumbrede confiar en la iniciativa individual de oficiales ysoldados. Los comandantes de los regimientos loca-les habrían tomado unas precauciones defensivasbásicas sin esperar a que se lo ordenasen. La inefica-cia militar ha sido un reflejo de una debilidad sociopolítica más amplia y profunda. Los métodos buro-crático-militares del nasserismo también dificultanla integración del movimiento de liberación árabe.La demagogia nacionalista está a la orden del día,pero no puede sustituir al verdadero impulso en prode la unidad nacional ni a la movilización de las fuer-zas populares en contra de los elementossecesionistas, feudales y reaccionarios. Hemos vistoque, en tiempos de emergencia, la dependencia ex-cesiva de un solo líder ha puesto a los Estados ára-bes en manos de las intervenciones de la superpo-tencia y de lo; accidentes de las maniobras diplomá-ticas.

—Volviendo a Israel ¿cómo va a explotar la victo-ria? ¿Qué papel quieren jugar los israelíes en esa partedel mundo?

—Es una grotesca paradoja que los israelíes hayanadoptado el papel de los prusianos de Oriente Próxi-mo. Han ganado tres guerras contra sus vecinos ára-bes. También los prusianos vencieron hace un sigloa todos los Estados vecinos en un plazo de pocosaños a los daneses, a los austríacos y a los franceses.La sucesión de victorias generó en ellos una con-fianza absoluta en su propia eficacia, una confianzaciega en la fuerza de sus armas, una arroganciachovinista y una actitud desdeñosa hacia otros pue-blos. Mucho me temo que en la personalidad políti-ca de Israel se esté operando una degeneración simi-lar; porque de una degeneración se trata. En su papelde la Prusia de Oriente Próximo, Israel no podrá sermás que una parodia de su modelo. Los prusianospudieron emplear sus victorias para unir en el Reicha los pueblos de lengua alemana que vivían fuera delImperio austrohúngaro. Los vecinos de Alemaniaestaban escindidos por sus intereses divergentes, porla historia, la religión y la lengua. Bismarck,Guillermo II y Hitler pudieron enfrentarlos unos aotros. Los israelíes están rodeados por todas partesde árabes. Los intentos de enfrentar entre sí a los

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Estados árabes están condenados al fracaso. En 1948,cuando Israel libró su primera guerra, los árabes es-taban divididos; lo estaban mucho menos en 1956,en tiempos de la segunda guerra israelí; y en 1967formaron un frente común. Su unidad tal vez se re-fuerce en las futuras confrontaciones con Israel.—Los alemanes han resumido su experiencia en unafrase amarga: Man kann sich totsiegen! «El hombrepuede precipitarse victoriosamente hacia su tumba.»y esto es lo que han hecho los israelíes. La codiciales ha perdido. En los territorios conquistados y enIsrael hay actualmente casi un millón y medio deárabes, lo que equivale a más del 40 por ciento de lapoblación total. ¿Expulsarán los israelíes a esta mul-titud de árabes para conservar «con seguridad» lastierras conquistadas? Expulsarles sería crear un pro-blema con los refugiados mucho mayor y más peli-groso que el que existía antes. ¿Renunciarán a losterritorios conquistados? La mayoría de sus líderesafirman que no lo harán. Ben Gurion, el genio ma-ligno del chovinismo israelí, es partidario de que secree un «Estado árabe palestino» en el Jordán, quesería un protectorado israelí. ¿Esperan los israelíesque los árabes acepten un protectorado? ¿Que noluchen contra él con uñas y dientes? Ningún partidoisraelí está ni tan siquiera dispuesto a considerar laposibilidad de que se cree un Estado binacional ára-be-israelí. Entretanto, se ha «convencido» a muchosárabes que vivían en el Jordán de que abandonen sushogares, y quienes no se han marchado reciben untrato mucho peor que el que se infligía a la minoríaárabe de Israel durante los diecinueve años en que sela sometió a la ley marcial. Sí, esta victoria es peorpara Israel que una derrota. En lugar de concederleuna seguridad mayor, la ha vuelto mucho más vulne-rable. Puede que los israelíes temieran la venganzaárabe, pero se han comportado como sí pretendieranconvertir un fantasma en una amenaza real.

—¿Ha reportado la victoria israelí algún beneficiopráctico a Estados Unidos? ¿Ha reforzado su ofensi-va ideológica en Áfríca y Asia?

—Cuando cesaron las hostilidades, hube un momentoen que parecía que la derrota de Egipto iba a aca-rrear la caída de Nasser y el hundimiento de la polí-tica asociada a su nombre. Si eso hubiera sucedido,Oriente Próximo habría vuelto a incorporarse casicon total seguridad a la esfera de influencia de Occi-dente. Egipto podría haberse convertido en una es-pecie de Ghana o Indonesia. Pero las cosas no suce-dieron así. Las masas árabes, que salieron a las ca-lles y plazas de El Cairo, Damasco y Beirut para exi-gir que Nasser conservara su puesto, impidieron quepasara. Fue una de las excepcionales ocasiones his-tóricas en que el impulso popular modifica o altera

el equilibrio político en breves momentos. Esta vez,en la hora de la derrota, la iniciativa popular tuvo unimpacto inmediato. En la historia se han producidomuy pocos casos en que un pueblo se haya alzado deesta forma en defensa de su líder derrotado. Claroestá que la situación aún puede cambiar. Las fuerzasreaccionarias continuarán actuando en los países ára-bes para lograr un golpe de Estado al estilo de Ghanao de Indonesia. Pero, de momento, el neocolonialismono ha podido cosechar el fruto de la «victoria» israelí..—El prestigio y la influencia de Moscú han sufridoun grave revés como consecuencia de estos aconte-cimientos. ¿Será un revés temporal o de efectos per-manentes? ¿Es posible que influya en las alianzaspolíticas de Moscú?

—En junio se alzó un mismo grito desde El Cairo,Damasco y Beirut: «!Los rusos nos han traiciona-do!». y al ver que el delegado soviético de las Nacio-nes Unidas votaba a la vez que el estadounidense enfavor del alto el fuego sin poner como condición laretirada de las tropas israelíes, los árabes se sintie-ron aún más traicionados. Según dicen, Nasser ame-nazó así al embajador soviético: «La Unión Soviéti-ca va a descender a la categoría de una potencia desegunda o de tercera». Los acontecimientos parecíandar la razón a los chinos, que acusaban a la UniónSoviética de haberse confabulado con Estados Uni-dos. La catástrofe también disparó las alarmas en laEuropa el Este. «Si la Unión Soviética ha abandona-do así a Egipto, ¿no nos abandonará también a noso-tros cuando los alemanes vuelvan a atacarnos?», sepreguntaban los polacos y los checos. Los yugoslavosestaban indignados. Tito, Gomulka y otros líderesacudieron rápidamente a Moscú para exigir una ex-plicación y una operación de rescate para los árabes.Lo cual resulta aún más extraordinario teniendo encuenta que la exigencia procedía de los «modera-dos» y los «revisionistas», que normalmente defien-den la «coexistencia pacífica» y el acercamiento aEstados Unidos. Pero ahora hablaban de la «confa-bulación soviética con el imperialismo estadouniden-se» .Los dirigentes soviéticos tenían que hacer algo. Elhecho de que la intervención de las masas árabeshubiera salvado el régimen de Nasser les proporcio-nó un nuevo campo de maniobras. Después de la grantraición, los líderes soviéticos volvieron a presentar-se como los amigos y protectores de los países ára-bes. Unos cuantos gestos espectaculares, la rupturade relaciones diplomáticas con Israel y una serie dediscursos en las Naciones Unidas no supusieronmayor esfuerzo. Incluso la Casa Blanca decía «com-prender» su «difícil situación» y la «necesidad tácti-ca» que llevó a Kosiguin a la Asamblea de la ONU.

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Ahora bien, los gestos no bastaban para restablecerla posición soviética. Los árabes exigían a la UniónSoviética que les prestara una ayuda inmediata parareconstruir su fuerza militar, una fuerza que habíanperdido por seguir los consejos soviéticos. Solicita-ban aviones, tanques y cañones nuevos, y más muni-ciones. Aparte de los costes que acarrearía el resta-blecimiento de las fuerzas armadas árabes —elequipamiento militar de Egipto que se había perdidovalía miles de millones de libras—, la Unión Sovié-tica tenía que considerar los riesgos políticos queentrañaba. Los árabes se niegan a negociar con Is-rael; y pueden permitirse dejar que la victoria israelíse convierta en una derrota. El rearme es una priori-dad máxima de El Cairo. Israel ha dado una prove-chosa lección a los egipcios: la próxima vez, quizásean las fuerzas aéreas egipcias las que lancen el pri-mer ataque. y Moscú debe decidir sí les va a propor-cionar las armas para lanzarlo. Moscú no puede es-tar a favor de que los árabes tomen represalias, perotampoco se puede negar a rearmar a Egipto. Ahorabien, el rearme de los árabes probablemente llevaríaa Israel a interrumpir el proceso ya lanzar otro ata-que, en cuyo caso la Unión Soviética se enfrentaríaal mismo dilema que ha sido incapaz de resolver enmayo y junio. Si Egipto atacara primero, EstadosUnidos intervendría casi con toda seguridad. Si lasfuerzas aéreas israelíes sufrieran una derrota y losárabes avanzasen hacia Jerusalén o Tel Aviv, la Sex-ta Flota no se limitaría a contemplar el espectáculodesde las aguas mediterráneas. y sí la Unión Soviéti-ca se mantuviera una vez más al margen del conflic-to, perdería irremediablemente su aventajada posi-ción internacional.El jefe del Alto Mando soviético llegó a El Cairouna semana después del alto el fuego; los hoteles dela ciudad estaban atestados de asesores y expertossoviéticos que pusieron manos a la obra para recons-truir las fuerzas armadas egipcias. Pero Moscú nopuede considerar con ecuanimidad la perspectiva deque se establezca una competición entre árabes eisraelíes para ver quién ataca primero, ni tampocolas implicaciones de esta situación. Es probable quelos expertos soviéticos de El Cairo estuvieran dán-dole tiempo al tiempo para que, entretanto, la diplo-macia soviética tratase de «ganar la paz» para losárabes después de haberles hecho perder la guerra.Ahora bien, el problema básico de la política sovié-tica no se resolverá por mucho tiempo que se gane.¿Hasta cuándo podrá seguir adaptándose la UniónSoviética a los avances de los estadounidenses? ¿Has-ta dónde podrá retirarse ante las ofensivas económi-co-políticas y. militares lanzadas por Estados Uni-dos en las regiones africanas y asiáticas? KrasnayaZvezda tenía sólidas razones para indicar el pasadojunio que tal vez sea necesario revisar el concepto

soviético actual de coexistencia pacífica. Los mili-tares, y no sólo ellos, temen que las retiradas soviéti-cas puedan estar impulsando la dinámica de avancede Estados Unidos; y que sí las cosas continúan así,acabe por resultar inevitable una confrontación di-recta entre los soviéticos y los estadounidenses. SiBrezhnev y Kosiguin no consiguen resolver esta si-tuación, quizá sobrevengan cambios en el liderazgosoviético). Las crisis de Cuba y Vietnam contribuye-ron a la caída de Jruschev. y aún no hemos termina-do de ver las consecuencias de la crisis de OrientePróximo.

—¿Qué solución le ve a esta situación? ¿Cabe toda-vía la posibilidad de resolver de una manera racio-nal el conflicto árabe-israelí?

—En mi opinión, los medios militares no lo resolve-rán. Nadie puede negar a los Estados árabes el dere-cho a reconstituir en alguna medida sus fuerzas ar-madas. Pero su necesidad más apremiante es desa-rrollar una estrategia social y política y nuevos mé-todos en la lucha por la emancipación. y no habrá deser una estrategia exclusivamente negativa domina-da por la obsesión antiisraelí. Que los árabes se nie-guen a negociar con Israel en tanto en cuanto ésta norenuncie a sus conquistas es lógico. y también quese opongan al régimen de ocupación del Jordán y lafranja de Gaza. Pero todo esto no supone que hayaque reanudar la guerra.En lugar de una Guerra Santa o un ataque preventi-vo, la estrategia que puede reportar más beneficios alos árabes, la estrategia civilizada que puede otor-garles una auténtica victoria, debe centrarse en lanecesidad imperiosa y apremiante de llevar a cabouna exhaustiva modernización de las estructuras eco-nómicas y políticas, así como en la necesidad de lo-grar una verdadera integración de la vida nacionalárabe, que sigue fragmentada por las viejas divisio-nes y fronteras heredadas del imperialismo. y sólopodrá avanzarse hacia estos objetivos sí se desarro-llan y refuerzan las tendencias revolucionarias y so-cialistas de la política árabe.Por último, el nacionalismo árabe será mucho máseficaz como fuerza liberadora sí se disciplina y ra-cionaliza al incorporar un elemento internacionalis-ta que permita a los árabes encarar con mayor realis-mo el problema de Israel. No deben seguir negando.a Israel el derecho a existir, ni deben continuar en-tregándose a la retórica sanguinaria. El crecimientoeconómico, la industrialización, la educación, unaorganización más eficaz y una política más modera-da serán los factores que darán a los árabes lo que nohan podido obtener por la fuerza numérica ni el en-carnizamiento contra los israelíes, a saber, una pre-ponderancia real que reducirá casi automáticamente

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a Israel a sus modestas dimensiones y al papel que lecorresponde desempeñar en Oriente Próximo.Claro está que no se trata de un programa a cortoplazo. Pero tampoco se requerirá mucho tiempo parallevarlo a cabo; es el camino más corto hacia la eman-cipación. Los atajos de la demagogia, la venganza yla guerra han dado unos resultados catastróficos.Entretanto, los políticos árabes deberían apelar di-rectamente al pueblo israelí, esquivar al gobierno deIsrael y dirigirse a los trabajadores ya los kibutzím.Habría que aplacar los miedos de estos últimos me-diante el compromiso de respetar los intereses legí-timos de Israel e incluso de favorecer la incorpora-ción del Estado israelí a una futura Federación deOriente Próximo. Esto serviría para moderar el fre-nético chovinismo israelí y para estimular la oposi-ción a la política de conquistas y dominación lleva-da a cabo por Eshkol y Dayan. No debe subestimar-se la capacidad de los trabajadores israelíes para res-ponder positivamente a un llamamiento de este tipo.También es necesario distanciarse del juego de lasgrandes potencias, que ha distorsionado el desarro-llo sociopolítico de Oriente Próximo. Ya he demos-trado que la influencia estadounidense ha contribui-do a crear el repugnante carácter reaccionario de lapolítica israelí. Por su parte, la influencia rusa tam-bién es responsable de haber pervertido la mentali-dad árabe al bombardearla con consignas huecas yfomentar la demagogia; además, el egoísmo y el opor-tunismo de Moscú han promovido el desencanto y elcinismo. Las perspectivas de futuro serán desoladorassí la política de Oriente Próximo continúa siendo unjuguete en manos de las grandes potencias, porqueni los judíos ni los árabes podrán salir del círculovicioso en el que están atrapados. Esto es lo que laspersonas de izquierdas deberíamos decirles con lamayor claridad posible a los árabes ya los judíos.

—Es evidente que esta crisis ha tomado por sorpre-sa a la izquierda, que se ha mostrado desorientada ydividida, tanto aquí como en Francia y, al parecer;en Estados Unidos. En este último país se ha dadovoz al miedo a que las disensiones con respecto aIsrael lleguen a escindir el movimiento contra la gue-rra de Vietnam.

—Sí, no se puede negar que la confusión nos ha afec-tado a todos. No voy a hablar ahora de los “amigosde Israel” como el señor Mollet y compañía, quie-nes, al igual que Lord Avon y Selwyn Lloyd, consi-deraban que esta guerra era una continuación de lacampaña de Suez y una venganza por las decepcio-nes de 1956. Tampoco perderé el tiempo hablandodel grupo de presión sionista de derechas del PartidoLaborista. Pero sí quiero decir que algunos miem-bros «de la extrema izquierda» del partido, como

Sidney Silverman, se han comportado de manera talque parecían querer ilustrar el dicho según el cual:«Basta escarbar un poco en un izquierdista judío paraque aflore el sionista que lleva dentro». También sevieron muestras de confusión aún más a la izquier-da, en personas que, por lo demás, contaban con unhistorial impecable de lucha contra el imperialismo.Un escritor francés conocido por la valerosa posturaque adoptó en contra de las guerras de Argelia y Viet-nam, hizo en estaba ocasión un llamamiento a la so-lidaridad con Israel y declaró que sí la supervivenciade Israel exigía la intervención estadounidense, él laapoyaría e incluso lanzaría el grito de « Vive lePrésident Johnson». ¿No se le ocurrió pensar que eraincongruente gritar «Á bas Johnson!» en Vietnam yVive! en Israel? Jean-Paul Sartre también se mani-festó a favor de la solidaridad con Israel, sí bien conreservas y expresando con toda franqueza la confu-sión que le embargaba y sus motivos. Dijo que du-rante la Segunda Guerra Mundial había pertenecidoa la Resistencia y había aprendido a ver a los judíoscomo hermanos a los que había que defender en cual-quier circunstancia. Durante la guerra de Argelia, sushermanos fueron los árabes y como tales los defen-dió. Por tanto, el conflicto actual era para él una gue-rra fratricida; se sentía incapaz de juzgarla con obje-tividad y embargado de emociones contrapuestas.Sea como fuere, debemos emplear nuestro mejor cri-terio y no permitir que lo empañen nuestras emocio-nes más hondas ni los recuerdos que más nos obse-sionan. Hay que evitar que las alusiones a Auschwictznos lleven a apoyar al bando erróneo. Hablo comomarxista de origen judío, que perdió a sus parientesmás próximos en Auschwictz y cuya familia vive enIsrael. Justificar o tolerar las guerras de Israel contralos árabes es hacer un flaco servicio a Israel y perju-dicar sus intereses a largo plazo. Permítame que re-pita que las guerras de 1956 y 1967 no han mejoradola seguridad de Israel, sino que la han minado y lahan puesto en peligro. Los «amigos de Israel> le hanllevado a tomar un camino desastroso.Y también han fomentado el ambiente reaccionarioque se adueñó de Israel durante la crisis. Las esce-nas que retransmitía la televisión en esa época medaban náuseas; la exhibición del orgullo y la brutali-dad de los conquistadores; los arranques de chovi-nismo; y la alocada celebración de un triunfo igno-minioso, en terrible contraste con las imágenes delsufrimiento y la desolación de los árabes, las largasmarchas de los refugiados jordanos y los cadáveresde los soldados egipcios que habían muerto de seden el desierto. Al ver la estampa medieval de los ra-binos y jasidim dando saltos de alegría junto al Murode las Lamentaciones, me daba la impresión de quelos fantasmas del oscurantismo talmúdico, a los quetambién conocí en su día, se habían apoderado del

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país y el ambiente reaccionario se había vuelto irres-pirable. Luego vimos numerosas entrevistas al ge-neral Dayan, el héroe y salvador, quien con la men-talidad política de un sargento de artillería, se jacta-ba de las anexiones y demostraba una pasmosa in-sensibilidad con respecto a la suerte que iban a co-rrer los árabes de las zonas conquistadas. ( «¿A míque más me da?» «Personalmente, me da exactamenteigual que se vayan o se queden.») Arropado por unafalsa leyenda militar -falsa porque Dayan no planeóni llevó a cabo la campaña de los seis días—, era unafigura siniestra que parecía aspirar al puesto de dic-tador, ya que lo que se daba a entender era que sí lospartidos civiles se volvían demasiado «blandos» conlos árabes, este nuevo Josué, este mini De Gaulle,les daría una buena lección, tomaría el poder y en-salzaría aún más la «gloria» de Israel. y detrás deDayan estaba Begin, el ministro y líder de la ramaultraderechista del sionismo, que había afirmadohacía mucho que Transjordania formaba parte de laIsrael «histórica». Los héroes, las actitudes y las con-secuencias que derivan de una guerra reaccionariason un fiel reflejo de ésta en cuanto a su naturalezaya sus objetivos.En un nivel histórico más profundo, Israel es unatriste secuela de la tragedia judía. Los líderes israelíesse justifican explotando al máximo Auschwictz yTreblinka; pero sus actos parodian el verdadero sig-nificado de la tragedia judía.Los judíos europeos pagaron un precio muy alto porel papel que, sin haberlo elegido, desempeñaron enel pasado como representantes de la economía demercado, del «dinero», en unos pueblos que vivíanen una economía agrícola y natural donde apenascirculaba el dinero. Al trabajar de comerciantes yprestamistas en la sociedad precapitalista, fueron losconspicuos mensajeros del capitalismo incipiente. Amedida que el capitalismo se desarrollaba, pasaron adesempeñar una función de tercera categoría perono por ello menos conspicua. En la Europa del Este,la mayor parte del pueblo judío se componía de arte-sanos pobres, pequeños comerciantes, proletarios,semiproletarios e indigentes. Pero la imagen del ricomercader o usurero judío (descendiente de quienescrucificaron a Cristo) perduró en el folclore de losgentiles y quedó grabada en la memoria popular, aso-ciada a la desconfianza y al miedo. Los nazis se apo-deraron de esta imagen, la ampliaron muchísimo yla desplegaron ante las masas.August Bebel dijo en cierta ocasión que el antisemi-tismo era el «socialismo de los necios». Este tipo desocialismo abundó mucho en los años treinta, la épocade la Gran Depresión, del desempleo y la desespera-ción de las masas, pero no así el socialismo auténti-co. Las clases obreras de Europa eran incapaces dederribar el orden burgués; pero el odio al capitalis-

mo era tan intenso y estaba tan generalizado que ne-cesitaba buscar una vía de escape y un chivo expia-torio. En las clases medias bajas, la lumpenburguesíay el lumpenproletariado, la frustrada tendenciaanticapitalista se fundió con el miedo al comunismoy con una xenofobia neurótica. Estas actitudes sealimentaban de las migajas de una realidad históricaen descomposición que el nazismo explotó al máxi-mo. El señuelo judío empleado por los nazis debióparte de su eficacia al hecho de que la imagen deljudío «chupasangre», extranjero y pérfido, seguíaestando presente en la mente de muchos. Así se ex-plica la indiferencia y la pasividad relativas con lasque muchas personas de fuera de Alemania contem-plaron la matanza de los judíos. El socialismo de losnecios observó alegremente cómo conducían aShylock a la cámara de gas.Israel no sólo prometió una «patria» a los supervi-vientes de las comunidades judías europeas, sino tam-bién librarlos del funesto estigma. &te era el mensa-je de los kibutzim, del Histadrut, e incluso del sio-nismo en general. Los judíos dejarían de ser elemen-tos improductivos, tenderos, intermediarios econó-micos y culturales, portadores del capitalismo, y seestablecerían en «su propia tierra» como «trabajado-res productivos».Y, sin embargo, han reaparecido en Oriente Próximoen el denigrante papel de agentes de los poderososintereses occidentales, ya que no de su propio y dé-bil capitalismo, y de protegidos del neocolonialismo.Esta es la imagen, bastante fundada, que se tiene deellos en el mundo árabe. Han suscitado una vez másla animosidad y el odio de sus vecinos, de todos aque-llos que han sido o siguen siendo víctimas del impe-rialismo. Es una fatalidad que el pueblo judío hayatenido que adoptar este papel. En su función de agen-tes del capitalismo incipiente al menos actuaron comopioneros del progreso en la sociedad feudal; perocomo agentes del capitalismo imperialista, tardío ydemasiado maduro de nuestros días, su papel es sen-cillamente lamentable; y de nuevo se les utiliza comochivos expiatorios potenciales. ¿Cerrará el círculola historia judía? Puede que éste sea el resultado delas «victorias» de Israel; y advertírselo es un deberpara los verdaderos amigos de Israel.Por otra parte, habría que poner en guardia a los ára-bes contra el socialismo o el antiimperialismo de losnecios. Confiamos en que no sucumban a él; y enque aprendan de su derrota, se recuperen y sean ca-paces de poner los cimientos de un Oriente Próximosocialista y auténticarnente progresista.

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* Isaac Deutscher fue entrevistado por AlexanderCockburn, Tom Wengtaf y Peter Wollen para New

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Left Review, 20 de junio de 1967. Este texto, incor-porado por Tarik Alí como apéndice a su libro Elchoque de los fundamentalismos. Cruzadas, yihadsy modernidad (Alianza, 2002), fue incluido en laantología Judío no sionista (Ed. Ayuso, Madrid,1981), que resulta actualmente inencontrable.

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- 6 -Las raíces de la burocracia

-I-Somos testigos de una clara tendencia al aumentode la burocratización de las sociedades contemporá-neas, independientemente de sus estructuras socia-les y políticas. Los teóricos y occidente nos asegu-ran que el ímpetu de la burocratización es tal, quevivimos ya bajo un sistema managerial que ha lle-gado a reemplazar casi imperceptiblemente al capi-talismo. Por otro lado, tenemos el enorme, asom-broso crecimiento de la burocracia en las sociedadespost-capitalistas del bloque soviético, y especialmen-te en la Unión Soviética. Nos asiste toda la razón altratar de elaborar alguna teoría de la burocracia quesea más completa y satisfactoria que el cliché tan demoda como en gran medida sin sentido de “socie-dad managerial”. Sin embargo, no es fácil abordar elproblema de la burocracia; en esencia este problemaes tan viejo como la civilización misma, aunque laintensidad con que ha aparecido a la vista de los hom-bres ha variado grandemente según las épocas.Si he decidido hablar sobre las raíces de la burocra-cia, es por la razón de que, a mi entender hay quecalar muy hondo para hallar las causas más profun-das las causas primeras de la burocracia, al objetode ver cómo y por qué esta lacra de civilización hu-mana ha alcanzado proporciones tan aterradoras.Dentro del problema de la burocracia, del cual el pro-blema del Estado constituye un paralelo aproxima-do, se concentra buena parte de esa relación entreindividuo y sociedad, entre hombre y hombre, queahora se ha convertido en moda calificar de “aliena-ción”.El término sugiere el dominio del “bureau”, del apa-rato, de algo impersonal y hostil que ha adquiridovida y poder sobre los seres humanos… En el len-guaje diario, también hablamos de los burócratas sinalma refiriéndonos a los hombres que integran esemecanismo. Los seres humanos que gobiernan elEstado parece como si carecieran de alma, como sifueran meros dientes del engranaje. En otras pala-

bras, nos enfrentamos aquí, de lleno y directamente,con la reificación de las relaciones entre seres hu-manos, con la aparición de vida en mecanismos, encosas. Lo cual nos lleva inmediatamente a la memo-ria, por supuesto, el gran complejo del fetichismo:en todos los ámbitos de nuestra economía de merca-do, el hombre parece hallarse a merced de las cosas,de las mercancías, incluso del dinero. Las relacio-nes humanas y sociales se objetivan, en tanto quelos objetos parecen adquirir la fuerza y el poder delas cosas vivas. La semejanza entre la alienación delhombre respecto al Estado y a los representantes delEstado, la burocracia, y la alienación del hombre res-pecto a los productos de su propia economía, es evi-dentemente muy estrecha, estando las dos clases dealienación parecidamente interrelacionadas.Existe una gran dificultad en pasar de las meras apa-riencias a la entraña misma de la relación entre so-ciedad y Estado, entre el aparato que gobierna la vidade una comunidad y la comunidad misma. La difi-cultad estriba en lo siguiente: la apariencia no es sóloapariencia, sino también parte de una realidad. Elfetichismo del Estado y la mercancía está, por asídecirlo, “incrustado” en el propio mecanismo defuncionamiento del Estado y el mercado. La socie-dad se siente enajenada del Estado, a la vez que in-separable de él. El Estado es la carga que oprime ala sociedad, y también es el ángel protector de lasociedad, sin el cual no puede vivir.De nuevo, algunos de los más oscuros y complejosaspectos de la relación entre sociedad y Estado sereflejan clara y curiosamente en nuestro lenguajecorriente. Cuando decimos “ellos”, refiriéndonos alos burócratas que nos gobiernan, “ellos” que gra-van con impuestos, que hacen las guerras, que reali-zan toda serie de cosas en las que la vida de todosnosotros se halla comprometida, expresamos un sen-timiento de impotencia, de enajenación del Estado;pero somos asimismo conscientes de que sin el Esta-do no habría vida social, desarrollo social ni histo-ria. La dificultad en distinguir la apariencia de la rea-lidad estriba en esto: la burocracia desempeña cier-tas funciones que son obviamente necesarias e in-dispensables para la vida social; sin embargo, tam-bién desempeña funciones que teoréticamente pue-den calificarse de superfluas.Los aspectos contradictorios de la burocracia hanconducido, por supuesto, a dos concepciones filosó-ficas, históricas y sociológicas del problema, con-tradictorias y diametralmente opuestas. Aparte demuchos matices intermedios se dan tradicionalmen-te dos enfoques básicos sobre la cuestión de la buro-cracia y el Estado: el burocrático y el anarquista. Re-cordarán ustedes que a los Webbs(1) les gustaba di-vidir a la gente en aquellos que apreciaban los pro-blemas políticos desde un punto de vista burocráti-

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co, o anarquista. Lo cual es, desde luego una simpli-ficación, aunque sin embargo hay razones que abo-nan esta división. El enfoque burocrático ha tenidosus grandes filósofos, sus grandes profetas y sus so-ciólogos célebres. Con toda probabilidad el mayorapologista filosófico del Estado fue Hegel, así comoel mayor apoloIogista sociológico del Estado fue MaxWeber.No cabe duda de que la vieja Prusia fue el paraíso dela burocracia y que, por consiguiente, no es algo pu-ramente accidental el que los mayores apologistasdel Estado y la burocracia procedieran de Prusia. Dehecho, Hegel y Weber, cada cual a su manera y aniveles distintos de pensamiento teorético, son losmetafísicos de la burocracia prusiana que generali-zan partiendo de la experiencia de dicha burocraciaprusiana y proyectan esa experiencia sobre la esce-na de la historia mundial. Por tanto, es necesario te-ner presente los postulados básicos de esta escuelade pensamiento. Para Hegel el Estado y la burocra-cia eran ambos el reflejo y la realidad de la idea moral,esto es, el reflejo y la realidad de la razón suprema,la realidad del Weltgeist, la manifestación de Diosen la historia: Max Weber, que en cierto modo es undescendiente, un nieto de Hegel (un nieto pigmeoquizás) incluyó la misma idea en el catálogo típica-mente prusiano de las virtudes de Ia burocracia.“Precisión, rapidez, claridad, conocimiento del ex-pediente, continuidad, reserva, unidad, subordinaciónestricta, reducción de fricciones y de costos materia-les y personales esas se consiguen al punto óptimoen la administración estrictamente burocrática, es-pecialmente en su forma monocrática... la burocra-cia se atiene también al principio “sine ira acstudio”(2)Acaso esas palabras no pudieran escribirse más queen Prusia. Naturalmente, esta lista de y virtudes pue-de muy fácilmente anularse con una lista semejantede vicios. Pero lo más sorprendente y, en cierto sen-tido, inquietante, es a mi entender que a Max Weberse le ha convertido recientemente en el faro intelec-tual de gran parte de la sociología occidental. (Enuna polémica, sostenida con el profesor RaymondAron, el reproche más grave que me hizo fue el deque escribo y hablo “como si Max Weber jamás hu-biese existido”). Me hallo totalmente dispuesto a admitir que proba-blemente nadie haya estudiado tan profundamentecomo Max Weber las minucias de la burocracia. Escierto que confeccionó un catálogo con las distintaspeculiaridades de su desarrollo pero no logró enten-der plenamente su significado Todos sabemos el ras-go característico de esa vieja escuela alemana, lasedicente escuela histórica del derecho, que podíaelaborar sobre un asunto cualquiera la industria bu-rocrática incluida un volumen tras otro, pero que en

raras ocasiones sabía observar el curso principal desu desarrollo.En el otro extremo tenemos la concepción anarquis-ta de la burocracia y del Estado, con sus represen-tantes más ilustres -Proudhon, Bakunin y Kropotkin-y con sus varias corrientes secundarias, liberal yanarco liberales de distintos matices. Bien, cuandose mira de cerca a esta escuela se ve que representala rebelión intelectual de la vieja Francia de la bur-guesía y de la vieja Rusia de los mujiks, contra susburocracias. Esta escuela de pensamiento se espe-cializa, por descontado, en elaborar catálogos de losvicios burocráticos. El Estado y la burocracia se con-sideran los eternos usurpadores de la historia. ElEstado y la burocracia se consideran como la encar-nación misma de todo mal de la sociedad, el mal queno puede erradicarse más que mediante la abolicióndel Estado y la destrucción de toda burocracia. Cuan-do Kropotkin deseaba mostrar la profundidad de lacorrupción moral de la Revolución francesa, expli-caba cómo Robespierre, Danton, los jacobinos y loshebertistas se pasaron de revolucionarios a hombresde Estado. A sus ojos, lo que viciaba la revoluciónera la burocracia y el Estado.En realidad, cada uno de esos enfoques encierra unaparte de verdad porque en la práctica el Estado y laburocracia han sido los Jekyll y Hyde de la civiliza-ción humana. Tanto uno como otra representaban enverdad las virtudes y los vicios de la sociedad huma-na y su desarrollo histórico en forma más abierta ydecidida que ninguna otra institución. Estado y bu-rocracia concentran en sí mismos esta dualidad ca-racterística de nuestra civilización; hasta el momen-to, cada progreso conseguido se ha visto rematadopor un retroceso; cada avance obtenido por el hom-bre ha sido comprado al precio de una regresión; cadadespliegue de energía humana creadora ha sido pa-gado con la mutilación o la atrofia de alguna otrafacultad creadora. Considero que esta dualidad se hapuesto claramente de manifiesto en el desarrollo dela burocracia de todos los regímenes sociales y polí-ticos.Las raíces de la burocracia son ciertamente tan vie-jas como nuestra civilización, o incluso más viejastodavía, pues se hallan enterradas en la frontera en-tre la tribu comunista primitiva y la sociedad civili-zada. Es ahí en donde encontramos el más remotoaunque muy distante antecedente de las masivas, ela-boradas y burocráticas máquinas de nuestra época.Ellas se manifiestan en el preciso instante en que lacomunidad primitiva se divide en conductores y con-ducidos, organizadores y organizados, directores ydirigidos. Cuando la tribu o el clan empiezan a darsecuenta de que la división del trabajo aumenta el do-minio del hombre sobre la naturaleza y su capacidadpara hacer frente a sus necesidades, descubrimos

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entonces los primeros gérmenes de burocracia quese convierten asimismo en el más temprano preludiode una sociedad clasista.La división del trabajo comienza con el proceso deproducción que también trae consigo la primera je-rarquía de funciones. Es aquí donde tenemos la pri-mera muestra del abismo que estaba a punto de abrir-se en el curso de la civilización entre el trabajo men-tal y el trabajo manual. El organizador del primerproceso elemental de cuidado del ganado pudo ha-ber sido el antecesor del mandarín, del sacerdoteegipcio, o del moderno burócrata capitalista. La fun-damental división entre músculo y cerebro trajo con-sigo las muchas otras subdivisiones entre agricultu-ra y pesca, o comercio y artesanía o navegación. Ladivisión de la sociedad en clases se produjo en elcurso del fundamental proceso de desarrollo históri-co. En la sociedad, desde los albores de la civiliza-ción hasta nuestros días, la división básica no ha sidotanto la existente entre el administrador y el obrero,como entre el propietario y el hombre sin propiedady esta división absorbía o dominaba a la primera. Laadministración ha estado subordinada en la mayoríade las épocas a los dueños de la propiedad, a las cla-ses poseedoras.A grandes rasgos, se podrían clasificar los varios ti-pos de relaciones entre la burocracia y las clasessociales fundamentales: el primero podría denomi-narse tipo egipcio chino; a continuación viene el ro-mano bizantino, con su ramificación de una jerar-quía eclesiástica en la iglesia romana; tenemos lue-go el tipo de burocracia capitalista de Europa occi-dental; el cuarto sería el tipo post capitalista. En lostres primeros tipos, y especialmente en la sociedadfeudal y esclavista, el administrador está completa-mente subordinado al propietario, tanto más cuantoque en Atenas, Roma y Egipto se acostumbraba areclutar la burocracia entre los esclavos. En Atenasla primera fuerza de policía se reclutó entre los es-clavos porque se consideraba que era indigno de unhombre libre privar a otro hombre libre de su liber-tad. ¡Encomiable instinto! Nos hallamos aquí ante lacasi ingenuamente más chocante expresión de la de-pendencia del burócrata respecto del dueño de la pro-piedad: el burócrata es el esclavo porque la burocra-cia es la esclava de la clase poseedora.Dentro del orden feudal, la burocracia se halla más omenos eclipsada debido a que los administradores, oproceden directamente de la clase feudal, o son ab-sorbidos por esa clase. La jerarquía social está, porasí decir, incrustada en el orden feudal, y no hay ne-cesidad de una máquina jerárquica especial para di-rigir los asuntos públicos y disciplinar a las masasdesprovistas de propiedad.Luego, mucho después, la burocracia adquiere unstatus mucho más respetable y sus agentes se con-

vierten en “libres “ asalariados de los dueños de lapropiedad. A continuación pretende alzarse por en-cima de las clases poseedoras y ciertamente de todaslas clases sociales. Y en algunos aspectos y hastacierto punto, la burocracia consigue en verdad estesupremo status. La gran separación entre la maqui-naria del Estado y las demás clases aparece, natural-mente, con el capitalismo, en donde ya no existe Iaprimitiva jerarquía y dependencia del hombre res-pecto del otro hombre claramente delimitatada, tancaracterística de la sociedad feudal. “Todos los hom-bres son iguales”: la ficción burguesa de la igualdadante la ley hace esencial que deba funcionar un apa-rato de poder, una maquinaria estatal organizada conarreglo a una estricta jerarquía. Al igual que la jerar-quía del poder económico sobre el mercado, la buro-cracia, en cuanto jerarquía política, debería ver quela sociedad no presenta la apariencia de igualdad queoficialmente pretende tener en tanta estima. Surgeahí una jerarquía de órdenes, intereses, capas admi-nistrativas, que perpetúan la ficción de la igualdad,y no obstante refuerzan la desigualdad.¿Qué es lo que caracteriza a la burocracia en esteestadio? En primer término la estructura jerárquica;a continuación el carácter aparentementeautosuficiente del aparato de poder incluido en ella.El enorme alcance, extensión y complejidad de nues-tra vida social, se nos dice, hacen cada vez más difí-cil la dirección de la sociedad; sólo diestros especia-listas que poseen los secretos de la administraciónson capaces de desempeñar las funcionesorganizativas.No, en verdad no nos hallamos muy lejos todavíadel tiempo en que el sacerdote egipcio custodiabalos secretos que le conferían poder y permitían quela sociedad creyera que sólo él, el inspirado por ladivinidad, podía estar al frente de los asuntos huma-nos. La arrogante burocracia, con su jergamixtificadora que en muy gran medida constituye lacausa de su prestigio social, no está al fin y al cabodemasiado alejada del sacerdocio egipcio y sus má-gicos secretos. (A propósito, ¿no está también muypróxima a la burocracia estalinista con su obsesivohermetismo?).Muchas décadas antes de Max Weber, que se sintiótan impresionado por la esotérica sabiduría de laburocracia, Engels veía las cosas bajo un prisma másrealista y objetivo:“El Estado -dice-, no es en modo alguno un poderimpuesto a la sociedad desde fuera... Antes bien, esel producto de la sociedad en determinado estadiode desarrollo. Es el reconocimiento de que esta so-ciedad se halla inmersa en una contradicción paraella insoluble, de que ha llegado a dividirse en con-tradicciones irreconciliables... A fin de que ... las cla-ses con intereses económicos opuestos no se desgas-

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ten a sí mismas ni a la sociedad en estéril lucha, seha hecho necesario un poder que se sitúe en aparien-cia por encima de la sociedad, que domine el con-flicto y lo mantenga dentro de los límites del orden.Ese poder, que surge de la sociedad, pero que se si-túa por encima de ella y se vuelve cada vez más aje-no a ella, es el Estado”.Al fin y al cabo, podemos añadir nosotros, incluso elEstado de bienestar es sólo el poder que surge de lasociedad, pero que se sitúa por encima de ella y sevuelve cada vez más ajeno a ella. EngeIs continúadiciendo:“Los funcionarios, hallándose como órganos de lasociedad, en posesión de la fuerza y el poder públi-cos y del derecho de imponer tributos, se sitúan, acontinuación, por encima de la sociedad.”Engels describe el proceso del surgimiento del Esta-do a partir de la comunidad primitiva.“Ellos (los funcionarios) no se contentan con la librey espontánea consideración con que se obsequiaba alos órganos de la comunidad tribal... Poseedores deun poder ajeno a la sociedad, hubo de colocárselesen una posición de reverencia mediante leyes espe-ciales que les aseguraran el disfrute de una aureola einmunidad sociales” (3)Empero, de nada sirve enojarse por el fenómeno dela burocracia: su fuerza es únicamente el reflejo dela fragilidad de la sociedad, que reside en la separa-ción existente entre una amplia mayoría de trabaja-dores manuales y una reducida minoría que se espe-cializa en el trabajo mental. El pauperismo intelec-tual del que todavía no se ha emancipado nación al-guna reposa sobre las raíces de la burocracia. De esasraíces han nacido otras excrecencias, pero las raícesse han mantenido dentro del capitalismo y el capita-lismo del bienestar e incluso han sobrevivido en lasociedad postcapitalista.

-II-

Quería iniciar esta segunda conferencia volviendo auna definición más rigurosa del objeto de nuestradiscusión. No me interesa la historia general de laburocracia, ni deseo brindar un panorama de las va-riedades y modalidades del dominio burocrático quela historia muestra. El centro de mi atención es elsiguiente: ¿Cuáles son los factores que han sido res-ponsables históricamente del poder político de laburocracia? ¿Qué factores favorecen la supremacíapolítica sobre la sociedad, de la burocracia? ¿Por qué,hasta el presente, ninguna revolución ha logrado des-articular y acabar con el poder de la burocracia? Aldía siguiente de cada revolución, independientementede su carácter y del ancIen régime que la haya prece-dido, surge una nueva maquinaria estatal, cual fénix

de las cenizas.En mi primera conferencia señalaba con un énfasisun tanto extremado el perpetuo factor que opera enfavor de la burocracia, a saber, la división del traba-jo en trabajo intelectual y trabajo manual, el fosoexistente entre organizadores y organizados. En rea-lidad, esta contraposición es el preludio de la socie-dad clasista; pero en el subsiguiente desarrollo so-cial, ese preludio parece como si quedara soterradopor la división más fundamental entre el propietariode esclavos y el esclavo, el señor feudal y el siervo,entre el propietario y el carente de propiedad.La considerable influencia de la burocracia, en cuantogrupo social distinto e independiente, se produjo sólocon el desarrollo del capitalismo y ello ocurrió asípor una serie de razones económicas y políticas. Loque favoreció la expansión de la burocracia moder-na fue la economía de mercado, la economía mone-taria y la continua y cada vez más honda división deltrabajo, de la cual el capitalismo no es sino un resul-tado. En tanto el empleado del Estado era un recau-dador del campo, o un señor feudal, o un auxiliar delseñor feudal, el burócrata todavía no era burócrata.El recaudador del siglo dieciséis, diecisiete o diecio-cho tenía algo de empresario, o era un sirviente delseñor feudal o miembro de su séquito. La configura-ción de la burocracia como grupo distinto sólo sehizo posible con la extensión y universalización deuna economía monetaria, en la que cada empleadode Estado recibe su salario dinerariamente.El crecimiento de la burocracia halló un nuevo esti-mulo en la desaparición de los particularismos feu-dales y en la formación de un mercado a escala na-cional. La burocracia nacional solo podía hacer suaparición sobre la base de un mercado nacional. Ensí mismas, esas causas económicas generales del cre-cimiento de la burocracia sólo aclaran cómo se hizoposible la burocracia en su forma moderna, pero noalcanzan a explicar por qué se ha desarrollado y porqué ha adquirido su importancia política bajo deter-minadas circunstancias históricas. Para hallar unarespuesta a esas cuestiones no hay que buscarla encambios económicos, sino en estructuras socio polí-ticas. Así, por ejemplo, tenemos el caso curioso deque Inglaterra, el país del capitalismo clásico, fue elmenos burocrático de todos los países capitalistas,mientras que Alemania, el país capitalista subdesa-rrollado hasta el último cuarto del siglo diecinueve,fue el más burocratizado. Francia, que ocupaba unaposición intermedia, ocupaba asimismo una posiciónintermedia respecto al poderío de la burocracia den-tro de la vida política.Si hubiese que buscar ciertas reglas generales acer-ca del ascenso y declive de la influencia burocráticaen la sociedad capitalista, nos encontraríamos conque el poder político de la burocracia bajo el capita-

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lismo ha estado siempre en proporción inversa a lamadurez, el vigor y la capacidad para la autonomíade los estratos que constituyen una sociedad burgue-sa dada. Por otra parte, cuando en las sociedadesburguesas altamente desarrolladas las luchas socia-les han llegado a una especie de callejón sin salida,cuando las clases contendientes han cejado como sise sintiesen postradas tras una serie de luchas socia-les y políticas agotadoras, la jefatura política pasaentonces casi automáticamente a manos de una bu-rocracia.En tales situaciones la burocracia no sólo se consti-tuye en el aparato regulador del funcionamiento delEstado, sino también en el poder que impone suvoluntad política a la sociedad. La verdadera cunade la burocracia moderna fue, por supuesto, la mo-narquía absoluta preburguesa -los Tudor en este país,los Borbones en Francia y los Hohenzollern enPrusia-, la monarquía que mantenía el precario equi-librio entre un feudalismo decadente y un capitalis-mo en ascenso. El feudalismo era ya demasiado dé-bil para mantener su supremacía, el capitalismo to-davía era demasiado débil para imponer su dominio;una estasis en la lucha de clases, como se produjoentre el feudalismo y el capitalismo, permitió actuara la monarquía absoluta como mediador entre los doscampos opuestos.Cuanto más fuerte era la oposición entre Ios intere-ses feudales y burgueses y más irresolubles el con-flicto entre ambos, más campo se abría allí a la buro-cracia de la monarquía absoluta para desempeñar elpapel de árbitro. Dicho sea de paso, Inglaterra (yasimismo los Estados Unidos), fue el menos buro-crático de los países capitalistas precisamente por-que muy pronto, históricamente, ese antagonismoentre feudales y capitalistas quedó resuelto con lafusión gradual de los intereses feudales y capitalis-tas. Los notables feudo burgueses, las grandes fami-lias aristocráticas inglesas, asumieron algunas de lasfunciones que en el Continente desempeñaba la bu-rocracia. En cierto sentido, los elementos feudalesembourgeoisés administraron el Estado sin conver-tirse en un grupo social distinto e independiente.También la historia de los Estados Unidos se vio li-bre de esa rivalidad entre intereses feudales y capi-talistas, rivalidad que sirvió de estímulo para el cre-cimiento de la burocracia.Un caso completamente distinto y particular lo cons-tituyó Rusia, donde el gran poder del Estado y laburocracia dimanaban del subdesarrollo de ambosestratos sociales: ni el elemento feudal ni la burgue-sía fueron nunca suficientemente fuertes para dirigirlos asuntos del Estado. Fue el Estado quien, cual eldemiurgo, creaba las clases sociales, unas veces in-fluyendo en su formación y expansión, otras vecesinterponiéndose en su camino y desbaratándolas. De

esta forma su burocracia no sólo se convirtió en ár-bitro, sino también en manipulador de todas las cla-ses sociales.Si hubiere de dar un subtítulo a mis observacionesposteriores, probablemente fuese uno muy general:sobre la burocracia y la revolución. Llegados a estepunto, me gustaría aclarar una confusión, y temoque en el curso de ello chocaré con varias de las es-cuelas históricas existentes. Como ello es algo in-evitable, plantearé el problema en su forma más au-daz: ¿fue la revolución puritana inglesa una revolu-ción burguesa? ¿Fue la gran revolución francesa decarácter burgués? Al frente de los batallones suble-vados no había banqueros, comerciantes niarmadores. Quienes estaban en primera línea de labatalla eran los sans culottes, la plebe, los pobres dela ciudad, las clases medias más bajas. ¿Qué consi-guieron? Bajo la jefatura de los hidalgos campesi-nos (en Inglaterra), y abogados, médicos y periodis-tas (Francia), abolieron la monarquía absolutista ysu burocracia cortesana y se deshicieron de las insti-tuciones feudales que obstaculizaban el crecimientode las relaciones de propiedad burguesa. La burgue-sía había llegado a ser lo bastante fuerte y conscien-te de su poder como para aspirar a la autodetermina-ción política. No quería aceptar por más tiempo latutela ni los dictados de la monarquía absolutista;quería gobernar la sociedad por sí misma. En el cur-so de la revolución, la burguesía fue impulsada ha-cia adelante por las masas plebeyas y al día siguien-te la burguesía intentó dirigir la sociedad por sí mis-ma, sin límite alguno.El proceso de la revolución, con todas sus crisis yantagonismos, con el constante trasiegue de poderdesde las alas más conservadoras a las más radicalese incluso utópicas del campo revolucionario, llevó auna nueva situación política de estancamiento entrelas nuevas clases incorporadas a la escena: las ma-sas plebeyas, los sans culottes, los pobres de la ciu-dad, están cansados y agotados; pero la burguesíavictoriosa, ahora la clase dominante, también se ha-lla dividida internamente, fragmentada, exhausta trasla lucha revolucionaria, e incapaz de gobernar la so-ciedad. De aquí que en las postrimerías de la revolu-ción burguesa observemos la aparición de una nue-va burocracia de carácter un tanto distinto: vemosuna dictadura militar que exteriormente casi parecela continuadora de la monarquía absolutistaprerrevolucionaria o incluso una versión todavía peor.El régimen prerrevolucionario contaba con su ma-quinaria estatal centralizada: una burocracia nacio-nal. La primera demanda de la revolución fue la des-centralización de esta maquinaria Con todo, esta cen-tralización no había derivado de las malas intencio-nes del gobernante, sino que reflejaba la evoluciónde la economía que requería un mercado nacional y

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este “terreno abonado nacional”, por así decirlo, nu-trió las fuerzas burguesas que a su vez promovieronla revolución. Las postrimerías de la revolución aca-rrearon un remozamiento de la centralización. Asíocurrió bajo Cromwell y así fue bajo Napoleón. Elproceso de centralización y unificación nacional yel nacimiento de una nueva burocracia fue tan asom-broso que Tocqueville, por ejemplo, vio en ello nadamenos que la continuación de la tradiciónprerrevolucionaria. Argüía que lo que la revoluciónfrancesa había hecho fue avanzar en la obra delancien régime y, de no haberse producido la revolu-ción, esta corriente habría seguido igualmente sucurso. Este era el argumento de un hombre que teníasus ojos puestos exclusivamente en el aspecto polí-tico del desarrollo, e ignoraba por completo su tras-fondo social ysus causas sociales más hondas viendo la forma perono la textura ni el color de la sociedad.La centralización política continuó como siempredespués de la revolución, aunque la naturaleza de laburocracia había cambiado total y absolutamente. Enlugar de la burocracia palaciega del ancien régime,Francia tenía ahora la burocracia burguesa extraídade los diferentes niveles sociales. La burocracia bur-guesa establecida en tiempos de Napoleón sobrevi-vió a la restauración y halló al cabo, su jefe naturalen el Rey Ciudadano.La fase siguiente en que advertimos otro avance dela burocracia y un nuevo fomento de las tendenciascentralistas del Estado, tiene nuevamente lugar enun momento de parálisis política de todas las clasessociales. En 1848 hallamos una situación en la queuna vez más se hallan opuestos entre sí diferentesintereses de clase; en esta ocasión se trata del interésde la burguesía establecida y el del proletariado na-ciente. Hasta el día de hoy, nadie ha descrito esteproceso de mutuo agotamiento mejor que Karl Marx,particularmente en El 18 Brumario. El demostró asi-mismo cómo la postración de todas las clases socia-les aseguró el triunfo de la burocracia, o mejor, de sufuerza militar, bajo Napoleón III. A la sazón, estasituación no sólo era peculiar de Francia, sino asi-mismo de Alemania especialmente de Prusia-, endonde el callejón sin salida ofrecía múltiples varian-tes: los intereses feudales y semifeudales de losJunkers, la burguesía y la nueva clase obrera. Elloabocó en Prusia al imperio y dictadura de la buro-cracia de Bismarck. (Incidentalmente, Marx y Engelsdefinieron al gobierno de Bismarck como un régi-men bonapartista, aunque en Bismarck había apa-rentemente, desde luego, muy poco, o nada, deBonaparte).

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Tengo bien presente que en razón de lo vasto deltema, no puedo ir más allá de indicar en esquema lospuntos principales que precisan de posterior elabo-ración. Quizá debiera avisarles de que no voy a tra-tar del socialismo reformista y la burocracia. Este,aun a pesar de su importancia política especialmen-te en este país, presenta desde mi punto de vista uninterés teorético muy limitado. A mi entender cons-tituye un capítulo de la rúbrica “Capitalismo y buro-cracia”. El grueso de la economía continúa siendocapitalista, aunque esté nacionalizado el 15 o hastael 25 por ciento de la industria, y en este caso lacantidad decide también la cualidad. Todo el ambien-te de la vida social es capitalista, y un espíritu buro-crático capitalista impregna todas las industrias in-cluyendo las nacionalizadas. Oímos un montón dequejas sobre “la burocracia en los ferrocarriles”, oen las minas de carbón. Durante la reciente huelga,se nos presentó por la televisión a varios ferrovia-rios que nos informaban de que “las cosas no son yacomo antes”; antes de la nacionalización de los fe-rrocarriles podían mantener una relación más perso-nal entre ellos y sus empresarios, mientras que ahorala industria se ha hecho tan anónima que no existevínculo entre los trabajadores y esta gran empresade alcance nacional. Este “vínculo personal” era,desde luego, una fantasía de la imaginación de losobreros. ¿Qué tipo de relación personal había en-tonces entre un guardagujas y uno u otro de los amosde las cinco gigantescas compañías de ferrocarriles?Pero políticamente era importante que este ferrovia-rio creyera realmente que en los Ferrocarriles Occi-dentales, del Sur, o del Centro, era algo más que unsimple diente del engranaje: ahora se sentía aliena-do dentro de esta gran entidad en la que tenía queencajar, y para la que tenía que trabajar. Y esta “alie-nación”, dentro de lo que cabe, es un problema co-mún a todo tipo de cuerpos burocráticos, indepen-dientemente de cual sea su medio social, y yo seríael último en negar que hay ciertos rasgos comunesentre la burocracia de un sistema capitalista y unopostcapitalista.Ahora quisiera referirme a aquellos problemas espe-cíficos de la burocracia que se promueven en unaindustria plenamente nacionalizada tras una revolu-ción socialista, bajo un régimen que, al menos ensus orígenes es, en todos los sentidos, una dictaduraproletaria. Evidentemente este problema afecta a untercio del mundo, así que es lo suficientemente gra-ve y estoy muy seguro de que muchos de ustedesverán todavía cómo llegará a adquirir validez al me-nos en dos tercios de la Tierra.Una de las observaciones que se me ocurrían cuandoexaminaba algunas de las obras marxistas clásicas

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sobre la burocracia, era con cuánto optimismo in-cluso podría decirse con cuánta alegría lo enfoca-ban, al menos relativamente, los marxistas. Por nodarles más que un ejemplo, Karl Kautsky se pregun-tó a sí mismo en una ocasión si la sociedad socialistase veía amenazada por todas las lacras de la burocra-cia. Recordarán ustedes, si han leído Los fundamen-tos del cristianismo, que Kautsky discute el procesomediante el que la Iglesia cristiana se vio transfor-mada de una fe de los oprimidos en una gran maqui-naria burocrática imperial. Esta transformación fueposible dentro del ambiente de una sociedad que vi-vía del trabajo esclavista. Los esclavos de la anti-güedad, desprovistos de toda conciencia activa declase, estaban llamados a convertirse en esclavos dela burocracia. Pero la moderna clase obrera, lo bas-tante madura para derrocar el capitalismo, manteníaKautsky, no permitirá que una burocracia se monte asus lomos. Este no era simplemente un juicio perso-nal de Kautsky, quien durante más de dos décadas,transcurridas entre la muerte de Engels y el estallidode la primera Guerra mundial, fue el portavoz másautorizado del marxismo y considerado como el ver-dadero sucesor de Marx y Engels. El mismo Engels,en varias de sus obras, en especial en el Anti Dürhing,se entregó a una idea que casi descartaba por adelan-tado la posibilidad de una burocracia bajo el socia-lismo: “El proletariado se hace con el poder del Es-tado y en primer lugar transforma los medios de pro-ducción en propiedad del Estado. Pero al procederasí, se pone fin a sí mismo en cuanto proletariado, ypone fin a todos los antagonismo de clase…” (4) Lassociedades anteriores precisaban del Estado comoorganización de la clase explotadora, como mediode mantener sometida a la clase explotada: esclavos,siervos y trabajadores asalariados. Bajo el socialis-mo, cuando el Estado se hace realmente representa-tivo de la sociedad como un todo, se convierte ensuperfluo. Y con el completo desarrollo de las mo-dernas fuerzas productivas, con la abundancia y su-perabundancia de bienes, no habrá necesidad algunade mantener a los hombres y al trabajo en vasallaje.Creo que fue Trotsky quien utilizó una metáfora muyllana pero muy expresiva: el policía puede utilizar laporra para regular el tráfico o para dispersar unamanifestación de huelguistas o parados. En esta sim-ple frase se resume la clásica distinción entre la ad-ministración de las cosas y la administración de loshombres. Si suponemos una sociedad en que no existasupremacía de clase, el papel de la burocracia se re-duce a la administración de las cosas, del procesoproductivo y social, objetivo. No estamos interesa-dos en la eliminación de todas las funciones admi-nistrativas (esto sería absurdo en una sociedad in-dustrial en desarrollo), sino en circunscribir la porradel policía a su verdadera misión, la de despejar los

embotellamientos del tráfico.Cuando Marx y Engels analizaron la experiencia dela Comuna de París, no eran del todo conscientes dela amenaza burocrática que podía sobrevenir en elfuturo, y se veían en apuros para suscribir las medi-das que la Comuna había adoptado para garantizaruna revolución socialista contra el recrudecimientode un poder burocrático. La Comuna, subrayaron,había tomado una serie de precauciones que debie-ran servir de tipo y modelo para futuras transforma-ciones socialistas: la Comuna se eligió a través deelecciones generales y estableció un cuerpo de fun-cionarios electo, cuyos miembros podían ser depues-tos en cualquier momento a petición del electorado.La Comuna abolió el ejército permanente y lo reem-plazó por la milicia popular; asimismo fijó el princi-pio de que ningún funcionario ganaría más que unobrero corriente. Esto debiera haber abolido todoslos privilegios de una clase o grupo burocráticos.La Comuna, en otras palabras, constituyó el ejem-plo de un Estado que había de comenzar a extinguir-se desde el momento mismo de su implantación. Nofue algo casual que, solamente unas pocas semanasantes de la Revolución de Octubre, Lenin realizaraun esfuerzo especial para restaurar esta parte, poraquel entonces casi olvidada, de la enseñanza mar-xista acerca del Estado, del socialismo y la burocra-cia. Lenin expresó su idea del Estado en aquel famo-so aforismo: bajo el socialismo, o incluso en una dic-tadura proletaria, la administración habría de llegara ser tan simplificada que cualquier cocinero seríacapaz de conducir los asuntos del Estado.A la luz de toda la dolorosa experiencia de las últi-mas décadas, no deja de ser bien fácil descubrircuantísimo menospreciaban los representantes delmarxismo clásico el problema de la burocracia. Dosrazones había a mi juicio, para que esto fuera así:Los primeros fundadores de la escuela marxista nun-ca intentaron realmente describir por adelantado lasociedad que emergía tras una revolución socialista.Analizaban la revolución en abstracto, por así decir-lo, de la misma forma en que Marx no analizó enDas Kapital ningún sistema capitalista específico,sino el capitalismo en abstracto, el capitalismo perse; de igual forma pensaron sobre la sociedadpostcapitalista o socialista en abstracto. Si conside-ramos que su análisis lo llevaron a efecto tantísimasdécadas antes del intento efectivo, su método estabacientíficamente justificado. La otra razón es, por asídecirlo, psicológica. En nada les podía ayudar ver larevolución futura bajo el modelo de la mayor expe-riencia revolucionaria de su propia vida: la de 1848.La veían como un proceso en cadena de revolucio-nes europeas, tal como sucedió en 1848, extendién-dose al menos sobre Europa más o menos simultá-neamente. (Aquí estaba aquel germen de la idea de

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revolución permanente, que en este aspecto no fuecreación original de Trotsky, sino que estaba en rea-lidad muy profundamente arraigada en el pensamien-to del marxismo clásico).Una revolución socialista paneuropea habría estadorelativamente segura inmediatamente después de suvictoria. Con muy poca tensión social difícilmentehabría habido ningún conflicto civil, y sin guerrasde intervención no habría habido necesidad de lareimplantación de ejércitos permanentes que son unimportante factor de burocratización. También su-ponían que, al menos en las sociedades altamenteindustrializadas de Europa Occidental, la muy con-siderable proporción de la clase trabajadora consti-tuiría un fuerte apoyo masivo para el gobierno revo-lucionario. Asimismo confiaban en que una vez quela clase trabajadora europea hubiese sido ganada parala revolución, por así decirlo, habría, como quiendice, permanecido fiel y leal a la misma. Esto, unidoa la tradición democrática existente, supondría la mássólida garantía contra cualquier reavivamiento o for-mación de una nueva maquinaria burocrática.Cuando nos sentimos tentados de reprochar a losfundadores de la escuela marxista el menospreciarlos peligros de la burocracia en la sociedadposrevolucionaria, hemos de tener presente la cir-cunstancia de que consideraban como primera con-dición la abundancia de bienes, una condición pre-via y raison d’étre de cualquier revolución socialis-ta. “La posibilidad de asegurar a cada miembro de lasociedad, gracias a la producción social, una exis-tencia que no sólo sea enteramente suficiente desdeun punto de vista material... sino que les garanticeasimismo el ilimitado y completa desarrollo y ejer-cicio de sus facultades físicas y mentales esta posi-bilidad existe ya-, existe ciertamente”, declarabaEngels enfáticamente hace cerca de noventa años enel Anti Dürhing.No es hasta mediados de este siglo cuando nos en-frentamos con algunos intentos de revolución socia-lista en países en donde una producción trágicamen-te insuficiente convierte cualquier existencia mate-rial digna en algo casi imposible.Indudablemente hubo en el marxismo una actitudambivalente respecto al Estado. Por una parte yesto lo tenía el marxismo en común con el anarquis-mo una convicción basada en un análisis históricoextraordinariamente realista de que todas las revolu-ciones se frustran en el momento y hora en que no sedeshacen del Estado; por otra, el convencimiento deque la revolución socialista tiene necesidad de unEstado para su objetivo de aplastar, abatir, el viejosistema capitalista y crear su propia maquinaria delEstado que ejerciera la dictadura proletaria. Pero esamaquinaria no representaría, por primera vez en lahistoria, los intereses de una minoría privilegiada,

sino los de una masa de trabajadores, los verdaderosproductores de la riqueza de la sociedad. “El primeracto en que el Estado aparece realmente como el re-presentante de la sociedad en su conjunto la tomade posesión de los medios de producción es al mis-mo tiempo su último acto independiente en cuantoEstado”(5). Desde ese momento la intromisión delEstado en las relaciones sociales se hace innecesa-ria. El gobierno de las personas queda sustituido porla administración de las cosas. Desaparece la fun-ción política del Estado. Lo que permanece es la di-rección del proceso de producción. El Estado no seráabolido de la noche a la mañana, como los anarquistasimaginan; irá “extinguiéndose” lentamente.La realidad de la revolución rusa fue en todos y cadauno de los aspectos una negación de los supuestosdel marxismo clásico. No se trataba, ciertamente, dela revolución en abstracto, fue bastante real. No si-guió el modelo de 1848, no fue un cataclismopaneuropeo; quedó reducida a un salo país. Ocurrióen una nación en donde el proletariado lo formabauna escasa minoría e incluso esa minoría estabadesintegrada como clase por el proceso de la guerramundial, la revolución y la guerra civil. También setrataba de un país extremadamente atrasado, de unapobreza impresionante, en donde el problema inme-diato al que el gobierno revolucionario hubo de ha-cer frente no fue la construcción del socialismo, sinoel crear las primeras bases para una vida civilizadamoderna. Todo ello desembocó por lo menos en dosfenómenos políticos que llevaron invariablemente alrecrudecimiento de la burocracia.Ya he explicado cómo el predominio político de laburocracia siempre seguía a un estancamiento de lalucha de clases, a un cansancio de todas las clasessociales en el curso de las luchas sociales y políti-cas. Ahora, mutatis mutandis, observamos nuevamen-te después de la revolución rusa idéntica situación.Al principio de los años 1920, todas las clases de lasociedad rusa, -obreros, campesinos, burguesía, te-rratenientes, aristocracia-, estaban destruidas políti-ca, moral e intelectualmente exhaustas. Después detodas las pruebas de una década repleta con una gue-rra mundial, una revolución, guerras civiles y la de-vastación industrial, ninguna clase social es capazde afirmarse. Lo que quedaba era sólo la máquinadel partido bolchevique, que estableció su suprema-cía burocrática sobre la sociedad en su conjunto. Apesar de ello, cela change et ce n’est plus la mémechose: en su conjunto, la sociedad ha sufrido un cam-bio fundamental. El viejo abismo entre los propieta-rios y las masas sin propiedad da lugar a otra divi-sión de naturaleza distinta, pero no menos pernicio-sa y corrosiva: la división entre gobernantes y go-bernados. Más todavía, después de la revolución ad-quiere una fuerza aún mayor que la que tenía cuando

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se hallaba soterrada bajo las distinciones de clase yla discordia de clase. Lo que nuevamente emerge ala superficie es la perenne, la más antigua divisiónentre organizadores y organizados. El preludio a unasociedad aparece como epílogo. Lejos de “extinguir-se”, el Estado posrevolucionario concentra en susmanos un poder mayor del que nunca había tenidoantes. Por primera vez en la historia, la burocraciaaparece omnipotente y omnipresente. Si bajo el sis-tema capitalista vimos que el poder de la burocraciahalla siempre un contrapeso en el poder de las clasespropietarias, aquí no vemos tales restricciones ni ta-les limitaciones. La burocracia es la directora de latotalidad de los recursos de la nación; aparece másindependiente que nunca, separada, colocada real-mente muy por encima de la sociedad. Ciertamente,lejos de extinguirse, el Estado alcanza su apoteosisque adopta la forma de una casi permanente orgía deviolencia burocrática sobre todas las clases de la so-ciedad.Retrocedamos por un momento al análisis marxistade la revolución en abstracto y veamos dónde y dequé forma el cuadro de la Rusia posrevolucionariacontradice este análisis. De haber existido una revo-lución europea en la que las mayorías proletariashubieran ganado veloz y decisivamente, y ahorradoa sus naciones todos los trastornos sociales y políti-cos y las matanzas de las guerras y las luchas civiles,entonces muy probablemente no habríamos visto esaaterradora apoteosis del Estado ruso. En resumen:parece que los pensadores y teóricos del siglo dieci-nueve tendían a acortar determinados estadios de lafutura evolución del capitalismo al socialismo. Loque el marxismo clásico “enchufó uno en otro” fuela revolución y el-socialismo, como si dijéramos,mientras que entre la revolución y el socialismo eranecesario situar un terriblemente largo y complica-do periodo de transición. Incluso bajo las mejorescircunstancias, ese período habría estado caracteri-zado por una inevitable tensión entre el burócrata yel trabajador. Sin embargo, una cierta prognosis deesa tensión podemos hallarla en el marxismo. En sufamosa Crítica del programa de Gotha, Marx y Engelsse refieren a dos fases del comunismo, la inferior yla superior. En la inferior todavía prevalece el “es-trecho horizonte de los derechos burgueses” con sudesigualdad y sus amplias diferencias de ingresospersonales. Obviamente, si según Marx la sociedadbajo el socialismo necesita todavía asegurar el com-pleto desarrollo de sus fuerzas productivas hasta quese cree una verdadera economía de riqueza y abun-dancia, entonces tiene que recompensar la destrezay ofrecer incentivos. El burócrata es hasta cierto pun-to el obrero especializado y no existe duda alguna deque se situará en el lado privilegiado de la escala.La división entre organizadores y organizados ad-

quiere más o menos importancia precisamente por-que, al haber pasado los medios de producción de lapropiedad privada a la pública, Ia responsabilidadde la administración de la economía nacional des-cansa ahora sobre los organizadores. La nueva so-ciedad no se ha desarrollado a partir de bases pro-pias, sino que surge del capitalismo y todavía osten-ta todas las características de dicha procedencia. Noestá todavía madura económica, moral ni intelectual-mente para retribuir a cada cual según sus necesida-des, y mientras cada cual tenga que ser pagado se-gún su trabajo, la burocracia seguirá siendo el grupoprivilegiado. Cualquiera que sea la terminologíapseudomarxista de los actuales dirigentes rusos, lasociedad rusa dista todavía mucho hoy de ser socia-lista y realmente sólo ha dado el primer paso por lavía de la transición del capitalismo al socialismo. Latensión entre el burócrata y el trabajador, estáenraizada en las diferencias entre el trabajo mental yel manual. Sencillamente, no es cierto que el Estadoruso de hoy pueda ser dirigido por cualquier cocine-ro (aunque todo tipo de cocineros intenten hacerlo).En la práctica se reveló imposible implantar y man-tener el principio proclamado por la Comuna de Pa-rís que sirvió a Marx como garantía contra el creci-miento de la burocracia, el principio ensalzado porLenin en la víspera de octubre, según el cual el fun-cionario no debería ganar más del salario de un tra-bajador cualquiera. Este principio implicaba una so-ciedad verdaderamente igualitaria; y aquí viene par-te de una importante contradicción en el pensamien-to de Marx y sus discípulos. Evidentemente, el argu-mento de que ningún empleado del Estado, sea cualfuere la categoría de su función, no debe ganar másque un trabajador corriente, no puede avenirse conel otro argumento de que en una fase más tempranadel socialismo, que todavía lleva el sello de los “de-rechos burgueses”, sería utópico esperar la “igual-dad de distribución”. En el Estado rusopostrevolucionario, su pobreza y el insuficiente de-sarrollo de las fuerzas productivas, la lucha por lasrecompensas hubo de ser cruel y feroz y, dado que laabolición del capitalismo estaba inspirada por unansia de igualitarismo, la desigualdad resultó inclu-so más exasperante y curiosa. Se trataba también dedesigualdad en un nivel de existencia abismalmentebajo, o mejor dicho, de desigualdad por debajo delnivel de mera subsistencia.Parte de la teoría marxista de la extinción del Estadose basaba en un cierto equilibrio entre su organiza-ción centralista y el universal elemento de descen-tralización. El Estado socialista tenía que ser un Es-tado de comunas elegidas, consejos municipales lo-cales, gobiernos locales y gobiernos autónomos,aunque todos habían de formar un organismo unifi-cado necesario para un modo racional nacionalizado

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de producción. Esta concepción presuponía tambiénuna sociedad altamente desarrollada, lo que a comien-zos de la centuria no era el caso de Rusia.Durante el desarrollo de la sociedad postcapitalista,la tensión entre el trabajador y el burócrata puedemostrar algunos elementos sustancialmente creado-res. El trabajador y el burócrata son igualmente ne-cesarios para la transición al socialismo. Mientraslas masas trabajadoras se hallan todavía en ese esta-do de pauperismo intelectual que han conllevado si-glos de opresión e incultura, la dirección del proce-so de producción debe corresponder al servidor delEstado. Por otra parte, en una sociedad verdadera-mente postcapitalista la clase social fundamental laforman los trabajadores, y el socialismo es un asun-to de trabajadores y no de burócratas. El equilibriodinámico entre el funcionario y el trabajador encuen-tra su paralelo en la autoridad del Estado y en el con-trol del Estado por parte de las masas. Esto asegura-rá asimismo el necesario equilibrio entre el princi-pio de centralización y el de descentralización. Loque hemos observado en Rusia ha sido un total des-equilibrio. Como resultado de las circunstancias his-tóricas objetivas y de los intereses subjetivos, la ba-lanza se inclinó pesada, decisiva, absolutamente dellado de la burocracia. Lo que hemos visto en Hun-gría y Polonia en 1956 fue una reacción contra esteestado estalinista de cosas, con una oscilación ex-trema del péndulo en la otra dirección y el apasiona-do, violento e irracional levantamiento de los obre-ros contra el despotismo burocrático, un levantamien-to sin duda justificado por todas sus experiencias einjusticias, pero un levantamiento cuyas consecuen-cias llevaban de nuevo a un grave y peligroso des-equilibrio. ¿Cómo veo, pues, las perspectivas y cómoveo la posterior evolución de esa tensión entre elobrero y el burócrata?He indicado antes todos los defectos de perspectivahistórica de la concepción marxista clásica de la bu-rocracia. Sin embargo, considero que básica y fun-damentalmente esta concepción ayuda a habérselascon el problema de la burocracia mucho mejor quecualquier otra a la que me haya referido.La pregunta que he de responder aquí es esta: ¿se haconstituido la burocracia, cuya apoteosis tras la re-volución he descrito, en una nueva clase? ¿Puedeperpetuarse como una minoría privilegiada? ¿Perpe-túa la desigualdad social? Antes de seguir adelanteme gustaría atraer su atención sobre un hecho muyobvio e importante, pero frecuentemente olvidado:toda la desigualdad que existe en la Rusia de hoyentre el trabajador y el burócrata es una desigualdadde consumo. Ésta es indudablemente muy importan-te, irritante y dolorosa; sin embargo, con todos losprivilegios que el burócrata defiende brutal y obsti-nadamente, carece del fundamental privilegio de

poseer los medios de producción. Los círculos ofi-ciales todavía dominan la sociedad y la gobiernandespóticamente; sin embargo, carecen de la cohesióny la unidad que los convertirían en una clase inde-pendiente en el sentido marxista del término. Losburócratas gozan de poder y de cierta medida deprosperidad; sin embargo, no pueden legar su pros-peridad y riqueza a sus hijos. No pueden acumularcapital, ni inventarlo en beneficio de sus descendien-tes: no pueden perpetuarse a sí mismos ni a sus deu-dos y amigos.Es cierto que la burocracia soviética domina la so-ciedad económica, política y culturalmente, más cla-ramente y en mayor medida que ninguna clase po-seedora moderna. Sin embargo, también es más vul-nerable. No sólo no puede perpetuarse a sí misma,sino que ha sido incapaz incluso de asegurarse lacontinuidad de su propia posición, la continuidad demando. Bajo Stalin, un destacado grupo de burócra-tas tras otro fue decapitado, un grupo destacado dedirigentes de la industria tras otro fue purgado. Vinoluego Kruschev, quien dispersó el más poderoso cen-tro de esa burocracia; todos los ministerios econó-micos de la capital fueron esparcidos y diseminadospor toda Rusia. Hasta el día de hoy la burocraciasoviética no ha logrado adquirir esa identidad psico-lógica, económica y social que nos permitiría defi-nirla como una nueva clase. Ha sido igual que unaenorme ameba cubriendo la sociedadpostrevolucionaria. Es una ameba que carece de unavertebración social, porque no tiene una configura-ción definida, ni fuerza histórica que entre en escenaal modo en que, digamos, apareció la antigua bur-guesía tras la Revolución francesa.La burocracia soviética está asimismo desgarrada poruna honda e íntima contradicción: domina como re-sultado de la abolición de la propiedad en la indus-tria y la finanza, como resultado de la victoria de losobreros sobre el ancien régime y tiene que rendirhomenaje a esa victoria; tiene que renovar su reco-nocimiento de que dirige la industria y las finanzasen representación de la nación, como representantede los trabajadores. Los directores soviéticos, aunprivilegiados como son, tienen que mantenerse enguardia: conforme un número mayor de obreros re-cibe mayor educación, puede fácilmente llegar elmomento en que los conocimientos, la honradez ycompetencia de los directores quede sometida a unestricto control. Medran gracias a la apatía de lostrabajadores, que hasta el momento les han permiti-do dirigir el Estado en su representación. Pero estaes una posición precaria, una base incomparablemen-te menos estable que la santificada por la tradición,la propiedad y la ley. El conflicto entre el liberadororigen del poder de la burocracia y el uso que hacede ese poder, engendra una tensión constante entre

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“nosotros” los trabajadores, y “ellos”, la jerarquíapolítica y directorial.También existe otra razón para la falta de estabili-dad y cohesión del grupo “managerial”, independien-te de lo privilegiado que haya llegado a ser. Durantelas últimas décadas la burocracia soviética ha estadoen un proceso permanente de asombrosa expansión.Millones de personas de la clase obrera y en menorgrado del campesinado entraban a formar parte desus filas. Esta continua expansión actúa en contra dela cristalización de la burocracia, no sólo como cla-se, sino incluso como grupo social coherente. Sé, porsupuesto, que una vez que un hombre de las claseshumildes ha llegado a participar en los privilegiosde la jerarquía, se convierte en burócrata. Esto pue-de que sea así en casos individuales y en la teoríaabstracta, pero en conjunto la “traición a la propiaclase” no es una cosa tan sencilla. Cuando el hijo deun minero o un trabajador se convierte en ingenieroo administrador de una fábrica, no se vuelve de lanoche a la mañana completamente insensible a loque acontece en su ambiente anterior, a la clase tra-bajadora. Todos los análisis muestran convincente-mente que en ningún otro país como en la UniónSoviética existe una movilidad tan rápida de las pro-fesiones manuales a las no manuales y a lo que losamericanos denominan “los estratos de la élite”. Tam-bién debemos advertir que los privilegios de la granmayoría de la burocracia son realmente muy pocoenvidiables. El administrador ruso goza del nivel devida de nuestras clases medias bajas. Incluso los lu-jos de la reducida minoría situada en la cúspide de lapirámide no son particularmente envidiables, en es-pecial si uno considera los riesgos -y todos sabemosya cuán terribles fueron bajo Stalin-. Naturalmente,incluso pequeños privilegios contribuyen a la ten-sión entre el trabajador y el burócrata, pero no debe-ríamos confundir esa tensión con un antagonismo declase, a pesar de ciertas similitudes que sometidas aun detenido examen resultarían ser sólo muy super-ficiales. Lo que observamos en este caso es más bienla hostilidad entre miembros de la misma clase, en-tre digamos un minero especializado y otro sin cua-lificar, entre el maquinista y un ferroviario menosespecializado. Esta hostilidad y esta tensión contie-nen en sí mismas un tremendo antagonismo político,antagonismo que, no obstante, no puede resolversecon cualquier cataclismo de la sociedad. Sólo puederesolverse en primer lugar, con el aumento de la ri-queza nacional, aumento que haría posible satisfa-cer como mínimo las necesidades fundamentales delas más amplias masas de la población. Podría resol-verse con el aumento y mejora de la educación, por-que es la riqueza material e intelectual de la socie-dad la que conduce a la mitigación de la antigua di-visión -la renovada y agudizada división entre orga-

nizadores y organizados. Cuando el organizado yano es el callado, tosco y desvalido mujik, cuando elcocinero no es ya el antiguo pinche, entonces la simaque separa al burócrata del trabajador puede desapa-recer. Lo que persistirá será la división de funciones,no de status social.La antigua previsión marxista de la “extinción” delEstado puede antojársenos singular. Pero no jugue-mos con viejas fórmulas que formaban parte de unlenguaje al que no estamos habituados. Lo que Marxquería decir realmente era que el Estado debía des-pojarse de sus funciones políticas opresivas. Y opi-no que esto sólo llegará a ser posible en una socie-dad basada en los medios de producción nacionali-zados, libres de depresiones y alzas repentinas, librede especulaciones y de especuladores, libre de lasincontrolables fuerzas del antojadizo mercado de laeconomía privada; en una sociedad en que todos losmilagros de la ciencia y la tecnología se destinen ausos pacíficos y constructivos; en que laautomatización de la industria no quede obstaculi-zada por el temor a invertir en un sector y el miedo auna sobreproducción en otro; en que la jornada la-boral sea más corta y el ocio más culto. ( ¡Y comple-tamente distinto a nuestros embrutecedores y comer-cializados entretenimientos de masas!); y, finalmen-te pero no menos decisivo Ia sociedad libre de cul-tos, dogmatismos y ortodoxias; en una sociedad se-mejante, el antagonismo entre trabajo mental y tra-bajo manual desaparecerá, como lo hará la divisiónentre organizadores y organizados. Entonces, y sola-mente entonces, se verá que si la burocracia era undébil preludio de la sociedad clasista, la burocraciacaracterizará el cruel y feroz epílogo -pero al fin yal cabo epílogo de la sociedad clasista.

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NOTAS

(*) Isaac Deutscher nació en Cracovia (Polonia) en1907, de familia judía. En 1926 ingresó en el Parti-do Comunista Polaco. En 1931 creó el primer grupode oposición al estalinismo. Fue expulsado en 1932.Motivo oficial, exagerar el peligro del nazismo. De1942 a 1949 colaboró como periodista en elEconomíst y el Observer, de Londres. Después, seniega a participar en el clima de la Guerra Fría, aban-dona el periodismo y empieza su labor de historia-dor. Murió en 1967 cuando preparaba una biografíade Lenin.

(1) Beatrice (1858 1943) y Sidney (1859 1947) Webb,matrimonio de sociólogos ingleses que ejercieron unagran -influencia en la evolución de la sociedad(2) Max Weber: Essays in Sociotogy, PP. 214 5

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