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3 Alain Badiou EL DESPERTAR DE LA HISTORIA SEGUNDAS 128 paginas
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Badiou despertar 06_12

Jun 28, 2015

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Alain Badiou

EL DESPERTAR DE LA HISTORIA

SEGUNDAS

128 p

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COLECCIÓN CLAVES

Dirigida por Hugo Vezzetti

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Alain Badiou

Ediciones Nueva VisiónBuenos Aires

EL DESPERTAR

DE LA HISTORIA

ALAIN BADIOU

El despertar de la Historia

Traducción de Pablo Betesh

Circunstancias, 6

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© 2012 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189)Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito quemarca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

Toda reproducción total o parcial de estaobra por cualquier sistema –incluyendo elfotocopiado– que no haya sido expresamen-te autorizada por el editor constituye unainfracción a los derechos del autor y seráreprimida con penas de hasta seis años deprisión (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172 delCódigo Penal).

Título del original en francés:

© Armand Colin, Paris, 2007

Badiou, AlainEl despertrar de la Historia - 1ª ed. - Buenos Aires: NuevaVisión, 2012128 p.; 20x13 cm. (Claves)

ISBN 978-950-602-

Traducción de Pablo Betesh

1. Análisis literario. 2. Estudios literarios I. Cardoso, Heber,trad. II. Titulo.CDD 801.95

Traducción de Pablo Betesh

ISBN 978-950-602-582-3

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INTRODUCCIÓN

¿Qué es lo que está pasando? ¿De qué estamos siendotestigos, entre fascinados y devastados? ¿De la conti-nuación, cueste lo que cueste, de un mundo cansado?¿De una crisis benéfica del mundo, que ha caído presade su propia expansión victoriosa? ¿Del advenimientode otro mundo? ¿Qué es lo que nos está ocurriendo,pues, con el cambio de siglo, que no parece tener ningúnnombre claro en ninguna lengua tolerada?

Consultemos a nuestros amos: banqueros discretos,figuras mediáticas, personas inciertas de las grandescomisiones, voceros de la «comunidad internacional»,presidentes atareados, nuevos filósofos, dueños de fá-bricas y de campos, hombres de la Bolsa y de losconsejos de administración, políticos charlatanes de laoposición, personalidades de las ciudades y las provin-cias, economistas del crecimiento, sociólogos de la ciu-dadanía, expertos en crisis de todo tipo, profetas de la«guerra de las civilizaciones», jefes principales de la po-licía, de la justicia y de la «penitenticia», evaluadoresde beneficios, calculadores de rendimientos, editoria-listas mesurados de diarios serios, directores de recur-sos humanos, personas que se consideran a sí mismashadas y magos y a las que habrá que estar atentos de no

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tomarlas por personajes de ficción. ¿Qué están dicien-do todos esos dirigentes, todos esos hacedores de opi-nión, todos esos responsables, todos esos «sátrapas-engañabobos»?1

Todos dicen que el mundo está cambiando a unavelocidad vertiginosa, y que tenemos que adaptarnos aese cambio, so pena de caer en la ruina o de terminarmuertos (lo que, para ellos, es lo mismo), caso contrario,tal como van las cosas, no seremos más que la sombra denosotros mismos. Que debemos comprometernos enér-gicamente en la incesante «modernización» y aceptarsin chistar los inevitables sufrimientos. Dicen que,ante el áspero mundo competitivo que todos los días nosvuelve a desafiar, hay que escalar las pendientes escar-padas de los pasos de la productividad, de la reducciónde los presupuestos, de la innovación tecnológica, de labuena salud de nuestros bancos y de la flexibilizaciónlaboral. Toda competencia es, en su esencia, deportiva:para resumir, lo que tenemos que hacer es formar partede la última escapada de la carrera y ponernos junto alos campeones del momento (un as alemán, un outsidertailandés, un veterano británico, un chino recién llega-do, sin contar con el siempre vigoroso yanqui…) y noquedar jamás rezagados en la cola del pelotón. Para eso,todo el mundo tiene que ponerse a pedalear: moderni-zar, reformar, ¡cambiar! ¿Qué político en campañapuede prescindir de proponer la reforma, el cambio, lanovedad? La pelea entre el oficialismo gubernamentaly la oposición adopta siempre la siguiente forma: lo queel otro dice no es el cambio verdadero. Es un conser-vadurismo apenas retocado. ¡El verdadero cambiosoy yo! Basta con mirarme para que se den cuenta. Yoreformo y modernizo, llueven leyes nuevas todas las

1 «Satrapes-nigauds»: juego de palabras intraducible entre «sá-trapa» y attrape-nigauds, engañabobos (N. del t.).

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semanas, ¡bravo! ¡Rompamos con la rutina! ¡Abajo losarcaísmos!

Entonces cambiemos.Pero de hecho, ¿cambiar qué? Si el cambio debe ser

perpetuo, su dirección, según parece, es constante.Conviene tomar urgentemente todas las medidas nece-sarias que nos impone la coyuntura con el objeto de quelos ricos sigan enriqueciéndose, al tiempo que paganmenos impuestos; que los efectivos de las empresasdisminuyan gracias a una artillería de despidos y deplanes sociales; que todo lo que es público se privaticey contribuya así, por fin, no al bien público (categoríaparticularmente «antieconómica»), sino a la riquezade los ricos y al mantenimiento, por desgracia costoso, delas clases medias que forman el ejército de socorro de losricos en cuestión; que las escuelas, los hospitales, lavivienda, el transporte y las comunicaciones, esos cincopilares de la vida aceptable para todo el mundo, prime-ro se regionalicen (es un paso hacia delante), luego selos ponga en liza (algo crucial), con el objeto de que loslugares y los medios, donde y gracias a los cuales seeducan, se curan, habitan y se transportan los ricos ylos semi ricos, no puedan confundirse con aquellos en losque sudan la gota gorda los pobres y los asimilados; quelos obreros de proveniencia extranjera que viven ytrabajan aquí a menudo desde hace décadas adviertanque sus derechos se ven reducidos a nada, que persi-guen a sus hijos, que se rescinden sus papeles regla-mentarios, y que soporten campañas furiosas en sucontra a favor de la «civilización» y de «nuestros valo-res»; que, en particular las mujeres jóvenes, salgan a lacalle únicamente con la cabeza descubierta, y las de-más también, preocupadas, como deben estarlo, porreafirmar su «laicismo»; que los enfermos mentalessean encerrados en la cárcel de por vida; que se acosen

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los innumerables «privilegios» sociales que engordan alpopulacho; que se monten sangrientas expedicionesmilitares un poco por todas partes, pero sobre todo enÁfrica, para hacer que se respeten los «derechos huma-nos», es decir, los derechos que tienen los poderosos adescuartizar los Estados, a poner en el poder en todaspartes –por medio de una ocupación violenta y de«elecciones» fantasmagóricas– a sirvientes corruptos,quienes entregarán por nada a los susodichos podero-sos la totalidad de los recursos del país. Aquellos que,sean cuales fueren sus razones, e incluso si en el pasadofueron útiles para la «modernización», incluso si fueronsirvientes solícitos, de pronto se opongan al despedaza-miento de su país, al pillaje por parte de los poderososy a los «derechos humanos» que vienen en el mismopaquete, serán llevados ante los tribunales de la mo-dernización y, de ser posible, ahorcados.

Tal es la verdad invariable del «cambio», la actuali-dad de la «reforma», la dimensión concreta de la «mo-dernización». Tal es para nuestros amos la ley delmundo.

Este librito pretende oponer una visión un tantodiferente, que resumiremos acá en tres puntos:

1. Bajo los nombres intercambiables de «moderniza-ción», «reforma», «democracia», «Occidente», «comuni-dad internacional», «derechos humanos», «laicidad», yotros más, no encontramos sino la tentativa históricade una regresión sin precedentes que apunta a que eldesarrollo del capitalismo mundializado y la acción desus sirvientes políticos se ajusten a las normas de sunacimiento: el liberalismo puro y duro de mediados delsiglo XIX, el poder ilimitado de una oligarquía financie-ra e imperial y un parlamentarismo de fachada com-puesto, como decía Marx, por «los apoderados del

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capital». Para llegar a esto, todo lo que había inventadoentre 1860 y 1980 la existencia de las formas organiza-das del movimiento obrero, del comunismo y del socia-lismo auténtico, e impuesto a escala mundial, poniendoasí al capitalismo liberal a la defensiva, debe ser des-piadadamente destruido para dar lugar a la recons-trucción del derecho de los imperialismos: los célebres«valores». Ése es el único contenido de la «moderniza-ción» que se halla en curso.

2. El momento actual en realidad es el del primermomento de una revuelta popular mundial que seopone a esa regresión. Todavía ciega, ingenua, disper-sa, sin un concepto fuerte ni una organización durade-ra, se parece naturalmente a los primeros levanta-mientos obreros del siglo XIX. Propongo, por lo tanto, quedigamos que nos hallamos en el tiempo de las revueltas,a través del cual se denuncia y se conforma un desper-tar de la Historia contra la pura y simple repetición delo peor. Nuestros amos lo saben mejor que nosotros:tiemblan en secreto y refuerzan sus armamentos, tantobajo la forma del arsenal judicial como bajo la de lasavanzadas armadas que se encargan de mantener elorden planetario. Resulta urgente reconstituir o inven-tar las nuestras.

3. Para que este momento no se estanque en episodiosde masa gloriosos pero vencidos, ni en el interminableoportunismo de las organizaciones «representativas»,de los sindicatos corruptos o de los partidos parlamen-tarios, el despertar de la Historia también debe ser eldespertar de la Idea. La única Idea capaz de enfrentar-se a la versión corrompida e inexpresiva de la «demo-cracia» –que se ha convertido en la bandera de loslegionarios del Capital– tanto como a los vaticiniosraciales y nacionales de un pequeño fascismo al que lacrisis le da una oportunidad en el plano local, es la idea

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del Comunismo, revisada y alimentada con lo que nosenseña la vivaz diversidad de las revueltas, por muyprecarias que sean.

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I

EL CAPITALISMO HOY

A menudo se me reprocha, incluso dentro del «campo»de mis posibles amigos políticos, el no tener en cuentaciertas características del capitalismo contemporáneoy no proponer un «análisis marxista». Como consecuen-cia de ello el comunismo sería para mí una idea suspen-dida en el aire, y yo sería un idealista sin anclaje en larealidad. Además, no estaría prestándole debida aten-ción a las sorprendentes mutaciones del capitalismo,mutaciones que permiten que se hable, con un aire decodicia, de un «capitalismo posmoderno».

Antonio Negri, por ejemplo, con motivo de una confe-rencia internacional sobre la idea del comunismo –mesentí muy contento de que haya participado, y lo sigoestando– me tomó públicamente como ejemplo de aque-llas personas que pretenden ser comunistas sin siquie-ra ser marxistas. En pocas palabras, le respondí quemás valía eso que pretender ser marxista sin siquieraser comunista. Dado que, para la opinión vulgar, elmarxismo consiste en otorgar un papel determinante ala economía y a las contradicciones sociales que surgende ella, entonces ¿quién no es marxista hoy? Los prime-ros «marxistas» son todos nuestros amos, que tiemblany se reúnen por la noche apenas se tambalea la Bolsa o

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disminuye la tasa de crecimiento. En cambio, pónganleante las narices la palabra «comunismo» y van a saltarpor los aires y lo van a tratar igual que a un criminal.

Sin que ya me inquieten adversarios ni rivales, megustaría decir acá que yo también soy marxista, y lo soyinocente y completamente, de manera tan natural queno hace falta que lo repita. ¿Debería preocuparse unmatemático contemporáneo por demostrar que siguemanteniéndose fiel a Euclides o a Euler? El marxismoreal, que se identifica con el combate político racionalque apunta a una organización social igualitaria, co-menzó sin duda hacia 1848 con Marx y Engels, perodesde entonces ha recorrido un largo camino, con Le-nin, con Mao, con algunos otros. Me hallo imbuido enesas enseñanzas históricas y teóricas. Creo conocerbien los problemas resueltos, cuya instrucción no valela pena recomenzar, los problemas en suspenso, queexigen reflexión y experiencia, y los problemas malconsiderados, que nos imponen rectificaciones radica-les e invenciones difíciles. Todo conocimiento vivo estáhecho de problemas que han sido o deben ser construi-dos o reconstruidos, y no descripciones repetitivas. Elmarxismo no es ninguna excepción. No es ni una ramade la economía (teoría de las relaciones de producción),ni una rama de la sociología (descripción objetiva de la«realidad social»), ni una filosofía (pensamiento dialéc-tico de las contradicciones). Se trata, volvamos a decir-lo, del conocimiento organizado de los medios políticosrequeridos para deshacer la sociedad existente y des-plegar una figura por fin igualitaria y racional de laorganización colectiva, cuyo nombre es «comunismo».

No obstante, me gustaría agregar, puesto que setrata de los datos «objetivos» del capitalismo contempo-ráneo, que al respecto no creo estar particularmentedesinformado. ¿Globalización, universalización? ¿Des-

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plazamiento de muchos lugares de producción indus-trial a los países que ofrecen una mano de obra a bajocosto y de regímenes políticos autoritarios? ¿El paso – du-rante los años 1980– en nuestros viejos países desarro-llados, de una economía volcada hacia el interior, conun aumento continuo del salario del trabajador y unaredistribución social organizada por el Estado y lossindicatos, a una economía liberal integrada con losintercambios mundiales y, por lo tanto, exportadora,especializada, que privatiza los beneficios, socializa losriesgos y carga con el aumento de las desigualdades enla escala planetaria? ¿Concentración muy rápida delcapital bajo la dirección del capital financiero? ¿Utili-zación de nuevos medios gracias a los cuales la veloci-dad de rotación de capitales, ante todo y, luego, demercancías, se ha acelerado considerablemente (gene-ralización del transporte aéreo, telefonía universal,máquinas financieras, Internet, programas que apun-tan a asegurar el éxito de decisiones tomadas de mane-ra instantánea, etc.)? ¿Sofisticación de la especulacióngracias a nuevos productos derivados y a una matemá-tica sutil que combina los riesgos? ¿Debilitamientoespectacular, en nuestros países, del campesinado y detoda la organización rural de la sociedad? ¿Necesidadabsoluta, por eso mismo, de establecer a la pequeñaburguesía urbana como pilar del régimen social ypolítico existente? ¿Resurrección, a gran escala, y antetodo entre los grandes burgueses extremadamente ri-cos, de la convicción, que se remonta a la época deAristóteles, según la cual las clases medias son la alfay la omega de la vida «democrática»? ¿Lucha planeta-ria, por momentos atenuada, por momentos de unaviolencia extrema, para garantizarse el acceso a bajoprecio de las materias primas y de las fuentes deenergía, sobre todo en África, ese continente de todos

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los pillajes «occidentales» y, por consiguiente, de todaslas atrocidades? Conozco todo eso más o menos correc-tamente, como, a decir verdad, todo el mundo.2

La cuestión consiste en saber si este conjuntoanecdótico constituye un capitalismo «posmoderno»,un capitalismo nuevo, un capitalismo digno de lasmáquinas deseantes de Deleuze-Guattari, un capi-talismo que engendra por sí mismo una inteligenciacolectiva de tipo nuevo, que suscita el levantamientode un poder constituyente hasta aquí sometido, uncapitalismo que supera el viejo poder de los Estados,un capitalismo que proletariza a la multitud y hacede los pequeñoburgueses obreros del intelecto inma-terial, en una palabra, un capitalismo cuyo reversoinmediato es el comunismo, un capitalismo cuyoSujeto es, en cierta medida, el mismo que el delcomunismo latente que sostiene su existencia para-dójica. Un capitalismo que está en vísperas de meta-morfosearse en comunismo. Ésa es, exagerada perofiel, la posición de Negri. Pero, más generalmente, esla posición de todos los que se sienten fascinados porlas mutaciones tecnológicas y la expansión continuadel capitalismo de los últimos treinta años, y que,crédulos ante la ideología dominante, («todo cambiatodo el tiempo y estamos corriendo detrás de estecambio memorable»), se imaginan que están asistien-do a una secuencia prodigiosa de la Historia –seacual fuere el juicio final sobre la calidad de dichasecuencia–.

2 Para una visión muy clara de las formas del capitalismocontemporáneo, sugiero la lectura de dos libros de Pierre-NoëlGiraud: L’Inégalité du monde contemporain (Paris, Gallimard, 2001)y La Mondialisation (2008). Giraud dilucida de manera muy convin-cente la modificación global (y reactiva) del capitalismo planetarioa partir de fines de los años 1970.

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Mi posición es exactamente la contraria: el capitalis-mo contemporáneo tiene todos los rasgos del capitalismoclásico. Es estrictamente acorde con lo que se podíaesperar de él, a partir del momento en que su lógica yano se ve contrariada por acciones de clase decididas ylocalmente victoriosas. Tomemos, en lo que respecta aldevenir del Capital, todas las categorías que predijoMarx y veremos que solo ahora su evidencia ha quedadoplenamente demostrada. ¿Acaso Marx no habló del«mercado mundial»? Pero ¿qué mercado mundial era elde 1860 en comparación con lo que es en la actualidad,al que en vano han querido rebautizar como «globaliza-ción»? ¿No pensó Marx en el carácter ineluctable de laconcentración del capital? ¿Qué concentración era ésa,qué tamaño tenían esas empresas y esas institucionesfinancieras en la época de esa predicción, en compara-ción con los monstruos que cada día gestan las nuevasfusiones? Por mucho tiempo se le objetó a Marx que laagricultura seguía estando dentro del régimen de laexplotación familiar, cuando él anunciaba que la con-centración alcanzaría sin duda alguna a la propiedadinmobiliaria. Pero en la actualidad sabemos que, enefecto, la fracción de la población que vive de la agricul-tura, en los países denominados desarrollados (aqué-llos en que el capitalismo imperial se ha instalado sintrabas), es, por así decir, insignificante. ¿Y cuál es hoy,en promedio, la extensión de las propiedades inmobi-liarias, comparada con lo que era cuando el campesina-do en Francia representaba el 40 % de la poblacióntotal? Marx analizó con rigor el carácter inevitable delas crisis cíclicas que demuestran, entre otras cosas, lairracionalidad innata del capitalismo y el carácterobligatorio tanto de las actividades imperiales como delas guerras. Diversas crisis de extrema gravedad veri-ficaron, incluso cuando él todavía estaba en vida, la

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pertinencia de estos análisis, cuya demostración seencargaron de completar las guerras coloniales e inter-imperialistas. Pero todo esto, en lo que hace referenciaa la cantidad de valor que se hizo humo, no fue nada encomparación con la crisis de los años 1930 o a la crisisactual, y en comparación con las dos guerras mundia-les del siglo XX, a las feroces guerras coloniales, a las«intervenciones» occidentales de hoy y de mañana. Nolo será siempre que la pauperización de enormes masasde la población que, considerada la situación en elmundo en su totalidad y no sólo en la puerta de ingreso,no se convierta en una evidencia cada vez mayor.

En el fondo, el mundo actual es exactamente aquelque anunciaba Marx, mediante una anticipación ge-nial, una suerte de ciencia ficción verdadera, comodespliegue integral de las virtualidades irracionales, ya decir verdad monstruosas, del capitalismo.

El capitalismo encomienda el destino de los pueblosa los apetitos financieros de una minúscula oligarquía.En cierto sentido, es un régimen de delincuentes. ¿Cómose puede volver aceptable que la ley del mundo estéconformada por los intereses despiadados de una ca-marilla de herederos y de nuevos ricos? ¿No es razona-blemente posible llamar «delincuentes» a aquellos indi-viduos cuya única norma es el provecho? ¿Y quienes,para servir a esta norma, están dispuestos a pisotear,si fuera necesario, a millones de personas? En efecto,que el destino de millones de personas dependa de loscálculos de tales delincuentes se volvió algo tan mani-fiesto, se hizo tan visible, que la aceptación de esta«realidad», como dicen los plumíferos de los delincuen-tes, resulta cada vez más sorprendente. El espectáculode Estados penosamente desconcertados debido a queun grupito anónimo de autoproclamados evaluadoresles ha puesto una mala nota, como lo haría un profesor

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de economía a los malos estudiantes, es a la vez burles-co y muy inquietante. Queridos electores, ¿así que hanpuesto en el poder a unos cuantos individuos que, desólo pensar que a la mañana siguiente se podríanenterar que los representantes del «mercado», es decir,los especuladores y los parásitos del mundo de lapropiedad y del patrimonio, les han puesto como notauna AAB en lugar de una AAA, tiemblan de noche comocolegiales? ¿No es bárbara esta influencia consensualque ejercen sobre nuestros amos oficiales esos amosoficiosos cuya única preocupación es saber cuáles son ycuáles serán sus beneficios en la lotería en que ponen enjuego sus millones? Sin contar con que su angustiantemugido –«¡Ah! ¡Ah! ¡Be!»– se pagará con una obedienciaa las órdenes de la mafia, que invariablemente son deltipo: «Privaticen todo. Supriman la ayuda a los débiles,a los solitarios, a los enfermos, a los desocupados. Su-priman toda la ayuda que sea a quien sea, excepto a losbancos. No curen más a los pobres, dejen morir a losviejos. Bajen los salarios de los pobres, pero tambiénbajen los impuestos a los ricos. Que todo el mundotrabaje hasta los 90 años. Enseñen matemática sola-mente a los traders, lectura sólo a los grandes propie-tarios, historia sólo a los ideólogos de turno.» Y laejecución de esas órdenes de hecho arruinará la vida demillones de personas.

Pero, una vez más, nuestra realidad validó la previ-sión de Marx, y hasta la superó. A los gobiernos de losaños 1840-1850, Marx los había calificado como «apode-rados del Capital». Lo que da la clave del misterio: endefinitiva, los gobernantes y los delincuentes de lasfinanzas comparten el mismo universo. La fórmula«apoderados del capital» sólo hoy se vuelve enteramen-te exacta, y todavía más en la medida en que no hayninguna diferencia en este punto entre los gobiernos de

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derecha, Sarkozy o Merkel, y los «de izquierda», Oba-ma, Zapatero o Papandreu.

Por lo tanto, somos efectivamente testigos del cum-plimiento retrógrado de la esencia del capitalismo, deun retorno al espíritu de los años 1850, que vino des-pués de la restauración de las ideas reaccionarias quesiguió a los «años rojos» (1960-1980), del mismo modoque los años 1850 fueron posibles debido a la Restaura-ción contrarrevolucionaria de los años 1815-1840, trasla Gran Revolución de 1792-1794.

Desde luego, Marx pensaba que la revolución prole-taria, bajo la bandera del comunismo, terminaría brus-camente y nos ahorraría ese despliegue integral cuyohorror percibía con toda lucidez. En su espíritu setrataba efectivamente del comunismo o la barbarie. Losintentos formidables por darle la razón en este puntodurante los dos primeros tercios del siglo XX de hechohan frenado y desviado considerablemente la lógicacapitalista, de manera singular después de la SegundaGuerra Mundial. Desde hace aproximadamente unostreinta años, tras el desmoronamiento de los Estadossocialistas como figuras alternativas viables (como esel caso de la URSS) o su subversión por un virulentocapitalismo de Estado tras el fracaso de un movimientode masas explícitamente comunista (como es el caso dela China de los años 1965-1968), tenemos por fin eldudoso privilegio de asistir a la verificación de todaslas predicciones de Marx referentes a la esencia realdel capitalismo y de las sociedades en las que rige. Encuanto a la barbarie, allí es en donde estamos y a dondenos vamos a adentrar un buen trecho. Pero coincide,hasta en el detalle, con la irrupción de lo que Marxesperaba que impidiera el poder del proletariado orga-nizado.

El capitalismo contemporáneo, por lo tanto, no es de

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ninguna manera creador y posmoderno: como juzga quese ha desembarazado de sus enemigos comunistas,avanza a su propio ritmo según una línea cuyos aspec-tos generales Marx advirtió en los economistas clásicosy cuya obra continuó desde una perspectiva crítica.Desde luego, no son el capitalismo y sus sirvientespolíticos quienes despiertan la Historia, si entendemosel «despertar» como el surgimiento de una capacidaddestructiva y creadora a la vez cuya meta es salirrealmente del orden establecido. En ese sentido, Fuku-yama no estaba equivocado: el mundo moderno, una vezcompletado su desarrollo y consciente que deberá mo-rir –aunque sea, como resulta desgraciadamente pro-bable, en violencias suicidas–, sólo tiene que pensar en«el fin de la Historia», del mismo modo que, en elsegundo acto de Las valquirias de Wagner, Wotanexplica a su hija Brunehilda que su único pensamientoes «¡el fin!, ¡el fin!».

Si se diera un despertar de la Historia, no habría quebuscarlo por el lado del conservadurismo bárbaro delcapitalismo ni del encarnizamiento de todos los apara-tos estatales para mantener su ritmo frenético. Elúnico despertar posible es el de la iniciativa popular,allí donde arraigará la potencia de una Idea.

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II

LA REVUELTA INMEDIATA

En momentos en que escribo estas páginas, nos toca ensuerte asistir a los discursos de Cameron, PrimerMinistro inglés, ya comprometido en diversos asuntossospechosos, a propósito de las revueltas en los barriospobres de Londres. En este caso, una vez más, el retornoa la fraseología antipopular del siglo XIX es impresio-nante. No se trata sino de bandas, matones, ladrones,rufianes y delincuentes, en suma, las «clases peligro-sas» que se oponen –como en los tiempos de la reinaVictoria– a un culto mórbido de la propiedad, de ladefensa de los bienes y de los ciudadanos honestos (losque nunca se sublevan contra lo que sea). El conjuntoviene acompañado por el anuncio de una represióndespiadada, prolongada y, por una cuestión de princi-pios, ciega. En este punto, podemos confiar en Came-ron: el Reino Unido, que corre en pos de un uso de laprisión como en los Estados Unidos, que poco falta paraque sea un campo de concentración, ha elaborado, en laépoca del «socialista» Blair, una legislación feroz ycuenta en términos de proporción de la población conmuchos más prisioneros que Francia que, sin embargo,cuando se trata de encarcelar a los jóvenes, no se andacon chiquitas.

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Para terminar de sembrar el terror, la televisiónhace desfilar con complacencia imágenes de comandospoliciales, bestias brutas ataviadas y armadas hastalos dientes que pulverizan voluptuosamente las puer-tas a golpes de ariete (advertimos que los bienes de lospobres no les importan en lo más mínimo) y se arrojandentro de los departamentos para sacar con una bruta-lidad espectacular a un joven que sin duda fue denun-ciado no se sabe por quién o que fue entrevisto en una delas innumerables cámaras con que el gobierno de suMajestad ha llenado el espacio público, transformán-dolo en un escenario gigantesco con la policía cualmirón perpetuo. Al mismo tiempo, los tribunales con-denan a penas asombrosas, en un desorden total, a losque tiran botellas, a los ladrones de latas de betún, a losque cacheteaban a las fuerzas del orden, a los queprendían fuego a los tachos de basura, a los vocingleros,a los que tenían una navaja en el bolsillo, a los queinsultaban al gobierno, a los que corrían, a los que, parahacer lo mismo que los vecinos, rompían las vidrieras,a los que decían malas palabras, a los que se quedabanquietos con las manos en los bolsillos, a los que nohacían nada, lo cual es algo muy sospechoso, e inclusoa los que no se encontraban en el lugar y a los que lajusticia por supuesto debe preguntarles en dónde esta-ban. Es que, tal como lo ha dicho noblemente Cameron,superando a su propia policía: «No se trataba de man-tener el orden, se trataba de criminalidad.» Para Ca-meron, que tiene previsto iniciarles juicio a unas tresmil personas, para su policía, que ha declarado estarbuscando unas treinta mil personas, de pronto, fenó-meno extraño, han visto que en las calles surgíandecenas de miles de criminales…

Como siempre, como en Francia, el olvidado de todoel asunto es el crimen verdadero, al mismo tiempo que

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la indiscutible y auténtica víctima: al que (y, a menudo,a los que) la policía ha matado. De manera completa-mente uniforme, las revueltas de la juventud popularde los «arrabales» (palabra que designa, como ataño, alos «suburbios», la inmensa parte trabajadora y pobrede nuestras flamantes ciudades, el continente negro denuestras megalópolis) son provocadas por la actuaciónde la policía. La chispa que «prende fuego al llano»siempre es un crimen de Estado. De manera igualmen-te uniforme, el gobierno y su policía, no sólo rechazancategóricamente reconocer la menor responsabilidaden todo el asunto, sino que toman la revuelta comopretexto para reforzar de nuevo el arsenal judicial ypolicial. Gracias a esta perspectiva, los «arrabales» sonespacios en que se yuxtaponen un desinterés despecti-vo del poder público por esas zonas desesperadas y lascargadas y violentas incursiones represivas. Todo ellosegún el modelo de los «barrios indígenas» de las ciuda-des coloniales, de los guetos de negros de los días degloria de Estados Unidos o de las reservas de palesti-nos en Cisjordania. Intelectuales serviles vuelan enayuda de la represión, viendo en todos los jóvenes máso menos tostados una gentuza «islamista», hostil a«nuestros valores». ¿Cuáles son esos famosos valores?Nadie los ignora: se llaman Patrimonio, Occidente yLaicismo. Es el espantoso P.O.L., la ideología dominan-te de todos los países que se presentan como civilizados.

Cuando se trata de nuestros conciudadanos de lospresuntos arrabales, «la opinión» exigirá, en nombredel POL, una «tolerancia cero». Observemos al pasarque si hay «tolerancia cero» para el joven negro que robaun destornillador, existe en cambio una toleranciainfinita para los delitos de los banqueros y los prevari-cadores gubernamentales, a pesar de que su accionarafecta la vida de millones de personas. A los sutiles

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intelectuales que lloran de solo ver al millonario direc-tor del FMI esposado, les parece que, en los arrabales,el poder es «flojo» y que nunca habrá en las cadenassuficientes árabes y negros.

En nombre del mismo POL, y cuando se trata de esospaíses débiles de África en los que «tenemos intereses»,la misma opinión pedirá que se ejerza el «derecho a laingerencia». Nuestros gobernantes, valientes campeo-nes de los valores que valen de verdad, aplastarán bajolas bombas a un pequeño déspota que antes adorabanpero que se ha vuelto un tanto reacio o inútil. Porsupuesto, no será cuestión de tocar a los más poderososy más astutos que disponen de recursos cruciales,están armados hasta los dientes y, al darse cuenta quecambiaba el viento, han llevado a cabo a tiempo oportu-nas «reformas». Lo cual quiere decir que han agitadoante las plácidas narices de la opinión occidental algu-nas declaraciones a favor del POL.

Bajo nuestros valores, bajo el POL, leamos siempre:POLicía.

En este proceso en que el Estado muestra su rostromás espantoso se forja un consenso no menos detestableen torno a una concepción particularmente reactivaque es posible resumir en estos términos: la destruc-ción o el robo de algunos bienes durante el furor de larevuelta es infinitamente más censurable que el asesi-nato de un joven por parte de la policía, asesinato queestá en el origen de la revuelta. Muy rápidamente, elgobierno y la prensa cifran los daños. Y ahí está la idearepulsiva que difunde todo eso: la muerte del muchacho–un «negro sinvergüenza», sin duda, o un árabe «cono-cido por los servicios de la policía»– no es nada encomparación con esos gastos extraordinarios. Llore-mos, no por el muerto, sino por las compañías de seguro.Contra las bandas y los ladrones, montemos guardia

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codo a codo con los gendarmes ante nuestro patrimonioque codicia una gentuza extraña a nuestros valores,hostil al POL, puesto que está despojada (no tienePatrimonio), viene de África (no de Occidente) y esislamista (no es Laica).

Aquí se afirmará, a contrario, que la vida de un jovenno tiene precio, y todavía más en la medida en que setrata de uno de los innumerables abandonados denuestra sociedad. Suponer que el crimen intolerable esquemar algunos autos y saquear negocios, mientrasque matar a un muchacho es anecdótico, concuerda demanera típica con lo que Marx consideraba como laalienación central del capitalismo: la primacía de lascosas con respecto a la existencia,3 de mercaderías conrespecto a la vida y de las máquinas con respecto a losobreros, que su fórmula resumía afirmando que «elmuerto atrapa al vivo». Los Cameron y los Sarkozy sonlos polis celosos de esta dimensión mortífera del capi-talismo.

Entiendo que la revuelta provocada por los crímenesde Estado, como por ejemplo en París en 2005 o enLondres en 2011, es violenta, anárquica y finalmentesin verdad duradera. Tengo para mí que destruye ysaquea sin concepto, como lo Bello, según Kant, «gusta

3 Para una versión literaria moderna y rigurosa del tema marxis-ta de la alienación, sobre todo de la prevalencia de las cosas conrespecto a la existencia y, por lo tanto, de las consecuencias subje-tivas de que «el muerto atrapa al vivo», se puede leer o releer el librode Georges Perec Les Choses. Une histoire des années soixante (1965)[Existe edición en castellano: (2008) Las cosas. Una historia de losaños sesenta, Barcelona, Anagrama]. Recordemos que, en el vocabu-lario de la época, la influencia social del capitalismo se llama«sociedad de consumo» o, en su versión situacionista, «sociedad delespectáculo». Pero cuarenta años más tarde, vamos a experimentarel hecho de que, bajo la tutela del Capital, es posible tener la másferoz desagregación subjetiva sin consumo (excepto de productospodridos) ni espectáculo (excepto de bomberos).

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sin concepto». Volveré sobre este punto con todavíamayor insistencia dado que se trata precisamente demi problema: si las revueltas deben señalar el desper-tar de la Historia, será necesario que estén de acuerdocon una Idea.

Ahora bien, por el momento se permitirá al filósofoque preste atención a la señal, antes que ir corriendo ala comisaría.

Desde las revueltas obreras y campesinas en Chinaa las de la juventud en Inglaterra, desde la sorprenden-te tenacidad bajo la metralla de la muchedumbre enSiria a las protestas masivas en Irán, desde los pales-tinos que exigen la unidad de Fatah y Hamas a loschicanos sin papeles de los Estados Unidos, en laactualidad, las revueltas se cuentan en el mundo ente-ro. Hay de todas las clases, a menudo muy violentas, aveces apenas esbozadas, a veces movilizan grupos so-ciales determinados o bien poblaciones enteras; sonprovocadas por decisiones gubernamentales y/o patro-nales, por coyunturas electorales, por actuaciones de lapolicía o de un ejército de ocupación, e incluso porsimples episodios de la vida popular; adquieren deinmediato un sesgo activista o bien se desarrollan a lasombra de una protesta más oficial; ciegamente pro-gresistas o ciegamente reaccionarias (no todas las re-vueltas vienen bien…). Todas tienen en común el hechode que sublevan a una gran cantidad de personas con lacuestión de que las cosas, tal como están, hay queconsiderarlas como inaceptables.

Es posible distinguir tres tipos de revueltas, quellamaré respectivamente la revuelta inmediata, la re-vuelta latente y la revuelta histórica. En este capítulohablaré del primer tipo. Los otros dos serán considera-dos respectivamente en los dos capítulos que siguen.

La revuelta inmediata es la agitación de una parte de

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la población, casi siempre inmediatamente después deun episodio violento de la coerción del Estado. Inclusola famosa revuelta tunecina que a comienzos del año2011 ha desencadenado el proceso denominado como«revoluciones árabes», en un primer momento fue unarevuelta inmediata (como reacción al suicidio de unvendedor ambulante, al que no lo dejaron vender y loabofeteó una agente de la policía).

Algunos de los rasgos constitutivos de una revueltade esa naturaleza tienen un alcance general en la me-dida en que la revuelta inmediata a menudo es la formaprimitiva de una revuelta histórica.

En principio, la punta de lanza de la revuelta inme-diata, sobre todo en los enfrentamientos inevitables conlas fuerzas del orden, está conformada por la juventud.Algunos cronistas han considerado como un hallazgosociológico el papel que cumplieron los «jóvenes» en lasrevueltas del mundo árabe y lo conectaron con el uso deFacebook u otras pavadas de la supuesta innovacióntécnica de la edad posmoderna. Pero ¿quién ha vistoalguna vez una revuelta que conformara sus primerosrangos con ancianos? La juventud popular y estudiantecomo se la pudo ver en China en 1966-1967, en Franciaen 1968, pero también en 1848, en tiempos de la Fronda,durante la revuelta de los Taipings y, al fin y al cabo,siempre y en todos lados, ha sido universalmente elnúcleo de las revueltas. Entre las constantes de laacción de las masas se cuentan su capacidad paraaglutinarse, para movilizarse, para inventar lenguajesy tácticas, tanto como sus insuficiencias en cuanto a ladisciplina, a la tenacidad estratégica y a la moderacióncuando resulta necesaria. Por lo demás, los tambores,el fuego, los papeles incendiarios, las corridas por lascallejuelas, las palabras que circulan, las campanasque suenan, durante siglos han sido suficientes para

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que la gente se encuentre de pronto en algún lugar,tanto como lo hace en la actualidad la electrónica delrebaño. Ante todo, la revuelta es un aglutinamientotumultuoso de la juventud que casi siempre reaccionaante un crimen abominable, real o supuesto, del Estadodespótico (aunque las revueltas nos muestran que, encierta medida, todo Estado es despótico; ésa es la razónpor la cual el comunismo está llamado a organizar sucaída).

Luego, la revuelta inmediata se localiza en el territo-rio de quienes participan en ella. Como veremos, lacuestión de la localización de las revueltas es absoluta-mente fundamental. Cuando la revuelta se circunscri-be a los lugares en donde viven sus participantes (porlo general, los barrios decadentes de las ciudades), semantiene en su figura inmediata. Únicamente cuandollega a un lugar nuevo, que por lo general se encuentraen pleno centro de la ciudad, en donde permanece y seextiende, es cuando se convierte en una revuelta histó-rica. Estancada en su propio espacio social, la revueltainmediata no constituye un recorrido subjetivo fuerte.Se enfurece consigo misma, destruye lo que acostum-bra. Se las agarra con los magros símbolos de la vida«rica» que frecuenta a diario, sobre todo con los autos,los negocios o las agencias de la circulación monetaria.Si puede hacerlo, devasta los escasos símbolos delEstado, con lo cual termina de arruinar su muy exiguapresencia: comisarías casi abandonadas, escuelas sinningún prestigio, centros sociales inútiles que se vencomo un yeso paternalista en la pata de palo del aban-dono. Todo lo cual no hace sino alimentar la hostilidadde la opinión del tipo POL contra los agitadores. «¡Mi-ren! ¡Están destruyendo las pocas cosas que tienen!».Lo que esta opinión no quiere ver es que cuando algoforma parte de las escasas «ventajas» que se les han

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otorgado, no se convierte en el símbolo de su funciónparticular sino de la escasez general, y que es por esoque la revuelta lo detesta. De allí surgen las destruccio-nes y los saqueos enceguecidos en los lugares mismos enque viven los insurrectos, una característica universalde las revueltas inmediatas. En lo que a nosotrosrespecta, diremos que todo ello lleva a cabo una locali-zación débil, una incapacidad por parte de la revueltapara desplazarse.

Lo cual no quiere decir que la revuelta inmediatapermanezca en un único lugar. Por el contrario, seadvierte un fenómeno al que se ha considerado comocontagio: la revuelta inmediata no se propaga pordesplazamientos sino por imitación. Y esta imitaciónse instala en lugares semejantes y hasta ampliamenteidénticos al espacio inicial. Los jóvenes de una aglome-ración de Saint-Ouen van a hacer lo mismo que los deuna aglomeración de Aulnay-sous-Bois. Todos los ba-rrios populares de Londres van a dejarse ganar por lafiebre colectiva. Cada cual permanece en su casa, peroallí hace lo que ha oído que hacía el otro. Este procesoes en efecto una extensión de la revuelta, pero tambiéndiremos que en esos casos se trata de una extensiónrestringida, característica de la revuelta inmediata ode la fase inmediata de la revuelta. Sólo adquiere unadimensión histórica cuando la revuelta encuentra losmedios para alcanzar una extensión que no se dejallevar por la imitación. Fundamentalmente, una ver-dadera dimensión histórica llega a la orden del díacuando la revuelta inmediata se extiende a sectores dela población que, por el estatus, la composición social,el sexo o la edad, se hallan alejados del núcleo constitu-tivo. La entrada en escena de las mujeres del pueblo escasi siempre la primera señal de una extensión genera-lizada de esa naturaleza. La revuelta inmediata, si nos

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limitamos a su dinámica inicial, sólo puede unir loca-lizaciones débiles (en el sitio de los revoltosos) a exten-siones restringidas (por imitación).

Finalmente, la revuelta inmediata siempre es indis-tinta en cuanto al tipo subjetivo que convoca y suscita.A partir del momento en que esta subjetividad no estáhecha sólo de revuelta, que se halla dominada por lanegación y la destrucción, no permite que se distingacon claridad aquello que depende de una intención quepuede universalizarse parcialmente, de lo que perma-nece encerrado en una rabia sin más finalidad que lasatisfacción de haber podido cobrar forma y encontrarsus malos objetos para destruir o para consumir. Deallí que, como es sabido, a una masa de jóvenes indigna-dos por la muerte de su «hermano» se mezclan indistin-tamente los innumerables grados de contubernio con elhampa que existe en todas partes en que la pobreza, elabandono social, la ausencia de toda atención estatal y,sobre todo, la carencia de una organización políticaarraigada y con consignas fuertes, provocan una dislo-cación de la unidad popular y la tentación de losdespachantes dudosos que ponen en circulación dinerodonde no lo hay. El hampa, grande o chica, es una formaimportante de corrupción de la subjetividad popularpor parte de la ideología dominante del provecho. Lapresencia del hampa en la revuelta inmediata, en dosismás o menos elevadas según las circunstancias, esinevitable. Desde luego, los insurrectos deberían reco-nocerlo como una forma de complicidad con el ordendominante: después de todo, el capitalismo no es otracosa que el poder social de un hampa «honorable». Peroen la medida en que es inmediata, la revuelta realmen-te no puede organizar su propia depuración. De allíque, entre las destrucciones de los símbolos detestados,los saqueos rentables, la pura alegría de romper lo que

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existe, el olor alegre de la pólvora y la guerrilla contralos polis no resulta fácil ver con claridad. El sujeto delas revueltas inmediatas es siempre impuro. Es porello que no es político, ni siquiera prepolítico. En elmejor de los casos, y ya es bastante, se contenta conabrir el camino para una revuelta histórica; en el peor,con dar la señal de que la sociedad existente, quesiempre es una conformación estatal del Capital, notiene los medios suficientes como para prohibir demanera absoluta el surgimiento de una señal históricade rebelión en los espacios desolados de los que esresponsable.

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III

LA REVUELTA LATENTE

Las revueltas históricas de los últimos tiempos, lasque señalan la posibilidad de una nueva distribuciónde la historia de las políticas –sin que, por el momen-to, sean capaces de llevar a cabo esa posibilidad– sonevidentemente las sublevaciones multiformes que sehan presentado en varios países árabes. En el próxi-mo capítulo me voy a basar en esas sublevacionespara definir precisamente lo que es una revueltahistórica: una revuelta que no es, más acá de ella,una revuelta inmediata ni, más allá de ella, el surgi-miento de una nueva política a gran escala.

¿Qué decir de nuestros países «occidentales»?Llamamos «occidentales» a los países que orgullosa-

mente se llaman a sí mismos con ese nombre: paísessituados desde el punto de vista histórico en la puntadel desarrollo capitalista, que se reconocen dentro deuna vigorosa tradición imperial y guerrera, que toda-vía se encuentran dotados de un poder de disuasióneconómico y financiero que les permite comprar gobier-nos corruptos en casi todas partes del mundo y unpoder de disuasión militar que les permite intimidar atodos los enemigos potenciales de su dominación. Debe-mos agregar que esos países se sienten extremadamen-

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te satisfechos de su sistema de Estado, al que denomi-nan «democracia», sistema que, en efecto, es particular-mente apropiado para la convivencia pacífica de diver-sas facciones de la oligarquía en el poder, las cuales,aunque estén de acuerdo en las cuestiones de fondo(economía de mercado, régimen parlamentario, hostili-dad vigilante contra todo lo que no son ellas y cuyonombre genérico es «comunismo»), no por ello estánmenos separadas por distintos matices.

Los países occidentales han tenido revueltas históri-cas, y las tendrán sin duda alguna a una escala muchomayor a todo lo que hemos presenciado en los últimosdiez años. Desde hace aproximadamente cuarenta añosno han tenido ninguna revuelta histórica. Opino que seha abierto la época, si no de su posibilidad, por lo menosde que sea posible su posibilidad. Entendamos con estouna ruptura acontecimental4 que cree la posibilidad deun imprevisto despliegue histórico de tal o cual revuel-ta inmediata.

Lo que me anima a arriesgar esta hipótesis (optimis-ta…) es lo que denomino la existencia, en nuestrospaíses pudientes, aunque en crisis, y contentos consigomismos, aunque sepulcrales, de una revuelta latente.

Empezaré dando un ejemplo.Entre las innumerables fechorías antipopulares del

gobierno de Sarkozy, que muy probablemente ha sidoel gobierno más reaccionario que Francia haya conoci-do desde Pétain, se incluye, como lo sabe todo el mundo,una reforma de la jubilación que ruidosamente exigen«los mercados» de los que Sarkozy es un obediente

4 Neologismo que suele usarse para traducir el adjetivo événe-mentiel, que en las Ciencias Sociales hace referencia a lo que secircunscribe a una descripción de los acontecimientos, sin hacerningún comentario o reflexión (Cf. Alain Badiou (2002): Condiciones,México, siglo XXI editores) (N. del T.).

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comensal. En sustancia, se trata de trabajar durantemucho más tiempo para ganar bastante menos. La«réplica» a esta medida, de la que se hicieron cargo lossindicatos, fue a la vez muy masiva y muy blanda.Millones de personas desfilaron por las calles, pero lasdirecciones sindicales empezaban la lucha visiblemen-te derrotadas. Su objetivo real se limitaba a la necesi-dad de controlar a las masas y a evitar los «derrapes»,para llegar tranquilamente a los días mejores, cuandose elija como presidente a un miembro del aparato «deizquierda».

Sin embargo, en el interior de ese movimiento, tandesarticulado en su interior por sus jefes como lo estabael ejército francés en 1940 por sus propios generales –quede lejos preferían a Hitler antes a los comunistas– sehan constatado varios síntomas que implícitamentetendían hacia la revuelta. En primer lugar, el gritoreiterado de «Sarkozy renuncia», que como veremos estípico de las revueltas históricas, fue proferido enmúltiples oportunidades, a pesar de las indicaciones«apolíticas» de las burocracias dirigentes. Luego, se hapodido constatar la evidente disidencia, en las mar-chas, de diversas grandes columnas sindicales, muchomás furiosas que sus jefes, que querían mucho más y loquerían ya. En esta constatación, hay que incluir lasorprendente decisión del sindicato de trabajadores derefinerías de petróleo, que durante algunos días man-tuvo un bloqueo en la entrega de naftas, una acción deuna brutalidad muy real y capaz de tener consecuen-cias a largo plazo (por lo demás, la policía intervinoenseguida). Sin duda, esos hechos daban comienzo a loque siempre sucede en tiempos de revueltas: la divisiónde los aparatos, sean cuales fueren, bajo la presiónsubjetiva de consignas por medio de las cuales la accióncolectiva tiende a unificar al pueblo. Finalmente y

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sobre todo, la invención de nuevas formas de acción denaturaleza virtualmente insurrecta, aun cuando no sehaya extendido, ha preparado el futuro. En particular,cabe citar la práctica de huelgas «por procuración» ohuelgas «gratuitas»: esa fábrica o ese establecimientohacen huelga, aunque sus asalariados dicen que estánen el trabajo. Es que, con el evidente acuerdo de dichosasalariados, una avanzada popular exterior, compues-ta principalmente por personas que no están obligadasa trabajar (jubilados, estudiantes, veraneantes, des-ocupados…), ha ocupado el lugar y ha bloqueado laproducción. De esta manera, la condición de huelga espor completo real, aunque los asalariados no esténlegalmente en huelga y puedan cobrar su paga. Esteprocedimiento permite hacer que una huelga con ocu-pación se extienda en el tiempo, una duración que, porlo general, sigue siendo inaccesible, en la mayoría delos casos, más allá de algunos días, sobre todo en laactualidad, en la medida en que la vida se ha vueltomuy difícil para los pequeños asalariados y que lossindicatos están por demás debilitados como para sos-tener un fondo de huelga.

Por diversas razones, este tipo de acción es casi-insurrecta. En primer lugar, hace caso omiso a laopinión reaccionaria usual según la cual los asuntos de unsitio son de sus asalariados y exclusivamente de ellos.Luego, enfrenta sin ceder el juicio no menos reacciona-rio según el cual es inmoral estar haciendo huelga y almismo tiempo declararse no huelguista. En tercerlugar, vincula de manera absoluta «huelga» y «ocupa-ción», que habitualmente están separadas por un esca-lón, por lo menos en la escala de la violencia y de laacción. De esta manera, crea una localización compar-tida, y no sólo una localización restringida, como seríael caso si únicamente los asalariados participaran de la

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ocupación. En cuarto lugar, debe prepararse para lallegada ineluctable de la policía, lo cual pone alorden del día el clásico debate insurrecto entre elabandono pacífico del sitio o la continuidad y laresistencia en el lugar. Finalmente, y sobre todo, operaen la acción el vínculo entre diversos estratos socialesque por lo general se hallan separados, lo que de estemodo crea en el mismo lugar un tipo subjetivo nuevo,más allá de los fraccionamientos alimentados tanto porel Estado como por sus aprendices sindicales. La mejorprueba de ello es que las acciones de una envergadurade este tipo, como, por ejemplo, la toma de algunosaeropuertos o la suspensión de actividades en las fábri-cas de tratamiento de la basura, han sido preparadasy decididas por comités que adoptan diversos nombrespero cuya característica principal ha sido la de amal-gamar a estudiantes, jóvenes, asalariados, agremiadoso no, jubilados, intelectuales… Así se realizaba a nivellocal, y en la mira de acciones inmediatas, una dimen-sión importante de las revueltas más significativas: lacreación de un nuevo tipo de unidad popular, indife-rente a las estratificaciones estatales y que se constitu-ye como resultado de trayectos subjetivos aparente-mente dispares.

A favor de la latencia insurrecta de estas acciones,también cabe considerar que los principales medios decomunicación, servidores de la «prudencia democráti-ca» –dicho en otros términos, de la ideología POL– secuidaron muy bien de ver en ello la única verdaderanovedad de la situación, la única promesa de futuro deun movimiento tan blando como vasto, y lo menciona-ran lo menos posible.

Podemos afirmar que la «movilización» (penosa pala-bra…) contra la ley Sarkozy sobre las jubilaciones hacontenido, más allá de su ampulosidad derrotista, una

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subjetividad insurrecta latente. Sin duda, habría bas-tado una chispa, un incidente espectacular, un derrapeviolento, y hasta una consigna sindical mal comprendi-da para que dicha «movilización» adquiriese un carizmucho más decidido, para que saliera local y fuerte-mente del consenso capital-parlamentario y constitu-yese lugares populares inexpugnables.

De esta manera, incluso en nuestros países angus-tiados y tentados por la reacción más extrema, lalatencia de la revuelta demuestra que las circunstan-cias pueden extraer de nuestra atonía un imprevisiblemás allá de nuestras «democracias» mortíferas.

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IV

LA REVUELTA HISTÓRICA

Instruidos por la impactante novedad de las revueltasen los países árabes, en especial por su duración, suencarnizamiento, su consistencia desarmada y por suimprevisible independencia, creo que, en primer tér-mino, es posible proponer una definición simple de larevuelta histórica: es el resultado de la transformaciónde una revuelta inmediata, más nihilista que política,en una revuelta prepolítica. Para lo cual, el caso de lospaíses árabes nos enseña entonces que se requieren:

1. El paso de la localización restringida (manifesta-ciones, asaltos y destrucciones en el sitio mismo de losinsurrectos) a la construcción de un lugar centraldurable, en el que los insurrectos se instalen de maneraesencialmente pacífica, afirmando que permaneceránen el lugar hasta que se vean satisfechas sus exigen-cias. De pronto, también pasamos del tiempo limitadoy, en cierta medida, consumado de la revuelta inmedia-ta, que es un asalto informe y arriesgado, al tiempolargo de la revuelta histórica, que más bien se parece alas viejas ciudades sitiadas, excepto por el hecho de queahora se trata de sitiar al Estado. En realidad, todo elmundo sabe que destruir no puede durar mucho, salvo

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durante las «grandes guerras»: una revuelta inmediatadura entre uno y cinco días como máximo. En su lugarmasivo, incluso encerrado y hostigado por los policías,o en las grandes avenidas que ocupa ritualmente un díafijo de la semana, con la muchedumbre que no deja decrecer, la revuelta histórica se sostiene semanas o meses.

2. Para ello, se requiere pasar de la extensión porimitación a la extensión cualitativa. Lo que quieredecir que, en un sitio construido de esa manera, se vanunificando progresivamente casi todos los componen-tes del pueblo: la juventud popular y estudiante, porsupuesto, pero también los obreros de las fábricas, losintelectuales de toda suerte, familias enteras, gran can-tidad de mujeres, empleados, funcionarios, y hastapolicías y soldados… Personas de diferentes religionesdiferentes se protegen mutuamente durante los mo-mentos destinados a los rezos, personas de provenien-cia opuesta conversan tranquilamente como si se cono-cieran desde siempre. Y el habla múltiple, ausente ocasi ausente en las vociferaciones de la revuelta inme-diata, se afirma, los carteles cuentan y exigen, lasbanderas levantan a la multitud. Hasta la prensamundial reaccionaria terminará hablando del «puebloegipcio» con respecto a los que ocupan la plaza Tahrir.Es en ese momento cuando el umbral de la revueltahistórica se ha traspasado: localización establecida,duración posible prolongada, intensidad de la presen-cia compacta, multitud multiforme que vale por todo elpueblo: como habría dicho Trotsky, que algo de esto sabía:«Las masas se han subido al escenario de la Historia».

3. También fue necesario pasar del alboroto nihilistadel asalto insurrecto a la invención de una consigna únicaque envolviese todas las voces dispares: «¡Mubarak, anda-te!». Así es como se creó la posibilidad de la victoria, en lamedida en que ha quedado fijada la apuesta inmediata de

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la revuelta. Más allá de un sentimiento destructor devenganza, el movimiento puede extenderse en el tiempo ala espera de una satisfacción precisa, material: la partidade un hombre cuyo nombre se repite, casi no hay tabú alrespecto, hoy condenado en el plano público a que lo tachela gente ignominiosamente.

De todo lo que hemos podido ver estos últimos meses,retengamos esto: la revuelta se vuelve histórica cuando sulocalización deja de ser restringida y, en cambio, en elespacio ocupado funda la promesa de una temporalidadnueva y de largo alcance; cuando su composición deja deser uniforme y, en cambio, esboza poco a poco una repre-sentación del mosaico unificado de todo el pueblo; cuando,finalmente, las quejas negativas de la revuelta pura se venreemplazadas por la afirmación de una demanda común, cu-ya satisfacción da un primer sentido a la palabra «victoria».

En este marco muy general, de entrada hay queinsistir en lo que conforma la rareza propiamentehistórica de las revueltas tunecina y egipcia de princi-pios del año 2011: además de que nos enseñaron o nosrecordaron las leyes del pasaje de la revuelta inmedia-ta a la revuelta histórica, han sido victoriosas con bas-tante rapidez. Esos países contaban con regímenes queparecían estar bien emplazados desde hacía muchotiempo, que habían organizado una vigilancia policialpermanente y que practicaba la tortura sin ningúnremordimiento, que estaban rodeados por la amabilidadde todas las potencias «democráticas» imperiales, gran-des o minúsculas, que estaban irrigados de manera cons-tante por el maná corruptor de esas potencias y, de pronto,helos allí derribados, o por lo menos los que resultabanmás emblemáticos –Ben Ali y Mubarak– por accionespopulares absolutamente imprevisibles y sin que lasdirigiera ninguna organización existente, lo que vuelveindudable la dimensión insurrecta de esas acciones.

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Sólo con esos hechos alcanza ya para que hablemos,con respecto a esas revueltas, de un «despertar de laHistoria». ¿Cuántos años son los que habría que remon-tarse para encontrar el derrocamiento de un podercentralizado y bien armado llevado a cabo por parte deuna inmensa multitud que lo enfrentaba sin nada enlas manos? Treinta y dos años: la época en que gigantes-cas manifestaciones callejeras, contra las cuales lasfuerzas armadas nada pudieron hacer, derrocaron alSah de Irán que, al igual que Ben Ali, era consideradoun occidentalista y un modernizador, y que, como a él,nuestros gobernantes habían adorado, habían subven-cionado y habían armado. Pero en ese entonces nosencontrábamos precisamente en el final de una largasecuencia histórica en que las revueltas, las guerras deliberación nacional, las tentativas revolucionarias,las guerrillas y las sublevaciones de la juventudhabían otorgado un sentido pleno a la idea de Histo-ria, encargada de sostener y validar opciones políti-cas radicales. Para una gran cantidad de gente,entre 1950 como muy temprano y 1980 como muytarde, las ideas de revolución y de comunismo cons-tituyen en todo el mundo evidencias triviales. Sinembargo, en nuestros países, a partir de comienzosde los años 1970 muchos militantes tiran la toalla,dando inicio al penoso camino de la renegación y dela adhesión al orden establecido, bajo la banderaapolillada del «antitotalitarismo». La Revolución cul-tural en China, esa Comuna de Paris de la época delos Estados socialistas,5 fracasó debido a su propia

5 Para un análisis sintético de la Revolución Cultural que, amenos que no se quiera comprender nada de la historia del proyectocomunista, es el punto histórico a partir del cual hay que volver apartir, señalo las páginas que le consagro en L’Hypothèse communis-te (Lignes, 2009).

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violencia anárquica –¿acaso se trataba de una colecciónde revueltas inmediatas?– en 1976, con la muerte deMao. Solos en el mundo, algunos grupos intentaronpreservar los medios de una nueva duración. En estesentido, la revolución iraní era terminal y no inaugu-ral. A través de su oscura paradoja (una revolucióndirigida por un ayatolah, una sublevación popular quese hallaba como encastrada en un contexto teocrático),anunciaba el fin del tiempo claro de las revoluciones.En ello, coincidía con el movimiento obrero Solidarnoscde Polonia. Este alzamiento popular de gran importan-cia contra un Estado socialista corrupto y crepuscularha recordado que siempre es posible la acción de lasmasas populares, incluso en una situación devastadapor la ocupación extranjera y un régimen político im-puesto desde afuera. Solidarnosc también nos ha recor-dado que tales acciones sacan una fuerza singularcuando se centran en las fábricas y sus obreros. Pero almargen de su fuerza crítica, el movimiento polacoseguía estando desprovisto de toda idea nueva referidaal posible destino del país y extrañamente lo alentabanun futuro papa y un clero absolutamente reaccionarios.Por lo demás, el resultado de la revolución iraní, eloxímoron que conforma la expresión «República islámi-ca», como su nombre lo indica, no tiene ninguna vocaciónuniversal. Menos todavía el triste destino del Estadopolaco «liberado» del comunismo: capitalismo rabioso,xenófobo y servilmente proestadounidense.

Naturalmente, no sabemos a dónde irán a parar lasrevueltas históricas de Túnez, de Egipto, de Siria y deotros países árabes: nos encontramos en la primera faseposinsurrecta y todo sigue siendo muy incierto. Peroresulta claro que, a diferencia de la revuelta históricapolaca o de la revolución iraní, que clausuraban unasecuencia con una cerrazón violenta y paradójica de su

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contexto ideológico, las revueltas en los países árabesabren una secuencia que deja a su propio contexto en laindecisión. Remueven y modifican las posibilidadeshistóricas de manera tal que el sentido que despuésadquirirán sus pocas victorias iniciales en gran medi-da fijará el sentido de nuestro futuro.

Al tiempo que mantenemos su dimensión puramenteacontecimental y, por lo tanto, sustraída de la previ-sión «científica», creo que podemos inscribir estas dis-posiciones insurrectas como acciones característicasde lo que llamaré periodos de intervalo.

¿Qué es un periodo de intervalo? Es lo que vienedespués de un periodo durante el cual la concepciónrevolucionaria de la acción política ha sido clarificadalo suficiente como para que se haya presentado demanera explícita como una alternativa al mundo domi-nante y haya obtenido al respecto apoyos masivos ydisciplinados, a pesar de las luchas internas que mar-can su desarrollo. En un periodo de intervalo, por elcontrario, la idea revolucionaria del periodo preceden-te, que desde luego se ha topado con obstáculos muyserios –enemigos encarnizados en el exterior e incapa-cidad provisoria para resolver importantes problemasque se suscitan en el interior– ha dejado vacante suherencia. Todavía no ha sido sustituida por un nuevocurso en su desarrollo. Está faltando una figura de laemancipación que sea abierta, compartida y practicableen una escala universal. El tiempo histórico, por lo menospara los que no aceptan venderse a la dominación, sedefine por una suerte de intervalo incierto de la Idea.

En el transcurso de tales periodos, justamente debi-do a que el camino revolucionario se ha debilitado o que,incluso, se ha vuelto ilegible, es posible que los reaccio-narios digan que las cosas han retomado su cursonatural. Es lo que ha ocurrido de manera típica en 1815

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con los restauradores de la Santa Alianza, para quieneslas relaciones sociales feudales y su síntesis monárqui-ca constituían el único orden digno de Dios, mientrasque la revolución republicana y plebeya no era más queuna monstruosidad que se resumía en el Terror y en lafigura diabólica de Robespierre. Y es también de mane-ra típica lo que nos quieren hacer creer desde hacetreinta años: la aberración totalitaria, el poder ideoló-gico mortífero, los Estados socialistas, el marxismo, elleninismo, el maoísmo y todos los movimientos del pen-samiento y de la acción que encontraron allí el principiode una vida intensa, sabemos de fuentes seguras –dicenlos devotos demócratas y los nuevos tartufos– que noeran más que imposturas ineficientes y criminales quese resumen en la figura diabólica de Stalin. La natura-leza pacífica de las cosas, la única proposición que vale,es la armonía natural entre el capitalismo desenfrena-do y la democracia impotente. Impotente debido a que,del lado del verdadero poder, el del Capital, es servil y dellado de la ambición trabajadora y popular, está estrecha-mente «controlada».

La «democracia liberal» es el periodo de intervalo enque todavía estamos, es decir, entre 1980 y 2011 (¿y aunmás?) –periodo en que el capitalismo clásico se hareactivado como consecuencia del hundimiento de lasformas estatales de la vía comunista surgidas de larevolución bolchevique– lo que era la «monarquía liberal»en el periodo de intervalo durante el cual el capitalismomoderno se desarrolló tras el aplastamiento de los últi-mos temores de la revolución republicana (1815-1850).

Sin embargo, durante esos periodos de intervalo, losdescontentos, las revueltas, la convicción de que elmundo no debería ser lo que es, que el capital-parla-mentarismo no es de ninguna manera «natural» sinoperfectamente siniestro, todo eso existe. Al mismo

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tiempo, no puede encontrar una forma política propia,debido a la imposibilidad, en primer lugar, de extraersu fuerza del hecho de que comparten una Idea. Lafuerza de las revueltas, incluso cuando aquellas ad-quieren un alcance histórico, sigue siendo esencial-mente negativa («que se vayan todos», «afuera Ben Ali»,«Mubarak, andate»). La fuerza no despliega la consignaen el elemento afirmativo de la Idea. Es por esta razónque la forma de la acción de masa colectiva sólo puedeser la revuelta, conducida en el mejor de los casos haciasu forma histórica, lo que también se denomina un«movimiento de masas».

Recapitulemos: en periodos de intervalo, la revueltaes la guardiana de la historia de la emancipación.

Volvamos al periodo 1815-1850, en Francia y enEuropa, pues nuestro propio intervalo extrañamentese parece a esa Restauración. Viene a ocupar el lugar dela Gran Revolución y se encuentra vertebrado, al igualque nuestros últimos treinta años, por una restaura-ción reaccionaria virulenta, que al mismo tiempo espolíticamente constitucionalista y económicamente li-beral. Sin embargo, también ha sido un gran periodo derevueltas, que a menudo fueron momentánea o aparen-temente victoriosas (las Tres Gloriosas de 1830, lasrevueltas obreras que se dieron un poco por todaspartes, la «revolución» de 1848…), sobre todo a partirde los años 1830. Se trata en todos los casos de revuel-tas, a veces inmediatas, a veces más históricas, carac-terísticas de un periodo de intervalo: a la idea republi-cana, insuficiente de allí en adelante para lograr des-prenderse de la reacción burguesa, le deberá suceder,a partir de 1850, la Idea comunista.

Una vieja constatación indica que el despertar de laHistoria, bajo la forma de la revuelta y de su posiblevictoria inmediata, por lo general no es contemporáneo

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de la reviviscencia de la Idea, lo cual le habría dado ala revuelta un futuro político real. Esta ruptura decontacto es completamente perceptible en algunas re-vueltas de los Sans-culottes y de los «Bras nus» durantela misma Revolución Francesa. Esas revueltas no ha-brían podido contentarse con la ideología revoluciona-ria bajo su estricta forma republicana. Suponen un másallá ideológico que aún no se ha constituido. A falta deuna Idea subjetiva realmente compartida, de allí enmás les será imposible resolver el problema que signi-fica pasar de la revuelta, incluso la que es histórica, ala consistencia de una política organizada.

Sin duda, la prueba empírica más impactante de quela Historia no lleva consigo la solución a los problemasque, sin embargo, pone al orden del día la constituyeeste inevitable retraso de las revueltas –en la medidaen que son la señal de masa de una reapertura de laHistoria– sobre las cuestiones más contemporáneas dela política, transmitidas ellas también por el momentoprevio al intervalo, mientras existió una visión ampliade la política de la emancipación. Por muy brillantes ymemorables que sean las revueltas históricas del mun-do árabe, al final acaban tropezando con problemasuniversales de la política que quedaron en suspenso enel periodo anterior, en el centro de los cuales se halla loque constituye el problema por antonomasia de lapolítica, a saber, el de la organización. Sólo que, como lodice Mao, «para tener orden en la organización, hay quetenerlo en la ideología». Sin embargo, la ideología siemprees sólo el conjunto de consecuencias abstractas de unaIdea o, si se prefiere, de uno o de varios principios.

En suma, en tanto que guardianas de la historia dela emancipación durante los periodos de intervalo, lasrevueltas históricas señalan la urgencia de una propo-sición ideológica reformulada, de una Idea fuerte, de

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una hipótesis crucial, para que la energía que ellas li-beran y los individuos que se comprometen con ellasconsigan hacer que acontezca, más acá y más allá delmovimiento de masas y del despertar de la Historia queseñala, una nueva figura de la organización y, por lotanto, de la política. Para que el día político que sigueal despertar de la Historia también sea nuevo. Para queel mañana difiera realmente del hoy. Para que, ensuma, se valide enteramente la lección que contiene elúltimo verso de un famoso poema de Brecht, Elogio dela dialéctica, que cito aquí en su totalidad:

Hoy la injusticia se pavonea con paso seguro.Los opresores hacen planes por diez mil años.La violencia asegura: «Todo seguirá como está».No suena otra voz más que la de los que dominany en todos los mercados la explotación proclama:

«Ahora me toca a mí».Pero entre los oprimidos, muchos ahora dicen:«Lo que nosotros queremos, nunca ocurrirá».

¡El que está todavía vivo, que no diga: «nunca»!Lo seguro no es seguro.Nada quedará como está.Cuando hayan hablado los que dominanhablarán los dominados.¿Quién se atreve a decir «nunca»?

¿De quién depende que la opresión continúe? De nosotros.

¿De quién depende que se la aplaste? De nosotros.El que es derribado, ¡que se levante!El que está perdido, ¡que luche!Al que ha comprendido por qué está así, ¿cómo habrían de detenerlo?Los vencidos de hoy son los vencedores de mañanay ese «nunca» será: hoy mismo.

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V

LA REVUELTA Y OCCIDENTE

La revuelta histórica es un desafío para el Estado en lamedida en que, al exigir la partida de los hombres quelo dirigen, casi siempre lo expone a un cambio brutal eimprevisto que puede incluso llegar a hundirse porcompleto (es lo que efectivamente ocurrió en Irán, hacetreinta años, con el régimen monárquico del Sah). Almismo tiempo, la revuelta no posee todas las claves, –muylejos de ello– de la naturaleza y de la extensión delcambio al que está exponiendo al Estado. La revuelta noha prefigurado en lo más mínimo lo que va a ocurrir enel Estado.

Desde luego, en los movimientos de masas con di-mensión histórica siempre hay gente que cree sincera-mente lo contrario. Piensan que las prácticas democrá-ticas populares del movimiento (de cualquier revueltahistórica, dónde y cuando sea) forman una suerte deparadigma para el Estado futuro. Se organizan asam-bleas igualitarias, todo el mundo tiene derecho a tomarla palabra y las diferencias sociales, religiosas, racia-les, nacionales, sexuales e intelectuales ya no tienenninguna importancia. La decisión es siempre colectiva.Por lo menos en apariencia: los militantes aguerridossaben cómo preparar una asamblea a través de una

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reunión restringida previa que, en los hechos, serásecreta. Pero poco importa, lo cierto es que la decisiónserá casi siempre unánime porque de la discusión sedesprenderá la proposición más fuerte y más justa. Yentonces es posible decir que el poder «legislativo», elque formula la nueva directiva, no sólo coincide con elpoder «ejecutivo», el que organiza las consecuenciasprácticas, sino también con todo el pueblo activo quesimboliza la asamblea.

¿Por qué no extender a todo el Estado esos caracteresde la democracia de masas que son tan fuertes y quedespiertan tanto entusiasmo? Muy simplemente por-que entre la democracia insurrecta y el sistema rutina-rio, represivo y ciego de las decisiones estatales –in-cluso, y sobre todo, cuando pretenden ser «democráti-cas»– existe un abismo tan importante que Marx sólopodía imaginar subsanarlo al término de un proceso dedebilitamiento del Estado. Y ese proceso exigía, paraser bien dirigido hasta su meta, no una democracia demasas por todas partes sino su contrario dialéctico:una dictadura transitoria, cerrada e implacable.

Sin que quepa duda alguna, Marx tenía razón, y másadelante volveré sobre esta paradoja racional de unacontinuidad inevitable entre la democracia igualitariainstaurada por la revuelta histórica en su propio senoy la dictadura popular ejercida hacia el exterior, diri-gida contra los enemigos y los sospechosos, por mediode la cual se intenta llevar a cabo lo que implica unafidelidad política a la revuelta.

Por el momento, nos alcanza constatar que unarevuelta histórica no propone por sí misma ningunaalternativa al poder que pretende derribar. Hay unadiferencia muy importante entre «revuelta históri-ca» y «revolución»: se supone, por lo menos desdeLenin, que la segunda dispone en sí misma de los

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recursos necesarios para una toma inmediata delpoder.

Ésa es la razón por la cual en todas las épocas losinsurrectos se han quejado de que el nuevo régimen,siguiente al derrocamiento insurrecto del anterior, seaen lo esencial idéntico a aquel. El prototipo de estasimilitud, tras la caída de Napoleón III, como conse-cuencia de la guerra perdida y a las revueltas del 4 deseptiembre de 1870, es la conformación de un régimencuyo personal político había surgido en su mayoría dela pretendida «oposición» al Imperio. Para que se supie-ra exactamente de qué lado estaba ubicado, este «nue-vo» poder mostrará su particular ferocidad antipopu-lar algunos meses más tarde, al masacrar sin el másmínimo remordimiento a miles de trabajadores parti-darios de la Comuna.6

El Partido Comunista, tal como fue concebido por elPOSDR7 y luego por los bolcheviques, era una estructu-

6 Resulta esencial reconstruir la génesis del concepto (parlamen-tario) de «la izquierda» a partir de su origen «republicano», a saber:el gobierno compuesto por la oposición a Napoleón III que tomó elpoder en 1870. Los Thiers y los tres Jules, como dice Guillemin(Jules Ferry, Jules Grévy y Jules Simon) son los tristes héroes deeste asunto, que obtuvo por saldo en primer lugar la capitulaciónante los prusianos y luego la feroz masacre de los partidarios de laComuna. La izquierda francesa (colonialismo, unión sagrada en 14-18, amplia adhesión a Pétain, guerra de Argelia, participación en elgolpe de estado gaullista de 1958, universalización financiera bajoMitterrand, trato represivo hacia los trabajadores de origen africa-no, por citar algunas cosas) ha sido fiel desde entonces a susorígenes. Sobre el anudamiento de la palabra «izquierda» a unaconstante contrarrevolucionaria propongo algunas pistas en elcapítulo que dedico a la Comuna de Paris en L’Hypothèse communis-te, op. cit.

7 Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. El POSDR, unaorganización marxista revolucionaria fundada en marzo de 1898, sedividirá más tarde en dos facciones: los bolcheviques y los menche-viques (N. d. E.).

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ra que se proclamó apta para encarnar una alternativaal poder en plaza y para fundar un Estado nuevo trasla destrucción completa del viejo aparato zarista, comoresultado de un análisis riguroso que llevó a cabo Leninde la Comuna de Paris.

Cuando la figura insurrecta se convierte en unafigura política o, dicho en otros términos, cuando dis-pone en sí misma del personal político que necesita ycuando recurrir a los viejos caballos profesionales delEstado se vuelve claramente inútil, es posible decir que hallegado el fin del periodo de intervalo debido a que unanueva política ha conseguido apropiarse del despertar dela Historia que una revuelta histórica había simbolizado.

Para volver a las revueltas históricas del mundoárabe, en particular en Egipto y en Túnez, sabemos yaque van a continuar y que se van a dividir. Una partede los insurrectos, los más jóvenes, los más determina-dos o los que están mejor organizados, va a proclamarque los poderes de transición que penosamente fueronpuestos en funciones y que a menudo enmascaran lapermanencia de las instituciones más importantes delantiguo régimen (el ejército en Egipto, por ejemplo)están tan alejados del movimiento popular que no losquiere, como tampoco a Ben Ali o a Mubarak. Pero estasprotestas, por el momento, no producen la idea a partirde la cual será posible organizar la fidelidad a larevuelta. De donde surge una animada indecisión que,desde un punto de vista puramente formal, coloca lasituación en el mundo árabe muy cerca de lo que ya sevio en el siglo XIX.8

8 Uno de los signos dialécticos que indican que el capitalismocontemporáneo está regresando generalizadamente a la forma puradel capitalismo tal como se lo podía ver operar hacia mediados delsiglo XIX lo constituye el fascinante parecido que tienen entre sí lasrevueltas en el mundo árabe y la «revolución» de 1848 en Europa. Un

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A fin de cuentas, no podemos esquivar la pregunta:¿cuáles son los criterios que nos permiten juzgar unarevuelta y medir la importancia del despertar históri-co que encarna?

Las potencias occidentales y los medios de comuni-cación que dependen de ellas tienen desde el comienzouna respuesta bien preparada: según ellos, el deseo queanima a las revueltas en los países árabes es el de la«libertad», en el sentido que los occidentales le dan aesa palabra, a saber, la «libertad de opinión» dentro delmarco fijo del capitalismo desenfrenado («libertad deemprender») y del Estado fundado sobre la base de larepresentación parlamentaria (las «elecciones libres»que dan a elegir entre diversos administradores, prác-ticamente indiscernibles, del sistema en plaza).

En el fondo, nuestros gobernantes y nuestros mediosde comunicación dominantes han propuesto una inter-pretación simple de las revueltas en el mundo árabe: loque allí se ha expresado es lo que se podría denominarun deseo de Occidente. Un deseo de que «se beneficien»con todo lo que nosotros, hartos y somnolientos indivi-duos de los países pudientes, ya «nos beneficiamos». Un

mismo origen aparentemente anecdótico, una misma sublevacióngeneral, una misma extensión en todo un espacio histórico (en 1848era Europa), mismas diferenciaciones según los países, mismasdeclaraciones colectivas ardientes e imprecisas, una misma orien-tación antidespótica, mismas incertidumbres, una misma tensiónsorda entre el componente intelectual y pequeñoburgués y el com-ponente obrero… Es sabido que ninguna de esas revoluciones logrórealmente desembocar en una nueva situación estatal y social. Perotambién se sabe que a partir de ellas se abrió una secuenciahistórica completamente nueva que apenas concluye en los añosochenta del siglo XX. Es que la Idea está atada a los acontecimientos.Tras haber sido derrotados en las barricadas de las insurreccionesalemanas, Marx y Engels firmaron uno de los textos más victoriososde la Historia: el Manifiesto del Partido Comunista.

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deseo de que por fin se integren al «mundo civilizado»que los occidentales, descendientes incorregibles decolonos racistas, están tan seguros de representar quemontan «tribunales» internacionales para juzgar a quien-quiera que sostenga otros valores –cierto es que a veces, enefecto, son poco recomendables– o apenas haga como siquisiera sacarse la pesada tutela de la «comunidad inter-nacional» –desde luego, a veces de manera puramenteinteresada–. Al hacerlo, los occidentales que se cobijantras el escudo del Derecho olvidan que su pretendidopoder de decir el Bien no es más que el nombre moderni-zado del intervencionismo imperial.

Todo movimiento de masas es, a ciencia cierta, unaexigencia apremiante de liberación. En relación conregímenes tan despóticos, corruptos y sometidos a losdeseos imperiales como los de Ben Ali y de Mubarak,una exigencia de esa naturaleza no podría ser máslegítima. Que ese deseo como tal sea un deseo deOccidente es algo infinitamente más problemático.

Hay que recordar que Occidente, en tanto potencia,no ha dado hasta ahora ninguna prueba de estar pre-ocupado de la manera que sea por organizar la libertaden los lugares en que interviene, lo que a menudo llevaa cabo por las armas. Lo que cuenta para nosotros,«civilizados», es: «¿Ustedes están con nosotros o no?»,dándole a la expresión «estar con nosotros» el significa-do de una interioridad servil hacia la economía demercado planetario, organizada en los países en cues-tión por un personal corrupto que colabora estrecha-mente con una policía y un ejército contrarrevoluciona-rios, formados, armados y dirigidos por oficiales, agen-tes secretos y traficantes que son típicamente nuestros.«Países amigos» como Arabia Saudita, Pakistán, Nige-ria, México y muchos otros son tan despóticos y corrup-tos, cuando no mucho más todavía, que lo que eran

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Túnez bajo Ben Ali o Egipto bajo Mubarak, pero a losque aparecieron en el momento de los acontecimientosde Túnez o de Egipto como ardientes defensores detodas las revueltas a favor de la libertad casi no se losescucha mencionar este tema. Resulta más que claroque nuestros Estados prefieren la calma firme quegarantizan los amigos déspotas a la incertidumbre dela revuelta. Pero en la medida en que la revuelta se dejainterpretar como un deseo de Occidente, y aun más sitermina siéndolo, los políticos y los medios de comuni-cación de nuestros países le darán la bienvenida.

Sin embargo, este desenlace no está asegurado. Elhecho mismo de que los franceses y los ingleses hayanido a Libia, bajo el megáfono oportuno de Bernard-Henri Lévy, para inventar pura y llanamente unoscuantos «rebeldes» de acá y de allá –entre los cuales, losúnicos que resultaron ser verdaderamente eficacesprobaron ser ex miembros de Al Qaeda, ¡imagínensequé paradoja!– pero, a cuyos pies, por el momento todosse rinden (Libia es, en efecto, el único lugar en el mundoen que a la gente le viene la descabellada idea de gritar«viva Sarkozy»), para armarlos, para dirigirlos y paragarantizarles apoyo aéreo a sus fuerzas aéreas, mues-tra hasta qué punto, en definitiva, temen nuestrosgobernantes que en las verdaderas revueltas se expresealgo que no sea un amor desmesurado por las civiliza-ciones imperiales. Que tras cinco meses de acción de lasaviaciones francesas e inglesas bajo la logística estado-unidense con sus helicópteros de asalto, con sus oficia-les y agentes en el terreno, se esté hablando de unaemocionante «victoria de los rebeldes» es francamenteridículo.

Pero este tipo de victoria (Juppé,9 en lo que debe9 Alain Juppé, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de

Sarkozy (N. del T.).

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considerarse como una enorme confesión, afirma que«nosotros somos los que hicimos el trabajo») es lo que losoccidentales adoran. Pues cuando se trata de verdade-ras revueltas populares, no consiguen reprimir imagi-narse que, tal vez, después de todo, se las tengan quever con personas que no desean quedar roncas de tantogritar a favor de Cameron, de Sarkozy o de Obama. ¿Talvez –y su angustia empieza a aumentar– se tratará entodos esos episodios de una Idea todavía no formuladapero para ellos muy desagradable? ¿De una concepciónde la democracia por completo opuesta a la suya? Anteesta incertidumbre, concluyen, preparemos nuestrasametralladoras y verifiquemos, aquí y allá, que esténlistas por si hay que usarlas.

En estas condiciones, es necesario intentar definircon mayor precisión lo que es o lo que sería un movi-miento popular reductible a un «deseo de Occidente», ylo que bien podrían ser las revueltas actuales, más alláde esta tentación mortífera.

Intentémoslo: una revuelta sometida al deseo deOccidente adquiere de inmediato la forma de unarevuelta antidespótica, cuya potencia negativa y popu-lar es en efecto la de la multitud, pero cuya potenciaafirmativa no tiene una norma distinta de aquellas delas que se vale Occidente. Un movimiento popular queresponde a esta definición tiene todas las posibilidadesde concluir con muy modestas reformas constituciona-les y con elecciones bien controladas por la «comunidadinternacional», de las que saldrán vencedores, parasorpresa general de los simpatizantes de la revuelta, obien sicarios muy conocidos de los intereses occidenta-les o bien un refrito de esos «islamistas moderados» dequienes nuestros gobernantes están aprendiendo pocoa poco que no tienen gran cosa a la que temer. Propongoafirmar que, al término de un proceso de esa naturale-

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za, habremos presenciado un fenómeno de inclusiónoccidental.

En nuestros países, la interpretación dominante delo que está ocurriendo apunta a que ese fenómenoconstituya el desenlace natural y legítimo, bajo elnombre de «victoria democrática», de los procesos insu-rrectos que se presentan en los países árabes.

Lo cual, por lo demás, echa luz al hecho de que lasrevueltas, por el contrario, se reprimen y se deshonrande manera brutal cuando se presentan en países comolos nuestros. Si una «buena revuelta» reclama unainclusión occidental, ¿por qué cuernos sublevarse allídonde esta inclusión está bien establecida, en nuestrasólida democracia civilizada? Los piojosos, los árabes,los negros, los orientales y otros trabajadores venidosdel infierno pueden, de tanto en tanto y sin exagerar,exigir ser «como nosotros», máxime que no será mañanaque lo conseguirán y que, entretanto, el buen saqueocolonial que alimenta nuestra serenidad persistirábajo diversas formas. En nuestros países, por el contra-rio, sólo tienen derecho a trabajar y a votar en silencio.Si no, ¡cuidado! Cameron y su pequeño gulag londinen-se reservado a los jóvenes de los barrios, Sarkozy y suKärcher antigentuza, velan por los muros de la civili-zación.

Si es cierto que, tal como Marx lo había previsto, elámbito de realización de las ideas emancipadoras es elespacio mundial (lo cual, dicho entre paréntesis, no hasido realmente el caso de las revoluciones del siglo XX),entonces, un fenómeno de inclusión occidental no pue-de considerarse un cambio verdadero. Lo que constitui-ría un cambio verdadero sería una salida de Occidente,una «desoccidentalización» que adquiriría la forma deuna exclusión. Me dirán que es una ensoñación. Peropuede ser que se presente así bajo nuestros ojos. Y en

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todo caso, es lo que debemos soñar, porque ese sueñopermite atravesar, sin desdecirse ni hundirse en el «nofuture» del nihilismo, los penosos años de un periodo deintervalo.

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VI

REVUELTA, ACONTECIMIENTO,VERDAD

Se habrá comprendido que el valor que se le otorga alactual despertar insurrecto de la Historia se debe a laposibilidad que posee de dar lugar a las fidelidadespolíticas que se mantienen indiferentes al deseo deOccidente.

¿Qué es lo que nos puede garantizar que el aconte-cimiento, la revuelta histórica, produzca en efectoesta posibilidad? ¿Quién nos protegerá de la fuerzasubjetiva, bien real, del deseo de Occidente? No esposible dar aquí ninguna respuesta formal. El análi-sis minucioso del largo y tortuoso proceso estatal nonos será de gran ayuda. A corto plazo, desembocaráen elecciones que carecen de verdad. Lo que tenemosque hacer es una investigación paciente y minuciosajunto a la gente, en la búsqueda de lo que habrá deafirmar, al cabo de un proceso de división inevitable(pues el portador de verdad siempre es el Dos y no elUno), la fracción irreductible del movimiento, a sa-ber, los enunciados. Cuestiones dichas que no seansolubles en la inclusión occidental. Cuando esos enun-ciados existen, se los reconoce fácilmente. Y es bajo lacondición de que existan esos enunciados como resul-ta posible concebir un proceso de organización de las

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figuras de la acción colectiva, lo cual marcará suacontecer político.

Ya significa bastante constatar que, en la revueltahistórica egipcia, la más importante y consistente detodas, nada da cuenta de manera irreversible que seesté tratando de un deseo masivo de Occidente. Aque-llas personas que, día tras día, han leído en lenguaárabe las banderolas de la plaza Tahrir, han constata-do, a menudo para su gran sorpresa, que la palabra«democracia» no aparece prácticamente nunca. Lostemas principales, más allá del «¡Andate!» unánime,son el país, Egipto, la restitución del país a su pueblolevantado (lo que explica la presencia por todas partesde la bandera nacional) y, por lo tanto, precisamente elfin de su servilismo con respecto a Occidente y a sucomponente israelí; el fin de la corrupción y de la des-igualdad monstruosa entre un puñado de corruptos yla masa de trabajadores ordinarios; la voluntad deconstruir un Estado social que ponga fin a la terriblemiseria de millones de personas. Es posible integrartodo esto en una gran Idea política nueva, en continui-dad con lo que he denominado el «comunismo de movi-miento», propio a todos los movimientos de ese tipo,mucho más fácilmente que al ardid electoral, esa tram-pa que tiende el viejo opresor histórico.

Puedo retomar todo esto de un modo a la vez másabstracto y más simple. En un mundo estructurado porla explotación y la opresión, hay masas de personas queno tienen, estrictamente hablando, ninguna existen-cia. No cuentan para nada. En el mundo actual, casitodos los africanos, por ejemplo, no cuentan para nada.E incluso en nuestras comarcas pudientes, en el fondo,la mayoría de las personas, la masa de trabajadorescomunes no decide absolutamente nada, no tiene sinouna voz ficticia en el capítulo de las decisiones que

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conciernen a su propio destino. Sólo una oligarquía, a lavez alejada y omnipresente, consigue ligar los episodiossucesivos de la vida de la gente mediante un parámetrounificado, a saber, el provecho con el que se alimentaesa oligarquía.

A esas personas que se hallan presentes en el mundopero que están ausentes en su sentido y en las decisio-nes que conciernen a su futuro, las llamaremos elinexistente del mundo. Diremos entonces que un cam-bio de mundo es real cuando un inexistente del mundocomienza a existir en este mismo mundo con una inten-sidad máxima. Exactamente eso es lo que decía ytodavía dice la gente en las manifestaciones popularesen Egipto: no existíamos y ahora existimos, podemosdeterminar la historia del país. Este hecho subjetivoestá provisto de una fuerza extraordinaria. El inexis-tente se ha puesto de pie. Es por eso que se habla desublevación: estaban acostados, plegados, se levantan,se ponen de pie, se sublevan. Este levantamiento es unlevantamiento de la existencia misma: los pobres no sevolvieron ricos, la gente desarmada no está armada,etc. En el fondo, nada ha cambiado. Lo que ha ocurridoes que se ha puesto de pie la existencia del inexistente,condicionado por lo que denomino un acontecimiento.Sin ignorar que, a diferencia del ponerse de pie delinexistente, el acontecimiento mismo casi siempre esinaprehensible.

La definición del acontecimiento como lo que vuelveposible el ponerse de pie del inexistente es una defini-ción abstracta aunque irrefutable, muy simplementeporque el ponerse de pie se proclama: es inmediata-mente lo que dice la gente. ¿Qué es lo que se observaobjetivamente? La determinación de un lugar cumpleun papel decisivo: en unos pocos días, una plaza delCairo adquiere una fama planetaria. Resulta funda-

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mental constatar que, en tiempos de un cambio real, seda la producción de un lugar nuevo que, sin embargo, esinterno a esa localización general que es un mundo. Deesta manera, en Egipto, las personas reunidas en laplaza consideraban que Egipto eran ellos, que Egiptoeran las personas que estaban ahí para proclamar que,si bajo Mubarak Egipto no existía, de allí en más existe,y ellos con su país.

La fuerza de este fenómeno es tal que, algo cierta-mente extraordinario, todo el mundo se inclina ante él.En el mundo entero se admite que las personas queestán ahí, en ese lugar que han construido, son elpueblo egipcio en persona. Hasta nuestros gobernan-tes, hasta nuestros medios de comunicación sometidos,que tiemblan entre bambalinas y que se preguntancómo van a hacer sin sus servidores-déspotas en paísesestratégicos como Egipto, sólo expresan la «subleva-ción democrática del pueblo egipcio» y le aseguran conadmiración que tienen todo su apoyo (mientras prepa-ran, siempre en bambalinas, un «cambio» para que todosiga igual que antes, al cabo de una bendecida masca-rada electoral).

¿Así que los insurrectos que se reúnen en la plaza delCairo son, por lo tanto, el «pueblo egipcio»? Pero en esteasunto ¿qué sucede con el dogma democrático, con elsacrosanto sufragio universal? Yo sé muy bien que,detrás de la fachada del apoyo sin desmayo a losinsurrectos, se esconde un miedo activo y, a fin decuentas, vivas presiones para que rápidamente todovuelva a un orden estatal fiable y pro-occidental. ¡Peroaun así! ¿No se trata de algo peligroso, no se trata –¡ho-rror!– de la llegada de una concepción nueva de lapolítica, cuando por todas partes se saluda, como sivaliera por el todo, esta corta metonimia de Egipto queson estas personas reunidas en la plaza, con su demo-

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cracia de masas, su unidad de acción y sus banderolasradicales? Pues incluso si son un millón, sigue sin sermucho con respecto a los 80 millones de egipcios. Entérminos de cifras electorales, ¡es un fiasco garantiza-do! Pero ese mismo millón presente en el lugar se vuelveenorme si se deja de medir el impacto político, comoocurre con el voto, por el número inerte y separado.

Nosotros, mayores, hemos conocido algo por el estiloa fines de mayo de 1968. Había habido millones demanifestantes, fábricas ocupadas, lugares en donde secelebraban asambleas permanentes, a raíz de lo cualDe Gaulle llamó a elecciones que terminaron en unacámara inutilizada de reaccionarios. Recuerdo la estu-pefacción de algunos de mis amigos que decían: «¡Perosi estábamos todos en la calle!» Y yo les respondía: «¡No,desde luego que no, no estábamos todos en la calle!»Puespor muy grande que sea una manifestación, siempre esarchiminoritaria. Su fuerza reside en la intensifica-ción de la energía subjetiva (la gente sabe que se larequiere día y noche, es todo entusiasmo y pasión) y enla localización de su presencia (la gente se reúne enlugares que se volvieron inexpugnables, plazas, uni-versidades, avenidas, fábricas…).

El movimiento, que siempre es por completo minori-tario, una vez que ha quedado estremecido por laintensidad y que se ha vuelto compacto por la localiza-ción, está tan seguro de representar el pueblo enterodel país que nadie puede negar públicamente que, enefecto, lo representa. Ni siquiera sus enemigos, tansecretos como encarnizados. Eso demuestra que en estecaso en particular –las revueltas históricas que dan piea nuevos posibles– hay un elemento de universalidadnormativa. El complejo de la localización, que constitu-ye un símbolo para el mundo entero, y de la intensifica-ción, que crea nuevos sujetos, acarrea una adhesión

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masiva a la cual cualquier persona que sea una excep-ción es inmediatamente vista como sospechosa. Sospe-chosa de actuar en connivencia con los viejos déspotas.

Es posible entonces hablar de dictadura popularantes bien que de democracia. En un ambiente «demo-crático» como el nuestro, la palabra «dictadura» es unapalabra muy deshonrosa. Y lo es todavía más en lamedida en que los insurrectos, con razón, estigmatizana los déspotas corruptos con el nombre de «dictadores».Pero del mismo modo que la democracia de movimiento,igualitaria e inmediata, se opone de manera absoluta ala «democracia» de los apoderados del Capital, noigualitaria y representativa, del mismo modo la dicta-dura ejercida por el movimiento popular se opone demanera radical a las dictaduras como formas del Esta-do separado y opresivo. Por «dictadura popular» hace-mos referencia a una autoridad que es legítima preci-samente debido a que su verdad proviene del hecho deque sólo se legitima a sí misma: nadie es delegado denadie (como en una autoridad representativa), nadienecesita de una propaganda o de una policía para quelo que dice sea lo que digan todos (como en un Estadodictatorial), pues lo que dice es lo que es verdadero enla situación; no hay más personas que las que están ahí;y las que están ahí, y que con toda evidencia son unaminoría, disponen de la autoridad adquirida paraproclamar que el destino histórico del país (incluida laaplastante mayoría que constituyen las personas queno se encuentran ahí) son ellas. La «democracia de ma-sas» impone decisiones a todo lo que está fuera de ellacomo si fueran las de una voluntad general.

La única debilidad de Rousseau en El contrato sociales la concesión que le hace al procedimiento electoral,aunque demuestra de la manera más rigurosa que elparlamentarismo, la democracia representativa (una

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forma de Estado que, en tiempos de Rousseau, estabanaciendo en Inglaterra) no es más que una impostura.¿Por qué la «voluntad general» debía aparecer con laforma de una mayoría numérica? Rousseau no llega aaclarar ese punto, y con razón: es sólo en ocasión de lasrevueltas históricas, minoritarias pero localizadas,unificadas e intensas, cuando tiene sentido hablar deuna expresión de la voluntad general.

A lo que ocurre aquí, cuya «expresión de la voluntadgeneral» es el nombre que le da Rousseau, le daré otronombre filosófico: es el surgimiento de una verdad, eneste caso, de una verdad política. Esta verdad se apoyaen el ser mismo del pueblo, en lo que de hecho laspersonas son capaces de hacer, en cuanto a la acción ya las ideas. Esta verdad surge en los márgenes de larevuelta histórica, que se la arrebata a las leyes delmundo (en nuestro caso, se la arrebata a la presión deldeseo de Occidente) con la forma de algo nuevo posibleque hasta entonces se había ignorado. Y la afirmación(luego, tal como veremos, la organización) de este posi-ble político nuevo se presenta con una forma explícita-mente autoritario: la autoridad de la verdad, la autori-dad de la razón. Autoritaria en un sentido estricto,puesto que, por lo menos al principio, nadie tienederecho a desconocer públicamente que existe un dere-cho absoluto en la revuelta histórica. Y es precisamenteeste elemento dictatorial lo que entusiasma a todo elmundo, al igual que la demostración por fin hallada deun teorema, una obra de arte brillante o una pasiónamorosa que por fin se declara, cuestiones todas cuyaley absoluta ninguna opinión puede deshacer.

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VII

ACONTECIMIENTOY ORGANIZACIÓN POLÍTICA

Esa manifestación que se localiza en un lugar, enavenidas, en fábricas, esta contracción o compactadocuantitativo, todo eso hace las veces de lo real porque loque lo anima es una sobreexistencia, intensiva y subje-tivada, de la verdad prepolítica –es decir, que la violen-cia depende de un inexistente, correlacionada, con laforma de la revuelta histórica, con el «desprendimien-to» de algunos símbolos del Estado–. No surge de nada,tiene la fuerza dictatorial de una creación ex nihilo.Cuando hay huellas del acontecimiento antes del acon-tecimiento, indicios preacontecimentales que se pue-den localizar a posteriori, y bien, reproducen, o pre-producen, la articulación de una contracción cuantita-tiva y de una sobreexistencia intensiva. Es lo que hasucedido en Egipto, como ha habido antes de mayo de1968: las huelgas en las fábricas del año 1967 y de co-mienzos de 1968, que eran muy particulares, ya que lashabían decidido grupos de jóvenes obreros que eran inde-pendientes de los sindicatos representativos (es el aspec-to de la representación del todo por la contracción, la«minoría agitadora», como dicen nuestros demócratasinquietos), con una ocupación de la fábrica que se llevó acabo muy pronto, y de manera precipitada, incluso antes

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de que se pudiera hablar de huelga (es el aspecto de laintensidad activista ligada a la ocupación del lugar).

El acontecimiento, en tanto que reapertura de la histo-ria, se anunció mediante tres señales, y las tres soninmanentes a demostraciones populares masivas: inten-sificación, contracción y localización. Se trata de los datosprepolíticos del despertar de la Historia por medio derevueltas que superan la revuelta inmediata y a supoderoso nihilismo. Con ellos comienza el trabajo de laverdad nueva, que en política se llama «organización».

Una organización se da en el cruce de una Idea y unacontecimiento. Ese cruce, sin embargo, no existe sinocomo un proceso cuyo sujeto inmediato es el militantepolítico. El militante es un ser híbrido, ya que es lo quepuede dar a luz el movimiento insurrecto que la Idea harecuperado. La Idea ha sido republicana durante dece-nios, comunista «ingenua» en el siglo XIX y comunistaestatal en el siglo XX. Propongamos provisoriamente quesea comunista dialéctica en el siglo XXI: el verdadero nom-bre vendrá de los márgenes del despertar de la Historia.

¿Cómo se realiza la hibridación militante como fide-lidad al acontecimiento? Que la revuelta dé pruebas enprimer lugar del valor histórico de la Idea es algoseguro. Y no es menos seguro que el valor político de larevuelta lo demuestre la organización que le es fiel, y lees fiel porque, para ella, la revuelta afirma la Idea.

La Idea, acá, designa una suerte de proyección histó-rica de lo que va a ser el devenir histórico de unapolítica, devenir que originariamente la revuelta vali-da. Por ejemplo, se dirá que la igualdad «se deberáconvertir» en la regla, en tanto que norma de todos loscombates entablados, o que «comunismo» designa laposibilidad, asumida subjetivamente, de una sociedadradicalmente diferente, en la medida en que se sustraea la influencia del Capital, está pautada por la igual-

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dad y se halla gobernada por la asociación libre de losque la componen. Pero sólo se lo dirá porque pensar así,hablar así y actuar en consecuencia organiza una dura-ción definitiva de la revuelta abolida. Es por ello que laIdea no precede a la revuelta, sino que se enlaza a susefectos reales en la construcción de una duración. Delmismo modo, la Idea supondrá más tarde lo real de laorganización política popular.10

Una política considera como eterno lo que la revueltaha puesto de manifiesto bajo la forma de la existenciade un inexistente, y que es el único contenido de undespertar de la Historia. Para hacerlo, hace falta que ala luz de la Idea –que une abstractamente a los militan-tes– la organización guarde en sí misma huellas de loque ha constituido la fuerza creadora de la revueltahistórica: contracción, intensificación y localización.

Desde un punto de vista clásico, la contracción (elhecho de que una pequeña minoría sea la verdaderaexistencia de la totalidad de la revuelta) está custodia-da por estrictas reglas de pertenencia a la organiza-ción. Se crea una delimitación formal entre los queestán y los que no, tan poderosa como la delimitaciónque opera durante la revuelta entre los que están y losque se quedan en su casa. El activismo militante con-serva la intensificación, la vida consagrada a lo queexige la acción, una subjetividad más vital y mássensible a las circunstancias que la que retorna a larutina existencial. La localización se va a mantenersegún un protocolo constante de conquista de los luga-res en los que hay presencia (ese mercado popular,aquel hogar de obreros africanos, esa fábrica, tal torrede departamentos de aquel arrabal…). Ese conjuntoconstituye la dimensión militante de un tipo particu-

10 En cuanto al motivo de la Idea, habrá que remitirse al texto conque concluye L’Hypoyhèse communiste, ob. cit.

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lar de organización que durante algunos decenios delsiglo XX se llamó «Partido Comunista» y al que sin duda,en la actualidad, habrá que buscarle otro nombre.

A primera vista, esos imperativos de fidelidad pare-cían razonables, y es por ello que han seducido a millo-nes de obreros, de campesinos y de intelectuales duran-te toda la época que siguió a la Revolución rusa de 1917.Las tres características de la obligación militante eranun símbolo de que la organización seguía aprendiendode los procesos en los que apareció un despertar de laHistoria y, de esta manera, alimentaba la Idea comu-nista de todo ese real popular insurrecto.

Sin embargo, es probable que los procesos de vigilan-cia de lo Verdadero se vean modificados en las secuen-cias futuras. La forma-partido ha tenido su momento yen menos de un siglo quedó agotada por sus avataresestatales. Apropiados para la conquista militar delpoder, los partidos comunistas han demostrado serincapaces de hacer en gran escala lo que en definitivaconstituye la única tarea de un Estado que avanzahacia su debilitamiento: resolver de manera creadoralas contradicciones en el seno del pueblo sin tomar pormodelo, ante la menor dificultad, el modelo terroristade resolución de las contradicciones con el enemigo. Esun gran problema que se plantea en la actualidad:inventar una disciplina política revolucionaria que,aunque sea heredera de la dictadura de lo Verdadero quenace con la revuelta histórica, no siga al modelo jerárqui-co, autoritario y prácticamente sin pensamiento, de lo queson los ejércitos o las secciones de asalto.

De todas maneras, no deja de ser cierto que, alformalizar los rasgos constitutivos del acontecimiento,la organización permite que se conserve la autoridad.Se podría decir que con esta formalización en ciertamedida se está pasando de lo real a lo simbólico o del

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deseo a la ley. La organización transforma en ley polí-tica esta dictadura de lo verdadero, de donde extraía suprestigio universal lo real de la revuelta histórica.

Lacan dice que el deseo es lo mismo que la ley. Yosostengo lo mismo, y aclaro que, cuando transcribo elaxioma de Lacan con la forma siguiente: «la organiza-ción es el mismo proceso que el acontecimiento», mebaso en la mediación de una formalización. Pero tam-bién en Lacan, y de él conservo esta visión profunda, laformalización designa una mediación entre deseo y leycuyo nombre es el Sujeto.

Una organización política es el Sujeto de una disci-plina del acontecimiento, un orden puesto al serviciodel desorden, la vigilancia continua de una excepción.Es una mediación entre el mundo y el cambio del mun-do es, en cierta medida, el elemento mundano delcambio del mundo, pues la organización trata estacuestión subjetiva: «¿Cómo ser fiel al cambio del mundoen el mundo mismo?» Lo que se vuelve: ¿cómo tramar enel mundo la verdad política de la cual el acontecimientoha sido la condición de posibilidad histórica, sin llegar aser, sin embargo, la realización de esta posibilidad? ¿Cómoinscribir políticamente un despertar de la Historia comomaterialidad actuante bajo el signo de la Idea?

Tal vez, para clarificarlo todo, habría que volver adecirlo en el orden en que surgen las razones.

1. Un mundo atribuye siempre intensidades de exis-tencia a todos los seres que habitan ese mundo. Desdeel punto de vista de su ser, las personas a quienes estemundo tal como es atribuye una cantidad de existenciadébil, incluso despreciable, por definición están en piede igualdad con respecto a los demás. Los obreros quedicen «¡No somos nada, seamos todo!» están absoluta-mente en esa situación, y si dicen que no son nada, no

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es con respecto a su ser sino a la intensidad de existen-cia que se les reconoce en la organización de estemundo, lo que hace que allí sean prácticamente inexis-tentes. Se puede decir también que el concepto de ser esextensivo (el mundo entero se presenta en igualdad deser un humano vivo), mientras que la categoría de exis-tencia es un predicado intensivo (la existencia estájerarquizada). Una revuelta histórica crea un momentoen que un aumento del ser-igual, que siempre es delorden del acontecimiento, vuelve posible que se esta-blezca un juicio acerca de la intensidad de existencia decada uno de nosotros.

2. En este mundo hay seres inexistentes a los que, sibien están, el mundo les confiere una intensidad deexistencia mínima. Toda afirmación creadora se arrai-ga en la capacidad para ubicar a los inexistentes delmundo. En el fondo, lo que cuenta en toda creaciónverdadera, sea cual fuere el ámbito, no es tanto lo queexiste como lo que in-existe. Hay que instruirse en laescuela de lo inexistente, pues es allí donde se ponen demanifiesto las ofensas existenciales que se hacen a losseres y, por lo tanto, el recurso del ser-igual contra esasofensas.

3. Un acontecimiento se distingue por el hecho de queun inexistente va a alcanzar una existencia verdadera,una existencia intensa, con respecto a un mundo.

4. Si se toma en consideración la acción política, lasformas primeras del cambio de mundo o de un desper-tar de la Historia, las que son visibles en el aconteci-miento pero cuyo futuro todavía no está determinado,son la intensificación –puesto que el resorte general delas cosas es la distribución de diferentes intensidadesde existencias–, la contracción –la situación se con-tracta en una suerte de representación de sí misma, demetonimia de la situación de conjunto– y la localiza-

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ción –la necesidad de construir lugares significativosdesde el punto de vista simbólico para que se vuelvavisible la capacidad de las personas para fijar supropio destino–. Es necesario advertir que la visibili-dad como tal no se reduce a la visibilidad en los medios,es decir, lo que se denomina la comunicación.

5. La visibilidad que la localización de la revuelta haconquistado posee una importancia intrínseca. Es unanorma inmanente, hay que volverse visible: la visibili-dad es una dirección universal, incluida para unomismo. ¿Por qué es tan importante? Es que hace faltaque el ser del inexistente aparezca como existente –loque da comienzo a la transformación de las reglasmismas de la visibilidad–. La localización es la ideaque consiste en afirmar en el mundo la visibilidad de lajusticia universal en la forma del reemplazo del inexis-tente. Y para hacerlo, no se trata tanto de mostrar elvigor de nuestros músculos o incluso el hecho de quesomos varios miles, y hasta millones, como de mostrarque nos hemos vuelto dueños simbólicos del lugar.

6. Un acontecimiento prepolítico, una revuelta histó-rica, se produce cuando una sobreexistencia intensiva,articulada con una contracción extensiva, define unlugar en el que se refracta la situación en su totali-dad en una visibilidad dirigida de manera univer-sal. Para identificar una situación acontecimental,basta con echar un vistazo: debido a que está dirigidade manera universal, lo toca a usted como a todo elmundo, por esta universalidad de su visibilidad. Us-ted sabe que el ser de un inexistente acaba de apareceren un lugar que le es propio. Es por que ello que, ya lohemos dicho, nadie lo puede negar públicamente.

7. Lo que yo llamo la cuestión de la organización o dela disciplina del acontecimiento es la posibilidad de unafragmentación efectiva de la Idea en acciones, declara-

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ciones e invenciones que dan testimonio de una fideli-dad al acontecimiento. Una organización es, en defini-tiva, lo que se proclama colectivamente como conve-niente tanto para el acontecimiento como para la Ideaen una duración que ha vuelto a ser la del mundo. Esemomento de la organización es de lejos el más difícil.Requiere una atención colectiva particular porque es elmomento en que surgen las divisiones y, al mismo tiempo,en el que el enemigo (el guardián de la Historia dormida)busca recuperarse. Si se falla en ese momento, el desper-tar de la Historia ya no será más que una anécdotabrillante y la política permanecerá inexpresiva.

8. El proceso que llamo «organización» es, por lotanto, una tentativa por mantener las característicasdel acontecimiento (intensificación, contracción, loca-lización), justo cuando el acontecimiento en tanto tal yano tiene la fuerza del comienzo. La organización, en esesentido, en el hueco subjetivo en que se mantiene laIdea, es la transformación de la fuerza acontecimentalen temporalidad. Es la invención de un tiempo cuyascaracterísticas particulares las tomó prestadas delacontecimiento, un tiempo que, en cierta manera, des-plegaría su comienzo. Ese tiempo puede ser considera-do entonces como fuera de tiempo, en el sentido en quela organización no se deja inscribir en el orden deltiempo tal como el mundo anterior lo había ordenado.Allí tenemos lo que es posible nombrar el fuera detiempo del Sujeto en tanto que Sujeto de la excepción.

Si el acontecimiento, la revuelta histórica, es uncorte en el tiempo –corte en que aparece el inexistente–, laorganización es un fuera de tiempo que crea la subjeti-vidad colectiva en que la existencia asumida del inexis-tente, a la luz de la Idea, va a enfrentar la fuerzaconservadora del Estado, guardián de todas las opre-siones temporales.

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VIII

ESTADO Y POLÍTICA:IDENTIDAD Y GENERICIDAD

El Estado es una extraordinaria máquina para fabri-car inexistentes. Por medio de la muerte (la historia delos Estados es fundamentalmente una historia de ma-sacres), aunque no únicamente de ese modo. El Estadoes capaz de fabricar inexistentes al imponer una figurade la normalidad identitaria, «nacional» u otra. Ahorabien, particularmente en Europa esta cuestión de laidentidad se ha vuelto una obsesión. Una suerte deracismo cultural, que, de hecho, refleja el miedo de las«clases medias» –ventajeras cascarrabias de la dinámi-ca imperial– de verse reducidas al estatus inferior de«pueblo de los arrabales», infecta la situación y alcanzaincluso a ensombrecer el cerebro de intelectuales otro-ra estimados y audaces. Es cierto que nuestros gober-nantes han marcado el tono. Recordemos la recientedeclaración de uno de nuestros ministros: «En Franciahay musulmanes por demás». «Demás», acá, sólo puedequerer decir una sola cosa: entre ellos, algunos están demás. El ministro afirma con toda claridad que el propioser de esas personas que están de más, por lo menos ennuestro país, allí donde lamentablemente se encuen-tran, debería ser una pura y dura inexistencia. Eviden-temente, el ministro anuncia que va a hacer lo necesa-

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rio para que sea así. Su enunciado apunta a la relaciónentre el ser y la existencia, es un enunciado ontológicoy no una simple necedad reaccionaria.

Para el Estado, existe una gama formidable de solu-ciones para transformar lo que no obstante está ahí,ante nuestra mirada, en lo que no existe. Desde elrechazo a otorgar papeles legales hasta los serviciospoliciales y las expulsiones judiciales, pasando por laimposibilidad de curarse en los hospitales públicos, lasredadas en las estaciones de tren, los arrestos de niñosa la salida de la escuela, la prohibición que alcanza a lasmujeres de vestirse como ellas desean, los campos deinternamiento… Todas esas soluciones se presentancomo la solución definitiva al «problema» que suscitó elministro de Sarkozy: en nuestro país hay gente «demás».

Pero, tanto para los más jóvenes como para los quetienen una memoria corta, recordemos que en tiemposde Mitterrand, el primer ministro Fabius admitió anteLe Pen que, en efecto, nuestro país tenía un verdadero«problema de inmigración». Y que, por lo tanto, él,Fabius (que aquí no es más que el nombre de unaconvicción colectiva de gobernantes, de izquierda tantocomo de derecha), iba a buscar los medios para solucio-nar ese problema, dentro de lo posible de maneradefinitiva. Y, de hecho, propuso soluciones: de estamanera, fue la izquierda socialista en el poder la quecreó, entre otras cosas, los centros de internamiento yel control puntilloso de la reagrupación familiar.

Estas declaraciones repetidas de unos y otros sólotendrían el alcance de una suerte de locura ideológicasi no las sostuviera la máquina, siempre lista paraponerse a funcionar, gracias a la cual el Estado fabricauna «identidad» fantasmagórica.

Esquematizaremos el funcionamiento de esta má-

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quina por medio de una formalización por completoelemental.11

Un Estado produce siempre la existencia de unobjeto imaginario del que se supone que encarna un«promedio» identitario. Nombremos, por ejemplo a F enlugar de los «franceses» al conjunto de particularida-des que autorizan al Estado a hablar cada dos por tresde los «franceses», de lo que los identifica y de susderechos particulares, por completo diferentes a los delos que «no son» franceses, como si existiera un «ser-francés» totalmente identificable.

Este objeto imaginario está compuesto de predicadosinconsistentes. El «francés», el F promedio es, por caso,laico, feminista, trabajador, buen alumno de «la escuelarepublicana», blanco, correcto francoparlante, galante,valiente, de civilización cristiana, estafador, indisci-plinado, súbdito de la patria de los derechos humanos,menos serio que los alemanes, más abierto que lossuizos, menos perezoso que los italianos, demócrata,buen cocinero… y un montón de otras cosas variables ycontradictorias que los programas nacionales blandende acuerdo con las circunstancias. Lo que importa esque se pueda hablar de ese «francés» de retórica puracomo si existiera.

La importancia estatal desmedida de las encuestasproviene exclusivamente del hecho de que, en tanto queciencia de los promedios estadísticos, la encuesta con-sigue que el francés virtual exista numéricamente.Para comentar una encuesta que afirma que el 51 % de

11 Es posible desarrollar de manera considerable la teoría de losobjetos identitarios y de los nombres separadores si se la sumergeen el contexto de la teoría trascendental de los mundos tal como lapresento en Logiques des mondes (Seuil, 2006). [Existe edición encastellano: Lógicas de los mundos: el ser y el acontecimiento, BuenosAires, Manantial, 2008.]

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los encuestados preferiría votar por Hollande en lugarde Aubry, la propaganda no dudará un solo instante enemplear expresiones del tipo: «Los franceses piensanque Hollande es mejor candidato que Aubry». De estamanera, nuestro F inexistente llega a pensar, a decidir,a elegir. F quiere a Hollande, F apoya el ataque francéscontra Libia, F piensa que la reforma de las jubilacio-nes es inevitable, F prefiere el camembert al roque-fort…

Pero, una vez que se ha resguardado la existencia deF a partir de algunos predicados de circunstancia yque, de esta manera, se ha garantizado la identidadactual del francés, lo más importante es que el Estadoy los que lo siguen disponen de un método de evaluaciónde lo que es normal y de lo que no lo es.

Para abreviar, supongamos que, dados dos individuos,se buscara medir el grado de identidad de esos dosindividuos sobre una escala que se sitúa entre un mínimo,digamos cero, y un máximo que podría ser 10, como en laescuela. Se escribirá Id (x,y) el grado de identidad delindividuo x con respecto al individuo y. Si Id (x,y) = 10,entonces x e y son auténticos gemelos. Si Id (x,y) = 0,entonces el individuo x y el individuo y no tienenprácticamente nada en común. Si Id (x,y) = 5, entoncesson algo idénticos y algo diferentes.

Toda la cuestión consiste en conseguir que entre enesta operación nuestro F, cuya realidad el Estadosupone como si se tratara de un individuo, el individuopromedio, el francés en estado puro.

Ubiquémonos en una situación que exija algunosesfuerzos de propaganda. En todos los casos, los pará-metros dominantes de la construcción imaginaria del«francés» se extraen de la lista incoherente de rasgosdisponibles de F. El Estado y su propaganda eligen losrasgos que consideran apropiados, ya sea para lo que

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desean medir, ya sea para poner en aprietos a losrivales de la oposición. Supongamos –como es el caso enla actualidad– que para dividir al pueblo (un objetivofundamental, sea cual fuere el Estado) entre «asalaria-dos franceses normales» y «obreros extranjeros sospe-chosos», haya que insistir en los supuestos «valores» alos que F estima por encima de todo, aunque no existan.La propaganda comienza proclamando que, dada la si-guiente situación y en lo referente a los «valores», lo quees normal para un francés empírico, un «alguien» queestá acá y pretende quedarse en este lugar, es ser muyidéntico al objeto F. Se podrá escribir que, para todoindividuo x «normal», se obtiene una Id (x, F) ! 10 (laidentidad de x con F está muy cerca del máximo, elindividuo x es un buen francés promedio, quiere ypractica los valores franceses). Todo individuo que sealeja de esta identidad casi máxima con F no es «nor-mal». Pero aquél que no es normal, para el Estado ypara la opinión que de él depende, ya es alguien sospe-choso. De ese individuo, cuyo grado de identidad con Fno es suficiente (porque es menor que el promedio,menos que 5, por ejemplo), cuyo ser-ahí en la situaciónno es por esa razón «normal», oiremos decir que «nocomparte nuestros valores». ¡Prueba de ello es que suidentidad con el francés medio ni siquiera alcanza elpromedio! Ese sospechoso haría bien en «integrarse» loantes posible, so pena de que lo expulsen por habercometido un crimen de identidad.

El F ficticio, medida de la normalidad y matriz de lasuspicacia, o su sustituto en toda estructura estatal,siempre es identitario. Es necesario comprender queconstituye el producto más primitivo y más importantede la opresión estatal. Cuando ese punto se radicaliza,cuando se llega al extremo de exigir a cada individuoque dé innumerables «pruebas» de que su identidad conel objeto identitario ficticio («ario» es un ejemplo canó-

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nico, pero «francés», como lo ha mostrado Pétain, no esmucho mejor) alcanza un nivel máximo, o en todo caso,excelente (nunca inferior a 8…), por lo general significaque nos encontramos ante un Estado en vías de fascis-tización.

Unos cuantos síntomas diversos que tienen que verante todo con el estatus de las familias de provenienciaextranjera, que involucran las tentativas gubernamen-tales por «explicitar» lo que es el objeto ficticio F y, porlo tanto, por trazar una línea de demarcación entre lonormal y lo sospechoso, y que se extiende con la islamo-fobia delirante de una parte de las intelligentsias deEuropa, muestran que nos estamos acercando, lenta-mente pero con seguridad, en nuestros viejos y cansa-dos Estados imperiales, a una tentación de esa especie.

Lo que en todo caso existe, a partir del momento enque la fiebre identitaria trivializa la referencia a losobjetos imaginarios de la especie F, es la aparición denombres que designan colectivamente a los sospecho-sos. Esos nombres, en la Francia de la actualidad, sonnumerosos. Todos exponen a un grupo de personas denuestro país a la estigmatización, bajo la acusación deno ser «normales» en cuanto al grado de identidad conel objeto estatal F que presentan. A esos nombres, quese aplican a colectividades de sospechosos, los denomi-no nombres separadores.

Citemos algunos ejemplos de nombres separadoresque circulan en la situación actual: «islamista», «bur-qa», «joven de los arrabales» e incluso, como lo hemosvisto con las infamias del ministro, «musulmán» o,como ha sido posible escuchar en declaraciones deSarkozy, «gitano». Algunos nombres, por añadidura,funcionan en secreto, al abrigo de los nombres oficiales,emblemas escondidos de lo que se sitúa en el otroextremo del noble F y de sus valores, a saber, «árabe» o

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«de color», este último en lugar del término más repri-mido de «negro».12

Entonces, digámoslo, por «justicia», en la actuali-dad, hay que comprender también, y hasta hay quecomprender en primer lugar, la erradicación de laspalabras separadoras. Se trata de afirmar el caráctergenérico, universal, y nunca identitario, de toda ver-dad política. Se trata de hacer que desaparezca, por lasconsecuencias reales de una elección de verdad, laficción del objeto identitario, del objeto estatal «prome-dio», F y sus semejantes. Este punto, en una severaconfrontación con la opresión estatal, valida una polí-tica que pretende mantenerse fiel a una revuelta his-tórica.

En efecto, cuando un acontecimiento emancipador searraiga en una revuelta histórica, desde un comienzo seobserva una desaparición o, por lo menos, un conside-rable debilitamiento de las palabras separadoras. Estáel muy conocido ejemplo de las asambleas de la Revolu-ción Francesa, que decidieron que los judíos y losprotestantes eran ciudadanos como los demás. Estátambién este pasaje de la Constitución de 1793, que megusta citar, según el cual «todo extranjero que adopte aun niño, o alimente a un viejo; todo extranjero, en fin,que el Cuerpo Legislativo considere que ha merecidobien la humanidad, será admitido al ejercicio de losderechos de ciudadano francés». La norma, en vez deser identitaria, se ha vuelto genérica: quienquiera quepruebe, por sus acciones, que se interesa por el génerohumano, debe ser tratado de manera igualitaria comouno de los nuestros.

Las grandes manifestaciones en Egipto nos han12 En castellano no existe diferencia entre noir (que traducimos

como «de color») y nègre. Este último término prácticamente hadesaparecido debido a sus connotaciones peyorativas (N. del T.).

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recordado con fuerza ese principio, y lo han renovadopara nuestro tiempo. Se llevaron a cabo haciendo unahorro público de toda selección identitaria. Allí se hanvisto, unos junto a otros, a musulmanes y coptos, ahombres y mujeres, a mujeres con el velo puesto ymujeres «en cabello», a intelectuales y obreros, a asala-riados y desocupados, a jóvenes y viejos, etc. Todas lasidentidades de alguna manera estaban captadas por elmovimiento, pero el movimiento mismo no se podíareducir a ninguna.

Diré entonces que hay organización y, por lo tanto,política, cuando se conserva fuera del movimiento yfuera de la revuelta la fuerza de lo genérico. Lo quequiere decir que una organización opera de manera talque, en nombre de lo genérico, consigue echar por tierrael poder de la ficción identitaria sobre tal o cual aspectode la vida de las personas.

Toda política, en la abertura que crea la revueltahistórica, es, por ende, paradójicamente una organiza-ción de lo genérico. Paradójicamente, pues siemprehabrá gente que dirá que lo genérico, precisamenteporque no se trata de una identidad, porque incluso eslo contrario de una identidad, no requiere que se orga-nice, que debe desplegarse libremente, que cien floresdeben florecer de manera espontánea, y así sucesiva-mente. Pero la experiencia demuestra que entonces logenérico no sobrevive al tiempo de la revuelta, quenada, a falta de una Idea activa, consigue conservarlo.Ante la ausencia del fuera de tiempo que encarna laorganización, es ineluctable el retorno estatal a lasficciones identitarias. Hace falta, por lo tanto, unapolítica organizada que garantice la vigilancia de lagenericidad.

Tomemos la palabra «proletariado», que fue el nom-bre de la fuerza de lo genérico. Bajo este nombre, Marx

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pensó en la posible emancipación de toda la humani-dad. Sin embargo, para cierto marxismo «objetivo» ybajo el nombre de «clase trabajadora», esta palabratambién ha representado la posibilidad de una instru-mentación identitaria debido a que designaba un com-ponente del análisis social como dirección del movi-miento revolucionario (el Partido Comunista como «par-tido de la clase trabajadora»). Los grandes revoluciona-rios siempre se han preocupado por ponerle trabas a ladesviación identitaria de esa palabra. En La crisis estámadura, Lenin subraya que si se reúnen las condicio-nes de la insurrección es debido a que una fracciónsignificativa del campesinado se ha sublevado. Elsujeto de la revolución, por lo tanto, es el pueblo ruso ensu totalidad. Cuando Mao dice que el término «proleta-riado» no designa tanto una clase social identificablecomo a «los amigos de la Revolución», o sea, a unconjunto particularmente multiforme e imposible detotalizar, está poniendo el acento en el aspecto genéricodel término.

Sin embargo, Lenin y Mao intervienen dentro delmarco de la forma-partido. Pero si la forma-partido seha vuelto obsoleta, entonces ¿qué es ese proceso organi-zado que se alimenta de una suerte de rectitud y deauténtica fidelidad por la lucha de lo genérico políticocontra la identidad estatal, que separa y suprime? Heaquí el principal problema que nos ha legado el comu-nismo de Estado del siglo pasado. Sus términos sereavivan por las revueltas, inmediatas, latentes o his-tóricas, que están reabriendo la Historia. Este proble-ma es manifiestamente tan difícil de resolver como unproblema de matemáticas trascendente, si no más. Alrespecto, tenemos detrás de nosotros dos siglos deexperiencias apasionantes. Han resuelto muchos pro-blemas, sobre todo en torno a cuestiones referentes a la

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fuerza de la Idea, a la relación dialéctica entre revueltay política, a la necesidad absoluta de una independen-cia política total, a la impostura electoral, al interna-cionalismo, al vínculo militante con las masas popula-res, a la construcción de lugares políticos, a la luchaideológica… Pero he aquí que tras treinta años deresistencia y de mantenimiento local, de invencionesdefensivas apasionantes aunque restringidas, la His-toria se despierta, las revueltas históricas nos mues-tran el perfil de los tiempos que se abren. Va a (volvera) ser nuestro turno. Y, para nosotros, el problemacentral será el de la organización política cuyo «fuerade tiempo» también deberá ser el «fuera del partido», sies cierto que la época de los partidos que empezó con elclub de los jacobinos de la Revolución Francesa a finesdel siglo XVIII, que los «comunistas» marcaron en elsentido de la Internacional que fundó Marx a mediadosdel siglo XIX, que institucionalizó el partido socialdemó-crata alemán en los años 1880, que revolucionó Lenin enla época del ¿Qué hacer?, muy al comienzo del sigloXX y que se cerró cuando la Revolución Culturalchina, en los años 1960-1970, no consiguió cumplir eldeseo de Mao y de los revolucionarios, estudiantes yobreros, de transformar el Partido de la dictadurasocialista en Partido del movimiento comunista.

En todo caso, podemos proponer una definición de loque es una verdad política. Una verdad política es elproducto organizado de un acontecimiento –una re-vuelta histórica– que conserva la intensificación, lacontracción y la localización hasta el punto de sercapaz de sustituir un objeto identitario y los nombresseparadores con una presentación real de la fuerzagenérica que sea de dimensiones tales como las que hamostrado el acontecimiento.

Puesto que lo genérico radicalizado es incompatible

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con el Estado, que sólo vive de las ficciones identitarias,toda verdad política se presenta como una restricción dela fuerza del Estado. Es el sentido que adquiere el axiomamarxista del debilitamiento necesario del Estado comocertificación real de la fuerza del movimiento comunista.Es el sentido de lo que ha sido, en Francia durante los añosochenta y noventa del siglo pasado, la consigna funda-mental de la Organización política en cuya construcciónhe participado activamente, consigna que es posible resu-mir en los siguientes términos: a la directiva casi deses-perada de Mao durante la Revolución cultural: «¡Métanseen los asuntos del Estado!», hay que sustituirla por:«Decidan ustedes lo que el Estado debe hacer y encuen-tren los medios para obligarlo, manteniéndose siempre adistancia del Estado y sin someter jamás sus conviccionesa su autoridad ni responder a sus convocatorias, sobretodo las electorales.»

Notemos que si integramos el concepto de Estado,como es necesario hacerlo, al conjunto de lo que consti-tuye la influencia del capitalismo en la sociedad, eldebilitamiento marxista debe pensarse como exacta-mente lo contrario de la máxima liberal del «Estadomás chico» que quiere llevar a su máxima expresión lafuerza, desde luego no del comunismo, sino de unapasión verdaderamente criminal: la del provecho, de laconcentración de propiedades, de desigualdades y deun poder oligárquico de los ricos que se sustrae a todocontrol, y, sobre todo, que se sustrae a los impuestos.

Al propietario, al banquero, al «que ha tenido éxito»,deberá sucederlo la genericidad anónima del puebloreunido y de todo lo que se mantiene fiel a su concentra-ción, del mismo modo que la plaza Tahrir, sea cual fueresu destino, para todos nosotros que deseamos lo Verda-dero, por un momento ha reemplazado a la pandilla deMubarak.

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A título de ilustración, consideremos el motivo delmonumento «al soldado desconocido». Indudablemen-te, hay allí un reconocimiento de la fuerza del anonima-to, la fuerza de lo genérico, de la igualdad. Y esta fuerzaes de tal magnitud, es reconocida con tanta evidenciapor los pueblos que incluso los carniceros de los pueblosdeben construirle un monumento. Por supuesto, en esteuso de la fuerza del motivo igualitario hay un apodera-miento que invierte su sentido. Pues ese famoso soldadodesconocido está envuelto en la bandera tricolor, en elculto a la Nación, en la obligación identitaria en cuyonombre se condujo al soldado en cuestión a que lomasacraran. Este soldado desconocido no ha muertopor un principio de afirmación de lo genérico sino conel objeto de saldar, por medio de batallas sangrientas,las tenebrosas contradicciones interimperialistas en-tre franceses, ingleses y alemanes. En esas batallas,millones de soldados, desconocidos o no, han sido sacri-ficados de manera inmunda. Si ha sido posible enviaral exterminio a una gran mayoría de la juventud cam-pesina francesa para defender intereses que no eran deninguna forma los suyos, ha sido porque se les tomó elpelo con la identidad («¡Abajo los boches!»).13 El soldadodesconocido murió sirviendo al dios Moloch identitario.

Un apropiamiento del mismo tipo es el que funcionaen nuestros países con la propaganda por la democra-cia. Pues la «democracia» designa en principio el poderdel anónimo, de cualquiera, del soldado raso, del «sin-parte», como dice Rancière. Todo el mundo sabe quenuestras sociedades son todo lo contrario. Entonces,¿no deberíamos erigir por lo menos un monumento alelector desconocido? ¿Acaso no ha sido, también él, a lolargo de los siglos burgueses, utilizado, engañado, aca-

13 Boches, término peyorativo del argot francés con que se desig-naba a los alemanes durante los siglos XIX y XX (N. del T.).

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so su voz no se ha visto sacrificada en el altar de una«democracia» en donde, de hecho, la han despojado, porsu propio voto, de la más mínima parcela de poder?

¿Y al obrero desconocido, al obrero genérico, que muya menudo es marroquí, maliense o tamil y sin el cual noes posible concebir ningún provecho, quién será, enton-ces, el que le construirá un monumento?

Bertolt Brecht, en todo caso, propone que nos ocupe-mos de ello. Citemos uno de sus poemas, que lleva portítulo: «Consejos para los de arriba»:

El día en que el soldado desconocido fue enterrado conel ruido de las salvas de los cañones, todos los trabajosse detuvieron a la misma hora, de Londres a Singapur,desde las doce y dos hasta las doce y cuatro, durante dosminutos enteros, únicamente para rendirle un homena-je al soldado desconocido. Pero a pesar de todo, tal vezdeberían ordenar que se rinda por fin un homenaje alobrero desconocido, al obrero de las grandes ciudadesque puebla los continentes. Un hombre cualquiera,surgido de las mallas del tránsito, al que no se le ha vistoel rostro ni advertido el ser secreto, al que no se le haescuchado con claridad el nombre, rindámosle a esehombre un homenaje de una importancia particular,con un programa especial «al obrero desconocido», y unainterrupción en el trabajo de toda la humanidad sobre elconjunto del planeta.

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IX

RECAPITULACIÓN DOCTRINAL

Me gustaría empezar de nuevo con la definición que hepropuesto de lo que es una verdad política debido a quesintetiza todo lo que me sugiere, bajo sus tres formasinsurrectas, el despertar de la Historia. Repitámosla,entonces, con una o dos variantes: Una verdad políticaes una sucesión de consecuencias que se organizanbajo la condición de una Idea, de un acontecimientopopular masivo en el que la intensificación, la contrac-ción y la localización sustituyen un objeto identitario ylos nombres separadores que lo acompañan con unapresentación real de la fuerza genérica de lo múltiple.

Voy a volver a puntuar cada elemento de esta defini-ción recapitulativa.

Una verdad política es…Una importante corriente de la filosofía política sostie-ne que una característica de la política es el hecho deser extraña a la noción de verdad, y el tener que seguirsiéndolo. Esta tendencia, que hoy es muy mayoritaria,afirma que toda articulación del proceso político con lanoción de verdad hace que bascule hacia la presuncióntotalitaria. De este axioma, a decir verdad, un axiomaliberal, o más precisamente liberal «de izquierda», se

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deduce que en política no hay más que opiniones. Deuna manera más sofisticada, diremos que en políticasólo existen los juicios y las condiciones de esos juicios.

Advertirá usted que los que defienden esa postura nosostendrían en ningún caso que en las ciencias, lasartes o incluso en la filosofía no hay más que opiniones.Es una tesis propia de la filosofía política. Su argumen-tación se remonta a Hannah Arendt, a los liberalesingleses, tal vez a Montesquieu, incluso a los sofistasgriegos. Lo cual quiere decir que la política (se sobreen-tiende: democrática, pues las demás políticas, paranuestros liberales de izquierda, no son realmente polí-ticas) que tiene por interés el estar-juntos, debe cons-truir un espacio pacífico en el que se pueden exhibirpuntos de vista dispares, e incluso contradictorios, sinperjuicio de que se pongan de acuerdo (en realidad, ahíestá el quid de la cuestión) en una «regla de juego» quepermita determinar sin conflicto violento la opiniónque provisoriamente va a predominar.

Esta regla, lo sabemos, nunca pudo ser algo distintoque no sea el recuento de votos. Nuestros liberalesafirman que si se presenta una verdad política, necesa-riamente va ejercer una opresión, elitista en el mejor delos casos, terrorista en el peor (pero el pasaje de uno alotro, que es el pasaje de Lenin a Stalin, para losliberales es casi obligatorio), sobre el régimen oscuro yconfuso de las opiniones. Esta tesis está ampliamenteestablecida entre los intelectuales occidentales desdehace unos treinta años, es decir, desde la instauracióndel periodo de reacción, el período que he denominado«de intervalo» y cuyo comienzo he fechado a fines de losaños 1970.

Pero varios pueblos y diversas situaciones nos dicen,en un idioma insurrecto todavía indiferenciado, que esposible que este período se termine, que se dé lugar a un

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despertar de la Historia. Entonces, instruidos por loque está pasando, nos tenemos que acordar de la Idearevolucionaria e inventar una nueva forma.

Lo que caracteriza, desde un punto de vista abstrac-to, filosófico, la Idea revolucionaria es precisamente elhecho de que concibe que haya verdades políticas y quela acción política sea por sí misma una lucha prolonga-da de lo verdadero contra lo falso. Cuando hago referen-cia a la verdad política, en efecto no se trata de un juiciosino de un proceso: una verdad política no consiste en«digo que tengo razón y que el otro está equivocado» o«tengo razones para querer a ese dirigente y paradetestar a ese opositor». Una verdad es algo que existeen su proceso activo y que se manifiesta, en tanto queverdad, en diferentes circunstancias por las que esteproceso atraviesa. Las verdades no son anteriores a losprocesos políticos, por lo que de ningún modo se tratade verificarlas o de aplicarlas. Las verdades son larealidad misma, en tanto que proceso de producción denovedades políticas, de secuencias políticas, de revolu-ciones políticas, etcétera.

Verdades –pero ¿de qué?– Verdades de lo que efec-tivamente es la presentación colectiva de la humani-dad como tal (lo común del comunismo). O: verdad de loque son capaces los animales humanos, más allá de susintereses vitales, para hacer que exista la justicia, laigualdad, la universalidad (la presencia práctica de loque puede la Idea). Es posible constatar con facilidadque una buena parte de la opresión política consiste enla negación encarnizada de esa capacidad. Nuestrosliberales perpetúan esta negación: cuando alguien de-cide sostener que no hay más que opiniones, inevitable-mente es la opinión dominante, la opinión que tienenlos medios materiales, financieros, militares, mediáti-cos de la dominación, la que va a imponerse como

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consensuada o como marco general en el que existiránlas demás opiniones.

…una sucesión de consecuencias que se organizan bajola condición de una Idea…El proceso de una verdad política es racional y no lo esde cualquier manera. Se empeña en desplegar en lo reallas consecuencias particulares de principios que ellosmismos se afirman o se reafirman en las revueltashistóricas. Ésa es incumbencia de las nuevas organiza-ciones políticas, que invariablemente son el cuerpo realde una verdad política en movimiento: manteniéndosefirmes en la racionalidad combatiente de esa inscrip-ción, inscriben en un mundo las consecuencias prácti-cas de un acontecimiento, en tanto consecuencias de unprincipio en que se conjugan las lecciones prácticas deuna revuelta y las aclaraciones de una Idea.

De esta manera, en Egipto, lo que está pendiente,entre otras cosas, es una dura batalla en torno a lanueva Constitución. Por un lado el ejército, residuointacto del régimen anterior, que espera conservar supoder, para lo cual, de ser necesario, abandonaría alclan Mubarak a la furia popular. Por el otro lado, todolo que pretende lograr que exista una organización fiela la revuelta histórica de la plaza Tahrir. ¿Qué quieredecir exactamente esta fidelidad? Obligada a tratar lasituación al tiempo que reivindica su pertenencia a unahistoria, se trata de una mezcla característica de Ideay táctica. Allí se encuentran al mismo tiempo la convic-ción de que el pueblo egipcio existe de un modo diferen-te a como era con anterioridad, con la forma de la Ideagenérica de ese pueblo (estamos de pie, estamos todosunidos, la idea que tenemos de nuestro destino históri-co trasciende todas nuestras diferencias sociales oculturales, hemos pasado nuestras pruebas…) y con-

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signas tácticas que organizan en la situación puntoscruciales por los cuales deben pasar sí o sí las conse-cuencias de la Idea, so pena de anular el despertarhistórico de la revuelta. Como por ejemplo: la fecha delas elecciones, el contenido social de la Constitución,medidas inmediatas a favor de los pobres, la aberturaincondicional del paso entre la Franja de Gaza y Egipto…Las victorias, punto por punto, apuntan a mostrar que, deallí en más, las que organizan el tiempo colectivo, incluidoel tiempo del Estado, son las consecuencias de la revueltahistórica y que no es el Estado el que legisla a posterioricon respecto a la significación de la revuelta.

…de un acontecimiento popular masivo…Sin duda, no he dicho lo suficiente acerca de este punto.Sólo tengamos en cuenta que si toda verdad política searraiga en un acontecimiento popular masivo, resultasin embargo imposible afirmar que se la puede reducira ello. Una verdad política no es un simple momento desublevación. Desde luego, el enunciado que debemos aSylvain Lazarus según el cual la política es rara,efectivamente proviene del hecho que es rara la conjun-ción de un acontecimiento y de una Idea. Pero estarareza histórica no define la verdad política.

Por momentos tengo la impresión de que JacquesRancière acepta demasiado rápido una reducción de lapolítica a la historia cuando determina la igualdad realpor medio de una suerte de cesura activa y momentá-nea de la desigualdad continua que instruye el Estado.Sigo sosteniendo que resulta crucial el tiempo de laorganización, el tiempo de la construcción de un plazoempírico de la Idea a su estadio posinsurrecto, a menosque pensemos que el Estado debe conservar de maneraindefinida el monopolio de la definición del tiempopolítico.

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…en que la intensificación, la contracción y la localiza-ción…Intensificación: En el curso de una sublevación popu-lar masiva se da lugar a una intensificación subjetivageneral, una pasión violenta por lo Verdadero que Kantya había advertido en el momento de la RevoluciónFrancesa con el nombre de entusiasmo. Se trata de unaintensificación general, pues es una intensificación yuna radicalización de los enunciados, de las tomas dedecisiones, de las formas de acción tanto como de lacreación de un tiempo intenso (se sigue en la brechamañana y tarde, la noche ya no existe, la organizacióntemporal está trastornada, ya no se siente el cansancioa pesar de que uno se halla extenuado, etc.). La inten-sificación explica el desgaste rápido de ese tipo demomento, explica el extraño retiro de Robespierre pocoantes de Termidor, explica por qué Saint-Just dijo que«la revolución se ha congelado», explica por qué, al final,en las plazas, en los piquetes de huelga con ocupación y enlas barricadas no hay más que magras avanzadas (peroellas son las que, llegado el caso, llevarán el momentoorganizado). Es que semejante estado de exaltación crea-dora colectiva no puede volverse crónico. Desde luego,crea eternidad en la forma de una adecuación activa cuyafuerza es dictatorial, entre la universalidad de la Idea yel detalle particular del lugar y las circunstancias. Perono es eterno en sí mismo. No obstante, esta intensidad seva a exhibir todavía por mucho tiempo después de que elacontecimiento que le ha dado origen haya desaparecido.Incluso cuando la mayoría de la gente regresa a la vidaordinaria, deja tras de sí una energía que va a serretomada y organizada con posterioridad.

Contracción: La situación histórica se contrae entorno a una minoría militante y pensante cuya prove-niencia es multiforme. Produce una suerte de presen-

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tación de sí misma, a la vez pura, completa y muylimitada, un muestreo del ser genérico de un pueblo. El«país profundo» desaparece y toda la luz se dirige hacialo que se puede denominar una minoría masiva. Por lodemás, allí reside la importancia de la distinción quese hace en el marxismo revolucionario entre «clases» y«masas». Las primeras determinan el campo del movi-miento lógico de la Historia (la «lucha de clases») y delas políticas (de clase) que allí se enfrentan. Las segun-das designan un aspecto originariamente comunistade la puesta en movimiento popular, su aspecto genéri-co, a partir del momento en que la revuelta se convierteen histórica. No hay que confundirse: el que es unconcepto analítico y descriptivo, un concepto «frío», es«clase», mientras que «masa» es el concepto por mediodel cual se designa el principio activo de las revueltas,el cambio real. Marx siempre lo ha subrayado: el aná-lisis de clase es una invención burguesa que propusie-ron los historiadores franceses. Pero a lo que se le temees a las masas, que son mucho más indiscriminadas…

Localización: Recordemos únicamente esto: en tiem-pos de revuelta histórica, las masas crean lugares deunidad y de presencia. En un lugar así, el aconteci-miento masivo se muestra, existe, en una direcciónuniversal. No existe algo así como un acontecimientopolítico que tenga lugar en todas partes. El lugar esaquello por medio de lo cual la Idea, todavía imprecisa,encuentra la genericidad popular. Una Idea no locali-zada es impotente, un lugar sin Idea no es más que unarevuelta inmediata, un sobresalto nihilista.

…sustituyen un objeto identitario y los nombres sepa-radores que lo acompañan…El Estado casi se puede definir como una instituciónque dispone de los medios para imponer a una pobla-

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ción entera normas que prescriben lo que depende deese Estado, los deberes que impone y los derechos queconfiere. En el marco de esta definición, el Estadoconforma la ficción de un objeto identitario (como porejemplo, el «francés») con respecto al cual los indivi-duos y los grupos se ven obligados a parecerse lo másposible para merecer una atención positiva por partedel Estado. Quienquiera que se declare exageradamen-te disímil en relación con el objeto identitario tambiéntendrá derecho a una atención del Estado, pero en unsentido negativo (sospecha, control, encierro, expul-sión…).

Un nombre separador designa una manera particu-lar de no parecerse al objeto identitario ficticio. Lepermite al Estado separar de la colectividad a ciertacantidad de grupos, recurriendo de esta manera amedidas represivas particulares. Lo cual puede irdesde «inmigrante», «islamista», «musulmán» y «gita-no» hasta «joven de los arrabales». Notemos que «pobre»y «enfermo mental» están constituyéndose ante nues-tra mirada como nombres separadores.

Lo que el Estado, en la Francia de hoy, denomina«política» –en cuanto a lo que se dirige al público y no sedecide en reuniones secretas y se justifica con posterio-ridad– equivale a remover de una manera a la vezinconsistente y agresiva algunas consideraciones so-bre el objeto identitario y los nombres separadores.

…con una presentación real de la fuerza genérica de lomúltiple.Cuando ocurre un acontecimiento popular masivo, porsu propia naturaleza tiende a arruinar el objeto identi-tario y los nombres separadores que lo acompañan. Loque viene a reemplazarlo es una presentación real, laafirmación de que lo que existe, lo que de manera

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incondicional, dictatorial, proclama lo que existe y loque debe existir, son las personas que están ahí y queactúan juntas, sea cual fuere la denominación que lesdé el Estado. En este sentido, la revuelta históricadepone los nombres. Es en el hueco de esta declinaciónque una organización política va a desarrollar lasconsecuencias de una nueva existencia, la existencia deaquello que, con anterioridad, no existía: la existenciadel anónimo, la existencia política puramente populardel pueblo.

Finalmente, de todas esas personas, que para elEstado son sin-nombres, se dirá que representan a todala humanidad, pues lo que los motiva en su manifesta-ción localizada e intensa tiene un significado univer-sal. Y esto es algo que lo percibe todo el mundo. ¿Porqué? Porque han construido un lugar en el que el objetoidentitario se ha vuelto inoperante, que incluso ha sidosuprimido, de modo que lo que importa ya no es laidentidad sino la no-identidad: el valor universal de laIdea, su virtud genérica, es decir, lo que interesa, lo queapasiona, la humanidad en general. El entusiasmo queprovoca una revuelta histórica está ligado precisamen-te a esta pasión por lo universal que presentan, pode-mos y debemos dar crédito de ello, las personas aparen-temente más ordinarias.

Se puede profundizar el análisis de la pasión aconte-cimental colectiva tomando otra dirección: el senti-miento excitante de una brutal modificación de larelación entre lo posible y lo imposible. Lo que ocurre esque el acontecimiento popular masivo crea una des-estatización de la cuestión de lo posible. En general, ymuy especialmente en las últimas décadas, el Estadose otorga el derecho de decir lo que, en el orden político,es y no es posible. Así, resulta posible «humanizar» elcapitalismo y «desarrollar» la democracia. Pero cons-

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truir un orden productivo, institucional y social regu-lado por la igualdad y por un auténtico mandamientopopular, es algo absolutamente imposible, es una uto-pía nefasta. Del mismo modo (y es para lo que sirve elobjeto identitario), ha sido posible que Francia otorga-ra su generosa hospitalidad a algunos pobres extranje-ros venidos de África (en lo referente a la «hospitali-dad», se trataba de hacerlos sudar la gota gorda encadena en las fábricas y de alojarlos en albergues in-fectos, sin tolerar que trajeran a sus familias, perodejemos eso de lado…), aunque en la actualidad resultaimposible otorgar dicha hospitalidad a todas esas perso-nas que no comparten «nuestros valores» y que, encima,tienen hijos. Y así sucesivamente.

El Estado se ve idealmente des-provisto de estafunción normativa, en cuanto a lo posible, por el acon-tecimiento popular masivo, y punto por punto y cues-tión tras cuestión, por la organización política que seocupa de sus consecuencias. Son las personas reunidasu organizadas las que otorgan de manera incondicionaluna nueva posibilidad. Su energía subjetiva se defineprecisamente mediante este compromiso con la idea deque ellos tienen derecho a definir lo que es posible demanera por completo nueva y sin el aval del Estado.

Ya en el lugar original, en las grandes manifestacio-nes de la revuelta histórica se produce lo que se podríadenominar una deslocalización subjetiva del lugar. Loque se dice en el lugar nuevo siempre afirma que suvalor excede el lugar que tiene por destino la universa-lidad. «Plaza Tahrir» es ese lugar a la escucha del cualestá toda la tierra. Los indignados14 españoles hanresumido muy bien esta extensión deslocalizante dellugar: «Nosotros estamos aquí, pero de todas maneras

14 En castellano en el original (N. del T.).

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es algo mundial, así que estamos por todas partes».Las personas se reúnen en un lugar en vistas a que lo

que hacen y lo que dicen tenga el mismo valor en todaspartes. A esta extensión inicial se la van a apropiardesde afuera personas que van a pensar: «Puesto queforzosamente me cuento entre los que están en ‘todaspartes’, voy a tratar de hacer lo mismo que los que allá,en un lugar preciso, han actuado y han hablado como siestuvieran en todas partes». Hay allí una suerte devaivén: en la medida en que los que se han lanzado a larevuelta histórica y a su organización eventual abrensu lugar singular a lo universal es qcomo, inversamen-te, en todas partes del mundo, masas todavía someti-das o timoratas llegan a identificarse con esos pionerosde una Historia reabierta.

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X

CON EL POETA, PARA CONCLUIR

En la definición de una verdad política, he dejado unpoco al margen la expresión: presentación real [de lafuerza genérica de lo múltiple]. Sin embargo, se tratade un punto esencial de la conciencia misma de losinsurrectos. Cuántos egipcios, tunecinos, marroquíes,argelinos, yemenitas, bahreiníes (esos grandes olvida-dos: allí se encuentra una base estadounidense gigan-tesca…), sirios, y también cuántos griegos y españoles,y también cuántos palestinos e israelíes han dichoestos últimos meses, en pocas palabras y en lenguasdiversas y animadas de distinta manera, algo por elestilo de: «¡La representación de mi país por su Estadoes falaz! ¡Todos ustedes, poderosos occidentales, chinosen ascenso o hermanos de los mundos envilecidos,mírennos, escúchennos! ¡Acá les presentamos, en estaplaza, en esta avenida, nuestro país real, nuestra au-téntica subjetividad!»

Todas las tentativas que apuntan a reabrir la Histo-ria, cuyas muy primeras lecciones quiere recoger estepequeño ensayo, tienen por objeto sustraerse, medianteun amplio gesto colectivo sin precedentes, a la repre-sentación del lugar en que se han producido, unarepresentación que el Estado no ha cesado de generar

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como ficción. El propósito consiste en sustituir estarepresentación con una suerte de presentación pura.

El movimiento español, el de los indignados, es a lavez una imitación sincera, activa y, sin embargo, muylimitada, de las revueltas históricas de los paísesárabes. El reclamo por una «democracia real» que seopone a una democracia mala no crea ninguna dinámi-ca durable. En primer lugar, se mantiene como algodemasiado interno de la instalada ideología democrá-tica, demasiado dependiente de las categorías de lacrepuscular dominación occidental. En la reaperturade nuestra historia, tal como lo hemos visto, no se tratade la organización de una «democracia real», sino deuna autoridad de lo Verdadero. O de una Idea incondi-cionada de la justicia. Luego, resulta necesario aplau-dir y criticar a la vez la categoría de indignación quelanzó valientemente Stéphane Hessel y que tuvo unéxito que conocemos (y que constituye un buen sínto-ma). Ha tenido mil veces razón en invitar a nuestrajuventud a investigar, a ir a ver, a nunca taparse elrostro con un velo ante los crímenes actuales, innume-rables, del capitalismo contemporáneo. Ha tenido ra-zón cuando ha dicho: «¡Miren lo que pasa en Gaza, enBagdad, en África, y también en sus países! Rompancon el consenso «democrático» y su propaganda hipó-crita.» Pero indignarse nunca ha sido suficiente. Unafecto negativo no puede reemplazar la Idea afirmativay su organización, del mismo modo que la revueltanihilista no puede presumir de ser una política.

Sin embargo, entre las grandes virtudes de la revuel-ta española se cuenta la simultaneidad impactante einstructiva entre la aparición de una presentación real(la reunión de la juventud viva del país en una plazamadrileña) y un fenómeno representativo (una victoriaelectoral aplastante de la derecha española, muy cono-

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cida por ser especialmente reaccionaria). Sólo paramantenerse, el movimiento ha tenido que manifestarenseguida la vacuidad total del fenómeno electoral y,por lo tanto, de la representación («esas personas nonos representan»), en nombre de la presentación queencarnaba. El movimiento español ha vuelto a decir, enlas condiciones de la actualidad y con palabras nuevas,la gran verdad de fines del mes de junio de 1968 enFrancia, a saber: «¡Las elecciones son una trampa paratontos!».

Es una lección: la posibilidad de una verdad política,por un lado, y la perpetuación del régimen representa-tivo, por el otro, se producen en esta coyuntura españo-la de una manera teatral que une una simultaneidadaparente con una disyunción manifestada. Deleuzediría que, entre el Estado y el movimiento de masas,tenemos una síntesis disyuntiva de dos escenas teatra-les. Disyuntiva, en la medida en que, a través de unacontecimiento popular masivo, lo que se produce de unmodo inevitable es un distanciamiento de la represen-tación estatal. Todo movimiento real, sobre todo cuan-do su misión ciega es la de reabrir la Historia, sostieneque no hay que dar realmente por sentado lo que esapenas visible, que hay que saber ser ciego ante lasevidencias de la representación para fiarse de lo queestá pasando, de lo que se está diciendo, aquí y ahora,en lo referente a la Idea y a su efectuación.

Para ese entonces siempre se le plantea al movimien-to la siguiente pregunta: ¿cuál es su programa? Pero elmovimiento no lo sabe. En principio, lo que quiere esquerer, quiere celebrar su propia autoridad dictato-rial, dictatorial en la medida en que es democrática «alinfinito» en cuanto al decir y a la acción. Lo que hace essubordinar los resultados de la acción al valor de laactividad pensante de la acción misma y no a las

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categorías electorales del programa y de los resultados.En la medida en que esté organizado, mantendrá estetipo de disciplina, al tiempo que la ampliará a lascuestiones durables de estrategias y tácticas.

Acerca de estos dos puntos, tomaremos prestada aRené Char la conclusión.

El fragmento 59 de Hojas de Hipnos declara: «Si elhombre a veces no cerrara soberanamente sus ojos,acabaría por ya no ver lo que vale ser mirado.» ¡Sí, sí!¡Cerremos los ojos, y también las orejas, soberanamen-te, en la plenitud de nuestra indiferencia, a todo lo quese contenta con perseverar en su ser, a todo lo que elEstado y sus servidores muestran y declaran! Veamosentonces, al fin libres –lo cual equivale a decir alservicio de una verdad– no lo que nos representa sino loque pura y llanamente se presenta.

Y el fragmento 2 dice lo mismo de otra manera: «Note demores en el surco rutinario de los resultados». Larepresentación es el régimen del resultado, el Estadono tiene en la boca más que los resultados, los políticossiempre están peleando y prometiendo que, a diferen-cia de sus adversarios, ellos «obtendrán resultados».Que la retórica del resultado sea un surco rutinariosignifica que cuando la Historia se despierta, lo queimporta es el despertar, es a él al que hay que aplaudir,y lo que la Idea debe investir son sus consecuenciasracionales. Se trata de algo que vale por sí mismo. Encuanto a los resultados, ya veremos.

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ANEXOS

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Con respecto a la secuencia de las revueltas históricasen el mundo árabe, publiqué dos artículos en la «pren-sa grande». El primero, que salió en el diario Le Monde,intentaba estimar la amplitud de lo que contenían deuniversal las sublevaciones en Túnez y en Egipto. Elotro, que publicó el diario Libération, adoptaba unaposición absolutamente hostil desde su mismo anunciohacia la intervención franco-inglesa en Libia.

Estas posturas que he tomado evidentemente estánfechadas, pero son análogas a lo que puedo decir hoy.Sobre todo en lo referente a la intervención occidental(Qatar es una colonia occidental) en Libia, no podrésino volver a insistir en lo mismo. La complicidad deuna gran mayoría de la opinión pública y de todos lospartidos parlamentarios, sin excepción, con la ridícu-la caricatura de la «rebelión» que se montó allí parajustificar la ingerencia «humanitaria» de las fuerzasarmadas occidentales, forma parte de una tradiciónindignante, la de «la unión sagrada» en torno a unapolítica exterior imperial belicista. Ciertas fuerzasque pretenden criticar con virulencia el gobierno deSarkozy de pronto están totalmente de acuerdo con élpara ese tipo de compromiso, que resulta a la vez

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sórdido y perdonavidas. Si le hubiese encontrado yoalgún encanto a la izquierda «radical» del tipo deMélenchon15 (lo que no era para nada el caso), suadhesión a esa unión sagrada me habría traído a larealidad, a saber, que todo el alboroto «de izquierda»está dentro de la lógica contemporánea de la domina-ción.

Me gustaría volver a decir aquí que no guardoninguna simpatía por Kadafi, como tampoco las tenía,contrariamente a las mentiras que circulan acerca demí por acá y por allá, por Milosevic en los tiempos enque bombardeábamos Belgrado, por Saddam Husseinen la época en que los estadounidenses ponían a Irak asangre y fuego, o por el régimen de los talibanes cuandola OTAN se abatió sobre él. Pero me opongo de maneracategórica a que los principales rufianes del mundocontemporáneo –a saber, los grandes predadores eco-nómicos que son las compañías petroleras, los trafi-cantes de armas, los extractores de minerales, los quetalan los bosques, los vendedores de productos que sehan echado a perder y todos lo que son de ese mismoestilo, así como sus protectores políticos, a saber, losEstados occidentales– nos suelten a coro, con la voztemblorosa de sus ideólogos mediáticos, el viejo sermónde la «moral» y de la «democracia» para ir a hacerañicos países debilitados, entablando allí una guerrainterminable y para aprovechar de esas circunstan-cias para implantarse en el lugar, saquear los recur-sos locales e instalar bases militares de manera dura-ble. Este tipo de propaganda y el consenso que loacompaña no es mucho mejor que la descripción horro-rosa de los boches que acompañaba la masacre inútilde millones de soldados durante la guerra del 14 al 18,

15 Jean-Luc Mélenchon, candidato de la extrema izquierda en lasúltimas elecciones presidenciales francesas (N. del T.).

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o la presentación de pueblos enteros como salvajesatrasados, lo que «justificaba» la conquista colonial, laexplotación de innumerables regiones y la obligaciónque pesaba sobre poblados enteros de trabajar comocondenados.

Dejemos por fin que los pueblos arreglen por sí solossu devenir histórico, como lo han hecho los occidentalespor siglos a fuerza de multiplicar guerras espantosas,revoluciones sobrecogedoras, conflictos civiles morta-les y regímenes políticos de toda suerte. Ya hace dema-siado tiempo que los pueblos de África, de Asia o deAmérica Latina están hartos de los colonialistas euro-peos o norteamericanos como para que hayan adquiri-do el derecho a intentar hacer su propia historia sinque nosotros nos metamos. Tanto más cuanto que tie-nen poderosas razones para considerar que nuestraslindas palabras, por muy democráticas y morales quesean, preparan un porvenir muy sombrío y muy san-griento. Por experiencia propia saben que a los preda-dores que vienen de lejos, ya se trate de sus países comode otras regiones, no les gustan los Estados fuertes queno son serviles y los Estados libres que no están debili-tados y desmembrados. Como dice una de las cancionesmalgache que musicalizó Ravel: «Desconfíen de losblancos, habitantes de la ribera».

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TÚNEZ, EGIPTO:EL ALCANCE UNIVERSAL DE LAS

SUBLEVACIONES POPULARES

(Texto publicado en el diario Le Mondedel 18 de febrero del 2011 bajo el títulode «Túnez, Egipto: cuando un viento delEste barre la arrogancia de Occidente».)

1.EL VIENTO DEL ESTE

PREVALECE SOBRE EL VIENTO DEL OESTE

¿Hasta cuando el Occidente ocioso y crepuscular, la«Comunidad Internacional» de los que se creen quetodavía son los amos del mundo, va a seguir dandolecciones de buena administración y de buena conductaal planeta entero? A esos intelectuales de turno, esossoldados desconcertados del sistema capital-parlamen-tarista, que para nosotros hace las veces de paraísoapolillado, ¿no causa gracia verlos ofrecer sus vidas alos magníficos pueblos tunecino y egipcio con el objetode enseñarles a esos pueblos salvajes el abecé de la«democracia»? ¡Que luctuosa persistencia de la arro-gancia colonial! En una situación de miseria políticacomo es la nuestra desde hace tres decenios, ¿no esacaso obvio que los que tenemos todo por aprender de lasublevación popular de estos momentos somos noso-tros? ¿No debemos con toda urgencia estudiar muy decerca todo lo que allá ha vuelto posible el derrocamien-to, por la acción colectiva, de gobiernos oligárquicos,corruptos, y además –o, quizás, sobre todo– en unasituación de humillante vasallaje con respecto a losEstados occidentales? Sí, nuestro deber es ser los alum-

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nos de estos movimientos y no sus estúpidos profesores.Porque son ellos los que dan vida, en el genio propio desus invenciones, a algunos principios de la política quedesde hace mucho se nos intenta convencer que estánobsoletos. Y, sobre todo, a ese principio que Marat no secansaba de recordar: «cuando se trata de libertad, deigualdad, de emancipación, nosotros le debemos todo alas revueltas populares».

2. HAY RAZONES PARA REBELARSE.

Nuestros Estados y aquellos que sacan algún provechode ellos (partidos, sindicatos e intelectuales serviles),de igual forma que con respecto a la política prefierenla gestión, del mismo modo en relación con la rebelión,prefieren la reivindicación y ante toda ruptura prefie-ren una «transición ordenada». Lo que los pueblos deTúnez y de Egipto nos recuerdan es que un levanta-miento en masa es la única acción que está a la alturade un sentimiento compartido de ocupación escandalo-sa del poder del Estado. Y que en este caso, la únicaconsigna que puede confederar los elementos disparesde la multitud es: «Vos que estás ahí, andáte». Laimportancia excepcional de la revuelta, en este caso, esque la consigna que repiten millones de personas da la me-dida de lo que indudable e irreversiblemente será laprimera victoria: la huída del hombre así designado.Pase lo que pase luego, este triunfo, que por su natura-leza es ilegal, de la acción popular, habrá sido victorio-so para siempre. Ahora bien, el hecho de que unarevuelta contra el poder del Estado pueda ser absolu-tamente victoriosa constituye una enseñanza de alcan-ce universal. Esta victoria señala siempre el horizontea partir del cual se desprende toda acción colectiva que

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se sustrae a la autoridad de la Ley, lo que Marxdenomina «el debilitamiento del Estado». Es decir queun día, asociados libremente en el despliegue de lafuerza creadora que les es propia, los pueblos podránescapar de la fúnebre coerción estatal. Es por esarazón, por esa última Idea, que una revuelta que tiraabajo una autoridad instalada desencadena en todo elmundo un entusiasmo ilimitado.

3.UNA CHISPA PUEDE PRENDER FUEGO

LA LLANURA.

Todo comienza con la inmolación a lo bonzo de un hom-bre que cayó en el desempleo y al que le quieren prohibirejercer el miserable comercio que le permite sobrevivir,y que una mujer policía lo abofetea para que comprendabien cómo son las cosas en este bajo mundo. En pocosdías, en algunas semanas, este gesto se extiende hastaalcanzar a millones de personas que gritan su alegríaen alguna plaza lejana y consigue que huyan corriendopoderosos potentados. ¿De donde proviene esta fabulo-sa expansión? ¿Es la propagación de alguna epidemiade libertad? No. Como lo dice poéticamente Jean-MarieGleize, «un movimiento revolucionario no se difundepor contaminación, sino por resonancia. Algo que seconstituye aquí resuena con la onda de choque queemite algo que se constituyó allá». A esta resonancia,llamémosla «acontecimiento». El acontecimiento no esla creación brusca de una nueva realidad sino de unsinnúmero de posibilidades nuevas. Ninguna de ellases la repetición de lo que ya se conoce. Es por eso queresulta oscurantista decir que «este movimiento pro-testa por la democracia» (se sobreentiende que es lamisma que gozamos en Occidente), o «este movimiento

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exige una mejora social» (es decir, la prosperidad me-dia de la pequeña burguesía de nuestros países). Inicia-do a partir de casi nada y resonando por todas partes,la sublevación popular crea posibilidades desconoci-das para todo el mundo. La palabra «democracia» casino se pronuncia en Egipto. Se habla de un «nuevoEgipto», de un «auténtico pueblo egipcio», de asambleaconstituyente, de un cambio absoluto de la existencia,de posibilidades inauditas que antes no se conocían. Setrata de la nueva llanura que vendrá a reemplazar laque terminó arrasada por el fuego que inició la chispade la sublevación. Esta llanura por venir se encuentraentre la declaración de un derrocamiento de las fuerzasy el apoderamiento de nuevas tareas. Entre lo que dijoun joven tunecino: «Nosotros, que somos hijos de obre-ros y de campesinos, somos más fuertes que los crimi-nales», y lo que dijo un joven egipcio: «A partir de hoy,25 de enero, me apodero de los asuntos de mi país».

4. EL PUEBLO, ÚNICAMENTE EL PUEBLO,ES EL CREADOR DE LA HISTORIA UNIVERSAL.

Resulta muy sorprendente que, en nuestro Occidente,los gobiernos y los medios de comunicación considerenque los insurrectos en una plaza de El Cairo son «elpueblo egipcio». ¿Cómo es esto? ¿No era que el pueblo,el único pueblo razonable y legal, para estas personas,por lo general se reduce a la mayoría de una encuestao bien a la de unas elecciones? ¿Cómo es que, de pronto,cientos de miles de insurrectos son representativos deun pueblo de ochenta millones de personas? Esta es unalección que no hay que olvidar y que sin duda noolvidaremos. Una vez superado cierto umbral de deter-minación, de obstinación y de coraje, el pueblo, en

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efecto, puede concentrar su existencia en una plaza, enuna avenida, en unas cuantas fábricas, en una univer-sidad… Es que el mundo será testigo de este coraje y,sobre todo, de las sorprendentes creaciones que loacompañan. Estas creaciones serán otras tantas prue-bas de que allí hay un pueblo. Como lo ha dicho confuerza un manifestante egipcio: «Antes, miraba latelevisión; ahora es la televisión la que me mira a mí».Al calor de un acontecimiento, el pueblo se compone delos que saben resolver los problemas que les planteadicho acontecimiento. Es el caso de la ocupación de unaplaza: la alimentación, los lugares para dormir, lavigilancia, las banderolas, los rezos, los combates de-fensivos, de tal forma que el lugar donde pasa todo, ellugar que hace de símbolo, esté cuidado a cualquierprecio, para su pueblo. Problemas que, en la escala demiles de personas venidas de todas partes, parecenirresolubles, y aún más en la medida en que el Estadoha desaparecido. Resolver problemas irresolubles sinayuda del Estado, tal es el destino de un acontecimien-to. Y es lo que hace que, de pronto y por un tiempoindeterminado, un pueblo exista en el lugar dondedecidió reunirse.

5. NO HAY COMUNISMO

SIN MOVIMIENTO COMUNISTA.

La sublevación popular de la que hablamos manifiesta-mente carece de partido, carece de organización hege-mónica, de dirigente reconocido. Ya habrá tiempo paraevaluar si esta característica es una fortaleza o unadebilidad. En todo caso es lo que hace que tenga, conuna forma muy pura, sin duda la más pura después dela Comuna de París, todos los rasgos de lo que hay que

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llamar comunismo de movimiento. «Comunismo» quie-re decir aquí: creación conjunta del destino colectivo.Este «común» tiene dos rasgos particulares. Primero,es genérico, es un representante en un lugar de toda lahumanidad. En este lugar están todos los tipos depersonas de los que se compone un pueblo, se escuchantodas las voces, se examina toda proposición, se consi-dera toda dificultad por lo que es. Luego, resuelve todasesas grandes contradicciones que el Estado afirma quees el único capaz de gestionar pero que nunca llega azanjar: entre trabajadores intelectuales y manuales,entre hombres y mujeres, entre pobres y ricos, entremusulmanes y católicos (coptos), entre personas de lasprovincias y de la capital… Miles de nuevas posibilida-des relacionadas con esas contradicciones surgen atodo momento, ante las que el Estado, cualquier Esta-do, es ciego por completo. Se ven jóvenes doctoras quellegaron de las provincias para curar a los heridos, queduermen en medio de un círculo de jóvenes feroces, yellas están más tranquilas de lo que han estado nuncaporque saben que nadie les tocará un pelo. También seve una organización de ingenieros que se dirige a losjóvenes de los arrabales para pedirles que mantenganel orden en la plaza, que protejan el movimiento con suenergía en el combate. Hasta se ve una fila de cristianosque hacen guardia de pie, para cuidar a los musulma-nes que se inclinan para rezar. Se ven comerciantes quedan de comer a los desempleados y a los pobres. Se ve agente que conversa con sus vecinos desconocidos. Seleen miles de carteles en los que la vida de cada uno semezcla sin ninguna brecha con la Historia de todos.

Estas situaciones, estas invenciones, constituyen ensu conjunto el comunismo de movimiento. He aquí queel único problema político de los últimos dos siglos seael siguiente: ¿cómo instaurar a largo plazo los inventos

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del comunismo de movimiento? Y el único enunciadoreaccionario sigue siendo: «Esto es imposible, inclusodañino. Confiemos en el Estado». Gloria a los pueblosde Túnez y de Egipto que nos recuerdan cuál es elverdadero y único deber político: frente al Estado, lafidelidad organizada al comunismo de movimiento.

6. NO QUEREMOS LA GUERRA,PERO NO LE TENEMOS MIEDO.

Por todas partes se ha hablado de la calma pacífica queexhiben las manifestaciones gigantescas, y esa calmase ha relacionado con el ideal de «democracia electoral»que se le adjudicaba al movimiento. Constatemos, sinembargo, que ha habido muertos, que se cuentan porcentenares, y que todavía los hay a diario. En muchoscasos, estos muertos han sido combatientes y mártiresde esta iniciativa, y luego de la protección del propiomovimiento. Los lugares políticos y simbólicos hantenido que ser protegidos a costa de feroces combatescontra los milicianos y la policía del régimen amenaza-do. Y allí, ¿quiénes son los que han pagado con sus vidassino los jóvenes salidos de las poblaciones más pobres?Que recuerden las «clases medias», de las que nuestrasorprendente MAM16 ha dicho que el desenlace demo-crático de la secuencia actual dependía de ellas y sólode ellas, que en los momentos cruciales, la persistenciade la sublevación no se ha garantizado más que por elcompromiso sin restricciones de las avanzadas popula-res. La violencia defensiva es inevitable. Por lo demás,sigue estando presente en situaciones difíciles en Tú-

16 MAM, sobrenombre de la dirigente política de derecha MichèleAlliot-Marie, por ese entonces al frente del Ministerio de RelacionesExteriores de Francia (N. del T.).

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nez, después de que los jóvenes activistas provincianoshan sido mandados de vuelta a la miseria. ¿Es posiblepensar seriamente que estas innumerables iniciativasy estos crueles sacrificios no tienen por objeto funda-mental más que el de llevar al pueblo a elegir entreSouleiman y El-Baradei, como en nuestros país nosresignamos penosamente a elegir entre Sarkozy yStrauss-Khan? ¿Será ésa la única lección de este es-pléndido episodio?

¡No, mil veces no! Los pueblos de Túnez y de Egiptonos dicen: sublevarse, construir el espacio público delcomunismo de movimiento, defenderlo por todos losmedios inventando allí las etapas sucesivas de la ac-ción, ése es el estado real de la política popular deemancipación. Desde luego, los Estados árabes no sonlos únicos en ser antipopulares y, en el fondo, haya o noelecciones, ilegítimos. Sea cual fuere el porvenir, lassublevaciones de Túnez y de Egipto tienen un significa-do universal. Establecen nuevas oportunidades cuyovalor es internacional.

UN PEQUEÑO DIÁLOGO

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ACERCADEL TIEMPO PRESENTE

(Texto publicado en el diario Libérationdel 28 de marzo de 2011 bajo el título de«Un mundo de delincuentes, diálogofilosófico».)

– ¿Admite usted, me dijo un día mi amigo el filósofode la calle, que en la actualidad el principio de todas lascosas, algo que ya no discute ningún poderoso de estemundo, es el provecho?

– Lo admito. Pero ¿a dónde quiere llegar?– ¿Alguien que dice abiertamente: «Sólo existo en

virtud de conseguir un provecho personal y estoy dis-puesto a liquidar a mi amigo de ayer siempre que setrate de cuidar o de aumentar mi tren de vida» es un…?¿Es un…? Vamos, haga un esfuerzo…

– Un delincuente. Es una subjetividad de delin-cuente.

– ¡Excelente!, exclama el filósofo de la calle. Sí,nuestro mundo es abiertamente un mundo de delin-cuentes. Hay delincuentes clandestinos y delincuentesoficiales, pero eso no es más que un matiz.

– Convengamos en ello. Pero ¿qué obtiene de estaobservación?

– Que tenemos derecho a hablar de todo lo que nosocurre sirviéndonos de imágenes extraídas de la delin-cuencia, dice el filósofo de la calle con mirada astuta.Los padrinos, los lugartenientes, los pequeños capitos-tes, los asesinos…

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– ¡Me gustaría ver algo por el estilo!, digo, muyescéptico.

– Vea lo que ocurre en este momento: en numerososterritorios, la gente se reúne en masa pacíficamentepara decir día y noche la verdad, a saber, que los que losgobiernan desde hace décadas no son más que delin-cuentes. El problema es que a esos capitostes locales,cuya partida exige la gente que está manifestándose,los han instalado, los han pagado y los han armado lospadrinos más poderosos, los delincuentes superiores,los delincuentes refinados: el estadounidense y suslugartenientes, los zeuropeos.17 Los territorios en quela gente se está sublevando tienen para estos padrinossupremos un interés estratégico y los guardianes bru-tales de ese interés superior eran los capitostes locales.¿Qué hacer? Contra los millones de personas que estánreunidos y concentrados, que están desarmados perohablan, que saben lo que quieren y que dicen la verdad,los asesinos no alcanzan. El estadounidense y los zeu-ropeos se ven incluso obligados a mantener un perfilbajo. A desgano, aprueban la limpieza popular.

– Pero dígame, dígame: ¿estaríamos ante el fin de ladelincuencia planetaria que hace las veces de mundo?,digo, lleno de esperanza, al filósofo de la calle.

– Si las personas logran organizar la iluminación queles es propia en el acontecimiento por una duración quese extienda en el tiempo, es posible que la Historiacambie de dirección. Pero los padrinos civilizados hanencontrado una trampa. Usted sabe que, en una esqui-na del desierto llena de petróleo, hay un pequeñocapitoste que está ahí desde hace cuarenta y dos años.

– ¡Ah! ¡El coronel! Pero él también empezó con el pieizquierdo. Una parte del pueblo reclama su cabeza.

17 Zeuropéen, neologismo de reciente aparición para designar elgentilicio de la Zona Euro (N. del T.).

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– Ahí las cosas han empezado como en otros lugares,pero poco a poco fueron adquiriendo un cariz muydiferente. Personas que estaban armadas han tomadola dirección de los acontecimientos. Ya no se trata devastas manifestaciones que dicen la verdad sino degrupos pequeños que se pasean en camionetas 4 x 4blandiendo ametralladoras y a los que dirige un exlugarteniente del pequeño padrino local, y que atravie-san el desierto a toda marcha para ir a apoderarse dealdeas a las que nadie protege.

– Y por supuesto, digo, el capitoste local mafioso, elcoronel histérico, envía a sus asesinos contra ellos.Pero ¿en qué sentido esta situación representa unaganga para los grandes padrinos refinados?

– Ahí está el golpe genial, exclama el filósofo de lacalle. Los estadounidenses y los zeuropeos van a encar-garse ellos mismos de liquidar al coronel del desierto.

– Pero, replico, ¡eso es algo muy peligroso para ellos!¡Les ha hecho grandes favores! Ha hecho sin chistar lostrabajos más sucios que exigían los zeuropeos. Haintervenido de manera espantosa en contra de losobreros africanos pobres que atraviesan su territorio yquieren venir a Europa. Se ha convertido en el porteroferoz del dulce hogar europeo.

– Para los delincuentes, sin dolor no hay ganancia.Cuando sus intereses están en tela de juicio, los gran-des padrinos saben ser despiadados con respecto aquienes los servían hasta ayer. ¡Civilización obliga!

– Y entonces, al mandar a sus asesinos civilizados encontra de su grosero protegido de ayer, ¿en qué consis-ten son sus intereses?

– Son considerables. En primer lugar, por fin seintroducen en el juego político de los territorios en quela gente, desde hace semanas, se reúne y dice la Verdad.Los padrinos estaban casi descompuestos por haberse

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quedado fuera de juego, espectadores de su propiodesastre. En segundo lugar, le recuerdan a todo elmundo que la fuerza son ellos y nadie más que ellos.Ellos son los auténticos asesinos, a los que todo elmundo debe temer. En tercer lugar, actúan como si lohicieran en nombre del Derecho, de la Justicia, e inclu-so, no dudemos de ello, de la Fraternidad y de laLibertad. Puesto que vienen para matar al pequeñodelincuente local, ¿no es cierto? Cuando antes se trata-ba de su querido cliente. ¿No es eso ser generoso, acaso?En cuarto lugar, esperan que con esos grandes bomba-zos van a volver a los viejos tiempos en que la únicadistinción que vale es: o bien usted está con el mundotal como es, con sus leyes no igualitarias, con suselecciones insignificantes, con sus códigos comerciales,con sus asesinos internacionales y con el provecho comoúnico principio. ¡Es perfecto! O bien está en contra detodos los padrinos, todos los códigos carcomidos, afavor del fin de la delincuencia universal, y eso es algomuy malo.

– Terrible. ¿Cómo se explica entonces que casi todo elmundo apruebe la expedición del estadounidense y desus confidentes zeuropeos contra su ex socio el capitos-tedel desierto?

– El miedo a las masas, dice tristemente el filósofo dela calle. En nuestros países pudientes, en los que laoligarquía dominante tiene los medios como para com-prar a incontables clientes directos o indirectos, real-mente se desea que los poderosos Estados-padrinos,bajo los coquetos nombres de «comunidad internacio-nal» o de «organización de las naciones unidas» arre-glen los asuntos. Vea usted, «nosotros» –estoy hablandode nuestro «nosotros» público, electoral, mediático–estamos demasiado corrompidos. Nuestro principiosigue siendo: «primero mi tren de vida». No nos resig-

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namos seriamente a ver cómo echan por tierra eseprincipio los piojosos del mundo que, por fin, se reúnenpara decir la Verdad.

– ¿Es así, querido amigo, como explica usted que ennuestro país tanta gente, de pronto, le otorgue méritosa nuestros dirigentes, que hasta ayer eran abucheadospor todas partes?

– Exactamente. Incluso han vuelto a sacar, para lacircunstancia, al Charlatán de Alto Linaje.18 Ya habíaservido antes, para el despedazamiento de Yugoslaviaa golpes de bombarderos. Está un poco gastado, perotodavía sirve. Justo para la ocasión.

– Que siempre hace al ladrón.

18 En francés, le Bavard de Haute Lignée (BHL) hace ciertamentereferencia al filósofo francés Bernard-Henri Lévy, quien habíaviajado a la ciudad de Bengasi pocos días antes de la publicación deeste artículo y apoyó vigorosamente la intervención franco-inglesaen Libia (N. del T.).

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ÍNDICE

Introducción................................................................. 7

I. El capitalismo hoy ................................................. 13II. La revuelta inmediata ......................................... 23III. La revuelta latente ............................................. 35IV. La revuelta histórica .......................................... 41V. La revuelta y occidente ........................................ 51VI. Revuelta, acontecimiento,

verdad .................................................................... 61VII. Acontecimiento

y organización política ......................................... 69VIII. Estado y política: identidad

y genericidad ........................................................ 77IX. Recapitulación doctrinal .................................... 91X. Con el poeta, para concluir ................................ 103

Anexos ...................................................................... 107Túnez, Egipto,el alcance universalde las sublevaciones populares .......................... 113Un pequeño diálogoacerca del tiempo presente. ............................... 121

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Alain Badiou El despertar de la historiaCONTRATAPA

En este trabajo, el filósofo Alain Badiou examina losúltimos tumultos del mundo: las revoluciones árabes (Túnez,Egipto), las revueltas europeas (España, Gran Bretaña) y lacrisis financiera generalizada. Para él, se trata de una opor-tunidad para poner a prueba sus teorías del acontecimiento yde la Idea comunista. En su defensa de la postura contraria ala que postula el fin de la Historia que acompañó la caída delmuro de Berlín, Alain Badiou reafirma el carácter siemprenuevo y que sigue generando entusiasmo de la voluntad deemancipación, de lo que el actual «tiempo de revueltas»constituye un testimonio ejemplar. Ahora le incumbe a lafilosofía acompañar y pensar este tiempo que, según supensamiento, anuncia un «despertar de la Historia».

«Así como las revoluciones de 1848, más allá de susfracasos circunstanciales, han implicado, a lo largo de un sigloy medio, el retorno del pensamiento y de la acción revolucio-narios, del mismo modo las sublevaciones que se dan en lospaíses árabes, más allá de los parches que va a intentarimponerles la «comunidad internacional», implican, a unaescala mundial, el retorno del pensamiento y de la acción delas políticas emancipadoras.»

«Una política que considera eterno lo que la revuelta hapuesto a la luz del día a través de la forma de la existencia deun inexistente, lo que conforma el único contenido de undespertar de la Historia.»

Escritor, filósofo y profesor emérito de la Escuela NormalSuperior de la calle de Ulm, Alain Badiou ha publicado enEdiciones Nueva Visión Manifiesto por la Filosofía y ¿Sepuede pensar la política?