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Materia: Historia ModernaCátedra: Campagne Teórico: 26 Fecha: 15 de noviembre de 2012Tema: De la demonología radical a la caza de brujas (I): la definición del fenómeno; periodización de la caza de brujas: cuatro fases y un hiato. Dictado por: Fabián Alejandro CampagneRevisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne
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Profesor Fabián Campagne: La idea es dedicar las tres clases que restan al punto 3.6 del
programa, titulado “De la demonología radical a la caza de brujas: la construcción del enemigo
interior”.
Antes de comenzar debo aclarar que la clase de hoy va a resultar eminentemente descriptiva, porque
necesitamos en primer lugar precisar y definir el fenómeno del que estamos hablando. El teórico de
mañana, por el contrario, va a resultar mucho más analítico. Hoy no tenemos más remedio que
describir. Así que aquellos que se suelen sentir abrumados por la superabundancia de fechas,
nombres y estadísticas, tengan un poco de paciencia. La próxima exposición va a tener un carácter
mucho más conceptual.
Vamos a comenzar describiendo el fenómeno. ¿Qué fue la gran caza de brujas temprano-moderna?.
En los 250 años que se extienden entre 1430 y 1680 Europa occidental –y aquí hay que subrayar la
referencia geográfica para marcar la diferencia con Europa oriental– se vio inmersa en la
persecución masiva de un crimen imaginario. Ésto fue la caza de brujas: la persecución masiva de
una conspiración inexistente, de un delito inventado, yo diría más, de un delito imposible, de un
crimen de imposible realización. Pese a ello, la represión provocó por vía judicial la muerte de entre
40 mil y 50 mil personas. Aclaro “por vía judicial” porque adrede dejo afuera los linchamientos de
carácter más o menos espontáneos, que resulta imposible cuantificar, y que continuaron en algunos
casos hasta muy entrado el siglo XX. De lo que estamos hablando es de condenas a muerte dictadas
por tribunales laicos y eclesiásticos entre los siglos XV y XVIII.
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La caza de brujas comienza abruptamente hacia 1428. Se trata de un fenómeno cuyo inicio se
puede fechar con precisión. Esta abrupta solución de continuidad con el pasado medieval es, de
hecho, uno de los grandes problemas que los historiadores dedicados a este campo historiográfico
específico vienen tratando de resolver desde hace más de 150 años.
Los propios teólogos que durante el Renacimiento describían el fenómeno en términos teóricos y
los juristas que justificaban la represión en términos prácticos, es decir, los ideólogos y los agentes
de la represión, tenían absoluta conciencia de que se trataba de un fenómeno nuevo, sin precedentes,
de que se estaba persiguiendo un delito hasta entonces desconocido, una amenaza de nuevo cuño.
La mayoría de las víctimas que produjo la caza de brujas en sus 350 años de historia (incluyo ahora
tanto Europa Occidental como Oriental) mueren en los 60 años claves que se extienden entre 1570 y
1630, las seis décadas de “la gran caza de brujas propiamente dicha”. Se trata de un dato
interesante, porque revela el carácter irreductiblemente moderno que tiene esta persecución. No son
los supuestamente oscuros y supersticiosos medievales los que cazan brujas, sino los racionales y
sofisticados renacentistas. La represión judicial de la brujería es un fenómeno de la modernidad.
Aquellas que se encendieron con el propósito de incinerar brujas de 1430 en adelante eran hogueras
de la modernidad. La caza de brujas fue parte del proyecto moderno, de hecho, el lado más oscuro
de dicho programa.
Se calcula que el 80 % de las víctimas de la caza de brujas fueron mujeres. Esto significa que un 20
% de víctimas fueron varones. En otras palabras, entre 8 mil y 10 mil hombres fueron condenados a
la pena capital por el mismo delito que se atribuyó a cerca de 40 mujeres. Ello quiere decir que la
caza de brujas fue, evidentemente, un fenómeno género-relacionado, porque de lo contrario no se
entendería el 80 % de víctimas femeninas. Pero no fue de ninguna manera un fenómeno género-
determinado, porque de lo contrario no se podría comprender el 20 % de víctimas masculinas.
Para los jueces laicos y eclesiásticos involucrados en la represión, lo que se estaba persiguiendo de
1430 en adelante no era un delito individual sino un crimen colectivo. Lo que se perseguía era una
conspiración liderada por el demonio en persona, quien había organizado un asociación secreta
destinada a subvertir el ordo cristiano, a arrancar a la divinidad el control de la creación. Se trataba
de una nueva herejía, de la más potente de todas las creadas hasta entonces: una secta de adoradores
del demonio. Ésta es la amenaza que aquellos agentes judiciales imaginaban perseguir durante el
Alto y el Bajo Renacimientos.
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Esta persecución masiva se basó en una de las expresiones más ambiciosas de la teoría del complot
jamás creadas por la cultura occidental, una de las expresiones más acabadas del teorema del
enemigo interior: el estereotipo del sabbat. La demonología radical postulaba que los integrantes de
la nueva secta se reunían por las noches en espacios vírgenes para tributarle honores divinos a su
líder y fundador, el demonio (el sabbat era, antes que nada, una diabolofanía, una bizarra
manifestación de Satán), y para planificar futuros atentados contra la república cristiana. Estas
asambleas nocturnas tenían carácter periódico, y se organizaban en torno de esquemas rituales muy
elaborados (a medida que nos aproximamos al siglo XVII, de hecho, el sabbat adquiere cada vez la
apariencia de una contra-Iglesia, de una Iglesia invertida).
En un comienzo, estas asambleas nocturnas recibieron el nombre de “sinagogas”. Pero desde las
décadas finales del siglo XV el término que terminó imponiéndose fue el de “sabbat”. Ustedes ya
habrán detectado la evidente vecindad entre ambos términos y la ritualidad judía. Sin embargo allí
empiezan y acaban los puntos de contacto entre el antijudaísmo tardomedieval y la caza de brujas
temprano-moderna. A pesar de los préstamos lexicales a los que estamos aludiendo, siempre fueron
fenómenos que discurrieron por carriles separados. A las brujas y brujos se los acusó de incurrir en
los más atroces delitos en el sabbat, pero jamás se los acusó de practicar rituales judíos; los
adoradores de Satán profanaban rituales cristianos pero nunca practicaban el judaísmo. De la misma
manera, a la minoría judía se la acusó de las peores atrocidades en la Baja Edad Media.
Recordemos, si no, el infame libelo de sangre, que acusaba a los hebreos de apoderarse de la hostias
consagradas para profanarlas, o de secuestrar niños cristianos durante Semana Santa con el objetivo
de crucificarlos o asesinarlos entre horribles suplicios. Sin embargo, jamás los judíos fueron
acusados de participar del sabbat. En España, estas asambleas nocturnas recibieron inicialmente el
nombre de juntas, juntamientos, o ayuntamientos. Hasta que en torno a 1610 nace una palabra
nueva, que se convertirá en el equivalente español del sabbat centro-europeo: aquelarre. En idioma
vasco el término significa algo así como “pradera de la cabra macho”.
Fue esta construcción de la alta cultura teologal, el sabbat, la que permitió que se configurara una
verdadera cacería judicial. ¿Por qué? Porque si el crimen perseguido tenía carácter colectivo, y si
los complotados tenían la costumbre de reunirse por las noches para venerar a su líder, cuando un
sospechoso de pertenecer a la secta caía en manos de la justicia, lo primero que el magistrado iba a
desear conocer eran los nombres de sus cómplices. Lo primero que los jueces iban a exigir a los
sospechosos del crimen de brujería era la delación de los restantes miembros de la conspiración. Al
mismo tiempo, y dada la gravedad del crimen de brujería así construido, los agentes de la represión 3
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de recurrieron desde el primer momento al método inquisitorial, que habilitaba el uso del tormento
judicial en aquellos crímenes que podían llegar a poner en peligro la supervivencia misma del
estado. Fue la combinación de ambos factores –el carácter colectivo del delito y el recurso a la
tortura– la que convirtió a la serie de delaciones en una cadena tendencialmente infinita. Bastaba
con que un magistrado apresara a un supuesto sospechoso de pertenecer a la secta y lo interrogara
bajo tormento, para que de inmediato obtuviera los nombres de gran cantidad de supuestos
cómplices. Muchos de éstos hombres y mujeres sindicados como demonólatras a su vez serían
apresados e interrogados bajo el mismo procedimiento, lo que pondría a disposición de la justicia un
nuevo fichero de sospechosos, y así hasta el infinito. Está demostrado que durante la peor fase de la
caza de brujas, que transcurre durante las décadas iniciales del siglo XVII, las persecuciones de alta
intensidad terminaban simplemente porque autoridad local adoptaba la decisión política de ponerles
fin, dado que la maquinaria judicial estaba preparada para continuar actuando sine die.
¿Qué sucedía en el sabbat según los expedientes judiciales producidos durante los siglos XVI y
XVII? Analicemos en primer lugar una descripción relativamente tardía. Fue redactada unos 170
años después del comienzo de la caza de brujas en el continente. La hallamos en el más ambicioso
de los tratados demonológicos temprano-modernos, las Disquisitionum magicarum (Disquisiciones
mágicas) del jesuita español Martín del Río, residente en los Países Bajos del sur. Este libro fue
editado en Lovaina en dos tomos, entre 1599 y 1600. Dado que se trata de una descripción tardía,
resulta extremadamente rica en detalles: van a ver ustedes cómo los diferentes mitologemas que
componían el estereotipo del sabbat se acumulan uno sobre otro como si fueran capas
arqueológicas. Leo el fragmento: “Los teólogos mencionados traen varios casos y confesiones de
reas a colación. Voy a resumir los mas importantes. Por lo que respecta al palo o bastón, lo suelen
untar con un ungüento preparado con variedad de ingredientes muy sosos, en especial con manteca
de niños asesinados; pero otras veces no es el bastón lo que untan, sino las piernas u otras partes
de su cuerpo. Así ungidas, suelen viajar montadas en un palo, horca, rueca o percha, apoyándose
en un pie, o bien montadas en escobas en una caña, toro, puerco, macho cabrio o perro. Por todos
estos medios, suelen trasladarse a la fiesta de la buena sociedad, como llaman en Italia a su
convención. Una vez allí, se enciende por lo general una gran hoguera, siniestra, espantosa. El
demonio preside sentado en su trono, en forma horrible, casi siempre de macho cabrío o de perro.
Se le acercan para adorarle, mas no siempre del mismo modo; unas veces de rodillas, otras
andando de espaldas, y ocasionalmente con las piernas por alto. Ofrécenle luego velas de pez o
cordones umbilicales, y en señal de homenaje, le besan el culo. ¿Y qué hay de éso de que alguna
vez, remedan el sacrificio de la misa, como sumo sacrilegio, o el bautismo, o ritos semejantes de los
católicos?. Voy a demostrar que ésto es así: ofrecen al demonio la sagrada hostia, que retuvieron 4
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en la boca al comulgar, y allí mismo, delante del demonio, la pisotean. Cometidas estas maldades y
execrables abominaciones y otras parecidas, pasan a sentarse a la mesa a celebrar un convite de
manjares que proporciona el diablo. A veces bailan antes del banquete, a veces bailan después. Al
convite asisten unas veces a cara descubierta, otras oculta por una mascara, pañuelo, capuchón, o
careta. A veces, desfilan ante el demonio con velas encendidas, para besarle y adorarle entonando
en su honor cantos de gran obscenidad. Y todo lo dicho lo realizan de manera ridícula y al revés.
Es entonces cuando muy feamente se aparean con sus demonios amantes”. Fíjense como
claramente actúa en este fragmento una lógica de inversión, que guarda puntos de contacto con la
mitología del carnaval. El sabbat no deja de ser un carnaval horrendo, un mundo al revés de
contornos siniestros antes que festivos. Continúa Martín del Río: “Por ultimo, proceden a relatar
cada una de sus fechorías realizadas desde la ultima asamblea. Cuanto más graves y execrables,
más alabadas son. Los descuidados que nada tengan que contar o solo pequeñas atrocidades son
azotados de la manera más brava por el demonio, o por un grupo de los más antiguos. Y como
despedida, reciben unos polvos o venenos. La vuelta a casa la hacen a pie los que viven cerca, y los
que no, como vinieron”.
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Identificamos en este fragmento de las Disquisitionum magicarum los componentes claves del
estereotipo del sabbat, a saber:
1. El vuelo o traslado nocturno al lugar de reunión, la famosa transvección aérea de las brujas.
2. El ungüento o crema que facilitaba o posibilitaba dicho traslado por los aires.
3. El asesinato de niños o puericidio.
4. La presencia real del demonio, por lo general bajo aspecto teriomórfico.
5. La adoración del demonio, la apostasía.
6. El ósculo infame.
7. Las blasfemias y sacrilegios, que incluían el remedo de los sacramentos cristianos y en particular
el mancillamiento de la hostia consagrada.
8. El banquete y el baile.
9. El coito indiscriminado, que llegaba hasta la sodomía y el bestialismo.
10. El relato de las maldades llevadas a cabo desde la última reunión.
11. La entrega de polvos o venenos para continuar realizando actos malignos en el futuro.
Ven ustedes que el sabbat se configuraba como la anti-sociedad por antonomasia, un colectivo
diseñado para violar de manera sistemática los principales tabúes en torno de los cuales se
estructuraba la civilización judeocristiana. En el sabbat los brujos y brujas cometían incesto,
sodomía, infanticidio, canibalismo, bestialismo, idolatría, sacrilegio, apostasía…5
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Para terminar de comprender en términos conceptuales la especificidad que la brujería adquiere
durante la primera modernidad, se hace necesario diferenciarla de la hechicería y del maleficium
tradicionales. La mayoría de los estatutos criminales arcaicos, desde el código de Hammurabi hasta
los fueros españoles, pasando por la Ley de las XII Tablas y las codificaciones de los reinos
romano-germánicos, contemplaban diferentes variedades de lo que los latinos llamaban crimen
magiae, ésto es, la posibilidad de dañar a distancia la integridad física y los bienes de terceros. Se
trata del fenómeno que el antiguo derecho romano definía como crimen de maleficium, y que los
antropólogos modernos asocian con la noción de hechicería clásica.
¿Cuál es la diferencia entre brujería y hechicería? Ya hemos dicho que la brujería que se persigue de
1430 en adelante en Occidente se caracterizaba como un crimen colectivo. La hechicería
tradicional, por el contrario, tiene un carácter fuertemente individual y solitario. Este el motivo por
el cual resultaba imposible, o al menos muy difícil, montar una cacería judicial en torno de la
noción de hechicería. Si un magistrado a fines de la Edad Media o a comienzos de la Edad Moderna
arrestaba e interrogaba a un sospechoso de hechicería, los únicos nombres que podría
eventualmente arrancarle serían los de su maestra y los de su discípula. A lo sumo podía exigírsele
que proporcionara los nombres de los clientes que la consultaban. Pero nada más.
Para que veamos todavía mejor la diferencia entre las dos nociones que estamos tratando de
especificar, voy a leer un interrogatorio-modelo redactado cien años antes del comienzo de la caza
de brujas, a mediados de la década de 1320. Forma parte de la Practica Oficii Inquisitionis Heretice
Pravitatis, del inquisidor dominico Bernard Gui. El cuestionario contiene una extensa lista de
preguntas que según Gui cabía realizar a los sospechosos de hechicería. Cito: “Interrogatorio de
hechiceros, adivinos e invocadores de demonios. Al hechicero que haya que examinar, se le
preguntará por la naturaleza y número de los sortilegios, adivinaciones y evocaciones que conoce y
que le hayan enseñado. Podrán hacerse al acusado las siguientes preguntas. Qué sabe, qué ha
enseñado, qué prácticas ha llevado a cabo para hechizar o liberar a niños. Ítem, se le harán
preguntas sobre almas perdidas, sobre la concordia o discordia entre los cónyuges, sobre la
fecundación de las mujeres estériles, sobre la predicción del futuro, sobre los encantamientos y
fórmulas mágicas para frutos, plantas y animales, a quién ha enseñado estas cosas, y de quién las
ha aprendido u oído (como pueden observar, el rango de nombres por el que se interesa el
magistrado en esa clase de procesos resulta muy acotado), qué sabe de fábulas o encantamientos
para curar las enfermedades. Se indagará particularmente la costumbres de apropiarse de la hostia
consagrada, y la de robar en la Iglesia el crisma y los santos óleos (aparece el robo de la hostia
consagrada, es cierto, tal cual sucedía en el modelo de la brujería, pero en el caso de la hechicería la 6
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intención era utilizar la eucaristía como un ingrediente más de las pociones; no se robaba el
sacramento con la intención de mancillarlo durante un ritual colectivo). Se le preguntará de quién
ha obtenido tales enseñanzas, desde cuándo comenzó a ejercer tales prácticas, cuáles y cuántas
personas han ido a consultarle especialmente durante el año en curso” (a los clientes se los podía
acusar de complicidad pero no de haber incurrido ellos mismos en delito de hechicería), si ya se le
había prohibido dedicarse a tales prácticas y por quién, si había abjurado de ellas, y si había
prometido no dedicarse más a ellas. Si cree en la realidad de cuanto se le ha enseñado, y finalmente
qué recompensas o beneficios o regalos ha recibido por sus actividades”. Ven ustedes que lo que se
desprende de este interrogatorio standard es que lo que se está reprimiendo no es tanto una secta
misteriosa cuanto una práctica prohibida, el ejercicio ilegal de una profesión antes que un ominoso
complot. La hechicería tradicional no configuraba un crimen colectivo sino un clásico delito
individual.
Queda claro, pues, que el modelo de la hechicería tradicional existió desde mucho antes que la caza
de brujas comenzara en Europa c. 1430 –probablemente hunde sus raíces en la noche de los
tiempos– y continuó existiendo mucho tiempo después de que la persecución cesara en Occidente
hacia 1680 –de hecho, la creencia en la magia negra, los “trabajos” y los maleficios, continúa
existiendo hasta el presente.
El estereotipo del sabbat incorporó elementos del modelo de la hechicería clásica. En la Edad
Moderna a las brujas también se las acusaba de provocar maleficia. Acabamos de ver que al
finalizar el sabbat el demonio entregaba polvos y venenos a sus servidores para que continuaron
dañando la salud y las propiedades de sus vecinos de comunidad. Pero lo que realmente definía el
crimen de brujería en la Edad Moderna no era el maleficio ritual ni la hechicería convencional, sino
la asistencia al aquelarre. A partir de 1570, de hecho, durante la gran caza de brujas propiamente
dicha, bastaba con que un sospechoso confesara su participación en la asamblea nocturna para que
pudiera imponérsele la pena de muerte. Admitida su participación en el sabbat ya no resultaba
necesario probar la existencia de maleficios o daños colaterales de cualquier índole. Eran tan graves
los crímenes que según la demonología radical se cometían en dichas reuniones –asesinato de recién
nacidos, ingestión de carne humana, profanación de la eucaristía, bestialismo…– que con ello
alcanzaba para aplicar a cualquier reo el peor de los castigos. Los supuestos brujos y brujas
temprano-modernos no subían a la hoguera porque dañaban la integridad física o la propiedad de
terceros sino porque incurrían en un interminable listado de crímenes nefandos, delitos cuya sola
verbalización ofendía a la divinidad.
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Hasta acá la definición del fenómeno. Vamos ahora a proponer una cronología de la caza de brujas
entre 1428 y 1782. Vamos a dividir la evolución de la persecución en cuatro fases y un hiato. La
primera fase abarca los cien años fundacionales, que se extiende entre c. 1430 y c. 1530. Hacia
mediados de la década de 1520 comienza una interrupción, un hiato, que según las regiones
europeas se extendió durante 40 o 50 años. Hacia 1570 la segunda fase, la gran caza de brujas
propiamente dicha. La tercera fase abarca el resto del siglo XVII, desde 1630 hasta 1700. Y la
cuarta y última, cubre el período 1700-1782.
Vamos a comenzar con los cien años fundacionales. La primera caza de brujas de la historia europea
puede fecharse con extraordinaria precisión. El primer caso documentalmente comprobado de
represión judicial de la brujería entendida como crimen colectivo estalla en diciembre de 1427 en la
ciudad de Sión, capital del cantón de Valais, en el oeste de la Confederación Helvética [ver mapa
1]. En apenas 18 meses murieron en la hoguera 200 hombres y mujeres acusadas de pertenecer a la
nueva secta de adoradores del demonio. Queda claro, pues, que la caza de brujas comenzó en un
escenario extremadamente específico: los Alpes occidentales. Esta primera caza de brujas de la
historia es interesante porque la represión fue impulsada simultáneamente por los poderes laicos y
eclesiásticos, por la autoridad civil y por la Iglesia: en el alto Valais, la represión la llevaron
adelante jueces seglares, designados por el principal soberano local, el duque de Saboya; y en el
bajo Valais, la represión corrió por cuenta de inquisidores apostólicos designados por el papa.
También en la década de 1430 irrumpieron las cinco descripciones del sabbat más antiguas que se
conocen. Se trata de cinco textos independientes, que no guardan relación entre sí, y que remiten a
cinco géneros literarios independientes, lo cual demuestra el fenomenal impacto que en la opinión
pública local alpina debió tener la súbita emergencia de la brujería entendida como crimen
colectivo. Estas arcaicas descripciones aparecen en obras debidas a la pluma de cronistas locales,
inquisidores dominicos, magistrados seculares, jerarcas eclesiásticos y poetas aficionados. Los
textos a los que aludimos son los siguientes:
1. Hans Fründ, Rapport sur la chasse aux sorciers et aux sorcières menée dès 1428 dans le
diocèse de Sion, redacción c. 1429; manuscrito c. 1438.
2. Claude Tholosan, Ut magorum et maleficiorum errores, 1436.
3. Anónimo, Errores gazariorum, 1436-1437.
4. Johannes Nider, Formicarius, redacción c. 1436-7 (libro III), c. 1437-8 (libros I-II, IV-V).
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5. Martin le Franc, Le Champion des Dames, 1440-1441
Hans Fründ es un historiador regional que redacta esta Relación acerca de la caza de los brujos y
brujas llevada a cabo en 1428 en la diócesis de Sion. Se trata, pues, de la crónica de la primera caza
de brujas de la historia del continente. Claude Tholosan, pos su parte, es un magistrado laico que
trabajaba en el Delfinado al servicio del rey de Francia. El anónimo autor de los Errores
gazariorum era un inquisidor dominico. El Formicarius (Hormiguero) es quizás el texto más
importante de la serie. Nider era un jerarca eclesiástico extremadamente influyente. No sólo
presidió la provincia dominica de Germania sino que fue uno de los organizadores del Concilio de
Basilea. El Formicarius resulta relevante para nuestro tema porque fue una de las fuentes
principales del Malleus Maleficarum, el texto fetiche de la demonología radical temprano-moderna.
Martin le Franc, por último, era un sacerdote y poeta aficionado, secretario de Félix V, el último
antipapa de la historia. Permítanme una reflexión sobre el título del tercer tratado de la serie. El
genitivo plural utilizado por el autor, gazariorum, es el término que en el dialecto del extremo
noreste de Italia se utilizaba para nombrar a los cátaros. Éste es un tratado cuyo título verdadero era,
pues, Errores de los cátaros. Ahora bien, si uno lee su contenido, no encuentra ninguna referencia a
los cátaros históricos, ni a sus dogmas ni a sus ritos. El manual simplemente describe la nueva secta
de los adoradores del demonio. El dato es muy interesante porque revela cómo, por lo menos en un
comienzo, la radical demonización de las grandes herejías tardo-medievales fue un elemento clave
en la elaboración del estereotipo del sabbat. La temprana demonología radical resignifica antiguas
etiquetas, vaciándolas de contenido e introduciendo en ellas nuevos contenidos. La lógica era más o
menos la siguiente: tan perversos habían devenido los antiguos herejes que tras perder la paciencia
en lugar de atacar por separado lo dogmas oficiales de la Iglesia, decidieron negarlos todos a partir
de un gesto simple y contundente: la adoración del demonio.
Durante 30 años, entre 1430 y 1460, la caza de brujas se mantuvo encapsulada en el territorio que la
vio nacer, los Alpes occidentales. Todos los procesos que tuvieron lugar por entonces se
desarrollaron en el arco alpino occidental. Por 30 años la caza de brujas no se movió de dicha
región. Tres fueron los escenarios específicos que asistieron a esta peculiar clase de represión
judicial: (1) los cantones del occidente suizo (Valais, Vaud, Friburgo, Berna, Neuchâtel, Jura,
Basilea, Lucerna, Zúrich); (2) la provincia francesa del Delfinado (aparece en rojo en el mapa 2;
números 38, 26 y 05), la región en la cual actuaba Claude Tholosan); (3) el ducado de Saboya, la
principal potencia político-militar de la región, que abarcaba lo que figura en color azul en el mapa,
es decir, la Saboya histórica (que en la actualidad comprende dos departamentos de la Republica de
Francia) (mapa 2; números 74 y 73) pero también el noroeste italiano, el Piamonte, con su capital, 9
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Torino (mapa 3).
La primera caza de brujas que estalló fuera del arco alpino, la región en la que nació el estereotipo
del aquelarre, se produce recién en 1459: me refiero a la célebre Vauderie d’Arras. Arras era la
capital de una provincia francesa del extremo norte del reino, el Artois [ver mapa 2; número 62].
La Vauderie d’Arras generó un enorme impacto en la opinión pública internacional por varios
motivos. Primero, porque se desarrolló en una ciudad próspera y rica, cuando en el futuro la caza de
brujas tendió a desarrollarse en pequeñas ciudades o bien en ámbitos rurales. Segundo, porque si
bien muchos de los 18 condenados a muerte pertenecían a grupos marginales (prostitutas,
ermitaños, juglares, vagabundos), varios otros integraban la más rancia oligarquía local. Tercero,
porque fue la única caza de brujas de la historia moderna cuyas víctimas fueron rehabilitadas
durante la propia Edad Moderna: 30 años después de celebrado el mega-proceso, el Parlamento de
París consideró un fenomenal error judicial todo lo actuado por los inquisidores dominicos,
rehabilitó pos mortem a los 18 quemados en la hoguera, y ordenó enterrarlos en sagrado y erigir un
monumento en su memoria. Fíjense, una vez más, que el nombre del fenómeno, vauderie, se
relaciona con las grandes heterodoxias bajomedievales. La palabra deriva del término francés
“valdense”. De nuevo constatamos la gran importancia que en el origen tuvo para la construcción
del estereotipo del sabbat la radical satanización de las herejías de los siglos previos.
En 1478 tuvo lugar un evento que terminó de independizar la caza de brujas del arco alpino
occidental. En dicho año, el papa Sixto IV, designó al dominico alsaciano Heinrich Krämer para que
se desempeñara como inquisidor en el sur y en el oeste de Alemania. Krämer latinizará su nombre y
apellido, y por ello se lo conoce también como Henricus Institor. La inquisición medieval era
diferente de la moderna. No contaba con tribunales estantes sino con individuos comisionados para
actuar en un lugar específico, por un tiempo determinado, contra una amenaza particular. Heinrich
Krämer era, pues, uno de aquellos típicos inquisidores medievales: fue nombrado para actuar en una
región del Sacro Imperio con el objetivo concreto de extirpar la nueva secta de adoradores del
demonio. Ahora bien, cuando comienza a ejercer su rol de inquisidor, Institor encuentra una
fenomenal oposición tanto por parte de los poderes laicos como de los eclesiásticos dentro del
Imperio. Uno de sus principales enemigos, de hecho, fue el príncipe arzobispo de Brixen, que lisa y
llanamente lo tildó de “viejo senil”. Evidentemente, la irreductible novedad del estereotipo del
sabbat hacía que muchos teólogos, juristas y príncipes descreyeran de la realidad del complot, que
muchas autoridades dudaran de la existencia de una nueva secta de adoradores del demonio que
debía ser extirpada con métodos tan brutales. Kramer no pudo, entonces, llevar adelante la represión
con comodidad. Fue por ello en 1484 el papa Inocencio VIII debió publicar la bula Summis 10
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desiderantes affectibus, conocida como “la bula de la bujería”, el único documento papal de toda la
historia de la Iglesia que alude en forma directa a la noción acumulativa de brujería. Resulta una
paradoja una paradoja que un documento tan siniestro comience de manera tan melosa
(“Deseándoles con mi todo mi afecto…” sería la traducción más o menos literal del título). Hay que
entenderla como bula ad hominem, un documento redactado para obligar a las autoridades alemanas
a colaborar con Krämer. Vamos a leer un fragmento breve de la bula, que de por sí tiene una
extensión muy reducida: “Últimamente ha llegado a Nosotros, no sin provocarnos la más amarga
de las penas, la noticia de que en algunas partes del norte de Alemania, así como en las provincias,
municipios, territorios, distritos y diócesis de Maguncia, Colonia, Tréveris, Salzburgo, Bremen,
muchas personas de ambos sexos, despreocupadas de su salvación e ignorando la verdadera fe
católica, se han abandonado a demonios, íncubos y súcubos, y por medio de sus encantamientos,
hechizos y conjuras, y otros odiosos embrujos y artificios, han matado a niños que aún se hallaban
en el útero materno, lo que también hicieron con las crías del ganado. Asimismo arruinaron las
mieses de la tierra, las uvas de las vides, los frutos de los árboles y más, a hombres y mujeres,
animales de carga, rebaños y otros tipos de animales, viñedos, huertas, praderas, campos de trigo,
cebada, y cualquier otro cereal. Además, estos malvados persiguen y atormentan a hombres y
mujeres, animales de tiro, rebaños y animales de otras especies, con terribles pesares e impiadosas
enfermedades, internas y externas. Impiden a los hombres realizar el acto sexual y a las mujeres
concebir, por lo cual los esposos no conocen a sus mujeres, que no los reciben. Además, y por sobre
todo, de manera blasfema reniegan de la fe que recibieron por el sacramento del bautismo, y a
instancias del Enemigo de la humanidad se permiten cometer y perpetrar las más espantosas
iniquidades y las más repugnantes abominaciones. Entonces Nosotros, como es nuestro deber, nos
sentimos deseosos de remover todo impedimento u obstáculo que pueda demorar y entorpecer la
gran obra de los inquisidores, así como de aplicar potentes remedios para impedir que la
enfermedad herética y otras infamias difundan su veneno para destruir a la multitud de almas
inocentes. Y como nuestro apego a la fe nos incita especialmente a ello, y para que estas provincias
alemanas que hemos especificado no se vean privadas de los beneficios del Santo Oficio, por el
tenor de estas cartas y en virtud de nuestra autoridad apostólica, decretamos y ordenamos que los
mencionados inquisidores tengan poderes para proceder a la corrección, encarcelamiento y castigo
de cualquier persona, sin impedimento ni obstáculo alguno”.
Dos años después, en 1486, Institor publica en la ciudad de Speyer (Spira) el Malleus Maleficarum.
o Martillo de las hechiceras. Observemos que al autor sigue empleando el mismo término latino
que se utilizaba para designar a las hechiceras (maleficae), aún cuando la palabra ahora remitía a un
crimen de nuevo cuño, a un delito colectivo. Ocurre que el latín es una lengua conservadora, y por 11
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ello, cuando aparecen nuevos referentes en el mundo real (o como en este caso, un referente
ficcional objetivizado) y no existe un término adecuado para describirlos, se resignifican viejas
palabras.
El Malleus Maleficarum fue uno de los grandes éxitos editoriales de la primera Edad Moderna, uno
de los más grandes bestsellers del tiempo de los incunables (la imprenta de Gutenberg acababa de
inventarse apenas 30 años antes; nótese el detalle: la caza de brujas y la invención de la imprenta
son fenómenos prácticamente contemporáneos). Entre 1486 y 1523 el Malleus se beneficio con 12
ediciones diferentes en latín. Durante cerca de 500 años siempre se pensó que el texto había sido
redactado por dos autores diferentes, los mismos que figuran en las portadas de todas las ediciones
publicadas durante la Edad Moderna (que son más de 25): Heinrich Krämer y su colega dominico
Jacob Sprenger. Hace 12 años, sin embargo, en torno al año 2000, uno de los máximos historiadores
de la caza de brujas, el alemán Wolfgang Behringer, hizo un descubrimiento que provocó un
terremoto historiográfico. Demostró, a mi modo de ver de manera sólida y consistente, que Heinrich
Kramer sería el único autor del libro. Sprenger, a pesar de que figura en la portada, no sería sino un
autor de paja. ¿Qué habría sucedido? Sprenger era el titular de la provincia dominica de Germania,
y ante la oposición que su colega Krämer encontraba para desempeñarse como inquisidor
apostólico, habría decidido poner toda su autoridad moral a su servicio. Es por ello que habría
aceptado figurar como autor de fantasía de un texto de cuya redacción en realidad no participó.
Poco tiempo después de haber aceptado realizar esta colaboración, y habiendo tomado
conocimiento de los abusos que se le atribuían a Krämer, Sprenger habría intentado despegar su
nombre del Malleus. Todo indica que dedicó los pocos años de vida que le quedaban a dicho
objetivo. Si efectivamente esto fue lo que sucedió, hay que decir que fracasó estrepitosamente, pues
durante medio milenio el mundo entero lo consideró co-autor de la obra. Esta hipótesis del
historiador Behringer no convenció a la totalidad de los especialistas. Hace poco más de un lustro,
el norteamericano Christopher Mackay publicó una extraordinaria edición bilingüe, inglés-latín, del
Malleus. La edición, la mejor de todos los tiempos, fue publicada por la Universidad de Cambridge
en dos tomos. Ahora bien, respecto de la cuestión de la autoría Mackay no concuerda con
Behringer. Si bien considera que Krämer fue el principal autor del Malleus, también sostiene que
Sprenger participó efectivamente de la redacción. Mackay cree incluso que la primera parte del
libro, la más prolija de las tres, la menos disparatada, es obra de Sprenger. La autoría de Kramer se
concentraría, por el contrario, en la II y en la III parte.
Terminamos así la primera fase de la caza de brujas y llegamos al hiato, un sorprendente alto en la
persecución de la brujería que se extendió durante aproximadamente medio siglo. Un poco por 12
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todas partes, de 1525, la represión judicial de la brujería se interrumpe. El fenómeno cesa, se frena,
casi como si alguien hubiera bajado una palanca o apagado un interruptor. Resulta muy difícil
explicar los motivos de esta solución de continuidad, sobre todo porque cuando la caza de brujas se
reanuda en 1570 lo hará con toda su furia. Lo que sí resulta fácticamente demostrable es que este
hiato coincide a la perfección, cronológicamente hablando, con el fenomenal conflicto religioso
provocado por Lutero y Calvino. La remisión temporaria de la caza de brujas coincide con el feroz
enfrentamiento inicial entre católicos y luteranos en Alemania, y también con la primera década del
enfrentamiento entre católicos y hugonotes en Francia. Si analizamos en conjunto ambos
fenómenos hallamos sentido a la interrupción. En esta era de odio interconfesional, ¿qué sentido
tenía ponerse a perseguir demonios imaginarios cuando los bandos enfrentados contaban con
demonios de carne y hueso a los que masacrar, los respectivos integrantes de las confesiones
rivales? Estas décadas en las que no se cazan brujas son las mismas en las que católicos y luteranos
se matan en los campos de batalla de Alemania, y hugonotes y católicos se degüellan mutuamente
en las calles de las ciudades de Francia.
Pero el hiato llega a su fin y comienza la segunda fase, la gran caza de brujas propiamente dicha. El
primer indicio del cambio de paradigma tiene lugar en 1563, en un pequeño principado
independiente alemán, el condado luterano de Wiessensteig. En Wiessensteig estalla la primera
persecución antibrujeril de importancia desde la década de 1520. En el lapso de pocos meses,
mueren en la hoguera 63 mujeres, acusadas de connivencia con el demonio, acusadas de haber
provocado los episodios climáticos extraordinarios que en los meses previos habían destruido las
cosechas en la región (la magia meteorológica era una de las características distintivas del accionar
de las brujas en el centro de Europa).
Pero la confirmación definitiva del cambio de tendencia, del salto cualitativo que supuso el estallido
de la gran caza de brujas propiamente dicha, fue el mega-proceso que estalló en 1585 en el
principado arzobispal de Trier o Tréveris. Se trató de la primera persecución verdaderamente masiva
de la nueva era. En los meses posteriores a 1585 subieron a la hoguera 368 personas. Tengo que
detenerme dos minutos en este episodio por varios motivos. Primero, es la primera cacería judicial
que estalló en uno de los principados eclesiásticos que pululaban por el sudoeste del Sacro Imperio
Romano Germánico, pequeños islotes de catolicismo contrarreformista en un océano
preponderantemente reformado. Se trataba de mini-estados soberanos cuyos príncipes eran
sacerdotes. Los monarcas de estas teocracias temprano-modernas eran los obispos y arzobispos
locales. En segundo lugar, la persecución en Trier resulta relevante porque provocó la publicación
del primer tratado demonológico de envergadura teológico desde la aparición del Malleus 13
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Maleficarum exactamente un siglo antes. En efecto, en 1589, el obispo sufragáneo de la ciudad, el
jesuita Peter Binsfeld, publicó el Tractatus de Confessionibus Maleficorum et Sagarum (Tratado de
las confesiones de los hechiceros y de los magos). Constatamos una vez más que los autores
continuaban recurriendo al antiguo término latino malefico/a para denotar a los responsables del
nuevo crimen colectivo de brujería. Binsfeld buscó explícitamente instalarse en una tradición, lo
que explica el recurso al mismo genitivo plural que cien años antes empleara Heinrich Krämer. La
única alteración se refiera al género: maleficarum en el caso de Institor y maleficorum en el caso de
Binsfeld. Hay que tener en cuenta que los tratados de demonología radical configuraban un género
fuertemente autorreferencial. En primer lugar, porque se trataba de un discurso que se centraba en
torno de un concepto que carecía de referentes en el mundo real, puesto que el sabbat, como todos
sabemos, no existía como tal. En segundo lugar, porque se trataba de un estereotipo nuevo, de muy
reciente creación. Ni el aquelarre ni la noción acumulativa de brujería se encuentran en los tratados
de Santo Tomás de Aquino ni en la obra de cualquier otro teólogo escolástico. Tampoco vamos a
hallarlos en la producción de San Agustín o de los Padres de la Iglesia del primer milenio. No se
encuentran tampoco en la Biblia. Los demonólogos no tenían más remedio, pues, que citarse a sí
mismos, o bien a la evidencia que extraían bajo tormento en los juicios que ellos mismos
impulsaban (la mayoría de los demonólogos temprano-modernos redactaron sus tratados como una
forma de justificar ex-post facto lo actuado en su rol de cazadores de brujas). ¿Por qué cambió de
género Peter Binsfeld a la hora de titular su tratado demonológico de 1589? Porque de las 368
víctimas que murieron en la hoguera en Trier sin dudas la más famosa fue un hombre, y uno muy
poderoso a nivel local: el Dr. Dietrich Fladde. Se trataba de la principal autoridad civil de este
electorado eclesiástico después del propio soberano. Fladde era ni más ni menos que el canciller del
príncipe arzobispo, su ministro de justicia. Desde dicha posición lideraba una facción cortesana
opuesta a la caza de brujas. Peter Binsfeld, por el contrario, propiciaba el inicio de la cacería
judicial. No hace falta que diga quién perdió la contienda. Fladde fue acusado de integrar la secta
de adoradores del demonio, y tras ser interrogado bajo tormento, fue obligado a confesar su
participación en el sabbat y condenado a muerte.
A partir de 1580 la gran caza de brujas es ya una realidad en gran parte de Europa occidental, y las
oleadas represivas de alta intensidad se multiplican en los seis grandes escenarios de la persecución:
Alemania, Suiza, los Países Bajos españoles (las actuales Bélgica y Luxemburgo), Escocia,
Dinamarca y Francia (aunque cabría decir mejor, las provincias orientales del reino, muchas de las
cuales no estaban bajo dominio directo del monarca francés).
Pero ocurre también que a partir de la década de 1580 la caza de brujas alcanza regiones hasta 14
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entonces respetadas por el fenómeno: Inglaterra y España. La caza de brujas llega a Inglaterra con
130 años de retraso respecto del continente. El primer estatuto contra la brujería aprobado por el
parlamento inglés es el de 1563 (por lo menos el primero efectivamente aplicado). Se trata de una
ley de comienzos del reinado de Elizabeth Tudor. Por ello la fase de mayor represión de la brujería
en Inglaterra coincide con las décadas finales del reinado de esta monarca. La represión judicial de
la brujería en la isla tuvo características muy idiosincrásicas. Primero, no se basó en el estereotipo
del sabbat ni en la idea del complot, que nunca lograron arraigar en el reino, sino en una versión
fuertemente satanizada del maleficium tradicional, de la hechicería clásica. Segundo, en Inglaterra
nunca arraigó el método inquisitorial, por lo que los tribunales que aplicaban el derecho común no
podían utilizar el tormento para interrogar a los sospechosos. En Inglaterra sólo el Concejo Real
podía recurrir a la tortura en los casos de lesa majestad, aquellos delitos que por atacar en forma
directa la persona del monarca ponían en peligro la supervivencia del estado. La combinación de
ambos fenómenos –el hecho de que en Inglaterra nunca arraigara plenamente el sabbat ni tampoco
lo hiciera el método inquisitorial– explica por qué en el sur de la isla de la Gran Bretaña nunca
estallaron persecuciones de tipo epidémico como las que tuvieron lugar en Alemania, Suiza o
Luxemburgo. La represión judicial de la brujería en Inglaterra no tuvo un carácter epidémico sino
endémico, no tuvo carácter paroxístico sino crónico. En lugar de psicosis colectivas, que generaban
en el lapso de pocos meses miles de víctimas, lo que en Inglaterra tuvimos fue una gran cantidad de
pequeños procesos, que nunca involucraban más que a tres o cuatro personas, pero que por efecto
acumulativo terminaron generando una cantidad de víctimas nada despreciable (cerca de 400 en el
transcurso de 120 años). La otra característica peculiar de la represión judicial de la brujería en el
mundo anglosajón se refiere al hecho de que los convictos no eran quemados en la hoguera sino
ahorcados. ¿Por qué? Porque en Inglaterra la brujería no estaba asociada con la idea de herejía, que
demandaba la purificación por el fuego, sino al latrocinio y al homicidio. En el mundo anglosajón
las brujas y los brujos eran asesinos y ladrones por procuración.
En España, desde la década de 1520 se venían produciendo algunos procesos aislados en los valles
del extremo norte, en los valles pirenaicos del reino de Navarra. Pero el más famoso de los procesos
españoles tiene lugar durante la segunda fase que estamos analizando: es el famoso caso de las
brujas de Zugarramurdi, en el País Vasco, que se desarrolla entre 1610 y 1614. Allí, en el contexto
de este juicio, nació y se popularizó el término aquelarre.
Esta segunda fase de la caza de brujas posterior a 1570 también fue testigo de la apoteosis del
discurso demonológico. No solamente el Malleus recuperó la importancia que durante 50 años
había perdido, sino que el género se transformó en una moda intelectual. Los tratados dedicados a la 15
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materia demonológico tenían asegurado por entonces el éxito editorial. Si un editor quería hacer
dinero en la época no tenía que editar los Adagia de Erasmo o los Ensayos de Montaigne sino
literatura demonológica. El Malleus Maleficarum, que no se editaba desde 1523, volvió a
beneficiarse con una edición en latín en 1574, en Venecia. De allí en adelante, y hasta muy entrado
el siglo XVII, fue publicado en 16 oportunidades más (lo cual lleva el total de ediciones temprano-
modernas a 28). Durante la Edad Moderna el tratado fue publicado por última vez en 1669. A partir
de dicha fecha, el libro no volvió a editarse hasta el siglo XX. Pero no sólo el Malleus gozó de una
suerte de fama renovada. A partir de 1580 comenzaron a aparecer, una tras otra, obras
demonológicas de gran relevancia. Lo que estamos viendo ahora en pantalla es el listado de los
ocho principales tratados dedicados a esta materia a fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.
Si a estos ocho textos le sumamos el Malleus, entonces tendríamos la crème de la crème, el Who is
Who? de la demonología radical temprano-moderna:
1580 – Démonomanie des sorciers, de Jean Bodin.
1589 – Tractatus de confessionibus Maleficorum et Sagarum, de Peter Binsfeld, arzobispo auxiliar de Trier,
1595 – Demonolatriae libri tres, de Nicolas Rémy, magistrado civil de Lorena.
1597 – Daemonologie, de James VI, rey de Escocia.
1599-1600. Disquisitionum magicarum, de Martín del Río S.J.
1602 – Discours exécrable des sorciers, de Henri Boguet, magistrado civil del Franco Condado.
1608 – Compendium maleficarum, de Francesco-Maria Guazzo, monje ambrosiano de Milán.
1612 – Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons, de Pierre de Lancre, magistrado del Parlamento de Burdeos.
Voy a hacer un rápido comentario de cada uno de estos tratados.
En 1580, el polígrafo Jean Bodin publica la desmesurada Démonomanie des sorciers (la
Demonomanía de los brujos). Bodin resulta una figura en extremo conocida. Sabemos que
fue uno de los padres de la ciencia jurídica moderna, un referente destacado de la teoría
absolutista, literato, autor de obras de filosofía natural, economista (recordemos su polémica
con Malestroi) y demonólogo. La Démonomanie es un texto bizarro porque le atribuye al
demonio facultades que ni la propia teología ortodoxa le atribuía. El texto roza
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decididamente el maniqueísmo. Por ello fue prohibido e incluido en el Index librorum
prohibitorum (Índice de libros prohibidos) por el Santo Oficio romano.
En 1589 jesuita Peter Binsfeld, del cual ya hemos hablado, publica el Tractatus de
Confessionibus.
En 1595 Nicolás Remy publica en latín la Demonolatria. Remy era un magistrado laico que
actuaba en el Ducado de Lorena, una provincia francófona pero que por entonces
configuraba un estado independiente dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. Este
magistrado es uno de los cazadores de brujas más importantes de todos los tiempos.
En 1597, el rey de Escocia Jacobo VI Estuardo publicó en inglés su propia Demonologie.
Seis años después se convertiría en rey de Inglaterra tras la muerte de su pariente Isabel.
Ocurre que meses antes de redactar el tratado, James VI se había trasladado en barco a
Copenhague para buscar a su prometida, Ana de Dinamarca, futura reina consorte de
Escocia e Inglaterra. Cuando el convoy real regresaba a Edimburgo se vio sorprendido por
una fenomenal tormenta en el Mar del Norte, que estuvo a punto de hundir las naves. Jacobo
atribuyó el fenómeno climático al accionar de sus enemigos, los brujos y las brujas
escocesas. Cuando volvió a poner un pie en tierra provocó entonces el estallido de la
primera caza de brujas importante en la historia del reino, el caso de las brujas de North
Berwick, en torno a las cercanías de la capital.
En 1599-1600 el jesuita español Marín del Río publicó las monumentales Disquisiciones
mágicas, de las cuales ya hemos hablado (e incluso leído un fragmento).
En 1602, otro juez laico, Henri Boguet, publicó su Discours exécrable des sorciers
(Discurso execrable sobre los brujos). Boguet era un magistrado seglar que trabajaba en el
Franco Condado, provincia francófona pero que hasta el reinado de Luis XIV fue una
posesión española.
En 1608, un monje de Milán, Francesco Maria Guazzo, de la orden de los ambrosianos,
publicó el Compendium maleficarum (Compendio de las hechiceras). Como su nombre lo
indica es un refrito de tratados anteriores. De allí que se trate del aporte menos original de
toda la serie. Fue sin embargo uno de los más exitosos a nivel editorial, porque estaba
acompañado por ilustraciones. 17
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En 1612, otro juez laico, Pierre de Lancre, magistrado del parlamento de Burdeos, en el sur
de Francia, publicó el extraordinario Tableau de l’inconstance des mauvais anges et démons
(el Cuadro de la inconstancia de los ángeles malos y de los demonios). De Lancre había sido
comisionado por el Parlamento bordelés para investigar las acusaciones de brujería en una
región vasco-francesa del extremo sudoeste del reino, el Labourd, a pocos kilómetros de la
frontera española. Convencido de que la casi totalidad de la etnia local se había entregado en
cuerpo y alma al demonio, de Lancre provocó la única cacería judicial de alta intensidad, “a
la alemana”, que tuvo lugar en el reino de Francia durante la Edad Moderna. Dado que la
ocupación principal de los nativos del lugar era la pesca en alta mar, de Lancre estaba
convencido que las mujeres vascas aprovechaban dicha circunstancia para entregarse al
demonio. En menos de un año cerca de 100 personas fueron ejecutadas en aquellas oscuras
aldeas, perdidas en el extremo meridional del reino.
El momento culminante, no sólo de la segunda fase sino de la caza de brujas en toda su historia, se
alcanza en la década de 1620 en los principados eclesiásticos católicos del sudoeste de Alemania.
Las cifras que se desprenden de ponderar la exigua superficie de aquellas minúsculas teocracias, su
densidad demográfica y la duración de las razzias antibrujeriles (relativamente acotadas en el
tiempo), convierten a aquellos obispos y arzobispos de la Contrarreforma alemana en los más
feroces cazadores de brujas de todos los tiempos. Observemos estas cifras:
Víctimas Estado Obispo Persecución2.000 Electorado de
ColoniaFerdinand von
Bayern1624-1634
900 Obispado de Würzburg
Philipp Adolf von Ehrenberg
1626-1630
768 Electorado de Mainz
Georg Friedrich von Greiffenklau
1626-1629
600 Obispado de Bamberg
Johann Georg II Fuchs von Dornheim
1626-1630
En apenas una década, el principado arzobispal de Colonia convalidó la muerte en la hoguera de
cerca de 2 mil personas, convictas del crimen de brujería. En apenas 4 años, el príncipe-obispo de
Würzburg hizo lo propio con 900 personas. También es elevadísimo el número de víctimas en
Mainz (Maguncia) y en Bamberg. Si sumamos las cuatro cifras obtenemos un tal de 4278 condenas
a muerte. Al comenzar la clase dijimos que en toda su historia la caza de brujas habría provocado
cerca de 45.000 ejecuciones judiciales en Europa. Llegamos entonces a la conclusión de que cerca
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del 10 % de ese total de víctimas murieron en apenas 10 años en los cuatro liliputienses principados
eclesiásticos de los que estamos hablando. Si yo extiendo la encuesta hasta abarcar el periodo 1585-
1630, e incorporo al listado dos nuevos principados eclesiásticos, el de Trier y el de Eichstatt,
alcanzo la cifra de 8 mil víctimas, cerca del 18 % del total que la caza de brujas produjo en Europa
entre principios del siglo XV y finales del siglo XVIII.
¿Cómo explicar este desmadre de la caza de brujas, este descontrol del fenómeno en territorio
germano? No resulta tan difícil de comprender como parece. Creo posible identificar al menos dos
factores macrohistóricos, de carácter contextual, y otros dos de índole más coyuntural (pero que sin
embargo habría que tomar en consideración). Los dos factores contextuales son la Guerra de los 30
Años y la Crisis del Siglo XVII. La virulencia de la crisis del siglo XVII se potencia después de
1620, porque a partir de entonces la crisis en la esfera del comercio se sumó a la crisis en el mundo
agrario, que había comenzado hacía ya varias décadas. Alguna vez dijimos que la verdadera crisis
del siglo XVII fue muy acotada en el tiempo, y se extendió entre 1620 y 1660. En cuanto a la
Guerra de los 30 Años recordemos que se inicia en 1618. La década de 1620 fue, pues, el primer
gran período de esta terrible tragedia colectiva, que provocó una destrucción material y que tuvo un
costo en vidas humanas realmente dantesco. Habría que sumarle a esto dos factores macrohistóricos
otros dos de carácter coyuntural: el factor climático y la personalidad de los príncipes eclesiásticos
de la Contrarreforma alemana. Estos prelados eran verdaderos celotes religiosos. Estamos muy lejos
del estereotipo del obispo mundano del Renacimiento, de aquellos eclesiásticos italianos de fines
del siglo XV, rodeados de lujos y de amantes, tal como los describe la serie televisiva dedicada a los
Borgia. Los príncipes-obispos de los que estamos hablando eran fanáticos impulsores de la
Contrarreforma tridentina, hombres de una profunda y tormentosa piedad personal, tanto pública
como privada. El fanatismo religioso de estos líderes políticos es un factor a tomar en consideración
a la hora de explicar lo sucedido en metrópolis como Colonia o Maguncia. El segundo factor
coyuntural relevante es la cuestión climática. Me refiero en concreto a la Pequeña Edad Glacial,
que se extiende aproximadamente entre 1350 y 1850. El fenómeno tuvo, sin embargo, grandes
altibajos, periodos de remisión y períodos de agravamiento. Una de estas fases de concentración de
fenómenos climáticos extremos fue precisamente la década de 1620. Observemos, por caso, lo que
sucedió en 1626 en Franconia, la región de Alemania en la que se hallaban Würzburg, Maguncia y
Bamberg. El diario de un ciudadano de Stuttgart reporta que el 24 de mayo de 1626 (observemos en
detalle la fecha, 24 de mayo: ya hacía dos meses que había comenzado la primavera) una tormenta
de granizo acumuló un metro de piedras sobre el nivel del suelo. Dos días más tarde, a menos de un
mes de que comenzara el verano, se desató un viento del norte, extremadamente frío, que sopló
durante varias jornadas por todo el centro de Europa. De un día para otro los ríos se congelaron y 19
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los sembradíos de vid, centeno y avena quedaron destruidos. Los árboles perdieron sus hojas, que se
tornaron negras de la noche a la mañana. Otro cronista, Johann Langhans, alcalde del pueblo-
mercado de Zeil, en Franconia, afirma lo siguiente: “Año del Señor de 1626, 27 de mayo. Todos los
viñedos de Franconia, tanto en el obispado de Bamberg como en el de Würzburg, fueron destruidos
por la helada, al igual que nuestro querido grano, que se marchitó por completo. En Deichlein, Aue
y Altach, al igual que en todas partes en los alrededores de Zeil, todo fue destruido por la helada,
lo que según la memoria de los ancianos nunca antes había ocurrido, causando una sustancial
suba de precios. Mientras tanto se hicieron cada vez más fuerte los comentarios del vulgo, que se
preguntaba por qué las autoridades permitían que las brujas dañaran de tal forma las cosechas. Su
Alteza Serenísima, el príncipe-obispo, se hizo cargo de dichos comentarios y la persecución de las
brujas comenzó dicho año”. En efecto, las brujas de Franconia fueron obligadas a confesar bajo
tormento que habían descubierto la manera de provocar heladas, que habían descubierto el
procedimiento para preparar un ungüento con grasa de niño, y que la noche del 27 de mayo de 1626
habían sobrevolado todo el país derramando el veneno sobre los sembradíos, hasta que todo quedó
congelado.
Un dato de color para terminar con el tema de la caza de brujas en Alemania. Me refiero a una
noticia que salió publicada en el diario español La Vanguardia, el 29 de febrero de 2012. El título
reza “Absuelta una bruja en Alemania 400 años después de quemarla en la hoguera”. Se trata en
rigor de verdad de la traducción al español de una noticia producida por la filial berlinesa de la
agencia EFE. Cito: “La ciudad de Colonia ha rehabilitado oficialmente a Katharina Henot, una
mujer acusada de brujería y ejecutada en la hoguera hace cuatro siglos. Una comisión del
ayuntamiento de la ciudad, además, se distanció de forma unánime de todos los procesos de
brujería realizados en la ciudad en los siglos XVI y XVII. La rehabilitación de Henot es el resultado
de una iniciativa del pastor protestante Harmut Hegeler que, tras su jubilación como profesor de
religión, se ha dedicado a buscar una especie de indemnización moral para las víctimas de la caza
de brujas. Katharina Henot (1570-1627), una mujer de la clase alta de Colonia, se considera como
una de las víctimas más célebres de la caza de brujas. Algunos historiadores consideran que su
caso fue uno de los que llevó al jesuita Friedrich von Spee a convertirse en uno de los principales
críticos de los procesos contra las brujas. Spee, confesor de mujeres condenadas a muerte por
brujería, llegó a la conclusión de que las confesiones se daban siempre motivadas por la tortura, y
cuando se le preguntaba por qué había envejecido tan pronto, explicaba que había tenido que ver a
demasiados inocentes morir en la hoguera. La detención de Katharina Henot se produjo en 1627,
por unos rumores, y el proceso, como casi siempre ocurría en estos casos, terminó con la condena a
muerte y su ejecución. Las acusaciones en su contra se basaron en una serie de hechos ocurridos 20
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en un convento cercano a Colonia, donde se dio una epidemia que, en la interpretación de los
acusadores, habría sido generada por las artes mágicas de Katharina Henot. El caso de Henot fue,
en Colonia, el comienzo de una ola de procesos que se prolongó hasta 1630. En la conciencia de
los habitantes de Colonia, Henot ya había sido rehabilitada. Un colegio y una calle llevan su
nombre y frente al ayuntamiento hay una estatua suya. ‘Se trató de ahogar la voz de Katharina
Henot pero no fue posible, hoy se sigue hablando de ella en esta ciudad’, dijo el pastor Harmut
Hegeler hoy ante la comisión del ayuntamiento”. He aquí repercusiones actualísimas de la caza de
brujas, en plena sección del consejo deliberante de una alcaldía alemana.
Pasemos ahora a la tercera fase de la caza de brujas, que se extiende 1630-1700. La característica de
esta etapa es que si bien los procesos de alta intensidad no desaparecen de Europa occidental,
tienden a concentrarse en los márgenes de la civilización euroatlántica: en las Islas Británicas, en
Escandinavia, en América, en Suiza Oriental, en Silesia… Acá tenemos algunos ejemplos de estos
procesos masivos, tardíos y periféricos:
1645-1647: procesos de Matthew Hopkins en East Anglia (100 ejecuciones aprox.)
1651-1652: gran caza en el ducado de Neisse (Silesia), perteneciente al obispado de
Breslau (Wroclaw), a cargo del hijo del rey de Polonia (250 ejecuciones aprox.)
1652-1660: Groos Häxatöödi en el señorío de Prättigau [gran masacre de brujas] (entre
1648 y 1652 pasa de la jurisdicción del condado de Tirol [cap. Innsbruck] al cantón suizo
de los Grisones] (100 ejecuciones aprox.). El cantón de los Grisones produce en total 246
condenas entre 1650 y 1753.
1658-1662: la gran caza de brujas escocesa (250 ejecuciones aprox.)
1668-1676: la gran caza de brujas sueca (100 ejecuciones aprox.)
1678-1680: Zauberer Jackl-Prozess en el principado arzobispal de Salzburgo (140
ejecuciones, el 80% de los cuales eran jóvenes vagabundos menores de 20 años,
seguidores del fantasmático Jakob ‘Jackl’ Koller, un mendigo hijo de una sospechosa de
brujería, que nunca fue atrapado y se convirtió en mito).
Analicemos esta filmina. La única persecución de carácter epidémico que tiene lugar en Inglaterra 21
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no por casualidad se produce en torno a 1645, en pleno vacío de poder provocado por la Guerra
Civil. Son procesos impulsados en East Anglia por el misterioso Matthew Hopkins, que en el lapso
de pocos meses provocó cerca de 100 ahorcamientos. East Anglia abarca los condados pintados de
verde en el mapa –Norfolk, Suffolk y Essex–, tres de los condados más prósperos de Inglaterra (ver
mapa 4). Me adelanto a lo que voy a decir dentro de unos minutos: que la caza de brujas no fue un
fenómeno de la marginalidad, sino de las regiones ricas del continente. No eran precisamente las
regiones pobres y marginales las que cazaban brujas con mayor intensidad.
En 1651 estalla una caza de brujas en el condado de Neisse, en Silesia, en la frontera germano-
polaca: 250 muertes en un periodo de tiempo reducido. En 1652 comienza la gran masacre de brujas
en los Grisones, un cantón suizo oriental. Entre 1658 y 1661 se desarrolla la gran caza de brujas
escocesa y entre 1668 y 1676 tiene lugar la gran caza de brujas sueca (vemos que el fenómeno
alcanza el extremo norte de Escandinavia con enorme retraso). Entre 1678 y 1680 se desarrollaron
los procesos del mago Jackl, en el principado-arzobispal de Salzburgo, en territorio austríaco. Se
trató de un episodio curioso. Este mago Jackl (Zauberer Jackl) era, supuestamente, un joven
vagabundo a quien se consideraba líder de la secta de adoradores del demonio en la región. Jamás
pudo ser capturado ni localizado: fue y continúa siendo un personaje fantasmático. Aún así, 140
personas murieron en la hoguera –la mayoría, niños y jóvenes marginales–, acusados de pertenecer
a la secta. Esta represión parece poco menos que una excusa para limpiar de vagabundos las calles y
los alrededores de Salzburgo. Finalmente, la última gran represión que tuvo lugar en el espacio
euro-atlántico durante el siglo XVII estalla en Nueva Inglaterra: me refiero al famoso caso de las
brujas de Salem, en Massachusetts, no muy lejos de la ciudad de Boston, en 1692, con 19
ahorcamientos comprobados y una persona muerta durante los interrogatorios bajo tormento.
Nos queda por ver la cuarta fase, pero la dejamos para mañana
Desgrabado por Adrián Viale
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