.03.02
SAB 28.02.15
Era rencoroso y persistente Pa-blito Cocoliedro Tesore, casi
co-mo yo. Pidi permiso para ir al ba-o. No exagero, levant la
mano.Despus me pidi un cigarrilloporque estaba dejando de fumar.Por
suerte haba un atado que sehaba olvidado Madrigal.
Cuando volvi, dijo:Me doy cuenta de que no soy
la persona adecuada (en este caso,su nica rebelin era con la
sinta-xis: no subordinaba por recato) pa-ra lo que me pidieron que
haga.Ellos (pellizc el aire de nuevocon comillas invisibles, en un
nue-vo acto de sumisin, esta vez a susprotectores) me dijeron que
pen-sara en otro para la campaa delreencuentro. Que te hiciera
compa-a, que se pareciera ms a vos. Ya m se me ocurri... el
ChinoWiesbaden. Justo en el bao,mientras miraba eso colgado
quetens... qu es?.., se me ocurri.Qu es eso que tens colgado enel
bao?
Ellos eran los de siempreMoncloa, Sufeito, Ingrao, excompaeros
de la secundaria conlos que no haba quedado yo enbuenos trminos
cuando la termi-namos.
Vos te debs acordar, porque...se llevaban bien con el
Chino,Turati y vos?
Le dije que s, que nos llevba-mos bien.
Por favor, no lo tomes a mal.Todo el mundo tiene celular. Ellosa
m me usan como una especie decomodn y me piden cosas.
Lo del bao es el regalo de unamigo. Fondo de Hiroshige, un
re-ady made te explico qu es mstarde. Mandame un mail, Pablo,despus
de consultarlos.
Un amigo o una amiga? pre-gunt entonces Pablo, porque es-t
firmado con labial. Y no tensque explicarme qu es un redimeiporque
lo s, aunque mi mujer nolo pronuncia as. (Quin era sumujer? Qu
hacan esas palabrasen la despintada boca de Pablo?)
Cierto que ste es un pas gene-roso. Y ahora, agreg,
guerfrendi.Dej de hacerte el raro vos.
Creo que no le gust mi sonri-sa, que no era irnica, slo
unreconocimiento tardo de lo quehaba dicho.
Si quers armamos una colectay te regalamos el celu. El Chino
esparecido a vos, siempre anda in-ventando cosas. Era un bocho,
teacords? Escribi un toco de li-bros. De Educacin y de los
otros.Tiene ms chapa y cocardas...
Los auriculares gigantes le da-ban un aspecto un poco
sobrenatu-ral a Cocoliedro. Haba venidooyendo indistintamente Phil
Co-llins y Manhattan Transfer. A unopor nostalgia; a los otros
porque selos haba perdido. Ahora asista aun coro de desafinados que
diriganuestro ex compaero NelsonFreire. Se haba convertido en
di-rector de coros, Freire?, pregunt.
No, no, es kinesilogo me di-jo Pablito Tesore. Agreg:
Y desafinado, como yo.Cuntos inspectores de apa-
riencia ms tendra que aguantaren casa?
No me obligues a avergonzar-me me pidi, un poco despus depasarse
un rato revisando los men-sajes de texto que le haban llega-
do, mirndome con sus ojos decorto alcance.
La palabra para definir a Coco-liedro es y haba sido siempre
es-mirriado. Proceda de una familiade Treviso (conoc a su madre y
asu padre), fue la primera personade la que o que haba sufrido
unsurmenage. Dirigindose a la puer-ta de entrada, que por suerte
es, enbeneficio de las supersticiones y lasntesis, tambin la de
salida, sedetuvo. Esper que fuera por lti-ma vez. Empez a contarme
las fo-gosas y fatigosas fantasas a lasque sola aventurarlo su
mujer, pa-sada la medianoche. No tenan hi-jos. Ella s, de un
matrimonio ante-rior. Una chica, una hija. Se acos-taban tarde. No
antepuso la adver-sativa: lo dijo como si entre los tr-minos
interviniera mediara unarelacin de consecuencia.
Ella te conoce, aunque no le-y tus libros. Me pidi por favorque
no me olvidara de dejarte sutarjeta.
Y procedi a mostrarme una deesas imgenes que se llevan
comoequipaje en los aparatitos, aunqueel celular no haya sustituido
del to-do a la billetera. Con la mayor in-diferencia, fing
prestarle atencin.
Me cont que haca unos meses,por jaquecas intermitentes y
des-arreglos sexuales y de la memoria,haba ido, a instancias su
mujer, alconsultorio de un neurlogo.
Pero acaso la mujer de l noera cre recordar neurloga?
No, egresada de Bellas Artes,artista, performer y crtica;
ahora,curadora.
Me deba de estar confundiendocon otro. Con otra mujer. Con
lamujer de otro.
La de Wiesbaden?La ex de Wiesbaden, s era neu-
rloga. La mtica, la primera; ladel medio, maestra jardinera; la
ac-tual, becaria del Conicet.
La suficiencia con que contes-taba exceda cualquier
satisfac-cin... Lo complaca muchocontestar estas preguntas conesa
suficiencia que exceda losatisfactorio, como si yo pudieraorganizar
para la prxima vezque nos viramos una lista depreguntas acerca de
la profesinde las mujeres de sus amigos.
Le haban hecho una serie de es-tudios sin resultados negativos,
asque el neurlogo lo deriv a unpsiquiatra, que encontr una ano-mala
a partir de ciertas dificulta-des con los recuerdos, que Tesorele
confes entusiasmado, y lo hizoretroceder otra vez hasta el
neur-logo. Otro neurlogo, el primerode una serie ms curiosa.
Y ah s me jorobaron. Desdeentonces, vivo pastillado.
Parece que se trataba de un malde... Tesore no se acordaba el
nom-bre que bautizaba los sntomas. Enresumen, era algo as como que
sumemoria transportaba el detalle deuna escena a la siguiente, e
incor-poraba ese detalle en el otro re-cuerdo sin fijarlo del todo
(1).
La memoria de Tesore era uncompendio de errores provocadopor la
sucesin. El comercio en-tre esas imgenes no inventabaun tercer
recuerdo, sino que con-tagiaba la escena con detalles dela
anterior. Qu poda esperarsedel mensaje, cualquiera fuera,que
Pablito Tesore iba a transmi-
tirles a ellos? Acaso mi memo-ria tambin fuera eso y yo to-dava
no lo hubiera averiguado.
Le abr la puerta a Cocoliedrosin entender lo que deca. Hab-an
tratado de pasar por debajouna encomienda gruesa, pero seneg a
hacerlo despus de haberlamido el borde de la puerta. Lalevant,
pisoteada (haba prece-dido la llegada de Pablo?), y ladej en la
primera superficie deapoyo que encontr.
La noche de la visita de Coco-liedro so con la novia de tercerao
de mi mejor amigo de la se-cundaria, Horacio Lovisolo. Ho-racio
exhiba la mayor parte deltiempo, como trofeo de la faltade inters
por su persona, una
especie de anillo de moco queiba de la fosa nasal derecha a
laizquierda (o viceversa). Inheren-te, se deca, perdurable. Que
aesa altura pareca de ncar.
Contar sueos, convengo con to-dos los autores que lo
desautori-zan, nada revela y a nada conduce,pero pas la vida
admirando escri-tores que lo hacen.
Al revs del desplante con quela edad es capaz de aceptar que
eltiempo nos presente por segundavez una rplica deteriorada
denuestro primer amor, la falacia dela edad absoluta mitiga con
deta-lles accesorios, de vuelta el mal deMuybridge, las imgenes que
ve-mos por primera vez. Vemos deverdad algo por primera vez?
En mi sueo Dolores (el nom-bre, entonces, era una muestra
in-voluntaria que realzaba su tilingue-ra, asumida slo como
superiori-dad social) pareca tan privada decorrupcin y secreta como
un sue-o ajeno. Ella era de una naturale-za inalcanzable, no porque
recha-zara el contacto sino porque pare-ca solicitarlo con implcito
des-
dn; las calidades parciales tablasinestables: el pelo y el
perfil ni-co sobresalan.
En el sueo la besaba sobre unasuperficie almohadonada o
almo-hadillada, algo tan blando, en cual-quier caso, como para
permitir quenos hundiramos en una materiablanca o gris
sustancialmente re-pugnante. Ella se haba sacado elcorpio, que en
esa poca estoy se-guro no necesitaba, y unos brac-kets, que
llambamos entoncesaparato, y que ninguna chica conun resto de
cordura se habra ani-mado a lucir a la luz del da. Ex-cepto esa
cuya belleza fuera tansuficiente como la vctima de unencantamiento
(nuestra castidadnos autorizaba a estas hiptesis fe-ricas).
Dolores en caftan nos haba ini-ciado en una especie de
misticismoindio por entonces en boga, guin-donos a un ashram, y
despus, ennuestra laboriosa fuga inmvil, su-puestamente, va la
leyenda del ta-marindo, a una especie de Kat-mand, atiborrando de
incienso loslugares de trnsito y hacindonoscreer que lo que
guardaba en sumorral o en su yica a veces con-vidaba era haschisch
trado deTnger o de Ibiza, parasos equiva-lentes para nosotros o
para m,donde su to paterno viva o habavivido. (Tena un gusto
subterr-neo y repelente a raz acidulada, yola a mierda, as que tal
vez fuerahaschisch.) Aparte, nos haba con-vidado con la receta de
WilhelmReich para acaudalar orgones.Reich era el nico terico que
Ho-racio Lovisolo le dejaba con indul-gencia leer, porque maridaba
hu-biera dicho Dolores hoy el mar-xismo con el psicoanlisis.
Horacio, mi mejor amigo, a esaaltura de la secundaria pintba-mos
un convento de la calle Arro-yo, creo ya haberlo dicho, mien-
tras leamos el Antidhring de En-gels me haba regalado su
ro-tring, su tatami, su kimono y, sinel consentimiento de los
padres, elescritorio de ocio y la bibliotecaThompson de un to
hermano dela madre, parte rica de la familia,que muri soltero en la
pobreza(era escribano pero haba termina-do siendo slo rutinario
escritor enla ruina). Y dos corbatas. Tal vezporque no tena gusto
yo: para ins-truirme en eso tambin. Poco con-cesivo como era
esclavo marxis-ta, lo increpaban, lo increpba-mos, nunca nos cedi
un pice desu novia a nosotros.
Despus de su ruptura con Hora-cio, Dolores nos rebot al
BebePestalozzi, a Mumi Moncloa, a In-grao, a Sufeito, a Turati y a
m, y
predispuso contra todos a todas susamigas, convirtiendo el harn
enuna hueste de malevolencia. Elsueo, que no tena fin (o que
mirepresin obliter) prologaba unensueo largo, tambin en posi-cin
decbito supina. Un eclipsenupcial permita a muchas las mu-jeres de
los otros que yo deseabaa todas? participar en una cere-monia
adltera financiada por unasecta o sociedad criptoertica, dearsenal
y recursos inagotables.
La secta procuraba a sus feli-greses guantes, mscaras,
antifa-ces, consignas Istonio, Fidelio,Idomeneo, preservativos y
bo-tas de montar o de siete leguaspara la despedida de los labiosde
las piernas largusimas de Ni-cole Kidman (resto diurno esta-blecido
con imperturbable niti-dez: estaban pasando la ltimapelcula de
Kubrick por la telecuando me qued dormido).
Hipnaggicas, unas jvenes lu-minosas con uas azul oscuro yopacos
y esplndidos muslos pla-gados de tatuajes, ahogaban cala-bazas de
Halloween con las faccio-
nes reconocibles de mis ex compa-eros de secundaria
(Lovisolo,Pestalozzi, Tesore, Wiesbaden, Ca-tanzaro, Freire,
Moncloa, Sufeito,Ingrao). Otras, con pulseras y ajor-cas en brazos
y antebrazos cata-doras, curadoras las probaban yaprobaban antes,
hundindoles losdedos con la codicia erotmana dela consulta de
madurez en los me-lones plidos y en las dems cu-curbitceas.
Vivo en un departamento estre-cho, corto, de circulacin nica,muy
bien ubicado (a pocas cuadrasdel convento que alguna vez ayuda
pintar). Por eso el da de la visita,en cuanto Tesore se fue, no
tarden reconocer esa mezcla de des-composicin mezclada con el
olor
a tabaco que destilan las personasque estn dejando de fumar.
La toalla tena a esta altura unasvetas o vrices dignas de
descrdi-to. Eran casi protuberancias. (Ma-drigal me dejaba usar slo
jabnblanco de tocador en el lavabo: suausencia brillaba.)
No pude dar con la colilla (la es-mirriada tambin ventana es
unainvitacin a la fuga, al suicidio delos objetos minsculos), pero
laslida deposicin que encontr enel inodoro era el anagrama
recons-truido; una especie de rbrica adi-cional acentuaba el
carcter tal vezno alevoso de la ofensa, que tenala deferencia
tipogrfica de pareceraunque slo lo era una coma fe-cal. Tena
coartada: como trofeo desu visita, responda a esa indolen-cia
perseverante que nadie se atre-va a reprocharle a Tesore.
Habatenido un surmenage! De modoque poda explicarlo con su mohnde
nio cantor de Viena albino, yacompaarlo con el gesto de enco-gerse
de hombros. Distrado con elready made de mi amiga, el esmi-rriado
mensajero de mis enemigos
el go-between, el correveidile, elcomodn se haba olvidado
sim-plemente de apretar el botn.
Unos pocos das despus me to-c ir a una galera de arte que
inau-guraba una muestra conjunta. Fuisolo. Estaba pasando por un
cmo-do intervalo en mi relacin conMadrigal.
Era una muestra de tres artistasde tendencias similares,
colgadacon buen criterio, en la galeraMissolonghi.
Un crtico llamado Mximo Ma-rusi haba opinado, antes que todos(lo
conoca de sobra; su costum-bre, su preocupacin era compe-tir). Los
tres mosqueteros le ga-nan a Audran, haba titulado sucolumna.
Los tres mosqueteros eran Arti-me, Veblen y Katsimbalis,
quepracticaban a su manera una pi-ca de la disuasin. Del relato
cu-ratorial, por ejemplo, nada habapodido colegir; ni un atisbo de
in-tencin del ejercicio narrativo ha-ba sido advertido por el
adelan-tado (su desprecio por la anc-dota lo condenaba a ese
suburbiode la mediocridad en el que me-dran los incomprendidos).
Cadacuadro pareca anticipar algo delsiguiente, corregirlo o, ya en
unalto grado de subjetividad, disi-mularlo o disminuirlo.
Me detuve al salir. La muestrase llamaba Ficciones inestables;
lacuradora, Irene Toubiana. Su fotome provoc inquietud. Como
re-flejo condicionado del freak booko como asociacin de ideas
gene-ralizada, eso de poner la imagen deuno, colgarla en un altar
del egodejado atrs, no pareca estimulan-te ni halagador. Sin
embargo, dednde conoca yo esa cara?
El mal de Muybridge es un par-padeo, un grano de incertidumbrelo
anima y lo habita. Cuando se di-funde es, deca el
doctorPinderSchlss, algo as como elpolen de la verdad. Yo haba
esta-do de novio con la mujer de Pabli-to Tesore, acababa de
comprobar.En la adolescencia. Poco despuso poco antes, mal de
Muybridge, obien apenas ayer, no puedo preci-sarlo. Que era menos
radiante perono menos admirable que Dolores.Ms voluptuosa, ms
plebeya ymenos tilinga, las cejas y las pesta-as definidas como un
contorno deRoualt. Ya entonces pintaba unasacuarelas en exceso
aplicadas, de-corativas (ella misma se quejaba).Haba quedado
hurfana de madrey su padre, que no se haba vueltoa casar, trajo
vivir a la casa unamujer fea, que Irene detestaba. Encompensacin,
le haban regaladouna perrita. Nos quedbamos quie-tos en un banco
del Parque Chaca-buco cuando oamos el paso firmede su pap
martillero pblico?y, al lado de l, el chisporroteo dellovizna de la
perrita chihuahua.
Ella me haba dejado tocarlaabajo casi con insolencia (Irene,
nola perrita, que slo persista en lobajo, no en lo oscuro). La
insolen-cia era entonces nuestro mal o biencompartido. Quin hubiera
podi-do distinguir en esa nfima semillade la memoria esta versin
ante laque tena yo que bajar los ojos?
Busqu en casa la tarjeta de lamujer de Pablo Tesore, que
Coco-
liedro me haba dejado. Estabaexactamente ah, debajo de la
en-comienda (libros, libros de Chile).Le para tranquilizarme. No,
no semova como los recuerdos nma-das del sndrome de Muybridge.
Ella se haba cambiado el apelli-do: Aschero le debe de haber
pare-cido inapropiado para una crticade arte, y el anagrama
implcito enel apellido de su marido, inacepta-ble. Me arrepent de
no haber mi-rado con atencin la imagen delcelular, en la que la
huella digitalde un instante anterior la hubierarejuvenecido.
(1) Todo tiene un largo desarro-llo y, a lo largo del siglo
veinte, suacompaamiento onomstico pa-ralelo. Empez siendo el mal
dela enciclopedia y luego el malde Bourbaki, hasta alcanzar
(en1969) la denominacin actual, enapariencia definitiva, porque a
pe-sar de cierta inferioridad de preci-sin semntica, abarca un
lugarsin lmites de fidelidad concep-tual. El doctor Linus Latimer,
dis-cpulo de Elkhonon Goldberg,discpulo de Alexander Luria, ha-ba
logrado aislar en un pacientelos componentes si se dice asdel
sndrome. Se trataba de unaventajado estudiante de BellasArtes que,
ante una consulta ico-nogrfica del Courtauld Institute,haba aadido
a Las meninas unperrito de Van Eyck, por lo que almal se lo llam un
tiempo la en-fermedad de Arnolfini. Se empe-z a hablar, en estos
recuerdosfrescos pero diferidos, de clu-las fsiles y nmadas y de
tablasde inestabilidad. Entonces al doc-tor Latimer se le ocurri
aadir uningrediente inusitado e imprevisi-ble la velocidad y obtuvo
otroresultado, imperfecto pero menosalejado de la verdad. Era
comodescomponer la solidez del tiem-po, que no es slido en
absoluto,en grageas gaseosas, amenazadassiempre por una especie de
identi-dad sobresaltada. Por lo dems,los ajustes fueron hacindose
enlapsos, si bien no prolongados, deatenta observacin. Y si en el
co-mienzo se le concedi al mal unapropagacin acaso imprudente enel
catlogo de imgenes que cadacual lleva consigo, fue a partir delos
estudios del Dr. PinderSchlss, discpulo de Latimer, quese concluy
en que las partculasde contaminacin, en la medidaen que eran
aledaas, anejas, cer-canas, incidan menos en el snto-ma, volvindolo
confuso, borroso,cuando el mal empez a acariciarsus lmites. Algo
que se contraeen el tiempo, se contrae con anti-cipacin y, en mayor
medida, enel espacio, haba afirmado Lati-mer, pero eso no quiere
decir quela simetra o la armona preesta-blecida se hayan apoderado
de ladefinicin. Y a partir de estaconjetura disfrazada de
certidum-bre, el equipo que lo respaldabaen particular el doctor
PinderSchlss empez a darle crdito ala contaminacin milimtrica delos
archivos fotogrficos del pri-mer fotgrafo del movimiento.Desde
entonces, los tests limina-res se hicieron siempre con lasimgenes
de Animals in Motiony la enfermedad fue referida co-mo el mal de
Muybridge.
Por Luis Chitarroni
El mal de uno
Guadalupe Lombardo