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ENRIQUE PROVENCIO 1 VI. EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA: LA DÉCADA EN LA PERSPECTIVA DEL DESARROLLO ENRIQUE PROVENCIO PRESENTACIÓN ESTE artículo tiene como primordial objetivo reseñar algunos de los principales cambios económicos registrados durante la década de los ochenta frente a las tendencias del desarrollo mexicano desde que se inició la larga etapa de crecimiento que culminaría con la crisis de 1982. Hablar de "los ochenta" como si hubiera sido un periodo homogéneo no es más que una forma de compararlo con otras décadas. En realidad, fueron años en los que lo característico era el cambio constante, a pesar de que algunos rasgos se mantuvieron inalterables. En sentido estricto, no todo fue tiempo de crisis, de cambios estructurales, de ajustes o modernizaciones; y tampoco siempre una década perdida, como se le bautizó cuando apenas terminaba su primer lustro. Los años ochenta conocieron, cuando apenas despuntaban, un auge que había empezado en 1978 y que si bien no fue muy largo sí marcó de manera determinante la economía nacional. Ese auge significó ritmos muy altos en la expansión productiva, pero también agravó las dificultades estructurales que habían sumido al país en la inestabilidad. Luego, cuando en 1982 la crisis hizo acto de presencia, empezó un periodo de ajuste que coincidió con el más intenso desplome productivo (1983) que hasta entonces se hubiera visto. Después de una breve recuperación (1984-1985) diversos factores internos, y sobre todo externos, provocaron en 1986 otro años de crisis, y desde 1987 se retomó un crecimiento muy lento que hasta 1990 empezó a consolidarse.
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Sep 20, 2018

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ENRIQUE PROVENCIO

1

VI. EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA: LA DÉCADA EN LA PERSPECTIVA DEL DESARROLLO

ENRIQUE PROVENCIO PRESENTACIÓN ESTE artículo tiene como primordial objetivo reseñar algunos de los principales

cambios económicos registrados durante la década de los ochenta frente a las

tendencias del desarrollo mexicano desde que se inició la larga etapa de

crecimiento que culminaría con la crisis de 1982.

Hablar de "los ochenta" como si hubiera sido un periodo homogéneo no es más que

una forma de compararlo con otras décadas. En realidad, fueron años en los que lo

característico era el cambio constante, a pesar de que algunos rasgos se

mantuvieron inalterables. En sentido estricto, no todo fue tiempo de crisis, de

cambios estructurales, de ajustes o modernizaciones; y tampoco siempre una

década perdida, como se le bautizó cuando apenas terminaba su primer lustro.

Los años ochenta conocieron, cuando apenas despuntaban, un auge que había

empezado en 1978 y que si bien no fue muy largo sí marcó de manera

determinante la economía nacional. Ese auge significó ritmos muy altos en la

expansión productiva, pero también agravó las dificultades estructurales que

habían sumido al país en la inestabilidad. Luego, cuando en 1982 la crisis hizo acto

de presencia, empezó un periodo de ajuste que coincidió con el más intenso

desplome productivo (1983) que hasta entonces se hubiera visto. Después de una

breve recuperación (1984-1985) diversos factores internos, y sobre todo externos,

provocaron en 1986 otro años de crisis, y desde 1987 se retomó un crecimiento

muy lento que hasta 1990 empezó a consolidarse.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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También en la política económica la periodización de los ochenta impone

diferenciaciones. Por encima de los programas a corto plazo, de la sucesión de

ajustes, intentos antiinflacionarios y tenues impulsos al crecimiento, se

desarrollaron proyectos de cambio estructural. Sus intenciones formales eran la

búsqueda de la estabilidad, la renovación de la capacidad para crecer y la creación

de las bases para mejorar las Condiciones de vida de la población. En lo inmediato,

sin embargo, los resultados de aquellos proyectos fueron contradictorios, a veces

por errores de aplicación pero también porque sus beneficios sólo pueden

advertirse a la larga.

Entre 1983 y 1986 el buscado cambio estructural se confundió a menudo con el

ajuste, porque enfatizó sobre todo la corrección de los desequilibrios en las finanzas

públicas, el sector externo y los precios. Los resultados fueron desiguales, pues sólo

en el comercio exterior se lograron avances. Luego se dio prioridad a la renovación

productiva, y la política para la reconversión económica dominó el panorama

aunque no por mucho tiempo, ya que en 1988 fue de nuevo la política de corto

plazo la que absorbió los esfuerzos gubernamentales tratando de controlar la

inflación y el déficit público sin incurrir en recesiones. A partir de 1989 volvió el

énfasis a los programas de más aliento, ahora bajo el objetivo global de la

modernización.

Sin embargo, tras el cambio estructural, la re conversión y la modernización, se

mantuvieron algunos ejes estratégicos que, pese a las diferencias, admiten ser

considerados como la transformación de los ochenta. Los principales de ellos fueron

la modificación de la relación entre Estado y economía, y de la vinculación en el

exterior. Simultáneamente se pretendía una reestructuración productiva, que

pasaba no sólo por mejorías de la eficiencia y la competitividad sino también por

reacondicionamiento de las relaciones entre trabajadores, empresarios y gobierno,

que afectó no sólo los salarios sino las condiciones de trabajo en general.

Los intentos de esta transformación tuvieron resultados diversos. El impulso de un

nuevo marco de crecimiento dejó saldos desiguales, porque si bien en algunos

casos se fincaron bases para superar dificultades al crecimiento, en otro se

acumularon rezagos productivos o se agravaron deficiencias estructurales que en el

pasado impidieron un crecimiento económico sano. El primer apartado del trabajo

describe los cambios productivos que se presentaron, destacando las

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reafirmaciones o virajes frente a las tendencias que predominaron durante los años

del crecimiento.

El segundo apartado se refiere al impacto de la crisis sobre la infraestructura y

otros aspectos que condicionan el desarrollo, y el tercero a los efectos sobre las

condiciones de vida y la desigualdad. En los siguientes dos puntos se resumen los

elementos básicos de la nueva vinculación con el exterior y de la modificación que

se impulsó en la relación Estado-economía. En todos los casos se apuntan sólo

elementos generales para facilitar una idea de conjunto sobre las principales

transformaciones que surgieron durante la década pasada.

Por tratarse de una presentación general quedaron fuera problemas que en su

momento provocaron intensas polémicas o que acaparaban los esfuerzos de la

política económica. La discriminación la impuso el propósito de destacar sólo las

tendencias de mayor trascendencia. Por supuesto, la identificación de éstos no está

exenta de riesgos, ya que aún estamos lejos de contar con una visión decantada

sobre los agitados años ochenta.

El texto no incluye referencias bibliográficas porque pretenda ser novedoso sino

porque la mayoría de las apreciaciones se fundamentan en la información que se

presenta en los cuadros estadísticos incluidos. Se trata, además, de un trabajo

destinado a lectores que no son, necesariamente, especialistas en economía.

1. LAS TENDENCIAS PRODUCTIVAS Producto y estructura sectorial

El comportamiento global, por sectores o ramas de los valores y volúmenes de la

producción muestra con toda claridad el cambio, reafirmación o continuidad de las

tendencias históricas de la economía mexicana, y da el marco para ubicar los

procesos más específicos de transformación que tuvieron lugar durante los años

ochenta.

Cuando en 1982 la economía mexicana experimentó un descenso productivo,

estaba cumpliéndose medio siglo de una expansión que con todo y las

inestabilidades representó una larga etapa en la que pudieron conjugarse distintos

factores que mantuvieron en ascenso la producción. De manera casi ininterrumpida

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desde el fin de la Revolución Mexicana, el producto mantuvo un crecimiento

sostenido. La excepción, periodizando por quinquenios, fue la segunda mitad de los

años veinte. A partir de 1933 las tasas fueron positivas hasta 1982 (véase gráfica

1).

Gráfica 1 Crecimiento anual del PIB 1933-1990

Fuente: Elaborado a partir de Banco de México, “Indicadores económicos”.

A pesar de que fueron arraigando deficiencias que a la postre trabaron o por lo

menos limitaron aquel desempeño, de que las estructuras distributivas se

mantuvieron distorsionadas y de que múltiples desequilibrios e insuficiencias

estuvieron siempre presentes o se agravaron, ese largo periodo representó una

transformación radical y una ampliación permanente de la capacidad productiva.

La crisis abierta en 1982 no se expresó sólo en una inestabilidad más acusada,

como sucedió durante la década de los setenta, no se redujo a las caídas

productivas que por primera vez se conocían después de medio siglo, ni se limitó a

las intensas dificultades externas o de algún sector en especial. Además de lo

anterior se observó sobre todo la irrupción de una manifestación global de la

incapacidad estructural para mantener la expansión aun con los desequilibrios y

limitaciones que caracterizaron al modelo de crecimiento.

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Se hablaba de agotamiento del modelo desde los años sesenta y de crisis de la

economía mexicana al menos diez años antes de que hiciera acto de presencia tal

como fue conocida a partir de 1982 y 1983. En estos años aparecieron de manera

simultánea el estancamiento o el descenso productivo, el retraimiento de las

inversiones, la emergencia en los pagos de la deuda externa, el aceleramiento

inflacionario, el deterioro del empleo, los ingresos y el nivel de vida de la población,

y el agudizamiento del déficit público. Tales fueron las expresiones más destacadas

de lo que desde entonces fue llamada "la crisis" propiamente dicha.

Si en su manifestación más general de crisis se traducía en la caída del producto,

era el cambio de tendencias del valor del producto por Persona lo que mejor

expresaba sus implicaciones. Durante el medio siglo transcurrido desde principios

de los años treinta, el PIB por habitante había tenido un crecimiento decenal

positivo, sobre todo en los sesenta y setenta. Los ochenta, en cambio, terminaron

con un producto por persona inferior al de los inicios de la crisis (véanse gráficas 2

y 3).

Gráfica 2 PIB por habitante 1930-1989

Tasas quinquenales de crecimiento

Fuente: Elaborado a partir de Banco de México, “Indicadores económicos”.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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Gráfica 3 PIB por persona 1930-1990

(Pesos de 1980)

Fuente: Elaborado a partir de Banco de México, “Indicadores económicos”.

Sin atender por el momento a los cambios en la estructura distributiva, lo anterior

expresa directamente el abrupto fin de la larga tendencia en el aumento del

producto y del ingreso medio que había caracterizado el desarrollo mexicano. Si

hasta los setenta resultaba insatisfactoria la forma de crecer, por el empleo

insuficiente que se generaba, el bajo ingreso y su desigual asignación -entre otros

problemas-, ahora la insuficiencia central venía a ser el pobre dinamismo de las

actividades productivas, lo que magnificaba las demás implicaciones del modelo de

crecimiento que entraba en reestructuración.

En el plano más general, a lo largo del siglo se fueron consolidando algunos

cambios estructurales que seguían el patrón clásico de transformación productiva.

El carácter crecientemente industrial o terciario de la economía y la disminución del

peso de las actividades agropecuarias fueron tendencias que sobre todo desde los

años cuarenta y cincuenta acompañaron al proceso de modernización (veáse

cuadro 1).

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CUADRO 1. Composición del producto interno bruto (%)

(Sectores y grandes divisiones seleccionadas) Sectores y grandes divisiones

1930 1940 1950 1960 1970 1970 1974

1975 1979

1980 1984

1985 1989

Primario 18.8 19.4 19.1 15.6 11.2 10.7 9.3 8.2 8.3

Secundario

Ind. Manuf.

Construcción Minería

Elect, gas,agua

25.5

12.8 2.5 9.2 0.7

25.5

15.4 2.5 6.4 0.7

26.4

17.1 3.6 5.0 0.7

29.4

20.3 5.2 3.3 0.4

32.7

23.0 6.2 2.6 0.8

32.5

22.9 6.1 2.0 1.0

32.6

22.7 6.2 2.7 1.1

31.9

22.2 6.0 3.6 1.1

31.7

21.5 5.1 3.7 1.4

Terciario 55.8 55.5 54.4 55.0 56.1 56.8 58.2 59.8 60.0

NOTA: De 1930 a 1970 los datos se refieren al año correspondiente. Las siguientes columnas son promedios quinquenales del periodo. Fuente: Elaborado con datos de Banco de México, "Indicadores económicos., 1990. Por factores de diversa índole, durante los ochenta no se sostuvieron esas

tendencias que se venían observando en la transformación productiva. En primer

acercamiento, destacan los siguientes aspectos:

a) Pese a que se prolongó la crisis en el sector agropecuario y forestal, en

los ochenta las actividades primarias no continuaron perdiendo peso en

la economía como venía sucediendo sobre todo a partir de 1950.

b) Las actividades manufactureras estabilizaron su participación en el

producto. De hecho, desde los años setenta había dejado de elevarse la

proporción manufacturas/producto total. El sector secundario en

conjunto -minería, manufacturas, construcción y electricidad, gas y

agua- apenas sostuvo su participación total, con una pérdida de peso de

la construcción.

c) Aun cuando la mayor parte de la nueva población económicamente

activa se dedicó a actividades informales en los servicios, el sector

correspondiente no elevó su participación en el producto como se podía

haber esperado, ni sostuvo la tendencia registrada entre 1970 y 1980.

Lo anterior, como más adelante se verá, no significa necesariamente que se haya

frenado la marcha hacia una economía más compleja, o que aquel proceso de

transformación consolidado desde mediados del siglo haya alcanzado su madurez.

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Lo que sí puede considerarse como un hecho es que por el impacto desigual que

tuvieron la crisis y la política económica, y por la pérdida de dinamismo que

ocasionaron los problemas estructurales de cada uno de los sectores, lo que

también fue desigual entre los mismos, la economía dejó de evolucionar según el

patrón esperado de acuerdo con el comportamiento previo.

Eso se hace más notorio si se compara la estructura sectorial del producto a fines

de los ochenta con la que se preveía o proyectaba una década atrás. Por ejemplo,

en 1979 el Plan Nacional de Desarrollo Industrial esperaba que para 1990 las

actividades agropecuarias, forestales y pesqueras significaran el 4.8 por ciento del

producto total, las manufactureras el 23.3 y la construcción el 10.4 por ciento. Más

aún, realizándose la estrategia industrial que entonces se proponía, el sector

primario representaría en 1990 el 3.9 por ciento del PIB, y las manufactureras el

25.1 por ciento. Al margen de la validez que hayan tenido tales proyecciones, el

hecho es que mostraban el comportamiento que se preveía según una imagen

objetivo-normativa -la estructura de las naciones industrializadas- o según una

tendencia que se esperaba -y se deseaba- continuara durante los ochenta.

Recomposiciones y reafirmaciones

Sin embargo, se mantuvo el proceso de consolidación en algunas de las ramas más

dinámicas, cuyo peso en la economía había sido creciente desde que se configuró el

patrón productivo en el que la industria; algunos de los servicios se convirtieron en

las actividades motoras de la economía en su conjunto.

No se trata de dos procesos contradictorios, sino de un cambio en el peso de las

ramas dentro de la industria a los servicios, lo que no siempre fue favorable a las

que en el proceso de modernización habían ido ganando peso. Los aspectos más

destacados en este proceso fueron los siguientes:

i) En el sector primario, la ganadería redujo paulatinamente su participación en el

producto, lo cual se compensó con una mayor presencia de las actividades

pesqueras. Frente a los años sesenta y setenta, eso mostró un cambio importante

ya que el consumo predominantemente urbano había estado demandando un

mayor volumen de productos pecuarios, lo que fue frenado por la contracción de la

capacidad de compra. Como parte de la reestructuración de la dieta familiar a partir

de 1982-1983, se observó una menor ingesta de proteínas animales, lo cual junto

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con los problemas propios de la producción pecuaria condujo a que esta rama

perdiera el dinamismo ganado desde fines de los sesenta y sobre todo en los

setenta.

ii) Aunque durante los ochenta las actividades petroleras dejaron de tener el papel

de arrastre que cumplieron entre 1978 y 1981, e incluso en 1982, dando lugar al

espectacular auge identificado como el "boom petrolero", en la década esa rama

reafirmó su presencia en la economía. No es que se haya incrementado la llamada

petrolización, que se vivió entre 1978 y 1981 y que junto con la afluencia de deuda

externa constituyó el factor clave del último ciclo de auge hasta antes de la crisis.

Al contrario, medida por su peso en las exportaciones totales, en el empleo, la

inversión pública y otras variables, la actividad petrolera perdió importancia,

aunque siguió siendo estratégica así en los ingresos públicos y externos como en el

ritmo global de crecimiento.

Sin embargo, por su aporte al producto total, el petróleo consolidó su presencia a

partir de 1981 (véase cuadro 2) con todo y la inestabilidad del mercado externo y

la contracción interna de la demanda de hidrocarburos. Esto fue más notorio

durante los primeros años de la crisis, y se atenuó con el inicio de la recuperación,

pero es altamente probable que tal reafirmación se mantenga incluso si la

recuperación se consolida durante los noventa, ya que el consumo interno de los

derivados del petróleo se incrementaría al menos en una proporción similar a la del

consumo total.

CUADRO 2

Participación del petróleo en el producto Promedios porcentuales por periodo

60-65 66-70 71-75 76-80 81-85 86-88 81-88

Petróleo / PIB Total

1.2 0.9 0.9 1.4 2.2 2.2 2.20

Petróleo / Minería

31.7 34.3 35.9 48.5 59.9 56.4 58.60

Fuente: Elaborado a partir de INEGI, "Sistema de Cuentas Nacionales".

Por ello el efecto del auge petrolero sobre la estructura económica global se ha

prolongado más al1á del periodo de alto crecimiento, además de que las divisas

que aporta la exportación de crudos siguen siendo de vital importancia en la

balanza de pagos. Eso se vuelve más evidente si a la extracción de crudo se

agregan los derivados del petróleo y sobre todo la petroquímica básica, pues esta

última rama es de las que mantuvo una de las mayores tasas de crecimiento de la

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industria manufacturera y de la economía en general, reafirmando una de las

tendencias que se ha mantenido en las últimas décadas en la reestructuración

productiva.

iii) En la industria manufacturera no todas las divisiones tuvieron una continuidad

en las tendencias que se venían observando desde mediados del siglo. Entre los

cambios más importantes a partir de 1950, que aparecían asociados a la

maduración de la industria y al proceso de sustitución de importaciones, se

encontraban los siguientes:

- La consolidación de las industrias metálicas básicas; los productos

metálicos, maquinaria y equipo; la industria química, los derivados del

petróleo, hules y plásticos. También las industrias del papel y cartón, y los

productos de minerales no metálicos manifestaban una importancia

creciente en las manufacturas, aunque en menor grado de las primeras.

-Una pérdida de importancia relativa de la industria alimentaria, de bebidas

y tabaco sobre todo en los productos menos procesados y en los vinculados

al patrón tradicional de consumo; de la industria textil, en las ramas de

fibras duras, cuero y calzado, principalmente. Las industrias de la madera y

sus productos mostraban estabilidad en su participación dentro de las

manufacturas (véase cuadro 3).

CUADRO 3

Composición de la industria manufacturera Divisiones seleccionadas

Alimentos,

bebidas, tabaco

Quím. Deriv., del petróleo, caucho

y plásticos

Metálicas básicas

Productos metálicos, y maquinaria

equipos

% PIB total

% PIB manuf.

% PIB total

% PIB manuf.

% PIB total

% PIB manuf.

% PIB total

% PIB manuf.

1960 6.8 33.2 1.9 9.5 1.1 5.4 2.7 13.1 1965 6.5 29.4 2.3 10.2 1.3 5.7 3.7 16.6 1970 6.4 27.8 2.6 11.2 1.3 5.6 4.0 17.2 1975 6.0 26.4 3.0 13.2 1.3 5.8 4.5 19.9 1980 5.4 24.6 3.3 14.9 1.4 6.1 4.7 21.3 1981 5.2 24.1 3.3 15.3 1.5 6.1 4.8 21.9 1982 5.5 25.9 3.4 16.1 1.2 5.6 4.2 19.8 1983 5.7 27.7 3.5 17.2 1.2 5.7 3.4 16.7 1984 5.5 26.8 3.6 17.5 1.3 6.1 3.6 17.3 1985 5.6 26.2 3.7 17.5 1.2 5.8 3.9 18.5 1986 5.8 27.5 3.8 17.8 1.2 5.7 3.5 16.8 1987 5.7 27.0 3.9 18.3 1.3 6.2 3.7 17.1 1988 5.7 26.1 3.9 18.1 1.4 6.3 4.0 18.7 1989 5.9 26.5 4.1 18.3 1.4 6.1 4.2 18.9

1982-89 5.7 26.7 3.7 17.6 1.3 5.9 3.8 18.0 Fuente: Elaborado a partir de INEGI, .Sistemas de Cuentas Nacionales".

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Algunas de esas tendencias se sostuvieron, pero otras no sólo se frenaron sino que

incluso cambiaron de signo. En el caso de la división de alimentos, bebidas y

tabaco, de hecho se detuvo el descenso que hacia mediados de los setenta había

reducido su participación a menos de una cuarta parte del total de las

manufacturas. A partir de 1983 se recuperó incluso la proporción de 1970. Dentro

de esta división, es notorio que el procesamiento de maíz para tortilla, la molienda

de nixtamal, no siguiera perdiendo peso, como lo hacía desde fines de los sesenta.

En cambio, la producción de cárnicos y lácteos no sostuvo la importancia que venía

cobrando conforme el consumo se volvía más urbano, aunque esa tendencia la

sostuvieron las bebidas alcohólicas, refrescos, aguas gaseosas y la cerveza.

Quizá lo más destacado en ese cambio dentro de la producción manufacturera sea

que la producción de las industrias metálicas básicas y las de productos metálicos,

maquinaria y equipo hayan dejado de expandirse e incluso perdieran importancia

relativa, tanto frente al PIB total como al de las manufacturas. Esto tiene

implicaciones de gran trascendencia que más adelante se retoman, al comentarse

el estancamiento en la producción de bienes de capital.

En la producción de metálicos, materiales y equipo, la recomposición interna fue

notoria. Algunos de los cambios prolongaron un comportamiento descendente

perceptible desde los años cincuenta –muebles metálicos, metálicos estructurales-

y otros expresaron el debilitamiento de la inversión y la demanda de bienes de

capital -maquinaria y equipo no eléctrico, maquinaria y aparatos eléctricos-, pero

en algunos casos manifestaron el impacto negativo de la liberalización comercial -

electrodomésticos- o el auge por la orientación exportadora -automotriz, sobre todo

motores y accesorios para automóviles-.

Siguiendo con las manufacturas, la división cuyo comportamiento no se vio alterado

durante los ochenta fue la de sustancias químicas, derivados del petróleo, caucho y

plásticos. Su aporte al producto total y al de las manufacturas continuó creciendo,

pero también con un cambio relativo de sus ramas. Lo más destacado es que la

petroquímica y la química básica, las resinas sintéticas y las fibras artificiales

mantuvieron su expansión, en tanto que la industria farmacéutica y la de jabones,

detergentes y cosméticos continuaron cediendo en su aporte al producto

manufacturero.

iv) En los servicios destacan algunos cambios, que al igual que en los otros

sectores, significaron un proceso contradictorio en relación con las tendencias

previas a la crisis. Por una parte, el crecimiento de algunas ramas hizo que el

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terciario se fuera haciendo más complejo: servicios financieros, comunicaciones,

servicios de educación, de salud y profesionales, fueron ramas cuya importancia en

el producto total y en los servicios se consolidó durante los ochenta, como estaba

sucediendo desde mediados del siglo (véase cuadro 4).

CUADRO 4 Participación de los servicios en el PIB total %

1960 1970 1980 1985 1988

Comercio, resto y hoteles

22.6 24.2 28.0 26.7 25.8

Comercio 19.4 20.7 24.6 24.0 23.1

Restaurantes y hoteles

3.2 3.5 3.4 2.7 2.7

Transp., almac. y comunic.

5.1 4.9 6.4 6.2 6.4

Transporte 4.9 4.6 5.7 5.4 5.4 Comunicaciones 0.2 0.3 0.7 0.8 1.0 Serv. fin., seguros e inm.

11.2 10.0 8.6 9.9 10.9

Servicios financieros 2.0 2.3 1.9 2.5 2.7 Alquiler de inmuebles 9.2 7.7 6.7 7.4 8.2 Serv. comun., soc. y pers.

16.7 18.0 17.2 18.3 18.4

Serv. profesionales 1.4 1.4 1.7 1.6 1.7 Serv. de educación 2.7 4.0 4.2 5.2 5.2 Serv. médicos 1.6 2.3 3.0 3.4 3.4 Serv. de esparcimiento

1.5 1.1 0.8 0.7 0.6

Otros servicios 7.0 6.5 4.6 4.3 4.1 Admón. Pública y defensa

2.6 2.6 3.0 3.3 3.3

Total servicios 55.0 56.1 59.0 59.8 60.1

NOTA: Las sumas parciales y totales pueden no ser precisas debido a los redondeos. Fuente: Elaborado a partir de INEGI, "Sistema de Cuentas Nacionales".

La rama de restaurantes y hoteles también mantuvo su tendencia, pero

descendente, como la de servicios de esparcimiento, y la administración pública

estabilizó su participación. El caso del comercio puede ser confuso atendiendo sólo

a la información de cuentas nacionales, ya que si se juzga a través del valor

agregado se concluye que a lo largo de los ochenta se invirtió la tendencia que

durante décadas volvió cada vez más terciaria la economía, ya que la rama

correspondiente bajó en su participación tanto frente al PIB total como al de los

servicios.

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ENRIQUE PROVENCIO

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Esto reafirmaría la idea de que la terciarización de la economía nacional empezó a

frenarse durante los ochenta -y, si se observa por décadas, por primera vez desde

los años cuarenta- aunque el llamado "terciario superior" tiene ahora un papel cada

vez más importante. Lo anterior, sin embargo, se tiene que matizar si se toma en

cuenta que una proporción muy alta de las actividades en las que predomina el

autoempleo se ubican precisamente en el comercio y el procesamiento y venta de

alimentos, pero sin ser totalmente incluidas en los registros del producto interno

bruto.

Por eso no puede sostenerse con certeza que se haya frenado aquella tendencia

que durante décadas hizo que el sector terciario, y en particular las actividades

comerciales, compensaran la insuficiencia de la industria y sobre todo de las

manufacturas para generar empleos, a pesar de que las ramas modernas de

servicios se hayan consolidado.

En los puntos anteriores se ha visto cómo en algunos casos la crisis de los ochenta

significó que no todas las tendencias de la transformación económica se

mantuvieran. Como se sostuvo, en ciertas ramas se estabilizaron dichas tendencias

y en otras incluso se revirtieron. Esos cambios tuvieron algunas implicaciones

cualitativas, entre las que destaca en la industria que el lento proceso mediante el

cual se fue articulando una estructura manufacturera en la que iban ganando peso

las ramas productoras de insumos internos y bienes de capital, resultó muy

afectado y retrasado como consecuencia hasta cierto punto natural de la caída de la

demanda de dichos bienes por el desplome de la inversión.

Desde fines de los años treinta el perfil manufacturero se definió, crecientemente,

en favor de los bienes intermedios y los de capital. Ambos tipos de bienes

significaban apenas una quinta parte de la producción manufacturera en 1939, y

hacia 1970 constituían ya casi la mitad. En 1980 la proporción había llegado ya al

57.2 por ciento. Pese a que en comparación con economías industriales la

producción de ambos tipos de bienes era todavía pobre, su fortalecimiento había

permitido articular un sector que propiciaba importantes efectos en otras ramas de

la industria manufacturera, y sobre todo iba permitiendo la integración de un

"núcleo endógeno" que daba cierta base propia para sustentar el dinamismo

industrial.

En los bienes de consumo, por su parte, los duraderos habían ido desplazando a los

no duraderos, sobre todo por el fortalecimiento de la capacidad de consumo de los

sectores medios, y por la maduración de la industria de consumo final, que

desplazaba a los bienes tradicionales.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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Esas tendencias se alteraron notoriamente a partir de 1982. Los bienes de consumo

duradero se expandieron más que los duraderos, y en conjunto la producción de

bienes de consumo tuvo más dinamismo que la de bienes de capital (véase cuadro

5). La producción de bienes intermedios, sin embargo, continuó en desarrollo,

sobre todo por la petroquímica y química básica, fertilizantes, resinas y fibras

artificiales.

CUADRO 5 Producción manufacturera por tipo de bien

Índices de volumen y % del PIB

1980 1982-83 1984-86 1987-89 1982-89

Manufacturas 100 100.0 104.3 113.0 107

Bienes de consumo 100 100.5 1O3.0 1O7.0 104 Duraderos 100 91.0 95.0 92.3 93 No duraderos 100 103.0 1O8.0 111.0 108 Bienes intermedios 100 99.5 105.3 113.0 107 Bienes de capital 100 67.0 86.6 102.0 92

Maquila de exp. 100 136.5 218.2 374.7 256 Bienes de capital: % del PIB total 3.4 2.7 2.7 3.0 2.8 % del PIB manufact. 15.2 12.9 12.8 13.7 13.2

Fuentes: Banco de México, "Indicado res económicos" y NAFINSA, "La economía mexicana en cifras", 1990.

Es probable que si la recuperación se consolida durante los años noventa vuelva a

cobrar importancia la producción de bienes de capital, pero sería ya en condiciones

de mayor rezago y, además, en un contexto no sólo de liberalización comercial sino

de libre comercio.

Inversión e impulsos al crecimiento

En el apartado anterior se mostraron a grandes rasgos algunas de las principales

transformaciones económicas de los años ochenta en comparación con las grandes

tendencias que habían tenido lugar desde la década de los cuarenta o aun antes.

Durante la crisis, sin embargo, surgieron o se consolidaron cambios que empezaron

a modificar no sólo la forma de crecer de la economía sino también sus impulsos

determinantes. También las características estructurales de la economía mexicana

se vieron afectadas en distinto grado, tanto por el impacto de la crisis y la política

económica como por los nuevos rasgos que el proceso de reestructuración fue

consolidando.

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ENRIQUE PROVENCIO

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Gráfica 4 Valor del PIB 1930-1990

(Pesos de 1980)

Fuente: Banco de México, "Indicadores económicos”. Prácticamente todos los diagnósticos sobre la economía mexicana coinciden, pese a

las diferencias en los enfoques de los cuales parten, en que el elemento clave del

largo periodo de crecimiento que la economía tuvo desde principios de los años

treinta fue la expansión de la inversión. Por supuesto, se privilegian distintos

determinantes según los enfoques, entre los que destacan la tasa de ahorro global,

el clima político de confianza y estabilidad, la tasa de ganancia, el impulso del gasto

público, y otros.

No se trata de visiones asimilable s entre sí, aunque la relación causal establecida

sea la misma: que esos factores impulsaron la inversión y el crecimiento. El

dinamismo de éste, además, fue posible en un contexto de ampliación de la

infraestructura, mejoramiento en el nivel educativo global, y desarrollo y

consolidación de las instituciones, sobre todo las financieras. A partir de 1940, el

coeficiente formación bruta de capital fijo/PIB inició un ascenso que con todo y el

comportamiento cíclico fue ascendente a largo plazo.

Desde 1982 la inversión entró en un periodo de estancamiento, y a pesar de su

crecimiento positivo para algunos años, su contracción fue determinante en el

comportamiento negativo del producto o en su bajo crecimiento. Dentro de los

cambios que destacan en este punto están los siguientes:

i) Un cambio notorio del papel de la inversión pública en la formación de capital

(véase cuadro 6). La inversión pública significó durante décadas no sólo un impulso

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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a la inversión privada, sino el factor determinante en la creación de infraestructura,

la formación de industrias clave, por ejemplo de bienes de capital o insumos

estratégicos. Si bien no en todos los periodos tuvo el mismo peso, sí fue

determinante tanto en la etapa de consolidación de la industrialización y el auge de

la agricultura, como en la recuperación de la capacidad de crecimiento luego de los

años del desarrollo estabilizador.

CUADRO 6

Inversión 1940-1989 (% del PIB)

FBCF*

% del PIB. Total.

FBCF* (Estructura en %)

Pública Privada

1940 7.6 100% 49.1 50.9 1945 8.7 100 50.0 50.0 1950 13.5 100 50.0 50.0 1955 16.5 100 31.6 68.4 1960 16.9 100 34.9 65.1 1965 17.6 100 36.8 63.2 1970 19.9 100 33.0 67.0 1975 21.4 100 41.4 58.6 1980 24.7 100 43.0 57.0 1981 26.4 100 45.3 54.7

1983-85 18.2 100 38.0 62.0 1986-87 19.1 100 32.7 67.3 1988-89 18.9** 100 26.0 74.0

* Formación Bruta de Capital Fijo. Fuente: Banco de México, "Indicadores econ6micos", e INEGI, "Sistema de Cuentas Nacionales".

A partir de 1982 el comportamiento de la inversión pública estuvo determinado por

la política de restricción en las finanzas gubernamentales, pero también por una

estrategia deliberada que buscó ampliar espacios para la inversión privada o, dicho

de otra forma, por un cambio explícito en el papel de la inversión pública en el

impulso del crecimiento. La entrada a una nueva etapa de crecimiento sostenido

tendría como impulso central, entonces, a la inversión privada, y en forma cada vez

más importante, a la inversión extranjera.

A partir de 1989-1990 se empezó a recuperar la inversión pública, al menos en

relación con el producto, pero eso no significa que esté retomando de nuevo el

papel que jugó hasta principios de los ochenta. No sólo está fuera de las prioridades

de la política económica, sino que algunas de las áreas tradicionales de su destino -

carreteras y ferrocarriles, por ejemplo- empiezan a recibir inversión privada, y un

sector de las empresas paraestatales que captaban una proporción significativa de

la inversión pública han pasado a propiedad privada. Sin embargo, en algunos

sectores, por ejemplo en el de la construcción o el agropecuario, y por supuesto, en

el petróleo, la inversión pública seguirá teniendo un papel estratégico.

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ii) Durante las décadas de crecimiento acelerado, la inversión se dirigió,

crecientemente, a la formación de capital en la industria manufacturera, es decir, a

la acumulación de equipos y maquinarias para la producción. Esto llegó a significar

la mitad de la inversión total a principios de los años ochenta. Desde entonces, la

formación de capital fue cada vez más en los activos en la construcción, pese a la

pérdida de dinamismo de este sector. Las actividades agropecuarias, cuya

participación en la inversión total empezó a decaer desde mediados de los años

sesenta, continuaron sin captar más recursos para la formación de capital durante

los ochenta.

El contenido importado de la inversión total fue aumentando hasta principios de los

ochenta, sobre todo por la dependencia creciente de la industria hacia la compra

externa de bienes para la formación de capital e intermedios. Esa tendencia se

agudizó durante el auge petrolero. Desde 1982, el bajo crecimiento de la inversión,

al reducir la demanda de importación, es de bienes de capital, redujo el contenido

importado de la inversión. Esta había llegado a representar una quinta parte del

total, y a fines de los ochenta era menos de una décima parte. Lo más probable, sin

embargo, es que esto se revierta a medida que el crecimiento se recupere, sobre

todo porque, como vimos anteriormente, la producción de bienes de capital se

debilitó aún más y la compra de los mismos en el exterior será indispensable para

la expansión de la inversión durante los noventa.

2. INFRAESTRUCTURA y CAPACIDADES PRODUCTIVAS

La dimensión que tuvo la crisis durante algunos años en la década pasada y el lento

crecimiento de finales de la década, generaron impresiones sobre los efectos

productivos que a veces rondaban en el catastrofismo. Como se trata de mostrar en

este apartado, la capacidad de producción, la infraestructura y la producción de

bienes no en todos los casos se desplomó ni dejó de crecer, e incluso en algunas

ramas o tipos de bienes se experimentó un avance mayor al de periodos pasados.

Sin embargo, en general se hizo más lento el ritmo de avance, sobre todo si éste se

analiza en comparación con el aumento demográfico.

En el caso del sector agropecuario los años ochenta no significaron una ruptura o

cambio de tendencias ya que la crisis en el sector se presentaba desde años atrás,

cuando la economía en conjunto aún sostenía altas tasas de crecimiento. A pesar

de la desaceleración, hacia fines de los sesenta la producción agrícola total

continuaba en expansión, aunque con una notoria recomposición interna ya que

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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algunos forrajes y cultivos agroindustriales ganaron peso en perjuicio de los

básicos. Sin embargo, aun en éstos la producción continuaba en ascenso, a menor

ritmo que en las décadas previas, pero en ascenso.

La crisis agrícola, empero, estaba ya presente, y una de sus manifestaciones era el

estancamiento e incluso descenso de las superficies cultivadas de algunos

productos, entre ellos los básicos. Durante los ochenta distintos factores hicieron

más grave dicha crisis, entre ellos la severa contracción de la inversión pública y

privada, el incremento desproporcionado en el costo de los insumos y los servicios

financieros, la retracción del crédito y, durante algunos años, el descenso de los

precios de garantía.

Con todo y el comportamiento cíclico a 10 largo de la década, la producción

agropecuaria mantuvo su tendencia negativa a juzgar por indicadores generales.

Hasta 1988 la producción de los 20 cultivos más importantes no había superado la

cosecha de 1981 (véase cuadro 7). Comparando con otros años, pues 1981 fue

atípico, se vería que a 10 largo de los ochenta la producción se estabilizó cerca de

los volúmenes producidos hacia fines de los setenta. En cualquier caso, los índices

globales de producción se mantuvieron a nivel muy similar a los diez años atrás,

por 10 cual los índices de producción por habitante descendieron tanto para la

producción total como para los básicos.

CUADRO 7.

Producción agropecuaria y pesquera 1930-1990 Índices de volumen 1950=100

1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990

Producción agrícola a

45 55 100 192 353 444 405c

Básicos b 46 56 100 280 311 399 399d Básicos por habitante

72 73 100 207 169 213 129d

Superficie cosechada a

59 67 100 131 164 164 166c

Cárnicos (m de ton.) 708 2,797 2,709 Carne por hab. (kg) 15 42 33 Leche (mm. de 1) 3,758 7,021 6,266 Leche por hab. (1) 78 105 77 Huevo (m de ton) 364 644 1,010 Huevo por hab. (kg) 7.5 9.6 12.4

Pesca: captura total - 38 100 187 162 665 836 Pesca: capto cons. Hum.

- 37 100 180 108 341 561

a. 20 principales cultivos.

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b. Maíz, trigo, arroz y frijol. C. Se refiere a 1988. d. Se refiere a 1989. Fuentes: Elaborado con base en INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", 1985. NAFINSA, "La economía mexicana en cifras", 1990, y Presidencia de la República, "Anexo Estadístico. Segundo Informe de Gobierno", 1990.

Si se observa este último indicador, el de la producción por habitante, destaca que

para los básicos el índice de 1990 fue inferior al de 1960. Esto no implica, por

supuesto, que el consumo haya retrocedido a los niveles de este año, ya que las

importaciones han compensado parcialmente la insuficiencia de la oferta interna. En

los productos pecuarios, la producción tuvo estancamiento o incluso descensos a 10

largo de la década, salvo para el huevo. En síntesis, para el sector agropecuario los

ochenta significaron un mayor rezago productivo y un estancamiento en la

infraestructura.

En la producción industrial, a diferencia de la agropecuaria, la ruptura en las

tendencias de los volúmenes de producción fue radical, como consecuencia del

lento crecimiento de las manufacturas y la construcción. En conjunto, la producción

industrial por habitante a principios de los noventa era igual que la de 1980, y

ligeramente inferior a la de 1981 (véase cuadro 8). Claro está que una comparación

así -crecimiento del índice de volumen contra el aumento demográfico- no da una

idea precisa del comportamiento de la oferta interna de bienes y mucho menos

significa un indicador cualitativo sobre el tipo de productos que la integran, y más

cuando el índice de volumen de la industria incluye tanto las manufacturas de todo

tipo, como la electricidad, la construcción y la minería.

CUADRO 8

Volúmenes de producción industrial. Varios años Índices 1950=100 (salvo indicación)

1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990

Manufactureras 18 46 100 214 489 972 1,196a

Electricidad Capacidad instalada

33 55 100 247 600 1,184 2,108

Generación 40 57 100 244 647 1,398 2,850 Insumos estratégicos Fertilizantes (1970=100)

- - 1 19 100 186 348

Cemento 16 35 100 222 518 1,171 1,639 Acero 26 38 100 201 980 1,801 2,183 Prod. minero- metalúrgica

73 51 100 306 554 997 1,113

Hidrocarburos

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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Producción - 59 100 202 353 1,180 1,408 Reservas probadas - 76 100 298 346 3,739 4,129 Capacidad de refinación b

- 70 100 211 317 791 1,195

Petroquímica (1970=100) Producción total - - - 2 100 374 833 Capacidad nominal inst.

- - - - 100 378 881

a. A octubre. b. Se refiere a la capacidad nominal de refinación, procesamiento primario. Los datos de 1990 son preliminares. Fuentes: Elaborado con base en INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", 1985. NAFINSA, "La economía mexicana en cifras", 1990, y Presidencia de la República, "Anexo Estadístico. Segundo Informe de Gobierno", 1990. Como aquí se pretende no sólo presentar un panorama de la disponibilidad de

bienes sino también dar una idea general sobre las capacidades productivas en el

largo plazo, se elaboraron algunos índices que muestran una situación más

heterogénea que la de la producción primaria. Mientras que durante cuarenta años

la producción manufacturera se estuvo duplicando cada década, en los ochenta el

incremento fue de apenas 20 por ciento. Si se distinguiera entre producción para el

mercado externo e interno, se concluiría que las manufacturas para Consumo

nacional se elevaron en los ochenta a un ritmo menor que el del crecimiento de la

población.

En el caso de la electricidad, tanto la capacidad instalada como la generación de

energía mantuvieron en los ochenta un considerable ritmo de expansión. Sin

embargo, éste fue inferior al de las décadas anteriores. El rezago de la capacidad

instalada es aún más grave si se considera que durante los noventa la demanda de

energía eléctrica se elevará aceleradamente como resultado de una recuperación

del crecimiento económico.

En lo que se refiere a algunos in sumos estratégicos, el crecimiento en los ochenta

fue considerable, aunque en varios casos a un ritmo menor al de décadas

anteriores. Lo mismo se observa en el caso de la petroquímica y los hidrocarburos,

aunque hay que tomar en cuenta que la expansión de su producción no siempre

puede ser tomada como un indicador positivo, sea por su relación con las

existencias probadas de recursos, por la eficiencia con la que se les utiliza o por el

impacto ambiental de su explotación.

Una conclusión general es que incluso en las ramas en las que el crecimiento fue

notable durante los ochenta en comparación con las décadas anteriores, la

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ENRIQUE PROVENCIO

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producción disponible y la capacidad productiva se vio afectada por la crisis y la

disminución en el ritmo de crecimiento. Esto fue más notorio en las manufacturas y

la construcción, y menos en la generación de energía eléctrica y producción de

hidrocarburos.

La reducción o lento crecimiento de la inversión afectó también, aunque de manera

diferencial, a la infraestructura de transporte y comunicaciones. En la construcción

de carreteras el ritmo fue menor a cualquiera de las cinco décadas previas, lo cual

no se explica porque se haya alcanzado una alta densidad en este aspecto sino por

la contracción de la inversión, sobre todo la pública. En vías férreas se prolongó un

estancamiento histórico en lo que se refiere a la ampliación de la red, y sólo en

cuanto a capacidad de movilización de carga en puertos se observó dinamismo,

aunque se haya debido, probablemente, a la culminación de obras iniciadas en la

década previa (véase cuadro 9).

No puede decirse que la relativamente menor movilización de carga total -o la

reducción, por lo que se refiere a la ferroviaria y aérea, se haya debido al menor

ritmo de expansión en la infraestructura o el equipo de transporte, ya que el propio

comportamiento productivo determinó un menor ritmo de crecimiento en el

volumen de carga. Sin embargo, sí puede afirmarse que la capacidad general de

manejo de carga se vio afectada, aunque menos en la portuaria, sobre todo en la

perspectiva de una posible recuperación de tasas altas de crecimiento.

CUADRO 9

Transportes y comunicaciones. Varios años Índices 1950=100 (salvo indicación)

1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990

Teléfonos Líneas 42a 64 100 162 411 1,272 2,638 Líneas por 100 hab. 0.6 0.7 0.8 1.0 1.7 3.9 6.8 Aparatos 34 63 100 187 533 1,765 3,751 Aparatos por 100 hab. 0.5 0.9 1.1 1.5 3.1 7.5 13.2 Télex Cap. de líneas (1960=100)

- - - 100 862 2,391 5,138

Como vía satélite (1970-100)b

- - - - 100 2,391 5,138

Caminos pavimentados 4 35 100 213 308 492 617 Muelles portuarios (1970=100)

- - - - 100 196 340

Vías férreas 100 98 100 100 105 109 113c Cap. de bodegas portuarias

48 53 100 156 332 470 544

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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Camiones de carga 28 48 100 268 626 1,869 3,295d Vehículos de motor (en circ.)

16 38 100 198 472 1,324 2,547d

Carga autotransp. (1970=100)

- - - - 100 179 220

Carga ferrocarriles 56 65 100 148 204 300 235 Carga aérea nacional - 15 100 155 104 352 218

a. Corresponde a 1935. b. Se refiere a capacidad de canales telefónicos. c. Corresponde a 1988. d Corresponde a 1989. Fuentes: Elaborado con base en INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", 1985. NAFINSA, "La economía mexicana en cifras", 1990, y Presidencia de la República, "Anexo Estadístico. Segundo Informe de Gobierno", 1990. En lo que hace a comunicaciones, se registró en algunos medios -correos y

telégrafos- la continuación de un declive que databa de antes de los ochenta,

mientras que la expansión de las telecomunicaciones se aceleraba. Sin embargo,

también en el caso de la infraestructura telefónica ese crecimiento redujo su ritmo,

por lo que los Índices de líneas o aparatos por habitantes continuaron a niveles

muy bajos, sobre todo si se compara con las densidades alcanzadas en otros

países. La entrada en servicio de satélites nacionales incrementó notablemente la

capacidad potencial en telecomunicaciones, pero las instalaciones terrestres no

permitieron su realización.

También en este caso las implicaciones son considerables, sobre todo si se toma en

cuenta que la intensificación del manejo y transmisión de datos e información en

general es cada vez más un factor productivo y, por lo demás, fundamental en el

incremento de la productividad.

Aunque en algunos casos en la década de los ochenta se prolongó el crecimiento

productivo o de la capacidad instalada y de la infraestructura, en general se

presentó un cambio notable en relación con las tendencias de las tres décadas

previas (véanse gráficas 5 y 6). Esto fue particularmente claro en el caso del sector

agropecuario y en las manufacturas.

3. POBREZA y CONCENTRACIÓN Si en el comportamiento productivo la ruptura de tendencias fue evidente, en el

nivel de vida, en consecuencia, los cambios también fueron notorios. Puede decirse,

incluso, que resultaron más dramáticos. Se trató no sólo de una agudización de las

antiguas manifestaciones de la pobreza sino también de un empeoramiento de sus

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ENRIQUE PROVENCIO

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causas estructurales al debilitarse las bases para un mejoramiento sostenido del

nivel de vida en el empleo, el ingreso de la mayoría y las políticas estatales que

inciden directamente sobre las condiciones de vida. Con ello se propició también

que la desigualdad se fortaleciera.

GRÁFICA 5 Producción agrícola 1950-1990 Índice de volumen* 1950=100

* 20 principales cultivos. R = Índice real. T = Tendencia 1950-1980. Fuente: Cuadro 7.

El cambio más significativo se refiere a un crecimiento absoluto y relativo de la

población pobre de México. Desde 1960 y hasta 1981 la población pobre total había

venido disminuyendo como proporción de la población total, si bien hasta mediados

de los años setenta se mantuvo en ascenso el número de personas pobres. Entre

1978 y 1981 el grupo de mexicanos cuyo ingreso era insuficiente para adquirir la

canasta de bienes y servicios requerida para cubrir las necesidades básicas se

redujo, en relación con la población total y en términos absolutos.

Desde 1982 esa tendencia se alteró y la pobreza empezó a elevarse de nuevo. La

pobreza extrema pasó de 19 a 21 por ciento de la población entre 1981 y 1987, y

la pobreza total lo hizo de 44.9 a 50.9 por ciento. Los grupos medios se redujeron

en proporción al total, cuando habían estado mejorando desde décadas atrás en su

posición relativa.

La reducción de la pobreza hasta 1981 se había dado aun cuando no mejoraba la

distribución del ingreso para los grupos más pobres, aunque sí lo hacía la

participación de las remuneraciones salariales en el producto.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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GRÁFICA 6 Industria manufacturera

Índice de volumen 1950=100

R =Índice real. T = Índice con la Tendencia 1950-1980. Fuente: Cuadro 8.

CUADRO 10 Distribución de la población total según grupos

de pobreza y estratos medios y altos (%)

1960 1970 1977 1981 1987

Población total 100 100 100 100 100 Pobreza total 76.4 61.5 54.2 44.9 50.9 Pobreza 19.7 22.3 24.5 25.7 29.5 Pobreza extrema 56.7 29.2 29.7 19.2 21.3 Estratos medios 11.4 21.9 34.6 43.9 37.9 Estratos altos 12.2 10.6 11.2 11.2 11.2

Fuente: Consejo Consultivo del Programa Nacional de Solidaridad, "El combate a la pobreza", editado por El Nacional, 1990.

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ENRIQUE PROVENCIO

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CUADRO 11 Distribución del ingreso 1940/1950-1983/1988

1940 1950 1960 1970 1977 1983 1988

Remuneración de asalariados con relación al PIB (%)

33.9 27.9 31.2 35.3 38.9 29.3 25.7

Ingreso del 40% más pobre de los hogares*

n.d. 13.1 10.5** 11.8 10.9 12.8 n.d.

* Respecto al ingreso total. ** Corresponde a 1963. Fuentes: Banco de México, " Indicadores económicos". INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", t. l. INEGI, "Encuesta nacional de ingreso-gasto de los hogares 1983-1984". Resultados preliminares, 1987. La reducción de la pobreza en términos relativos desde 1960, y probablemente

desde antes, hasta 1981, sin que se presentara un cambio favorable de la

participación en el ingreso total para los cuatro primeros deciles, se debió a la

mejoría del nivel de ingreso de los grupos medios e incluso, aunque con diferencias

por periodos, para los grupos más pobres. Dicha mejoría, resultado de un cambio

favorable del salario real sobre todo entre 1960 y 1976 y de un nivel de empleo

creciente, se vio complementada por los beneficios de la extensión en la seguridad

social y la generalización de los servicios básicos.

De esta forma, aun cuando la distribución del ingreso hubiera mejorado sólo para

10s grupos medios, los efectos del crecimiento económico se tradujeron a largo

plazo en una reducción de la pobreza, pese al bajo nivel de los salarios y a la

insuficiente generación de empleos en el sector formal.

Ninguno de esos factores se mantuvo vigente a partir de 1982, con lo cual se

debilitaron las bases que habían propiciado una lenta pero real mejoría global de las

condiciones de vida. Para los trabajadores del sector formal de la economía el

impacto determinante provino de la reducción real de los salarios, comportamiento

que si bien se había iniciado en 1977 para el caso de los mínimos, se agudizó desde

1982 y desde 1983 para los salarios de la industria.

Por su parte, 1a incapacidad del aparato productivo para la generación de empleos,

que era notoria incluso en las décadas de crecimiento sostenido, se agudizó a partir

de 1983, lo que obligó a una proporción creciente de la población a recurrir al

autoemp1eo y en general a las actividades informales como la única fuente posible

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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de ingreso. La composición del empleo, además, sufrió cambios notorios sobre todo

por el bajo dinamismo de la industria y la construcción a lo largo de los ochenta.

CUADRO 12 Empleo y salarios 1970-1989

1970 1976 1981 1985 1989

Personal ocupado total (mills.)

12.9 15.5 20.0 21.9 22.3

T. M. C. A.* - 3.2 5.4 0.5 0.4

Salario mínimo (pesos de 1980)

129 161 143 104 68

Salario mínimo 1970=100

100 125 110 81 53

Salario industrial (pesos 1980)

90 105 100 81 71

Salario industrial 1970=100

100 117 111 90 79

* Tasa media de crecimiento anual del periodo. Fuentes: NAFIN, "La economía mexicana en cifras", 1990. Macroeconomía, S. A., "Agenda Económica 1991", 1990.

Tal comportamiento del ingreso y el empleo ha propiciado una mayor concentración

factorial del ingreso y probablemente entre familias. El retraso de las estadísticas

sobre distribución no permite todavía –en 1991- saber si los índices de

concentración empeoraron a partir de 1983, pero existen e1ementos que hacen

pensar que así pudo haber sucedido, en perjuicio de los grupos medios de la

pirámide distributiva. El alto nivel de las tasas reales de interés, por ejemplo, o el

acelerado crecimiento de las ganancias especulativas en el mercado de valores

pudieron ser algunos de los factores que acentuaron la desigualdad.

4. CAMBIO EXTERNO Junto con los de la relación Estado-economía, la transformación productiva y el

deterioro social, el cambio en la relación externa a partir (1982 fue otra de las

modificaciones fundamentales experimentadas en la perspectiva de largo plazo. Tal

cambio se dio principalmente en tres sentidos: en los flujos financieros desde o

hacia el resto del mundo, en vinculación comercial, y en el marco institucional de la

protección.

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ENRIQUE PROVENCIO

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El primer aspecto, que ocupó una de los lugares centrales entre las discusiones

económicas de la década, tuvo una influencia determinante en comportamiento

económico global, ya que se invirtió la dirección de los flujos financieros que

durante décadas había contribuido a financiar los desequilibrios externo y público.

De recibir recursos netos desde el resto del mundo, México pasó a transferirlos a

través del servicio de la deuda externa.

La presencia de ésta había sido tradicional en la economía mexicana desde el siglo

XIX, pero fue durante los años setenta cuando su papel adquirió más relevancia,

tanto por el peso creciente en el financiamiento externo como por el saldo total y su

significación por los pagos de intereses y amortizaciones. Si hasta antes de 1981

había sido un factor que propició el crecimiento, a partir de ese año 10 restringió,

ya que el ingreso de nuevos préstamos menos las amortizaciones -es decir, el

endeudamiento neto- fue menor que los pagos de intereses y gastos, lo cual

significó un envío -transferencia neta- al exterior de recursos que se restaron a la

disponibilidad interna de ingresos, sobretodo para la inversión.

CUADRO 13 Deuda externa. Indicadores seleccionados

1970 1980 1985 1990

Saldo total (mm dls.) 8.6 49.0 96.6 95.3 Pública 4.3 33.8 72.1 76.0 Privada 4.3 15.2 24.5 19.3

- Servicio/exportaciones 1982-1990: 38% del PIB - Transferencia neta al exterior 1982.1990: 5% del PIB - Intereses totales pagados (milis. dls.) 1981-1990: 95,988

p Preliminar Fuentes: NAFIN,"La economía mexicana en cifras.". SHCP, "La renegociación de la deuda externa de México", 1990.

Desde 1982 y hasta 1990 la deuda externa fue objeto de continua renegociaciones

con los acreedores, que pasaron por diversas etapas. En las primeras (1982-1987)

el énfasis se puso en posponer los pagos de las amortizaciones recalendarizando los

plazos de vencimiento del saldo.

En una segunda etapa se buscó reducir los saldos a través de distintas operaciones,

sobre todo el cambio de deuda por inversiones en el país y la compra de títulos de

deuda en los mercados secundarios con la emisión de bonos del gobierno mexicano

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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respaldados por el gobierno estadounidense. A partir de 1989 se desarrolló una

tercera etapa con la que se redujo el saldo total y con ello el pago de intereses.

Si bien ese proceso de renegociaciones significó alivios en el monto del servicio y al

final redujo el monto de las transferencias al exterior, el resultado global del peso

de la deuda fue claramente negativo en los ochenta y significó un cambio radical en

las condiciones financieras externas del largo periodo de crecimiento. Al iniciarse

los noventa, tales condiciones no se habían restablecido, sobre todo por la

inexistencia de créditos voluntarios significativos.

La relación comercial con el exterior también tuvo un cambio radical a partir de

1982, aunque no necesariamente se modificaron algunas de las causas

estructurales que en las décadas previas habían provocado un déficit creciente

tanto en la balanza comercial como en la cuenta corriente. A partir de la década de

los cincuenta el déficit se volvió permanente, sobre todo como consecuencia de las

crecientes importaciones de bienes intermedios y de capital demandadas por la

industria. Hasta fines de los años sesenta, las exportaciones agropecuarias y el

turismo permitieron, aunque fuera parcialmente, financiar aquellas compras

externas.

Sin embargo, en los años setenta se agudizó el déficit externo al expandirse las

importaciones a un ritmo mayor que el del producto, mientras que las

exportaciones no siguieron la misma tendencia, con todo y el auge petrolero. El

mayor desequilibrio se sostuvo mientras hubo disponibilidad de créditos externos y

los altos precios del petróleo impedían un mayor déficit comercial. A partir de 1981

éstas y otras condiciones desaparecieron, con lo que el financiamiento del

desequilibrio externo se volvió imposible, sobre todo porque los pagos de intereses

de la deuda externa se dispararon, tanto por los altos niveles a los que había

llegado como por el incremento de las tasas internacionales de interés.

Desde 1982, y a diferencia de las tres décadas previas, los déficit externos se

convirtieron en superávit, en un proceso estrechamente ligado a la ya aludida

transferencia de recursos al exterior y a la contracción interna de la inversión. Este

cambio surgió tanto de una expansión de las exportaciones no petroleras, y en

particular de las manufactureras, como de una contracción de las importaciones,

que sólo hasta el final de la década recuperaron el nivel de 1981. Las importaciones

se redujeron por los menores niveles de inversión y consumo, tanto final como

intermedio, y en general por el menor ritmo de crecimiento económico.

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ENRIQUE PROVENCIO

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El auge exportador no sólo se debió a la contracción del mercado interno, ya que en

algunas ramas sí se fue consolidando una reorientación hacia el exterior, sobre todo

en algunas grandes empresas filiales de transnacionales, para las cuales este

aumento de las exportaciones fue parte de una estrategia de comercio entre filiales

y de éstas con su matriz, como parte del proceso de globalización en algunas ramas

de la economía mundial. Sin embargo, el auge exportador también se extendió a

empresas nacionales, sobre todo grandes y, aunque con menor ritmo de

crecimiento, se sostenía a principios de los noventa, cuando ya el mercado nacional

estaba en recuperación.

CUADRO 14 Comercio exterior 1940-1990 (% del PIB)

1940 1950 1960 1970 1980 1985 1990

Exportación de bienes y servicios

14.1 14.0 10.3 7.7 10.7 15.1 16.0

Importación. de bienes y servicios

11.0 13.8 12.6 9.7 13.0 7.5 10.1

Exportaciones + importaciones

25.1 27.8 22.9 17.4 23.7 22.6 26.1

Déficit en cuenta corriente a

3.1 0.2 -2.3 -2.0 -2.3 7.6 5.9

a Valores positivos significan superávit. Fuentes: Elaborado a partir de NAFIN, "La economía mexicana en cifras" Banco de México, "Indicadores económicos", e INEGI, "Sistema de Cuentas Nacionales". Con todo y este auge, la reanudación del crecimiento a fines de los ochenta hizo

aparecer las pautas de comportamiento previas a la crisis en lo que se refiere a la

dependencia de la importación de bienes intermedios y de capital. El impacto más

severo de la crisis sobre la industria nacional de bienes de capital hace pensar que

esa dependencia se agudizó durante los ochenta. Además, la liberalización

comercial ha permitido el aumento acelerado de las compras externas de bienes de

consumo. Así, aunque con tasas más bajas que las históricas, la vuelta al

crecimiento estaba significando a fines de los ochenta y principios de los noventa

un ritmo más que proporcional en el aumento de las importaciones.

Con ello reapareció el desequilibrio externo, aunque ahora con una mayor

capacidad de financiamiento por el considerable incremento de las exportaciones. A

pesar de esto, el ingreso adicional de divisas, en condiciones de restricción del

crédito externo, seguirá siendo indispensable, sobre todo a partir de un mayor

volumen de inversiones extranjeras directas y de retorno de capital fugado. El flujo

de inversión extranjera creció durante los ochenta a un ritmo superior al del

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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periodo 1940-1981 y, también, a un ritmo considerablemente mayor que el de la

inversión nacional, por lo cual se elevó su participación en la inversión bruta fija

total. Con ello, además, se consolidó la presencia de la inversión externa en las

ramas más importantes de la industria en general y de las ramas exportadoras.

En ese ingreso de divisas requerido para sostener el crecimiento en los años

noventa el papel de las maquiladoras será también de gran importancia. De hecho,

ya a fines de los ochenta los ingresos por servicios de transformación por la

maquila equivalían al 14 por ciento de las ventas de bienes en el exterior, y gracias

a ellos se mantenía en 1990 un superávit en la balanza comercial.

CUADRO 15 Inversión extranjera directa e inversión total

1975 1980 1985 1990

Total acumulada (mm dls.)

5.2 8.5 14.6 30.3

Crecimiento del quinquenio (%)

- 63 72 107

En la indust. de transf. (mm dls.)

3.8 6.6 11.4 18.9

Crecimiento del quinquenio (%)

74 73 66

Crecimiento de la invens. total a

- 49 -20 11

Crecim. de la inv. en la ind. manuf. b

- 52 -31 13

a. Se refiere al crecimiento en el periodo de la inversión fija bruta total del país. b. Se refiere al crecimiento en el periodo de la inversión fija bruta total de la industria manufacturera. Fuentes: Elaborado con información de: Presidencia de la República, "Anexo estadístico del Segundo Informe de Gobierno", 1990; INEGI, "Sistema de Cuentas Nacionales"; NAFINSA, "El Mercado de Valores", año LI, 1991, núm. 7. La mayor vinculación comercial con el mundo, el flujo creciente de inversiones

extranjeras y otras expresiones del nuevo contexto se fueron dando al tiempo que

el sistema de protección se modificaba drásticamente, sobre todo desde mediados

de la década de los ochenta. Luego de una liberalización parcial entre 1978 y 1980,

en 1982 y 1983 el 100 por ciento de las fracciones arancelarias se encontraban

bajo control. Para 1985 el 35 por ciento de dichas fracciones estaban controladas, y

en 1990 10 estaban sólo el 20 por ciento.

Si a principios de los ochenta apenas el 14 por ciento del valor de las importaciones

estaba liberado, para 1990 casi el 80 por ciento de las compras en el exterior

prescindía ya de permisos especiales o controles para ser introducidas al país. Junto

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ENRIQUE PROVENCIO

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con ello, los aranceles promedios se redujeron hasta ser de lo más bajos del

mundo. De estar a principios de la crisis totalmente protegida, a fines de los

ochenta la economía mexicana pertenecía ya al GATT, estaba liberalizada casi

totalmente y se preparaba para una participación más activa en grupos comerciales

regionales.

5. ESTADO-ECONOMÍA

El cambio en la relación Estado-economía fue uno de los rasgos que más

claramente definió la transición en la que se entró a partir de 1982. Durante cinco

décadas la presencia directa y la intervención estatal se constituyeron en uno de los

ejes motores del crecimiento económico y delinearon activamente el tipo de

aparato productivo y de la estructura distributiva.

Esa presencia estatal no fue, por supuesto, un fenómeno exclusivamente

económico, ya que éste era parte de un proceso más amplio de articulación Estado-

sociedad. Junto con la intervención directa, en las décadas de crecimiento fue

esencial la subordinación y control corporativo de los movimientos obrero y

campesino, la estabilidad política que dio un marco de seguridad a largo plazo para

el capital nacional y externo, e incluso una relación estrecha y en muchos casos

simbiótica entre gobierno y empresarios. Elemento fundamental de ese modelo fue

la voluntad estatal explícita, no sólo de impulsar o fomentar sino en muchos casos

de liderear el proceso de desarrollo, lo que tuvo expresiones distintas a lo largo del

medio siglo de crecimiento.

En una primera etapa, principalmente de mediados de los treinta a mediados de los

cincuenta, lo característico fue la conformación del marco institucional y de la

infraestructura fundamentales para el crecimiento productivo, tanto agropecuario

como industrial, y la creación o apoyo a industrias clave. Durante el periodo del

desarrollo estabilizador la participación estatal en la inversión total se redujo

notoriamente pero el gasto corriente destinado a servicios básicos se mantuvo al

alza. En los setenta se retornó el crecimiento de la inversión y se aceleró la

expansión del presupuesto para servicios. La inversión creciente se orientó no sólo

a la infraestructura sino también a las empresas públicas colocadas en sectores

estratégicos de la producción de in sumos y bienes de capital, lo que se acentuó

entre 1978 y 1981.

Junto con la expansión del gasto y la creación de empresas o instituciones con

participación activa, se generalizó una compleja normatividad reguladora de las

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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actividades económicas que buscaba -entre sus principales objetivos- inducir ciertas

áreas, controlar procesos, precios o calidad, limitar la participación de agentes

nacionales o externos en ciertas ramas y proteger la economía ante la competencia

externa. Se configuró, así, una compleja trama que sostenía una presencia estatal

generalizada no sólo como agente productivo, con niveles muy diferenciados por

ramas, sino como regulador y promotor.

Las comparaciones internacionales muestran que no era todo esto algo peculiar ni

por los niveles -participación directa- ni por los grados de intervención -regulación o

control-. Si sus resultados a largo plazo se juzgan burdamente por el crecimiento,

se trató de un proyecto exitoso; si se analizan por los resultados del desarrollo, el

saldo fue desigual ya que la pobreza se redujo aunque a ritmos lentos y la

desigualdad se sostuvo. Se desarrolló, en cambio, un sistema de seguridad social y

de servicios públicos que compensaron en parte las consecuencias de la desigual

distribución del ingreso, cuya superación no era responsabilidad estatal exclusiva.

En todo caso, no queda duda de que el papel del Estado fue fundamental en la

profunda transformación que el país experimentó en cinco décadas. La acumulación

de rezagos estructurales, sin embargo, se expresó también como una crisis de la

intervención pública, y alrededor de ella giraron las medidas de reestructuración

aplicadas durante los ochenta.

El objetivo explícito de sanear las finanzas públicas estaba vinculado a la política de

ajuste para controlar el déficit externo y atenuar la inflación; pero, como quedó

más claro a partir de mediados de los ochenta, se trataba no sólo de un propósito

coyuntural sino de un cambio estratégico que implicaba la reducción de los montos

del gasto público pero también una nueva concepción sobre el papel estatal en el

impulso al crecimiento, y una ampliación de los espacios para la inversión privada.

El control del déficit público subordinó las decisiones de inversión mantenimiento o

ampliación de la infraestructura, sostenimiento de los servicios de salud, educación

o abasto, y en general sometió el comportamiento de los egresos. La contracción

del gasto fue más allá de subsanar las ineficiencias y excesos que habían sido

propiciados por la expansión desordenada de las actividades gubernamentales, ya

que afectó tanto la capacidad de dichos servicios como las condiciones y desarrollo

de la infraestructura básica, así como la producción en algunas ramas con alta

participación estatal.

Los cambios más significativos en la política de intervención económica estatal

durante los ochenta fueron los siguientes:

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ENRIQUE PROVENCIO

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a) Una modificación de la estructura del gasto público. Hasta principios de los años

ochenta, el peso del gasto financiero dentro del presupuesto había sido controlable,

aunque con una tendencia ascendente sobre todo desde que los incrementos de las

tasas de interés elevaron el servicio de la deuda pública. A partir de 1982 la

estructura presupuestal se modificó bajo la presión de dos fuerzas simultáneas: el

control del gasto programable, y el crecimiento acelerado del pago por

amortizaciones e intereses públicos, tanto externos como internos.

El presupuesto para inversión y administración -el gasto programable- fue creciente

desde los años cuarenta y por más de cuatro décadas se movió alrededor de 80 por

ciento del total del gasto público , neto (véase cuadro 16). A partir de 1982 y hasta

1989 dicha proporción disminuyó y fluctuó entre 60 y 46 por ciento del total de las

erogaciones gubernamentales. El origen de tal distorsión fue, primero, el servicio

de la deuda externa, que en 1982 se disparó sobre todo por las amortizaciones y en

1983 por los intereses. Posteriormente, el factor que mantuvo en niveles tan altos

las erogaciones financieras, fue el pago de intereses de la deuda interna, como

resultado de los altos niveles de las tasas del rendimiento de los valores

gubernamentales y de la acumulación del saldo de la deuda interna.

Este comportamiento afectó no sólo al gasto programable sino también a las

participaciones fiscales que les corresponden a estados y municipios. Este rubro se

mantuvo en el mismo nivel, como proporción del gasto neto, durante la década, y

lo mismo sucedió con relación al producto interno bruto.

b) Una contracción real del gasto programable. El objetivo de reducir el déficit

financiero, como parte del programa de ajuste, se logró principalmente con un

control del gasto corriente y de inversión del gobierno federal y de las empresas y

organismos descentralizados. Como proporción del PIB, esto significó una reducción

de 12 puntos porcentuales entre 1981 y 1989, en tanto los ingresos presupuestales

se elevaron o se mantuvieron estables en el mismo periodo.

El control del déficit fue, por tanto, un resultado de la reducción del gasto y no

tanto del incremento de los ingresos públicos. En ese procesa se vio afectada sobre

todo la inversión pública, que se contrajo sustancialmente al pasar de 11 a 4 por

ciento del PIB entre 1980 y 1990, considerando no sólo las empresas bajo control

presupuestal sino el gasto directo del gobierno federal. Este comportamiento

determinó un menor ritmo en el desarrollo de la infraestructura, e incluso un

deterioro de la misma ya que también se vio afectado el gasto de mantenimiento y

renovación de infraestructura creada. Además, el descenso en la inversión pública

fue un factor determinante en el ajuste, por el impacto en el ritmo de crecimiento

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

34

de la economía, y también en el mantenimiento de una lenta recuperación cuando

habían ya pasado los años de recesión.

CUADRO 16

Gasto público e intervención del Estado 1940-1990 (% del PIB y estructuras porcentuales)

1940 1950 1960 1970 1975 1980 1985 1990P

Gasto neto PIB1

7.6 8.2 12.6 19.3 30.5 33.0 39.0 32.0

Gasto programable/PIB

6.6 6.9 9.2 16.3 26.1 27.1 23.3 18.3

Intereses/PIB2 1.0 1.3 3.4 1.7 2.0 3.4 12.7 10.1 Inversión pública / PIB

3.5 6.3 5.2 5.1 10.9 11.1 5.0 4.0

Déficit financiero / PIB

0.7 0 0.4 3.4 9.3 7.5 9.6 4.3*

Balance primario / PIB3

- - - -1.3 -6.0 -3.0 3.4 7.5*

PIB público / PIB total

- - - - 14.6 18.5 24.0 23.0**

PIB públ. manuf./ tot. manuf.

- - - - 3.4 5.5 5.3 2.1**

(Composición porcentual)

Gasto neto (total) 100 100 100 100 100 100 100 100

Programable 86.1 84.0 72.3 84.5 86.2 82.1 59.7 57.0 No programable 13.9 16.0 27.3 15.5 13.8 17.9 40.3 43.0 Intereses - - - 8.7 6.6 10.3 32.6 32.2

P Preliminares. 1 1940-1960 = Gasto bruto. 2 1940-1960= Servicio total de la deuda pública. 3 Déficit financiero total menos pago de intereses de la deuda pública. * Sin considerar los efectos de la renegociación de la deuda pública externa ** Corresponde a 1989. Fuentes: Elaborado a partir de INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", 1984, SPP, "Cuenta anual de la hacienda pública federal", varios años. INEGI, "Participación del sector público en el PIB de México 1975-1983". NAFIN, "La economía mexicana en cifras", 1990. Poder Ejecutivo Federal, "Segundo informe de gobierno", anexo estadístico, 1990. Presidencia de la República, "Criterios generales de política económica para 1991". 1990. c) Una reestructuración sectorial del gasto. De los sectores más perjudicados

destacó el agropecuario, al que se llegó a destinar 13.5 por ciento del gasto

programable en 1982; en 1990 el mismo sector representaba sólo 5.6 por ciento

del programable. En la reestructuración sectorial del gasto público también fueron

afectadas las áreas de pesca, comunicaciones y transportes, y comercio y abasto.

Los sectores de educación, salud y laboral, agrupados comúnmente como el gasto

social, se vieron perjudicados en una primera etapa, pero hacia fines de la década

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ENRIQUE PROVENCIO

35

empezaron a recuperar peso en el gasto y a principios de los noventa tenían Ya una

importancia presupuestal mayor a la de diez años atrás.

Sin embargo, si las comparaciones se realizan no dentro de la distribución sectorial

del presupuesto sino frente al producto, también el gasto social quedó a fines de los

ochenta en un nivel inferior al que se había alcanzado cuando concluía la época del

crecimiento alto y sostenido de la economía. Hasta 1980 se había mantenido un

gasto social al alza, pero aún se estaba lejos de llegar a las proporciones

consideradas como recomendables según estándares internacionales. Los ochenta

dejaron esas proporciones a niveles aún menos satisfactorios.

d) Un mantenimiento de la capacidad de financiamiento. La incapacidad

gubernamental para iniciar el gasto se agravó a fines de los setenta, lo cual se

reflejó en el creciente nivel de endeudamiento público. El déficit financiero total

llegó a más de 16 por ciento del PIB en 1982, y no fue sino hasta 1990 cuando se

redujo a niveles cercanos e] equilibrio fiscal. Esto no fue resultado, sin embargo, de

una ampliación de los ingresos públicos sino de la mencionada reducción de los

egresos. Los ingresos presupuestales totales del sector público se estabilizaron en

la segunda parte de los ochenta alrededor de 28-29 por ciento del PIB, un nivel

más alto que antes de la crisis, y el incremento se debió a las correcciones en

precios y tarifas de bienes y servicios públicos y no a un aumento de las cargas

fiscales (véase cuadro 17).

CUADRO 17

Carga fiscal del gobierno federal 1940-1990 (% del PIB)

1940 1950 1960 1970 1975 1980 1985 1990P

Ingresos presupuestales

7.0 8.1 8.1 8.3 12.0 16.0 18.1 17.5

No petroleros 1 6.6 7.8 8.0 9.1 11.0 11.9 10.0 12.3

Impuestos 5.7 6.9 6.4 7.8 10.2 11.1 8.3 10.4 Impuestos directos

0.7 1.8 2.3 3.5 4.5 5.8 4.2 5.3

P. Preliminares. 1. Para 1940 y 1950 se refiere a impuestos sobre la explotación de recursos naturales. Fuentes: Elaborado a partir de INEGI-INAH, "Estadísticas históricas de México", 1984. SPP, "Cuenta anual de la hacienda pública federal", varios años. NAFIN, "La economía mexicana en cifras". Poder Ejecutivo Federal, "Segundo Informe de Gobierno", anexo estadístico, 1990. Presidencia de la República, "Criterios generales de política económica para 1991", 1990.

De hecho, la carga fiscal del gobierno federal apenas se elevó, y no como resultado

de un incremento de la relación impuestos/producto sino por una mejoría de los

ingresos presupuestales no tributarios. En particular, los ingresos por impuestos

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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directos se mantuvieron estables, aunque con fluctuaciones a lo largo de los

ochenta. Por ello se puede decir que la capacidad de financiamiento del gasto

público apenas se mantuvo, pero quedó en niveles suficientes para sostener y

mejorar el gasto programable, sobre todo después de que se reduzca e] pago por

servicio de la deuda pública.

e) Un profundo viraje en la intervención estatal directa. El proceso, que consistió

principalmente en medidas de privatización, transferencias hacia los estados, fusión

y extinción de empresas y organismos, cobró importancia sobre todo a partir de

1985, aunque antes se habían ya privatizado las propiedades no financieras de los

grupos bancarios nacionalizados en 1982. En cuanto al número de entidades

paraestatales, de un total de 1155 a fines de 1992, para 1990 se estimaba que sólo

quedarían 286, aunque este indicador no da cuenta de la importancia estratégica

de las empresas que dejaron de ser públicas ni de su peso en el producto, sea total

o de la división o rama correspondiente.

El criterio formal que orientaría ese proceso fue la desincorporación de las

entidades no estratégicas -de acuerdo con las disposiciones constitucionales- ni

prioritarias, según lo establecido por los programas de desarrollo. En la práctica,

tales orientaciones no fueron claras y las decisiones se iban tomando de acuerdo

con pautas dictadas por coyunturas diversas. El hecho central fue que el Estado

dejó de concebir el impulso directo de actividades económicas, sea con productos

finales, insumos intermedios o bienes de capital, como una de sus tareas centrales,

dejando esto sólo para las actividades que la Constitución marca como de

intervención estatal exclusiva.

Hasta 1989 la desincorporación de entidades públicas no se reflejaba aún en el

peso del producto generado por el sector público en comparación con el PIB total.

Esto se debía al hecho de que la producción petrolera, eléctrica y el valor agregado

de los servicios públicos -que forman el grueso del PIB público- no fueron

afectados. Sin embargo, en divisiones o ramas específicas el cambio se manifestaba

ya con toda claridad. Por ejemplo, en la producción manufacturera la participación

pública se había reducido a menos de la mitad entre 1985 y 1989, y en algunas

ramas prácticamente había desaparecido.

Para principios de los noventa ese proceso se empezaría a acelerar puesto que la

enajenación de empresas y organismos públicos estaba llegando a actividades

como las financieras, a las principales empresas siderúrgicas y a otras que habían

quedado excluidas de esa política. Por eso, la manifestación del cambio en la

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ENRIQUE PROVENCIO

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política de intervención económica gubernamental directa se percibirá en toda su

dimensión en la presente década.

f) Un cambio en la política de regulación y control de las actividades económicas.

La visión que consideraba que las actividades económicas -privadas o públicas-

debían ser sometidas a una detallada reglamentación, fue abandonada junto con la

política de intervención directa y la estrategia de gasto público creciente. En una

primera etapa (1984-1988) los cambios fueron más notorios en la regulación

financiera y del comercio exterior. A partir de 1989 se aceleró una desregulación

extendida al transporte, las inversiones extranjeras, la petroquímica secundaria, el

comercio y algunas ramas manufactureras.

La desregulación no sólo se orientó a la redefinición de áreas de influencia entre

sectores sino también a la eliminación de requisitos de registro y de acceso a la

prestación de ciertos servicios. También se dirigió a la simplificación de normas de

información a los consumidores y de verificación de calidad, a la liberación en los

procedimientos para fijar ciertas tarifas a los usuarios de servicios. Asimismo, la

desregulación tendía a acelerarse para principios de los noventa.

6. APRECIACIONES GENERALES

Deterioro productivo

La ruptura radical de las tendencias productivas que habían predominado durante

medio siglo fue una de las características más notorias de la década de los ochenta,

pero no fueron menos importantes otros cambios que están remodelando a la

economía mexicana. Junto con esas tendencias se presentó una reorientación de

estructuras productivas y, sobre todo, un cambio de las principales bases del

modelo que había hecho posible el crecimiento y que, también, propició la

acumulación de deficiencias estructurales que se percibían desde mucho antes de la

crisis pero que se manifestaron en toda su magnitud a partir de 1982.

Las implicaciones del comportamiento productivo atañen no sólo a los efectos

inmediatos sobre el empleo, la disponibilidad de bienes y servicios o al consumo,

sino también a las mayores dificultades para que en el futuro cercano se alcancen

los niveles requeridos para atender las necesidades de la población. En ambos

aspectos fue muy notorio el efecto de la crisis. En el comportamiento productivo,

durante los ochenta se alcanzó una tasa media de crecimiento de 1.3 por ciento,

más baja incluso que la lograda en los años treinta. En el producto por habitante, la

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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tasa media de los ochenta fue de -0.2 por ciento. En promedio, durante las cinco

décadas previas el producto por persona había tenido un crecimiento de casi 3 por

ciento anual. Estas simples comparaciones ponen de relieve el cambio tan notorio

de las tendencias en el crecimiento económico.

Al empezar la década de los noventa, el producto por habitante apenas estaba

igualando al alcanzado en 1980, y era todavía inferior en 6 por ciento al de 1981.

Por su parte, el nivel del PIB total de 1981 fue igualado hasta 1988. En estos

aspectos, no es retórica decir que apenas se está retomando el camino que se dejó

una década atrás. Las consecuencias concretas de ello son evidentes. En lo

agropecuario, y continuando con una crisis que venía desde fines de los años

sesenta, los volúmenes de producción de 1989 eran inferiores a los de 1980, y en

básicos apenas se mantuvo el mismo nivel.

Rezago productivo Si se considera la producción por persona, el descenso fue más drástico, y lo mismo

sucedió con la producción pecuaria, salvo algunas excepciones. La propia capacidad

productiva del sector agropecuario se vio afectada: la superficie bajo cultivo y la

cosechada no se ampliaron, los rendimientos permanecieron estancados en

promedio, y los recursos para la construcción o mantenimiento de la infraestructura

se redujeron notoriamente. Con eso se agudizó la insuficiencia de la oferta nacional

de alimentos, y con todo y las mayores importaciones, el consumo aparente de

alimentos se redujo.

En el caso de la industria las consecuencias no fueron tan dramáticas, aunque

hayan sido notorias en comparación con el crecimiento de las décadas previas. Para

las manufacturas, el crecimiento acumulado en los ochenta fue de 23 por ciento,

mientras que en los setenta la producción se había duplicado. En algunos casos, por

ejemplo en los bienes de consumo duradero, el volumen de producción en 1979

aún no alcanzaba al de 1980 y menos igualaba al de 1981.

En otras ramas el comportamiento no fue tan negativo, aunque también haya sido

muy desfavorable en comparación con periodos pasados. En el caso de algunos

insumos estratégicos, por ejemplo, de fertilizantes, cemento-, acero y otros, la

expansión correspondió a una tercera parte frente a la de los años setenta, e

incluso en hidrocarburos y petroquímica sucedió algo parecido. Es claro que tanto

las industrias de bienes de capital o intermedios se estancan junto con la

producción final, pero el problema central es que ante las necesidades que supone

una población que creció en algo más de 11 millones de habitantes entre 1980 y

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ENRIQUE PROVENCIO

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1990, la capacidad productiva con la que se inició la década de los noventa fue

notoriamente inferior, y no sólo la producción misma, a la de diez años atrás.

Algo similar se observó, salvo excepciones, en la infraestructura básica. En casi

todos los casos los índices mantuvieron su crecimiento, puesto que se trata de una

agregación de unidades de medida; pero en caminos, vías férreas, capacidades

portuarias, así como en movilización de cargas, el crecimiento durante los ochenta

fue muy inferior al de los setenta, y lo mismo sucedió en comunicación telefónica.

Los indicadores de líneas o aparatos telefónicos por habitante también crecieron a

tasas más bajas que en el pasado, con lo que se acentuó la brecha frente a los

mismos índices en el exterior.

El estancamiento o el retroceso productivo tuvo, así, consecuencias inmediatas. Las

repercusiones se dejarán sentir, también, en los años noventa, salvo que una

estrategia de crecimiento muy acelerado –que no está prevista ni parece posible en

las actuales condiciones internacionales- alcance a compensar pronto los rezagos

que se acumularon en la formación de las capacidades productivas.

Como se sabe, lo anterior no fue un fenómeno exclusivo de México, ya que en casi

toda América Latina la crisis tuvo alcances aún más profundos y duraderos. En una

comparación agregada, México resultó menos afectado que el promedio

latinoamericano, pese a la gravedad de la crisis. Frente a las naciones

industrializadas, en cambio, se amplió la brecha ya que mantuvieron un crecimiento

del ingreso total y por persona mayor al de nuestro país.

Reestructuración productiva y del consumo

Junto con todo lo anterior, en la pasada década se frenaron tendencias globales de

transformación sectorial que se habían sostenido en algunos casos durante todo el

siglo y en otros al menos desde los años cincuenta. En la agregación más general,

el sector agropecuario ya no siguió perdiendo peso en la estructura productiva, y la

industria ya no continuó elevando su participación en el PIB. Las manufacturas, en

particular continuaron perdiendo importancia relativa, lo que venía sucediendo

desde los años setenta. Por su parte, el sector terciario acrecentó su participación,

aunque a un ritmo menor que en el pasado. Lo más seguro es, sin embargo, que de

sostenerse el crecimiento que empezó a recuperarse a fines de los ochenta, algunos

de esos cambios se reviertan, sobre todo el del sector agropecuario.

Esto no frenó, empero, la prolongación de tendencias que conducían a la

consolidación de algunas ramas dinámicas, aunque en otros casos se desvaneció el

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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impulso que estuvieron cobrando ciertas industrias consideradas estratégicas para

la modernización económica. Los ochenta dejaron, por ello, un saldo contradictorio

en lo que se refiere a la reestructuración productiva. Actividades como las

vinculadas a la petroquímica y la química básica, los derivados del petróleo y los

plásticos, que se asocian a una estructura productiva más compleja, acrecentaron

su presencia a lo largo de la década, y otras como la electrónica tuvieron un auge

muy contrastante frente al panorama productivo general. En cambio, industrias

como las de bienes de capital o las metálicas básicas se debilitaron.

En estos cambios tuvo gran impacto la eliminación de la protección externa. Otros,

sin embargo, se debieron a condiciones internas. En todo caso, una observación de

conjunto sobre los años ochenta muestra que la reorientación externa tuvo efectos

sobre la estructura productiva. Algunas actividades tuvieron un auge por el impulso

exportador, otras resintieron el impacto de la apertura y algunas más, sobre todo

las del sector maquilador, sencillamente no pasaron por una crisis sino que

experimentaron un despegue realmente espectacular.

Puede afirmarse, en síntesis, que por un lado no toda la economía estuvo en crisis

en los ochenta, y que ésta dejó saldos muy heterogéneos porque afectó de manera

muy desigual a los distintos sectores y ramas. Algunas de éstas, incluso, pudieron

entrar en un proceso de modernización bajo formas distintas, aun cuando la

economía en general se encontrara en crisis o a ritmos muy lentos de crecimiento.

Empresas de las ramas exportadoras, pero también algunas orientadas

predominantemente al mercado interno -entre ellas algunas públicas- mejoraron la

productividad y la competitividad por factores tecnológicos, de reorganización de

procesos productivos, modificación de estructuras administrativas y de relaciones

de trabajo, entre otros factores. Éste no fue un hecho generalizado sino

concentrado en un grupo de empresas y localizado en actividades como las

bancarias, automotriz, petroquímica, electrónica, azucarera y de la aviación, por

ejemplo. Incluso empresas como las de electricidad y ferroviaria tuvieron mejorías

en productividad.

En el consumo también se dejaron sentir cambios de importancia, entre los que

destaca que los bienes duraderos hayan dejado de crecer más que los no

duraderos, al contrario de lo que había sucedido en las tres décadas previas. Tal

cambio parecería contradictorio con el empobrecimiento que se vivió en la década,

pero refleja, precisamente, la modificación en el patrón de consumo de los sectores

medios, que tendió a concentrarse más en lo básico. De hecho, la proporción del

gasto familiar privado dedicada al consumo de alimentos se elevó entre 1981 y

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ENRIQUE PROVENCIO

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1989. Esto significó, también, un cambio importante en las tendencias de largo

plazo.

Subordinación financiera El comportamiento productivo se dio a lo largo de la década en el con texto, y bajo

el dominio, de una subordinación financiera externa e interna con una intensidad

que no se había presentado en el pasado. En lo externo, el rasgo determinante fue

una transferencia neta de recursos al exterior por el pago de la deuda, que para ser

lograda implicó una adecuación de la política macroeconómica que permitiera un

superávit en el comercio exterior. Esa transferencia neta al exterior significó

durante casi toda la década una traba para la recuperación de la inversión, ya que

una alta proporción del ahorro no podía destinarse a la formación o desarrollo de

capacidades productivas.

En lo interno, el hecho tuvo implicaciones tan notorias como la anterior. Ante

perspectivas inciertas o negativas de la inversión productiva se reorientó el destino

de los excedentes privados hacia la inversión financiera, que se convirtió en el

medio principal para la valorización del capital privado aun cuando las actividades

productivas se encontraran en crisis. Lo anterior tuvo como canal la Bolsa de

Valores y como instrumentos al endeudamiento público interno y a la especulación

bursátil. Con tasas de interés positivas, la compra de valores gubernamentales

significó una elevada ganancia para los acreedores del gobierno federal,

concentrados en muy pocas y grandes empresas e inversionistas.

Además, el crecimiento especulativo de los recursos manejados en el mercado

bursátil a través de otros valores distintos a los gubernamentales, infló las

cantidades de recursos destinadas a las inversiones financieras, que ofrecían

rendimientos reales favorables, aunque no fueran un medio considerable para la

capitalización de las pocas empresas que cotizan en la bolsa. Aparte de que el

fenómeno condicionó también la política macroeconómica (sobre todo por el

mantenimiento de altas tasas de interés para hacer posible la colocación de valores

públicos y el financiamiento del déficit gubernamental) desestímulo la actividad

productiva y propició una mayor concentración del ingreso a favor de los sectores

que al tiempo que fueron los acreedores del gobierno pudieron especular en el

mercado bursátil.

Grandes empresas que estaban en este sector pudieron, además, aprovechar las

facilidades para reducir su deuda externa y accedieron a recursos para financiar las

exportaciones, a través de distintos programas especiales. Así, para una parte de

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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las empresas y de los inversionistas la década de los ochenta significó un

fortalecimiento porque pudieron sostener e incrementar los excedentes aun cuando

]a producción estuviera en crisis o estancada. Sea porque algunas actividades

mantuvieron un auge -por la exportación o por la demanda interna- porque los

mecanismos financieros propiciaron la mejoría de su posición o porque la política de

precios les permitió elevar o por lo menos sostener sus entradas reales, un sector

de las empresas, nacionales o extranjeras, consolidó su posición y amplió sus

posibilidades para invertir y modernizarse.

Avances y retrocesos estructurales Ya durante los años setenta se identificaba la desaceleración del crecimiento

económico como una manifestación de] agotamiento de un patrón de desarrollo.

Por éste se reconocía, en términos generales, la incapacidad para sostener la

expansión productiva por las trabas derivadas de: a) las insuficiencias del sector

primario para abastecer de empleos, alimentos y materias primas; b) la

desarticulación productiva intersectorial, la baja productividad y la debilidad en la

producción de bienes de capital y bienes intermedios; c) la inserción desventajosa

con la economía internacional; d) una relación Estado-economía que ya no

propiciaba adecuadamente la inversión privada y generaba un déficit público

creciente; y e) una concentrada estructura distributiva que impedía una superación

más acelerada de la pobreza y restringía la dinámica del crecimiento. A eso se

agregó la inestabilidad, que surgió primero en el aceleramiento inflacionario y se

extendió Juego al tipo de cambio y a otras variables.

El auge petrolero de 1977-1981 permitió posponer temporalmente ese

agotamiento, aunque en algunos casos con una profundización de las incapacidades

señaladas. A partir de 1983 la estrategia económica buscó explícitamente la

superación de algunas de esas trabas para propiciar el crecimiento sostenido, pero

actuó de manera desigual sobre ellas. El énfasis se puso en la reestructuración de

las relaciones entre Estado y economía, y en la reinserción en la economía

internacional. En estos dos ámbitos los resultados fueron notorios, pero en otros se

acentuaron los rezagos, al menos durante la década.

Cambio externo

En lo externo los cambios fueron contradictorios. Si por un lado se logró un

aumento de las exportaciones no petroleras desde 1983, y en particular de

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ENRIQUE PROVENCIO

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manufacturas, por otro se acentuó una relación negativa por las transferencias de

recursos al exterior a través del servicio de ]a deuda externa. Esto último agrava

los rasgos de supeditación externa, si bien lo primero ayudaba a superar la

tradicional insuficiencia de divisas para financiar las importaciones.

Durante los años en que las importaciones estuvieron deprimidas por la crisis o los

bajos ritmos de crecimiento, el añejo déficit externo se trocó en superávit, pero

aquél volvió en cuanto la economía empezó a recuperarse. Pese a ello, sin

embargo, se operó un cambio notorio ya que el sesgo antiexportador que fue

propiciado por el proteccionismo fue cada vez menor no sólo por el auge exportador

sino también por el ingreso al GATT y la apertura comercial prácticamente total que

se consumó en la segunda mitad de los ochenta.

El cambio externo fue asimismo notorio en el auge del sector maquilador y en el

crecimiento de la inversión extranjera directa. Mientras la producción total de

manufacturas era en 1989 sólo 19 por ciento mayor a la de 1981, la de las

maquiladoras de exportación se había multiplicado por cuatro. Para 1990 el empleo

en este sector significaba la quinta parte del empleo manufacturero. Por su parte,

la inversión extranjera acumulada se duplicó -creció 107 por ciento- entre 1985 y

1990, en tanto la inversión total-nacional+externa- aumentó 11 por ciento en el

mismo lapso. Eso da idea del auge de la inversión extranjera, que también fue muy

notorio entre 1980 y 1985.

En síntesis, por el auge exportador, el ingreso al GATT y la liberalización comercial,

la expansión de las empresas maquiladoras y el dinamismo de la inversión externa,

entre otros hechos, el sector externo experimentó un cambio indiscutible. La

dependencia de la importación de bienes de capital, sin embargo, lejos de ser

superada se agravó, y el sector exportador se concentró en un reducido grupo de

empresas, lo que acentuó una polarización que ya era de por sí marcada. Estos

cambios crearon las condiciones para una estrategia de libre comercio con Estados

Unidos y Canadá y con algunos países latinoamericanos, y para una vinculación

más estrecha con otras regiones económicas del mundo.

Estado-economía

El cambio en la relación Estado-economía fue también evidente. No se trató sólo de

un control del déficit público, que hacia 1990 llegaba ya a niveles cercanos a los

históricos, sino a una transformación más amplia. El papel tradicional que el sector

público jugaba como motor y orientador del crecimiento fue abandonado. La

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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contracción de gastos e inversiones gubernamentales o del sector paraestatal no

fue, por eso, sólo una medida de ajuste sino un re acomodo de mayor alcance, que

buscaba liberar espacios para la inversión privada y reducir la absorción de recursos

por parte de las finanzas gubernamentales.

Si se observan los indicadores cuantitativos de ese cambio los resultados fueron

exitosos, no sólo por la mencionada contracción del déficit: la venta o desaparición

de empresas públicas, la utilización de recursos para financiar el déficit, la

contratación de deuda neta, por ejemplo, muestran que el saneamiento financiero

se consiguió, aunque con costos muy altos y con ineficiencias macroeconómicas

que hicieron más grave la crisis y más lenta la recuperación.

Esos costos fueron productivos y sociales. En los primeros se incurrió porque la

reducción del gasto afectó la construcción y mantenimiento de la infraestructura,

así como la capacidad en actividades estratégicas para la producción de bienes o

servicios. Los segundos se generaron porque la política presupuestal, y en

ocasiones la reestructuración y desaparición de empresas y organismos públicos,

repercutió negativamente en la posibilidad de ofrecer servicios básicos con

suficiencia y calidad, o en el nivel de consumo popular por la eliminación o

reducción de subsidios. Otra de las expresiones del cambio en la relación Estado-

economía fue el abandono de la política de control y regulación de las actividades

privadas, y la apertura para la inversión de los particulares en áreas que

tradicionalmente habían sido de injerencia gubernamental.

Concentración y empobrecimiento

Si la concentración y la pobreza eran hasta principios de los años ochenta una

expresión de las insuficiencias o del agotamiento del patrón de desarrollo, el saldo

de la década muestra que en ambos aspectos se presentó un retroceso y que, por

tanto, el cambio estructural fue negativo. Puede sostenerse que no era fácil

compatibilizar el ajuste, el cambio externo y otros procesos por los que se transitó

durante los ochenta, con una mejoría o, siquiera, un mantenimiento de las

condiciones de vida. El hecho es que las consecuencias sociales de la crisis -y aun

de los primeros años de la recuperación- fueron un mayor empobrecimiento de la

mayoría, que resultó de un agravamiento de las causas estructurales de la pobreza.

Durante las dos décadas previas la población pobre se había reducido

paulatinamente como proporción de la población total, tendencia que se revirtió

desde 1981. En ese cambio se suspendió también la ampliación de los grupos

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ENRIQUE PROVENCIO

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medios, parte de los cuales incluso ingresaron al estrato de los pobres. Hubo, por

ello, una recomposición social que se alimentó de la insuficiencia de la planta

productiva para generar los empleos demandados, y del deterioro de los ingresos

salariales e incluso de los obtenidos por grupos de trabajadores por cuenta propia,

cuyo número creció aceleradamente puesto que mientras la población en edad de

trabajar crecía a tasas cercanas al 3 por ciento anual, los empleos del sector formal

se expandieron en promedio 0.5 por ciento por año.

Esas tendencias, contrapuestas a una mejoría de las percepciones reales de otros

sectores, propiciaron una mayor desigualdad en la distribución del ingreso. La

transferencia de recursos al exterior no fue inocua en sus repercusiones internas,

ya que ni los ingresos públicos ni los excedentes de explotación, que incluyen las

ganancias, sufrieron mermas en su participación en el ingreso total.

Podría decirse que si el crecimiento económico se sostiene durante los noventa, la

productividad se eleva y se reducen al mínimo las transferencias al exterior o éstas

cambian de dirección, puede revertirse el empobrecimiento y la mayor

concentración de los años ochenta. Si esto se mantuviera, los cambios estructurales

habrían dado resultado, pues se habría mejorado la capacidad de creación de

empleos y éstos recibirían mejores remuneraciones. Sin embargo, las necesidades

acumuladas durante los ochenta alcanzaron tal nivel que sólo el retomar el punto

perdido al inicio de la crisis requiere periodos más largos que el de la crisis misma.

El remontar tal retroceso estructural implicará, además, fincar el cambio externo -el

crecimiento de las exportaciones- en factores distintos a la subvaloración del

trabajo.

Condicionamientos productivos

Como ya se comentó, el balance del comportamiento productivo es muy desigual

porque algunas ramas no sólo mantuvieron el crecimiento y expandieron su

capacidad sino que también se modernizaron, en tanto otras no ampliaron su

capacidad instalada y apenas pudieron reponerla. En términos generales, sin

embargo, frente a las nuevas necesidades demográficas, la planta productiva sufrió

un retraso considerable, lo cual se observa en términos de las potencialidades para

cubrir la oferta de bienes y servicios que requeriría la población para recuperar el

nivel de consumo, y también con relación a la infraestructura productiva, cuyo

crecimiento asimismo se retrasó considerablemente.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

46

Las posibilidades de un crecimiento de la inversión, sin embargo, son amplias, no

sólo por la acumulación de recursos por parte de algunos sectores durante la crisis,

sino porque la reducción de las transferencias al exterior deja mayores márgenes

para la inversión productiva. A eso se agrega el flujo de inversiones externas y el

retorno de capital nacional fugado, todo 10 cual significa una disponibilidad

potencial de recursos para la recuperación. Aun así, habrá que remontar otros

problemas que se agravaron durante los ochenta y que representan una

prolongación de las insuficiencias del patrón de desarrollo que entró en crisis desde

1982-1983.

Además de la ya comentada continuación de la crisis en el sector agro pecuario,

otros hechos empeoraron la desarticulación productiva. Uno de ellos fue el

retroceso de la industria de bienes de capital, cuya producción se debilitó

acentuando la necesidad de las importaciones. Podría alegarse que en las nuevas

condiciones comerciales externas, y en el nuevo esquema de especialización

internacional, ese problema ha pasado a ser secundario ya que el país no tiene

condiciones para producir bienes de capital y resulta más racional importarlos

financiándolos con exportaciones en las cuales México tiene más competitividad.

Ello, sin embargo, acentuaría la debilidad interna para sostener ritmos de

crecimiento estables sin depender tanto de las fluctuaciones externas. Más allá de

razonamientos contables la producción de bienes de capital sigue teniendo una

importancia estratégica, y en ese ámbito hay ahora más obstáculos por remontar.

Otro elemento fundamental es el del rezago que sufrió la productividad frente a los

países industrializados. No fue éste un problema nuevo durante los ochenta, pero sí

se agravó en la década. Medida por el indicador más general del producto real por

persona ocupada, para la economía en su conjunto la productividad permaneció

estancada entre 1981 y 1989. En la industria manufacturera el crecimiento fue

positivo pero inferior al de la población, aunque en algunas ramas alcanzó tasas

considerables. Aparte de que la productividad global se estancó, crecieron las

disparidades entre sectores y ramas, lo que acentuó la desigualdad en este

aspecto.

Aunado a lo anterior se deterioraron algunas de las bases que sustentan el

incremento de la productividad en el largo plazo. En particular, los recursos para

ciencia y tecnología se redujeron a lo largo de la década, con lo que también se

amplió la brecha frente a las naciones industrializadas. En 1981 el gasto nacional

en ciencia y tecnología significaba 0.6 por ciento del PIB, y en 1989 la proporción

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ENRIQUE PROVENCIO

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era de 0.2 por ciento. Más en general, los recursos públicos para educación pasaron

de 3.8 a 2.7 por ciento del PIB entre 1981 y 1989.

Por éste y otros motivos, en los ochenta se presentaron evidencias de un deterioro

educativo. Por ejemplo, en los niveles de educación técnica -profesional media- y

bachillerato aumentaron los índices de deserción y reprobación, y se redujeron los

de eficiencia terminal en esos dos niveles, así como en el de educación secundaria.

No son éstos los únicos factores que inciden en el incremento de la productividad,

pero son fundamentales para la generación y ampliación de una base tecnológica, e

incluso para su adaptación, así como para la capacitación laboral.

Inestabilidad controlada

Como se señaló, desde principios de los años setenta la inestabilidad económica

apareció como un rasgo que para los ochenta era ya un problema cuyo control

había adquirido tanta relevancia como la superación de las trabas estructurales del

modelo de desarrollo. El arraigo de la inflación y sus efectos sobre otras variables

ocasionó no sólo incertidumbre sino que acentuó las consecuencias concentradoras

de la crisis. Aunque la inflación estuvo lejos de llegar a los niveles medios de

América Latina, sí alcanzó tasas sin precedente en México, y lo mismo sucedió con

los movimientos del tipo de cambio.

Después de intentos frustrados por controlar la inflación entre 1982 y 1987, a partir

de 1988 se aplicó un programa de estabilización que, con altibajos, condujo a fines

de los ochenta a un comportamiento de los precios que si bien estaba aún lejos de

la estabilidad, tal como fue conocida durante los años sesenta, tendía hacia una

inflación decreciente en un contexto de crecimiento. La base del programa fue un

control de variables como el tipo de cambio y las tasas de interés, y una

concertación entre sectores productivos bajo convocatoria gubernamental.

Este control relativo de la inflación no concedió a los salarios un trato distinto a los

programas previos, pero sí desarrollo con un manejo más estable del tipo de

cambio, que lo ha mantenido a niveles competitivos pero sin márgenes tan amplios

de subvaluación como en otros momentos entre 1983 y 1987. Las tasas de interés,

por su parte, mantenían a fines de los ochenta niveles reales positivos aunque ya

no tan altos. En conjunto, y sin que todavía se lograra un control seguro de los

precios clave de la economía, se había superado a finales de la década la aguda

inestabilidad.

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EL CLAROSCURO DE LOS OCHENTA

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Uno de los resultados atribuibles al control de la inflación, aunque también

relacionado con otros factores como la renegociación de la deuda externa de 1990,

la existencia de rendimientos atractivos en el mercado de valores y por las tasas de

interés, y por la recuperación económica, fue la repatriación de capitales. En los

inicios de los ochenta la fuga de capitales precipitó la crisis, repitiendo en mayor

escala la huida de 1976. La fuga se mantuvo durante los peores años de la crisis, y

no fue sino hasta fines de la década que se apreció la repatriación. Este fenómeno

puede ser considerado también como una expresión de la estabilidad que, si no

alcanzada plenamente, estaba encontrando ya algunas bases para su logro.

El claroscuro de los ochenta

No puede decirse todavía con certeza si la reestructuración que vivió la economía

mexicana durante la década pasada permitió superar el agotamiento en el que

había entrado el modelo de crecimiento, pues si bien ya no se vive a principios de

los noventa una crisis generalizada, persisten dificultades para mantener una

recuperación sostenida y a ritmos cercanos a los históricos. En unos casos hubo

cambios que significaron un paso en la superación de trabas que estaban limitando

la expansión productiva, pero en otros se profundizaron rezagos estructurales cuya

solución sigue siendo un objetivo del desarrollo.

Si el cambio en las relaciones con el exterior, la reordenación del sector público y la

modernización de algunas ramas de la economía fue un hecho indiscutible, aunque

no por ello incontrovertible, también' fue un hecho el empobrecimiento, el

agravamiento de la desigualdad y la acumulación de rezagos e insuficiencias

productivas que seguramente limitarán el desarrollo en los noventa. En una

perspectiva más amplia, la década significó una ruptura de tendencias productivas

globales, y aun que algunas actividades o ramas hayan mantenido o acelerado su

ascenso, el cambio se frenó e incluso se revirtió en otros casos.

Con todo y saldos tan contradictorios, quedaron sentadas las bases para que ahora

se impulsen procesos de modernización que de resultar exitosos pueden ayudar a

revertir los retrocesos y a consolidar los cambios favorables que acompañaron a la

crisis. Si fuera así, en los años noventa podrían dejar de dominar los saldos

negativos que hicieron de los ochenta lo que ya es, por antonomasia, la década de

la crisis, aunque haya sido, también, de transiciones y recomposiciones.

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ENRIQUE PROVENCIO

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Enrique Provencio. 1993. El claroscuro de los ochenta: la

década en la perspectiva del desarrollo. En J. J. Blanco y J.

Woldenberg, (compiladores). México a fines de siglo. FCE,

México, D.F. Pág. 225-265. ISBN: 968-16-4053-5.

Reseña libro: Este segundo volumen trata, sobre todo,

temas relativos al siglo XX, con proyecciones al XXI. Los

autores profundizan sobre un aspecto de nuestro presente

que no debemos omitir: la desigualdad en México. La

formación del Estado nacional y el concepto de democracia

en el Congreso Constituyente de 1916-1917, sientan las

bases para el análisis del siglo XX.