Carson de Venus
Carson de Venus
Edgar Rice Burroughs
Prlogo
La India es un mundo aparte en formas y costumbres, separada en
su ocultismo del mundo y la vida que nos es familiar. Ni siquiera
en el lejano Barsoom y en Amtor podran encontrarse misterios ms
sorprendentes como los que se esconden en lo recndito de los
cerebros y vidas de aquellas gentes. A veces juzgamos malo aquello
que no entendemos; constituye esto un atavismo de ignorancia y
supersticin de los salvajes pintarrajeados de los tiempos remotos.
De las muchas cosas buenas que nos han venido de la India, slo me
interesa citar ahora una: la facultad que transfiri Chand Kabi al
hijo de un oficial ingls de transmitir el pensamiento y visin a la
mente de otra persona, a distancias tan grandes como las que median
entre los planetas.
Gracias a tal facultad ha podido Carson Napier transmitir por su
mediacin el relato de sus aventuras en el planeta Venus. Cuando
despeg de la isla de Guadalupe con su gigantesco torpedo areo,
hacia Marte, escuch el relato de aquel vuelo trascendental que
acab, por un error de clculo, en Venus.
Segu sus aventuras que comenzaron en la isla que constitua el
reino de Vepaja, donde se enamor apasionadamente de Duare, la
altiva hija del rey. Segu sus andanzas por mares y tierras, hasta
llegar a las hostiles ciudades de Kapdor y Kormor, la Ciudad de los
Muertos, a Havatoo, en donde Duare fue condenada a muerte por un
extrao error judicial.
Me estremec, excitado, durante su peligrosa escapada en el
aeroplano que haba construido Carson Napier a ruegos de los
gobernantes de Havatoo. Padec constantemente por la actitud de
Duare, que juzgaba el amor de Carson Napier como un insulto a la
virginal hija del rey de Vepaja. Le rechazaba constantemente,
alegando que era una princesa; pero, por fin, disfrut con l cuando
ella se dio cuenta de la verdad, y, aunque no poda olvidarse de qu
era una princesa, termin por confesar que ante todo era mujer.
Ocurri esto inmediatamente despus de su huida de Havatoo y
cuando ambos volaban sobre el Ro de los Muertos, hacia un mar
desconocido, iniciando as la desesperada bsqueda de Vepaja, donde
reinaba Mintep, el padre de Duare. Transcurrieron los meses y llegu
a temer qu Napier se haba estrellado con su nuevo avin; pero, de
pronto, comenc a recibir de nuevo mensajes suyos, que quiero
recoger en beneficio de la posteridad, atenindome, en todo lo
posible, a sus propias palabras.
I
Desastre
Todos los qu han volado en avin recordarn los sobresaltos del
primer vuelo sobre un pas conocido, divisando viejos escenarios
desde un nuevo punto de vista, que les prestan el aire extrao y
misterioso de un mundo nuevo; pero en tales casos siempre caba el
consuelo de saber que el campo de aterrizaje no se hallaba
demasiado lejos y que, incluso en el caso de un aterrizaje forzoso,
se saba perfectamente dnde se hallaba y cmo retornar.
Pero en aquella alba en que Duare y yo despegamos de Havatoo
seguidos de los zumbidos de los disparos de los rifles amtorianos,
volbamos sobre un mundo desconocido y, adems, no haba campo de
aterrizaje ni patria hospitalaria. Creo que fue aquel el momento ms
feliz y emocionante de mi vida. La mujer a quien amaba acababa de
decirme que corresponda a mi cario; me encontraba d nuevo ante los
aparatos de control de un aeroplano; volaba y volaba seguro sobre
las infinitas amenazas que pululaban en el territorio amtoriano.
Sin duda alguna, tendra que enfrentarme con nuevos peligros, en
nuestra desesperada tentativa de buscar a Vepaja; pero, por el
momento, nada empaaba nuestra felicidad ni nos sobrecoga el temor.
Al menos, en lo que a m se refera. Con Duare, las cosas seran un
poco distintas. Bien poda sentirse sobrecogida por la aprensin del
desastre; no es extrao que ocurriera as, pues hasta el propio
instante en que alcanzamos el borde de las murallas de Havatoo, no
tena la menor idea de que pudiera existir ningn aparato en el que
seres humanos pudieran abandonar el suelo para lanzarse por los
aires. Era natural que se sobresaltara, pero era valerosa y qued
satisfecha con mi promesa de que bamos seguros.
El avin era un dechado de perfecciones, como llegarn a ser algn
da en el viejo globo terrqueo, cuando las ciencias progresen all
tanto como en Havatoo. Utilic en su construccin materiales
sintticos de extraa dureza y poco peso. Los tcnicos de Havatoo me
aseguraron que podra tener una vida por lo menos de cincuenta aos
sin fracturas ni reparaciones, salvo las producidas por puro
accidente. El motor era silencioso y de una eficacia como nunca
pudo soarse en la Tierra. Dentro del aparato iba el combustible
necesario para todos los aos en que se haba calculado su vida, y
ocupaba muy poco espacio, ya que podra llevarse en la palma de la
mano. Tal milagro es fcil de explicar, como ya se hizo en otras
ocasiones. Nuestros propios hombres d ciencia saben que la energa
desprendida por la combustin es slo una fraccin infinitesimal de la
que puede producirse con la desintegracin total de las sustancias.
En el caso del carbn, la proporcin es de dieciocho millones a uno.
El combustible para mi motor consista en una sustancia conocida por
el nombre de lor, que contiene un elemento llamado yor-san, todava
ignorado en la Tierra, y otro elemento llamado vikro, cuya accin
sobre el yor-san produce la total desintegracin del lor.
En lo que al funcionamiento del motor se refera, podamos
subsistir durante cincuenta aos; pero nuestro punto dbil estribaba
en que no disponamos de alimentos. Lo precipitado de nuestra fuga
impidi toda posibilidad de aprovisionar el aparato. No obstante,
habamos conseguido escapar con vida y con lo que poseamos; ya era
bastante y nos sentamos muy felices. No quera torturarme demasiado
.pensando en el porvenir, pero realmente tenamos ante nosotros
muchos interrogantes y Duare me plante de pronto una pregunta
bastante inocente.
-Adnde vamos?
-A buscar a Vepaja -repuse-; quiero intentar llevarte a tu
patria.
Ella movi :la cabeza.
-No; no podemos llegar all.
-Pero si siempre deseaste llegar all desde que te raptaron los
klangan!
-Pero no ahora, Carson. Mi padre, el jong, te matara. Nos hemos
confesado el amor que nos une y ningn hombre puede hablar de amor a
la hija del jong de Vepaja antes de cumplir los veinte aos; lo
sabes perfectamente.
-Desde luego qu lo s asent-; me lo has repetido muchas
veces.
-Lo hice por tu propia seguridad; pero, no obstante, lo he
vuelto a hacer con el mismo propsito -admiti-, pero te confieso que
me gustaba or tu confesin de amor.
-Desde la primera vez?
-Desde la primera vez. Te amo hace mucho tiempo, Carson.
-Pues eres maestra en el arte de disimular. Cre que me odiabas,
aunque, a veces, tena mis dudas.
-Precisamente porque te amo, no debes caer nunca en manos de mi
padre.
-Pero, dnde podemos ir, Duare? Conoces algn rincn de este mundo
en el que podamos estar a salvo? Creo que deba correr el riesgo de
tratar de convencer a tu padre.
-No lo conseguirs -afirm-. Existe una ley que, aunque no est
escrita, vive en la tradicin; determina lo que te dije y es tan
antigua como el viejo imperio de Vepaja. Me hablaste de los dioses
y diosas de las regiones de tu mundo. En Vepaja, la familia real
ocupa una posicin similar en la mente y en el corazn de la gente,
especialmente cuando se trata de la hija de un jong, es
absolutamente sagrada. Mirarla es un delito; hablarla es un crimen
castigado con la muerte.
-Es una ley insensata -protest-. Dnde te encontraras en estos
momentos si me hubiera inspirado en tales trabas? Me parece que tu
padre me tendr que estar agradecido.
-Como padre, s; pero no como jong. -S, veo que sera antes jong
que padre -coment amargamente.
-Eso mismo: primero es jong, y por eso no podemos volver a
Vepaja -dijo resuelta.
Qu treta tan irnica me haba jugado el destino! Con tantas
oportunidades como haba tenido para escoger en dos mundos a una
mujer por esposa, fui a fijarme en una diosa. De todos modos, haber
amado a Duare y saber que ella me amaba, era mejor que la
convivencia de por vida con otra mujer.
La decisin de Duare de no volver a Vepaja me haba dejado
desconcertado. No es que creyese que pudiera encontrar a Vepaja con
seguridad; pero, al fin y al cabo, constitua mi finalidad. Ahora no
tena plan alguno. Havatoo era la ciudad ms grande de las que haba
conocido, pero la inverosmil decisin de los jueces que haban
examinado el caso de Duare, despus que la rescat de la Ciudad de
los Muertos, haca imposible nuestro retorno. Buscar una ciudad
hospitalaria en aquel extrao mundo pareca intil. Venus est llena de
contradicciones y paradojas. En medio de escenas de paz y belleza,
uno halla las bestias ms feroces; entre una poblacin amistosa y
culta, existen costumbres brbaras e insensatas; en una ciudad
habitada por hombres y mujeres inteligentemente superdotados y de
afables modales, los tribunales ignoran por completo el sentimiento
de la piedad. Qu esperanza nos quedaba a Duare y a m? Por eso
determin volver a Vepaja, para que, al menos ella, pudiera
salvarse.
Continuamos nuestro vuelo en direccin Sur, siguiendo el curso
del Gerkat kum Rov, el Ro de la Muerte, hacia el mar en el que sus
aguas haban de verterse, sirvindome de gua. Volaba bajo, ya que
tanto Duare como yo queramos admirar el territorio que se extenda a
nuestros pies majestuosamente. Haba bosques, llanuras, colinas y, a
lo lejos, montaas; mientras sobre nosotros, como el techo de una
colosal tienda de campaa, se extenda la capa inferior de nubes que
envuelve por completo al planeta, el cual, junto con la capa
superior, atempera el calor del sol y hace posible la vida en
Venus. Divisamos, mientras volbamos, rebaos que pacan en las
llanuras, pero no vimos ciudades ni hombres. Era un paisaje salvaje
el que se extenda bajo nuestros pies; bello, pero letal; tpicamente
amtoriano.
Seguimos la direccin Sur; yo crea que cuando llegsemos al mar
slo tendramos que cruzarlo para hallar a Vepaja. Como sta era una
isla, y con el pensamiento de qu habra de sentir deseos de volver a
ella, haba construido el avin con pontones retractables, as como
con el ordinario sistema de aterrizaje.
La visin de aquellos rebaos que pacan abajo nos sugiri la idea
del alimento, abriendo mi apetito. Le pregunt a Duare si tena
hambre y me contest que mucho; pero de qu iba a servir decirlo?
-All abajo nos espera un banquete -le expliqu, sealando a los
rebaos.
-S; pero cuando lleguemos al suelo habrn huido -contest-. Ya
vers, cuando se fijen en est armatoste, no quedar ni uno en muchas
millas a la redonda, antes de que bajes, a no ser que mates alguno
al caer.
Claro que no dijo millas, sino Klookob; el Kob es una unidad de
distancias, equivalente a dos millas y media terrestres, siendo el
prefijo Kloo el signo del plural. Asimismo utiliz una voz amtoriana
para decir armatoste.
-Haz el favor de no llamar armatoste a mi nave -le rogu.
-Pero si no es una nave! -objet ella-. Una nave va por el agua.
Ya se me ha ocurrido un nombre, Carson! Es un anotar.
-Magnfico! -asent-; "Anotar" se llamar.
La denominacin era apropiada, ya que notar significa nave y an
quiere decir pjaro. As, lo llamaramos nave-pjaro. Me pareci ms
apropiado que la denominacin terrestre, acaso porque fue Duare la
que la escogi.
Estbamos a una altura de un millar de pies, pero como el motor
era completamente silencioso, ninguno de los animales se dio cuenta
del extrao objeto qu se cerna sobre ellos. Cuando comenc a
descender en espiral, Duare dej escapar un pequeo grito y me roz el
brazo; no me lo apret como hubiera hecho otra mujer en caso
semejante; se limit a rozarlo, como si el contacto la
tranquilizase. Debi ser una experiencia aterradora para una persona
que hasta aquella maana jams haba visto un avin.
-Qu vas a hacer? -me pregunt.
-Voy a bajar en busca de comida. No te asustes.
No dijo nada ms; pero conserv su mano sobre mi brazo. Estbamos
descendiendo rpidamente cuando, de pronto, uno de los animales que
pacan levant la mirada y, al descubrirnos, lanz un agudo bufido de
alarma y comenz a correr velozmente por la llanura. En seguida se
desperdigaron todos. Part velozmente en su persecucin, descendiendo
tanto que casi rozaba sus lomos. A la altura que habamos estado
volando le debi parecer a Duare que corramos a escasa velocidad;
pero ahora qu nos hallbamos a pocos pies del suelo, qued
sorprendida al comprobar que podamos competir fcilmente con los ms
veloces de aquellos animales.
A m no me parece muy deportivo cazar animales desde un avin,
pero en aquellos momentos no haca yo deporte, lo que buscaba era
comida y aqul era el nico procedimiento para conseguirla sin poner
en peligro nuestras vidas. En consecuencia, y sin escrpulo alguno,
saqu mi pistola y derrib a un rollizo y joven animal, perteneciente
a una especie de herbvoros desconocida. La caza nos haba llevado
hasta un bosquecillo que creca a lo largo de las orillas de un
afluente del Ro de la Muerte. Tuve que parar bruscamente a fin de
no incrustarnos contra los rboles. Al volver la mirada hacia Duare,
vi que haba palidecido, pero se mantena serena. Cuando salt al
suelo, junto a mi vctima, la llanura estaba completamente
desierta.
Dej a Duare en su asiento y me dediqu a descuartizar al animal,
con la intencin de cortar tanta carne como calcul que podra
conservarse fresca hasta que la utilizramos y luego ir a buscar un
lugar ms propicio para acampar temporalmente.
Trabajaba yo cerca del aeroplano y ni Duare ni yo estbamos de
cara al bosque que se encontraba a corta distancia, detrs. No
vigilbamos aquella parte; ambos estbamos sugestionados por el
trabajo de descuartizamiento, cuyas extraas operaciones deban
resultar atractivas.
La primera impresin de peligro me la hizo percibir un grito
aterrador de Duare.
-Carson!
Al volverme en redondo, divis a una docena de guerreros que
avanzaban hacia m. Tres de ellos me amenazaban ya con la punta de
sus espadas. No vi el modo d defenderme y me abatieron al suelo,
castigado por sus espadas, no sin antes mostrarme sorprendido al
dirigir una rpida mirada a mis agresores y descubrir que todos eran
mujeres.
Deb permanecer tendido all, inconsciente, ms de una hora, y
cuando recobr el conocimiento me encontr solo; los guerreros y
Duare haban desaparecido.
II
Mujeres-guerreras
Me sent en aquellos momentos casi tan desmoralizado como en el
ms crtico trance de mi vida. Perd a Duare y a la felicidad cuando
me hallaba ya en el umbral de la seguridad, y qued positivamente
enervado. Lo que me hizo recobrar el aplomo fue la incertidumbre
respecto a la suerte de Duare. Estaba bastante maltrecho. Tanto en
la cabeza como en la parte alta del cuerpo tena diversas heridas,
cubiertas de sangre coagulada. No acababa de comprender por qu no
me haban matado y llegu a sospechar que mis agresoras me haban
dejado por muerto. Las heridas eran serias, pero no mortales. Mi
crneo haba quedado intacto, pero me dola la cabeza de un modo
terrible y me senta dbil a causa de la prdida de sangre. Examin el
avin y pude cerciorarme de que estaba indemne; al mirar por la
llanura, adivin lo que me haba salvado la vida. Fue la presencia
del avin, ya que a cierta distancia descubr animales salvajes que
me avizoraban enfurecidos. Aquel extrao monstruo pareca guardarme y
deba ser lo que les mantena lejos.
Lo poco que haba examinado a mis agresoras me convenci de que no
eran autnticos salvajes; tanto su atavo como sus armas revelaba
cierto grado de civilizacin. Deduje de ello que deban vivir en
alguna poblacin, y el hecho de ir a pie daba a entender que no se
encontraba lejos. Estaba seguro de que debieron salir del bosque
por detrs del avin y que aquella era la direccin que deban seguir
mis pesquisas para buscar a Duare.
Antes de aterrizar no habamos visto poblacin alguna, a pesar de
que los dos estuvimos ojo avizor para ver si descubramos la
presencia de seres humanos. Hubiera sido estpido comenzar la
bsqueda a pie, bajo la amenaza de aquellos feroces carnvoros, y
caso de hallarse el pueblo de las mujeres-guerreras al descubierto
podra divisarlo mejor desde el aeroplano.
Me senta dbil y mareado al ocupar mi asiento entre los aparatos
de control. Y slo el mvil que me alentaba era capaz d impulsarme a
alzarme en el aire en condiciones semejantes. No obstante, realic
un aceptable despegue y una vez en el aire, mi mente estaba tan
preocupada por la realizacin de mis pesquisas que casi olvid mis
heridas. Vol bajo, sobre el bosque, y tan silenciosamente como un
pjaro. Caso de existir un pueblo y de estar en el bosque sera
difcil, si no imposible, localizarlo desde el aire; pero a causa de
ser el avin absolutamente silencioso, podra localizarse un poblado
guindome por el ruido, si volaba suficientemente bajo.
El bosque no era muy grande y pronto lo recorr, pero sin
registrar ruido alguno ni descubrir signo de vida humana. Ms all
del bosque haba una cadena de colinas y en una de las gargantas vi
un camino muy gastado. Lo segu y no hall ninguna poblacin, aunque
dominaba el paisaje a muchas millas a la redonda. Las colmas tenan
escasos caones y valles. Era una comarca rida, donde no pareca
probable hallar ninguna poblacin. Decid abandonar la bsqueda en tal
direccin y vir con mi aeroplano hacia la llanura donde haba sido
capturada Duare, con el propsito de iniciar desde all mis
investigaciones en distintas direcciones.
Aun volaba muy bajo sobre la zona en que acababa d recorrer,
cuando atrajo mi atencin una figura humana que caminaba de prisa
sobre una meseta.
Baj ms an y comprob que se trataba de un hombre. Caminaba con
celeridad y dirigiendo hacia atrs incesantes miradas. No haba
descubierto mi avin. Evidentemente estaba muy preocupado por algo
que se encontraba a su espalda. De pronto, descubr lo que era; una
de aquellas feroces bestias parecidas al len, un tharban. La fiera
le vena siguiendo, pero comprend que pronto se abalanzara sobre su
vctima y descend en forma casi vertical. No haba tiempo que
perder.
Al acometer la fiera, l hombre volvise para hacerle frente con
su ftil lanza, ya que debi comprender que resultaba intil tratar de
huir.
Mientras tanto, haba sacado yo la pistola de los rayos r y al
precipitarme sobr el tharban estuve a punto de estrellarme con el
aparato. Creo que fue ms suerte que destreza, pero acert al
disparar, y mientras le vi revolverse en el suelo, comenc a trazar
circunferencias con el avin alrededor del hombre y termin por
aterrizar a su lado.
Era el primer ser humano que haba visto desde la captura de
Duare y deseaba interrogarle. Iba solo y armado con armas
primitivas; por consiguiente, estaba completamente a mi merced.
No s por qu no ech a correr, ya que el avin deba, lgicamente,
aterrarle. Se limit a quedarse parado mientras yo avanzaba hacia l
en mi aparato, hasta detenerme a su lado. Podra muy bien ocurrir
que estuviese paralizado por el terror. Era un hombrecito de
aspecto insignificante, con un taparrabos tan voluminoso que pareca
casi una faldilla. Llevaba en el cuello varios collares de piedras
de diversos colores y sus brazos y piernas aparecan adornados con
brazaletes de ndole parecida. La larga y negra cabellera iba
peinada en dos moos que le caan sobre las sienes y se adornaba la
cabeza con pequeas plumas, ofreciendo el aspecto de un conjunto de
flechas sobre el blanco de los disparos. Llevaba espada, lanza y
cuchillo de caza.
Cuando descend del avin y avanc hacia l, se ech atrs y alarg el
brazo armado de la lanza, en actitud amenazadora.
-Quin eres? -me pregunt-. No quiero matarte, .pero si te acercas
ms tendr que hacerlo. Qu buscas aqu?
-No pretendo hacerte dao -le tranquilic-. Slo deseo
hablarte.
Nos expresbamos en el lenguaje universal de Amtor.
-Y de qu quieres hablar conmigo? Pero primero quiero que me
digas por qu mataste al tharban que estaba a punto de
devorarme.
-Precisamente para que no te matase y te devorase.
Movi l la cabeza, con un gesto d duda.
-Es extrao. No me conoces; no somos amigos; por tanto, por qu me
has salvado la vida?
-Porque los dos somos seres humano -le dije.
-Es una razn -admiti-. Si todos los hombres pensaran lo mismo,
nos trataramos mejor de lo que nos tratamos ahora. Pero a pesar de
todo, muchos de nosotros tendran miedo. Qu es eso en que vas
montado? Ahora me doy cuenta de que no es un ser vivo. Cmo no se
cae al suelo y te mata?
No dispona ni del tiempo ni del deseo de explicarle los
elementos cientficos de un avin y me limit a explicarle que se
mantena en el aire porque yo lo deseaba as.
-Debes ser un hombre extraordinario! -dijo con admiracin-. Cmo
te llamas?
-Carson. Y t?
-Lula -repuso, aadiendo- Carson es un nombre extrao para un
hombre. Suena ms a nombre de mujer.
-Ms que Lula? -le pregunt, conteniendo una sonrisa.
-Oh, ya lo creo! Lula es un nombre muy masculino y a m me parece
muy dulce. No crees?
-Desde luego -le asegur-. En dnde vives. Lula?
Seal hacia la direccin de donde haba venido yo, despus de
renunciar a encontrar un pueblo por aquella parte.
-Vivo en el pueblo de Houtomai, en el Can Angosto.
-Qu distancia hay hasta all?
-Cosa de dos kloobod -calcul.
Dos kloobod! Deban ser unas cinco millas de nuestro sistema
lineal y haba yo estado vagando por aquellos contornos, una y otra
vez, sin descubrir signo alguno de pueblo.
-Hace poco me encontr con un pequeo grupo de mujeres-guerreras
armadas de espadas y lanzas -le dije-. Sabes dnde viven?
-Puede que vivan en Houtomai -repuso-; o en algn otro pueblo.
Oh, nosotros, los Samary, tenemos muchos pueblos y somos muy
poderosos! Era una de aquellas mujeres muy corpulenta y alta, con
una gran cicatriz en la mejilla izquierda?
-Realmente no tuve mucho tiempo para observarlas con
detenimiento -le dije.
-Bueno, lo comprendo. Si te hubieras acercado demasiado a ellas
te habran matado. Pero acaso fuera ella. Bund podra acompaarlas y
de ser as te asegurara que procedan de Houtomai. Vers, Bund es mi
esposa. Es muy fornida, y, realmente, tiene derecho a ser la
jefe.
Realmente dijo jong que quiere decir rey; pero me parece mejor
denominacin la de jefe para una tribu salvaje, y dado el breve
trato que haba tenido con las damas de los Samary, creo ms oportuno
llamarlas as.
-Te importara llevarme a Houtomai? -le pregunt.
-Oh, eso s que no! -exclam-. Te mataran y, despus de haberme
salvado la vida, no quiero exponerte a tal peligro.
-Y por qu me iban a matar? -inquir-. Yo no les hice nada
malo.
-Eso poco importa para las mujeres de los Samary -me asegur-. No
les gustan los hombres y matan a todo hombre extrao que hallan en
esta comarca. A nosotros tambin nos mataran si no tuvieran miedo de
que se extinguiera la raza. Ocasionalmente matan a algunos de
nosotros cuando se irritan demasiado. Ayer mismo, Bund intent
matarme; pero pude escapar corriendo y he permanecido escondido
desde entonces. Supongo que se le habr pasado el enfado y pienso
volver.
-Y si capturan a una mujer extranjera? -le pregunt-. Qu haran
con ella?
-La convertiran en esclava y la obligaran a trabajar.
-Y la trataran bien?
-A nadie tratan bien excepto a ellas mismas. Parece como si slo
ellas tuvieran derecho a vivir -aadi con resentimiento.
-Pero no la mataran verdad?-persist-. Crees que podran
matarla?
Se encogi de hombros.
-Acaso s. Tienen muy mal carcter y cuando los esclavos cometen
alguna falta, los maltratan; a veces hasta matarlos.
-Te gusta mucho Bund? -le interrogu.
-Que si me gusta Bund? A qu hombre le va a gustar una mujer? La
odio; las odio a todas. Pero qu puedo hacer? Tengo que vivir y si
me fuera a otro pas, me mataran. Si me quedo aqu y procuro
complacer a Bund, se me alimenta y me protegen, y tengo donde
dormir. Claro que tambin los hombres tenemos nuestros
esparcimientos de vez en cuando. Podemos hacer tertulia, charlar
mientras confeccionamos sandalias, y, a veces, jugamos; desde
luego, todo ello cuando las mujeres estn fuera, de caza o
merodeando.
Al fin y al cabo, esto es mejor que la muerte.
-Me ocurre algo, Lula, y no s si rogarte que me ayudes. Ya
comprenders que los hombres debemos ayudarnos.
-Qu pretendes de m?
-Que me conduzcas a Houtomai.
Me mir receloso y pareci dudar.
-No olvides que te salv la vida -le record.
-Eso es cierto -repuso-. Te debo algo... Tengo contigo una deuda
de gratitud. Pero, para qu deseas ir al pueblo?
-Quiero averiguar si mi esposa est all. Unas mujeres-guerreras
la raptaron esta maana.
-Y por qu quieres recobrarla? A m me gustara que alguien se
llevara a Bund.
-Acaso no me comprendas, Lula -le dije-; pero quiero recobrarla.
Me ayudars?
-Lo ms cerca que te podra llevar sera a la desembocadura del Can
Angosto -me prometi-. Pero no te puedo conducir hasta el pueblo.
Nos mataran a los dos, y en cuanto a ti, te matarn tan pronto te
presentes en el pueblo. Si tuvieras el pelo negro, acaso podras
pasar inadvertido; pero con ese extrao pelo amarillo te descubrirn
en el acto. Si tu cabello fuese negro podras deslizarte al
anochecer y meterte en una de las cuevas destinadas a los hombres,
pasando inadvertido durante bastante tiempo; aunque alguna mujer te
viera sera igual, porque slo se preocupan de sus hombres.
-Pero los hombres me rechazaran?
-No, a ellos les divierte engaar a las mujeres.
-A todos nos hara mucha gracia. Qu lstima que no tengas el
cabello negro!
A m tambin me hubiera gustado en aquellos momentos tener el
cabello negro, para poder penetrar en el pueblo. De pronto se me
ocurri una idea.
-Lula, viste alguna vez un anotar? -le pregunt sealando al
avin.
Neg con la cabeza.
-No, nunca.
-Te gustara verlo de cerca?
Contest afirmativamente y yo me encaram en mi asiento,
invitndole a seguirme. As que estuvo sentado a mi lado, le ajust
las correas de seguridad explicndole para qu eran.
-Te gustara pasear un poco en mi aparato? -le pregunt.
-Por el aire? Claro que no!
-Entonces, slo un paseto.
-Eso s.
-Muy bien -le promet- slo un paseto.
Maniobr hasta ponernos en direccin al viento. Luego
arrancamos.
-No muy aprisa! -grit haciendo ademn de saltar fuera, pero sin
conseguir desatarse las correas. Estaba tan atareado en esta ltima
operacin que no levant la mirada durante breves segundos, y cuando
lo hizo, ya nos encontramos a cien pies de altura y ascendamos
rpidamente. Mir a su alrededor, lanz un grito y cerr los ojos.
-Me has engaado! -grit-. Me dijiste que slo bamos a dar un
paseto.
-Y eso estamos haciendo -repuse-. Yo no te promet que no iramos
por el aire.
Era una treta burda, hay que admitirlo as, pero estaba en juego
algo ms importante que mi propia vida y saba, adems, que aquel
infeliz no corra peligro.
-No tienes por qu asustarte -le tranquilic-. Vas muy seguro.
Abre los ojos y mira. Te acostumbrars en seguida, y luego te
gustar.
Lo hizo as y aunque al principio dej escapar algunas
exclamaciones, termin por mostrar inters y no haca ms que mover la
cabeza de un lado para otro, a fin de descubrir paisajes
conocidos.
-Ests aqu ms seguro de lo que pudieras estarlo en suelo firme
-le dije-. Ni las mujeres, ni los tharbans pueden atraparte.
-Veo que tienes razn -admiti.
-Adems, debes estar muy orgulloso, Lula.
-Por qu?
-Que yo sepa, eres la tercera persona que ha volado en anotar,
excepto los klangan, y a esos no les tengo por seres humanos.
-No lo son; son pjaros que saben hablar. Adnde me llevas?
-Ahora voy a decrtelo. Pienso descender -repuse, a la vez que
comenzaba a trazar circunferencias sobr la planicie en que mat al
animal para comer, antes de que capturasen a Duare. Unas cuantas
bestias roan los restos de la res, pero se asustaron y echaron a
correr al acercarse el avin para aterrizar.
Salt al suelo, cort algunos trozos de la carne que quedaba y me
acomod de nuevo en el aeroplano. Lula ya era un entusiasta
aeronauta y a no ser por el cinturn que le sujetaba se hubiera
precipitado al espacio, en uno de sus ambiciosos intentos de verlo
todo en cualquier direccin. De pronto se dio cuenta de que no
avanzbamos hacia Houtomai.
-Eh! -grit-. Te equivocas de direccin! Houtomai esta por all.
Dnde vas?
-Voy a cambiar el color de mi cabello.
Me mir aterrado. Creo que comenz a recelar que iba por los aires
en compaa de un luntico. Se qued en actitud expectante y
observndome con el rabillo del ojo. Volv hacia el Ro de la Muerte,
donde recordaba haber visto una isla llana y baja, y haciendo
funcionar los pontones para el agua, descend sobre sta y me met en
una pequea ensenada. Luego de maniobrar un poco consegu atar el
avin a un rbol utilizando una cuerda, rogando despus a Lula que
saltara al suelo y encendiera fuego. Poda haberlo hecho yo mismo,
pero aquellos hombres primitivos saban ejecutarlo con una celeridad
que a m me resultaba imposible.
Arranqu de un arbusto unas cuantas hojas que parecan de cera, y
cuando el fuego estuvo bien encendido, cog la mayor parte de la
grasa y la deposit sobre las hojas lentamente y con cuidado. Me
llev la operacin ms tiempo del que haba pensado; pero al fin
dispona del suficiente ungento. Mezcl un poco de holln con el
lquido obtenido y me frot con todo ello el pelo, mientras Lula me
contemplaba atnito. De vez en cuando utilizaba la tranquila
superficie de la pequea ensenada a modo de espejo, y cuando hube
completado mi transformacin me lav la cara y las manos, utilizando
la ceniza como leja para quitarme la grasa. Ahora no slo pareca,
sino que me senta otro hombre. Me asombr el hecho de que en medio
de todas aquellas incidencias casi me haba olvidado de mis
heridas.
-Lula, ahora sube al anotar y vamos a ver si damos con Houtomai
-le dije.
El despegue del ro result bastante excitante para el amtoriano,
ya que tuvo que ser largo, debido a la corriente que nos arrastraba
por todas partes; pero al fin nos hallamos en el aire y en direccin
a Houtomai. Tuvimos algunas dificultades en localizar el Can
Angosto, ya que desde aquel punto visual el terreno tomaba un nuevo
aspecto a los ojos de Lula; mas al fin lanz una pequea exclamacin y
seal abajo. Mir hacia all y vi un estrecho can con acantilados pero
no descubr pueblo alguno.
-Dnde est el pueblo? -pregunt.
-All mismo -repuso, aunque yo aun no vea nada-. No puedes ver
muy bien las cuevas desde aqu.
Entonces comprend. Houtomai era un pueblo cuyos habitantes vivan
en cuevas. No era extrao que hubiese recorrido aquellos contornos
sin localizarlo. Comenc a describir circunferencias en el aire para
estudiar el terreno. Estaba a punto de anochecer y tena ya mi plan.
Confiaba en que Lula me acompaase al Can y me mostrase la cueva en
que habitaba. Solo, no poda haberla hallado nunca y tema que, de
permitirle descender prematuramente del avin, podra ocurrrsele
escapar a su casa en seguida, y aparte de los posteriores disgustos
que ello me ocasionara, perdera su ayuda y cooperacin.
Crea haber hallado un lugar relativamente seguro para dejar el
avin y cuando comenz a anochecer aterric, acercndolo a una arboleda
y atndolo lo mejor que pude, aunque me desagradaba
extraordinariamente tener que abandonar objeto tan precioso en
aquel salvaje pas. No es que temiese que pudieran ocasionarle
desperfectos los animales, porque estaba seguro de que tendran
demasiado miedo de acercarse, pero ignoraba cul sera la reaccin de
cualquier ser humano ignorante, si lo encontraba. De todos modos,
no caba otra alternativa. Poco despus que se hizo de noche, Lula y
yo llegamos al Can. No fue una excursin muy agradable; por todas
partes resonaban rugidos de fieras, y Lula pareca querer
escabullrseme, como si comenzase a arrepentirse de su precipitada
promesa de ayudarme y presintiera lo que pudiera ocurrirle si se
descubra que haba llevado al pueblo a un extrao. Tuve que estar
tranquilizndole constantemente con la promesa de que le protegera y
de que me hallaba dispuesto a jurar y perjurar, por todo lo ms
sagrado de Amtor, que nunca le haba visto, en el caso de que las
mujeres me sometieran a un interrogatorio.
Llegamos sin incidentes al pie de las rocas en que estaban las
cuevas le los houtomayanos. En el suelo ardan dos hogueras; una
mayor, y otra ms pequea. Alrededor de la mayor se agrupaban algunas
mujeres; las unas, tendidas; las otras, en cuclillas; y algunas, de
pie. Gritaban y rean, mientras cortaban en pedazos un animal que
haban asado en la hoguera. Alrededor de la hoguera ms pequea
congregbanse unos cuantos hombrecillos; estaban muy callados y
cuando hablaban lo hacan en voz baja. De vez en cuando alguno
soltaba una risita y entonces todos dirigan temerosas miradas hacia
las mujeres; pero stas no les prestaban ms atencin que si hubieran
sido un rebao de corderos.
Lula me condujo a aquel grupo de hombres.
-No digas nada y procura no atraer la atencin-me avis.
Me qued rezagado detrs de los que se agrupaban alrededor de la
hoguera, procurando mantener oculta la cara en las sombras. O cmo
daban a Lula la bienvenida y comprend por sus ademanes que a todos
les una la camaradera de la desgracia. Escudri a mi alrededor para
ver si descubra a Duare, pero no la vi.
-Cmo est el humor de Bund? -o que preguntaba Lula.
-Peor que nunca -replic uno de ellos.
-Fueron bien hoy los merodeos y la caza? Oste hablar de ello a
las mujeres? -continu Lula.
-Volvieron satisfechas -le contestaron-. Ahora tenemos carne
abundante y Bund trajo a una esclava que captur. Con ella estaba un
hombre al que mataron, y vieron una cosa de lo ms extrao que cabe
imaginar. Segn lo que decan, hasta las propias mujeres se asustaron
un poco, y, por lo visto, pusieron pies en polvorosa.
-Oh, ya s de qu se trata! -dijo Lula-; era un anotar.
-Y cmo sabes lo que era? -pregunt un hombre.
-Pues..., pues..., todo ha sido una broma ma -disculpse Lula con
voz temblorosa.
Sonrea al comprender que la vanidad de Lula haba estado a punto
de traicionarle; adems, sonre tambin tranquilizado al comprobar que
haba descubierto el pueblo que buscaba y que Duare se encontraba
all. Pero, dnde? Me hubiera gustado interrogar a aquellos
individuos; pero si Lula no confiaba en ellos, cmo iba yo a
hacerlo? Hubiera querido gritar el nombre de Duare para hacerle
saber que me encontraba all, ansioso de ayudarla. Deba creerme
muerto, y conociendo como conoca a Duare, saba que sera capaz
desquitarse la vida en un impulso de desesperacin. Tena que buscar
el medio de comunicarme con ella. Me acerqu a Lula y cuando estuve
lo suficientemente prximo, le susurr:
-Vamos; quiero hablarte.
-Lrgate de mi lado; yo no te conozco -balbuce Lula.
-Sabes que ests mintiendo, y si no vienes contar a todos dnde
has estado toda la tarde y que me trajiste aqu.
-Oh, no puedes hacer eso! -repuso Lula, temblando.
-Entonces, sgueme.
-Bueno -asinti Lula, levantndose y alejndose de la hoguera hacia
la oscuridad.
Seal a la otra hoguera.
-Esa. es Bund? -le pregunt.
-S; esa bestia que est de espaldas -contest Lula.
-Se encontrar la nueva esclava en la cueva de Bund?
-Probablemente.
-Sola?
-No; Bund habr hecho custodiarla por otra esclava de su
confianza para que no se escape.
-Dnde est la cueva de Bund?
-All arriba, en la tercera terraza.
-Llvame all -le orden.
-Ests loco, o crees que lo estoy yo?
-Se te permite andar por all, no es cierto?
-S; pero no debo acercarme a la cueva de Bund sin que ella me
llame.
-No tienes necesidad de llegar; slo acrcate conmigo lo
suficiente para mostrarme la cueva.
Dud un instante, rascndose la cabeza.
-Bueno -dijo por fin-; despus de todo, as me deshar de tu
persona; pero no olvides que me prometiste no decir que fui yo
quien te trajo al pueblo.
Le segu y trepamos por una maltrecha escala, llegando a la
primera, y luego, a la segunda terraza; pero cuando estbamos a
punto de remontar la tercera, se asomaron arriba dos mujeres, y
Lula fue presa de pnico.
-Vamos! -murmur nervioso, cogindome del brazo.
Me condujo por un sendero angosto que corra enfrente de las
cuevas, llegando hasta el extremo, donde se par tembloroso.
-Escapamos de milagro! -murmur-. A pesar de tu cabello negro,
tienes poco aspecto de samariano; eres tan alto y fuerte como una
mujer, y ese objeto que pende de tu cinturn... Mejor ser que lo
tires. Aqu nadie lo usa. Te digo que debes tirarlo.
Se refera a mi pistola; la nica arma que haba trado, adems del
excelente cuchillo de caza. La ocurrencia era digna de la candidez
de Lula. Era verdad que su posesin delatara mi impostura; pero el
no tenerla implicaba mi seguro vencimiento. No obstante, me las
arregl para ocultar el arma bajo k pequea piel que penda de mi
cintura.
Mientras aguardbamos a que las mujeres se apartaran, contempl la
escena que se ofreca abajo y fij particularmente la atencin en el
grupo de mujeres congregadas alrededor de la hoguera. Eran
arquetipos en su gnero; anchas de espaldas, amplio trax y miembros
de gladiador. Hablaban con voz ronca y rean ruidosamente,
profiriendo groseras, burlas y chanzas. El fuego arrojaba su luz de
plano sobre sus cuerpos casi desnudos y sus masculinos rostros. No
dejaban de ser hermosas con su corta cabellera y su tez bronceada;
pero aunque posean, hasta cierto lmite, el tipo de mujer, no
ostentaban signo alguno de feminidad. En realidad no daban la
impresin de mujeres, y con esto queda dicho todo. Mientras las
estaba observando, dos de ellas se pusieron a discutir y a
insultarse groseramente; luego comenzaron a pelear, y, ciertamente,
no lo nacan como mujeres. Ni se estiraban del pelo, ni se araaban.
Peleaban como dos gladiadores.
Qu diferente era el otro grupo congregado alrededor de la
hoguera pequea! Contemplaban la pelea furtivamente, con timidez de
ratones, a distancia. En comparacin con el de las mujeres, su
cuerpo era pequeo y frgil, blanda su voz y suaves sus
movimientos.
Ni Lula ni yo aguardamos a ver quin sala triunfante del torneo.
Las dos mujeres que haban interrumpido nuestra marcha se alejaron a
una terraza inferior, permitindonos trepar al prximo nivel, en el
que se encontraba la cueva de Bund. Cuando nos hallamos en el
caminillo del tercer piso, Lula me dijo que la cueva de Bund era la
tercera a la izquierda. Una vez cumplida su misin, dispsose a
marcharse.
-Dnde estn las cuevas de los hombres? -le pregunt, antes de que
se alejase.
-En la terraza de ms arriba.
-Y la tuya?
-La ltima de la izquierda -repuso-. Ahora me voy all. Ojal no te
vuelva a ver nunca!
Hablaba con voz quebrada y temblaba como una hoja. Me pareca
imposible que un hombre hubiera podido llegar a tan lamentable
estado de temor a causa de una mujer.
Y, no obstante, le haba visto enfrentarse con el tharban en
actitud realmente valerosa. March pensativo hacia la cueva de Bund,
la mujer-guerrera de Houtomai.
III
Las cuevas de Houtomai
El senderillo que corra ante las cuevas escarpadas en que vivan
los habitantes de Houtomai era bastante angosto e incmodo; pero las
moradas cumplan su misin, y como sus inquilinos no estaban
acostumbrados a otra cosa, deban sentirse satisfechos. Las cueva
eran de construccin sencilla, pero prctica. Haban clavado en
orificios, practicados en las rocas, rectos troncos de rbol que
sobresalan unos dos pies. Tales troncos aparecan trabados con
otros, sujetos con tiras de cuero.
El camino resultaba manifiestamente angosto, si se miraba hacia
el fondo del precipicio, y no haba balaustradas. Luchar en sitio
parecido deba ser embarazoso de veras. Mientras tales pensamientos
pasaban por mi mente, me fui acercando a la entrada de la tercera
cueva de la izquierda. Reinaba el silencio, y el interior estaba
oscuro como boca de lobo.
-Quin hay ah dentro? -llam.
Pronto fluy una adormecida voz de mujer:
-Quin es?
-Bund dice que bajen a la nueva esclava -contest.
O moverse algo dentro de la cueva, y casi en el acto se present
en la entrada una mujer con el pelo revuelto. Haba demasiada
oscuridad para observar sus facciones, y lo nico que me preocupaba
en aquellos momentos era que estuviese lo bastante somnolienta para
que el timbre de mi voz no despertara sus sospechas, ya que me
pareca que no sonaba como el de los hombres que haba odo hablar
all. Aunque no me haca gracia parecerme a ellos, procur cambiar el
timbre, imitando el de Lula.
-Para qu la necesita Bund? -inquiri.
-Y yo qu s?
-Es extrao -objet-; Bund me orden que no deba dejarle salir de
la cueva bajo ningn concepto. Ah, aqu llega Bund!
Mir hacia abajo. La lucha haba terminado y las mujeres ascendan
hacia las cuevas. La posicin en que me encontraba en aquel angosto
pasadizo era de lo ms incmodo para defenderme y comprend que en
tales circunstancias no poda hacer nada por Duare; en consecuencia,
me escabull con la mayor presteza y naturalidad que pude.
-Me parece que Bund debi cambiar de pensamiento -dije a la mujer
mientras volva la espalda para dirigirme a la escalerilla que
conduca al piso superior.
Por fortuna la mujer estaba aun medio dormida, y sin duda en
aquellos momentos no pensaba en otra cosa que en reanudar su sueo.
Murmur algo sobre lo extrao que le pareca todo aquello, pero, antes
de que pudiera hacer ms comentarios, me march.
No me cost mucho tiempo trepar hacia el pasadizo de arriba,
correspondiente a las cuevas de los hombres, y una vez all, me
dirig a la ltima de la izquierda. Reinaba en ella una oscuridad
completa y el olor que exhalaba era prueba de que estaba mal
aireada desde haca muchas generaciones.
-Lula! -susurr.
O un gruido.
-Otra vez t? -me pregunt con voz compungida.
-Tu viejo amigo Carson, en persona -repliqu-. Parece que no te
alegra verme.
-Claro que no! Esperaba no volverte a ver jams y que te hubieran
matado a estas horas. Cmo no te mataron? Por lo visto te quedaste
poco all. A qu has venido?
-Me entraron ganas de ver a mi amigo Lula -repuse.
-Y te irs en seguida?
-Esta noche, no; acaso maana.
Volvi a gemir.
-Que no te vean salir maana de aqu! -me rog-. Oh! Por qu te dira
dnde estaba mi cueva?
-S; cometiste una estupidez, Lula; pero no te preocupes. Si me
ayudas, no te ocasionar ningn disgusto.
-Ayudarte! Ayudarte a arrancar a tu mujer de las manos de Bund!
Pero si van a matarme!
-Bueno, no nos consternemos ms hasta maana. Los dos necesitamos
dormir. Pero no me traiciones, Lula. Como lo hagas, le contar a
Bund todo lo ocurrido. Dime: ests solo en esta cueva?
-No; la ocupan conmigo dos hombres ms. Pronto llegarn. Cuando se
presenten, no vuelvas a dirigirme la palabra.
Callamos los dos y no tardamos en escuchar murmullo de pasos a
fuera; e instantes despus, entraron lo dos individuos. Venan
engolfados en una conversacin que continuaron una vez dentro.
-Me peg, y por eso he callado; pero poco antes de subir, o cmo
hablaban de ello las mujeres. Casi todas' haban entrado ya en sus
cuevas. Ocurri poco antes de que bajramos de la cueva a encender el
fuego para la cena, al anochecer. Haba salido de la cueva para
bajar cuando lo vi.
-Y por qu te peg tu mujer?
-Me dijo que menta y que no le gustaban los mentirosos, y que si
deca mentiras semejantes, me iba a encontrar con lo que no me
esperaba; pero luego otras dos mujeres afirmaron que era
verdad.
-Y qu dijo entonces tu mujer?
-Que me iba a dar una paliza de todos modos.
-Y a qu se pareca aquello?
-A un gran pjaro; slo que no mova las alas. Vol sobre el mismo
Can Angosto y las mujeres que lo vieron aseguraban que era lo mismo
que estaba en el suelo, cuando capturaron a la nueva esclava
mataron al hombre del pelo amarillo.
-Debe ser el anotar del que hablaba Lula.
-Pero si dijo que hablaba en broma!
-Cmo iba a hablar en broma sobre una cosa que no haba visto
nunca? Todo esto es muy extrao, eh, Lula? -Nadie contest-. Eh,
Lula? -volvi a llamarle.
-Estoy durmiendo -repuso Lula.
-Pues mejor ser que despiertes. Queremos saber algo de ese
anotar -insisti el otro.
-Yo no s nada; no lo vi ni sub a ese anotar nunca.
-Quin te ha dicho que hayas subido? Cmo iba a poder volar un
hombre por el aire?
-Vaya que puede! -exclam Lula-. Dos hombres pueden ir dentro;
acaso cuatro, y vuela hacia donde se quiere.
-Cre que no sabas nada sobre el asunto.
-Quiero dormir -advirti Lula.
-Nos vas a contar lo que sepas del anotar, o se lo digo a
Bund.
-Oh, Vyla! No hars eso! -gimi Lula.
-S que lo har -insisti Vyla-. Lo mejor que puedes hacer es
contrnoslo todo.
-Si te lo cuento, me prometes no decir nada?
-Te lo prometo.
-Y t, Ellie? Me lo prometes tambin?
-No te iba a delatar, Lula; debas saber que soy incapaz de eso
-le asegur Ellie.
-Vamos, cuntanoslo, Lula! -le anim Vyla.
-Pues s que lo he visto, y he volado en l... He subido hacia el
horizonte.
-Ests mintiendo, Lula -le amonest Vyla.
-Te aseguro que no -insisti Lula-; y si no me crees, que te lo
explique Carson.
-Y quin es Carson? -pregunt Vyla.
-Es el que hace volar el anotar -explic Lula.
-Y cmo se lo vamos a preguntar? Me parece que sigues mintiendo,
Lula. Te ests acostumbrando a mentir.
-No miento, y si no me crees, puedes preguntrselo a Carson. Est
aqu mismo, en la cueva.
-Qu? -preguntaron los dos a una.
-Lula no miente -intervine yo-. Aqu estoy para aseguraros que
Lula vol en el anotar, y si a vosotros os gustase volar, los llevar
maana, si me ayudis a salir de aqu sin que me descubran las
mujeres.
Rein un perodo de silencio; luego Ellie habl algo
atemorizado.
-Qu dira la Jad si lo supiera? -pregunt.
Jad era el jefe.
-Le prometiste no decir nada a la Jad -le record Lula.
-No tiene necesidad de saberlo, a no ser que alguno de vosotros
se lo digis -terci-; y como lo haris dir que los tres lo sabais y
os habais confabulado conmigo para matarla.
-No puedes hacer eso! -grit Ellie.
-S que lo har; pero si me ayudis, no tiene necesidad de saberlo
y podris dar un paseo en el anotar.
-Me dara miedo -dijo Ellie.
-No tienes por qu tener miedo -intervino Lula con tono
alentador-. Yo no lo tuve. Desde arriba se ve el mundo de golpe y
nadie puede atraparlo a uno. Entonces s qu no tena a los tharbans
ni siquiera a Bund!
-Me gustara subir -dijo Vyla-; si Lula no tiene miedo, nadie
puede tenerlo.
-Si t subes, yo tambin -prometi Ellie.
-Pues subir -afirm Vyla.
Seguimos hablando un poco ms y, por ltimo, antes de dormirnos
les formul algunas preguntas referentes a las costumbres de las
mujeres, y me inform de que la caza y merodeo era lo primero que
hacan por la maanas; dejaban en el pueblo una pequea guardia de
guerreros para protegerlo. Me enter asimismo de que las esclavas
trabajaban todas las maanas, y mientras los grupos de caza se
dedicaban a su faena, ellas recogan lea para el fuego y traan agua
a las cuevas utilizando cntaros de barro. Tambin ayudaban a los
hombres en el trabajo de confeccionar sandalias, faldillas,
ornamentos y loza.
A la maana siguiente me qued en la casa hasta que se hubieron
marchado de caza las partidas de merodeo; entonces descend por la
escalerilla hasta el suelo firme. Ya saba a qu atenerme respecto a
las mujeres y confiaba en no suscitar sospechas entre ellas, ya que
los hombres tenan all tan escasa importancia que apenas eran
capaces las mujeres de identificar a otro nombre que no fuese el
suyo; pero no estaba tan seguro respecto a ellos.
Media docena de mujeres-guerreras paseaban por en medio del Can,
mientras los hombres y las esclavas se dedicaban a sus ocupaciones.
Observ que algunos de ellos me miraban, al llegar yo abajo y
dirigirme a un grupo de esclavas que estaban trabajando; pero no se
me acercaron.
Procur apartarme de los hombres dentro de lo posible,
aproximndome en cambio a las mujeres. Busqu a Duare; mi corazn lata
de angustia al no descubrir rastro de ella, y pens que hubiera sido
preferible acudir a la cueva en su busca. Algunas de las esclavas
mirbanme intrigadas.
-Quin eres? -me pregunt una de ellas.
-Debas saberlo -repuse, y me alej dejndola boquiabierta.
De pronto aparecieron unas cuantas esclavas con brazadas de lea
y entre ellas descubr a Duare. Mi corazn dio un salto al verla.
Aguard el instante crucial en que haba de pasar delante y present
cul iba a ser la expresin de sus ojos al reconocerme. Poco a poco
se fue acercando; y cuanto ms cerca estaba mayor era mi angustia.
Cuando se hallaba a un par de pasos, me mir de frente; luego sigui
su camino sin dar muestra alguna de haberme reconocido. Mi primera
reaccin fue de asombro, luego de indignacin y me volv hacia ella,
murmurando:
-Duare!
Se par y se me qued mirando.
-Carson! -exclam-. Qu te ha pasado?
Me haba olvidado del color negro de mi cabello y las terribles
heridas de mi rostro, una de las cuales me cruzaba de la sien a la
mejilla. Era natural que no me hubiese reconocido.
-Oh, pero no te mataron! No te mataron, no te mataron! Cre que
te haban asesinado! Dime...
-Ahora no, querida -repuse-. Primero tenemos que marcharnos de
aqu. .
-Pero, cmo? Cmo podremos huir si todos nos vigilan?
-Sencillamente, echando a correr. Creo que no se nos presentar
mejor ocasin.
Mir a mi alrededor. Las mujeres de guardia an no: se haban dado
cuenta. Eran los seres superiores que miraban con desprecio a las
esclavas y a los hombres.
Yo march, acompaado de mis forzados seguidores, a un lugar por
el que tenan que pasar las esclavas. Cuando lo hicieron, sentme
tranquilizado al comprobar que Duare iba tambin entre ellas. Al
cruzar junto a m, la rodeamos entre los tres, ocultndola en lo
posible de las miradas de las mujeres-guerreras, y, en seguida, les
orden marchar en direccin a la desembocadura del Can Angosto. No s
qu hubiera dado en aquellos momentos por poseer un espejo, pues
senta vehementes deseos de enterarme de lo que pasaba detrs; pero
no me atreva a volver la cabeza por miedo a despertar sospechas de
que lo que estbamos haciendo era algo anormal. Era una cuestin de
vida o muerte y todas las precauciones resultaban pocas. Jams me
parecieron tan largos los minutos, pero finalmente alcanzamos la
boca del Can, y entonces fue cuando comenzaron a gritarnos las
mujeres con voz ronca.
-Eh, vosotros! Adonde vais? Volved en seguida!
Entonces, los tres hombrecillos se pararon en seco y comprend
que era ya imposible mantener en secreto nuestro propsito. Cog
fuertemente de la mano a Duare y seguimos la marcha. Ahora ya poda
volver la cabeza. Lula, Vyla y Ellie tornaron en direccin a sus
amas, y tres mujeres avanzaban por el Can en persecucin
nuestra.
Cuando se dieron cuenta de que dos de los llamados no atendan a
su requerimiento y seguan andando, comenzaron a gritar de nuevo, y
al ver que no les hacamos caso, volvieron a llamarnos a gritos. En
seguida iniciaron una carrera veloz. Estaba seguro de que podramos
mantener la distancia. No obstante, tenamos que alcanzar el avin
con tiempo para desatarlo antes de que nos alcanzasen.
Cuando salimos de la desembocadura del Can Angosto y entramos en
el ms ancho del que era continuacin, llegamos a terreno ms llano
que se extenda en la misma direccin que desebamos seguir. En el
paisaje aparecan, de vez en cuando, grupos esplndidos de rboles y
pronto divisamos el anotar, que representaba la salvacin para
nosotros. Pero en aquel preciso momento, e interceptando nuestro
paso, aparecieron tres tharbans, a un par de centenares de
yardas.
IV
Tierras nuevas
La presencia de aquellas tres grandes fieras que nos
interceptaron el paso era lo ms descorazonador que caba esperar.
Claro qu tena mi pistola, pero sus rayos mortferos, al igual que
nuestras balas, no aniquilan a veces instantneamente, y aunque
consiguiera matarlos, la tardanza que ello implicara permitira que
nos alcanzasen las mujeres. Ya oamos sus gritos y tem que sus voces
pudieran atraer hacia all alguno de los grupos de cazadoras. Me
hallaba positivamente en un aprieto.
Por fortuna, an no haban salido del Can Angosto. De pronto,
surgi en mi mente el recurso para escapar de ellos y de los
tharbans. Ante nosotros apareci un grupo de rboles de denso
follaje, que constituan un escondite ideal. Ayud a Duare a subir a
una rama baja y me encaram tras ella. Una vez arriba nos dedicamos
a esperar. Podamos atisbar a travs de las ramas, pero era dudoso
que nadie pudiera descubrirnos.
Los tres tharbans haban presenciado nuestra escapatoria y se
dirigieron hacia el rbol, pero cuando las mujeres-guerreras se
hicieron ostensibles por el Can Angosto, las fieras ya no nos
prestaron atencin a nosotros, sino a las mujeres. Primero vi cmo
stas nos buscaban por todas partes, y cuando los tharbans avanzaron
hacia ellas retrocedieron por el Can Angosto, seguidas de las tres
bestias, y as que todos hubieron desaparecido, Duare y yo saltamos
al suelo y nos dirigimos hacia el avin.
Omos los rugidos de los tharbans y los gritos de las mujeres
cada vez ms dbiles, mientras corramos veloces hacia el anotar. Lo
que momentos antes semejaba casi una catstrofe se haba convertido
en nuestra salvacin, ya que ahora no tenamos que temer que nos
persiguieran los del pueblo. Mi nica obsesin era el aeroplano, y
grande fue mi alivio al divisarlo y comprobar que estaba indemne.
Cinco minutos ms tarde nos encontrbamos en el aire y la aventura de
Houtomai perteneca al pasado. No obstante, cun cerca nos habamos
hallado de lo que para m significaba la muerte y para Duare la
esclavitud. Si las mujeres-guerreras se hubieran detenido un
momento para cerciorarse de que estaba muerto, las cosas hubieran
tomado un rumbo totalmente distinto. Siempre cre que el temor que
les produjo el anotar, tan extrao ante sus ojos, fue lo que les
hizo huir prestamente. Duare me cont que hablaban mucho entre ellas
del aparato cuando volvieron al pueblo, y que parecan muy
inquietas, recelando que fuese alguna bestia feroz que pudiera
perseguirlas.
No nos faltaron los temas de conversacin mientras maniobraba en
el aire tratando de localizar alguna pieza de caza, pues haca dos
das que no haba probado bocado y Duare apenas comi durante el
perodo de su esclavitud en manos de Bund. Duare no apartaba d m su
mirada y me tocaba para asegurarse de que viva realmente; tan
segura haba estado de que me mataron aquellas mujeres.
-No hubiera sobrevivido mucho, Carson, si no vuelves -me dijo-.
Muerto t, no me hubiera interesado la vida, y menos an en la
esclavitud. Slo esperaba una ocasin para matarme.
Localic a un rebao de animales que parecan antlopes y sacrifiqu
a uno de ellos de manera parecida al da anterior, pero en esta
ocasin Duare mantuvo la vigilancia mientras yo descuartizaba a la
vctima. Luego nos dirigimos a la isla en la que acampamos Lula y yo
para convertirme en hombre moreno. En esta nueva visita, despus de
condimentar y comer de la res que haba cazado, hice con mi cabello
la operacin contraria. De nuevo nos sentimos felices y contentos.
Nuestras recientes zozobras parecan ya muy remotas; tal es la
presteza con que el espritu humano olvida los desconsuelos.
A Duare le preocupaban mucho mis heridas e insista en lavrmelas.
l nico peligro era la infeccin, ya que no disponamos de medio
alguno para desinfectarlas. Claro que exista menos peligro que en
la Tierra, donde el exceso de poblacin y los medios de transporte,
cada da mayores, han incrementado el nmero de bacterias malignas.
Asimismo, el suero de la longevidad que me inoculara Danus, poco
despus de mi llegada a Amtor, me proporcionaba considerable
inmunidad. Yo no estaba muy preocupado; pero Duare no haca ms que
pensar en ello. Como se haba entregado por entero al cario que flua
en ella de un modo natural, me haca objeto de su devocin y
solicitud, como la expresin ms pura del amor.
Ambos nos sentamos agotados por todo lo que habamos sufrido y
decidimos permanecer en la isla, por lo menos hasta el da
siguiente. Estaba yo seguro de que all no haba seres humanos ni
fieras peligrosas, y por primera vez desde haca muchos meses
podamos reposar sin inquietudes. Fueron aquellas veinticuatro horas
las ms perfectas que haba pasado.
Al da siguiente partimos de la pequea isla con verdadero
sentimiento y nos dirigimos hacia el Sur, a lo largo del valle del
Ro de la Muerte, en direccin al ocano al que sabamos que haba de
desembocar. Pero cmo sera aquel ocano? Qu existira ms all? A dnde
dirigirnos en aquel vasto mundo?
-Acaso encontremos alguna otra islita -sugiri Duare-, y podamos
quedarnos a vivir felices para siempre.
No me atrev a decirle que nuestra situacin poda ser desesperada
al cabo de unos meses. Me hallaba en un callejn sin salida. Era
imposible volver a Vepaja; saba perfectamente que ahora preferira
ella morir a separarse de mi lado y, por otra parte, estaba seguro
de que Mintep, su padre, me mandara ajusticiar tan pronto cayera en
sus manos. Mi primer impulso, al desear llevar a Duare a Vepaja,
fue mi sincera creencia de que, fuera cual fuese mi suerte, se
sentira ella mucho ms feliz y a salvo que no vagando en aquel mundo
hostil y sin patria. Pero ahora pensaba de distinta manera, pues
saba que los dos preferiramos la muerte a vernos separados para
siempre.
-Ya haremos una cosa u otra -le dije-; y si hallamos un lugar en
Amtor en el que podamos encontrar paz y seguridad, nos instalaremos
en l.
-Aun tenemos por delante cincuenta aos antes de qu el anotar se
destruya -objet ella riendo.
No tardamos mucho en ver aparecer una gran extensin de agua
frente a nosotros, cosa que me confirm presto que, al fin, habamos
llegado al mar.
-Volemos sobre l y vayamos en busca de nuestra isla -me alent
Duare.
-Primero debemos proveernos de agua y alimentos -suger.
Haba acondicionado los restos de la carne entre las grasientas
hojas que recog en la islita, seguro de que se conservara varios
das; pero, naturalmente, no bamos a comer la carne cruda y como no
podamos condimentarla mientras volbamos, no caba otro recurso que
aterrizar y asarla. Tambin deseaba recoger alguna fruta, nueces y
ciertos tubrculos que crecen casi por todas partes en Amtor y que
eran muy agradables y nutritivos, incluso comindolos en su estado
natural.
Divis una planicie que se extenda detrs del Ro de la Muerte.
Estaba bordeada de bosque a un lado y vease cruzada por un
riachuelo que proceda de las montaas e iba a desembocar en el ro
mayor. Aterric cerca del bosque, con la esperanza de encontrar las
frutas y nueces que buscaba. No me vi defraudado en mis esperanzas.
Hice acopio de tales frutos, encend fuego, transport unas brasas al
avin y acerqu ste al riachuelo. All estbamos en una situacin
despejada y podamos dominar visualmente el pas qu nos rodeaba en
todas las direcciones, sin correr el peligro de vernos sorprendidos
por hombres o fieras. Anim el fuego y cocin la carne mientras Duare
vigilaba. Asimismo llen de agua el tanque que llevaba el aeroplano.
Ahora disponamos de alimentos y agua suficiente para varios das, y
dominados por la inquietud exploradora, partimos hacia el mar,
cruzando sobre el gran delta del Ro de la Muerte, que poda
rivalizar con el Amazonas.
Duare interesse mucho, desde el principio, en el funcionamiento
del avin. Le expliqu la finalidad y modo operativo de las distintas
piezas de control, aunque hasta entonces ella ro lo haba hecho
funcionar sola. Ahora, la dej probar, ya que comprenda que deba
conocer su funcionamiento, ante la eventualidad de tener que
mantenernos en el aire largos perodos, en un viaje transocenico. Yo
tendra que dormir y ello sera imposible mientras volbamos, a menos
qu Duare supiera guiar el avin. Manejar un aeroplano, en pleno
vuelo, en condiciones atmosfricas normales, no es mucho ms difcil
que andar por tierra firme. Slo requiere unos minutos para dotarse
de la suficiente confianza en s mismo, y en el caso de Duare, todo
quedara reducido a inspirarle tal confianza en el avin. Estaba
convencido de que la prctica la enseara e hice volar alto el
aparato, a fin de que tuviera tiempo para echar yo una mano, caso
de cualquier eventualidad.
Volamos toda la noche, mantenindose Duare en el control un
tercio de la jornada, y cuando amaneci, divis tierra firme. Hacia
Este y Oeste las copas de los rboles y el follaje se extendan ante
nuestros ojos alzndose a miles de pies para perderse en la capa de
nubes que flota constantemente sobre Amtor como un refuerzo de la
defensa de la otra capa superior contra l intenso calor del Sol
que, de otra manera, hubiera abrasado la superficie del
planeta.
-El aspecto de esta comarca me resulta familiar -dije a Duare,
cuando despert.
-Qu quieres decir?
-Me parece que es Vepaja. Iremos bordeando la costa, y si no me
equivoco, descubriremos el puerto natural donde el "Sofal" y el
"Sovong" estaban anclados el da en que te raptaron, y a Kamlot y a
m nos apresaron los klangan. Estoy seguro d que lo reconocera si lo
viera.
Duare no dijo nada. Guard silencio un rato, mientras bamos
bordeando la costa. De pronto, divis el puerto.
-Ah est! -dije-. Esto es Vepaja, Duare.
-Vepaja! -murmur.
-Ya hemos llegado, Duare. Quieres quedarte?
Ella movi la cabeza.
-Sin ti, no -repuso.
Me inclin hacia ella y la bes.
-Entonces, a dnde vamos?
-Oh, sigamos la marcha al azar! Cualquier direccin ser lo
mismo.
El avin segua ahora una ruta ligeramente desviada hacia el Oeste
y me limit a continuar tal ruta. El mundo que tenamos delante nos
era desconocido; pero continuando tal rumbo, nos apartaramos de las
regiones antrticas y nos adentraramos en la zona templada del
Norte. En la direccin opuesta estaba la sede del thorismo, donde
slo poda esperarnos el cautiverio y la muerte.
Al acabar el da, nicamente se ofreca a nuestros ojos el montono
Ocano sin lmites. El avin funcionaba admirablemente y no poda
ocurrir de otro modo, puesto que en su construccin se haban
utilizado los tcnicos mejores de que poda disponer Havatoo. Los
planos eran mos, ya qu los aeroplanos eran totalmente desconocidos
en Havatoo, hasta que yo llegu; pero los materiales, el motor y el
combustible, eran totalmente amtorianos. En cuanto a los primeros,
difcilmente podra alcanzar en la Tierra una duracin semejante; el
motor constitua una maravilla en su sencilla solidez, fuerza y
durabilidad, combinados con extraordinaria ligereza; y en cuanto al
combustible, ya lo describ. En sus lneas externas, el avin era,
poco ms o menos, parecido a los que yo conoca o haba manejado en la
Tierra. Tena espacio para cuatro personas, dos delante y otras dos
en un compartimiento trasero. El aparato poda ser manipulado desde
cualquiera de los cuatro puestos. Como dije en otra ocasin, se
trataba de un aparato anfibio.
Combat la monotona de la jornada instruyendo a Duare en las
operaciones de aterrizaje y despegu aprovechando la suave brisa del
Oeste. Tenamos que prestar gran atencin a causa de los fuertes
golpes de aire, algunos de los cuales podran destrozar el avin
fcilmente, constituyendo su aparicin un verdadero peligro.
Cuando lleg la noche, el vasto escenario qued matizado por la
suave y misteriosa penumbra nocturna con que la Naturaleza ha
dotado a aquel planeta sin luna. El mar pareca extenderse a lo
infinito, con su eterno oleaje, y resplandeciendo dbilmente. Ni
tierra ni barcos, ni seres vivientes en la pavorosa serenidad de la
perspectiva; slo nuestro aparato silencioso, y nosotros dos, tomos
infinitesimales, errbamos por el espacio infinito. Duare se me
acerc un poco ms. El sentimiento de compaa constitua un consuelo en
aquella inmensa soledad.
Durante la noche se levant viento del Sur y, al amanecer,
descubr cmulos de nubes que rodaban sobre nosotros. La atmsfera
haba refrescado. Resultaba evidente que estbamos ponindonos en
contacto con el extremo de una tormenta del polo Sur. No me
agradaba el aspecto de la niebla. Dispona de instrumentos para
conducir el avin a ciegas, pero de qu iban a servirnos en un mundo
cuya topografa ignorbamos? No me sent inclinado a esperar que
cambiase el ambiente y se despejase la niebla que cubra la
superficie del mar. En consecuencia, determin modificar nuestro
rumbo y volar hacia el norte de la niebla. Fue entonces cuando
Duare seal hacia delante.
-Es eso tierra firme? -pregunt.
-Realmente, tiene todo el aspecto de serlo -le dije, mirando
fijamente.
-Acaso sea nuestra isla soada -sugiri ella, riendo.
-Vamos a cerciorarnos antes de que la niebla lo cubra. Siempre
podremos defendernos de la niebla si se hace demasiado espesa.
-La idea de pisar el suelo otra vez no me disgusta -observ
Duare.
-S -asent-, ya hemos visto demasiada agua.
Al acercarnos a la costa, divisamos algunos montes a lo lejos y
hacia el noroeste algo que pareca uno de aquellos gigantescos
bosques de los que cubren el territorio de Vepaja.
-Oh, ah veo una ciudad! -exclam Duare.
-Efectivamente, es un puerto. Se trata de una ciudad grande. Qu
gente vivir en ella?
Duare hizo un gesto de duda.
-Cualquiera sabe. Al noroeste de Vepaja hay una poblacin qu se
llama Anlap. La he visto en el mapa. Se encuentra entre Trabol y
Strabol. Los mapas lo sealan como una isla muy grande, pero nadie
sabe exactamente cmo es. Strabol no ha sido bien explorado.
Recelaba yo qu ningn pas de Venus haba sido explorado por
completo, cosa que no me extraaba. La mayor parte de las personas
con quienes haba hablado crean que el planeta era una especie de
bandeja flotante en un mar gneo. Presuman que su circunferencia
mayor estaba en lo que yo juzgaba al Polo Sur y en sus mapas el
Ecuador. No apareca ni como una simple nota. Ni siquiera soaban en
la existencia de otro hemisferio. Con mapas basados en tales
errores, era lgico que todo quedase trastornado; por eso sus cartas
geogrficas resultaban intiles y los navegantes no osaban alejarse
de las aguas conocidas y raras veces perdan de vista la costa.
Al acercarnos a la poblacin me di cuenta de que estaba
amurallada y slidamente fortificada. Posteriores observaciones
pusieron en evidencia que vease atacada en aquellos momentos .por
poderosas fuerzas. El zumbido de los caones amtorianos llegaba a
nuestros odos dbilmente. Divisamos a los defensores de la muralla y
ms all de stas vimos al enemigo. Largas columnas de hombres
acordonaban la ciudad, llevando escudos que eran de un metal
relativamente inmune contra los rayos-T y cuyo empleo deba dar a
los ataques ms movilidad de lo corriente en las operaciones blicas
terrestres, con el empleo de balas. En realidad era como si cada
soldado llevara su propia trinchera. Las tropas podan ser
transportadas a cualquier parte del campo d batalla en plena
actividad de disparos y con un mnimo de bajas.
Al cruzar sobre la ciudad cesaron los disparos casi por
completo. Vimos miles de rostros que se alzaban para mirarnos y me
imagin cul sera el asombro que habra suscitado el avin en la ment
de aquellos miles de soldados y poblacin civil, ninguno de los
cuales poda explicarse la ndole de aquella especie de pjaro
gigantesco que se cerna silencioso sobre ellos. Como todas las
partes del aeroplano, fuese madera, metal u otra materia, haban
sido revestidas de una sustancia protectora contra tales rayos-T,
me senta muy seguro y volaba a corta distancia de las fuerzas
contendientes, comenzando a trazar crculos en el aire y a descender
sobre las murallas de la ciudad. Entonces, me asom al exterior e
hice un signo con la mano. Surgi de todas las bocas un gran gritero
y luego guardaron silencio. Poco despus, comenzaron a parar contra
nosotros.
El avin estaba acorazado contra los rayos mortferos, pero Duare
y yo no, y, en consecuencia, me apresur a elevarme y dirigir el
aparato hacia el interior del pas para explorarlo. Volamos sobre
las lneas combatientes y su blico campamento; divisamos una
carretera ancha que corra hacia el suroeste y por la que discurran
fuerzas dirigindose al lugar en que haba acampado el cuerpo de
ejrcito; veanse largas hileras de vagones transportados por grandes
animales parecidos a elefantes; hombres cabalgando en extraas
bestias y enormes caones de rayos-T, constituyendo el caracterstico
equipo militar de un poderoso ejrcito.
Viramos hacia el norte. Quera obtener alguna informacin sobre
aquel pas y el carcter de sus habitantes. Por lo que ya haba visto,
pareca una poblacin de inclinaciones blicas; pero en alguna parte
deba existir alguna ciudad pacfica y hospitalaria en la que los
extranjeros fueran tratados con consideracin. Intentaba hallar
alguna persona aislada a la que poder interrogar, sin correr riesgo
ni Duare ni yo. Intentar un aterrizaje hubiera sido temerario,
especialmente despus de haber disparado contra nosotros.
La actitud de los defensores de la ciudad haba sido ms amistosa,
pero no poda arriesgarme a aterrizar sin saber algo ms sobre tales
sujetos. Aparte de que no hubiera sido muy cuerdo tomar tierra en
una ciudad asediada por fuerzas poderosas y que poda ser asaltada
en cualquier momento; lo que Duare y yo necesitbamos era
tranquilidad y no guerra.
Recorr buen espacio de territorio sin divisar ser humano; pero,
al fin, localic a un individuo que sala de un can montaoso a
algunas millas de distancia hacia el norte del campamento militar
ya mencionado. Al descender nuestro avin sobre l, levant la cabeza.
No ech a correr, se detuvo y le vi sacar la pistola.
-No dispares! -le grit-. Somos amigos!
-Qu queris? -repuso tambin a gritos.
Descend an ms, trazando circunferencias, y aterric a un par de
centenares de yardas de donde se hallaba.
-Deseo hacerte algunas preguntas.
Se acerc a nuestro aparato con manifiesta audacia, pero
conservando el arma preparada ante cualquier eventualidad. Salt de
mi asiento y sal a su encuentro, levantando la mano derecha para
asegurarle que no iba armado. Levant l la izquierda... No quera
arriesgarse demasiado, pero aquel gesto era demostrativo de
amistosa actitud o, al menos, de carencia de hostilidad.
Sus labios esbozaban una ligera sonrisa al verme descender del
avin.
-De modo que eres un verdadero ser humano -me dijo-. Al
principio cre que formabas parte integral de ese objeto, sea lo que
sea. De dnde vienes? Qu quieres de m?
-Somos extranjeros -repuse-. No sabemos siquiera ni en qu pas
nos encontramos y quiero informarme de cul es la actitud de los
nativos respecto a los extranjeros y si existe alguna ciudad en la
que pueda ser recibido hospitalariamente.
-Esto es Anlap -afirm el desconocido- y nos hallamos en el reino
de Korva.
-Qu ciudad es esa que se halla hacia el mar? Haba all una gran
batalla.
-Viste la batalla? -inquiri-. Cmo se desarrolla? Cay la
ciudad?
Pareca mostrar ansiedad por nuestra rplica.
-La ciudad no se ha rendido -le dije-, y sus defensores parecen
muy animados.
Dej escapar un suspiro y su ceo aclarse de pronto.
-Y cmo voy a estar seguro de que no sois espas zanis?
-pregunt.
Me encog de hombros.
-Comprendo tus dudas; pero te aseguro que no lo somos. Ni
siquiera s qu es zani.
-Me parece que no lo eres -rectific presto-. Pero no adivino de
dnde puedes ser con ese pelo amarillo. Desde luego, no eres de
nuestra raza.
-Bueno, y qu hay de las preguntas que quiero formularte? -objet,
sonriendo.
Me devolvi la sonrisa.
-Tienes razn. Deseas conocer la disposicin de los habitantes de
Korva respecto a los extranjeros y el nombre de la ciudad que se
encuentra cerca del mar. Pues te contestar. Antes de que los zanis
se apoderaran del gobierno hubieras sido tratado bien en cualquier
ciudad de Korva; pero ahora han cambiado las cosas. Sanara, la
ciudad por la que me preguntas, te recibira cordialmente. An no ha
cado bajo la dominacin de los zanis. Ahora estn tratando de
dominarla, y si capitula, habr cado el ltimo reducto de la libertad
en Korva.
-Eres de Sanara? -le pregunt.
-S, ahora lo soy. Siempre he vivido en Amlot, la capital, antes
de que los zanis tomaran el poder. Luego no pude volver all, porque
he peleado contra ellos.
-Hace muy poco vol sobre un gran campamento, situado al sur d la
ciudad -le dije-. Eran las fuerzas zanis?
-S. Hubiera dado cualquier cosa por poderlas ver. Cuntos hombres
calculas que habra?
-No s exactamente; pero es una gran concentracin y procedentes
del sur van llegando ms soldados y armamentos.
-De Amlot -explic-. Oh, si pudiera verlo!
-S que puedes -le dije.
-Cmo?
Le seal el avin y pareci echarse un poco atrs, pero fue slo un
instante.
-Perfectamente -replic-. No tendrs que arrepentirte de tu
amabilidad. Puedes decirme cmo te llamas? Yo me llamo Taman.
-Y yo, Carson.
Me mir con curiosidad.
-De qu pas procedes? Nunca vi a un amtoriano con el pelo
amarillo.
-Es una historia un poco larga de contar -repuse-. Basta saber
que no soy amtoriano; vengo de otro mundo.
Caminamos hacia el avin, y, mientras tanto, se guard la pistola.
Cuando llegamos al aparato, vio a Duare por primera vez y observ en
l cierto gesto de sorpresa que disimul admirablemente. Sin duda
alguna era un hombre de refinada educacin. Les present y le dije
cmo poda acomodarse en el asiento de atrs y ajustarse el cinturn
salvavidas.
Desde luego, no pude ver su rostro en el momento de despegar;
pero ms tarde me confes que lleg a creer que haba llegado su ltima
hora. Le conduje en seguida al campamento zan y sobre la ancha
carretera que comunicaba con Amlot.
-Esto es maravilloso! -exclamaba una y otra vez-. Lo puedo ver
todo! Puedo incluso contar los batallones y los caonee y los carros
de combate!
-Pues cuando te canses de ver, avsamelo -le advert.
-Me parece que ya he visto bastante -replic-. Pobre Sanara! Cmo
va a poder resistir a tales hordas? Y pensar que no puedo volver
para revelar lo que acabo de ver! A estas horas, la ciudad debe de
estar rodeada de fuerzas. Sal de all hace cosa de un ax.
El ax es equivalente a veinte das amtorianos o un poco ms de
veintids das y once horas de la Tierra.
-La ciudad est cercada por completo -le dije-. Dudo que pudieras
infiltrarte entre las lneas enemigas durante la noche.
-Podras t...? -pregunt, luego de titubear.
-Si podra, qu? -repuse, aunque adivinaba la naturaleza de su
pregunta.
-Pero no -rectific-; sera pedir demasiado a un extranjero.
Arriesgaras tu vida y la de tu compaera.
-Existe algn espacio lo bastante ancho para poder aterrizar
dentro de las murallas de Sanara? -inquir.
Se ech a rer.
-Veo que me has adivinado -dijo-. Cunto espacio necesitaras?
Se lo expliqu.
-S -dijo-; cerca del centro de la ciudad hay un gran espacio
donde tienen efecto nuestras carreras. All podras
bajar fcilmente.
-Un par de preguntas ms -suger.
-Dime. Pregntame lo que quieras.
-Tienes la suficiente influencia con las autoridades militares
para garantizar nuestra seguridad personal? Estoy pensando sobre
todo en mi esposa en estos momentos.
-Te doy la palabra de un hombre de alta alcurnia de que bajo mi
proteccin no tendris nada que temer -me asegur.
-Y que se nos permitir salir de la ciudad cuando queramos y que
no tocar nadie nuestro avin ni tratar de retenernos?
-Otra vez te doy mi palabra, garantizando todo lo que me acabas
de pedir -me dijo-; pero me parece que te exijo demasiado, teniendo
en cuenta tu condicin d extranjero.
-Qu opinas t, Duare? -le pregunt, volvindome hacia ella.
-Me parece que me va a gustar Sanara -repuso.
Cambi el rumbo del avin y nos dirigimos al puerto de Korva.
V
Sanara
Taman mostrse agradecido, pero no hasta el extremo de hacerse
empalagoso. Comprend desde el primer momento que iba a ser un
excelente camarada, y estaba asimismo seguro de que Duare tena de l
la misma impresin. Raras veces se mezclaba ella en las
conversaciones sostenidas con desconocidos. Los viejos atavismos de
la hija de un jong no podan olvidarse fcilmente. No obstante, habl
con Taman durante el trayecto hacia Sanara, formulndole muchas
preguntas.
Cuando cruzamos por encima de las lneas zanis comenzaron a
disparar contra nosotros, pero volbamos demasiado alto para que sus
disparos pudieran ser eficaces, incluso con un avin que no
estuviera acorazado. Taman y yo habamos estudiado la manera de
aterrizar. Yo tema que los defensores de la ciudad se aterrasen
ante la presencia del aparato que intentaba descender,
especialmente procediendo, como procedamos, de territorio enemigo.
Conceb un plan que a l le pareci viable. Escribi unas lneas en un
trozo de papel, que atamos a una de las grandes nueces que
llevbamos entre nuestras provisiones. Realmente, lo que termin por
hacer fue escribir una serie de notas que atamos a diferentes
nueces. En cada una de las notas deca que iba en el anotar que vean
volar, y rogaba al comandante de las fuerzas que despejaran el
campo de las carreras para que pudisemos bajar. Caso de que leyeran
las notas y se nos permitiera aterrizar, deberan enviar al
mencionado campo soldados con banderas desplegadas que deban agitar
en el aire cuando nos viesen acercarnos. Esto cumpla dos
finalidades: darnos a entender que no dispararan contra nosotros e
indicarnos la direccin del viento en el campo.
Arroj las notas sobr la ciudad con breves intervalos y luego
levant el vuelo para ponerme a salvo, en espera del resultado de
nuestro plan. Divisaba el campo de aterrizaje. Haba demasiada gente
para aterrizar con seguridad. De todos modos, lo nico que podamos
hacer era aguardar las seales. Mientras lo hacamos, Taman nos seal
distintos lugares interesantes de la ciudad: parques, edificios
pblicos, cuarteles y el palacio del Gobernador. Me dijo que el
sobrino del jong viva all ahora y gobernaba como jong y que su to
estaba prisionero de los zanis, en Amlot. Corra el rumor de que el
jong haba sido ajusticiado. Los defensores de Sanara teman a los
zanis, pero tambin al sobrino del jong, porque no confiaban en l y
no le deseaban como gobernador permanente.
Volamos sobre la ciudad cosa de una hora, antes de que
obtuviramos alguna indicacin de que haban recibido nuestras notas;
luego, observ cmo fuerzas militares hacan salir del campo a la
gente. Aquello era de buen augurio. Despus, una docena de soldados
provistos de banderas se dirigieron a uno de los extremos del campo
y comenzaron a acotarlos. Entonces inici yo nuestro descenso en
forma de cerrada espiral, ya que no quera aproximarme demasiado a
las murallas por miedo de que me alcanzasen los disparos de los
zanis.
Al mirar hacia abajo, divis a la gente que acuda a los
alrededores del campo, procedentes de todas las direcciones. Deba
de haberse extendido como un reguero de plvora la noticia de
nuestro aterrizaje. Acuda la gente en compacta masa, bloqueando las
calles, y confi que hubieran enviado fuerzas suficientes para
evitar que se precipitasen en el campo y destrozasen nuestro avin.
Mostrbame yo tan receloso, que volv a elevarme y dije a Taman que
escribiese otra nota pidiendo ms fuerzas para que custodiasen
debidamente el avin. Lo hizo as y volv a descender, arrojando la
nota al campo, que cay cerca de un grupo que, segn me dijo Taman,
estaba constituido por oficiales. Cinco minutos ms tarde, vimos a
un batalln completo que entraba en el campo y se apostaban en su
periferia.
Resultaba extrao que aquellos soldados no dieran muestras de
terror. Permanecieron inmviles, casi sin respirar, hasta que l avin
se detuvo. Entonces, comenzaron a gritar dndonos la bienvenida.
Resultaba agradable comprobar que, al fin, se nos reciba
cordialmente en alguna parte, ya que nuestras anteriores
experiencias nos haban evidenciado que los extranjeros eran raras
veces bien acogidos en una ciudad de Amtor. Desde que ,pis el suelo
de Vepaja, me haba dado cuenta de esto, ya qu aunque se me dio
acogida, fui, de hecho, convertido en prisionero del jong durante
cierto perodo de tiempo.
As que se hubo apeado Taman del avin, ayud a Duare a hacer lo
mismo, y cuando salt ella y pudieron verla todos, cesaron los
gritos de entusiasmo y sigui un momento de profundo silencio. Luego
se iniciaron de nuevo las ovaciones, que en este ltimo caso fueron
en honor d Duare. Comprend que no se haban podido imaginar que un
tercer pasajero del avin pudiera ser una mujer, hasta que la
vieron. Al darse cuenta de su sexo y dada su indiscutible belleza,
su entusiasmo acreci. Desde aquel momento me compenetr con la gente
de Sanara.
Varios oficiales se aproximaron al avin y comenzaron los saludos
y presentaciones de rigor. Evidenci en seguida la deferencia con
que trataban a Taman y me congratul de mi buena suerte al haberme
captado el agradecimiento de un personaje. Ms tarde pude
cerciorarme de que no me haba equivocado.
Mientras haba estado operando para aterrizar, me di cuenta de la
presencia de unos grandes animales, semejantes a los que
transportaban los carros de asalto de las fuerzas zanis, los cuales
estaban apartados a un lado del campo, detrs de 'la gente. Algunas
de tales bestias entraban en aquellos momentos en el campo y se
acercaron al avin, hacindolo hasta l lmite que pudieron conseguir
sus conductores, ya que dieron evidentes muestras de temor en
presencia de aquel extrao aparato. Por primera vez poda observar
plenamente a un gantor. Este animal es ms corpulento que el
elefante de frica, y sus patas son muy semejantes a las de tal
animal, pero slo en esto se parecen. Poseen una cabeza similar a la
del toro, armada de un solo cuerno, de un pie de largo, que le sale
del centro de la frente. Su hocico es grande y sus poderosas
mandbulas estn armadas de grandes dientes. Su lomo es, por la parte
de atrs, breve y de color tostado, con lunares blancos; mientras le
cubra la parte delantera y el cuello una espesa melena oscura; el
rabo era como el del toro, y las pezuas eran de tres dedos
callosos.
El conductor de cada animal se sentaba sobre las melenas de la
espalda y detrs del largo y ancho lomo del animal descansaba un
cubilete, capaz de acomodar a una docena de personas. Tal era, en
lneas generales, la descripcin que caba hacerse del primero de
aquellos animales que vea de cerca. Ms tarde, pude observar que
existan diversas formas de cubiletes y el que nos transportaba a
Duare, Taman y a m, desplazndonos del campo, era muy ornamentado y
propio para cuatro personas. Cada gantor llevaba adosada una
escalerilla, y as que el conductor de cada animal lo hubo
aproximado cuanto pudo al avin, salt al suelo y apoy la escalerilla
al dorso del animal. Por tales escalerillas subieron los pasajeros,
encaramndose en los cubiletes. Observ interesado todas aquellas
maniobras, preguntndome cmo iba a volver a su puesto el
conductor.
Pronto qued satisfecha mi curiosidad. Cada conductor coloc la
escalerilla en su lugar, y luego se puso frente al animal dando una
orden de mando. El animal baj en el acto la cabeza hasta rozar casi
el suelo con el hocico, con el cuerno casi en posicin horizontal, a
unos tres pies del suelo. El conductor encaramse en el cuerno y dio
otra orden; el gantor levant la cabeza y el conductor trep hasta
situarse en su puesto sobre el lomo.
Los cubiletes de los otros gantors estaban llenos de oficiales y
soldados que constituan nuestra escolta, yendo unos delante y otros
detrs, y saliendo del campo para avanzar por la ancha avenida. Al
pasar, las gentes levantaban las manos en gesto de saludo con el
brazo extendido, formando un ngulo de unos cuarenta y cinco grados
y con palmas cruzadas. Observ que aquello slo lo hacan cuando
pasaban delante de nuestro gantor y pronto me inform de que era un
saludo dedicado a Taman, el cual corresponda inclinando la cabeza a
derecha e izquierda. Comprend que era un hombre prominente.
La gente de la calle iba ataviada con la sencilla vestimenta
peculiar de Amtor, cuyo clima suele ser caluroso y salobre, y
aparte esta vestidura, usaban dagas y espadas; las mujeres lo
primero, y los hombres ambas cosas. Los soldados ostentaban, adems,
pistolas, metidas en fundas ajustadas a su cintura. Eran gentes
limpias, atractivas y de rostro agradable. Los edificios que daban
a la avenida eran estucados, pero no pude colegir el material de
que estaban construidos. Sus lneas arquitectnicas eran sencillas,
pero atrayentes, y a pesar de la sencillez de su trazado, los
arquitectos haban conseguido tal diversidad de contrastes que
resultaban gratos a la vista.
Seguimos la marcha y entramos en otra avenida de edificios
mayores y ms bellos, pero con la misma concepcin sencilla. Al
acercarnos a un edificio algo ms amplio, Taman dijo que era el
palacio del Gobernador, en el que viva el sobrino del jong, que
rega los destinos de la ciudad en ausencia de su to.
Nos detuvimos frente a otra amplia mansin, situada exactamente
frente al palacio del Gobernador.
A la puerta haba soldados de guardia. La puerta era enorme y
situada en el centro. Saludaron a Taman y la abrieron de par en
par. Nuestra escolta se haba situado previamente detrs y nuestro
conductor hizo entrar el enorme animal por la puerta, avanzando por
un amplio corredor, hasta arribar a un espacioso patio en el que
haba flores, rboles y surtidores. Aquel era el palacio de
Taman.
Hombres armados salieron del anterior de la mansin, a los que,
naturalmente, no conoca, pero que resultaron ser oficiales,
servidumbre y esclavos del palacio, todos los cuales dieron la
bienvenida a Taman con extremada deferencia, pero con manifiesta
sinceridad afectiva.
-Informad a la janjong que he llegado con huspedes -orden Taman
a uno de los oficiales.
Janjong quiere decir literalmente hija del jong, o sea,
princesa. Es el ttulo oficial que se da a la hija del jong durante
la vida de ste, pero tambin se sigue empleando por cortesa luego
que el jong fallece.
El tanjong, hijo del jong, es prncipe.
El propio Taman nos acompa a nuestras habitaciones,
comprendiendo que desearamos lavarnos antes de ser presentados a la
janjong. Algunas esclavas se encargaron de atender a Duare, y un
esclavo me indic dnde estaba el cuarto de bao, trayndome servicio
para mi aseo.
Nuestras habitaciones eran tres con dos baos, y estaban
bellamente decoradas y amuebladas. A Duare debi parecerle un
paraso, ya que desde que fue raptada del palacio de su padre, haca
cosa de un ao, no haba conocido confort ni refinamiento.
Cuando estuvimos listos, se present un oficial y nos condujo a
un saloncito del mismo piso, pero situado en el lado opuesto del
palacio. 'All nos esperaba Taman. Me explic cmo bamos a ser
presentados a la janjong, y cuando le comuniqu el ttulo que
ostentaba Duare, comprob que se complaca de veras, a la vez que se
mostr sorprendido. En cuanto a m, le dije que me presentara como
Carson de Venus. Desde luego, la palabra Venus no tena ninguna
significacin, pues el planeta es all conocido con el nombre de
Amtor. En seguida fuimos conducidos a presencia de la janjong. Las
frmulas de presentacin son en Amtor sencillas y concretas, sin
circunloquios de ninguna clase. La mujer ante cuya presencia se nos
llev era bellsima, y, al llegar nosotros, levantse sonriendo.
-Os presento a mi esposa Jahara, janjong de Korva-anunci Taman,
y volvindose a Duare, aadi-Te presento a Duare, janjong de Vepaja,
esposa de Carson de Venus -y tornndose a m-: Este es Carson de
Venus.
Todo fue sencillo, y claro est que Taman no dijo la palabra
"esposa", puesto que en ninguno de los pases que he conocido existe
frmula alguna de casamiento. Simplemente, las parejas acuerdan
vivir juntas, y por lo general son tan fieles el uno al otro como
los verdaderos casados de la Tierra se presupone que han de ser. Si
as lo deciden, pueden separarse y volver a escoger pareja; pero
esto ocurre raras veces Desde que se descubri el suero de la
longevidad, hay matrimonios que han vivido juntos durante mil aos
en perfecta armona. La palabra que emple Taman, en vez de esposa,
fue "ooljaganja", que quiere decir mujer de amor, la cual me agrad
mucho. Durante el transcurso de nuestra visita a Taman y Jahara
supimos muchas cosas sobre ellos y Korva. A continuacin de una
guerra desastrosa, en la que se agotaron los recursos de la nacin,
surgi un extrao culto, concebido y dirigido por cierto soldado raso
que se llamaba Mephis. Usurp todas las fuerzas del gobierno del
pas, se apoder de Amlot, la capital, y subyug a las principales
ciudades de Korva, con la excepcin de Sanara, en la que se
cobijaron muchos de los nobles bajo la proteccin de los leales.
Mephis hizo prisionero al padre de Jahara, que se llamaba Kord, rey
hereditario de Korva, porque no se humill a las exigencias de los
zanis que pretendan hacerle gobernar como un mu