La armadura del cristiano EFESIOS 6:10-17 Diseñado por: [email protected] Loida estaba sentada con su abuelita en el vestíbulo de la vieja casa que se le- vantaba en la hacienda. Habían termina- do su trabajo y podían ahora disfrutar de un descanso.- Este es el momento del día que más me gusta – decía Loida. El sol se escondía detrás de las monta- ñas, y coloreaba el cielo con suaves tintes rosados. A la distancia se podían oír las campanas de las vacas, y se per- cibía en el aire la fragancia de las flores que cubrían las enredaderas alrededor del vestíbulo. Loida vivía en la ciudad, pero pasaba la mayor parte de sus vaca- ciones de verano con su abuelita en el campo. ¡Cómo se divertía ayu- dando a recoger los hue- vos, juntar fruta y andan- do en su mansa yegua favorita! La abuelita tenía su Biblia abierta sobre su falda; había estado muy atareada durante el día, pero por la noche siempre tenía tiempo para contar una historia a la niña, o para contestar algunas de sus preguntas.- Abuelita – decía Loida, - la lección de la escuela sabática que estudiamos la semana pasada se refería a un milagro que su- cedió hace mucho tiempo. A mí no me parece que Dios haga cosas así de extraordina- rias en nuestro tiempo. ¿Viste tú alguna vez un milagro?- Sí, - contestó la abueli- ta, - puedo contarte de un milagro que sucedió en nuestra familia. Esto fue hace muchos años, y vivíamos en esta misma casa.- Por favor, abuelita cuénta- melo – dijo la niña, acomodándose en su silla.- En aquel entonces nos estába- UN MILAGRO PARA LOIDA mos estableciendo aquí – empezó a decir la señora. – Sólo habíamos edifi- cado una parte de esta casa, y tratába- mos de comprar las herramientas que necesitábamos para cultivar la tierra. Teniendo cuatro hijos que alimentar y vestir, parecía que nunca tendríamos dinero suficiente para comprar todo lo que necesitábamos. Pero confiábamos en Dios y éramos una familia feliz. “Abuelito trabajaba mucho, sembrando y cultivando las diferentes cosechas. Ese verano, el tiempo era desfa- vorable. Hacía mucho que no llovía y parecía que las cosechas iban a fracasar. Habíamos plantado un gran campo de papas y necesitá- bamos mucho el dinero que podíamos obtener al venderlas, ya que teníamos que pagar las cuentas, com- prar los alimentos y ropa para el invier- no. Puedes estar segura de que obser- vábamos con mucho cuidado esa plan- tación de papas.”- ¿Había una iglesia aquí en el campo entonces? – preguntó Loida.- No, no había iglesia cerca – con- testó la abuelita. – Había otras dos fami- lias cristianas en la región, pero vivían a varios kilómetros. A veces nos reunía- mos en una de las casas para el culto del sábado. “ Una mañana apreció una nube negra en el cielo. Pronto empezó a llover muy fuerte. Habíamos estado rogando a Dios que mandase lluvia, pues nuestras cosechas la necesitaban mucho. Abuelito vino corriendo del cam- po donde estaba trabajando. Dijo:“- Me siento muy agradecido por esta lluvia, pero espero que no