Sergio Serulnikov (2010)
REVOLUCIN EN LOS ANDES. LA ERA DE TPAC AMARU
La violencia de los hechos
Ningn evento conmovi los cimientos del orden colonial en
Hispanoamrica como el masivo levantamiento de los pueblos andinos
del Per a comienzos de la dcada de 1780. La regin afectada
representaba el corazn del imperio espaol en Sudamrica. Era un gran
espacio econmico atravesado por la ruta que una Lima con Buenos
Aires y que estaba articulado alrededor de Potos. La regin estaba
habitada mayoritariamente por poblaciones de habla aymara y
quechua, los descendientes de las grandes entidades polticas
precolombinas. Si bien muchos indgenas eran trabajadores mineros y
urbanos o arrendatarios de haciendas, la mayora estaba integrada a
comunidades que posean la tierra colectivamente y tenan sus propias
estructuras de gobierno. De estas comunidades, la Corona obtena su
ms estable fuente de recursos fiscales, el tributo, y la minera su
principal fuente de trabajo forzado, la mita. Fueron estas
comunidades las que constituyeron el ncleo del alzamiento. La
magnitud del acontecimiento desbord por completo a las milicias
locales. Regimientos del ejrcito regular debieron ser despachados
desde las distantes capitales virreinales, Lima y Buenos Aires.
Como con todo movimiento revolucionario de envergadura, iban a
surgir figuras carismticas cuyos nombres resonaran a lo largo y
ancho del continente. Dejaron tras de s mitos portentosos que han
impregnado la conciencia histrica y el imaginario poltico de los
pueblos de la regin: Jos Gabriel Condorcanqui o Tpac Amaru II; Toms
Katari y Julin Apaza. Detrs de estos hombres y estos hechos se
advierten los contornos de una idea, cuyo mensaje esencial a nadie
pudo escapar: restituir el gobierno a los antiguos dueos de la
tierra.
La violencia del tiempo
Los eventos de 1780 constituyen un momento insoslayable en la
historia de los pueblos andinos; como tal, asumieron muchas y
variadas encarnaciones a los largo del tiempo. En los aos
formativos de los estados que emergieron de la disolucin del
imperio espaol quedaron sumidos en el olvido o reducidos a un
episodio aislado. Por cierto, las nuevas elites peruanas y
bolivianas no fueron ciegas a las herencias culturales de las
poblaciones que gobernaban. Sin embargo, el exaltar las virtudes de
los andinos del pasado no fue bice para condenar el atraso de los
andinos del presente, y as justificar los regmenes de trabajo
forzado y la condicin de inferioridad jurdica que continuaba
abatindose sobre ellos. Incas s, indios no, es el lema que mejor
parece capturar el espritu de la poca. Habra que esperar ms de un
siglo para que 1780 dejara de ser una fecha en la historia de la
barbarie y se convirtiera en una fecha en la historia de la nacin.
Para mediados del siglo XX, la conjuncin de importantes cambios
polticos, el desarrollo de vigorosos movimientos populares y la
cada vez ms influyente prdica de intelectuales indigenistas y
marxistas, contribuyeron a la gestacin de una nueva narrativa. En
este nuevo clima de ideas, Tpac Amaru encontr un nuevo lugar. El
lder cuzqueo apareca ahora como una la encarnacin de la resistencia
de los americanos a la opresin colonial. Tambin la historia
acadmica particip de este proceso de reinvencin. En las dcadas del
40 y 50 Boleslao Lewin, Jorge Cornejo Bouroncle y Daniel Valcrcel
escribieron, sobre la base de arduas investigaciones de archivo,
los primeros estudios profesionales sobre el tema. La interpretacin
que informaba este relato aparece encapsulada en el propio ttulo de
algunos de sus libros: Tpac Amaru y los origenes de la emancipacin
americana(Lewin); Tpac Amaru, precursor de la independencia
(Valcrcel). Esta cacofona revela por s misma la profunda creencia
de la poca en los ntimos vnculos que habran unido a los movimientos
indgenas con la causa criolla. La vida til de esta interpretacin,
no obstante, result efmera. No hay duda de que en sus
pronunciamientos formales Tpac Amaru apelaba a nociones de
patriotismo americano o peruano y que algunos grupos hispnicos en
sus inicios favorecieron la insurreccin. Pero pronto, se tornara
evidente que los antagonismos sociales desencadenados por el
levantamiento eran tan inadmisibles para los peninsulares como para
los criollos. El anticolonialismo del movimiento no era en esencia
geopoltico sino tnico-cultural. Tena tambin un fuerte componente de
clase. A los ojos de las masas campesinas, la distincin entre
espaoles y criollos era irrelevante. Y adems la movilizacin autnoma
de millares de indgenas tenda irremediablemente a desarticular las
formas establecidas de autoridad, control econmico y deferencia
social. Para las dcadas de 1970 y 1980, pues, la revolucin
tupamarista encontr una nueva imagen y un nuevo destino. Mientras
las generaciones previas haban caracterizado el movimiento por lo
que lo asemejaba a la causa criolla, ahora se comenz a
caracterizarlo por lo que lo haca diferente. Vale decir: los
eventos de 1780 slo podan ser explicados por la existencia de una
cosmovisin propiamente andina. En el centro de esta cosmovisin se
hallaba una concepcin cclica del tiempo que presagiaba el retorno
de las civilizaciones pasadas y que conceba el cambio histrico como
el resultado de cambios cosmolgicos ms vastos. Lo que inspir a los
pueblos nativos en armas no fue la emancipacin poltica de Espaa
sino un ideal utpico: la proyeccin en el futuro de una idealizada
edad dorada del pasado. Y este ideal utpico era distintivamente
andino, una utopa andina. Buscando un Inca: identidad y utopa en
los Andes, es el ttulo que el ms sagaz historiador de la poca, el
peruano Alberto Flores Galindo, eligi para su libro. Manuel Burga y
Jan Szeminski titularon los suyos, respectivamente, Nacimiento de
una utopa: Muerte y resurreccin de los Incas y La utopa
tupamarista. Otros tiempos, otras cacofonas. Los estudios sobre la
utopa andina obedecieron a cambios en el campo historiogrfico,
tales como el creciente prestigio de la historia de las
mentalidades y la antropologa cultural. Pero el clima de ideas en
el que estos estudios florecieron era ms abarcativo y profundo. Los
conflictos que atravesaba la sociedad boliviana contempornea no
podan ser reducidos a la lucha de clases o al nacionalismo
populista: eran conflictos tnicos de matriz colonial. En el Per,
por su parte, los estudios sobre la utopa andina acompaaron la
aparicin de un fenmeno que dominara por mucho tiempo la agenda
poltica del pas: Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario
Tpac Amaru. Un consenso historiogrfico fue emergiendo desde
entonces: lejos de prefigurar el posterior movimiento
independentista, el levantamiento de 1780 hizo que la independencia
fuera aqu importada (precipitada por el arribo de los ejrcitos de
San Martn y Bolvar), tarda (Per y Bolivia fueron las ltimas
regiones de Sudamrica en hacerlo) y profundamente conservadora
(orientada a preservar, no a transformar, las jerarquas sociales
coloniales). La poca del Tpac Amaru criollo, estilizado, precursor
de la emancipacin, haba llegado a su fin. Para comienzos de los aos
noventa, tras casi medio siglo de investigaciones, congresos y
simposios, no era en verdad mucho lo que sabiamos sobre los motivos
que haban llevado a cientos de miles de indgenas a arriesgarlo
todo. Las tensiones socioeconmicas poco nos dicen acerca de cmo
imaginaban los insurgentes el nuevo orden de las cosas o por qu
actuaron como actuaron. Las estructuras mentales son un pobre
sustituto del reduccionismo econmico. En primer lugar, porque el
rango de creencias y expectativas durante la rebelin no pueden ser
reducidas a unos pocos rasgos comunes. No todos se alzaron porque
esperaban un nuevo inca. Pero, mas generalmente, porque los
sistemas de creencias culturales proveen el contexto de la
experiencia, no la experiencia misma. Reconstruir la experiencia
requiere restituir el significado. Y restituir el significado de la
experiencia tupamarista no requiere otra cosa que recuperar la
dimensin poltica del fenmeno. Comprender este proceso exige una
nueva agenda de investigacin. Requiere discernir cmo las
poblaciones indgenas interactuaron con las instituciones de
gobierno, articularon sus propias nociones de justicia y procuraron
establecer mecanismos de solidaridad y movilizacin que
contrarrestaran persistentes tendencias al aislamiento. Las
comunidades indgenas hacen poltica
Si la revolucin tupamarista tuvo un comienzo preciso, ste no
ocurri en el Cuzco sino en un pequeo pueblo rural al norte de
Potos. Todos los fines de agosto la poblacin indgena de la
provincia de Chayanta se congregaba en un pueblo de puna llamado
San Juan de Pocoata con el fin de despachar la mita y cumplir sus
obligaciones tributarias. En 1780 nada fue como de costumbre. El 26
de agosto estall una violenta batalla entre las comunidades que se
haban congregado en las afueras del pueblo y las milicias
provinciales. Los indgenas demandaron al corregidor, Joaqun Als, la
liberacin de Toms Katari, un indio de la comunidad de Macha, preso
por entonces en la crcel de la real audiencia de Charcas. Nada de
lo ocurrido en Pocoata ese da fue espontneo o imprevisto. Por el
contrario, la batalla haba estado precedida por meses de abiertos
enfrentamientos. Desde haca ms de dos aos, los machas haban estado
exigiendo el reemplazo de sus actuales caciques por individuos que
gozaran de la confianza de los indios del comn, Toms Katari entre
ellos. No se trataba en absoluto de una demanda excepcional. La
razn es que en el mundo andino las facultades y atribuciones de los
caciques iban mucho ms all de lo poltico o lo simblico; de ellos
dependa en gran parte el bienestar, incluso la supervivencia de la
comunidad. Estos asuntos haban adquirido singular urgencia desde
mediados de siglo debido a la conjuncin de tendencias econmicas que
afectaron al conjunto del rea andina. Es el caso del sostenido
incremento del repartimiento forzoso de mercancas, un sistema que
obligaba a los miembros de las comunidades a comprar a los
corregidores provinciales una canasta de bienes a precios
superiores a los del mercado. Es el caso tambin del inicio de un
perodo de escasez de tierras suscitado por un ciclo de crecimiento
poblacional. Ello se tradujo en la proliferacin de litigios tanto
dentro de las comunidades como entre comunidades vecinas y entre
comunidades y haciendas. Adems en estos aos se registr una
sostenida cada de los precios de los productos agrcolas que los
indgenas vendan en los mercados urbanos. Por otro lado, la
administracin imperial borbnica puso en marcha ingentes esfuerzos
para aumentar la recaudacin fiscal, lo cual llev a incrementos en
la alcabala y el establecimiento de aduanas en la entrada de las
ciudades para garantizar su cobro. En suma, las comunidades andinas
comenzaron a experimentar crecientes dificultades para afrontar las
cargas que se abatan sobre ellas. Los corregidores, los curas y
especialmente los caciques se transformaron en el blanco habitual
del descontento. A su vez, estos enfrentamientos se conjugaron con
intensas pujas distributivas en el seno de las elites coloniales.
Este conjunto de tensiones, verticales y horizontales, deriv en una
ola de conflictividad social que se aceler conforme nos aproximamos
a la sublevacin general. Estos estallidos previos estuvieron lejos
de ser expresiones aisladas y espontneas de protesta. Siguieron
definidos repertorios de accin colectiva. En primer lugar, las
comunidades indgenas tendan a pensar sus demandas en trminos de de
derechos generales. Los perciban, y as lo eran con frecuencia, como
agravios comunes a todos. Por otra parte, incluso los procesos de
confrontacin ms acotados tendan a instigar su politizacin debido a
que stos los empujaban a interactuar con diversos organismos de
gobierno, a contrastar las divergencias entre normas formales y
poder real y a poner a prueba sus relaciones de fuerza con las
elites rurales. Dicho de otro modo: no hubo revuelta comunal que no
estuviera precedida por apelaciones legales, y pocas apelaciones
legales que no derivaran en el uso, pblico o solapado, de la
violencia. Existi, por ltimo, un conjunto de mecanismos de
sociabilida que favoreci las vas de comunicacin y, por ende, la
propagacin de las protestas de una comunidad a otra.
Lo que diferenci a la protesta colectiva liderada por Toms
Katari fue la dinmica que termin asumiendo el conflicto. Para
cuando los machas comenzaron a exigir la destitucin de sus
autoridades tnicas, en Chayanta haba asumido un nuevo corregidor,
Joaqun Als. Tras una visita a la provincia antes de asumir el
cargo, ya haba advertido que bajo ninguna circunstancia permitira
que su autoridad fuera socavada mediante protestas y apelaciones
judiciales como las que haban soportado sus antecesores. De modo
que cuando a comienzos de 1778 los machas le exhibieron decretos
obtenidos en Potos y Charcas a favor de sus reclamos, Als los
arrest, les confisc sus papeles e hizo que Tomas Katari fuera
azotado en la plaza del pueblo. Ante el fracaso de estos recursos,
lo machas tomaron una indita decisin: probar suerte en una corte
remota, el Virreinato del Ro de la Plata. El virrey Vrtiz y sus
asesores representaban una nueva generacin de administradores
ilustrados dispuestos a imponer un modelo de gobierno ms racional y
eficiente. Crean que deba ponerse fin de una vez a la venalidad y
corrupcin de las autoridades locales, y lo que Katari tena para
contar era lo que ellos estaban dispuestos a escuchar. Por tanto lo
enviaron de vuelta a su pueblo con una orden para que la audiencia
de Charcas designara un juez que investigase las denuncias y, de
resultar ciertas, se removiera de inmediato a los caciques, se
designara a Katari en su reemplazo y, eventualmente, se destituyera
al mismo corregidor. Cuando en abril de 1779 Katari regres de
Buenos Aires, la audiencia ignor por completo el decreto de Vrtiz y
le aconsej a l y a los muchos indgenas que lo acompaaban que
regresara a la provincia. El lder indgena fue arrestado de
inmediato por el corregidor Als y, ahora con la complicidad de los
magistrados regionales, hizo que lo arrestasen, cuando, tras
liberarlo, los machas regresaron a Potos y Charcas para denunciar
su escandaloso comportamiento. Mientras Katari proclamaba su verdad
y justicia la provincia se torn ingobernable. Los machas
persiguieron a todos aquellos que haban sido cmplices en el arresto
de su lder y acosaron a todas sus autoridades tnicas hasta
forzarlas a rogar al corregidor que les aceptase la renuncia a sus
cargos. Creyendo que poda disuadir a los indios por medio de la
fuerza, Als organiz una numerosa compaa de milicias, la que result
arrasada por indgenas de toda la provincia cuando el 26 de agosto,
el corregidor incumpli su palabra de entregar a Katari. Als mismo
fue capturado, y slo lograra su libertad cuando la audiencia
liberara a Katari y se les asegurase a los indios que no regresara
nunca ms a Chayanta.
Rituales de justicia, actos de subversin
La dominacin espaola sobre los pueblos andinos se expresaba en
elaborados rituales pblicos por los cuales los indgenas
manifestaban su sumisin a la Corona. Era el caso de las ceremonias
que acompaaban el pago de los tributos, el despacho de la mita, las
fiestas religiosas o la administracin de la justicia del rey. As
pues, en el marco del teatro poltico colonial las comunidades
andinas cumplieron con sus obligaciones hacia el monarca y acataron
la jurisdiccin de los tribunales espaoles. El drama interpretado,
empero, no represent ya su sumisin a los gobernantes europeos sino
algo diferente y opuesto a la misma esencia de la dominacin
colonial: la implementacin de las concepciones indgenas de
legitimidad poltica y la supremaca del poder de coercin de los
pueblos nativos.
La idea del inca
El 4 de noviembre de 1780 en un pueblo cercano a Tinta, la
capital de Canas y Canchis, el corregidor Antonio de Arriaga
presidi la celebracin de la fiesta de San Carlos, en honor al
monarca Carlos III. Entre los notables locales que asistieron al
almuerzo se encontraba Jos Gabriel Condorcanqui, un cacique de los
pueblos de Pampamarca, Surimana y Tungasuca. Jos Gabriel perteneca
a una de las varias familias de la regin que descendan de los
antiguos linajes nobles incaicos. Se llamaba Tpac Amaru por ser uno
de los descendientes por va paterna de Tpac Amaru I, el ltimo inca
derrotado por los espaoles en 1572. Cuando al anochecer regresaba a
su residencia en Tinta, Arriaga fue emboscado, tomado prisionero y
llevado de inmnediato al pueblo de Tungusuca. El 9 de noviembre
Tpac Amaru anunci pblicamente que el corregidor sera ajusticiado
por orden del rey. Tambin proclam que el monarca haba dispuesto
otras importantes medidas. Ese mismo da el corregidor fue ahorcado
en presencia de una multitud.
Los eventos pblicos que pusieron en marcha las rebeliones en
Charcas y el Cuzco presentan ciertos paralelismos en sus formas.
Algunos historiadores han subrayado el hecho de que Toms Katari y
Tpac Amaru siguieron un similar itinerario a la vez fsico e
ideolgico. Por un lado, ambos viajaron a las capitales virreinales
para hacer sus reclamos. Ambos lderes, por otro lado, apelaron a
rdenes superiores para destituir en un caso y ajusticiar en el otro
a sus respectivos corregidores, Joaqun Als y Antonio de Arriaga.
Detrs de estos paralelismos, empero, se erigen diferencias de
contenido no menos significativas. La rebelin de Chayanta fue parte
de un proceso poltico en marcha. La batalla de Pocoata fue el
corolario esperable y esperado de este proceso. La expulsin de Als
fue al mismo tiempo un acto sedicioso y una genuina ceremonia
jurdica. Por el contrario, la rebelin en el Cuzco, aunque no careci
de antecedentes, fue una conspiracin secreta, sorpresiva e
independiente de cualquier disputa concreta entre Arriaga y los
pueblos bajo su mando. El movimiento campesino de Charcas plante el
problema de las formas legtimas de gobierno; el levantamiento
liderado por Tpac Amaru II, el de la soberana. Cmo explicar estas
diferencias? La respuesta hay que buscarla en las peculiares
realidades sociales del sur peruano. En el rea del Cuzco, la
relacin entre los sectores indgenas y la sociedad colonial en
vsperas de la revolucin tupamarista estuvo dictada por dos rasgos
fundamentales. El primero de ellos es lo que se ha definido como
renacimiento cultural incaico. Las investigaciones han revelado que
durante el siglo XVIII las imgenes de los incas y los motivos
culturales andinos adquirieron una creciente visibilidad en el Per.
. El segundo rasgo caracterstico de la sociedad cuzquea fue el
elevado estatus social de la aristocracia indgena tanto entre las
comunidades campesinas como entre la poblacin hispana. Al mismo
tiempo, la autoridad de estos caciques tradicionales no pareci ser
cuestionada por los comuneros. Aqu su legitimidad fue mucho ms
slida que al sur del Titicaca, en donde los jefes tnicos estuvieron
en el centro mismo de los conflictos polticos antes y durante la
gran rebelin. En conjunto, la aristocracia indgena cuzquea disfrut
durante los aos previos al levantamiento de un prestigio social sin
parangn en el resto de los Andes. El punto que merece subrayarse es
que fue un arraigado sentido de marginacin y debilidad, lo que fue
fraguando la radicalizacin poltica de considerables sectores de la
sociedad nativa. Estos procesos socioculturales se conjugaron con
fenmenos econmicos y polticos de no menor relevancia. Como en el
resto del rea andina, el incremento del repartimiento forzoso de
mercancas, la cada de los precios de los bienes que los indgenas
vendan en el mercado y la creciente presin demogrfica golpearon con
fuerza la economa comunal. El descontento social, por lo dems, de
ninguna manera se limit a los sectores indgenas. El traspaso del
Alto Per a la rbita de Buenos Aires, y la consiguiente articulacin
de la minera de plata con el Atlntico, caus una disrupcin d los
tradicionales circuitos mercantiles que por siglos haban unido a
Lima, la sierra sur peruana y Potos. Todos los sectores sociales se
vieron afectados. La acumulacin, y superposicin, de agravios por
parte de mltiples grupos sociales provoc un generalizado clima de
descontento con la administracin espaola y sus beneficiarios
directos. As pues, cuando Tpac Amaru convoc a un alzamiento contra
los poderes constituidos apelando a smbolos polticos incaicos, la
poblacin cuzquea tena motivos de vieja y corta data, econmicos y
culturales, para sentirse interpelada. El corazn del movimiento
estuvo desde un comienzo constituido por miembros de pueblos
aborgenes que residan en las tierras comunales, pagaban tributos,
estaban sometidos a la mita y al repartimiento de mercancas y
reconocan como autoridad a sus caciques. Las noticias del
ajusticiamiento de Arriaga y la puesta en marcha de las huestes
tupamaristas sembraron el pnico entre la poblacin hispnica. El 12
de noviembre se reuni el cabildo de Cuzco, que resolvi pedir el
envo de destacamentos del ejrcito regular de Lima y organizar una
compaa compuesta por la milicia local, voluntarios y unos
ochocientos indios y mestizos movilizados por caciques leales al
rey. Una parte de esta fuerza fue despachada al sur con el fin de
arrestar a Tpac Amaru. El 17 de noviembre llegaron a Sangarar, un
pequeo pueblo y acamparon. Al amanecer se encontraran rodeados por
el ejrcito de Tpac Amaru, que exigi su inmediata capitulacin. La
negativa cuzquea desat una furiosa batalla en el curso de la cual
la iglesia local (en la que se refugiaban los sitiados) se prendi
fuego. La batalla de Sangarar, por su inusitada violencia, se
transform de inmediato en una batalla por los smbolos. Tpac Amaru
hizo grandes esfuerzos por demostrar que el incendio haba sido
accidental y que haba ofrecido una rendicin pacfica. Para sus
enemigos, en cambio, Sangarar se torn en el emblema de los que
estaba en juego: indios contra blancos, apstatas contra cristianos.
Tras Sangarar la rebelin se expandi hacia el sur. Contra la opinin
de su esposa que lo exhort a atacar el Cuzco antes que la ciudad
terminar de organizar sus defensas y arribaran las tropas de Lima,
Tpac Amaru decidi marchar hacia el Collao. Apoyado por las
comunidades locales, confrontando una frgil resistencia de los
corregidores provinciales, las fuerzas tupamaristas quedaron
rpidamente en control de casi todo el altiplano peruano. Las
proclamas y bandos con los que buscaban ganarse la voluntad de los
habitantes del Per tendan a enfatizar ciertos temas bsicos: se
trataba de un alzamiento contra los europeos, contra los
corregidores, contra los repartimientos de mercancas, contra las
aduanas y contra otras cargas coloniales. No en contra los criollos
ni contra el monarca. Pero los indios del comn tendan a entender de
manera ms amplia quienes eran sus enemigos: los hacendados, los
dueos y administradores de obrajes, los cobradores de impuestos,
los caciques y sus asistentes. Todos ellos fueron victimas de la
violencia popular. Era su posicin de clase, no su lugar de
nacimiento, lo que contaba.
El asedio al Cuzco
El 28 de diciembre de 1780 la antigua capital incaica despert
con la noticia de que unos 30000 indgenas haban acampado en las
alturas de Picchu, en las afueras del Cuzco. Siguiendo una lgica
similar a la empleada con xito en el Collao, Tpac Amaru envi varios
emisarios para entablar negociaciones con las autoridades seculares
y religiosas con la esperanza de que la ciudad se rindiese o que la
plebe se sumara a la rebelin. La prdica de Tpac Amaru no pareci
concitar mayores adhesiones dentro de la ciudad. La batalla
decisiva tuvo lugar el 8 de enero. Las tropas realistas atacaron
las posiciones de los indgenas en Picchu y luego de dos das de
intensos combates lograron ponerlos a la fuga. Cmo explicar la
derrota de una fuerza insurgente tan multitudinaria y organizada?
Adems de le escasez de armas estaba el hecho de que pocos indgenas
manejaban eficazmente las escopetas y fusiles; la mayora slo saba
emplear hondas, palos y lanzas. Para el manejo de la artillera,
Tpac Amaru tuvo que valerse incluso de individuos que haban sido
tomados prisioneros. Su nula fidelidad se reflej en actos de
sabotaje de fatdicas consecuencias a la hora del combate. Es
preciso tener en cuenta asimismo que el apoyo a la rebelin de los
pueblos andinos de la regin pudo ser mayoritario pero estuvo lejos
de ser monoltico. Es posible que la rpida reaccin de las
autoridades coloniales frente al estallido de la rebelin haya
coadyuvado a desactivar las causas de descontento social. Tras el
desastre de Sangarar, las autoridades cuzqueas se apresuraron a
declarar por abolido el repartimiento de mercancas, condonaron las
deudas del mismo, suprimieron las aduanas y prohibieron el cobro de
diezmos a los indios. En el otro extremo de la escala social, las
familias nobles incaicas del valle sagrado se mostraron renuentes a
arriesgarlo todo por un levantamiento de indios del comn,
encabezados por un segundn de la aristocracia provincial.
Inexorablemente la rebelin en el rea del Cuzco ira perdiendo
impulso a partir de entonces. La regin continuara en estado de
agitacin, pero el fracaso del sitio hizo que el centro de gravedad
de la insurreccin se fuera desplazando al sur. Pervertidos en estas
revoluciones
Para el tiempo que la insurgencia tupamarista estremeca las
provincias del Cuzco y el Collao, la situacin en la regin de
Charcas se deterioraba semana a semana. Si en el sur del Per los
lmites entre las marchas militares de las huestes de Tpac Amaru y
las revueltas populares eran poco precisos, aqu la revolucin fue
lisa y llanamente el resultado de la multiplicacin de
levantamientos locales. La batalla de Pocoata no haba cambiado
tanto los objetivos de los indgenas como sus modos de hacer
poltica. En vez de dirigirse a Chuquisaca o Potos para apelar ante
los magistrados coloniales, se dirigan ahora a Macha para
conferenciar con Toms Katari. Tambin los indios de Moscari
apalearon y llevaron preso a su cacique, Florencio Lupa. Sin
embargo, en vez de entregrselo a Katari, decidieron ajusticiarlo.
Esto provoc que los magistrados de la audiencia tomaran dos medidas
de gran significacin. La primera consisti en suspender de inmediato
los repartos de mercancas de los corregidores. La segunda fue poner
en marcha extensivos preparativos blicos. En el norte de Potos, el
reclutamiento de tropas confirm los peores temores de la poblacin
indgena: el envo de soldados a la provincia para vengar la derrota
de las milicias en Pocoata. Pero el resultado no sera sino la
profundizacin del levantamiento. Y en efecto, desde comienzos de
septiembre, la regin comenz a convertirse en un teatrote
operaciones. Previendo el arribo de expediciones punitivas, los
campesinos acopiaron maz, carne salada, hojas de coca y hondas en
lugares estratgicos. Pero haba algo mucho ms importante que estos
preparativos blicos. Lo que comenz a cuestionarse fueron las
relaciones sociales que por siglos haban moldeado a los habitantes
rurales. La violencia contra los caciques no tard en hacerse
extensiva a toda la estructura de poder rural. No cabe duda de que
la posicin de Toms Katari constitua una profunda subversin del
orden establecido. Desde su regreso a la provincia, se haba
convertido en un mediador entre los pueblos andinos y el Estado. A
fines de noviembre de 1780 Toms Katari fue finalmente emboscado y
tomado prisionero. Manuel lvarez Villarroel, el comandante de las
milicias del asiento minero de Aullagas, el ltimo bastin de la
poblacin hispana de la provincia, lo arrest mientras el lder
indgena estaba en las cercanas recaudando los tributos de su
comunidad. Acaso porque en ese momento del ao la mayora de los
indgenas se encontraba sembrando sus tierras en el valle, no hubo
una reaccin inmediata. Muy pronto, empero, se hizo evidente que un
asalto masivo al asiento minero era inexorable. Juan Antonio de
Acua, el corregidor interino, tom la decisin de conducir
personalmente a Katari a Chuquisaca. El 8 de enero, su reducido
contingente fue interceptado por una multitud de indgenas. Despus
de una primera escaramuza, vindose en una situacin desesperada,
Acua arroj a Katari a un precipicio. En respuesta, los indios lo
apedrearon a l y a sus soldados hasta quitarles la vida. Los restos
de Katari fueron llevados a una aldea cercana. Durante la noche,
aquellos que haban tomado parte del combate velaron su cuerpo
Sergio Serulnikov(2010)
REVOLUCIN EN LOS ANDES. LA ERA DE TPAC AMARU
La violencia de los hechos
Ningn evento conmovi los cimientos del orden colonial en
Hispanoamrica como el masivo levantamiento de los pueblos andinos
del Per a comienzos de la dcada de 1780. La regin afectada
representaba el corazn del imperio espaol en Sudamrica. Era un gran
espacio econmico atravesado por la ruta que una Lima con Buenos
Aires y que estaba articulado alrededor de Potos. La regin estaba
habitada mayoritariamente por poblaciones de habla aymara y
quechua, los descendientes de las grandes entidades polticas
precolombinas. Si bien muchos indgenas eran trabajadores mineros y
urbanos o arrendatarios de haciendas, la mayora estaba integrada a
comunidades que posean la tierra colectivamente y tenan sus propias
estructuras de gobierno. De estas comunidades, la Corona obtena su
ms estable fuente de recursos fiscales, el tributo, y la minera su
principal fuente de trabajo forzado, la mita. Fueron estas
comunidades las que constituyeron el ncleo del alzamiento. La
magnitud del acontecimiento desbord por completo a las milicias
locales. Regimientos del ejrcito regular debieron ser despachados
desde las distantes capitales virreinales, Lima y Buenos Aires.
Como con todo movimiento revolucionario de envergadura, iban a
surgir figuras carismticas cuyos nombres resonaran a lo largo y
ancho del continente. Dejaron tras de s mitos portentosos que han
impregnado la conciencia histrica y el imaginario poltico de los
pueblos de la regin: Jos Gabriel Condorcanqui o Tpac Amaru II; Toms
Katari y Julin Apaza. Detrs de estos hombres y estos hechos se
advierten los contornos de una idea, cuyo mensaje esencial a nadie
pudo escapar: restituir el gobierno a los antiguos dueos de la
tierra.
La violencia del tiempo
Los eventos de 1780 constituyen un momento insoslayable en la
historia de los pueblos andinos; como tal, asumieron muchas y
variadas encarnaciones a los largo del tiempo. En los aos
formativos de los estados que emergieron de la disolucin del
imperio espaol quedaron sumidos en el olvido o reducidos a un
episodio aislado. Por cierto, las nuevas elites peruanas y
bolivianas no fueron ciegas a las herencias culturales de las
poblaciones que gobernaban. Sin embargo, el exaltar las virtudes de
los andinos del pasado no fue bice para condenar el atraso de los
andinos del presente, y as justificar los regmenes de trabajo
forzado y la condicin de inferioridad jurdica que continuaba
abatindose sobre ellos. Incas s, indios no, es el lema que mejor
parece capturar el espritu de la poca. Habra que esperar ms de un
siglo para que 1780 dejara de ser una fecha en la historia de la
barbarie y se convirtiera en una fecha en la historia de la nacin.
Para mediados del siglo XX, la conjuncin de importantes cambios
polticos, el desarrollo de vigorosos movimientos populares y la
cada vez ms influyente prdica de intelectuales indigenistas y
marxistas, contribuyeron a la gestacin de una nueva narrativa. En
este nuevo clima de ideas, Tpac Amaru encontr un nuevo lugar. El
lder cuzqueo apareca ahora como una la encarnacin de la resistencia
de los americanos a la opresin colonial. Tambin la historia
acadmica particip de este proceso de reinvencin. En las dcadas del
40 y 50 Boleslao Lewin, Jorge Cornejo Bouroncle y Daniel Valcrcel
escribieron, sobre la base de arduas investigaciones de archivo,
los primeros estudios profesionales sobre el tema. La interpretacin
que informaba este relato aparece encapsulada en el propio ttulo de
algunos de sus libros: Tpac Amaru y los origenes de la
emancipacin
americana(Lewin); Tpac Amaru, precursor de la independencia
(Valcrcel). Esta cacofona revela por s misma la profunda
creencia de la poca en los ntimos vnculos que habran unido a los
movimientos indgenas con la causa criolla. La vida til de esta
interpretacin, no obstante, result efmera. No hay duda de que en
sus pronunciamientos formales Tpac Amaru apelaba a nociones de
patriotismo americano o peruano y que algunos grupos hispnicos en
sus inicios favorecieron la insurreccin. Pero pronto, se tornara
evidente que los antagonismos sociales desencadenados por el
levantamiento eran tan inadmisibles para los peninsulares como para
los criollos. El anticolonialismo del movimiento no era en esencia
geopoltico sino tnico-cultural. Tena tambin un fuerte componente de
clase. A los ojos de las masas campesinas, la distincin entre
espaoles y criollos era irrelevante. Y adems la movilizacin autnoma
de millares de indgenas tenda irremediablemente a desarticular las
formas establecidas de autoridad, control econmico y deferencia
social. Para las dcadas de 1970 y 1980, pues, la revolucin
tupamarista encontr una nueva imagen y un nuevo destino. Mientras
las generaciones previas haban caracterizado el movimiento por lo
que lo asemejaba a la causa criolla, ahora se comenz a
caracterizarlo por lo que lo haca diferente. Vale decir: los
eventos de 1780 slo podan ser explicados por la existencia de una
cosmovisin propiamente andina. En el centro de esta cosmovisin se
hallaba una concepcin cclica del tiempo que presagiaba el retorno
de las civilizaciones pasadas y que conceba el cambio histrico como
el resultado de cambios cosmolgicos ms vastos. Lo que inspir a los
pueblos nativos en armas no fue la emancipacin poltica de Espaa
sino un ideal utpico: la proyeccin en el futuro de una idealizada
edad dorada del pasado. Y este ideal utpico era distintivamente
andino, una utopa andina.Buscando
un Inca: identidad y utopa en los Andes, es el ttulo que el ms
sagaz historiador de la poca, el peruano Alberto Flores
Galindo,
eligi para su libro. Manuel Burga y Jan Szeminski titularon los
suyos, respectivamente, Nacimiento de una utopa: Muerte y
resurreccin de los Incasy La utopa tupamarista. Otros tiempos,
otras cacofonas. Los estudios sobre la utopa andina obedecieron
a
cambios en el campo historiogrfico, tales como el creciente
prestigio de la historia de las mentalidades y la antropologa
cultural. Pero el clima de ideas en el que estos estudios
florecieron era ms abarcativo y profundo. Los conflictos que
atravesaba la sociedad boliviana contempornea no podan ser
reducidos a la lucha de clases o al nacionalismo populista: eran
conflictos tnicos de matriz colonial. En el Per, por su parte, los
estudios sobre la utopa andina acompaaron la aparicin de un fenmeno
que dominara por mucho tiempo la agenda poltica del pas: Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tpac Amaru. Un consenso
historiogrfico fue emergiendo desde entonces: lejos de prefigurar
el posterior movimiento independentista, el levantamiento de
1780
1
hizo que la independencia fuera aqu importada (precipitada por
el arribo de los ejrcitos de San Martn y Bolivar), tarda (Per y
Bolivia fueron las ltimas regiones de Sudamrica en hacerlo) y
profundamente conservadora (orientada a preservar, no a
transformar, las jerarquas sociales coloniales). La poca del Tpac
Amaru criollo, estilizado, precursor de la emancipacin, haba
llegado a su fin. Para comienzos de los aos noventa, tras casi
medio siglo de investigaciones, congresos y simposios, no era en
verdad mucho lo que sabiamos sobre los motivos que haban llevado a
cientos de miles de indgenas a arriesgarlo todo. Las tensiones
socioeconmicas poco nos dicen acerca de cmo imaginaban los
insurgentes el nuevo orden de las cosas o por qu actuaron como
actuaron. Las estructuras mentales son un pobre sustituto del
reduccionismo econmico. En primer lugar, porque el rango de
creencias y expectativas durante la rebelin no pueden ser reducidas
a unos pocos rasgos comunes. No todos se alzaron porque esperaban
un nuevo inca. Pero, mas generalmente, porque los sistemas de
creencias culturales proveen el contexto de la experiencia, no la
experiencia misma. Reconstruir la experiencia requiere restituir el
significado. Y restituir el significado de la experiencia
tupamarista no requiere otra cosa que recuperar la dimensin poltica
del fenmeno. Comprender este proceso exige una nueva agenda de
investigacin. Requiere discernir cmo las poblaciones indgenas
interactuaron con las instituciones de gobierno, articularon sus
propias nociones de justicia y procuraron establecer mecanismos de
solidaridad y movilizacin que contrarrestaran persistentes
tendencias al aislamiento.
Las comunidades indgenas hacen poltica
Si la revolucin tupamarista tuvo un comienzo preciso, ste no
ocurri en el Cuzco sino en un pequeo pueblo rural al norte de
Potos. Todos los fines de agosto la poblacin indgena de la
provincia de Chayanta se congregaba en un pueblo de puna llamado
San Juan de Pocoata con el fin de despachar la mita y cumplir sus
obligaciones tributarias. En 1780 nada fue como de costumbre. El 26
de agosto estall una violenta batalla entre las comunidades que se
haban congregado en las afueras del pueblo y las milicias
provinciales. Los indgenas demandaron al corregidor, Joaqun Als, la
liberacin de Toms Katari, un indio de la comunidad de Macha, preso
por entonces en la crcel de la real audiencia de Charcas. Nada de
lo ocurrido en Pocoata ese da fue espontneo o imprevisto. Por el
contrario, la batalla haba estado precedida por meses de abiertos
enfrentamientos. Desde haca ms de dos aos, los machas haban estado
exigiendo el reemplazo de sus actuales caciques por individuos que
gozaran de la confianza de los indios del comn, Toms Katari entre
ellos. No se trataba en absoluto de una demanda excepcional. La
razn es que en el mundo andino las facultades y atribuciones de los
caciques iban mucho ms all de lo poltico o lo simblico; de ellos
dependa en gran parte el bienestar, incluso la supervivencia de la
comunidad. Estos asuntos haban adquirido singular urgencia desde
mediados de siglo debido a la conjuncin de tendencias econmicas que
afectaron al conjunto del rea andina. Es el caso del sostenido
incremento del repartimiento forzoso de mercancas, un sistema que
obligaba a los miembros de las comunidades a comprar a los
corregidores provinciales una canasta de bienes a precios
superiores a los del mercado. Es el caso tambin del inicio de un
perodo de escasez de tierras suscitado por un ciclo de crecimiento
poblacional. Ello se tradujo en la proliferacin de litigios tanto
dentro de las comunidades como entre comunidades vecinas y entre
comunidades y haciendas. Adems en estos aos se registr una
sostenida cada de los precios de los productos agrcolas que los
indgenas vendan en los mercados urbanos. Por otro lado, la
administracin imperial borbnica puso en marcha ingentes esfuerzos
para aumentar la recaudacin fiscal, lo cual llev a incrementos en
la alcabala y el establecimiento de aduanas en la entrada de las
ciudades para garantizar su cobro. En suma, las comunidades andinas
comenzaron a experimentar crecientes dificultades para afrontar las
cargas que se abatan sobre ellas. Los corregidores, los curas y
especialmente los caciques se transformaron en el blanco habitual
del descontento. A su vez, estos enfrentamientos se conjugaron con
intensas pujas distributivas en el seno de las elites coloniales.
Este conjunto de tensiones, verticales y horizontales, deriv en una
ola de conflictividad social que se aceler conforme nos aproximamos
a la sublevacin general. Estos estallidos previos estuvieron lejos
de ser expresiones aisladas y espontneas de protesta. Siguieron
definidos repertorios de accin colectiva. En primer lugar, las
comunidades indgenas tendan a pensar sus demandas en trminos de de
derechos generales. Los perciban, y as lo eran con frecuencia, como
agravios comunes a todos. Por otra parte, incluso los procesos de
confrontacin ms acotados tendan a instigar su politizacin debido a
que stos los empujaban a interactuar con diversos organismos de
gobierno, a contrastar las divergencias entre normas formales y
poder real y a poner a prueba sus relaciones de fuerza con las
elites rurales. Dicho de otro modo: no hubo revuelta comunal que no
estuviera precedida por apelaciones legales, y pocas apelaciones
legales que no derivaran en el uso, pblico o solapado, de la
violencia. Existi, por ltimo, un conjunto de mecanismos de
sociabilida que favoreci las vas de comunicacin y, por ende, la
propagacin de las protestas de una comunidad a otra.
Lo que diferenci a la protesta colectiva liderada por Toms
Katari fue la dinmica que termin asumiendo el conflicto. Para
cuando los machas comenzaron a exigir la destitucin de sus
autoridades tnicas, en Chayanta haba asumido un nuevo corregidor,
Joaqun Als. Tras una visita a la provincia antes de asumir el
cargo, ya haba advertido que bajo ninguna circunstancia permitira
que su autoridad fuera socavada mediante protestas y apelaciones
judiciales como las que haban soportado sus antecesores. De modo
que cuando a comienzos de 1778 los machas le exhibieron decretos
obtenidos en Potos y Charcas a favor de sus reclamos, Als los
arrest, les confisc sus papeles e hizo que Tomas Katari fuera
azotado en la plaza del pueblo. Ante el fracaso de estos recursos,
lo machas tomaron una indita decisin: probar suerte en una corte
remota, el Virreinato del Ro de la Plata. El virrey Vrtiz y sus
asesores representaban una nueva generacin de administradores
ilustrados dispuestos a imponer un modelo de gobierno ms racional y
eficiente. Crean que deba ponerse fin de una vez a la venalidad y
corrupcin de las autoridades locales, y lo que Katari tena para
contar era lo que ellos estaban dispuestos a escuchar. Por tanto lo
enviaron de vuelta a su pueblo con una orden para que la audiencia
de Charcas designara un juez que investigase las denuncias y, de
resultar ciertas, se removiera de inmediato a los caciques, se
designara a Katari en su reemplazo y, eventualmente, se destituyera
al mismo corregidor. Cuando en abril de 1779 Katari regres de
Buenos Aires, la audiencia ignor por completo el decreto de Vrtiz y
le aconsej a l y a los muchos indgenas que lo acompaaban que
regresara a la provincia. El lder indgena fue arrestado de
inmediato por el corregidor Als y, ahora con la complicidad de los
magistrados regionales, hizo que lo arrestasen, cuando, tras
liberarlo, los machas regresaron a Potos y Charcas para denunciar
su
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escandaloso comportamiento. Mientras Katari proclamaba su verdad
y justicia la provincia se torn ingobernable. Los machas
persiguieron a todos aquellos que haban sido cmplices en el arresto
de su lder y acosaron a todas sus autoridades tnicas hasta
forzarlas a rogar al corregidor que les aceptase la renuncia a sus
cargos. Creyendo que poda disuadir a los indios por medio de la
fuerza, Als organiz una numerosa compaa de milicias, la que result
arrasada por indgenas de toda la provincia cuando el 26 de agosto,
el corregidor incumpli su palabra de entregar a Katari. Als mismo
fue capturado, y slo lograra su libertad cuando la audiencia
liberara a Katari y se les asegurase a los indios que no regresara
nunca ms a Chayanta.
Rituales de justicia, actos de subversin
La dominacin espaola sobre los pueblos andinos se expresaba en
elaborados rituales pblicos por los cuales los indgenas
manifestaban su sumisin a la Corona. Era el caso de las ceremonias
que acompaaban el pago de los tributos, el despacho de la mita, las
fiestas religiosas o la administracin de la justicia del rey. As
pues, en el marco del teatro poltico colonial las comunidades
andinas cumplieron con sus obligaciones hacia el monarca y acataron
la jurisdiccin de los tribunales espaoles. El drama interpretado,
empero, no represent ya su sumisin a los gobernantes europeos sino
algo diferente y opuesto a la misma esencia de la dominacin
colonial: la implementacin de las concepciones indgenas de
legitimidad poltica y la supremaca del poder de coercin de los
pueblos nativos.
La idea del inca
El 4 de noviembre de 1780 en un pueblo cercano a Tinta, la
capital de Canas y Canchis, el corregidor Antonio de Arriaga
presidi la celebracin de la fiesta de San Carlos, en honor al
monarca Carlos III. Entre los notables locales que asistieron al
almuerzo se encontraba Jos Gabriel Condorcanqui, un cacique de los
pueblos de Pampamarca, Surimana y Tungasuca. Jos Gabriel perteneca
a una de las varias familias de la regin que descendan de los
antiguos linajes nobles incaicos. Se llamaba Tpac Amaru por ser uno
de los descendientes por va paterna de Tpac Amaru I, el ltimo inca
derrotado por los espaoles en 1572. Cuando al anochecer regresaba a
su residencia en Tinta, Arriaga fue emboscado, tomado prisionero y
llevado de inmnediato al pueblo de Tungusuca. El 9 de noviembre
Tpac Amaru anunci pblicamente que el corregidor sera ajusticiado
por orden del rey. Tambin proclam que el monarca haba dispuesto
otras importantes medidas. Ese mismo da el corregidor fue ahorcado
en presencia de una multitud.
Los eventos pblicos que pusieron en marcha las rebeliones en
Charcas y el Cuzco presentan ciertos paralelismos en sus formas.
Algunos historiadores han subrayado el hecho de que Toms Katari y
Tpac Amaru siguieron un similar itinerario a la vez fsico e
ideolgico. Por un lado, ambos viajaron a las capitales virreinales
para hacer sus reclamos. Ambos lderes, por otro lado, apelaron a
rdenes superiores para destituir en un caso y ajusticiar en el otro
a sus respectivos corregidores, Joaqun Als y Antonio de Arriaga.
Detrs de estos paralelismos, empero, se erigen diferencias de
contenido no menos significativas. La rebelin de Chayanta fue parte
de un proceso poltico en marcha. La batalla de Pocoata fue el
corolario esperable y esperado de este proceso. La expulsin de Als
fue al mismo tiempo un acto sedicioso y una genuina ceremonia
jurdica. Por el contrario, la rebelin en el Cuzco, aunque no careci
de antecedentes, fue una conspiracin secreta, sorpresiva e
independiente de cualquier disputa concreta entre Arriaga y los
pueblos bajo su mando. El movimiento campesino de Charcas plante el
problema de las formas legtimas de gobierno; el levantamiento
liderado por Tpac Amaru II, el de la soberana. Cmo explicar estas
diferencias? La respuesta hay que buscarla en las peculiares
realidades sociales del sur peruano. En el rea del Cuzco, la
relacin entre los sectores indgenas y la sociedad colonial en
vsperas de la revolucin tupamarista estuvo dictada por dos rasgos
fundamentales. El primero de ellos es lo que se ha definido como
renacimiento cultural incaico. Las investigaciones han revelado que
durante el siglo XVIII las imgenes de los incas y los motivos
culturales andinos adquirieron una creciente visibilidad en el Per.
. El segundo rasgo caracterstico de la sociedad cuzquea fue el
elevado estatus social de la aristocracia indgena tanto entre las
comunidades campesinas como entre la poblacin hispana. Al mismo
tiempo, la autoridad de estos caciques tradicionales no pareci ser
cuestionada por los comuneros. Aqu su legitimidad fue mucho ms
slida que al sur del Titicaca, en donde los jefes tnicos estuvieron
en el centro mismo de los conflictos polticos antes y durante la
gran rebelin. En conjunto, la aristocracia indgena cuzquea disfrut
durante los aos previos al levantamiento de un prestigio social sin
parangn en el resto de los Andes. El punto que merece subrayarse es
que fue un arraigado sentido de marginacin y debilidad, lo que fue
fraguando la radicalizacin poltica de considerables sectores de la
sociedad nativa. Estos procesos socioculturales se conjugaron con
fenmenos econmicos y polticos de no menor relevancia. Como en el
resto del rea andina, el incremento del repartimiento forzoso de
mercancas, la cada de los precios de los bienes que los indgenas
vendan en el mercado y la creciente presin demogrfica golpearon con
fuerza la economa comunal. El descontento social, por lo dems, de
ninguna manera se limit a los sectores indgenas. El traspaso del
Alto Per a la rbita de Buenos Aires, y la consiguiente articulacin
de la minera de plata con el Atlntico, caus una disrupcin d los
tradicionales circuitos mercantiles que por siglos haban unido a
Lima, la sierra sur peruana y Potos. Todos los sectores sociales se
vieron afectados. La acumulacin, y superposicin, de agravios por
parte de mltiples grupos sociales provoc un generalizado clima de
descontento con la administracin espaola y sus beneficiarios
directos. As pues, cuando Tpac Amaru convoc a un alzamiento contra
los poderes constituidos apelando a smbolos polticos incaicos, la
poblacin cuzquea tena motivos de vieja y corta data, econmicos y
culturales, para sentirse interpelada. El corazn del movimiento
estuvo desde un comienzo constituido por miembros de pueblos
aborgenes que residan en las tierras comunales, pagaban tributos,
estaban sometidos a la mita y al repartimiento de mercancas y
reconocan como autoridad a sus caciques. Las noticias del
ajusticiamiento de Arriaga y la puesta en marcha de las huestes
tupamaristas sembraron el pnico entre la poblacin hispnica. El 12
de noviembre se reuni el cabildo de Cuzco, que resolvi pedir el
envo de destacamentos del ejrcito regular de Lima y organizar una
compaa compuesta por la milicia local, voluntarios y unos
ochocientos indios y mestizos movilizados por caciques leales al
rey. Una parte de esta fuerza fue despachada al sur con el fin de
arrestar a Tpac Amaru. El 17 de noviembre llegaron a Sangarar, un
pequeo pueblo y acamparon. Al
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amanecer se encontraran rodeados por el ejrcito de Tpac Amaru,
que exigi su inmediata capitulacin. La negativa cuzquea desat una
furiosa batalla en el curso de la cual la iglesia local (en la que
se refugiaban los sitiados) se prendi fuego. La batalla de
Sangarar, por su inusitada violencia, se transform de inmediato en
una batalla por los smbolos. Tpac Amaru hizo grandes esfuerzos por
demostrar que el incendio haba sido accidental y que haba ofrecido
una rendicin pacfica. Para sus enemigos, en cambio, Sangarar se
torn en el emblema de los que estaba en juego: indios contra
blancos, apstatas contra cristianos. Tras Sangarar la rebelin se
expandi hacia el sur. Contra la opinin de su esposa que lo exhort a
atacar el Cuzco antes que la ciudad terminar de organizar sus
defensas y arribaran las tropas de Lima, Tpac Amaru decidi marchar
hacia el Collao. Apoyado por las comunidades locales, confrontando
una frgil resistencia de los corregidores provinciales, las fuerzas
tupamaristas quedaron rpidamente en control de casi todo el
altiplano peruano. Las proclamas y bandos con los que buscaban
ganarse la voluntad de los habitantes del Per tendan a enfatizar
ciertos temas bsicos: se trataba de un alzamiento contra los
europeos, contra los corregidores, contra los repartimientos de
mercancas, contra las aduanas y contra otras cargas coloniales. No
en contra los criollos ni contra el monarca. Pero los indios del
comn tendan a entender de manera ms amplia quienes eran sus
enemigos: los hacendados, los dueos y administradores de obrajes,
los cobradores de impuestos, los caciques y sus asistentes. Todos
ellos fueron victimas de la violencia popular. Era su posicin de
clase, no su lugar de nacimiento, lo que contaba.
El asedio al Cuzco
El 28 de diciembre de 1780 la antigua capital incaica despert
con la noticia de que unos 30000 indgenas haban acampado en las
alturas de Picchu, en las afueras del Cuzco. Siguiendo una lgica
similar a la empleada con xito en el Collao, Tpac Amaru envi varios
emisarios para entablar negociaciones con las autoridades seculares
y religiosas con la esperanza de que la ciudad se rindiese o que la
plebe se sumara a la rebelin. La prdica de Tpac Amaru no pareci
concitar mayores adhesiones dentro de la ciudad. La batalla
decisiva tuvo lugar el 8 de enero. Las tropas realistas atacaron
las posiciones de los indgenas en Picchu y luego de dos das de
intensos combates lograron ponerlos a la fuga. Cmo explicar la
derrota de una fuerza insurgente tan multitudinaria y organizada?
Adems de le escasez de armas estaba el hecho de que pocos indgenas
manejaban eficazmente las escopetas y fusiles; la mayora slo saba
emplear hondas, palos y lanzas. Para el manejo de la artillera,
Tpac Amaru tuvo que valerse incluso de individuos que haban sido
tomados prisioneros. Su nula fidelidad se reflej en actos de
sabotaje de fatdicas consecuencias a la hora del combate. Es
preciso tener en cuenta asimismo que el apoyo a la rebelin de los
pueblos andinos de la regin pudo ser mayoritario pero estuvo lejos
de ser monoltico. Es posible que la rpida reaccin de las
autoridades coloniales frente al estallido de la rebelin haya
coadyuvado a desactivar las causas de descontento social. Tras el
desastre de Sangarar, las autoridades cuzqueas se apresuraron a
declarar por abolido el repartimiento de mercancas, condonaron las
deudas del mismo, suprimieron las aduanas y prohibieron el cobro de
diezmos a los indios. En el otro extremo de la escala social, las
familias nobles incaicas del valle sagrado se mostraron renuentes a
arriesgarlo todo por un levantamiento de indios del comn,
encabezados por un segundn de la aristocracia provincial.
Inexorablemente la rebelin en el rea del Cuzco ira perdiendo
impulso a partir de entonces. La regin continuara en estado de
agitacin, pero el fracaso del sitio hizo que el centro de gravedad
de la insurreccin se fuera desplazando al sur.
Pervertidos en estas revoluciones
Para el tiempo que la insurgencia tupamarista estremeca las
provincias del Cuzco y el Collao, la situacin en la regin de
Charcas se deterioraba semana a semana. Si en el sur del Per los
lmites entre las marchas militares de las huestes de Tpac Amaru y
las revueltas populares eran poco precisos, aqu la revolucin fue
lisa y llanamente el resultado de la multiplicacin de
levantamientos locales. La batalla de Pocoata no haba cambiado
tanto los objetivos de los indgenas como sus modos de hacer
poltica. En vez de dirigirse a Chuquisaca o Potos para apelar ante
los magistrados coloniales, se dirigan ahora a Macha para
conferenciar con Toms Katari. Tambin los indios de Moscari
apalearon y llevaron preso a su cacique, Florencio Lupa. Sin
embargo, en vez de entregrselo a Katari, decidieron ajusticiarlo.
Esto provoc que los magistrados de la audiencia tomaran dos medidas
de gran significacin. La primera consisti en suspender de inmediato
los repartos de mercancas de los corregidores. La segunda fue poner
en marcha extensivos preparativos blicos. En el norte de Potos, el
reclutamiento de tropas confirm los peores temores de la poblacin
indgena: el envo de soldados a la provincia para vengar la derrota
de las milicias en Pocoata. Pero el resultado no sera sino la
profundizacin del levantamiento. Y en efecto, desde comienzos de
septiembre, la regin comenz a convertirse en un teatrote
operaciones. Previendo el arribo de expediciones punitivas, los
campesinos acopiaron maz, carne salada, hojas de coca y hondas en
lugares estratgicos. Pero haba algo mucho ms importante que estos
preparativos blicos. Lo que comenz a cuestionarse fueron las
relaciones sociales que por siglos haban moldeado a los habitantes
rurales. La violencia contra los caciques no tard en hacerse
extensiva a toda la estructura de poder rural. No cabe duda de que
la posicin de Toms Katari constitua una profunda subversin del
orden establecido. Desde su regreso a la provincia, se haba
convertido en un mediador entre los pueblos andinos y el Estado. A
fines de noviembre de 1780 Toms Katari fue finalmente emboscado y
tomado prisionero. Manuel lvarez Villarroel, el comandante de las
milicias del asiento minero de Aullagas, el ltimo bastin de la
poblacin hispana de la provincia, lo arrest mientras el lder
indgena estaba en las cercanas recaudando los tributos de su
comunidad. Acaso porque en ese momento del ao la mayora de los
indgenas se encontraba sembrando sus tierras en el valle, no hubo
una reaccin inmediata. Muy pronto, empero, se hizo evidente que un
asalto masivo al asiento minero era inexorable. Juan Antonio de
Acua, el corregidor interino, tom la decisin de conducir
personalmente a Katari a Chuquisaca. El 8 de enero, su reducido
contingente fue interceptado por una multitud de indgenas. Despus
de una primera escaramuza, vindose en una situacin desesperada,
Acua arroj a Katari a un precipicio. En respuesta, los indios lo
apedrearon a l y a sus soldados hasta quitarles la vida. Los restos
de Katari fueron llevados a una aldea cercana. Durante la noche,
aquellos que haban tomado parte del combate velaron su cuerpo.
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El camino a Chuquisaca
Durante las cinco semanas que mediaron entre la muerte de Toms
Katari y el asedio a la ciudad, la rebelin indgena se transform,
con el liderazgo de sus hermanos Dmaso y Nicols, en una guerra
anticolonial. Para vengar la suerte de su lder, los indios
organizaron un masivo asalto al asiento minero de Aullagas, el
principal centro de resistencia a la insurreccin dentro de la
provincia. La eliminacin fsica de los enemigos se transform en una
aceptada prctica insurgente. Durante las primeras semanas de 1781,
la dimensin regional de la sublevacin se consolid y expandi. El
desenlace de este proceso fue el asedio de los ejrcitos campesinos
a Chuquisaca, la ms antigua ciudad de la regin y sede de las tres
instituciones cooniales ms prominentes del Alto Per: la audiencia,
la universidad y el Arzobispado. Aunque este desenlace no hubiera
sido posible sin la existencia del levantamiento tupamarista, la
naturaleza de los vnculos entre ambos movimientos se resiste a
simplificaciones. Por un lado, aunque no se desarrollaron contactos
directos entre ambos alzamientos para comienzos de 1781, no hay
duda de que las noticias sobre Tpac Amaru y la difusin de sus
edictos ejercieron una poderosa influencia en la regin. Los eventos
en el Cuzco dotaron al imaginario colectivo insurgente con una
alternativa viable al dominio espaol; ofrecieron un emblema, por ms
distante y abstracto que fuera, que oponer a un orden poltico y
social en ostensible descomposicin.
El 13 de febrero, unos siete mil hombres y mujeres acamparon en
un cerro aledao llamado La Punilla. Sus exigencias se limitaban a
la devolucin de los papeles expropiados por Acua a Katari y a la
liberacin de unos indios de Quilaquila. No hubo seales de procurar
negociar los trminos de la ocupacin de la ciudad. El 18 de febrero,
luego del fracaso de un primer y desorganizado intento de desalojar
a las fuerzas indgenas de La Punilla, las autoridades de Charcas se
decidieron por fin a enviar dos clrigos a parlamentar con los
indios llevando consigo una copia de los documentos obtenidos por
Katari en su viaje a Buenos Aires en 1779 y la oferta de un perdn
general o amnista. La reaccin a esta proposicin revela las
profundas ambigedades detrs del movimiento insurgente. Las
vacilaciones probaron ser en definitiva catastrficas. El 20 de
febrero tres columnas de setecientos cincuenta miembros de las
milicias de la ciudad acometieron de manera coordinada sobre las
posiciones ocupadas por las fuerzas rebeldes. Los indgenas poco
pudieron hacer contra tropas bien organizadas, armadas y resueltas
esta vez a dar batalla. La debacle del cerco a Chuquisaca tuvo
ominosas consecuencias para el futuro del movimiento indgena: socav
el liderazgo de los Katari, hizo flaquear la confianza de las
comunidades en la factibilidad de la empresa y exacerb las
desavenencias dentro de la sociedad andina.
Criollos tupamaristas
El ajusticiamiento del corregidor de Paria, Manuel Bodega y
Llano, en el pueblo de Challapata, fue el punto de partida de algo
nuevo. Los eventos causaron una enorme conmocin en la capital
provincial, Poop, un pueblo minero del que haba salido la mayora de
los soldados que acompaaron al corregidor. Sus residentes temieron
que los insurgentes fueran ahora por ellos. Los trabajadores de las
minas e ingenios no haban colaborado con los campesinos pero
aprovecharon la rebelin para ajustar cuentas con sus patrones. Pese
a la gravedad de la situacin, muchos de los principales del pueblo
no se limitaron a levantar una compaa de milicias, solicitar
instrucciones a la audiencia o simplemente huir. Aquellos que
permanecieron en Poop decidieron en cambio reunirse en asamblea
para designar a un reemplazante de Bodega; alguien que pudiera
apaciguar los exaltados nimos de los campesinos y los trabajadores
mineros. El elegido result Juan de Dios Rodrguez. ste era el mayor
propietario de minas e ingenios de la provincia de Paria y de
Oruro; era tambin la cabeza visible de un grupo de vecinos criollos
de Oruro que por aos se haban enfrentado con los peninsulares por
el poder local. En 1781, las cosas tomaron un nuevo giro. La
asuncin como corregidor de la villa de un vasco llamado Ramn de
Urrutia cambi los tradicionales balances de fuerza entre los
espaoles peninsulares y los espaoles americanos. Las reacciones no
se dejaron esperar. La mayor parte de las elites criollas y la
plebe urbana de Oruro boicote las acostumbradas celebraciones
pblicas que acompaaban las elecciones. Se propagaron rumores de
motn popular contra los chapetones y, ms alarmante an, las calles
de la ciudad vieron la aparicin de pasquines que asociaban el
descontento con una supuesta adhesin al levantamiento tupamarista.
Los criollos y mestizos no dudaron en aprovechar la ocasin para
canalizar su insatisfaccin con el estado de las cosas: acusaron al
fallecido corregidor de provocar el estallido de la violencia
colectiva slo por colectar la plata de sus repartos de mercancas y,
sobre todo, aprovecharon para que su ms prominente representante
tomara posiciones de poder que de otro modo le estaban siendo
vedadas. Por qu en Oruro el extremo radicalismo del levantamiento
indgena no moriger las rivalidades dentro de las elites coloniales,
como fue el caso en el Cuzco, Chuquisaca y otras urbes andinas? La
hostilidad entre criollos y peninsulares tena acaso aqu races ms
profundas y vena de muy lejos. El antagonismo entre criollos,
patricios o paisanos y peninsulares o chapetones se reflej asimismo
en querellas sobre la adscripcin tnica y el honor. Oruro era una
ciudad pequea donde patricios y plebeyos compartan el espacio
pblico y la vida cotidiana. Desarrollaron cdigos culturales comunes
en la vestimenta, la manera de hablar, etc. Para los patricios,
ello signific una creciente identificacin con su pas de origen, la
patria chica; para la plebe, cierto sentimiento de identificacin
simblica con sus superiores. Para los europeos o para los criollos
venidos de otras partes, las elites orureas eran de baja estirpe.
De all que para los vecinos criollos ocupar los principales puestos
en las instituciones de gobierno local fuera no slo cuestin de
poder sino tambin de honor, de reafirmacin de su pertenencia a las
elites blancas. La discriminacin contra los americanos que la
Corona practic como poltica de Estado a partir de mediados de
siglo, llev a la designacin de peninsulares en los corregimientos
de Oruro y Paria, dos puestos que tenan una injerencia directa
sobre los habitantes de la villa y que muchas veces haban estado en
manos de sus vecinos, incluyendo la familia Rodrguez. La misma
acendrada hostilidad que haba conducido a la conformacin de
partidos asociados a uno y otro bando condujo a que Oruro se
convirtiese en el escenario de la nica revuelta genuinamente
criolla en el Bajo y Alto Per durante la poca de la revolucin
tupamarista. No significa ello que existieran contactos directos
entre la dirigencia tupamarista y los rebeldes orureos. Para los
vecinos patricios, el movimiento neoinca brind la posibilidad de
poner sus viejas frustraciones y anhelos en un nuevo contexto. Para
los europeos, cristaliz la nocin de que la aristocracia orurea,
5
por sus inclinaciones polticas y rasgos culturales, estaba ms
cerca de los colonizados que de los colonizadores. La ambigedad
poltica de los criollos y los prejuicios sociales de los
peninsulares crearon un clima general de mutua desconfianza que
llev el conflicto a extremos inimaginables. La villa comenz a
prepararse para resistir la inminente invasin de las fuerzas
indgenas. Como en todas las ciudades, se organizaron varias compaas
de milicias. En Oruro, sin embargo, ello se torn muy rpido en el
corazn mismo del conflicto. Los criollos haban ido adquiriendo a lo
largo de los aos los principales puestos en regimientos de
milicias, sin embargo, cuando el corregidor Urrutia form cuatro
compaas de personas hispnica y mestizas y una compaa de esclavos,
coloc al mando de tres de estos cuerpos , oficiales europeos
allegados a su persona. Los criollos recibieron la noticia como una
flagrante afrenta a su honor. Cuando a comienzos de febrero las
tropas fueron acuarteladas, los rumores de mutua traicin se
expandieron como reguero de plvora. La ciudad entr en un estado
general de deliberacin. Los milicianos y la plebe se congregaron en
la Plaza Mayor y los barrios populares, ms enfrascados ya en el
posible choque armado con los europeos que en el posible asalto
indgena. Al atardecer se escucharon ruidos de cornetas, cajas y
alborotos en un barrio popular de la villa y un cerro aledao. En
principio se pens que se trataba de la invasin de los indios, ms
resultaron ser los propios vecinos plebeyos. Quines eran stos? Por
un lado, los jornaleros de las minas; por el otro el abigarrado
mundo de los sectores populares de las urbes coloniales: oficiales
y aprendices de los gremios de artesanos, comerciantes al menudeo,
vendedores callejeros, etc., etc. Los oficiales y milicianos
europeos, reconociendo que la revuelta iba dirigida contra ellos,
hicieron fuego contra la multitud para dispersarla. Pero fueron
ellos los que debieron retroceder ante la lluvia de piedras. Muy
pronto el motn se extendi a toda la villa. Las calles y plazas se
convirtieron en campos de batalla. A la violencia contra las
personas, sigui un masivo saqueo de las casas y tiendas de los
chapetones y sus allegados. Los criollos prominentes y los
oficiales de las milicias no estuvieron involucrados directamente
en los incidentes. Pero no hicieron nada para detener la violencia
colectiva y resultaron sus principales beneficiarios. A la maana
del 11 de febrero, una comitiva se dirigi a la casa de Jacinto
Rodrguez para solicitarle, en su condicin de teniente coronel de
milicias y regidor decano del ayuntamiento, que en vista de la
desercin de las autoridades se hiciese cargo del gobierno de la
ciudad. Pretendieron Rodrguez y sus allegados restaurar el orden o
ms bien ponerse a la cabeza de la rebelin? Esta deliberada
ambigedad teira toda la historia de la rebelin. En cuanto a los
indios comenzaron a ingresar a la villa pacficamente la misma tarde
del 11 de febrero. La multitud ocup las calles de la ciudad para,
segn su propia visin de los hechos, ayudar a criollos y a cholos a
acabar con los chapetones. Los indgenas, en conjuncin con los
grupos populares urbanos, no dudaron en requisar todas las iglesias
de la villa, arrastrar fuera de ellas a los refugiados para luego
matarlos. La revuelta original de la villa de Oruro haba obedecido
a la enraizada hostilidad de los vecinos hacia los europeos y
forneos. Ahora, con la ocupacin de la ciudad por parte de las
fuerzas indgenas, los criollos vieron tornarse su revuelta en la
revolucin tupamarista. Y no les gust lo que vieron. Al comienzo
hubo mutuas expresiones de simpata. Sin embargo, pronto qued en
evidencia que los indgenas tenan sus propias ideas respecto de las
metas de la revolucin. Adems de su implacable persecucin de los
espaoles y saqueo de sus bienes, comenzaron a exigir la cesin de
tierras a las comunidades, por ejemplo. Del mismo modo, los
indgenas que ingresaron a la villa tambin parecieron exigir la
supresin del tributo y la devolucin de lo que ya haban pagado. Pero
ms all de este conflicto de intereses, la presencia de cientos de
indgenas hizo que los vecinos criollos de Oruro se enfrentaran cara
a cara con la realidad ltima del fenmeno insurreccional andino.
Para los indgenas la rebelin no era slo un alzamiento contra la
dominacin espaola sino contra las jerarquas sociales coloniales.
Afectaba las tradicionales relaciones de autoridad y deferencia
hacia las personas de origen hispnico, as como las formas de
distincin social. La manifestacin ms ostensible de esta aspiracin
igualitaria consisti en que los vecinos patricios de la villa,
hombres y mujeres, fueron obligados a vestir en todo momento, los
atuendos propios de los indgenas. Frente a la palmaria impotencia
para sujetar a los indios y ejercer control sobre la villa, los
criollos intentaron persuadirlos de que regresaran a su pueblos.
Slo una minora accedera a regresar a sus lugares de origen. Result
evidente, en definitiva, que no se retiraran si no era por la
fuerza. La fuerza fue en gran parte proporcionada por otros indios
insurgentes. Los criollos utilizaron a los indios que efectivamente
respondan a su mando para expulsar a los que lo hacan slo
nominalmente. La expulsin de los insurgentes marc el final de la
efmera coalicin entre indgenas y criollos. A partir de entonces, la
aristocracia orurea regres apresuradamente al redil realista.
Comenzaron por tratar de restablecer el orden social dentro de la
ciudad. Todo lo contrario ocurri en las reas rurales. All nadie
poda disciplinar a los insurrectos. Despus de la ruptura con las
elites criollas, los indgenas ajusticiaron al cacique Lope Chungara
y otros que haban colaborado con los Rodrguez. Quien encabez la
accin fue Santos Mamani, quien se convertira en el principal lder
insurgente de la regin. El 9 de marzo dos comunidades de l
jurisdiccin de Oruro y dos de Paria acometieron contra la villa. El
objetivo era exterminar a los habitantes de Oruro por su traicin y
su colaboracin con las fuerzas realistas. Fueron sin embargo
derrotados por las milicias. Diez das ms tarde lo intentaran una
vez ms. A comienzos de abril, se realiz el tercer y ms decidido
avance sobre la ciudad. Aunque esta vez las defensas de la villa
parecieron haberse visto sobrepasadas, la llegada de una compaa de
mil soldados milicianos de Cochabamba termin con la capacidad de
resistencia de los insurgentes. La derrota marc el fin del
levantamiento. Muchas comunidades comenzaron a pasarse al bando
realista. La pacificacin final de las reas rurales de Oruro fue en
buena medida obra de los mismos indgenas que, ante la evidencia de
la imposibilidad de derrotar a las fuerzas espaolas por las armas,
procuraron ganar as su derecho a reincorporarse al orden
establecido. En cuanto a los criollos, sus paces con los
peninsulares y su decisivo rol en la defensa de la ciudad y en la
supresin de la sublevacin indgena les valieron el derecho a
reincorporarse en la sociedad colonial.
La radicalizacin de la violencia en las provincias
altoperuanas
La derrota del avance sobre Chuquisaca el 20 de febrero de 1781
tendra ominosas consecuencias para el futuro del movimiento. En lo
inmediato, sin embargo, las noticias sobre el estallido de la
rebelin en Oruro fue un poderoso estmulo para que el proyecto
insurgente se propagase a otras provincias surandinas y los asaltos
a los grupos hispnicos y a los smbolos del poder colonial
alcanzasen su mximo nivel de radicalismo. Un edicto de Tpac Amaru y
las noticias sobre Oruro pudieron hacer por fin que los campesinos
norportosinos vieran su propia experiencia desde una nueva
perspectiva. Ms importante an, contribuyeron a cristalizar
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Ningn evento conmovi los cimientos del orden colonial en
Hispanoamrica como el masivo levantamiento de los pueblos andinos
del Per a comienzos de la dcada de 1780. La regin afectada
representaba el corazn del imperio espaol en Sudamrica. Era un gran
espacio econmico atravesado por la ruta que una Lima con Buenos
Aires y que estaba articulado alrededor de Potos. La regin estaba
habitada mayoritariamente por poblaciones de habla aymara y
quechua, los descendientes de las grandes entidades polticas
precolombinas. Si bien muchos indgenas eran trabajadores mineros y
urbanos o arrendatarios de haciendas, la mayora estaba integrada a
comunidades que posean la tierra colectivamente y tenan sus propias
estructuras de gobierno. De estas comunidades, la Corona obtena su
ms estable fuente de recursos fiscales, el tributo, y la minera su
principal fuente de trabajo forzado, la mita. Fueron estas
comunidades las que constituyeron el ncleo del alzamiento. La
magnitud del acontecimiento desbord por completo a las milicias
locales. Regimientos del ejrcito regular debieron ser despachados
desde las distantes capitales virreinales, Lima y Buenos Aires.
Como con todo movimiento revolucionario de envergadura, iban a
surgir figuras carismticas cuyos nombres resonaran a lo largo y
ancho del continente. Dejaron tras de s mitos portentosos que han
impregnado la conciencia histrica y el imaginario poltico de los
pueblos de la regin: Jos Gabriel Condorcanqui o Tpac Amaru II; Toms
Katari y Julin Apaza. Detrs de estos hombres y estos hechos se
advierten los contornos de una idea, cuyo mensaje esencial a nadie
pudo escapar: restituir el gobierno a los antiguos dueos de la
tierra.
La violencia del tiempo
Los eventos de 1780 constituyen un momento insoslayable en la
historia de los pueblos andinos; como tal, asumieron muchas y
variadas encarnaciones a los largo del tiempo. En los aos
formativos de los estados que emergieron de la disolucin del
imperio espaol quedaron sumidos en el olvido o reducidos a un
episodio aislado. Por cierto, las nuevas elites peruanas y
bolivianas no fueron ciegas a las herencias culturales de las
poblaciones que gobernaban. Sin embargo, el exaltar las virtudes de
los andinos del pasado no fue bice para condenar el atraso de los
andinos del presente, y as justificar los regmenes de trabajo
forzado y la condicin de inferioridad jurdica que continuaba
abatindose sobre ellos. Incas s, indios no, es el lema que mejor
parece capturar el espritu de la poca. Habra que esperar ms de un
siglo para que 1780 dejara de ser una fecha en la historia de la
barbarie y se convirtiera en una fecha en la historia de la nacin.
Para mediados del siglo XX, la conjuncin de importantes cambios
polticos, el desarrollo de vigorosos movimientos populares y la
cada vez ms influyente prdica de intelectuales indigenistas y
marxistas, contribuyeron a la gestacin de una nueva narrativa. En
este nuevo clima de ideas, Tpac Amaru encontr un nuevo lugar. El
lder cuzqueo apareca ahora como una la encarnacin de la resistencia
de los americanos a la opresin colonial. Tambin la historia
acadmica particip de este proceso de reinvencin. En las dcadas del
40 y 50 Boleslao Lewin, Jorge Cornejo Bouroncle y Daniel Valcrcel
escribieron, sobre la base de arduas investigaciones de archivo,
los primeros estudios profesionales sobre el tema. La interpretacin
que informaba este relato aparece encapsulada en el propio ttulo de
algunos de sus libros: Tpac Amaru y los origenes de la
emancipacin
americana(Lewin); Tpac Amaru, precursor de la independencia
(Valcrcel). Esta cacofona revela por s misma la profunda
creencia de la poca en los ntimos vnculos que habran unido a los
movimientos indgenas con la causa criolla. La vida til de esta
interpretacin, no obstante, result efmera. No hay duda de que en
sus pronunciamientos formales Tpac Amaru apelaba a nociones de
patriotismo americano o peruano y que algunos grupos hispnicos en
sus inicios favorecieron la insurreccin. Pero pronto, se tornara
evidente que los antagonismos sociales desencadenados por el
levantamiento eran tan inadmisibles para los peninsulares como para
los criollos. El anticolonialismo del movimiento no era en esencia
geopoltico sino tnico-cultural. Tena tambin un fuerte componente de
clase. A los ojos de las masas campesinas, la distincin entre
espaoles y criollos era irrelevante. Y adems la movilizacin autnoma
de millares de indgenas tenda irremediablemente a desarticular las
formas establecidas de autoridad, control econmico y deferencia
social. Para las dcadas de 1970 y 1980, pues, la revolucin
tupamarista encontr una nueva imagen y un nuevo destino. Mientras
las generaciones previas haban caracterizado el movimiento por lo
que lo asemejaba a la causa criolla, ahora se comenz a
caracterizarlo por lo que lo haca diferente. Vale decir: los
eventos de 1780 slo podan ser explicados por la existencia de una
cosmovisin propiamente andina. En el centro de esta cosmovisin se
hallaba una concepcin cclica del tiempo que presagiaba el retorno
de las civilizaciones pasadas y que conceba el cambio histrico como
el resultado de cambios cosmolgicos ms vastos. Lo que inspir a los
pueblos nativos en armas no fue la emancipacin poltica de Espaa
sino un ideal utpico: la proyeccin en el futuro de una idealizada
edad dorada del pasado. Y este ideal utpico era distintivamente
andino, una utopa andina.Buscando
un Inca: identidad y utopa en los Andes, es el ttulo que el ms
sagaz historiador de la poca, el peruano Alberto Flores
Galindo,
eligi para su libro. Manuel Burga y Jan Szeminski titularon los
suyos, respectivamente, Nacimiento de una utopa: Muerte y
resurreccin de los Incasy La utopa tupamarista. Otros tiempos,
otras cacofonas. Los estudios sobre la utopa andina obedecieron
a
cambios en el campo historiogrfico, tales como el creciente
prestigio de la historia de las mentalidades y la antropologa
cultural. Pero el clima de ideas en el que estos estudios
florecieron era ms abarcativo y profundo. Los conflictos que
atravesaba la sociedad boliviana contempornea no podan ser
reducidos a la lucha de clases o al nacionalismo populista: eran
conflictos tnicos de matriz colonial. En el Per, por su parte, los
estudios sobre la utopa andina acompaaron la aparicin de un fenmeno
que dominara por mucho tiempo la agenda poltica del pas: Sendero
Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tpac Amaru. Un consenso
historiogrfico fue emergiendo desde entonces: lejos de prefigurar
el posterior movimiento independentista, el levantamiento de
1780
1
hizo que la independencia fuera aqu importada (precipitada por
el arribo de los ejrcitos de San Martn y Bolivar), tarda (Per y
Bolivia fueron las ltimas regiones de Sudamrica en hacerlo) y
profundamente conservadora (orientada a preservar, no a
transformar, las jerarquas sociales coloniales). La poca del Tpac
Amaru criollo, estilizado, precursor de la emancipacin, haba
llegado a su fin. Para comienzos de los aos noventa, tras casi
medio siglo de investigaciones, congresos y simposios, no era en
verdad mucho lo que sabiamos sobre los motivos que haban llevado a
cientos de miles de indgenas a arriesgarlo todo. Las tensiones
socioeconmicas poco nos dicen acerca de cmo imaginaban los
insurgentes el nuevo orden de las cosas o por qu actuaron como
actuaron. Las estructuras mentales son un pobre sustituto del
reduccionismo econmico. En primer lugar, porque el rango de
creencias y expectativas durante la rebelin no pueden ser reducidas
a unos pocos rasgos comunes. No todos se alzaron porque esperaban
un nuevo inca. Pero, mas generalmente, porque los sistemas de
creencias culturales proveen el contexto de la experiencia, no la
experiencia misma. Reconstruir la experiencia requiere restituir el
significado. Y restituir el significado de la experiencia
tupamarista no requiere otra cosa que recuperar la dimensin poltica
del fenmeno. Comprender este proceso exige una nueva agenda de
investigacin. Requiere discernir cmo las poblaciones indgenas
interactuaron con las instituciones de gobierno, articularon sus
propias nociones de justicia y procuraron establecer mecanismos de
solidaridad y movilizacin que contrarrestaran persistentes
tendencias al aislamiento.
Las comunidades indgenas hacen poltica
Si la revolucin tupamarista tuvo un comienzo preciso, ste no
ocurri en el Cuzco sino en un pequeo pueblo rural al norte de
Potos. Todos los fines de agosto la poblacin indgena de la
provincia de Chayanta se congregaba en un pueblo de puna llamado
San Juan de Pocoata con el fin de despachar la mita y cumplir sus
obligaciones tributarias. En 1780 nada fue como de costumbre. El 26
de agosto estall una violenta batalla entre las comunidades que se
haban congregado en las afueras del pueblo y las milicias
provinciales. Los indgenas demandaron al corregidor, Joaqun Als, la
liberacin de Toms Katari, un indio de la comunidad de Macha, preso
por entonces en la crcel de la real audiencia de Charcas. Nada de
lo ocurrido en Pocoata ese da fue espontneo o imprevisto. Por el
contrario, la batalla haba estado precedida por meses de abiertos
enfrentamientos. Desde haca ms de dos aos, los machas haban estado
exigiendo el reemplazo de sus actuales caciques por individuos que
gozaran de la confianza de los indios del comn, Toms Katari entre
ellos. No se trataba en absoluto de una demanda excepcional. La
razn es que en el mundo andino las facultades y atribuciones de los
caciques iban mucho ms all de lo poltico o lo simblico; de ellos
dependa en gran parte el bienestar, incluso la supervivencia de la
comunidad. Estos asuntos haban adquirido singular urgencia desde
mediados de siglo debido a la conjuncin de tendencias econmicas que
afectaron al conjunto del rea andina. Es el caso del sostenido
incremento del repartimiento forzoso de mercancas, un sistema que
obligaba a los miembros de las comunidades a comprar a los
corregidores provinciales una canasta de bienes a precios
superiores a los del mercado. Es el caso tambin del inicio de un
perodo de escasez de tierras suscitado por un ciclo de crecimiento
poblacional. Ello se tradujo en la proliferacin de litigios tanto
dentro de las comunidades como entre comunidades vecinas y entre
comunidades y haciendas. Adems en estos aos se registr una
sostenida cada de los precios de los productos agrcolas que los
indgenas vendan en los mercados urbanos. Por otro lado, la
administracin imperial borbnica puso en marcha ingentes esfuerzos
para aumentar la recaudacin fiscal, lo cual llev a incrementos en
la alcabala y el establecimiento de aduanas en la entrada de las
ciudades para garantizar su cobro. En suma, las comunidades andinas
comenzaron a experimentar crecientes dificultades para afrontar las
cargas que se abatan sobre ellas. Los corregidores, los curas y
especialmente los caciques se transformaron en el blanco habitual
del descontento. A su vez, estos enfrentamientos se conjugaron con
intensas pujas distributivas en el seno de las elites coloniales.
Este conjunto de tensiones, verticales y horizontales, deriv en una
ola de conflictividad social que se aceler conforme nos aproximamos
a la sublevacin general. Estos estallidos previos estuvieron lejos
de ser expresiones aisladas y espontneas de protesta. Siguieron
definidos repertorios de accin colectiva. En primer lugar, las
comunidades indgenas tendan a pensar sus demandas en trminos de de
derechos generales. Los perciban, y as lo eran con frecuencia, como
agravios comunes a todos. Por otra parte, incluso los procesos de
confrontacin ms acotados tendan a instigar su politizacin debido a
que stos los empujaban a interactuar con diversos organismos de
gobierno, a contrastar las divergencias entre normas formales y
poder real y a poner a prueba sus relaciones de fuerza con las
elites rurales. Dicho de otro modo: no hubo revuelta comunal que no
estuviera precedida por apelaciones legales, y pocas apelaciones
legales que no derivaran en el uso, pblico o solapado, de la
violencia. Existi, por ltimo, un conjunto de mecanismos de
sociabilida que favoreci las vas de comunicacin y, por ende, la
propagacin de las protestas de una comunidad a otra.
Lo que diferenci a la protesta colectiva liderada por Toms
Katari fue la dinmica que termin asumiendo el conflicto. Para
cuando los machas comenzaron a exigir la destitucin de sus
autoridades tnicas, en Chayanta haba asumido un nuevo corregidor,
Joaqun Als. Tras una visita a la provincia antes de asumir el
cargo, ya haba advertido que bajo ninguna circunstancia permitira
que su autoridad fuera socavada mediante protestas y apelaciones
judiciales como las que haban soportado sus antecesores. De modo
que cuando a comienzos de 1778 los machas le exhibieron decretos
obtenidos en Potos y Charcas a favor de sus reclamos, Als los
arrest, les confisc sus papeles e hizo que Tomas Katari fuera
azotado en la plaza del pueblo. Ante el fracaso de estos recursos,
lo machas tomaron una indita decisin: probar suerte en una corte
remota, el Virreinato del Ro de la Plata. El virrey Vrtiz y sus
asesores representaban una nueva generacin de administradores
ilustrados dispuestos a imponer un modelo de gobierno ms racional y
eficiente. Crean que deba ponerse fin de una vez a la venalidad y
corrupcin de las autoridades locales, y lo que Katari tena para
contar era lo que ellos estaban dispuestos a escuchar. Por tanto lo
enviaron de vuelta a su pueblo con una orden para que la audiencia
de Charcas designara un juez que investigase las denuncias y, de
resultar ciertas, se removiera de inmediato a los caciques, se
designara a Katari en su reemplazo y, eventualmente, se destituyera
al mismo corregidor. Cuando en abril de 1779 Katari regres de
Buenos Aires, la audiencia ignor por completo el decreto de Vrtiz y
le aconsej a l y a los muchos indgenas que lo acompaaban que
regresara a la provincia. El lder indgena fue arrestado de
inmediato por el corregidor Als y, ahora con la complicidad de los
magistrados regionales, hizo que lo arrestasen, cuando, tras
liberarlo, los machas regresaron a Potos y Charcas para denunciar
su
2
escandaloso comportamiento. Mientras Katari proclamaba su verdad
y justicia la provincia se torn ingobernable. Los machas
persiguieron a todos aquellos que haban sido cmplices en el arresto
de su lder y acosaron a todas sus autoridades tnicas hasta
forzarlas a rogar al corregidor que les aceptase la renuncia a sus
cargos. Creyendo que poda disuadir a los indios por medio de la
fuerza, Als organiz una numerosa compaa de milicias, la que result
arrasada por indgenas de toda la provincia cuando el 26 de agosto,
el corregidor incumpli su palabra de entregar a Katari. Als mismo
fue capturado, y slo lograra su libertad cuando la audiencia
liberara a Katari y se les asegurase a los indios que no regresara
nunca ms a Chayanta.
Rituales de justicia, actos de subversin
La dominacin espaola sobre los pueblos andinos se expresaba en
elaborados rituales pblicos por los cuales los indgenas
manifestaban su sumisin a la Corona. Era el caso de las ceremonias
que acompaaban el pago de los tributos, el despacho de la mita, las
fiestas religiosas o la administracin de la justicia del rey. As
pues, en el marco del teatro poltico colonial las comunidades
andinas cumplieron con sus obligaciones hacia el monarca y acataron
la jurisdiccin de los tribunales espaoles. El drama interpretado,
empero, no represent ya su sumisin a los gobernantes europeos sino
algo diferente y opuesto a la misma esencia de la dominacin
colonial: la implementacin de las concepciones indgenas de
legitimidad poltica y la supremaca del poder de coercin de los
pueblos nativos.
La idea del inca
El 4 de noviembre de 1780 en un pueblo cercano a Tinta, la
capital de Canas y Canchis, el corregidor Antonio de Arriaga
presidi la celebracin de la fiesta de San Carlos, en honor al
monarca Carlos III. Entre los notables locales que asistieron al
almuerzo se encontraba Jos Gabriel Condorcanqui, un cacique de los
pueblos de Pampamarca, Surimana y Tungasuca. Jos Gabriel perteneca
a una de las varias familias de la regin que descendan de los
antiguos linajes nobles incaicos. Se llamaba Tpac Amaru por ser uno
de los descendientes por va paterna de Tpac Amaru I, el ltimo inca
derrotado por los espaoles en 1572. Cuando al anochecer regresaba a
su residencia en Tinta, Arriaga fue emboscado, tomado prisionero y
llevado de inmnediato al pueblo de Tungusuca. El 9 de noviembre
Tpac Amaru anunci pblicamente que el corregidor sera ajusticiado
por orden del rey. Tambin proclam que el monarca haba dispuesto
otras importantes medidas. Ese mismo da el corregidor fue ahorcado
en presencia de una multitud.
Los eventos pblicos que pusieron en marcha las rebeliones en
Charcas y el Cuzco presentan ciertos paralelismos en sus formas.
Algunos historiadores han subrayado el hecho de que Toms Katari y
Tpac Amaru siguieron un similar itinerario a la vez fsico e
ideolgico. Por un lado, ambos viajaron a las capitales virreinales
para hacer sus reclamos. Ambos lderes, por otro lado, apelaron a
rdenes superiores para destituir en un caso y ajusticiar en el otro
a sus respectivos corregidores, Joaqun Als y Antonio de Arriaga.
Detrs de estos paralelismos, empero, se erigen diferencias de
contenido no menos significativas. La rebelin de Chayanta fue parte
de un proceso poltico en marcha. La batalla de Pocoata fue el
corolario esperable y esperado de este proceso. La expulsin de Als
fue al mismo tiempo un acto sedicioso y una genuina ceremonia
jurdica. Por el contrario, la rebelin en el Cuzco, aunque no careci
de antecedentes, fue una conspiracin secreta, sorpresiva e
independiente de cualquier disputa concreta entre Arriaga y los
pueblos bajo su mando. El movimiento campesino de Charcas plante el
problema de las formas legtimas de gobierno; el levantamiento
liderado por Tpac Amaru II, el de la soberana. Cmo explicar estas
diferencias? La respuesta hay que buscarla en las peculiares
realidades sociales del sur peruano. En el rea del Cuzco, la
relacin entre los sectore