TIC iluminadas Las TIC son herramientas propias de la culturad digital en la que vivimos pero a la vez son generadoras de espacios de co-existencia en los cuales las personas se vinculan, se comunican y se manifiestan. Como toda herramienta han de ser comprendidas como medios para el logro de un fin que en tanto bien, humaniza a la persona. El planteo del presente documento intentará iluminar estas dualidades herramienta/mundo virtual, medio-fin a la luz de algunos conceptos de la antropología trascendental, focalizando la atención en la importancia de la familia como educadora protagónica para el logro de la co-existencia virtuosa en los mundos virtuales y el uso prudente de las TIC. DOCTORADO EN EDUCACIÓN Complemento de Formación: Familia y Cambio Social Profesores: Dr. Alfredo Sedano Dra. Aurora Bernal Mag. Mara Villanueva [email protected]
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Tic iluminadas familia y cambio social mara villanueva 2013
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TIC iluminadas
Las TIC son herramientas propias de la culturad digital en la que vivimos pero a la
vez son generadoras de espacios de co-existencia en los cuales las personas se
vinculan, se comunican y se manifiestan. Como toda herramienta han de ser
comprendidas como medios para el logro de un fin que en tanto bien, humaniza a
la persona. El planteo del presente documento intentará iluminar estas dualidades
herramienta/mundo virtual, medio-fin a la luz de algunos conceptos de la
antropología trascendental, focalizando la atención en la importancia de la familia
como educadora protagónica para el logro de la co-existencia virtuosa en los
sociedad del conocimiento (Drucker,1966; Willke, 1998; Stichweh ,1998; Stehr, 1990;) o
cyber-cultura o cultura digital (Barandarian, 2003; Lara, 2008; Jenkins, 2008; Ripani, 2011;
Alsina, 2010) , surgen con ímpetu arrollador y masificante, tal vez con una velocidad nunca
antes experimentada a lo largo de la historia biográfica de la civilización, las tecnologías de la
información y la comunicación (TIC).
Estas herramientas resultan las tecnologías preponderantes y propias de la cultura digital en
la que las personas participamos en la actualidad con diversas modalidades e intensidades.
Parafraseando a González, Gisbert et al., (1996, pág. 413), entenderemos por TIC tanto al
conjunto de herramientas, soportes y canales para el tratamiento y acceso a la información
como a los nuevos modos de expresión, que suponen nuevas formas de acceso y nuevos
2 Aunque cabe también pensar que así como nuestra inteligencia y voluntad nos han enseñado a vivir con determinadas tecnologías, también podríamos, a la larga, habituarnos a vivir sin ellas, aunque de seguro con sustanciales modificaciones en nuestras formas de comprensión e inter-relación personal.
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modelos de participación y recreación cultural. En ambos casos los postulados comparten el
hecho de la utilización de soportes o canales digitales.
Lo particular que parecieran ofrecer estas TIC a diferencia de otras tecnologías que ha
utilizado el ser humano, y tal vez por ello su proliferación y el encanto (encantamiento) que
suelen producir, se debe no sólo a que facilitan el quehacer en nuestra vida cotidiana sino que
apelan y motivan particularmente la interacción entre las personas proponiendo espacios y
dinámicas alternativos para la co-existencia.
Tal como sostiene Balaguer Prestes (2009),
Las tecnologías actuales no son sólo meros aparatos, sino que son objetos culturales al
servicio de la comunicación, la expresión, la exploración y la
coexistencia en mundos paralelos. Son tecnologías de comunicación e interactividad que
permiten ampliar en forma considerable las capacidades humanas de procesamiento de
la información y de multipresencia.
En la definición que acabamos de presentar nótese que se percibe a las TIC como objetos
culturales, lo cual es efectivamente cierto dado que han sido creados por personas que se
manifiestan en una determinada cultura y en un tiempo histórico preciso pero por otra parte,
se las considera al servicio de la comunicación, la expresión y la interactividad. Nos
permitimos discrepar con el prestigioso autor dado que en realidad las TIC están al servicio de
personas que se comunican y se expresan de manera interactiva.
Esta disquisición que parece menor, no lo es si se considera que la postura del autor hace
referencia a un uso funcionalista en el que se posiciona a las TIC por encima de la persona y
se las coloca al servicio de procesos cuando por lo que hemos afirmado al comienzo de este
apartado, el buen uso de las TIC debe partir siempre de la persona que hace uso de la
tecnología con criterio prudente y ético y luego de un proceso de selección adecuado de la
mejor tecnología para la mejor solución de la situación que se le plantea.
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II. Neutralidad moral de las tecnologías. Ni tecnofóbicos ni tecnofílicos.
Desde un punto de vista moral o ético, las tecnologías de la información y la comunicación
son neutras. Desde un punto de vista sociológico y tal como lo expone Pérez Tapia (2006),
las tecnologías imperantes en una época no son neutras.
En este apartado nos detendremos a analizar la primera postura, circunscribiendo nuestro
análisis a la neutralidad moral de las tecnologías de la información y la comunicación en tanto
herramientas al servicio de la persona, proceso durante el cual intentaremos mantener la
concentración atencional en lo real.
Más allá de la real utilidad y de la generalización en el uso de las TIC en la cultura digital de
la que formamos parte, debemos estar atentos para descubrir aquellas posturas teóricas que
colocan a las TIC por encima de otro tipo de tecnologías o que las presentan como soluciones
prioritarias y generalizadas frente a otras alternativas o que incluso, consideran que son fines
en sí mismas.
En el primer caso corremos el riesgo de entronizarlas desde una visión tecnicista que no
posibilite la real dimensión de análisis y selección prudente que debemos llevar adelante a la
hora de elegir una herramienta tecnológica. No siempre la mejor decisión implica utilizar una
herramienta TIC e incluso no siempre la tecnología facilita o mejora las situaciones
problemáticas que con ellas intentamos solucionar. Una vez más, recordemos que son medios
y no fines y que por ende, debemos adaptar el medio al fin buscando aquel que sea más
adecuado y prudente.
La segunda postura que promueve un uso generalizado de las TIC en diversos ámbitos y
contextos, se encuentra íntimamente ligado con la postura tecnicista anterior. Pensar en las
TIC como soluciones únicas o prioritarias podría generar un proceso paralizante que impida
su progreso y desarrollo, dado que si las consideramos como la panacea universal para la
solución de todos los problemas humanos estaríamos impidiendo que surjan nuevas
tecnologías, tal vez más útiles y eficaces.
Cabe aclarar que en el caso de las TIC el interés del mercado por la colocación de nuevas
tecnologías, recambio fundamentado en la obsolecencia programada3, evitaría esta inclinación
a la paralización del desarrollo de nuevas alternativas. Sin embargo, en esta trampa del
marketing, el surgimiento de nuevas tecnologías que reemplacen a las anteriores no está dado
por la conciencia genuina que busca el bien desarrollando nuevos productos para una mejor
tramitación de las situaciones cotidianas, sino en el afán empresario de lograr mayores réditos
3 Ver Benito Muros (2012) “Todos los aparatos tecnológicos están programados para morir” http://www.lavanguardia.com/lacontra/20120412/54283677770/benito-muros-todos-los-aparatos-electronicos-estan-programados-para-morir.html
Y tal como afirmamos al comienzo, el uso virtuoso estará de la mano de la capacidad que
tenga la persona de actuar con prudencia en la justa elección y con inteligencia en la correcta
acción.
El uso ético que hagamos de las Tic resulta una consideración fundamental a tener en cuenta
dado que, como señaláramos antes, estas tecnologías se intrincan especialmente en la inter-
vinculación personal. Por lo tanto, un mal uso que yo haga de las TIC no sólo afecta mí ser
personal sino también al de aquellas personas que han sido impactadas de una u otra manera
por el uso que yo le haya dado a la tecnología. El uso de las TIC en la actualidad reporta, no
sólo una elección personal vinculada a mi libertad, sino que comporta una responsabilidad
para aquellos con los que co-existo.
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III. Ejercicio de la virtud en los entornos virtuales. ¿Es posible? La polis cibernética
Una de las potencialidades distintivas que posibilita el uso de las TIC es la generación de
espacios virtuales, nuevos entornos comunicacionales y representacionales en los que
participamos, nos manifestamos y nos inter-vinculamos con otras personas.
En tanto nuevos espacios de manifestación personal podemos hacer en ellos una inserción
reflexiva y voluntaria guiada por la virtud, que no es lo mismo, tal como afirma Pérez Tapia
(2006) que una inmersión pasiva, desprovista del faro de los buenos hábitos.
En este sentido acordamos con Sellés (2000: pág.12) quien afirma que lo importante no es
hacer (actividad pragmática) sino tener más humanidad (hábitos y virtudes en el hacer.
Cabe preguntarse entonces, si es posible un -bien hacer5- en esos espacios que nosotros
mismos diseñamos y construimos, de tal manera que se adquieran más y mejores hábitos y
virtudes y de esa manera, humanizarlos y humanizarnos más.
Podríamos pensar que en los vínculos que se establecen en el cyber-espacio con otras
personas bien se aplica la idea de hombre como perfeccionador perfectible que al entrar en
co-existencia con los objetos del Universo, es capaz de perfeccionarlos y en esa labor se
perfecciona, de la misma manera que al co-existir con los demás, logra satisfacer sus
necesidades humanas, pero al mismo tiempo la relación es perfeccionadora recíprocamente.
Podemos inferir que si nuestro hacer-participante6, busca no sólo el propio bien sino el bien
del otro, entonces será no sólo posible tener más humanidad sino que la humanización será
condición necesaria para que el espacio virtual pueda transformarse en un espacio virtuoso.
Si junto con Llano (1999) afirmamos que -sin virtud vivida prácticamente a nivel cívico la
sociedad se descompone- y si lo cívico se refiere a la polis, ¿por qué no pensar en una polis
cibernética en la cual los ciudadanos virtuales deban colegir las consecuencias de sus acciones
y procurar el bien de aquellos con quienes comparten el espacio con el afán de construir un
verdadero ámbito de co-existencia que trasciende la presencia de lo físico, pero en el que
pueda darse, a partir de un genuino interés que se interesa, un interés desinteresado?
Esta dimensión ética de la praxis explicaría tal vez el porqué las personas insisten en
compartir en Internet sin aparente finalidad alguna sus conocimientos con otras personas a las
que no conocen, costumbre muy habitual en la red, dinámica facilitada por la WEB 2.0 que
5 Acuñamos el término bien-hacer para referirnos a una acción superadora del hacer bien dado que no alcanza con hacer bien sino que hay
que hacer bien mirando al bien. Para distinguir el simple hacer bien que se vincularía más a un criterio de eficacia y eficiencia (acción
lograda, bien hecha) preferimos anteponer el calificativo “bien” para indicar la direccionalidad o sentido del hacer.
6 y lo denominamos así dado que como afirmamos anteriormente, en entornos virtuales nunca hacemos para nosotros mismos, sino en co-
vinculación con otros, por lo tanto, hacemos, pero en el hacer, participamos y hacemos partícipes a otros de nuestro hacer siempre que ese
hacer mire al ser personal, y en consideración del otro con quien participo.
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propone la colaboración y la entrega desinteresada de lo que sé y conozco con otras personas
a las que no conozco pero a las cuales comienzo a conocer partir del hecho de compartir.
¿Esto no revelaría entonces el amor de amistad que persigue el bien del amigo para el amigo?
¿No están aquí presentes el bien, la reciprocidad y la comunicación?
Este -interés que se interesa por-, también explicaría el porqué se generan hábitos virtuosos
en los espacios digitales en los cuales podría reinar el caos dado que, en apariencias no hay
reglas a seguir o las reglas son las que cada uno dicte. Sin embargo, los cyber-navegantes de
continuo asistimos a espacios en los cuales surgen intervenciones espontáneas que obviando
la estructura, promueven el buen comportamiento y el -hacer bien- de los participantes en
dicho ámbito. Esto no implica normativizar la participación en el ciberespacio porque no se
impone como regla masificadora sino como posibilidad de acción, en general no punitiva,
para facilitar la co-existencia, lo cual, revela a nuestro entender, un genuino interés por la
persona como tal y en su totalidad, más allá de no poder, por las limitaciones prácticas que
impone la tecnología, participar en el ser físico de la persona aunque sí de sus aportaciones y
sus obras.
Pero como en toda sociedad y en tanto la sociedad es manifestación de la persona, así como
hay virtud, también no es menos cierto que hay vicio. La sociedad digital que se constituye en
los espacios virtuales no escapa a esta lógica en la cual también queda de manifiesto la crisis
personal. Sin embargo, la tecnología no genera la crisis personal sino que la re-transmite por
pantallas y monitores. En todo caso, la magnífica y la hace pública.
De la misma manera que un profesor no será mejor o peor profesor por utilizar ordenadores
en el aula, sino que la virtud de sus manifestaciones dependerán de que tenga o no en claro el
sentido trascendental de su ser personal y el encargo que se le ha encomendado, la selección
tecnológica que hagamos para concretar nuestras acciones y la forma de participación que
ejerzamos en los ambientes virtuales será consecuente con la persona en tanto ser dual y no
será la cyber-cultura la que modifique a la persona sino la persona la que modifique la cyber-
cultura..
Si consideramos a la polis griega como el ámbito en el que se crece con los demás y en el que
se puede crecer en virtud, y tal como afirma Sellés (1999:44) la voluntad crece más al entrar
en contacto con personas, puesto que éstas son más que ella, y además son distintas y un
tesoro ingente respecto de ella, y dado que lo mejor no es aislarse, sino personalizar el ser
social que el hombre es por naturaleza, cabe preguntarse si la vinculación inter-personal que
se produce en la red permite el crecimiento de la voluntad como sucede en la polis griega a
partir de la co-existencia o si dicha vinculación tiene un valor menor sólo por estar ausente la
corporeidad real de la persona, ya que lo que observamos en la pantalla es una
representación/actualización de la misma y no la persona en sí.
En la terminología cibernética decimos que la co-existencia se establece a partir de vínculos
en red o en la red, palabra de variadas acepciones. Creo adecuado pensar en esta red no como
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un dispositivo que atrapa y entrampa, sino como un espacio que contiene e intercomunica
pero con “orificios” en el entramado lo suficientemente flexibles como para permitir la
manifestación libre y responsable de la co-existencia que en tanto tal, se interesa por el otro y
resulta, en este sentido, solidaria. Tal vez la diferencia en el ciberespacio entre la red que caza
y la red que libera, esté dada no por el factor tecnológico en sí, sino como hemos planteado
desde el principio, por la potencialidad que cada persona que participa en ella tiene de
manifestativamente transformar el espacio en un espacio virtual y virtuoso dado que las
acciones humanas no son indiferentes, sea que se den en el mundo físico como en el mundo
virtual, pero los objetos tecnológicos que crean la virtualidad sí lo son.
En concordancia con lo expuesto, si estas tecnologías han de servirnos, lo será para ayudarnos
a ser mejores personas capaces de hacer mundos mejores. Si las herramientas digitales no
sirven a esos fines, pues entonces, no nos sirven.
Pasar de esta conceptualización de la red constrictiva interesada en la que la persona es sólo
búsqueda a la red comunicativa de co-existencia en la cual la persona comparte (da y acepta)
implica pasar de un paradigma reduccionista tecnocrático-informacional a un paradigma
colaborativo-comunicacional en el cual se gesten los espacios adecuados para que el
conocimiento sea posible. La cuestión entonces parece dirigirse hacia la necesidad de pensar
cómo dimensionar adecuadamente los espacios de la red para que la persona quede contenida
pero no atrapada de manera que pueda transitarla libremente y en ese tránsito crecer y ayudar
a crecer. Pero esta cuestión no se vincula con la arquitectura informacional propia de la
técnica sino con el criterio antropológico que piensa y se interesa por quien participa y se
sumerge en la red.
En este sentido, logar que nuestra participación se de en una red de co-existencia libre que -se
interesa por- y por ende, comunica, y no en una red que se circunscriba a la mera búsqueda
interesada, requiere de un aprendizaje no sólo de las virtudes necesarias para navegar en ella
sin transformarse en un náufrago digital (Balaguer Prestes, 2009), sino que requiere también
de la comprensión y el aprendizaje de las características propias de los espacios virtuales para
participar en ellos como ciudadanos digitales racionales.
Este bien-hacer requiere, como en el caso de todas las tecnologías, tiempo, esfuerzo y criterio
y el necesario aprendizaje para poder utilizar las TIC adecuadamente de manera crítica,
responsable y creativa.
¿Y dónde puede y debe darse este aprendizaje para saber navegar con prudencia en los cyber-
mundos? Indudablemente y en primer lugar, en la familia de la misma manera que los
procesos de sociabilidad primarios se dan en el seno del hogar y el aprendizaje de las primeras
herramientas tecnológicas también se da en ese contexto.
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IV. La institución familiar: ámbito propicio para el aprendizaje del buen uso de las
herramientas digitales. El ámbito en donde se diferencia el náufrago del navegante.
Si educar es ayudar a crecer, dicho crecimiento resultará manifestación de la persona en los
diversos ámbitos en los que esta se desenvuelva.
Las virtudes, hábitos y costumbres adquiridas en la relación familiar tríadica nos acompañan y
forman parte de nuestro ser personal en todos los espacios en los que participamos. Es así que
las virtudes son parte esencial de nuestra intimidad personal y no las abandonamos según el
espacio en el que nos manifestemos.
Es así que la dualidad de la persona, resulta unificadora e integradora. Somos ser esencial y
yo manifestativo en esencia y en eso radica el ser persona.
Por lo tanto entendemos que las virtudes se manifiestan en la esencia pero se imbrican en el
ser personal y por ende, surgen en la co-existencia con las personas de manera estable, tal es
así que no somos veraces en el trabajo y engañadores en la universidad, o prudentes en la
familia e imprudentes en la vía pública.
Cabe suponer que esta –transversalidad de la virtud- es decir este ejercicio coherente de la
virtud se da siempre que nos manifestamos y en esa manifestación co-existimos con personas
que se interesan por nosotros y por las cuales nos interesamos.
Es en la relación amorosa de la familia donde aprendemos a co-existir y modelizamos las
formas de interés. Por tanto, es allí donde deberíamos aprender a ser-con en el mundo físico y
a ser-con en el mundo virtual.
La dificultad actual radica en el hecho de que en este momento transicional en el cual las TIC
aún pueden ser consideradas innovaciones, dado que como tecnologías masivas tienes poco
menos de dos décadas, y tal vez de manera inédita en la historia de la humanidad, los
pequeños y los jóvenes, es decir los hijos, parecen saber más de esa tecnología que los propios
padres.
Sin embargo, lo que saben los hijos es el manejo instrumental y muchas veces intuitivo del
dispositivo digital y de los entornos a los que estos permiten acceder; saben apretar teclas e
intervenir en la lógica de la virtualidad. Sin embargo, lo que han de aprender en la familia, y
en esto no hay subsidiariedad que valga, es a co-existir en la red.
Lo ideal sería que los padres conocieran y supieran -bien hacer- con la herramienta digitales,
pero en definitiva, lo prioritario es saber enseñar el sentido en tanto medio del uso de las
mismas. Y en esto, los padres siguen teniendo un protagonismo indiscutible el cual que no
puede ser reemplazado por programas de alfabetización digital.
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Así como la co-existencia en los espacios físicos se aprende en la familia, la co-existencia en
los entornos virtuales, los modos de participación adecuada en la cultura digital y el sentido
responsable del uso de la tecnología propia de una época es responsabilidad de familiar.
Sin embargo, ciertas corrientes han barrido con esa responsabilidad adjudicando a la familia
un rol secundario en la educación digital de los hijos, disculpándolos, en cierto sentido, con el
paradigma reduccionista7 de los nativos y los inmigrantes digitales.
Este dualismo acuñado por Prensky (2001) si bien es descriptivo de una fenomenología que
no podemos obviar en tanto los niños y jóvenes tienen una habilidad diferente y al parecer
más espontánea que la de sus mayores en el uso, comprensión y adopción de herramientas
tecnológicas, también permite caer en el determinismo de pensar que los niños pueden y
saben y los adultos se resignan a observar cómo ellos accionan, dado que el límite de la
validad de la intervención en la cultura digital estaría dado por un único factor tan general
como la fecha de nacimiento.
Como bien descubre Balaguer Prestes, Wikipedia dice que: “A digital native is a person
who has grown up with digital technology such as computers, the Internet, mobile phones
andMP3“.Wikipedia dice con qué ha crecido esta generación y no con quién, y esto no es
un dato menor a la hora del análisis de qué queremos decir cuando hablamos de nativos
digitales.
De esta manera se dejarían de lado los modos de co-existencia que se aprenden en la familia y
que en definitiva son los que se ejercitan a la hora de la co-existencia con la herramienta
digital y con las personas en los ambientes virtuales.
Y son esos modos de vinculación aprendidos, esas virtudes ejercitadas en diversos ámbitos,
esa forma de amar y de ser amados que debemos aprender en la familia los recursos que nos
permitirán ser navegantes y no naúfragos sin mapa (sentido trascendente) y sin brújula (razón)
perdidos en el ciberespacio.
Refiriéndose a los niños y jóvenes que no cuentan con la necesaria intervención amorosa de
sus padres en sus vidas digitales, Balaguer (2009) continúa su analogía y nos previene de la
importancia radical de la familia en la educación para participar en una culturad digital con
sentido:
7 Ver la alternativa que propone David White para salir de la dicotomía nativo-inmigrante con su teoría sobre visitantes-residentes digitales: http://luissanchezfenollar.blogspot.com.es/2012/11/nativos-e-inmigrantes-digitales-vs.html
(…) son la Generación del Naufragio. Nos han dicho que parece ser que la
modernidad se hundió y con ella han perecido ideales, referencias, buques insignia
y…capitanes. Estos jóvenes han aprendido a navegar solos porque han quedado solos, porque
los hemos dejado solos (náufragos tecno-dependientes), mientras naturalizamos
cómodamente su relación con las computadoras y nos abstenemos de influir en sus vidas.
Son nativos digitales que se han echado a la mar sin rumbo, ni capitán, con sus
rudimentarias herramientas como guías para el océano infotoxicado, en buena medida
porque la generación anterior se ha abstenido de participar y eso ha generado una
relación con la tecnología muy cercana
Por eso se puede ser náufrago joven o viejo. No es la fecha de nacimiento, ni el contexto
digital, sino el contexto vincular (con los otros y con las máquinas) lo que determinará la
“natividad digital”.
¿Podemos afirmar que en el cyber espacio se dan relaciones interpersonales? Consideramos
que sí en todos aquellos casos propios de la web 2.0 en los que no solamente hay
intencionalidad, sino que se genera un vínculo reciproco entre los cyber-navegantes.
Y si se dan relaciones interpersonales, entonces la familia debe ser la primera promotora de
que esos vínculos sean adecuados. Internet no es mundo de jóvenes, es un mundo de personas
y por ende, también han de tener cabida los padres, los maestros, los colegas.
Resulta fundamental entonces que asumamos de manera comprometida el hecho de que en la
familia se forja la identidad personal de manera de no caer en la identificación que se da en
vínculos masificantes, desprovistos de sentido.
Es esa identidad personal la que debe prevalecer en la manifestación en el mundo virtual. Si
esa identidad se ha forjado a partir del vínculo amoroso que se da en la familia, habrá mayores
posibilidades de que los rasgos comunitarios sustentados en los trascendentales personales (co-
existencia, libertad, conocer y amar) sean manifestativamente vívidos en el entorno virtual y en
el uso prudente de las TIC.
En la educación para la co-existencia en los mundos virtuales los padres han de lograr ejercer
una autoridad política y no una autoridad despótica que se limite a imponer una normativa
técnica sino que invite a la reflexión dialógica. Esto contribuye a la generación y
conservación de un vínculo de co-existencia basado en la confianza, donde el otro es
percibido como alguien que me ama y porque me ama, me cuida y no como un mero ojo
censor que por temor o desconocimiento, prohíbe. En este sentido González (2000) afirma
que confiar en las personas es la condición básica para hacerlas responsables. Podemos
agregar que en realidad el amor es la condición para que se dé un vínculo de confianza y por
el amor, la persona se abre y es libre y este ejercicio del amor libre es lo que nos hace
responsables.
Si no se genera este vínculo amoroso que educa, entonces la crisis personal que se deriva de
esa carencia de amor se manifestará tanto en la co-existencia en mundos físicos como en los
mundos virtuales, tal vez con más intensidad en estos últimos dado que la estructuración
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propia del funcionamiento social del mundo físico tiende a enmascarar con más astucia el
origen de la crisis que en los mundos virtuales se evidencia de manera descarnada, justamente
por la propia desestructuración del medio.
La dependencia y la filiación en tanto rasgos que nos caracterizan implica sabernos hijos y
como tal, amados. Sin embargo, no basta con el don; el amor nos lleva a querer lo mejor para
ese don y por ende, nos interpela a querer lo mejor para él y ese amar que se interesa por nos
empuja a educar para que el don llegue de sí a su crecimiento.
Educar responsablemente a quien se ama implica acompañarlo y ayudarlo a crecer en todos los
ámbitos posibles. Los espacios virtuales no son una excepción aunque sí se presentan como
entornos inéditos de cambio social. Si como sostiene Donati (1993:48) comprender el cambio
social significa entonces (…) captar la íntima relacionalidad de lo social, y a vivir la co-existencia de la
relación se aprende en el seno de la familia, queda claro el papel protagónico que esta tiene para
enseñar a con-vivir-con.
Si como familia enseñamos a co-existir en estos ambientes emergentes, así como enseñamos a
co-existir en los ambientes tradicionales, entonces evitaremos el riesgo potencial propio de los
ambientes virtuales que se da cuando, la falta de sentido y prudencia coloniza la red y acaba
cosificando a las personas que en ella participan.
Como esperamos que quede en evidencia, la participación en la cultura digital como meros
usuarios recolectores o como constructores de nuevos mundos no es un problema tecnológico
sino una cuestión antropológica como sucede en definitiva en todas aquellas situaciones en las
que la persona, inédita y abierta, hace su aparición protagónica.
Si caemos en la trampa de pensar esta temática sólo como una cuestión tecnológica entonces
recrearemos las problemáticas del mundo real en el mundo virtual ya que el nuevo mundo será
fagocitado por la lógica de la estructura que ve en la red de redes una organización funcional.
Si nos atrevemos a considerar la nueva cultura digital y sus herramientas, ambas creaciones de
la persona, como una oportunidad, tal vez encontremos al crear y habitar plenamente nuevos
mundos virtuales y virtuosos en los que las personas puedan dar lo mejor de sí, la posibilidad
de que esta creación y su dinámica impacten positivamente en el mundo físico, evitando que se
transforme en una mera replicación de la sociedad despersonalizada, entonces el martillo será
ético y estético y tanto él como la obra que con él se realice serán buenas para la persona y ya
no serán armas que aporten a la destrucción de su propio creador.
De nosotros depende.
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V. Bibliografía
Adell, J. (1997). Tendencias en educación en la sociedad de las tecnologías de la información.
Revista electrónica de tecnología educativa(7). Disponible en
http://www.uib.es/depart/gte/revelec7.html
Aguilar, M. (2012). Aprendizaje y Tecnologías de Información y Comunicación:
Hacia nuevos escenarios educativos. En Revista Latinoamericana de Ciencias
Sociales, Niñez y Juventud, 10(2), 801-811. Colombia: CINDE.Universidad de
Manizales
Alsina, P. (coord.) (2010). De la digitalización de la cultura a la cultura digital. [dossier en línea]. Digithum. N.º 12. UOC. Recuperado el 9 de Mayo de 2013, de: http://digithum.uoc.edu/ojs/index.php/digithum/article/view/n12-alsina/n12-de-la-