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TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO No salgo de mi asombro cuando
pienso - y lo hago muy frecuentemente- que tengo que preparar una
ponencia para contemplativos cualificados; y me afecta tanto que
llega a bloquearme cuando me pongo ante el trabajo. Siento que la
responsabilidad que entraña esta ponencia excede mis posibilidades,
y haberla aceptado es la osadía mayor en la que he incurrido a lo
largo de mi vida. Creo que pago con creces el servicio que pedí a
Sor Kandi de hablar a las contemplativas de la Diócesis de
Vitoria1. Me parece que lo pago caro. - Comenzamos situando la
ponencia, para lo cual conviene marcar bien sus límites. Señalamos
estos hitos: . El guión que me entregaron al encomendarme el
trabajo es para mí una referencia muy clarificadora; en él están ya
señaladas, de forma indicativa, las líneas a seguir. Me indica que
tenga en cuenta estos aspectos: Que se trata de “Testigos, no de
cualquier Dios, sino del Dios Vivo revelado en Cristo”; que salga
al paso del “Riesgo de falsas imágenes”; y que no olvide la
“Necesidad de purificar desde el Evangelio nuestra experiencia de
Dios”. Estos puntos, que también yo considero fundamentales, van a
marcar nuestro campo de trabajo. . El hecho de que el “ser
testigos” sea el hilo conductor de la Semana, su referencia es
obligada a cada uno de los ponentes; a todos los ponente nos
afecta, pero, en cada ponencia tendrá sus matices y sus
diferencias. A mí me interesa de forma especial plantear en nuestra
ponencia qué es ser testigo del Dios de Jesucristo, cómo lo somos,
cuál es su naturaleza y qué le caracteriza. . El tema “Dios” entra
directamente en nuestra ponencia; y puede parecernos que se reduce
la complejidad de un tema tan amplio porque queda centrado en el
Dios de Jesucristo; pero es inevitable que surja sin más la
pregunta: ¿Podremos tratar el tema señalado haciendo caso omiso de
las posiciones que actualmente se adoptan ante el tema de Dios? ¿En
qué contexto se sitúa nuestro testimonio del Dios de Jesucristo? El
ser testigo del Dios de Jesucristo necesita ser contextualizado. .
Es irrenunciable llegar al Dios de Jesucristo. No se trata tanto de
hablar del Dios de Jesucristo, de presentar lo que se dice de El
-de esto pueden hablarnos abundantemente las distintas cristologías
que hoy se escriben-; nuestro objetivo va más allá: para ser
testigos hay que llegar a El y tener experiencia de El. ¿Esto es
posible? - También conviene presentar la metodología que pensamos
utilizar. Podemos asegurar que el método está marcado desde el
primer momento por las personas a las que me dirijo. No hablamos de
un Dios teórico, ni de unos testigos posibles, ni tampoco de unos
contemplativos virtuales; tratamos de un Dios real, que es el Dios
de Jesucristo, de unos testigos de Dios hoy, y de unos
contemplativos concretos cuya vida es solo Dios. En una palabra: no
será una ponencia doctrinal, sino fundamentalmente existencial.
Recorreremos este camino de la mano de la experiencia. Comprendo
que aceptar este planteamiento que, sin dejar lo doctrinal, se
centre en la relación viva de Dios con el hombre y hablar de ello
está pidiendo un atrevimiento especial. Se necesita mucha fe:
“Creemos y por eso hablamos” (2 Cor 3,14) y mucha humildad, porque
el discurso de Dios es autoimplicativo ya que siempre tiene su
dosis autobiógrafica, como
1 SARATXAGA, K., “Santidad y vida contemplativa”, en Surge 62
(2004), 259-276.
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escribió R. Bultmann: “El que quiera hablar de Dios ha de hablar
necesariamente de sí mismo”. Nos viene bien en este momento inicial
recordar lo que dice J. Martín Velasco: “De Dios sólo sabemos en la
medida en que hacemos la experiencia creyente de su presencia, y,
parafraseando la conocida expresión de Simone Weil, que de dos
personas que no han hecho la experiencia de Dios, la que calla está
más cerca de él que la que habla”2. Pero tenemos que reconocer que
no somos los únicos en el intento. Y es común que quienes escriben
de Dios comiencen exponiendo su temor y pidan disculpas. Me ha
llamado mucho la atención la postura que han adoptado al hablar de
Dios O. González de Cardedal3, F. J. Vitoria4 y J. A. Pagola5; y me
identifico con lo que dice la Instrucción pastoral “Dios es Amor”
de la Conferencia Episcopal Española en los umbrales del tercer
milenio, en el número cinco: “Es necesario tomar de nuevo en los
labios la palabra “Dios” para besarla, antes que
proferirla. Es necesario pronunciarla con el íntimo
estremecimiento y con la suprema reverencia que surgen de la
entrega total de la propia vida al Misterio sublime que se
significa con ella. No es ésta una palabra para ser usada en el
juego de las posesiones y de los poderes. “Dios” tampoco es un
argumento más en el ágora de las controversias morales o
religiosas. Dios es el Señor. No está a disposición de nadie. En
cambio, Él se ha puesto a disposición de todos con un señorío que
nos hace libres”6.
I ¿TESTIGOS DE DIOS, HOY? VIABILIDAD DE LA PROPUIESTA Enunciada
la ponencia, surge sin más la primera pregunta: ¿Cabe hoy la
propuesta de ser testigo de Dios? Si la misma existencia de Dios
está tan cuestionada, ¿cómo podemos plantearnos ser sus testigos
cuando, además, el testimonio incluye precisamente contar con su
experiencia? Desde luego, para nuestra mentalidad actual no hay
planteamiento más retador y más provocativo que la propuesta que
hacemos: ante una mentalidad que con toda facilidad niega a Dios,
nosotros planteamos su testimonio; ¡aquí estamos sus testigos! Como
acercamiento al tema, llamamos la atención sobre estos puntos: 1.
Una primera sorpresa. En la metodología que actualmente se sigue
para iniciar un trabajo, es muy común recurrir a los diccionarios.
De esta forma se consigue un primer acercamiento al tema y a la
bibliografía más reciente. Acabo de hacer este camino en el tema de
Dios, y me he encontrado con la sorpresa de que el término “Dios”
como artículo no falta en los diccionarios de filosofía, y en
cambio falta en diccionarios de teología y de espiritualidad como:
en el Diccionario Teológico El Dios Cristiano; en el Diccionario
Teológico de la Vida Consagrada; en el Nuevo Diccionario de
espiritualidad; en el Diccionario de Mística; en el Diccionario de
Pastoral y Evangelización… No sé explicarme la razón de esta
ausencia, que me resulta extraña. Solamente llego a constatarla e
intento desechar la duda: ¡No será porque entre los lectores
cristianos el tema de Dios ya no sea prioritario ni tampoco porque
haya perdido 2 MARTIN VELASCO, J. “Presentación”, en AA. VV. Vivir
en Dios. Hablar de Dios, hoy. Estella 2004, 8. 3 GONZÁLEZ DE
CARDEDAL, O., Dios, Salamanca 2004, 9-12. 4 VITORIA CORMENZANA, F.
J., “Practicar a Dios con vigor y hablar de él con humildad”, en
AA. VV. Vivir en Dios… o. c. 185-188. 5 PAGOLA, J. A. Testigos del
Dios de la Vida (pro-manuscripto). 6 CONFERENCIA EPISCOPAL
ESPAÑOLA, Dios es Amor, Madrid 1998, 5
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actualidad! Pero también hay lugar para la duda, ya que el
diagnóstico de que nuestra crisis no es solamente crisis de
Iglesia, sino, en expresión de Metz, es una crisis de Dios, está
compartido por teólogos de distintas tendencias7. 2. Dios como
problema que preocupa. De esto hoy se habla mucho, y resulta común
recurrir a explicaciones fáciles para explicar la marginación a la
que Dios está hoy sometido en la conciencia de nuestro mundo, pero
esta situación es más honda y más compleja de lo que parece. Es más
honda, porque está anidando en el mismo corazón de la gente, y es
más compleja, porque su explicación resulta polifacética. Se
constata que la secularización moderna implica al mismo
cristianismo que en una imagen absolutista de Dios provocó la
reacción en nombre de la libertad; y está ligada absolutamente a la
subjetividad moderna que funda su autonomía, no sobre una base
teónoma, sino sobre una base inmanente recurriendo hasta el
humanismo más antiguo8. En este mundo secularizado, la hipótesis de
Dios como explicación de fenómenos intramundanos aparece, cada vez
más como algo superfluo. Resulta impactante este juicio de Kasper:
“La fe en Dios se va alejando así de la intuición sensible, de la
experiencia y de la realidad; Dios se hace cada vez más irreal. Al
final, la frase ‘Dios ha muerto’ puede convertirse en la
interpretación plausible de la existencia y de la realidad
humanas”9. 3. Un agnosticismo dominante. No podemos pasar por alto
el mapa del agnosticismo y ateismo que está dibujándose
contemporáneamente10. Es verdad que el agnosticismo y el ateismo no
pueden confundirse, pero no dejan de estar muy cercanos. Les es
común no contar con lo divino y lo absoluto que no se identifique
con el hombre y con el mundo de nuestra experiencia empírica y de
sus principios inmanentes; y la diferencia del ateismo está en la
negación de su existencia. El paso de un agnosticismo increyente a
un agnosticismo ateo o incluso manifiestamente antiteista lo
tenemos entre nosotros en G. Puente Ojea11, G, Bueno12 y F.
Savater13. Pero, ¿qué es más preocupante: La negación de Dios y lo
divino o que no haya que negarlo porque ni se plantea su
existencia? Se trata de una mentalidad que se va generalizando
entre nosotros. Si queremos buscar las raíces de esta mentalidad
agnóstica y atea que parece dominar nuestro ambiente se impone
recurrir a la doble interpretación de la autonomía moderna: la
autonomía de la naturaleza y de las esferas profanas (ciencia,
cultura, economía, política), para cuyo funcionamiento el principio
de Dios es una hipótesis inútil, y la autonomía del sujeto, cuya
dignidad y libertad excluye el supuesto de Dios. El proceso viene
desde muy atrás, y hoy experimentamos los resultados. La
preocupación va a más. ¿Cuál será el paso siguiente?
7Recomendamos todo el artículo de DEL CURA ELENA, S. “A tiempo y
a destiempo, elogio del Dios (in)tempestivo”, en Burgense 43 (2002)
323-378, para nuestro punto: 349-350 8 Cf KASPER, W. El Dios de
Jesucristo. Salamanca 1985, 29-65; FENANDEZ TRESGUERRES, A. “Dios
en la filosofía de Gustavo Bueno”, en CABRIA, J. L. - SANCHEZ-GEY,
J. (ed.), Dios en el pensamiento hispano del siglo XX, Salamanca
2002, 291-331. 9 KASPER, W. o. c. 22. Cf DE LUIS FERRERAS, A.
(ed.), Pensar a Dios en el umbral del s. XXI, Astorga 2000. 10 Cf
DEL CURA ELENA, S. “Ateismo e increencia como tema de la teología.
Algunas características de su desarrollo en España (1965-1987)”, en
Salmanticensis 35 (1988) 201-241; MARTINEZ GORDO, J. “El silencio
elocuente de Dios”, en Lumen 52 (2003) 473-502; Id. “La veta
agnóstica del cristianismo” en Lumen 53 (2004) 125-167. 11 Cf.
MARTINEZ GORDO, J. “El silencio…”, a. c. 475. 12 Cf FERNÁNDEZ
TRESGUERRES, A. a. c. 13 Cf REVILLA CUÑADO, A. “El discurso
religioso de un ateo practicante: Fernando Savater”, en CABRIA, J.
L. – SÁNCHEZ-GEY, J. o. c. 421-446.
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4. Prospectivas del quehacer teológico. La preocupación que va a
más adquiere tonos alarmantes: no se puede esperar que, una vez
eliminado Dios, todo siga como antes. La palabra “Dios” significa
en la historia de la humanidad el fundamento último y el fin último
del hombre y de su mundo. Si desaparece, el mundo y el hombre se
quedan sin fin y sin fundamento, con la amenaza del absurdo.
Escuchamos a Benedicto XVI reafirmar “Sin Dios el mundo no puede
vivir… el hombre se autodestruye”14. Se repite mucho: “La muerte de
Dios lleva a la muerte del hombre”, “Con el misterio desaparece
también el misterio del hombre”. Y también me resulta llamativa la
afirmación de L. Kolakowski: “Al perderse la autoconfianza de la
fe, se rompe la autoconfianza de la increencia”15, que es lo mismo
que decir: que la increencia se movió tranquila apoyada en la
autoconfianza de la fe, pero que, ahora, en cambio, sin el apoyo de
la fe, se verá desamparada y débil. Y en medio de la dificultad
aparece una vez más la esperanza: “La esperanza no defrauda” (Rom
5,1), y no faltan voces que la sostienen y la alimentan16. Y
poniendo los ojos en la teología, nos preguntamos: ¿Qué podemos
esperar de la teología?17 ¿Qué acercamiento cabe entre el Dios
revelado y el hombre de hoy? Tengamos presentes estos puntos: -
¿Cambio antropológico?- No es difícil intuir un cambio que haga
superar el subjetivismo que estamos viviendo. La situación, que se
ha vivido y se vive, de una concentración antropológica, haciendo
de las necesidades y esperanzas del hombre la clave de la única
lectura de la realidad, está pidiendo un cambio fuerte, de ruptura,
que conlleve la apertura al tú y a los otros. No se trata de un
cambio que suponga el olvido del hombre, sino de potenciar su
relacionalidad, su relación con los otros y con el Otro,
obligándole a no verse como el absoluto. - El vuelco antropológico
está suponiendo nueva pregunta teológica.- La nueva mirada
teológica incluye poner en el centro la gloria de Dios y la
libertad del hombre. Es un error manifiesto situar a Dios en los
fallos de la vida, como remedio a su indigencia y a su muerte; por
el contrario hay que situarlo en el horizonte de plenitud divina y
de plenificación humana. Tiene sentido la afirmación de Zubiri: “El
punto de coincidencia entre el hombre actual y el cristianismo no
es la indigencia de la vida sino la plenitud”18. Está claro que “Ya
no hay pensamiento sobre Dios que no nazca de la conciencia de la
propia identidad, necesidad, deseo, memoria, amor y libertad del
sujeto pensante; pero justamente ese sujeto pensante ha descubierto
que en la raíz de sí hay elementos que lo llevan a trascenderse
como condición a sí mismo; que el pensamiento y deseo de Dios no
son el pensamiento y deseo de sí mismo, pero que ambos son
inseparables”19. Esta realidad obliga a plantear cómo se puede
llegar a reconocer a Dios no como alternativa a la libertad del
hombre sino como amor incondicional que la funda y la realiza
absolutamente.
14 BENEDICTO XVI, “Discurso improvisado a los sacerdotes de la
diócesis de Aosta”, 25 Julio, 2005. 15 Tomado de KASPER, W. o. c.
23 16 BLÁZQUEZ, R. La esperanza en Dios no defrauda, Madrid 2004.
17 Cf GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. “Avistamiento de Dios en el siglo
XXI”, cap. o. c. 79-106; AMENGUAL, G. “El hombre, un ser
trascendente”, en AA. VV. Vivir en Dios… o. c. 15-65. 18 ZUBIRI, X.
El problema teologal del hombre: cristianismo, Madrid 1997, 19. 19
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O. o. c. 82.
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- Toda revelación teológica conlleva una antropología20.- El
punto de partida es que no puede plantearse la religión (búsqueda
del hombre) y la revelación (búsqueda de Dios) como elementos
heterogéneos; como obra humana la primera, impulsada por la
necesidad de encontrar sentido y salvación en el mundo, y la
segunda, como pura condescendencia de Dios. Pero la realidad es que
la religión y la revelación no existen sucesivamente ni se
superponen sino que se interrelacionan: no hay religión sin alguna
forma de revelación; ni revelación sin posibilitación previa y
explicitación posterior de la religión. Tiene pleno sentido la
frase de San Agustín: “Tu Hijo, mediador tuyo y nuestro, por quien
nos buscaste cuando no te buscábamos y nos buscaste para que te
buscásemos”21. Encontramos en la cristología la confirmación de
todo lo que acabamos de decir. En Cristo encarnado tenemos la
definición real de Dios, así es Dios como fue Cristo. Y en Él
también tenemos la definición real del hombre vivible: así está
llamado a ser el hombre, como fue Cristo, hijo en el Hijo22. 5. La
experiencia de Dios. Nos preguntamos por la experiencia de Dios hoy
porque no se puede ser testigo de Dios sin su experiencia. Hay que
partir de que, aun en medio de las dificultades, no puede negarse
su posibilidad23. Es real la situación en la que se está perdiendo
la dimensión del misterio, necesaria a la fe, y es también real que
nuestra capacidad para la experiencia se va reduciendo a lo
sensible, a lo que se puede contar y manipular. Esta situación
obliga al replanteamiento de la fe en su racionalidad, sabiendo que
no es sólo un acto del entendimiento, ni una mera decisión de la
voluntad, ni simple asunto del sentimiento, sino un acto personal
de todo el hombre. Por todo esto, la fe está necesitada hoy de una
atención especial. Pero, con todo, recordamos que la experiencia
religiosa entra dentro de la vida de fe, como lo afirmó J. L Ruiz
de la Peña: “Si es lícito hablar de una inmanencia de lo
sobrenatural en las estructuras del ser humano, y no sólo de su
trascendencia, su presencia tiene que resonar de algún modo en
dichas estructuras, ha de hacerse psicológicamente experienciable,
y ello, no a título excepcional, sino de forma general u
ordinaria”24. Esta posición incluye una visión completa de la
experiencia que abarca el encuentro objetivo y la impresión
subjetiva. No se puede reducir la experiencia en sentido
objetivista ni en sentido subjetivo, debe abarcar ambas cosas. Y la
experiencia de Dios es necesaria. Ante la responsabilidad que los
cristianos podemos tener ante la negación actual de Dios, estoy de
cuerdo con las dos tareas que Santiago Del Cura nos propone:
“Rehacer el discurso teológico y la praxis vital, para que Dios
pueda aparecer como plenitud existencial del ser humano; dejarse
habitar por la experiencia religiosa, pues solamente los
‘habitados’ por ella serán capaces de transmitir y de comunicar el
gusto por la realidad de Dios”25. 6. ¿Testigos de Dios hoy? Nos
falta decir una palabra sobre ser testigo de Dios hoy, pero
¿debemos hacerlo? Pensamos que la pregunta está de más después de
haber escuchado la ponencia de José Cristo Rey García Paredes; pero
está bien que tengamos delante:
20 La preocupación de la teología por la antropología es
permanente, y se puede considerar como una de las aportaciones
significativas de la teología del siglo XX, como lo demuestra la
obra de K. RAHNER. 21 SAN AGUSTIN, Confesiones XI, 2,4. 22 GONZALEZ
DE CARDEDAL, O. o. c. 98-99. 23 Cf KASPER, W. o. c. 89-142;
GAMARRA, S. “Fe y experiencia”, en Surge 60 (2002) 203-228. 24 RUIZ
DE LA PEÑA, J. L. El don de Dios, Santander 1992, 395. 25 DEL CURA
ELENA, S. a. c. 330.
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- El ser testigo está muy en línea con la libertad individual y
colectiva del hombre, la gran adquisición de los últimos tiempos.
El reconocimiento de esta libertad supone conceder a los demás que
se digan y se den, que es la base del testigo. - Está exigido por
el diálogo, que consiste, no en llegar a un mismo sentir y a un
mismo pensar -lo cual sería más bien un monólogo-, sino en aportar
lo propio desde una perspectiva propia para el bien común. En este
caso el diálogo supone poder contar con aportaciones hechas desde
posiciones propias y definidas, aunque no fijas e inamovibles; y
aquí radica su riqueza. - El testigo, presente en la configuración
de una sociedad plural, está siendo reclamado con urgencia por la
Iglesia: Se le ve necesario en la evangelización, como afirmó ya
Pablo VI, al considerar el testimonio como “elemento esencial, por
lo general el primero absolutamente para la evangelización”26; se
le ve imprescindible para un nuevo modelo de pastoral que plantea
un nuevo modo de entender y de vivir la transmisión de la fe; es
inherente a la misión del acompañamiento, de la que no se puede
prescindir en la nueva evangelización; y es la base para la
presentación del Evangelio hoy en los medios de comunicación
social. - El ser testigo está en el ser de creyente. Es de la
identidad cristiana; por eso, al cristiano no se le añade el
testimonio, sino que ser testigo está en su ser cristiano. La
consecuencia es obvia: no se es testigo para algo ni en razón de
algo, sino que se es testigo porque sí. Se es testigo de Dios en
Cristo. Llamamos la atención de este punto, porque va a ser clave
en el desarrollo del tema. A la pregunta: ¿Testigos de Dios, hoy?,
nuestra respuesta: En Cristo, testigos de Dios ayer, hoy y siempre.
II TESTIGO EN CRISTO Puede parecer que el paso que nos
correspondería dar ahora es presentar al Dios de Jesucristo para
finalizar la ponencia hablando del testimonio que se debe dar. Es
la primera lectura que sugiere el título de la ponencia. Pero no
seguimos este orden que, a primera vista, podría parecer más
lógico. Si lo hiciéramos así, irían por separado el conocimiento de
Dios y el testimonio; se estudiaría al Dios de Jesucristo desde lo
que tenemos en los Evangelios, desde lo que se ha conservado en
ellos sobre la relación de Jesús con Dios y desde lo que nos dicen
sobre el tema, e incorporaríamos al final el testimonio que
corresponda a lo tratado. Nuestro intento es otro: priorizamos el
ser testigos en Jesucristo para presentar a continuación al Dios de
Jesucristo, de quien somos sus testigos. Este es nuestro
objetivo.
1. Cristo revelador del Padre. Pensamos que este punto de
partida es del todo
necesario para nuestro trabajo, porque para el testigo del Dios
de Jesucristo no le es indiferente quién sea el revelador del
Padre. No es lo mismo para el testigo del Dios de
26 PABLO VI, EN, 21.
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7
Jesucristo que lo revele el mismo Cristo o que sea otro. Nos
interesa ver hasta qué grado Cristo es revelador del Padre. Para
ello, recordamos:
- El Amén del Padre. Llama la atención que Isaías hable de Dios
del Amén (Is
65,16), que en el Apocalipsis se le defina a Jesús como el
“Amén” junto a “testigo fiel y veraz”: “Así habla el Amén, el
testigo fiel y veraz” (Ap 3,14), y que San Pablo nos sitúe
implicados en el Amén de Jesús: “Pues todas las promesas hechas por
Dios han tenido un sí en él. Y por eso decimos por él amén a la
gloria de Dios” (2 Cor 1,20). La lectura de estos textos nos hace
ver que el Amén, que nos habla de cumplimiento, corrobora al
testigo fiel y veraz. Así lo expresa M. Legido:
“El inmenso Padre del Amén, que hizo pasar en la cerrada noche
oscura la nada del vacío a la gracia germinal de la primer aurora,
la pasó por estas manos tuyas, ya entonces marcadas, para darse a
muerte. / Tú eras el Amén suyo, testigo fiel y verdadero, principio
de la creación inaugurada. / Amén suyo en tu Amén, propósito
sellado en el Amor común, aliento irrastreable”27.
Partimos de esta relación de Jesucristo con el Padre de
obediencia filial en el
Amor común. - “La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14).- El Amén del
Padre es el “Verbo encarnado”: “La Palabra se hizo carne” (Jn
1,14). La revelación de Dios se nos hace visible, cercana y tiene
rostro, el rostro de Cristo. Cristo es realmente el rostro de Dios.
Así nos lo presenta el Vaticano II: “Pues envió a su Hijo, es decir
al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera
entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (Jn 1, 1-18);
Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, ‘hombre enviado a los
hombres’, habla palabras de Dios (Jn 3, 34) y lleva a cabo la obra
de la salvación que el Padre le confió (Jn 5, 36; 17, 4)” (DV 4).
Ante este tema de tanta importancia en el momento actual, queremos
subrayar esta llamada de atención. Podemos olvidar que la Palabra
la tenemos encarnada y que encarnada sigue siendo Palabra. Lo
decimos porque cabe que no tomemos en serio la encarnación de la
Palabra y que estemos esperando y pidiendo otra palabra; y cabe
también que ante el verbo encarnado estemos más pendientes de su
presencia y cercanía que de su misión reveladora, que es propia de
ser Palabra. La Palabra encarnada no deja de ser Palabra y sigue
teniendo su función reveladora. La presentación que el Padre hace
del Hijo tiene pleno sentido hoy: “Este es mi hijo amado,
escuchadle” (Mc 9, 7). Y, ¿cuál es su revelación? - La revelación
de la Palabra hecha carne.- Partimos de una evidencia que queremos
hacerla presente: que la revelación es de la identidad de
Jesucristo. No tenemos a Cristo, encarnación de la Palabra del
Padre, sin revelación. Esto quiere decir que aceptar a Cristo
implica aceptar su revelación. Las evidencias también requieren
atención. No es nuestro cometido referirnos en este momento hasta
dónde llega y qué abarca la revelación de Jesús; pero está a la
vista de todos que su revelación tiene como objetivo prioritario el
Padre con el Espíritu y el hombre con sus múltiples relaciones y
el
27 Tomado de GAMARRA, S. Cristo, jubileo del Padre, Madrid 1997,
35.
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más allá; en una palabra, el objetivo de la revelación de Jesús
es el Padre y el Reinado del Padre. Pero nuestra atención tiene hoy
un punto de mira especial. La revelación de Cristo no se reduce al
conocimiento nuevo que puede darnos de Dios, del hombre y del mundo
por lo que El mismo nos habla de todo ello -que para nosotros sería
un conocimiento recibido desde fuera, desde lo que nos habla-, sino
es más, mucho más: Cristo nos hace vivir en Él su relación de Hijo
y de Hermano, que es el nuevo conocimiento propio de quien es y
vive en Cristo. Es la revelación del Padre y de los hermanos desde
dentro, en su relación de Hijo y de Hermano.
Creemos que precisamente este aspecto que acabamos de subrayar
es la clave para la comprensión de la revelación de Cristo y, sobre
todo, para comprender el conocimiento que entraña ser testigo en
Cristo del Dios de Jesucristo. - La centralidad de Cristo
Revelador.- Tenemos dos motivos que nos mueven a subrayar la
centralidad de Cristo: por un lado, la tendencia a “puentear” a
Cristo, es decir: pasar de un lado a otro, de una postura a otra,
de un extremo a otro sin contar con Jesucristo, por encima de Él,
en los planteamientos que hoy se hacen de la vida del hombre, del
futuro del mundo, de los valores ético-morales-religiosos en el hoy
y también de la espiritualidad actual. Funciona el “todo vale” y
“vale igual”. La relativización de la mediación única de Cristo es
un elemento importante de la nueva religiosidad; está presente y la
tenemos cerca. Y por otro lado, es frecuente pensar que el
desconcierto que nos envuelve es tan grande que nos hace
expectantes de algo nuevo, de tener que crear algo nuevo, de pensar
en planteamientos nuevos, de necesitar una palabra nueva.
Precisamente en este momento debe imponerse la certeza28 de que
contamos con la Palabra de Dios hecha carne, recordando la frase de
San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo
-que es una Palabra suya, que no tiene otra- todo nos lo habló
junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”
(2S 22,3). En esta situación proclive a las ambigüedades,
reconocemos la necesidad de reafirmar la centralidad de Cristo
Revelador, que se ve confirmada por ser el Mediador. Así le vemos:
“Cabeza de la humanidad” (Rom 5, 14), “Cabeza de la Iglesia” (Ef 1,
22), “Señor de vivos y muertos” (Rom 14,9), “Señor de todo lo
creado” (Col 1, 15-22), es “todo y en todos” (Col 3, 11), “Uno solo
es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1 Tim 2,5);
“Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6) e “intercede por
nosotros” (Hb 2, 14-16). Después de poner este fundamento de Cristo
Revelador, básico para nuestro tema, damos un nuevo paso adelante.
2. El cristiano es en Cristo. No nos apartamos de nuestro objetivo,
que no es otro que ser “Testigos del Dios de Jesucristo”. En razón
de este objetivo nos detenemos a recordar qué es ser cristiano,
porque como entendamos el ser cristiano así será el conocimiento
que podamos tener de Dios para ser sus testigos. Pondría como
ejemplo: si ser cristiano se redujera a seguir a Cristo a base de
actitudes para hacerme como El, no pasaría de ser testigo de su
espalda y cada vez de forma más confusa, por encontrarnos cada vez
más lejos de Él. 28 Cf BENEDICTO XVI, en su “Discurso improvisado…”
reafirma en varias ocasiones la necesidad de la certeza en puntos
fundamentales.
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9
- Conciencia de mi ser cristiano.- No nos corresponde detenernos
ahora para desarrollar lo que en san Pablo significa “ser en
Cristo”, en San Juan “nacer de Dios” y “ser de Dios”, y en ambos,
con Pedro, la koinonía o comunión con Jesucristo, con el cuerpo y
la sangre de Cristo y con la naturaleza divina. No nos detenemos en
ello, pero lo tenemos muy presente porque lo consideramos como lo
radical de la vida cristiana29. Recordamos también que la realidad
de “ser en Cristo”, de “nacer de Dios” y “ser de Dios” y la
“comunión” con Cristo y con el Espíritu es participación de la
Pascua del Señor: “muertos con Cristo” (Rom 6,8), “sepultados con
Cristo” (Rom 6, 4), “resucitados con Cristo” (Col 3, 1),
“resucitados y glorificados con Cristo” (Ef 2, 6), “hijos y
herederos con Cristo” (Rom 8,17). Todas estas expresiones no pueden
quedar en meras formulaciones que terminan gastándose con el uso,
sino que se necesita llegar a su contenido que es de gran riqueza:
indican un cambio radical de la condición humana, tanto en el nivel
ontológico como en el operativo, como nos lo presenta J. L. Ruiz de
la Peña: “La comunión de vida incluye una connaturalidad
ontológico-existencial. No es posible comulgar en la vida de un ser
que resulte totalmente otro, porque suscitaría una radical
extrañeza”30. Pero del reconocimiento de la riqueza que contiene la
realidad de ser en Cristo, hay que pasar a su experiencia. Si soy
en Cristo, en Cristo vivo su Vida, que es Trinitaria. Al ser en
Cristo, participo de su ser de Hijo, de su relación de filiación, y
soy hijo en el Hijo. Pero hay que pasar de serlo a vivirlo. Y si lo
propio del cristiano es vivir con el Padre la relación de hijo en
el Hijo (Jn 1, 12-13; 11, 52; 1Jn 3, 1-2), no basta con reconocer
doctrinalmente y de cabeza que Dios es nuestro Padre, sino que se
trata de vivirse hijo en el Hijo. Aquí está el nuevo conocimiento
de Dios Padre, y es la referencia que no podemos perder en nuestro
trabajo. - Su aceptación y experiencia. Estamos insistiendo en la
necesidad de llegar a la experiencia de lo que es “ser en Cristo”,
pero el paso previo es su aceptación. ¿Y dónde está el punto de
partida de la aceptación de lo que es ser cristiano? ¿Está en la
visión que cada uno tiene de su vida y de sus aspiraciones, y que,
consecuentemente, pide al cristianismo que le cubra sus demandas o
está en acoger todo lo mucho que Dios nos brinda? ¿Se trata de
vernos como cristianos desde nuestro lado o desde el lado de Dios?
¿Se reduce todo a una búsqueda personal de Dios o es más búsqueda
de Dios sobre mí? No negamos la importancia que tiene la búsqueda
del hombre, pero hoy, a mi juicio, debe dársele mayor espacio e
importancia a la búsqueda de Dios sobre mí y mirarnos desde su
lado. No deja de ser llamativa la frase de Benedicto XVI a los
jóvenes en Colonia el 18 de Agosto: “Dadle derecho a hablaros”. De
hecho, la realidad de lo que es ser cristiano en las dimensiones
señaladas sólo se entiende desde la autodonación de la Trinidad en
Jesucristo, de donde parte el cambio de relación entre Dios y el
hombre. Desde esta relación propia de la autodonación de la
Trinidad se entienden la inhabitación, la divinización y la
filiación del hombre, que es una profunda realidad que se vive
desde la Trinidad y en la Trinidad. Llegados a este punto, no
podemos silenciar lo que es para el cristiano vivir la misma
relación que nos ofrece Cristo, y en Él la del Padre y la del
Espíritu, que, además, es relación de comunión, con todo lo que
implica. La tendencia, tan fuerte en nosotros, a plantear la
relación con Cristo desde uno mismo debe dejar paso a acoger la
relación que de Él me viene y vivirla en todo momento de la vida.
Se hace
29 Cf GAMARRA, S. Teología espiritual, Madrid 2004. Todo el
manual está girando entorno al capítulo “La vida cristiana. Vida en
Cristo”. 30 RUIZ DE LA PEÑA, J. L. El don de Dios. Antropología
teológica especial. Santander 1991, 372-373. 378.
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10
particularmente visible al vivir la vocación -siendo en Él su
enviado y su consagrado-; al vivir la conversión -que es conversión
en su relación-; al vivir la oración -en su oración-; al vivir la
Eucaristía -sentados a su Mesa-; al vivir la misión -actuando en su
Nombre-; al vivir la relacionalidad -en su relación de Hijo y de
Hermano-. La vida nos dice que cuando se da una aceptación
conscientemente viva y progresiva de todo lo que es ser cristiano,
le acompañará la experiencia única de lo que es ser en Cristo. Y
salta a la vista que desde esa experiencia, también en Cristo, es
cuando se puede ser testigo del Dios de Jesucristo. 3. “Seréis mis
testigos” (Hech 1, 8). Testigos en Él. A nadie puede extrañarnos
que hayamos llegado a este punto con el recorrido que estamos
haciendo. Tras las etapas “Cristo Revelador” y “El cristiano en
Cristo”, se podía esperar la tercera: “Testigos en Él”. Pero aunque
el planteamiento esté claro, nos interesa confirmarlo, presentar su
fundamentación y explicitar su contenido. - Cristo testigo. No
debemos pasar por alto que Cristo es testigo. Así lo hemos visto
más arriba: “Testigo fiel y veraz (Ap 3,14) y el “Amén del Padre”
(2 Cor 1,20). Para su mejor comprensión conviene, como primer paso,
situar el testimonio de Cristo en la Trinidad. No hay que forzar
las cosas: en la Trinidad hay testimonio, o mejor, la Trinidad es
testimonio. Merece la pena indicarlo. Aparece claramente en el N.
Testamento que el Padre da testimonio del Hijo (Jn 5, 31-38; 1 Jn
5,9); Cristo, que es la Palabra del Padre (Jn 1,1), es el “testigo
fiel y veraz” (Apc 3,14), es el Sí a las promesas hechas por Dios,
es el Sí de Dios (“ Cor 1,20; Apc 1,2; 3,14; 19,11) y el Espíritu,
a quien le corresponde dar testimonio (Jn 15,26; 16, 13-14; 1 Jn
5,6-7). El hecho de encontrarnos con el testimonio en la Trinidad
nos suscita una cuestión de interés: ¿Son separables la relación
trinitaria y el testimonio? ¿Qué tiene la relación en la Trinidad
para que se convierta en testimonio? Creemos que no son separables;
y esto nos lleva a pensar que la mejor relación, también, entre
nosotros -yo-tú- incluye testimonio; diríamos más: la relación de
ida y vuelta se convierte en testimonio, es testimonio. No puede
ser de otra manera. Apuntamos el dato. El segundo paso a dar es
mirar el papel que la experiencia juega en Cristo testigo. Es
obligado ver lo experiencial como dato base del testigo: ¿Qué ha
visto? ¿Qué sabe? ¿Cómo lo sabe? No hay testigo sin el dato de la
experiencia. ¿Y en Cristo? Cristo, “testigo fiel” y “veraz”, habla
de lo que ha visto (Jn 1,18; 3,11.32; 5,19; 8,38), habla de lo que
ha oído (Jn 3,32; 5,30; 8,28.40); obra como el Padre le ha ordenado
(Jn 14,31) y da a conocer lo que el Padre le ha comunicado (Jn
15,15). Su experiencia es singular y única, y su testimonio del
Padre es también singular y único. - En Él, testigos. Puede
venirnos bien esta nota previa. Aunque es bastante común hablar
indistintamente de testigos y de enviados, sin embargo conviene
distinguirlos para poder utilizarlos juntos. El enviado tiene
margen para actuar con más libertad, puede actuar en el momento
concreto según su buen entender. El testigo, en cambio, tiene un
actuar más determinado, debe responder a lo visto, debe actuar
desde su ser testigo. Ser un enviado-testigo es distinto a ser sólo
enviado; y, aunque suele ser más apetecible ser sólo enviado para
poder actuar más por libre, sin embargo, debemos tomar conciencia
de que somos enviados como testigos. Volvemos al tema. En Él
testigos. Pero, ¿cómo lo somos?
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11
. Con su experiencia. Nos acompaña la afirmación de Jesús:
“Seréis mis testigos” (Hech 1,8), dirigida a los apóstoles. Si
queremos ver dónde descansa el ser sus testigos, debe plantearse
sin más dónde está la experiencia. En primer lugar, está la
experiencia que tienen de Él; la experiencia de morar con Él: “Les
llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos” (Mc 3,13-14);
“También vosotros daréis testimonio de mí porque estáis conmigo
desde el principio” (Jn 15,27. Cf Lc 21,13; Mc 13,9). Y está,
también, la experiencia que el mismo Jesús les transmite, que es
precisamente su misma experiencia del Padre: “Todo lo que he oído a
mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15), y, además, les da la
experiencia del Padre dándoles su Espíritu: “Cuando venga el
Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí” (Jn
15,26). Desde esta experiencia se entiende el testimonio de Juan,
en 1 Jn 1, 1-3. Cada vez se entiende mejor y se ve más claro que
vivir su experiencia nos hace sus testigos. . En su relación.
Sabemos muy bien que toda relación tiene su propia experiencia, la
cual debe ser respetada, porque siempre es peculiar. Si esto es
así, ¿qué diremos de la experiencia de la relación de Cristo con
cada uno de nosotros, de su relación? Presentamos unos datos: ..
Recordamos que es propio de una vida cristiana pasar cuanto antes
de plantear la relación con Dios desde nosotros, como si se tratara
sólo de mi relación, a verla desde Él, como su relación, como así
es. Todos sabemos que este cambio afecta a toda la vida del
cristiano y es el punto de partida de la nueva vida cristiana. ..
Recordamos, también, que somos en Cristo, como lo hemos visto más
arriba. Es la referencia necesaria para la comprensión del ser
cristiano y para su relacionalidad. .. La consecuencia directa es
que somos en su relación. Si somos en Cristo, participamos de su
ser en relación. En su relación de Hijo somos hijos en Él (Gál
4,6-7); en su llamada, somos vocacionados (Jn 15,16); en su
Espíritu somos consagrados (Jn 20,21). Y debemos añadir algo más:
su relación es relación de comunión, con el significado esponsal
que entraña: llamados a la comunión con su Hijo (1Cor 1,9)
participamos de su comunión en sus padecimientos y en su
resurrección (Filp 3,10-11; Rom 6,4). .. Y recordamos que la
relación verdadera, en la que el tú pasa de ser mero término en la
relación a ser sujeto en ella, convierte a ambos en testigos. Vivir
su relación es convertirse en su testigo. Tiene pleno sentido
“Recibiréis la fuerza del Espíritu y seréis mis testigos” (Hech
1,8). . Simple consecuencia. Con lo que venimos diciendo se impone
que seamos lúcidos en nuestra vida de cristianos consagrados.
Seamos conscientes de que a cada planteamiento de vida cristiana y
consagrada le corresponde su testimonio de Cristo. A una vida
entendida y llevada desde uno mismo, y en la que a Cristo sólo se
le incorpora, el testimonio será el de mi vida compartida con
Cristo, no da para más; y, en cambio, en una vida que se entiende y
se vive en Cristo, el testimonio será ser testigo de su vida en mí.
Terminamos esta segunda parte con la impresión de que, según la
línea de reflexión que llevamos, el título de la ponencia
resultaría más ajustado si añadiéramos: “Testigos en Cristo del
Dios de Jesucristo”.
-
12
III EL DIOS DE JESUCRISTO Es urgente que abordemos ya el punto
del Dios de Jesucristo, y sin ninguna dilación. Lo haremos
siguiendo el camino ya iniciado. Pero antes conviene que
explicitemos la posición en la que ahora nos encontramos. - Está
claro que no nos basta con recoger lo que otros están diciendo hoy
sobre el Dios de Jesucristo. De hacerlo, se trataría de una
síntesis apretada de lo que se ha escrito más recientemente sobre
el Dios de Jesucristo. Este trabajo resultaría fácil, porque el
material está al alcance de todos31. No cabe duda de que lo que se
escribe debe tenerse en cuenta y resulta necesario, pero buscamos
un más. - Nuestro intento es otro. Se trata de de ser testigos en
Cristo del Dios de Jesucristo; con lo cual queremos dar realce
tanto a lo de ser testigos como a la experiencia propia de ser y
vivir en Cristo, que cualifica al testigo. Nos gustaría desde la
relación vivida en Cristo, siendo hijos en el Hijo, llegar al
conocimiento de Dios de Jesucristo y vernos sus testigos. Para
ello, nos vendría bien seguir lo que nos dice San Buenaventura:
“Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la
gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento;
pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la
lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al
hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz,
sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con
unción suavísimo y ardentísimos afectos”32.
- ¿Cómo garantizar este proceso? ¿Qué aspectos deben estar
especialmente presentes para llevar a cabo la propuesta? Señalamos
los siguientes: . En primer lugar, debe evitarse el subjetivismo
que convierte la fe en estado de ánimo. Para ello es necesario
reconocer que la experiencia religiosa necesita los contenidos de
la fe. Me parece muy acertada la afirmación de Bernardo Olivera:
“Cuanto más rica sea la realidad objetiva revelada, más honda y
transformante será la experiencia subjetiva de la misma”33.
Añadimos un dato más: la experiencia religiosa, además del
contenido revelado, necesita para su garantía la referencia a la
fe, como lo afirmó San Bernardo que valoró y vivió tanto la
experiencia: “No juzguéis por impresiones… guíate por el juicio de
la fe, no por tu experiencia, porque la fe es veraz y tu
experiencia engañosa”34.
31 Citamos la bibliografía más cercana: La Carta pastoral “Creer
hoy en el Dios de Jesucristo” de los Obispos de Pamplona, Bilbao,
San Sebastián y Vitoria, publicada en 1996, cuya tercera parte (nn.
29-50) está dedicada a “El Dios de Jesucristo”; XXV Semana de
Estudios Trinitarios “Dios es Padre”, Salamanca 1991; XX Simposio
internacional de Teología “El Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo”, Pamplona 2000; los libros de: JEREMIAS, J. Abba. El
mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca 1989; KASPER, W. El
Dios de Jesucristo, Salamanca 1985; SCHLOSER. J. El Dios de Jesús,
Salamanca 1995; los artículos recientes de: GONZÁLEZ FAUS, J. I.
“¿’El idota o Emmanuel’?. De Jesús al Dios de Jesús”, en FUNDACION
SANTA MARÍA, Jesús de Nazaret. Perspectivas, Madrid 2004, 214-243;
GUIJARRO, S. “El Dios de Jesús”, en AA. VV. Vivir en Dios…, o. c.
139-173; RODRIGUEZ CARMONA, A. “Dios revelado en Jesucristo”, en XX
Simposio… o. c. 31-60. 32 SAN BUENAVENTURA, Opúsculo sobre el
itinerario de la mente hacia Dios, 7, … 33 OLIVERA, B. “Solus Deus,
vacare Deo. Hacia una mística cristiana renovada”, en XXVIII Semana
de estudios Monásticos, Loyola 12-VIII-2001, 115. 34 SAN BERNRDO,
Sermones de tiempo. En el principio del ayuno, 5,5 (Madrid 1953,
360).
-
13
. El dato complementario: el valor de la experiencia. Los
contenidos de la fe necesitan ser vividos y de forma integral,
pasando a toda mi persona. Si no vivo lo revelado, no puedo llegar
más que a tener creencias; pero con sólo creencias no soy
cristiano. Y si la fe, además de contenidos, es adhesión a la
persona de Jesús con toda la revelación que incluye, esta adhesión
es experiencia. Todo dependerá de la implicación de la persona en
la adhesión. Resulta muy claro que la experiencia de la vida
cristiana no se da sin fe, es fe; y que la fe es experiencia de
vida cristiana. . La eclesialidad de la experiencia. La referencia
a la Iglesia tiene mucho mayor calado que el verla como mero
recurso que regule y controle la experiencia. Necesitamos
absolutamente situar al cristiano en la Iglesia también en su
experiencia de vida cristiana. El cristiano es en Cristo, y es y
vive en la Iglesia, y no se pueden separar. En la Iglesia Misterio,
Comunión y Misión vivirá la presencia salvífica de la Trinidad y la
Comunión real con todos los hermanos. La referencia del cristiano
en su experiencia de vida cristiana a la Iglesia es obligada. Y nos
corresponde, además, tener en cuenta la experiencia de vida de los
demás, porque se es cristiano en Iglesia35. . La libertad ante las
imágenes de Dios. Este punto es de mucha actualidad. Todos sabemos
que hoy se busca afanosamente la revisión de las imágenes de Dios.
No entramos a estudiar el criterio con que se actúa; solamente
indicamos el triple criterio que seguimos: -No planteamos el cambio
de imagen de Dios a priori y desde fuera, es decir: sin entrar en
el significado teológico-pastoral-experiencial que ha podido tener
y tiene dicha imagen. -Es necesario contar con una imagen y ser
fiel a ella; la constitución de la persona lo requiere. -La
libertad ante la imagen, es decir: la imagen no tiene por qué ser
fija, sino que desde la misma vida en Cristo podrá y deberá
enriquecerse y ampliarse. Es la postura que defendemos. La realidad
del misterio de Dios sobrepasa toda imagen, categoría, concepto o
símbolo representativo. . La presencia del Espíritu. Es del todo
necesario contar con el Espíritu. Solamente con Él es posible
abrirse paso y entrar más adentro: “Porque a nosotros nos lo reveló
Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta
las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo
del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo
modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y
nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha
otorgado” (1 Cor 2,10-12). Está claro que sin el Espíritu no se
puede intentar moverse en la experiencia de la relación de Cristo.
La presencia del Espíritu resulta imprescindible por un doble
motivo: Por la capacitación que nos proporciona: “Pues bien,
nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Cor 2,16), y con ella sí
podemos movernos y entrar más adentro; y por la ayuda que puede
ofrecernos, ya que la función del Espíritu es de actualizar, como
lo afirma Kasper: “La acción del Espíritu Santo consiste en
actualizar de modo incesante a Jesucristo en su perpetua
novedad”36; y de interiorizar , haciendo que la persona de Jesús y
su mensaje resuenen por dentro: “Mientras las palabras producen
estrépito por
35 Cf BERNARD, Ch. A. Le Dieu des Mystiques I : Les voies de
l’interiorité, Paris 1994 ; II : La conformation au Christ, Paris
1998 ; MARTIN VELASCO, J. Testigos de la experiencia de la fe,
Madrid 2002; Id. (ed.), La experiencia mística, Madrid 2004. 36
Tomado de URIARTE, J. M. Seguidores y testigos, San Sebastián 2003,
100.
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14
fuera, el Maestro interior (el Espíritu Santo) ‘intus docet’,
enseña por dentro”37. Con todo esto, resulta evidente que la
compañía del Espíritu es irrenunciable. - Dados estos presupuestos,
entramos en el tema. ¿Quién es el Dios de Jesucristo del que somos
testigos en Cristo? Es la pregunta clave de la tercera parte.
Intentaremos dar la respuesta, pero lo haremos desde la posición
que hemos ya adoptado: desde lo que Dios es para Cristo y que
nosotros conocemos desde la relación en Él. 1. Dios Padre. a. Lo es
para Cristo. En la presentación que hoy se hace del Dios de
Jesucristo, es frecuente ver que, quizás buscando un primer
acercamiento, se utilizan términos como: el Dios de la vida; el
Dios que busca al hombre; el Dios fiel y seguro; el Dios de la
gratuidad38. Pero nadie duda de que para Jesús, Dios es ante todo
Padre39; y vinculadas a Dios Padre están las enseñanzas de Jesús:
Dios viviente, poderoso y fiel; Dios bondadoso, libre y gratuito;
Dios que actúa en la Historia; Dios que salva y juzga. Durante los
últimos años, el estudio sobre Dios Padre de Jesús se ha centrado
en sus oraciones y en sus palabras, y no se ha detenido en la
conciencia de filiación que refleja el comportamiento de Jesús. Es
sorprendente que hoy se afirme: “El estudio de la experiencia
religiosa es una de las grandes lagunas de la reciente
investigación sobre el Jesús histórico”40, pero esa conciencia de
filiación ha estado presente en la actuación de Jesús41. Cuando se
reconoce que Jesús actúa desde su conciencia de filiación y que su
vida es totalmente filial, se explica que sólo Él pueda comunicar a
los hombres esa experiencia íntima, profunda, total y única que el
Hijo tiene del Padre: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y
nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien
nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
(Mt 11,27). El conocimiento que Jesús tiene del Padre parte de la
relación del Padre. Esa es su revelación. b. En nuestra vida filial
en Cristo. ¿Cómo puedo ser testigo del Dios de Jesucristo? ¿Cómo
puedo conocer a Dios Padre de Jesucristo? Aquí está la respuesta:
desde nuestra vida filial en Cristo. Jesús, el Hijo, conoce al
Padre; nosotros somos hijos en el Hijo -como hemos visto más
arriba-, y permaneciendo, morando en esa relación llegamos al
conocimiento propio de hijos en el Hijo. Esto nos llevaría a
programar la vida filial siguiendo lo que nos pide el Evangelio, e
incluiríamos: “conocer al Padre” (Jn 14,67), “amar al Padre” (Jn
14,31), “glorificar al Padre” (Jn 17,4); “confiar en el Padre” (Mt
6,25), “vivir en comunión con el Padre” (Jn 17,21), “cumplir la
voluntad del Padre”
37 SAN AGUSTÍN, Exposición de la 1ª ep. De S. Juan, tr. III, 13
y IV, 1, en Obras de San Agustín, t. XVIII, BAC, Madrid 1959,
245-247 (PL 35, 2004-2005). 38 Carta Pastoral, o. c. 34-35; JUAN
PABLO II, Novo milenio inneunte, 6-7; PAGOLA, J. A. a. c.;
SCHLOSER, J. o. c. 79-103. 39 La bibliografía es amplia, citamos:
CAPDEVILA, V. Mª. “El Padre en el cuarto Evangelio”, en XXV Semana…
o. c. 101-139; ESTRADA, B. “Bendito el Dios y Padre de Nuestro
Señor Jesucristo. El inicio de la Eulogía en Ef 1, 3, en XX
Simposio… o.c. 87-98; GUIJARRO, S. “Dios Padre en la actuación de
Jesús”, en Estudios Trinitarios 34 (2000) 33-69; RODRÍGUEZ CARMONA,
A. a. c.; SCHLOSSER, J. o. c. 127-213; SCHNEIDER, G. “El Padre de
Jesús. Visión bíblica”, en XXV Semana ... o. c. 59-100. 40
GUIJARRO, S. “El Dios de Jesús”, o. c. 142. 41 Cf GUIJARRO, S. “El
Padre…”, a. c.
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15
(Mt 7,21), “imitar al Padre” (Mt 5,48). Pero, ¿no puede resultar
un planteamiento un tanto teórico, de mera lógica teológica?
Debemos evitarlo, y para ello introducimos un dato importante: Si
queremos llegar al conocimiento del Padre, no equivoquemos el
camino. No se trata de intentar verle Padre desde nosotros, sino de
vernos hijos desde el Padre, verme hijo en el Padre, viéndole Padre
conmigo. Desde ese conocimiento-experiencia de Dios Padre conmigo
en Cristo, surgirá el “Abbá” como reconocimiento. Se ve claro que
no se trata de mi relación con el Padre, sino de su relación de
Padre en el Hijo con los hijos. Y esta relación, cuando se ha
iniciado, ya no se detiene, sino que va a más. Las connotaciones de
esta posición ya adoptada son claras. Por un lado, ha debido
superarse la tendencia de querer dominar la relación de Dios, que
no es creación mía, sino que es de Dios Padre en Cristo; y, por
otro, la persona está ya bajo la acción del Espíritu. Es la
relación que en el Espíritu, -siendo Él es quien nos hace exclamar
“Abbá, Padre” (Rom 8,15)- va adueñándose de toda la persona y la
introduce en la comunión-unión con Jesucristo (1 Cor 1,9)42.
Nuestra vida filial en el Hijo -no como proyecto, sino como
realidad vivida- es la base del conocimiento que podemos tener de
Dios y Padre de Jesucristo, y del testimonio que podemos dar. No
sólo podemos ser testigos de Dios Padre de Jesucristo, sino que lo
somos. c. ¿La imagen de Dios Padre, hoy? El interés que hoy existe
por el cambio de imágenes y de representaciones de Dios puede
explicarse simplemente desde el deseo de dar con el dios que
responda a las expectativas del hombre actual y a las necesidades
personales que cada uno puede tener. Pero es un criterio
insuficiente, que necesita con urgencia su matización. El hecho es
que la revisión de imágenes de Dios está en marcha y no se para,
con debate incluido43. Para quien vive la relación de Dios, el
panorama es otro. Se acepta con mucho agrado lo que la teología va
aportando, porque responde al momento actual; pero se sabe, además,
que la tentación de proyectarnos sobre Dios está siempre al acecho
y que la verdadera relación de Dios la excluye totalmente. Volvemos
a insistir en que la relación de Dios -su relación- está más allá
de nuestras representaciones y que no acepta ningún tipo de
manipulaciones. La relación se vive en lo profundo de la persona y
puede vivirse como filial y como esponsal; no está aferrada a las
representaciones, aunque puede contar con ellas. La relación no se
programa, se vive. d. ¿Necesidad de purificación? Podemos quitar,
sin más, los signos de interrogación, porque la necesidad que
nuestra experiencia de Dios tiene de purificación es evidente. Y lo
es, porque en la propia carne se vive esta doble tentación: la de
priorizar nuestra relación con Dios, la creada desde nosotros y
regulada por nosotros; y la de querer dominar la relación de Dios,
teniendo algún tipo de dominio sobre ella. La purificación que se
nos impone –porque no cabe otra solución que pasar por ella- no es
otra que prescindir de nuestras proyecciones en la relación con
Dios, y vivir en fe la 42 DE PABLO MAROTO, D. “Experiencia mística
de la paternidad de Dios”, en XX Simposio… o. c. 547-558. 43 Cf
ELIZONDO, F. “Imágenes de Dios en la experiencia y reflexión de las
mujeres”, en AA. VV. “Vivir en Dios…” o. c. 229-265; TORRES
QUEIRUGA, A. El Dios de Jesús. Aproximación en cuatro metáforas,
Santander, 1991. En las publicaciones actuales que tratan el tema
Dios está presente el artículo sobre Dios Padre-Madre, como:
BURGGRAF, J. “¿Dios es nuestra Madre?”, en XX Simposio… o. c.
277-314; DEL CURA ELENA, S. “Dios Padre/Madre. Significado e
implicaciones de las imágenes masculinas y femeninas de Dios”, en
XXV Semana… o. c. 277-314.
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16
relación de Dios con nosotros. Se trata de la purificación
propia de una vida en fe. ¿Cabe mayor purificación? 2. El Reinado
de Dios a. Cristo y el Reinado de Dios. La idea que Jesús tiene de
Dios no es completa si no presenta el proyecto del Padre. Este Dios
que es Padre tiene un proyecto, y para conocerlo tenemos que
acercarnos a la predicación y a la persona de Jesús. Recordamos que
la relación entre el Padre y el Reino está en el Padrenuestro:
“Padre,… venga tu reino”. El anuncio de este proyecto del Padre es
un anuncio encarnado en las situaciones de su pueblo, que responde
a la situación de desamparo de los pobres, a una realidad
estructural basada en unos valores culturales que Jesús critica y
al dominio de Satanás44. Es bueno recordar que “Reino de Dios” es
lo mismo que decir que Dios va a reinar o que Dios reina. Se trata
de que sobre cada situación se dé la soberanía de Dios desterrando
los poderes esclavizadores y de dominio. El anuncio del reinado de
Dios contiene de hecho la propuesta de valores alternativos; así lo
vivió y lo presentó Jesús. Y Cristo, ¿ante el Proyecto del Padre?
Jesús no sólo conoce y anuncia el reino, sino que es consciente de
que en él y en su actuación está llegando el Reino. Kasper lo
presenta preciosamente en estos términos: “En él se hace
concretamente palpable lo que quiere decir su reino; en él se
revela lo que es el reino de Dios. En su pobreza, obediencia y
carencia de patria representa la explicación concreta de la
voluntad de Dios. En él se ve claro lo que significan la divinidad
de Dios y la hominidad del hombre… En Jesús de Nazaret son
inseparables su persona y su ‘asunto’; él es su asunto en persona.
Es la realización concreta y la figura personal de la llegada del
reino de Dios”45. En Cristo se hace palpable lo que quiere decir el
reino de Dios; en él se revela lo que es su reino. b. La
experiencia del Reinado del Padre en nosotros. Me parece importante
acercarnos a la vivencia del reinado del Padre, experimentar su
realidad, para que ya no sepa a doctrina ni a meros
comportamientos. No faltan ocasiones en las que se plantea el
Reinado del Padre urgiendo a salir de uno mismo para verlo y
realizarlo fuera; pero, por lo que hemos visto más arriba, para
Jesús Dios es Padre y su reinar es hacer partícipes de la filiación
del Hijo amado a los hombres: “eligiéndonos de antemano para ser
sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito
de su voluntad” (Ef 1,5), con todo lo que entraña de relaciones
nuevas en todo y con todos. Subrayamos lo de relaciones nuevas en
todo y con todos. Y es verdad que vivir la relación de Dios Padre
en Cristo nos lleva a vivir en su Comunión; lo cual nos hace verlo
todo de forma distinta y de vivirlo de forma nueva. Cambia el
planteamiento de la vida, que ya no está en razón de uno mismo: “Y
murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven” (2 Cor
5,15); cambian los valores fundamentales para los que se vive:
“Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a
causa de Cristo” (Flp 3,7); cambia el estilo de vida, que se
caracteriza por el servicio hasta dar la vida: “El Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos” (Mc 10,45); cambia la vocación, que no parte
del proyecto de uno mismo sino desde su relación: “No me habéis
elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn
15,16); cambian las relaciones 44 GUIJARRO, S. a. c. 168-170. 45
KASPER, W. Jesús, el Cristo, Salamanca 1976, 123.
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con los hombres, que no se plantean de sujeto a objeto, sino en
la igualdad de hermanos (Col 3,12-13). El Reinado de Dios Padre es
una profunda realidad cuando se vive en Cristo; y por eso
encontramos pleno sentido en que el Reinado de Dios se presente
desde la comunión con Jesucristo, que nos hace partícipes de su
filiación y de su fraternidad con todos. Se trata de vivirlo con
todas sus consecuencia. De donde se deduce que viviendo en Cristo
se es testigo del Reinado de Dios Padre. c. La imagen del Reino de
Dios. No me he detenido en el tema, y supongo que no será fácil la
aceptación del término por las sensibilidades que se perciben en el
momento actual sobre este punto. Pero también es verdad que para la
Sagrada Escritura es un tema clave y fundamental, y los estudios
que lo abordan no ofrecen ningún resquicio de duda sobre su
importancia. La teología asume el término y el tema, y les da tal
ampliación que en el Reinado de Dios pueden acogerse las
situaciones más diversas del compromiso cristiano. Si partimos de
lo que es “ser en Cristo”, el Reinado de Dios aparece más como
resultado de lo que “se vive en Cristo” que como programa de vida
al que hay que tender. En este caso, aunque el término no tenga
tanta importancia, sí interesará el Reinado del Padre como la
realidad vivida en Cristo. d. Presencia de la purificación. No
puede no hablarse de purificación cuando el Reinado de Dios me
habla de la soberanía del Padre en todos y en todo. Llegar a que la
persona en sus múltiples relaciones se encuentre liberada de las
distintas esclavitudes no puede hacerse sin una praxis
purificatoria. Pero nos referimos a la situación del cristiano que
“es” en Cristo y “vive” en Cristo, que venimos presentando, y a la
que le corresponde un tipo de purificación. En este caso, cuando el
Reinado de Dios, más que planteamiento como programa, es vivir en
el Hijo, siendo él el Reinado del Padre, la purificación más
radical está en estructurar la vida y la persona del cristiano
desde su ser en Cristo. Nos referimos, pues, a la purificación, que
de forma permanente y radical debe acompañar al cristiano para
estructurar su vida y su persona desde la relación del Hijo. Nos
percatamos de la importancia que tiene llegar a dicha estructura y
de lo mucho que hoy supone; por todo ello, la consideramos
irrenunciable. La conclusión a la que llegamos nos parece obvia:
desde la vivencia del Reinado de Dios en Cristo, somos testigos del
Dios Padre de Jesucristo. 3. Dios amor-misericordia a. El amor en
el Hijo. Es obligado partir de la expresión “Dios es amor” (1 Jn
4,8.16), que resulta clave para la comprensión de la Trinidad.
Entre las tres Personas, precisamente en virtud de sus relaciones
personales de origen, hay un amor, una caridad infinita y eterna,
que es la misma vida de Dios. En el principio se encuentran las
personas, el Padre que genera al Hijo, el Hijo engendrado y la
comunión del Espíritu. Más allá de este encuentro de amor no existe
nada. Dios es amor46. Pero hay más, mucho más. La Trinidad-Amor
llega a nosotros por Jesucristo. Nos es muy conocido que Jesús ama
y que ama con pasión, padece el amor; y que su amor es un amor de
donación -da todo lo que ha recibido del Padre en su condición
de
46 GAMARRA, S. Teología…, o. c. 125-139.
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Mediador- ; que es amor de autodonación: Jesús amó hasta el
extremo (Jn 13,1) dando la vida por nosotros (Jn 15,13; 1 Jn 3,16);
y que es amor de misericordia (Lc 6,35; 15,11-32; Mt 20,1-15): amó
con entrañas de misericordia47. Y nos falta por señalar que Cristo
es el Amor del Padre, entregado por el Padre a los hombres. En
Cristo, amor entregado del Padre, está la autodonación de la
Trinidad. El amor, ágape divino, es el don de las mismas Personas
de la Trinidad48. La experiencia que tuvo Cristo del amor de la
Trinidad fue básica en su vida y en su misión. Sabe lo que es el
amor de la Trinidad en su amor: en el amor que vive y que nos
ofrece. Añadimos al amor la misericordia. Está a la vista que se
hace referencia al texto “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación”
(2 Cor 1,3). Está clara la referencia al Padre de las
misericordias. El amor del Padre tiene la connotación de la
misericordia con nosotros (Rom 11,32) y también con Cristo, como lo
afirma Juan Pablo II: “El Hijo de Dios en su resurrección ha
experimentado de manera radical en sí mismo la misericordia, es
decir, el amor del Padre que es más fuerte que la muerte”49. b. El
amor en los hijos. Cuando nos planteamos el amor del cristiano,
salta a la vista sin más la condición de hijos en el Hijo, donde
debe situarse nuestro amor, ya que los nacidos de Dios aman: “El
amor es de Dios; y todo el que ama ha nacido de Dios” (1 Jn 4,7)50.
El hijo no puede entenderse sin el amor de hijo, y nuestra
filiación compartida implica participar del Amor del Hijo; y ésta
es la realidad que vivimos cuando se nos da el Espíritu del Hijo
para llamar a Dios “Abbá: “La prueba de que sois hijos es que Dios
ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama
‘Abbá, Padre’” (Gál 4,6; cf Rom 8,14-15). El punto delicado es
vivir ese amor y ser testigo de él. ¿Cómo se vive? Pensamos que
deben compaginarse dos aspectos que son tan inseparables como
irrenunciables en una vida cristiana. Está, por un lado, el ser
objeto del amor misericordioso de Dios en Cristo, lo cual se acoge
de forma vivencialmente intensa. No se trata de una experiencia que
se debe vivir como condición para pasos ulteriores, sino que es más
bien una realidad que se vive permanentemente. Es la experiencia
del amor de Dios que te busca cuando te has perdido (Mt 18,12-14),
que se deja encontrar de quienes no le buscan: “Me he hecho el
encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar
de quienes no me buscaban” (Is 65,1-2; Rom 10,20-21); es la
experiencia donde se cumple: “El pecado se descubre cuando ha sido
vencido por la misericordia”51. Estamos en el punto de cómo conocer
a Dios, y el modo de conocerle es verle amándome en su perdón:
“Todos me conocerán… cuando perdone su culpa, y de su pecado no
vuelva a acordarme “(Jer 31,34). Para conocer a Dios no basta saber
que me quiere, es necesario verle amándome, es vivir yo su relación
de amor. Esto es lo que se vive en su relación de perdón. Hay un
segundo aspecto, relacionado con el anterior, que es la experiencia
de comunión -perdón y comunión se viven conjuntamente-. La relación
de Jesús, que es de perdón, es también de comunión. Así presenta
Oseas a Dios en medio de la infidelidad
47 LEGIDO, M. Misericordia entrañable. Historia de la salvación
anunciada a los pobres, Salamanca 1987. 48 GAMARRA, S., cap. III
“Jesucristo, amor entregado del Padre”, en Cristo, jubileo… o. c.
49-68. 49 JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 8 50 SCHNACKENBURG,
R. Cartas de San Juan, Barcelona 1980, 252-256. 51 LEGIDO, M. o. c.
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de Israel: “Yo te desposaré conmigo… y tú conocerás a Yahveh”
(Os 2,21-22). Esta relación de Cristo, que es de comunión y de
perdón, de perdón y de comunión, nos hace participar del ser del
Hijo, de su Vida de Hijo y de su Amor de Hijo. ¿Cómo vivir esa
experiencia de amor de hijo? Pues muy fácilmente: en el Hijo;
morando en la relación del Hijo, permaneciendo en ella, dejándote
llevar por ella. Es la experiencia del morar, del permanecer, del
dejarte llevar en la relación del Hijo. La consecuencia es clara:
Hay base para ser testigos, desde la vida en Cristo, del Dios de
Jesucristo como Amor-Misericordia. c. La imagen de Dios
amor-misericordia. Es fácil que, aunque de entrada agrade ver a
Dios como amor, no guste tanto el complemento “Misericordia”, que
de alguna manera evoca culpabilidad. Pero no puede olvidarse que la
garantía de todo amor es el perdón. El perdón garantiza al amor y
le da estabilidad; y esta experiencia está dentro de cada uno. Y la
vida cristiana es inteligible sin el amor-misericordia; por eso
mismo, la imagen de Dios Amor-Misericordia, al mismo tiempo que
educa, indica el realismo en que se vive. d. ¿Qué purificación hay
que vivir? ¿Qué proceso se debe seguir? Está claro que si
preguntamos por la purificación a la que hay que llegar, la que se
debe vivir, la respuesta tiene fácil contestación: la purificación
está en el mismo amor de perdón: “Sí, quiero, queda limpio” (Mc
1,40). No cabe otra purificación más radical y más total que la que
me da la relación de perdón. Pero si nos preguntamos por el proceso
a seguir para estar atentos a la comunión que supone la relación
del Hijo y morar en ella, es totalmente imprescindible una apertura
receptiva, difícil de comprender humanamente. Tengamos muy presente
que en el momento actual el punto de salida está muy atrás, como lo
indica la consigna de Benedicto XVI a los jóvenes en Colonia el 18
de Agosto: “Dadle derecho a hablaros”. ¿Este es el punto de partida
en el que nos encontramos? El proceso de apertura con una
receptividad progresiva a la relación de Cristo sólo puede
entenderse desde la presencia activa y operante del Espíritu. 4.
Dios en la Pascua del Hijo Es impensable plantear el testimonio del
Dios de Jesucristo sin la referencia a Dios en la muerte y en la
resurrección de Jesús, cuando es el momento culminante de la
revelación de Dios. Sabemos que la distintas posturas cristológicas
tienden o a poner el acento en la pasión y hablan del “Dios
crucificado en las víctimas” olvidando la resurrección, o a ponerlo
en la resurrección olvidando la pasión del Hijo y la de los hijos.
Somos partidarios de referirnos a la Pascua del Hijo que incluye la
muerte y la resurrección. a. La visión desde el Hijo. Ante la
pasión y muerte del Hijo, nos atrevemos -nuestro atrevimiento es
altísimo- a subrayar la cercanía del Padre en este momento y la
aceptación por parte del Hijo del Plan de salvación del Padre. En
cuanto a la cercanía, está claro que cuando parece que el Padre
abandona al Hijo, es el Padre quien se abandona en el Hijo: “En
Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo” (2 Cor 5,19), y
teniendo presente el relato del sacrificio de Isaac (Gen 22,1-19),
el Padre aparece como el sacrificado, el que lo da todo en el Hijo.
Jesús es
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precisamente en este momento de la pasión rostro del Padre: “El
que me ve, ve al Padre”. Esta cercanía del Padre vivida por el Hijo
está expresada de forma peculiar por el “Abbá”. ¡En la situación
tan dramáticamente vivida en el Huerto de los Olivos, llamarle
“Abbá”! En este contexto se entiende la afirmación de Kasper: “El
volverse de Jesús al Padre presupone ciertamente el dirigirse y el
comunicarse del Padre a Jesús”52. Y el segundo aspecto, la
aceptación del Plan de salvación del Padre en la muerte de Jesús
debe quedar muy subrayado. Llega a consumar su vida de entrega por
amor. Reconoce su situación final viéndose amor entregado del Padre
a los hombres, y lo acepta. Ante la resurrección, es muy clara la
relación del Hijo con el Padre: es relación de Paternidad y de
Filiación, como lo expresa la exclamación: “Hijo mío eres tú, yo te
he engendrado hoy” (Hech 13,33). El Padre, cuyo rostro se ve en el
Cristo pascual, es a la vez inmolado y omnipotente. La pascua del
Hijo manifiesta a las miradas de los hombres el misterio eterno del
Padre en el Hijo por el Espíritu53. b. Desde los hijos. No miramos
la Pascua del Señor desde fuera, sino que la vemos desde dentro.
Participamos de ella: “muertos con Cristo” (Rom 6,8), “sepultados
con Cristo” (Rom 6,4), “resucitados con Cristo” (Col 3,1),
“resucitados y glorificados con Cristo” (Ef 2,6), “hijos y
herederos con Cristo” (Rom 8,17). La participación de la Pascua es
el dato radical del ser cristiano. Esta participación, que podría
entenderse como algo estático, como la estructura de un edificio,
encuentra su elemento vital en la Comunión en sus padecimientos y
en su resurrección (Flp 3,10). Esta comunión tan total, que parte
de Él, nos lleva a ser en Él amor entregado del Padre. Ahí está la
comunión en su Pascua. Esta es la forma de que se cumpla la
llamada: “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29). Este
comentario puede ayudarnos a comprender su contenido: “No nos
extraña que el Padre que nos eligió para incorporarnos a su misma
vida, nos eligiera también para configurarnos con su imagen para
ser en verdad en todo nuestro ser hijos según la forma del Hijo, en
el mismo camino del Hijo”54. La situación de Pascua, que es
permanente a lo largo de toda la vida, supone, al vivirse en
Cristo, una referencia al Padre, propia de hijo, hondamente
confiada y sinceramente agradecida. La mirada está puesta en Dios
Padre, a quien siempre se experimenta fiel, tanto en la kénosis más
profunda, como en la exaltación más gloriosa. c. ¿La imagen de Dios
en la Pascua? Es verdad que la imagen responde al planteamiento que
en cada momento se hace, en nuestro caso, de Dios; y, por esta
razón, el cambio suele quedar justificado. No se acepta fácilmente
que la imagen me enseñe o me catequice sobre mis sensibilidades o
intereses; aceptamos la imagen que expresa lo que en el momento
vivimos. El “Dios humillado”, el “Padre lloroso” o “el desvalido en
el centro de la Trinidad” son imágenes que hoy atraen. Creemos que
es acertado que la imagen de la Pascua incluya el contraste de la
muerte y de la vida -como lo expresa el Cristo de San Damián55-, el
contraste de la humillación y del poder. La imagen queda adulterada
cuando desaparece uno de los elementos integrantes de la Pascua.
Valoramos como buena imagen la que re-presente la muerte y la vida
del Señor; y ésta es la imagen que debe estar presente en nuestros
testimonios.
52 KASPER, W. o. c. 136. 53 DURWEL, F. X. Nuestro Padre. Dios en
su misterio, Salamanca 1990, 153-182. 54 LEGIDO, M., o. c. 40. 55
CONTRERAS, F. El Cristo de San Damián, Madrid 2004.
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d. ¿Y el proceso? Todo proceso debe mirar el objetivo hacia el
que se camina. En la vida cristiana el objetivo está marcado por la
Pascua. Ella misma es su objetivo. Por la participación de la
Pascua somos hijos en el Hijo en su relación con el Padre; y
morando en su filiación y viviendo en ella, nos corresponde
necesariamente en Cristo ser amor entregado del Padre a los demás.
Esta es la situación, la misma que la del Hijo, que nos corresponde
vivir con el Padre de la Pascua. ¿Podemos señalar el proceso?
Subrayamos: Morar de forma consciente y viva en la relación de hijo
en el Hijo; vivir la relación de hijo en el Hijo con el Padre; ser
sensibles a la acogida del Espíritu; avivar la actitud martirial
como constitutiva de la vocación cristiana; alimentar un alma
apostólica de Iglesia. No se piense que con esto nuestra pretensión
es la de aunar elementos, aunque dispares, pero ricos en contenido;
nuestro intento es presentar que estos elementos son integrantes de
nuestra identidad de Pascua y que por lo tanto deben ser atendidos
desde la Pascua. 5. Dios es Trinidad Es frecuente que entre los
libros que llevan como título “El Dios de Jesucristo” tengan como
contenido el estudio de la Trinidad, como, por ejemplo son el de
Kasper56 y el de Ratzinger57. Con esto queremos indicar que no se
trata de algo accidental y secundario, sino constitutivo y
fundamental. No se puede pensar que hablar de la Trinidad es el
resultado final de una reflexión teológica, sino que, muy al
contrario, está en estrecha relación con Jesucristo en su vida y en
su enseñanza, y particularmente en su muerte y en su resurrección.
a. En la vida de Jesús. Ya hemos apuntado cómo la relación de Jesús
con el Padre es el corazón de su experiencia religiosa, pero no la
comprenderíamos bien sin la certeza que le suponía actuar movido
por el Espíritu. Esta certeza aparece en momentos decisivos de la
vida de Jesús, como el bautismo, también en algunas de sus
palabras, pero sobre todo en su lucha contra el dominio de
Satanás58. Pero es en Jesucristo crucificado y resucitado donde se
nos revela de manera definitiva y plena el misterio de un Dios que
es amor trinitario. Así nos lo presenta la carta pastoral de
nuestros obispos: “En la cruz, el Padre abandona a su Hijo Jesús y
lo entrega sólo por amor. Al resucitarlo, le comunica su vida y lo
acoge en su amor infinito. En la cruz, el Hijo, por su parte,
obedece al Padre hasta el final, le deja al Padre ser Padre, para
ser resucitado de manera definitiva a su vida divina. Este misterio
de amor entre el Padre y el Hijo se realiza y consuma en el
Espíritu. Al morir, el Hijo ‘entrega su Espíritu’ al Padre (Jn
19,30). El Padre lo resucita infundiendo en El su Espíritu (Rom
8,11)”59. b. ¿En la vida cristiana? La referencia a la Trinidad
está siendo constante en nuestro trabajo, porque siempre que
presentamos al cristiano en su dato radical de “ser” y de “vivir”
en Cristo, se está planteando la incorporación a la Trinidad. Al
participar el
56 KASPER, W. El Dios de Jesucristo, o. c. 57 RATZINGER, J. El
Dios de Jesucristo, Salamanca 1979. 58 Cf. BORDONI, M. “El Espíritu
y Jesús. Reflexión bíblico-sistemática”, en Estudios Trinitarios 34
(2000) 3-31; DUNN, J. D. G. Jesús y el Espíritu, Salamanca 1981,
especialmente 91-121; GUIJARRO, S. “El Espíritu Santo en la vida de
jesús y de los primeros cristianos”, en Cuestiones Filosóficas y
Teológicas 72 (2002) 295-318; especialmente 301-305. 59 Carta
pastoral…o. c. 47.
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cristiano del ser del Hijo, participa de su relación con el
Padre y con el Espíritu. Y todo parte de la Pascua; si la identidad
del cristiano pasa por la Pascua, no puede no ser trinitaria. Se
puede proclamar que la identidad cristiana es trinitaria. Este
planteamiento que acabamos de hacer -que no es teoría- se visualiza
viéndonos sentados a su mesa, presidida por Cristo muerto y
resucitado, en relación con el Padre y el Espíritu. Así nos lo
describe un contemplativo de hoy: “Empezamos viéndolo en el camino,
sentado a la mesa con nosotros. Nos llamó hermanos y puso a los
pequeños en primer lugar. Nos sentó a todos a la mesa común, y puso
en nuestros corazones el aliento de su amor, que nos hizo gritar en
él “Abbá, Padre”. Ahora al adentrarnos en su rostro, hemos
descubierto que esta mesa y esta familia proceden del abrazo que
desde antes de la creación del mundo el Padre le dio a él y él al
Padre en la unidad del Espíritu”60. Todo esto nos hace ver que la
vida cristiana es ya vida trinitaria, y que su permanencia en ésta
dejará huella en la experiencia cristiana, donde radicará el
testimonio que demos del Dios de Jesucristo. Desde la vida en
Cristo podemos ser testigos del Dios trinitario de Jesucristo. c.
La imagen de Dios Trino. Si en la teología hay un tema que es
central como es la Pascua y en ella se hace presente la Trinidad,
es normal que las imágenes de la Trinidad se centren en la Pascua,
y que también cambien según sean los datos que se prioricen de la
realidad pascual61. Hay un cambio entre el Padre que acoge a Cristo
muerto y el Padre que sostiene al Hijo entregado y que muere con el
rostro vuelto a Él. Imagen preciosa, pero en la que el Espíritu
sigue bajo la figura de la paloma. Tiene buena acogida la imagen de
la Trinidad en la que el Espíritu tiene forma de persona –y deja de
ser reducido a fuerza, aliento, brisa, luz, amor que dimana de
Dios- como en el cuadro de Rublew, estando los tres en torno a la
Mesa, que es Mesa de Bodas, e implicados en ella. Estamos
necesitados de buenas representaciones de la Trinidad. d. ¿Y el
proceso? El camino no tiene otro punto de partida que trascenderse.
Es verdad que el espíritu de la trascendencia es constitutivo de la
persona, que es imagen de Dios; y hay que partir del cultivo de ese
espíritu de trascendencia. Pero no basta con mi ver a Dios Trinidad
y verlo desde nosotros, sino que hay que dar el paso de vernos
desde la Trinidad. Y precisamente en este paso está la clave de la
vida del cristiano, y a este paso deben dirigirse nuestras
atenciones que deben ser muy cuidadas y muy oradas. Superadas estas
primeras dificultades y dado el paso, el camino es más sencillo;
parece que el viento está a favor y que el Espíritu lleva.
Conclusión Terminamos convencidos de que esta aportación es modesta
para esta Semana Monástica, que no es más que un comienzo de
ponencia que necesita un desarrollo ulterior; y nos conforta que al
estar puesta al comienzo, otras intervenciones la completarán.
60 LEGIDO, M. o. c. 307-308. 61 RAMOS DOMINGO, J., “Tipología
Trinitaria en el arte español”. En Estudios Trinitarios 34 (2000)
487-513.
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Nuestro objetivo no ha sido otro que presentar la gran riqueza
que es la vida cristiana, la vida en Cristo, también en el tema de
la ponencia que trata de ser testigos del Dios de Jesucristo. Con
este motivo, hemos subrayado tres aspectos que consideramos básicos
y fundamentales: - Que el cristiano, al ser en Cristo, es testigo
del Dios de Jesucristo. El ser testigo no se añade al ser
cristiano. También es verdad, y así ha quedado patente, que todo
depende de cómo se entienda al ser cristiano; y nuestro
planteamiento no se ha quedado en meros comportamientos y en
actitudes. - Que la vida del cristiano en Cristo conlleva el
testimonio del Dios de Jesucristo, y que satisface plenamente
vivirse testigo del Dios de Jesucristo. En este caso, el testimonio
es más que la irradiación del encuentro con Dios; es irradiación
del ser en Cristo. - Que el cristiano en Cristo vive la relación
filial con el Padre, el Reinado del Padre, el Amor misericordioso
de Dios, la Presencia del Padre en la Pascua del Hijo y en la de
los hijos, y vive la Vida Trinitaria. En la vida que uno vive, se
es testigo. No lo olvidemos. Si me preguntan el porqué de este
objetivo y la razón de este planteamiento, les diría, en primer
lugar, que me acompaña muy dentro lo que hemos dicho al comienzo:
“Solamente los ‘habitados’ por la experiencia religiosa serán
capaces de transmitir y de comunicar el gusto por la realidad de
Dios” y, en segundo lugar, que estoy cada vez más convencido de la
mucha experiencia de Dios que hay en la vida consagrada
contemplativa -de esto doy fe- y que se vive en lo secreto y en lo
oculto. Pero esta situación choca frontalmente con lo que hoy se
habla de “secularizar” la teología y que la petición se haga en
razón de su supervivencia; choca con la “autosecularización” de
quien busca la acomodación de la fe cristiana a la cultura secular
dominante; y choca con lo que se llama “ateismo eclesial” que se
daría en el caso de que el “funcionamiento” de los grupos,
parroquias, comunidades sea lo preferente, olvidando el misterio
fascinante de la realidad de Dios62. En este contexto nos movemos,
siendo Testigos del Dios de Jesucristo. Saturnino Gamarra
62 Cf DEL CURA ELENA, S. “A tiempo…” a. c.
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TESTIGOS DEL DIOS DE JESUCRISTO
Introducción I ¿TESTIGOS DE DIOS, HOY? VIABILIDAD DE LA
PROPUESTA 1. Una primera sorpresa 2. Dios como problema que
preocupa 3. Un agnosticismo dominante 4. Prospectivas del quehacer
teológico 5. La experiencia de Dios 6. ¿Testigos de Dios, hoy? II
TESTIGO EN CRISTO 1. Cristo revelador del Padre - El Amén del Padre
- “La Palabra se hizo carne” - La revelación de la Palabra hecha
carne - La centralidad de Cristo revelador 2. El cristiano es en
Cristo - Conciencia de mi ser en Cristo - Su aceptación y
experiencia 3. “Seréis mis testigos” - Cristo testigo - En Él,
testigos III EL DIOS DE JESCRISTO Nota previa 1. Dios Padre - Lo es
para Cristo - En nuestra vida filial en Cristo - ¿La imagen de Dios
Padre, hoy? - Necesidad de purificación 2. El Reinado de Dios -
Cristo y el Reinado de Dios - La experiencia del Reinado del Padre
en nosotros - La imagen del Reino de Dios - Presencia de la
purificación
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3. Dios amor-misericordia - El amor en el Hijo - El amor en los
hijos - La imagen de Dios amor-misericordia - ¿Qué purificación hay
que vivir? 4. Dios en la Pascua del Hijo - La visión desde el Hijo
- Desde los hijos - ¿La imagen de Dios en la Pascua? - ¿Y el
proceso? 5. Dios Trinidad - En la vida de Jesús - ¿En la vida
cristiana? - La imagen de Dios Trino - ¿Y el proceso?
Conclusión