Top Banner
A18. EL COMERCIO JUEVES 20 DE AGOSTO DEL 2015 OPINIóN - DANIEL SáNCHEZ VELáSQUEZ - Jefe del Programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo - ENRIQUE BONILLA DI TOLLA - Director de la Carrera de Arquitectura de la Universidad de Lima EDITORIAL LOS PROBLEMAS QUE ENFRENTAN LOS INDÍGENAS AMAZÓNICOS EN EL SISTEMA DE SALUD PROYECTOS DE INFRAESTRUCTURA ALTERNATIVA L a población de Condorcan- qui, Amazonas, es mayorita- riamente awajún. Lamenta- blemente, esta bella provincia sufre los embates de una en- fermedad que afecta gravemente a su población indígena: el VIH. La red de salud de la zona ha diagnosticado a 289 personas con este mal. Sin embargo, por las profundas brechas sanitarias, solo 36 perso- nas reciben el tratamiento de antirretrovirales. Es decir, el 88% de los pacientes indígenas in- fectados no recibe ningún tratamiento. Los altos costos que deben asumir para mo- vilizarse y las largas distancias –de incluso días en bote– entre la comunidad y el único hospi- tal que ofrece el tratamiento impiden que mu- chos continúen con la atención médica. Ade- más, hay elementos culturales que dificultan la comprensión de que una persona se encuentre “enferma” sin mostrar ningún síntoma (el VIH en una primera etapa es asintomática) o que, a diferencia de otras enfermedades, la cura no es una operación o la ingesta de una pastilla por un período determinado, sino de por vida, lo que genera que muchos indígenas conside- ren que no se trata de una enfermedad sino de “brujería” y abandonen el tratamiento. El año pasado, la señora N.K.C., de la co- munidad awajún de Achu, llegó a Lima en busca de una solución a sus problemas de salud. La pérdida de peso, de cabello y otras complicaciones no fueron asociadas a que había desarrollado un cuadro de sida, sino a que estaba “embrujada”. Cuando se le diag- nosticó, ya era tarde. Dejó el hospital y em- prendió el retorno a su comunidad, donde fa- lleció unas pocas semanas después. La comprensión de estos factores culturales es crucial para emprender acciones de prevención y atención cul- turalmente adecuadas que eviten la muerte de más personas. Pese a ello, el Estado no brinda aún una respuesta fir- me que incorpore las particularidades propias de las concepciones indígenas en el sistema de salud. El esfuerzo más destacable para abor- dar esta situación ha sido la aprobación, en un proceso de consulta previa en que participaron pueblos indígenas amazónicos y andinos, de la política de salud intercultural. Sin embargo, han transcurrido más de 11 meses y el Poder Ejecutivo aún no emite el de- creto supremo que permita la implementación de esta política. En efecto, para un sector del Ejecutivo la aprobación de esta norma signifi- caría que el Estado reconozca la existencia de pueblos indígenas en la zona andina, lo que abriría un escenario para que puedan exigir consulta previa en asuntos como el minero. En este sentido, no serían razones técnicas o pre- supuestales las que impiden su emisión sino consideraciones de orden político las que esta- rían limitando el ejercicio de derechos. En este contexto, se requiere la aprobación de esta política. Ello no solo por los derechos colectivos involucrados sino también porque cualquier esfuerzo en programas orientados a reducir la desigualdad y lograr la inclusión so- cial estará incompleto sin la aprobación de una política en el sector salud orientada a reducir las brechas que han impedido a los pueblos in- dígenas recibir una atención de salud con enfo- que intercultural. F ue Héctor Velarde, el gran ar- quitecto y humanista del siglo XX, quien señaló con propie- dad que “los incas no conocie- ron la rueda porque no la nece- sitaban”. Así, salía al paso de quienes se atrevían a señalar que la andina fue una civilización menor al no emplear este invento tan trascendental para el desarrollo de la hu- manidad. Y tuvo razón Velarde. En un territorio como el nuestro, la rueda tiene hasta hoy poca utilidad, especialmente cuando se trata de vencer las em- pinadas cuestas de los Andes. La prueba es nues- tro viejo ferrocarril central, que hace infinidad de zigzags en su recorrido de poco más de 300 kilómetros a Huancayo en 12 horas. Tampoco nuestras carreteras se salvan de una intermina- ble cantidad de curvas que circundan cerros para coronar pendientes con enorme dificultad y mu- cho desarrollo de ingeniería. Por ello, resulta interesante que al fin hayan empezado en el Perú las obras para hacer el pri- mer teleférico, el que unirá la localidad de Tingo Nuevo, en la confluencia de los ríos Utcubamba y Tingo, con la fortaleza de Kuélap, ubicada en una montaña en la parte alta de la misma. Subir 700 metros tomará apenas 10 minutos, contra las dos o más horas que toma hoy hacerlo a través de un serpenteante camino sobre las arcillosas laderas de los cerros de esa zona del Amazonas, que en época de lluvias son sumamente inseguras. Importante paso el que se ha dado en Ama- zonas, porque se trata curiosamente del primer teleférico que se instalará en el Perú, venciendo la resistencia que se ha tenido a hacer lo mismo en otros sitios arqueológicos como Machu Pic- chu o el tantas veces ofrecido teleférico al cerro San Cristóbal, que permitiría ver nuestra ciudad desde el aire, especial- mente el Centro Histórico, donde se po- dría apreciar el trazado de la ciudad, su organización en compactas manzanas y la importancia de nuestras iglesias y sus campanarios, hitos fundamentales de su estruc- tura urbana, y esperaríamos ver también –ojalá– un río Rímac recuperado como base paisajística del viejo casco y articulador del cercado con el viejo barrio de Abajo el Puente. Sin embargo, no solo debemos pensar en los teleféricos para uso turístico. El proyecto de tele- férico de Kuélap prevé el traslado de mil perso- nas por hora, incluso podría aumentar su capaci- dad en el futuro. Por lo tanto, no es descabellado pensar en teleféricos como una alternativa de transporte urbano para vastos sectores de la ciu- dad que viven instalados en laderas de cerros y a los que solo es posible acceder a través de lar- gas y empinadas escaleras. Si consideramos que Medellín –esa ciudad referente para los urbanis- tas latinoamericanos– lo ha realizado con éxito, podríamos pensar en articular transversalmen- te, a través de cables y cabinas, diversos medios de transporte o partes importantes de la ciudad con zonas bajas cercanas. También podría ser una buena forma de articular los malecones de la ciudad con la Costa Verde, especialmente ahora que ha devenido en una vía de alta veloci- dad. Los teleféricos podrían transportar bañis- tas y deportistas, incluidos tablistas y ciclistas, de una forma segura hasta la zona de playas. No siempre las ruedas de los buses o las de los tre- nes subterráneos o aéreos son la solución en un territorio como el nuestro. Inclusión incompleta La ciudad de los teleféricos
1

Tele Feri Cos

Dec 15, 2015

Download

Documents

Senior Library
Welcome message from author
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript
Page 1: Tele Feri Cos

A18. el comercio jueves 20 de agosto del 2015

Opinión

- Daniel Sánchez VeláSquez -Jefe del Programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo

- enrique BOnilla Di TOlla -Director de la Carrera de Arquitectura de la Universidad de Lima

editorial

los problemas que enfrentan los indígenas amazónicos en el sistema de salud proyectos de infraestructura alternativa

l a población de Condorcan-qui, Amazonas, es mayorita-riamente awajún. Lamenta-blemente, esta bella provincia sufre los embates de una en-

fermedad que afecta gravemente a su población indígena: el VIH.

La red de salud de la zona ha diagnosticado a 289 personas con este mal. Sin embargo, por las profundas brechas sanitarias, solo 36 perso-nas reciben el tratamiento de antirretrovirales. Es decir, el 88% de los pacientes indígenas in-fectados no recibe ningún tratamiento.

Los altos costos que deben asumir para mo-vilizarse y las largas distancias –de incluso días en bote– entre la comunidad y el único hospi-tal que ofrece el tratamiento impiden que mu-chos continúen con la atención médica. Ade-más, hay elementos culturales que dificultan la comprensión de que una persona se encuentre “enferma” sin mostrar ningún síntoma (el VIH en una primera etapa es asintomática) o que, a diferencia de otras enfermedades, la cura no es una operación o la ingesta de una pastilla por un período determinado, sino de por vida, lo que genera que muchos indígenas conside-ren que no se trata de una enfermedad sino de “brujería” y abandonen el tratamiento.

El año pasado, la señora N.K.C., de la co-munidad awajún de Achu, llegó a Lima en busca de una solución a sus problemas de salud. La pérdida de peso, de cabello y otras complicaciones no fueron asociadas a que había desarrollado un cuadro de sida, sino a que estaba “embrujada”. Cuando se le diag-nosticó, ya era tarde. Dejó el hospital y em-prendió el retorno a su comunidad, donde fa-

lleció unas pocas semanas después. La comprensión de estos factores

culturales es crucial para emprender acciones de prevención y atención cul-turalmente adecuadas que eviten la muerte de más personas. Pese a ello, el Estado no brinda aún una respuesta fir-

me que incorpore las particularidades propias de las concepciones indígenas en el sistema de salud. El esfuerzo más destacable para abor-dar esta situación ha sido la aprobación, en un proceso de consulta previa en que participaron pueblos indígenas amazónicos y andinos, de la política de salud intercultural.

Sin embargo, han transcurrido más de 11 meses y el Poder Ejecutivo aún no emite el de-creto supremo que permita la implementación de esta política. En efecto, para un sector del Ejecutivo la aprobación de esta norma signifi-caría que el Estado reconozca la existencia de pueblos indígenas en la zona andina, lo que abriría un escenario para que puedan exigir consulta previa en asuntos como el minero. En este sentido, no serían razones técnicas o pre-supuestales las que impiden su emisión sino consideraciones de orden político las que esta-rían limitando el ejercicio de derechos.

En este contexto, se requiere la aprobación de esta política. Ello no solo por los derechos colectivos involucrados sino también porque cualquier esfuerzo en programas orientados a reducir la desigualdad y lograr la inclusión so-cial estará incompleto sin la aprobación de una política en el sector salud orientada a reducir las brechas que han impedido a los pueblos in-dígenas recibir una atención de salud con enfo-que intercultural.

f ue Héctor Velarde, el gran ar-quitecto y humanista del siglo XX, quien señaló con propie-dad que “los incas no conocie-ron la rueda porque no la nece-

sitaban”. Así, salía al paso de quienes se atrevían a señalar que la andina fue una civilización menor al no emplear este invento tan trascendental para el desarrollo de la hu-manidad.

Y tuvo razón Velarde. En un territorio como el nuestro, la rueda tiene hasta hoy poca utilidad, especialmente cuando se trata de vencer las em-pinadas cuestas de los Andes. La prueba es nues-tro viejo ferrocarril central, que hace infinidad de zigzags en su recorrido de poco más de 300 kilómetros a Huancayo en 12 horas. Tampoco nuestras carreteras se salvan de una intermina-ble cantidad de curvas que circundan cerros para coronar pendientes con enorme dificultad y mu-cho desarrollo de ingeniería.

Por ello, resulta interesante que al fin hayan empezado en el Perú las obras para hacer el pri-mer teleférico, el que unirá la localidad de Tingo Nuevo, en la confluencia de los ríos Utcubamba y Tingo, con la fortaleza de Kuélap, ubicada en una montaña en la parte alta de la misma. Subir 700 metros tomará apenas 10 minutos, contra las dos o más horas que toma hoy hacerlo a través de un serpenteante camino sobre las arcillosas laderas de los cerros de esa zona del Amazonas, que en época de lluvias son sumamente inseguras.

Importante paso el que se ha dado en Ama-zonas, porque se trata curiosamente del primer teleférico que se instalará en el Perú, venciendo la resistencia que se ha tenido a hacer lo mismo en otros sitios arqueológicos como Machu Pic-

chu o el tantas veces ofrecido teleférico al cerro San Cristóbal, que permitiría ver nuestra ciudad desde el aire, especial-mente el Centro Histórico, donde se po-dría apreciar el trazado de la ciudad, su organización en compactas manzanas y la importancia de nuestras iglesias y sus

campanarios, hitos fundamentales de su estruc-tura urbana, y esperaríamos ver también –ojalá– un río Rímac recuperado como base paisajística del viejo casco y articulador del cercado con el viejo barrio de Abajo el Puente.

Sin embargo, no solo debemos pensar en los teleféricos para uso turístico. El proyecto de tele-férico de Kuélap prevé el traslado de mil perso-nas por hora, incluso podría aumentar su capaci-dad en el futuro. Por lo tanto, no es descabellado pensar en teleféricos como una alternativa de transporte urbano para vastos sectores de la ciu-dad que viven instalados en laderas de cerros y a los que solo es posible acceder a través de lar-gas y empinadas escaleras. Si consideramos que Medellín –esa ciudad referente para los urbanis-tas latinoamericanos– lo ha realizado con éxito, podríamos pensar en articular transversalmen-te, a través de cables y cabinas, diversos medios de transporte o partes importantes de la ciudad con zonas bajas cercanas. También podría ser una buena forma de articular los malecones de la ciudad con la Costa Verde, especialmente ahora que ha devenido en una vía de alta veloci-dad. Los teleféricos podrían transportar bañis-tas y deportistas, incluidos tablistas y ciclistas, de una forma segura hasta la zona de playas. No siempre las ruedas de los buses o las de los tre-nes subterráneos o aéreos son la solución en un territorio como el nuestro.

Inclusión incompleta La ciudad de los teleféricos