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tudes Ricuriennes / Ricur Studies, Vol 2, No 2 (2011), pp.
33-47
ISSN 2155-1162 (online) DOI 10.5195/errs.2011.83
http://ricoeur.pitt.edu
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University of Pittsburgh Press.
Tacto, promesa y conviccin Conjuncin tica de tradicin e
innovacin en Paul Ricur
Beatriz Contreras Tasso
Profesora asociada adjunta del Instituto de Filosofa, Pontificia
Universidad Catlica de Chile,
Docente de Cursos de tica y de Antropologa
Resumen
La tica de la solicitud de Ricur conjuga en una prolija
articulacin tres momentos polarizados que brotan
de fuentes fecundas de la tradicin: la phrnesis aristotlica, la
herencia deontolgica Kantiana y la
formulacin de la Sittlichkeit hegeliana. La sobredeterminacin
Ricuriana de dichos modelos exhibe una
cuidadosa reapropiacin crtica, cuya originalidad hermenutica
revela su fecundidad filosfica para
enfrentar las demandas ticas actuales y sus oposiciones ms
importantes, proponiendo una fina distincin
de niveles de mediacin y fases de efectuacin. La sabidura
prctica es el resultado de esta interpretacin y
el gnero narrativo constituye su elemento mediador ms notable.
El mrito creativo de esta propuesta tica
es la interpretacin de la ipseidad, polo de la identidad que
funda la relacin tica originaria del s mismo
con otro. Tres momentos ejemplares de dicho camino son: el
tacto, la promesa y la conviccin.
Palabras claves: Promesa, Tacto, Conviccin, Sabidura prctica,
Articulacin.
Abstract
The ethics of solicitude in Ricur combines a detailed
articulation of three polarized moments which spring
from fertile traditional sources: Aristotelian phrnesis, the
Kantian deontological legacy, and the formulation
of Hegelian Sittlichkeit. The Ricurian over-determination of
these models exhibits a careful critical re-
appropriation, whose hermeneutical originality takes account of
its fertility philosophy to address current
ethical demands and their more important oppositions. This
overdeterminataion proposes a fine distinction
of levels of mediation and stages of fulfillment. Practical
wisdom is the result of this interpretation and the
narrative genre is the most notable mediating element. The
creative merit of this ethics proposal is the
interpretation of ipseity, a pole of identity that is at the
basis of the original ethical relation between oneself
and another. Three exemplary moments in this path are: touch,
the promise and conviction.
Keywords:. Promise, Touch, Conviction, Practical wisdom,
Articulation.
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Beatriz Contreras Tasso
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No 2 (2011)
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1
Rsum
Lthique de la sollicitude de Ricur sarticle prcisment autour de
trois moments polariss qui viennent
de trois sources fcondes de la tradition philosophique: la
phrnesis aristotlique, lhritage dontologique
kantien et la formulation de la Sittlichkeit hglienne. La
surdtermination Ricurienne de ces modles
prsente une rappropriation critique dont loriginalit
hermneutique rend compte de sa fcondit
philosophique pour faire face aux demandes thiques actuelles et
ses oppositions les plus importantes.
Cette surdtermination propose une distinction assez fine des
niveaux de mdiation et des phases
dexcution. La sagesse pratique, le rsultat de cette
interprtation et le genre narratif constituent son
lment mdiateur le plus remarquable. Le mrite cratif de cette
proposition thique est linterprtation de
lipsit, pole de lidentit qui est | lorigine de la relation
thique originaire du soi-mme avec lautre. Trois
moments sont exemplaires de ce chemin: le tact, la promesse et
la conviction.
Mots-cls : Promesse, Tact, Conviction, Sagesse pratique,
Articulation.
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Tacto, promesa y conviccin Conjuncin tica de tradicin e
innovacin en Paul Ricur
Beatriz Contreras Tasso
Pontificia Universidad Catlica de Chile
Ejemplaridad de la tica
La tica es un mbito privilegiado para examinar el aporte de
Ricur a la reflexin
filosfica actual. A nuestro juicio, con su propuesta tica se
pone de relieve un ejercicio
hermenutico amplio, desarrollado por este filsofo en su ltima
etapa, que establece un puente
entre polos aparentemente contrapuestos y sin transicin posible.
Este gesto metdico global
supera la oposicin entre la tradicin y la innovacin crtica y
asume otras polaridades
susceptibles de articulacin, como las oposiciones entre ser y
deber ser o deseo y deber.
Asimismo, la tica Ricuriana propone la interseccin entre bien y
justicia para responder tanto a
debates actuales relevantes (universalistas versus
contextualistas), como a los dilemas de
aplicacin que nuestra praxis suscita.
Una clave ontolgico-hermenutica con la cual Ricur desarrolla la
continuidad entre
dichos polos es la relacin de co-pertenencia originaria entre
estima de s y solicitud, dos
nociones iluminadoras de su tica. Este binomio exhibe un
horizonte de apertura que reafirma la
capacidad tica del s mismo de responder al otro, a partir del
fortalecimiento de su identidad
ipse. Su fundamentacin surge de la exploracin de la polisemia de
la identidad personal, como
identidad idem/ipse, iluminada por la identidad narrativa. El
desarrollo de esta interpretacin
constituye uno de los focos centrales que la hermanutica del s
despliega en toda su amplitud en
S mismo como otro.1
La sabidura prctica permite comprender la propuesta tica
Ricuriana en un sentido
unitario. Esta categora prctica marca el final de un proceso y
permite articular en ella las
distintas fases del trayecto hermenutico. El recurso tico
mencionado devela la dimensin de la
capacidad humana en el campo prctico: el de las elecciones
apremiantes, considerando nuestros
recursos para acoger las demandas del otro como si fueran
propias. Esta instancia tica articula
dos momentos esenciales: el nivel originario del deseo y el
discernimiento normativo. Asimismo,
la sabidura prctica tiene su anclaje en la configuracin cultural
existente y se estructura como
intencionalidad tica dirigida por un proyecto narrativo
enraizado en su historia y orientado
hacia un futuro.
La proposicin Ricuriana de la sabidura prctica enfrenta el
dilema irreductible de la
accin humana desafiada por el conflicto. El escenario en el cual
se concretan las elecciones
prcticas se compone de elementos de incertidumbre inevitables,
frente a los cuales se moviliza el
inagotable potencial humano susceptible de iluminar la decisin.
Por lo tanto, el gnero tico
despliega una de sus posibilidades ms notables desde el punto de
vista de la capacidad creativa
del agente para encontrar nuevas salidas a los conflictos. Su
peculiar creatividad surge de una
tensin difcil, desde el punto de vista tico, como es la de
discernir la justa distancia de la regla,
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profundizando provisoriamente tal alejamiento, para acoger
debidamente al otro en el
acontecimiento singular. Asimismo, la sabidura prctica permite
ensanchar las fronteras de la
accin a travs de la mediacin narrativa, en un doble sentido:
rastrea la condicin narrativa
inherente a la praxis, como un soporte de comprensin que ilumina
la accin, y toma de este
gnero los modelos ejemplarizadores provenientes de la ficcin,
espacio pre-tico esclarecedor
para pensar el componente trgico del dominio del actuar y del
sufrir.
En este terreno, se enfrentan oposiciones fuertes y el criterio
irreductible para salvar la
incertidumbre, en los casos lmite, es la adecuada respuesta a la
solicitud del otro. Sin embargo, el
acto tico (phrontico) slo puede dar garanta de genuina
hospitalidad hacia el prjimo, pero no
alcanza un grado de certeza absoluta, sino la conviccin de hacer
lo correcto; su fuerza procede
de la atestacin de s. Por tanto, la decisin justa es fruto de un
proceso complejo articulado por
elementos provenientes de diversas fuentes.
Destacaremos tres momentos ejemplares del trayecto que culmina
en la sabidura
prctica: el tacto, la promesa y la conviccin. Su articulacin
permite dar cuenta de la
complejidad tica, proporcional al campo de la accin humana
falible y susceptible de mejora, y
ofrece una gua para enfrentar sus ineludibles dilemas.
Mostraremos a continuacin las fuentes
de la tradicin en las cuales Ricur se inspira para relevar su
reinterpretacin innovadora, en la
ptica de una tica de la accin interpelada por las urgencias de
nuestro presente.
El peso de la tradicin
El peso se puede sentir como carga agobiante o como potencia
iluminadora. Esta
segunda opcin no est exenta de exigencias pues supone, en clave
Ricuriana, una
interpretacin crtica rigurosa. El desafo de Ricur consiste en
intentar, en primer lugar, una
lectura de Aristteles sin traicionar su impronta, pero a la vez,
exhibiendo las zonas de debilidad
que su pensamiento deja expuestas. Y por qu esta vuelta a
Aristteles? Tal vez el rasgo ms
productivo y penetrante de su tica, que constituye una de sus
fuentes de inspiracin ms
importante, es la capacidad de acoger la singularidad sin dejar
de lado la necesaria normatividad
que exige toda autntica tica. La primera cuestin que nos plantea
una decisin tica difcil es
asumir la singularidad del caso, pues regularmente el dilema
surge de la particularidad de la
situacin, la cual afecta a personas de carne y hueso, en el hic
et nunc.
La tica aristotlica ofrece una va de regulacin de la accin
mediante una frmula que
determina la buena eleccin (phrnesis) a travs del justo
equilibrio entre el razonamiento
verdadero (orths logos) y del deseo recto (proaresis). Ambos
componentes deben coincidir y
adecuarse para una aplicacin efectiva a la accin humana
concreta. La phrnesis es la virtud que
posibilita el juicio moral en situacin. Su ejercicio asume la
difcil experiencia del razonamiento
pr{ctico y despliega una evaluacin intuitiva del querer,
iluminada por su razn calculativa,
para reconocer la peculiaridad de la situacin y decidir cul es
el curso de accin bueno en el caso
contingente.
Aristteles nos ha legado una concepcin tica que fortalece la
racionalidad prctica de la
accin a travs de su anclaje fundamental en el elemento
desiderativo. De esta manera, con la
reivindicacin de la phrnesis Ricur enfatiza algo fundamental: la
rehabilitacin del anclaje
concreto del obrar humano, que intenta enriquecer una concepcin
de la accin moral basada
nicamente en un intelectualismo tico.2 El actuar bien se vincula
al rectificar las pasiones y
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adquirir las virtudes, actividad que se ejerce toda la vida. La
fuerza de la accin tica est puesta
no solamente en ver el bien para proceder bien, sino en el deseo
de actuar bien. Es decir, la
vinculacin de saber y puesta en prctica hace indiscernible,
hasta cierto punto, en qu fase de la
deliberacin concurre el dispositivo racional y en cul instancia
es determinante el querer que
conduce a la accin concreta. De este modo, la contribucin de la
phrnesis aristotlica3, estriba en
su potencia ejecutiva, disposicin que alcanza un grado de
productividad importante, sin
sobrepasar la condicin prctica, es decir, falible, pues est
ligada ineludiblemente al elemento
contingente y al sentido trgico (deinon) y sometida a los
vaivenes de la accin humana, con todas
sus limitaciones inherentes.
Ricur evala este retorno a Aristteles a travs de tres
implicaciones mayores4:
1. La funcin singularizadora de la phrnesis, que consiste en la
insistencia sobre la
relacin de inteligencia prctica y situaciones singulares, que
Aristteles ejemplifica con
su comparacin de aisthsis y equidad.5
2. La valorizacin de una manera de argumentar no demostrativa,
cercana a la retrica de
Aristteles. sta es comprendida como lgica de lo probable y su
propsito es establecer
una frmula del silogismo prctico que afronte el desafo de
encontrar el universal
apropiado a la situacin singular para la construccin de la
premisa menor; pensar que
Aristteles denomina calculador, opinante, legislativo.
3. Insistir en el enraizamiento de la reflexin filosfica en una
prctica dada, en una
cultura viviente. Este punto de vista es muy importante porque
se ve reafirmado con la
concepcin ejemplar del sabio (prhnimos), y su referencia al
phronein trgico como
antecedente narrativo iluminador de su prctica poltica, funcin
determinante del
hombre (zoon politikn).
Hemos esbozado fortalezas de la tica de Aristteles que ofrecen
un grado de normatividad
importante, expuesto ejemplarmente en el orths logos. Sin
embargo, subsiste la preocupacin por
un tema decisivo para nuestro filsofo: el problema de la
irrupcin del mal. A su juicio, la
manifestacin del mal en la violencia, en sus variadas formas,
tomando en consideracin los
terribles ejemplos del siglo XX, no queda neutralizada por una
tica teleolgica. La tica
orientada por la bsqueda de la vida buena no da garanta de
contener un criterio de
universalidad suficiente para modelar las prcticas o ideales
inherentes a los planes de vida de
nuestro presente. Es decir, la intencionalidad de la vida buena
remite a sistemas particulares de
valores insertos en instituciones que deben relacionarse con la
variedad de los contextos sociales
globales.
En este escenario, no bastan los recursos personales orientados
por un fin externo. Dicha
falta de garanta justifica el paso por la moral kantiana y
exhibe un punto de inflexin en la tarea
hermenutica propuesta, para centrarse en los desplazamientos que
se producen entre el deseo y
el deber y tambin entre el bien y la justicia.
El examen del modelo kantiano intenta responder a una cuestin
decisiva: la disimetra
fundamental de la accin humana y sus efectos negativos. La
deontologa se funda en tres
movimientos de distanciacin o depuracin que guan la accin. El
primero es el criterio de
universalidad que rige el juicio de la accin; el segundo, la
obligacin o coaccin que se impone al
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sujeto, derivada de dicho criterio; y el tercero, la autonoma
sobre la cual ese criterio se funda. La
universalidad y la obligacin excluyen todos los elementos que no
permiten a la voluntad ser una
voluntad buena sin restriccin. La autonoma es su principio
supremo.
El concepto de autonoma constituye una pieza clave para la
interpretacin tica de
Ricur. El mandato contenido en el imperativo: obra slo segn
aquella m{xima que puedas
querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal,6
exhibe el dilema de la separacin
entre una orden y su obediencia. Y as entramos de lleno en el
problema kantiano que interesa a
Ricur. La finitud de nuestra condicin humana, herida de nuestra
libertad, obliga a asegurar
esta frgil continuidad entre ley y obediencia. Kant, como es
sabido, propone el imperativo
categrico para contrarrestar la pasividad inherente a la
inclinacin al costo de la restriccin
(obligacin). El fundamento de esta radicalizacin es la
autolegislacin o autonoma. Una
autonoma sui generis pues est sujeta a s misma, por su capacidad
de darse la ley y de
obedecerla. La libertad (Wille) es lo nico que ofrece una salida
a nuestra finitud, salvando a la
voluntad de su condicin finita (Willkr). Esta es, a juicio de
Ricur, la cima del formalismo
kantiano, legislacin slo mediante la forma, como principio
suficiente de determinacin de la
voluntad.7
El problema de la autonoma es su costo. Kant se ve obligado,
segn Ricur, a escindir el
ser razonable finito en dos: una parte razonable, donde cabe el
sentimiento puro del respeto y
una parte imperfecta, de las afecciones que dependen de la
patologa del deseo. Dicho criterio de
escisin no es viable en la concepcin de la intencionalidad tica.
Ricur busca, por tanto, la
transicin del deseo al deber y propone para ello una distincin
de niveles de efectuacin, que
permite reconocer el sitio legtimo de la depuracin kantiana,
manteniendo intransable la fuente
de inspiracin de la vida tica.
Veamos esta reivindicacin de la tica en la interpretacin de la
estima de s. Kant declara
en su postulado moral que todas las pretensiones a la estima de
s que preceden el acuerdo a la
ley moral son nulas e ilegtimas. Ricur, sin embargo, mostrar que
la estima de s anclada en la
tica de la ipseidad sobrevive a la prueba moral y es
enriquecida. Se trata de una mediacin
fundamental del s mismo que prepara su genuino paso por el otro.
La nocin Ricuriana de
estima de s lejos de ser un amor egosta, una relacin inmediata
de m a m, o un amor
patolgico de uno mismo, -en el sentido de Kant8-, es una relacin
larga, mediatizada por la
mirada valorizadora del otro. Por tanto, el carcter
autorreferencial de la estima de s es un
movimiento de segundo grado, que deriva del fortalecimiento de
la identidad del s a travs de
acciones valiosas referidas a los otros, que lo hacen digno ante
s mismo. De este modo, se
convierten en equivalentes la estima del otro como s mismo y la
estima de s mismo como otro.
Entonces, la estima de s, hablando el lenguaje kantiano, es el
polo bueno, y no el polo pervertido
representado por el amor de s.9 La estima de s es sometida al
paso de la prueba de
universalizacin y resulta validada, aunque su legitimacin es de
orden metdico y no
ontolgico: dans loptique Ricurienne, le moment dontologique na
pas de valeur absolue
mais assure une fonction mdiatrice et opratoire.10 As pues,
Ricur critica a Kant convertir la
etapa terminal del camino moral, en el nico y definitivo de toda
la tica.11
Por otra parte, la nocin de solicitud, figura tica fundamental,
se ve fortalecida tambin
por el paso moral. El camino hermenutico elegido para su anlisis
es la confrontacin de la
Regla de Oro: No hagas a tu prjimo lo que aborreceras que se te
hiciera12, con el segundo
imperativo kantiano. En primer lugar, la interpretacin Ricuriana
de la Regla de Oro reafirma
el espritu de solicitud como una dimensin de intersubjetividad
bsica, que tiene su fuente de
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inspiracin en la economa del don y no en una interpretacin de
corte utilitarista.13 Este nfasis
en los actos de donacin que preceden a los imperativos acenta la
capacidad de gratuidad pre-
tica constatable en la experiencia humana desde sus
albores.14
En segundo lugar, la Regla de Oro revela la posibilidad de las
figuras del mal en su
amplia gama, desde sus formas leves hasta sus expresiones ms
siniestras. La interdiccin,
precedida siempre por un no, responde a la necesidad de
contrarrestar el poder en su ejercicio
abusivo y violento. Es decir, la norma es el punto de
racionalidad que puede limitar dicha
desviacin. Sin embargo, si se nos permite hacer una analoga, la
norma es el remedio que se
aplica a una enfermedad, la cual supone un estado de salud que
la precede:
En efecto, en el plano del objetivo tico, es totalmente
afirmativa la solicitud, como
intercambio mutuo de las estimas de s. Esta afirmacin, que
podemos llamar sin duda,
original, es el alma oculta de la prohibicin. Es ella la que, en
ltimo trmino, refuerza
nuestra indignacin, es decir, nuestro rechazo de la indignidad
infligida a otro.15
Este espritu optimista, aunque no ingenuo, de Ricur procede de
la constatacin de la
indignacin frente al abuso, raz fenomenolgica ltima de la
intencionalidad tica de lo humano
que exhibe el carcter derivado de la prescripcin, como
correctivo de una desviacin.
El contrapunto entre la Regla de Oro y el segundo imperativo
kantiano exhibe un
efecto de la moral kantiana muy relevante: se refiere a su nivel
de abstraccin de la alteridad.
Ricur apuntar su crtica a las nociones de autonoma y respeto
ensanchadas por el binomio
estima de s/solicitud, como relacin no reduccionista de la
alteridad. El punto cuestionable es el
concepto de humanidad presente en la segunda formulacin del
imperativo kantiano, y el sentido
all presente del respeto debido a las personas:
Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como
en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo, y nunca
solamente como un
medio.16
A juicio de Ricur, el concepto de humanidad cumple el doble
propsito de abarcar la
diversidad de las personas, antes excluida por el concepto de
autonoma, y atenuar (formalizar)
el elemento de diversidad propio de la alteridad. En otras
palabras, si Kant se ve forzado a
elaborar un imperativo que sobrepase la Regla de Oro es debido a
su contenido emprico; su
referencia a sentimientos (amar y odiar) o inclinaciones no pasa
la exigencia de universalidad. El
trmino kantiano humanidad alude a aquello que es digno de
respeto en mi persona y en la del otro.
Se da as un paso desde la autonoma, ejercicio aislado, a la
inclusin de la diversidad de las
personas. Estamos en un terreno equivalente a la solicitud, en
clave Ricuriana, en el dominio
del s abierto al otro, pero desprovisto de toda su alteridad
radical. Es decir, la inclusin de las
personas rinde el beneficio de la pluralidad, pero evita perder
el control que se derivara del
elemento de la diversidad implicado por la disimetra de poder de
una voluntad sobre otra.
En suma, a juicio de Ricur, la alteridad es recuperada por la
frmula que distingue
entre tu persona y la persona de otro. Sin embargo, la frmula no
usar a otro como un
medio hace referencia a los intereses de la utilidad, que se
queran descartar. En este mandato se
cuela por decirlo as, la secreta intuicin que imperaba en la
Regla de Oro, ciertamente no
depurada, sino en su dimensin de expresin de la sabidura
popular.
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Ricur muestra la proximidad entre el imperativo del respeto
debido a las personas y la
Regla de Oro: no slo tienen el mismo campo de ejercicio: tienen,
adem{s, el mismo objetivo:
establecer la reciprocidad donde reina su carencia.17 Entonces,
la originalidad del segundo
imperativo kantiano no puede evitar el elemento de disimetra que
conlleva la alteridad, presente
en la Regla de Oro, que seguramente Kant rechazara. Ricur se
pregunta:
no estaba justificado ver en este imperativo la formalizacin de
la Regla de Oro? Y no
estaba igualmente justificado dejar or, siguiendo la Regla de
Oro, la voz de la solicitud,
que exige que la pluralidad de las personas y su alteridad no
sean anuladas por la idea
englobadora de humanidad?18
En conclusin, el paso al segundo imperativo kantiano agrega un
elemento que est en la raz de
la solicitud, su referencia a la alteridad. Ricur enfatiza, eso
s, la necesidad de una inclusin
radical de la alteridad verdadera inherente a la pluralidad de
las personas, y no una recuperacin
a medias, que deja fuera cualquier vestigio de sus verdaderos
intereses o motivaciones. La
solicitud, por el contrario, es un paso de la estima de s a la
alteridad, como dialctica necesaria
para el desarrollo de una tica inclusiva, intersubjetiva y
anclada en relaciones polticas
sustentadas en el modelo del querer vivir juntos.
El tema de la pluralidad nos conecta con el dominio pblico de
las instituciones,
preocupacin central de la formulacin de Ricur: intencionalidad
de la vida buena con y para
otros en instituciones justas. A este propsito sirve la filosofa
hegeliana y su concepto de la
eticidad (Sittlichkeit), la cual resulta iluminadora en la
propuesta tica que examinamos. Empero,
los elementos hegelianos que la inspiran son acotados. Hegel
afirma la necesidad del despliegue
de la vida tica en el marco institucional. Su preocupacin es la
realizacin de la moral formal en
la vida concreta, cuya necesidad se funda en una teora de la
comunidad y del Estado. Entonces,
la eticidad aporta, a juicio de Ricur, una moral efectiva y
concreta que replica a la moral
abstracta kantiana, en cuyo centro de gravedad estn las
instituciones, y la cima es el Estado; esta
esfera subsume estadios anteriores, la tica y la moral, en una
sntesis superior. En otras palabras,
la propuesta hegeliana intenta dar un lugar central a la
moralidad en el mundo.
Una contribucin innegable del enfoque esbozado proviene del
fortalecimiento de la
relacin integral de las relaciones sociales en el marco de las
instituciones. Porque all el
reconocimiento se hace objetivo y se despliega una relacin
supraindividual, de lazos
intersubjetivos anclados en una vida desplegada en la comunidad.
La eticidad, a diferencia del
derecho abstracto (Kant), es una instancia que une orgnicamente
a los hombres entre s con un
vnculo interno y no exterior, ms all de la moralidad simplemente
subjetiva, pues se trata de
una figura del espritu objetivo (Enciclopedia). La posibilidad
de desarrollar capacidades y
disposiciones humanas que permitan superar los intereses en
conflicto se basa en las
instituciones, las cuales son necesarias para la plena
realizacin o desarrollo humano.
Es decir, en el plano de la efectuacin de la libertad, Hegel
exhibe (Principios de la Filosofa
del derecho) un vnculo orgnico entre los hombres que supera la
exterioridad de la relacin
jurdica o econmica. El enfoque hegeliano en esta perspectiva es
un aporte decisivo al
pensamiento poltico de Ricur, que reafirma la dimensin tica de
la ipseidad y refuerza el
rango ontolgico esencial de la relacin del s con la alteridad en
el marco de las instituciones.
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Este lazo social permite la organizacin de la comunidad
histrica, establece una sociedad
poltica y en suma, genera relaciones sociales no
fragmentadas.
La eticidad posee las fuentes y los recursos de la accin
sensata. Es una idea que supone
la moral efectiva y concreta que desarrolla la comunidad a travs
del mutuo reconocimiento, en
virtud del cual se co-construye una red de evaluaciones
traducidas en costumbres que se ejercitan
en la comunidad. Es decir, la eticidad es una red de creencias
axiolgicas que regulan la divisin
de lo permitido y de lo prohibido en una comunidad dada.19
Dichas costumbres son el marco de
despliegue de la vida tica y poltica. De este modo, Hegel sigue
siendo instructivo para Ricur
al buscar en las estructuras sucesivas del orden familiar, luego
econmico, finalmente poltico,
las mediaciones concretas que faltaban a la idea vaca de ley.20
Adems, su tica concreta
restituye la tradicin aristotlica que une el bien del hombre con
la funcin del hombre (ergon),
ejercidos en el marco de la comunidad y de los ciudadanos.
Hegel, aportando recursos propios
del pensamiento moderno21, concibe la poltica como un saber
orgnico que coordina el bien del
individuo con el de la comunidad, o lo que Ricur llama el
car{cter arquitectnico de la
poltica, que organiza las competencias particulares al servicio
del todo de la Ciudad.
Esta visin no deja de ser atractiva en el pensamiento de Hegel,
aunque contenga, segn
Ricur, aspectos cuestionables, en un sentido distinto a la
crtica marxista. A saber, resulta
tentadora la tesis hegeliana que propone la accin con sentido en
y por la vida poltica, la cual se
encarna en la idea del Estado en su forma incoactiva y
tendencial, frmula que se fundamenta
en la idea de una sntesis de la libertad y de la institucin. El
Estado hegeliano opera esta sntesis,
el problema es la exaltacin peligrosa e ilimitada de esta
figura. Es decir, Ricur reconoce la
importancia de la filosofa poltica de Hegel, no obstante, el
punto crtico por el cual se distancia
de la eticidad es su car{cter de tercera instancia superior.
Rechaza una ontologa del Espritu
elevada por sobre la conciencia individual y encarnada en el
espritu de un pueblo, superando
la intersubjetividad en la figura endiosada del Estado.
Esta figura capaz de pensarse a s misma y de legitimar su juicio
como superior a la
conciencia moral puede desencadenar un desgarro entre ambas
instancias ocasionando
atrocidades trgicas irreversibles, como las que hemos visto en
los totalitarismos del siglo XX. El
Estado no est por sobre los individuos sino en una relacin de
reciprocidad con ellos. Y si ese
Estado deviene en la negacin de las libertades e iniciativas
individuales debe ser deslegitimado.
La pertenencia del individuo a un orden poltico, como el respeto
de las instituciones, es
irrenunciable y fundamental pero no totalmente incondicional.
Por tanto, el modelo Ricuriano
supone el mutuo reconocimiento de una autonoma individual que
prospera en una sociedad que
le reconoce y a la vez reconoce a la sociedad y sus
instituciones polticas. Entonces, se rechaza
una ontologa substancialista del Estado, como instancia superior
totalizante dotada de un saber
de s, idea mortal para la tica, por inadmisible y peligrosa para
la democracia.
En suma, la Sittlichkeit sobredeterminada por Ricur no es una
substancia espiritual
tico-poltica, sino que tiene su anclaje tico en la tradicin
narrativa de una comunidad histrica.
Las pretensiones de una cultura de priorizar este o aquel bien
hacen que la discusin pblica sea
inagotable, pues no existe un orden ltimo absoluto atemporal,
que se sabe a s mismo, sino que
las democracias deben establecer un consenso sobre la base de
una buena deliberacin.
En consecuencia, no hay una contradiccin en relacin al valor que
Ricur otorga a la
concepcin de la eticidad y a su crtica. Esta ltima se refiere a
la fundamentacin metafsica de
dicho postulado, en la ptica de una realizacin acabada y
perfecta como figura desplegada del
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espritu, que parece congelar el elemento irreductible del
conflicto. Por tanto, la phrnesis crtica
pasa por Hegel, y esto supone para Ricur no caer en la tentacin
hegeliana de asumir sin
reparos una Sittlichkeit que ofrecera una salida perfecta al
difcil equilibrio entre las demandas
y expectativas individuales y los valores colectivos que
representa el Estado. Por tanto, Ricur
propone una Sittlichkeit depurada, la cual es despojada de sus
pretensiones de superacin de las
contradicciones que el Espritu auto-suscita y se reduce a la
modestia de la phrnesis en el juicio
moral en situacin. La contribucin que supone el concepto de
eticidad es incorporar las
mediaciones pblicas, que contienen en s una moral compartida, un
mundo de costumbres
construido en el debate de la comunidad.
La relectura crtica de la tradicin de Aristteles, Kant y Hegel
arroja un resultado
concreto: la formulacin de la sabidura prctica, recurso que
ilumina dicha tarea, a travs de la
triple articulacin de las variadas fuentes del actuar, en su
justo equilibrio. A saber: a) el dominio
de la razn de actuar, el cual contempla toda la gama de la
motivacin inscrita en el elemento
desiderativo, ordenado desde una teleologa, o intencin ltima de
la accin; b) El proceso de
moralizacin que implica la conformidad de la accin con el deber,
y c) El campo de la norma o
regla de la accin, que contempla el anclaje socio-cultural
simblico del actuar en el mbito de las
costumbres, por el cual la accin individual deviene
social.22
De la angustia a la esperanza
Lacte desprance, certes, pressent une totalit bonne [], mais ce
pressentiment nest
que lide directrices de mon tact mtaphysique; et il reste
inextricablement ml
langoisse qui pressent une totalit proprement insense. Que cela
soit bon, je ne le vois
pas: je lespre dans la nuit. Et puis, suis-je dans lesprance ?
[]. Rien nest plus proche
de langoisse du non-sens que la timide esprance.23
La esperanza, tal como nuestro filsofo sugiere, permite suavizar
esa angustia inherente
a la bsqueda del sentido de la vida y sus vicisitudes trgicas.
La meditacin de carcter tico es
una gua que despeja provisionalmente los escollos de este difcil
trayecto. Y no es casualidad que
en este hermoso prrafo aparezca la palabra tacto como un signo
iluminador en dicha oscuridad.
A nuestro juicio, el trabajo de sobredeterminacin de la phrnesis
aristotlica alcanza un
grado de sntesis notable en ese momento inicial que refleja el
tacto del juicio moral en situacin.
La interpretacin crtica de la phrnesis aristotlica recupera una
phrnesis no ingenua, esto es,
sometida a un proceso de prueba de universalizacin, que supone
la evaluacin de su nivel
normativo expresado en el orthos logos, depurado por la regla, y
elevado as a una exigencia de
adecuacin con ella. Sin embargo, el examen crtico mantiene
intacto su rasgo distintivo, esto es,
la capacidad de modificar la accin si la evaluacin muestra la
insuficiencia de la norma para
resolver de manera justa el caso concreto. El tacto es ese
proceder sutil y lcido por el cual la tica
aristotlica marca un hito decisivo de la reapropiacin crtica que
Ricur desarrolla. No hay
camino ms corto que ste para alcanzar ese tacto gracias al cual
el juicio moral en situacin, y la
conviccin que lo anima, son dignos del ttulo de sabidura
prctica.24
Es interesante notar que la palabra tacto aparece
excepcionalmente mencionada en S
mismo como Otro, y su mdico uso no releva su verdadera
importancia, aunque en nuestra
opinin es un aspecto esencial del ejercicio de la sabidura
prctica. Si bien no hay una
conceptualizacin textual expresa de esta nocin, podemos inferir
que la puesta en marcha de la
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sabidura pr{ctica exhibe ese momento decisivo de aplicacin del
tacto inherente al juicio
moral en situacin. Nos referimos a la cuestin de la sensibilidad
como horizonte de posibilidad
humana del sentir con otros. Apuntamos a un ensanchamiento del
espectro de lo sensible que le
confiere un rango de comprensin distinto al de la reflexin,
aunque igualmente revelador.
La sabidura prctica apela a los recursos de nuestra capacidad de
sentir iluminados por
la phrnesis. Podramos decir que esta nocin de sensibilidad es
cercana al talante afectivo
heideggeriano (Befindlichkeit), cuya capacidad comprensiva es
decisiva para la accin.25 Ese tacto
se verifica en el anlisis de la phrnesis aplicada a casos que
Ricur denomina dolorosos. Un
ejemplo de su lcida interpretacin se refiere al caso del enfermo
terminal, que muestra la
orientacin de la sabidura prctica cuando nos enfrentamos con
conflictos difciles, para suavizar
la tensin inherente al componente trgico de la accin. El dilema
de la verdad debida a los
moribundos nos propone una disyuntiva entre mentir al otro para
suavizar su sufrimiento o
decirle la verdad. Ricur no da una respuesta unvoca, imposible
cuando es otro de carne y
hueso quien nos interpela. Ms bien propone la que a su juicio
respondera a la sabidura
prctica, a saber:
La sabidura prctica consiste aqu en inventar los comportamientos
justos y apropiados a
la singularidad de los casos, aunque, no por ello, est
abandonada a la arbitrariedad. En
estos casos ambiguos, la sabidura prctica necesita, sobre todo,
meditar sobre la relacin
entre dicha y sufrimiento.26
La relacin entre la felicidad y el sufrimiento es gravitante en
la decisin, que por
supuesto supone la consideracin de la persona del caso y tambin
de la perspectiva tica en la
que se inscribe la felicidad, es decir, el supuesto de que la
felicidad es un criterio tico valioso,
aunque no excluye de su mbito el sufrimiento. No podemos ahondar
en la reflexin profunda
sobre la felicidad que Ricur desarrolla. Ms bien nos interesa
mostrar que la sabidura prctica
no es una receta, supone siempre un proceso renovado de
evaluacin y no debera erigir en regla
la que ha sido una eleccin de excepcin a la regla. En otras
palabras, la sabidura prctica no
puede imponer una sola forma de comprensin, lo que debe guiar la
accin es el momento del
tacto ejercido en el juicio moral en situacin, el cual reposa en
ltima instancia en convicciones
morales basadas en el respeto por el otro, y aspira a la
universalidad, una universalidad que
adquiere rasgos peculiares, al ser confrontada con los contextos
de aplicacin:
una cosa es decir el nombre de la enfermedad, otra sealar su
grado de gravedad y las
escasas posibilidades de sobrevivir, y otra exponer la verdad
clnica como una condena a
muerte. Pero existen tambin situacionesen las que la comunicacin
de la verdad puede
convertirse en la posibilidad de una reparticin en la que dar y
recibir se intercambien
bajo el signo de la muerte aceptada.27
Por otra parte, la sabidura prctica exhibe una capacidad humana
de continuidad de la
persona moral. La expresin ms alta de la identidad ipse es la
promesa. Es decir, una parte de la
identidad, el ipse, opuesta al idem, representa esa forma de
permanencia en el tiempo como
continuidad tica a pesar de los vaivenes de la accin. Se trata
del mantenimiento de s que surge
como expresin de actos morales, cuyo ejemplo ms emblemtico es la
promesa.
La estructura de la ipseidad es dialgico-didica, pues el s
mantiene su identidad (es el
mismo) a travs de una narracin que da cohesin a los
acontecimientos de su vida que
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involucran a los otros, y en cuya aventura tienen significacin
los compromisos ticos. La
promesa expresa dicha capacidad tica, pues realza la relacin de
la ipseidad con la alteridad.
Ricur opera una crtica de la promesa en clave kantiana. En dicha
perspectiva, la promesa es un
acto de cumplimiento de la palabra que se sostiene en el deber
de respeto a la persona como fin
en s y, por tanto, un acto monolgico de auto-confirmacin. La
reinterpretacin de la promesa
en sentido tico, cuestiona la concepcin deontolgica centrada en
el sujeto y reafirma su posicin
inclusiva de la alteridad. Ricur ensancha esta interpretacin
mediante la consideracin del
cumplimiento que exige el respeto por el otro como una alteridad
singular irreductible.
Una segunda diferencia se refiere al plano del examen, pues en
la perspectiva tica no
interesa el anlisis lgico-lingstico del acto mismo en su
configuracin interna. El valor tico de
la promesa se centra en el examen del acto en relacin a su
efectuacin, y no slo a su
formulacin, paso que supone un nuevo escaln, el moral. A saber,
lo central en la promesa es
el principio de fidelidad a la palabra dada, en el marco de su
estructura dialgica, cuyo xito va
ms all de la satisfaccin del anlisis del acto de discurso
involucrado. Asimismo, la promesa,
desde el prisma Ricuriano, se cumple como respuesta a otro y no
slo por el sentido normativo
del cumplimiento.
En sntesis, el punto crtico con respecto al marco normativo
kantiano se refiere a que los
resortes de la accin moral estn en la constitucin interna de la
misma promesa, y la autonoma
es su condicin de posibilidad. Hay una ligazn de necesidad entre
decir y cumplir que permite
que el agente responda al otro concernido. Este enfoque es
insuficiente, a juicio de Ricur, como
tambin lo es el enfoque lingstico que subraya el rol mediador
del lenguaje entre el sujeto y el
contexto. Ambos son vlidos pero se focalizan en el agente,
sujeto, o locutor, como polos
determinantes de la eleccin. La promesa que determina la
ipseidad slo puede ser definida en el
contexto de una relacin de cumplimiento con otro. Es decir, el
aspecto que otorga un carcter
tico privilegiado a este fenmeno es su referencia a la dimensin
intersubjetiva en que un agente
es capaz de postergarse a s mismo en favor de otro.
Esta contraposicin de tica y moral retoma la crtica esbozada al
comienzo sobre la
reciprocidad, elemento de disimetra expresado en la Regla de
Oro, y su empobrecimiento en el
segundo imperativo de Kant. A la tica de la solicitud,
interpelacin centrada en el otro, se
contrapone desde la perspectiva kantiana, la moral del respeto a
la persona. La distancia de
ambas formulaciones es sutil aunque importante. El punto de
interferencia respecto al concepto
de respeto a la persona surge, a juicio de Ricur, de la
afirmacin de Kant de la bondad de la
accin a partir de su conformidad con la ley. Por el contrario,
el respeto como respuesta a la
demanda de otro permite fundar la bondad de la accin en un
principio distinto, a saber, en un
acto de fidelidad a otro por quien cobra sentido la obligacin de
cumplir las promesas. Con este
giro se intenta establecer la conexin entre los criterios de
justicia y la idea del bien.
Una sem{ntica del bien que inserta el compromiso con el otro
como la virtud de la
duracin, no una virtud del instante, puesto que como se expresa
en el acto de prometer, ste
muestra un cierto comportamiento con respecto al tiempo. Y
podramos agregar, un deber de
memoria, por el cual asumimos la tensin que supone luchar contra
el olvido, en aquellos casos
en que nos sera personalmente ms provechoso su incumplimiento.
Esta sensibilidad con el
otro refleja, desde la ptica de la solicitud, la idea de la
mutualidad del intercambio
intersubjetivo: la solicitud corresponde a la estimacin de s
mismo como otro y del otro como un
s mismo. En esta base de reciprocidad presupuesta se funda la
posibilidad de cumplir con la
promesa. Y nuestra negativa no slo propone una contradiccin
lgica (deriva kantiana), sino
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una violencia en contra de otro. Es decir, la contraposicin del
plano dialgico al plano
monolgico de la deontologa, exhibe la superioridad del nivel
tico de respuesta a otro por sobre
el nivel de la obligacin a m mismo, en el plano lgico de la no
contradiccin.
Por otra parte, la invocacin de la Regla de Oro apela a un
estadio tico fundador de
orden narrativo e interpretativo el cual es pre-moral y tiene un
carcter de universal potencial, por
dos motivos: se encuentra en diversidad de culturas y tambin
necesita ser sometida a
ratificacin y discusin en cada cultura que todava no la ha
adoptado o que la interpreta de otra
manera. En este sentido, es un principio de un origen muy
distinto al imperativo kantiano que se
funda en la sola razn. Este fondo inicial al cual Ricur refiere
toda su arquitectura tica esboza
su radical pretensin de superar un punto de partida
trascendental, por una tica arraigada en la
razn prctica encarnada en una comunidad viva, que comparte sus
grandes relatos fundadores.
El ltimo estadio de la formulacin emblem{tica de esta tica de la
intencionalidad de la
vida buena con y para otro en instituciones justas, alude
precisamente a los relatos fundadores
que dan pie a la conviccin, tercer momento ejemplar del trayecto
que cerrar este anlisis. La
conviccin es el punto de llegada crucial del proceso que
sintetiza el camino de discernimiento y
de asimilacin de la tradicin, una actitud de atento escuchar lo
que la sabidura de la praxis
social nos entrega, y al mismo tiempo, la capacidad de elegir lo
que corresponde y es apropiado a
la accin, sin obviar las limitaciones de la situacin. La
ponderacin crtica de lo heredado exige
la justa distancia que descarta los elementos que constituyen un
prejuicio y no estn a la altura de
la exigencia concreta de dar un cauce a la accin, la cual por su
singularidad e historicidad nos
demanda una decisin apropiada.
La conviccin pertenece a uno de los estadios decisivos de la
sabidura prctica, sin
embargo, en nuestra opinin, no es simple en su determinacin
terica, por su carcter mixto, de
combinacin de elementos, de relacin dialctica entre deber y
deseo, bajo cuya iluminacin se
lleva a cabo el juicio moral en situacin.
Yo comprendo, por conviccin, a la vez una argumentacin, pero
tambin una motivacin
de la cual no se puede dar cuenta. Hay ciertamente, en mis
convicciones, un elemento no
solamente ntimo y secreto, sino inaccesible a m mismo.28
La conviccin, inserta en el ejercicio argumentativo, tiene un
estatuto metdico importante en el
despliegue del juicio moral, como resultado de una autonoma
depurada por la perspectiva tica
de la ipseidad, mediante la inclusin de la alteridad en su
dimensin individual y social. La
recuperacin crtica de la nocin de conviccin permite a Ricur
responder a una discusin
contempornea crucial entre universalistas y contextualistas. El
nudo de la cuestin es la
oposicin entre convencin (tradicin) y argumentacin (crtica).
Ricur propone la sabidura
prctica como una salida a dicho debate y el concepto de
conviccin permite hacer frente a la
crtica de Habermas.
Enunciemos el problema de manera breve. Ricur se circunscribe a
la exigencia de
justicia en el plano institucional y sostiene que es preciso
examinar los supuestos implcitos que
permiten establecer criterios de justicia procedimentales. As,
tanto el liberalismo de Rawls como
las denominadas ticas de la argumentacin de tendencia
universalista son recuperados (previo
examen crtico), en la medida en que proponen procedimientos
tendientes a universalizar ciertos
patrones de conducta necesarios para vivir en comn. Sin embargo,
las demandas opuestas, de la
ticas contractualistas (comunitaristas) tambin son vlidas en
atencin a su defensa de valores
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culturales inalienables, que son inherentes a cada sociedad
particular. Ricur intenta establecer
un camino alternativo a dicha oposicin. La argumentacin es, a su
juicio, una exigencia de
universalizacin que est{ al servicio de la resolucin de
cuestiones concretas que ataen a las
cosas de la vida. Es decir, no se puede olvidar que toda
instancia reguladora y crtica opera
sobre y en el seno de convicciones que contienen elementos
universales e histricos, que se deben
entrecruzar.
El paralelismo entre dos niveles fundamentales de la accin,
universalidad e historicidad,
obliga a ejercer toda la cautela necesaria para establecer una
difcil armona que no puede
prescindir del plano de las convicciones insertadas en formas de
vida concreta. Sin embargo, este
reconocimiento no implica una adhesin ciega a ciertas formas
rgidas de tradicin elevadas al
rango de convencin, sino que exige una discusin efectiva en el
fuero de una comunidad
representada por todos quienes participan en ella, para
consensuar los universales en contexto que
han de ser mantenidos y cuidados por la sociedad. Este ejercicio
corresponde a lo que Ricur
entiende como el nivel de la conviccin, al cual se accede a
partir de una discusin abierta,
reflexiva y participativa en el marco de la racionalidad y del
consenso en el campo ineludible de
las instituciones.29 La sabidura prctica muestra entonces una
productividad en la dimensin
pblica, que abarca el contexto social de las instituciones
justas.
Hegel sigue siendo instructivo si se le incorpora, a juicio de
Ricur, la travesa histrica
de los conflictos que agitan la prctica humana como parte
ineludible y nunca superable de la
vida moral; de ah la necesidad de la discusin, evaluacin y
consenso de las convicciones. Con
esto se cumple el trayecto que va de la estima de s a la
solicitud y de esta al respeto de la
alteridad, que se expresa en el momento de la conviccin. El s
recorre todo el curso de las
determinaciones tico-morales de la accin, curso a cuyo trmino la
estima de s se convierte en
conviccin.30
Consecuentemente, el momento de la conviccin es clave en la
medida en que sintetiza
una relacin complementaria de dos polos de la accin deseo y
deber- en dos niveles
superpuestos mismidad y alteridad- que guan transversalmente el
camino reflexivo de la tica
Ricuriana que transita desde la justificacin a la ejecucin. En
la conviccin se ensamblan
procesos phronticos y universalizadores en una misma operacin.
El s capaz de conviccin
recorre un trayecto que recoge en la unidad elementos
provenientes de sus deseos ms internos y
profundos, junto con una prctica slida de argumentacin
compartida. El acto de evaluacin
crtica se ejerce en el plano personal y colectivo, considerando
las normas establecidas y la
complejidad del escenario concreto. Este ejercicio le confiere
al s el estatuto de persona
imputable, responsable, capaz de reconocimiento, es decir, la
estima de s abierta a la solicitud y
dispuesta a una relacin de compromiso con las instituciones:
no hay que detener la trayectoria de la tica en el
imperativo-prohibicin, sino
proseguir su curso hasta la eleccin moral en situacin. La
conminacin alcanza entonces
al fenmeno de la conviccinel momento de la conviccin no
sustituye a la prueba de la
regla; adviene al trmino de un conflicto, que es un conflicto de
deberes. Adems, el
momento de conviccin seala, a mi entender, un recurso a las
fuentes an inexploradas
de la tica, ms all de la moral, pero a travs de ella.31
Para concluir, diremos que la productividad de esta tica se
muestra en su posibilidad de
aplicacin. El examen de la conviccin ha puesto de relieve los
conflictos inherentes al trayecto de
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la efectuacin de la libertad, cuya discusin est orientada por la
prueba de la aplicacin. Por lo
tanto, el desafo tico que preocupa a Ricur es encontrar puntos
de convergencia que traspasen
las barreras locales y permitan aunar criterios universales, sin
violentar a las comunidades y
culturas marginales. De lo contrario, se fomenta el abismo que
separa a los continentes y naciones
entre los poderosos y los que se someten, reproduciendo as una
disimetra que se transforma en
injusticia.32 Ricur recomienda:
por una parte, mantener la pretensin universal vinculada a
algunos valores en los que
lo universal y lo histrico se entrecruzan; por otra, ofrecer
esta pretensin a la discusin,
no en un plano formal, sino en el de las convicciones insertadas
en formas de vida
concreta.33
As, plantea un espritu de tolerancia o de admisibilidad respecto
de otros universales
potenciales,34 que pueden anidar en culturas extraas; esto
supone reconocer la verdad posible de
proposiciones de sentido de otros, de una alteridad que en
principio puede resultar extraa.
Asimismo, el recurso a universales en contexto (potenciales o
incoactivos),35 permite el equilibrio
reflexivo entre universalidad e historicidad. Estos meta-valores
deben ser evaluados en el dilogo
respetuoso entre culturas diferentes y ser confirmados por dicho
proceso. Pero su estatuto no es
el de simples valores sino que aspiran a una adhesin meta-moral
por su condicin de
universalidad que, unida a su historicidad, los dota del grado
de compromiso. Este sentido semi-
trascendental, semi-emprico, semi-apriorstico, semi-histrico
(Nabert) es el que pueden recibir
las nociones de condena a la tortura; condena a la xenofobia;
condena al racismo; condena a la
explotacin sexual de los nios, etc.
El carcter histrico permite la evaluacin continua de estas
nociones en los contextos y
el carcter universal hace de su formulacin una ley reconocible
por todos. De este modo, se
superan las meras convenciones por una discusin real en el nivel
de las convicciones, cotejadas
en el contexto y bajo el procedimiento de la argumentacin en una
comunidad de comunicacin.
uno de los rostros de la sabidura pr{ctica que perseguimos a lo
largo de todo este
estudio es ese arte de la conversacin en el que la tica de la
argumentacin se verifica en
el conflicto de las convicciones.36
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1 Paul Ricur, S mismo como otro (Madrid: Siglo Veintiuno, 1996);
org. Soi-mme comme un autre
(Paris: ditions du Seuil, 1990).
2 Galle Fiasse, LAutre et LAmiti chez Aristote et Paul Ricur:
Analyses thiques et Ontologiques (Paris
Louvain: Peeters, 2006), 148. Subraya la riqueza arraigada al
obrar humano concreto y su fuerza
desiderativa. 3 Paul Ricur, la gloire de la phronsis, in La vrit
pratique:Aristote thique Nicomaque Livre VI
(Paris: Ed. Jean-Yves Chateau, 1997), 22.
4 Ricur, la gloire de la phronsis, in La vrit pratique Aristote,
22. Ac expone sintticamente su
reevaluacin de la phrnesis.
5 Paul Ricur, S mismo como otro, 285.
6 Immanuel Kant, Fundamentacin de la metafsica de las
costumbres, ed. Luis Martnez de Velasco
(Madrid: Coleccin Austral, Espasa Calpe, 2001), 92.
7 Immanuel Kant, Crtica de la razn prctica, ed. Dulce Mara
Granja (Mxico: FCE, 2005); org. Kritik der
praktischen Vernunft, (1788), 28.
8 Egosmo ms o menos refinado al que se refiere Kant en La
Fundamentacin, en el Captulo Segundo.
9 Ricur, S mismo como otro, 189.
10 Johann Michel, Ricur une Philosophie de lagir humain (Paris:
Cerf, 2006), 311.
11 Paul Ricur, Amor y justicia, trans. A. Domingo Moratalla
(Madrid: Caparrs, 2001), 78.
12 Ricur, S mismo como otro, 232. Ricur se refiere al Talmud de
Babilonia, Shabbat, 31.
13 La fuerza hermenutica de la Regla de Oro es poseer una
intuicin de la persona como disposicin al
bien, la cual funda el respeto por el otro. A la lgica
utilitarista Ricur opone la lgica de la
reciprocidad/gratuidad.
14 Galle Fiasse, Asymtrie, gratuit et rciprocit, in Paul Ricur:
De Lhomme faillible lhomme
capable, ed. Galle Fiasse (Paris: PUF, 2008), 126-9.
15 Ricur, S mismo como otro, 235.
16 Kant, Fundamentacin de la metafsica de las costumbres,
84.
17 Ricur, S mismo como otro, 239.
18 Ricur, S mismo como otro, 239.
19 Paul Ricur, Del texto a la accin, trans. Pablo Corona (Mxico:
FCE, 2002), 231.
20 Ricur, Del texto a la accin, 234.
21 Joachim Ritter, Moralidad y Eticidad. Sobre la confrontacin
de Hegel con la tica kantiana, in
Angehrn et al., Estudios sobre la Filosofa del Derecho de Hegel
(Madrid: Centro de estudios
Constitucionales, 1989), 143-169.
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22 Peter Kemp, Sagesse pratique de Paul Ricur: Huit tudes
(Paris: Sandre, 2010), 95-111. El autor
valora la funcin de integracin de la tica Ricuriana en la
relacin entre razn de actuar y regla de
accin, donde retomando a Hegel ampla la idea de la moralidad con
el aporte de la tica.
23 Paul Ricur, Histoire et Vrit (Paris: Seuil, 1964), 306.
24 Ricur, S mismo como otro, 259.
25 Martin Heidegger, Ser y Tiempo, trans. Jorge Edo. Rivera
(Santiago: Universitaria, 1997). Olivier Abel,
La philosophie du proche, Cits 1, no. 33 (Avril 2008): 109-18.
El autor se refiere ac a este nivel
de sensibilidad como elemento significativo.
26 Ricur, S mismo como otro, 294.
27 Ricur, S mismo como otro, 295.
28 Este texto es un entrevista a Paul Ricur con ocasin de sus 90
aos, LHerne Ricur (Paris: LHerne,
2004), 15. El libro se llama Cahiers de lHerne.
29 Habermas y Rawls son fuentes de inspiracin importantes que
Ricur considera y discute de manera
cuidadosa sus modelos.
30 Ricur, S mismo como otro, 324.
31 Ricur, S mismo como otro, 392-393.
32 El peligro de la exacerbacin de las diferencias es que los
polos marginales, supuestamente
beneficiados por el reconocimiento de su diferencia, quedan a
merced de dicho criterio de
diferenciacin y vuelven a ser discriminados por los polos de
poder.
33 Ricur, S mismo como otro, 391.
34 Ricur reproduce tambin otra expresin de Taylor, los
universales incoactivos, que son
transversales a los contextos, aunque se entrecruzan con la
variable contextual, dejando as abierta
su reformulacin crtica.
35 En este punto, Ricur reconoce su deuda a Jean Nabert con el
trmino valor entendido en un sentido
semitrascendental, semiemprico-semiapriorstico,
semihistrico.
36 Ricur, S mismo como otro, 391.