Mar 11, 2016
Título original: Un Balleto per SognareEscrito por Beatrice MasiniIlustraciones de Sara Not
© Edizioni El s.r.l., 2008© De la traducción: María Prior Venegas, 2010© De esta edición: Grupo Anaya, S. A., 2010
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
www.zapatillasrosas.ese-mail: [email protected]
Primera edición, noviembre 2010
ISBN: 978-84-667-9340-7Depósito legal: M. 32667/2010Impreso en GRÁFICAS MURIEL.C/ Investigación, 9. Polígono Industrial Los Olivos28906 Getafe (Madrid)Impreso en España - Printed in Spain
Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía, del año 1999.
Este libro ha sido negociado a través de Ute Körner Literary Agent, S. L., Barcelona - www.uklitag.com
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La Academia es una escuela de danza como las que
aparecen en las novelas, con reglas como en las de
las novelas, donde suceden las mismas cosas que en las
novelas. Se parece a muchas escuelas de danza reales,
pero no es ninguna de ellas. En cambio, sí es real el es-
fuerzo que cada uno de los protagonistas de esta historia
realiza para alcanzar su sueño.
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Clar
aEl director prodigio
Querido diario:
¡No te puedes imaginar lo que me
ha sucedido hoy! En mi corta vida
como bailarina he tenido un mon-
tón de experiencias importantes,
de esas que dejan huella. Pero nunca habría podido ima-
ginar que acabaría conociendo —personalmente— a un
director de orquesta solo unos pocos años mayor que yo.
Se llama Semyon Aronov, tiene dieciocho años y es de
la Rusia Blanca (lo que se conoce como Bielorrusia, pero
a mí me gusta más su antiguo nombre); sería una especie
de niño prodigio, si no fuera porque ya no es un niño y
porque se sube al podio con la desenvoltura de un profe-
sional con muchos años de carrera.
Aronov ha venido a la ciudad para dirigir la orques-
ta de la Academia en una serie de conciertos previstos
para estos días. Hoy nos ha dado una charla en el Aula
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Magna para contarnos, simplemente, su historia. Su his-
toria es bonita, como todas las historias extrañas y un
tanto mágicas. Aronov creció en una familia de músi-
cos sin muchos recursos, en una pequeña ciudad donde
difícilmente un músico se puede ganar la vida con dig-
nidad. Pero gracias a su familia pudo estudiar música
sin demasiados problemas… Esto lo ha dicho él, como
si fuera una broma, y mientras el intérprete traducía,
miraba a su alrededor y fijaba su mirada en nosotros,
que estábamos en la primera fila, para estudiar nues-
tras reacciones.
Es inútil que diga que en el Aula Magna no se escu-
chaba el vuelo de una mosca. Estábamos todos hipno-
tizados, tanto las chicas como los chicos. Después con-
tó que, a los trece años, consiguió una beca de estudios
en el Conservatorio de Moscú. Tuvo que marcharse
solo, porque su familia no se podía permitir trasladar-
se a Moscú. Así siguió creciendo sin la presencia de su
familia, estudiando en una ciudad que no era la suya…
pero como tenía mucho talento, superó rápidamente
todas las pruebas, y el año pasado ya empezó a dirigir.
Tiene el título de pianista, de director de orquesta
y de compositor, toca también el violín y, como ha di-
cho, «un poco todos los instrumentos». Y ahora su vida
es viajar por el mundo. La visita a la Academia es una
de las etapas de la gira que le llevará por toda Europa.
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He pensado mucho en esa charla, en lo difícil que
debe ser la vida de un niño prodigio, en cómo el hecho
de ser especial te hace diferente y te impide hacer las
cosas que hacen todos, como tener amigos, divertirte
con ellos, cultivar otros intereses…, no sé, por ejemplo,
jugar al balón, practicar la equitación, o coleccionar fi-
guritas. Porque si descubres desde niño que eres muy
bueno en algo, es evidente que es en eso en lo que te
concentras, dejando de lado todo lo demás. Nosotros,
los bailarines, no deberíamos hacer cosas como jugar al
tenis, o al fútbol, porque podríamos hacernos daño;
cada deporte desarrolla el cuerpo de una forma distin-
ta y, por ello, no todos son adecuados para nosotros.
En definitiva, el auténtico talento te cierra muchas
puertas, te lleva a crecer solo y aislado en tu mundo
mágico. Muchas veces me han entrado ganas de tirar
todo por la borda, y de dejar de preguntarme, una y
otra vez, si tengo o no este talento. Me paro a pensar
que podría decidir hacer otra cosa y volver atrás, al
punto en el que tomé este camino y no otro. Si no bai-
lara, sería una chica como tantas otras, como las chi-
cas que encuentro en el autobús, o por la calle, o en
las tiendas, que parece que tienen todo el tiempo del
mundo para hacer las cosas normales de su edad, como
salir, mirar escaparates o reír con las amigas. En el
fondo, no soy tan distinta a ellas… Bueno…, un poco
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sí. Es como si alguien o algo tirara siempre de mí. Y, a
veces, no me gusta esa sensación.
¡Qué pensamientos tan deprimentes! Mejor vuelvo
al joven director. Para ser sincera, tengo que decir que
una de las razones por las que Semyon Aronov me ha
fascinado tanto es que es muy guapo. Es alto, ancho
de espaldas, con los ojos azul hielo y el pelo negro. Su
piel es blanquísima, de esas que nunca se ponen more-
nas. Hoy iba vestido como un chico de su edad, con
vaqueros y un polo; solo la chaqueta le daba un aire
más formal, pero estoy segura de que el frac le queda-
ría muy bien. Quién sabe cuántos amigos tiene. Quién
sabe si le gusta dormir en hoteles o si querría tener su
propia habitación, como todos los chicos de su edad,
con algún póster de alguno de sus ídolos colgado de la
pared, algún juguete conservado de la infancia…, va-
mos, las cosas normales de una vida normal.
No se lo puedo preguntar, no soy periodista; ellos sí
están autorizados para ser curiosos; de hecho, en la char-
la había tres periodistas, y, al salir, se han acercado a él
y le han bombardeado con mil preguntas. También yo
tenía muchas preguntas para él, pero me las he callado.
Me he olvidado de decir lo más importante —o qui-
zá no lo he dicho aposta, porque dejarlo para el final
me permite saborearlo como si fuera mi caramelo pre-
ferido, que espero para comérmelo porque la espera
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de alguna forma lo hace más delicioso—: Aronov vol-
verá a la Academia para dirigir El Cascanueces en el
festival de Navidad. Es un clásico, incluso yo una vez
hice de ratón, cuando era pequeña. Suelen escoger a
alumnos de la Academia para los bailes de repertorio.
Pero, en esta ocasión, habrá una audición a la que se
presentarán tanto alumnos de la Academia como otros
jóvenes. A los seleccionados de otras ciudades se les
ofrecerá alojamiento y comida durante todo el tiempo
que duren los ensayos y las actuaciones (dos semanas
enteras, desde el 23 de diciembre hasta el 6 de enero,
con poquísimos días de descanso, y por supuesto, ¡no
en los días de fiesta!). Digamos que será como un cur-
so intensivo, solo que al final habrá que subir al esce-
nario, y eso no es ninguna broma.
Qué bien, ¿no? Me gusta mucho esta idea de que la
Academia abra sus puertas al mundo, es como si una
torre de marfil desvelase una pequeña puerta secreta.
Solo que para entrar hay que tener la llave, y conse-
guirla no va a ser fácil para nadie.
Desde que era pequeña, Zoe escribe cosas sobre ella
y sobre los demás, le gusta jugar con las palabras para
contar cosas. Pero esta vez está escribiendo en un autén-
tico diario, de esos un poco cursis, de color rosa, con su
candadito y todo. Lo encontró en el fondo de un armario
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cuando estaba ordenando su habitación, y recordó que se
lo habían regalado por su cumpleaños cuando era niña.
¡Quién sabe cómo había acabado ahí! Sintió pena por él,
sí, por el objeto: si eres un diario y nadie escribe sobre ti,
en cierto sentido has fracasado en tu única misión en la
Tierra. Y por eso decidió rescatarlo, abrirlo y empezar a
escribir en él. Escribir el diario se ha convertido en un rito,
así es como debe ser con los verdaderos diarios, esos ro-
sas con el candadito; al menos escribe alguna frase todas
las tardes, a veces algo más, como en esta ocasión.
Ahora, Zoe está leyendo de nuevo las páginas que
acaba de escribir, algo que no suele hacer, porque un dia-
rio sirve para sacar lo que llevamos dentro, no para con-
templarnos después como en un espejo. Una vez que has
escrito en un diario, basta, tu objetivo ya se ha cumplido,
y te sientes más tranquilo, más ligero, como si hubieras
dejado sobre el papel todas tus ansias y tus preocupacio-
nes. Pero esta vez es diferente, y ahora que las palabras
están ahí, entiende también por qué: porque lo más im-
portante para ella, sobre lo que tendría que haber escrito
en primer lugar, es la función de Navidad. Y, sin embar-
go, no ha dejado de escribir sobre el guapo de Aronov (a
pesar de que existe una posibilidad entre cien de que lo
vuelva a ver, cuando regrese), dejando para el final el asun-
to de El Cascanueces, porque tiene miedo. Sí, lo admite:
tiene un miedo terrible de participar en la audición —es
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obligatorio para todos los alumnos del último curso— y
que no la cojan. Es cierto que ya hizo de ratón en una fun-
ción, años atrás, pero está claro que eso no es suficiente.
El Cascanueces siempre ha sido uno de sus ballets
preferidos, quizá porque es muy fácil que te guste, al tra-
tarse de un cuento, de una historia de Navidad, con mu-
chos personajes y con una música que resulta familiar,
como si la hubieras escuchado de pequeñita, cuando no
sabías siquiera qué era la música, o la danza, o un ballet…
Y realmente para ella sería terrible que no la cogieran.
Tan terrible que le quitaría el sueño y sufriría mucho. Sen-
tiría que no da la talla, que la danza no es lo suyo. Se dice
pronto que en el fondo le gustaría ser una chica como las
demás, sin esta pasión que la ata y la aprisiona. A veces
lo piensa, por un instante, pero después, ocasiones como
esta le hacen sentir que realmente hay una bailarina en su
interior, que no puede prescindir del baile, y entonces le
sobrevienen todas las dudas de una bailarina de verdad.
Pero ¿por qué? ¿Por qué de repente se siente tan in-
segura? Normalmente, cuando se presentan ocasiones
especiales, es decidida y enérgica, y es por esto por lo
que siempre ha conseguido todo lo que se ha propuesto.
Esta vez, en cambio, no es así. Se siente distinta. Quizá,
reflexiona, es solo que antes era más pequeña y se dejaba
llevar sin más. Ahora es perfectamente consciente de los
riesgos y de las oportunidades. Por una vez, hacerse mayor
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no le parece una gran ventaja, si esto conlleva tantas du-
das y pensamientos desagradables. ¿No sería mejor hin-
carle el diente a la ocasión y menearla como hace un ca-
chorro cuando juega con un muñeco, haciéndolo no
como si fuera un juego, sino seriamente? Claro que sí,
pero no le sale.
Y Zoe se va a dormir con esta pequeña pero persis-
tente preocupación, como una carcoma que en el interior
de la pata de una silla la roe y taladra sin parar.
A la mañana siguiente se despierta con una sensación
de malestar, y recuerda lo que ha soñado esa noche, un
sueño que vuelve a visitarla con impresionante nitidez:
había un escenario, y en el centro, una Zoe dramática,
vestida con harapos, como una estatua antigua, descalza,
y con el pelo suelto y despeinado, como una loca, que
daba vueltas sobre sí misma y se agitaba y se atormenta-
ba como quien está sufriendo un dolor terrible. Y des-
pués, desde los bastidores, salía Madame Olenska y grita-
ba: «¡No!».
Qué horror, qué esfuerzo tan grande vestirse y salir de
casa para enfrentarse a esa tremenda posibilidad, la posi-
bilidad de un no.