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Steinbeck, John - A Un Dios Desconocido

Oct 19, 2015

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Max_Estrella
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  • JOHN STEINBECK

    A UN DIOS DESCONOCIDO Ttulo original: To a God Unknown Traduccin: Montserrat Gutirrez Carreras John Steinbeck, 1933 Antiguas creencias paganas junto a los grandes poemas griegos y la Biblia sirven para dar cuerpo a esta extraordinaria novela que John Steinbeck tard en escribir ms de cinco aos. Mientras Joseph Wayne intenta cumpl el sueo de su difunto padre de crear una granja prspera, empieza a creer que un magnfico rbol que hay junto a su casa encarna el espritu de su padre. Sus hermanos y las familias de stos participan en la prosperidad de Joseph y en el florecimiento de la granja. La granja prospera hasta que un hermano de Joseph, asustado por las creencias paganas de ste, corta el rbol y hace caer la enfermedad y el hambre sobre la granja. A un Dios desconocido es un cuento mstico que explora el intento del hombre por controlar las fuerzas de la naturaleza y por entender los caminos de Dios y las fuerzas del inconsciente.

  • A UN DIOS DESCONOCIDO l nos da el aliento, y la fuerza es su don, los dioses acatan sus mandatos. Su sombra es vida, su sombra es muerte; quin es aquel a quien ofreceremos nuestro sacrificio? Por su poder se convirti en seor de todo lo que vive, y de todo lo que reluce, gobierna el mundo, y al hombre y a las bestias quin es aquel a quien ofreceremos nuestro sacrificio? Sus manos modelaron las montaas, y el mar, segn nos han enseado. Y son su cuerpo y sus brazos. Quin es aquel a quien ofreceremos nuestro sacrificio? Cre el cielo y la tierra, y los coloc en el firmamento a su voluntad y lo miran y tiemblan. El sol se levanta para iluminarlo. Quin es aquel a quien ofreceremos nuestro sacrificio? Mir a las aguas que su poder form y engendr el sacrificio. El es Dios de dioses. Quin es aquel a quien ofreceremos nuestro sacrificio? Que no nos hiera, l que cre la tierra, quin hizo el cielo y el mar brillante? A qu Dios ofreceremos nuestro sacrificio?

  • CAPITULO 1 CUANDO ya se haba sembrado el grano en la granja de los Wayne, cerca de Pittsford, en Vermont, cuando ya se haba cortado la madera para el invierno y el suelo estaba cubierto por la primera capa de nieve, Joseph Wayne al caer de una tarde se acerc al silln que estaba junto a la chimenea y se qued delante de su padre. Los dos hombres se parecan. Ambos tenan nariz grande y aguilea, los pmulos marcados; sus rostros parecan hechos de un material ms duro y resistente que la carne, alguna sustancia ptrea que no cambiaba fcilmente. La barba de Joseph era morena y suave, pero no tan espesa como para impedir que se viera el contorno de la barbilla. La barba del anciano era blanca y larga. Se la acariciaba con los dedos frecuentemente, volviendo las puntas hacia dentro como si quisiera protegerlas. Transcurri un tiempo antes de que el anciano se diera cuenta de que su hijo estaba delante de l. Levant los ojos, ojos viejos y sagaces y de un azul intenso. Los ojos de Joseph eran del mismo azul, pero en ellos brillaban la intensidad y curiosidad de la juventud. Ahora que se encontraba delante de su padre, Joseph vacil antes de exponer su nueva hereja. Ahora la tierra no ser suficiente, seor dijo con humildad. El anciano se ajust el chai de cuadros que llevaba alrededor de los hombros, delgados y erguidos. Su voz era suave, hecha para las rdenes de la justicia ms simple. De qu te quieres quejar, Joseph? Ya sabr que Benjy tiene novia, seor. Se casar antes de la primavera y en el otoo tendrn un hijo, y el verano siguiente otro ms. La tierra no se estira, no habr suficiente, seor. El anciano baj despacio la mirada y contempl sus dedos movindose con pereza sobre su regazo. Benjamin no me ha dicho nada. Benjamin nunca ha sido de fiar. Ests seguro de que tiene novia en serio? Los Ramsey lo han hecho pblico en Pittsford, seor. Jenny Ramsey tiene un vestido nuevo y est ms bonita que de costumbre. La he visto hoy. No se atrevi a mirarme. Ah, quiz sea as, entonces. Benjamin debera contrmelo.

  • As que ya ve, seor; no habr tierra suficiente para todos nosotros. John Wayne levant de nuevo la mirada. La tierra es suficiente, Joseph dijo con tranquilidad. Burton y Thomas trajeron a sus esposas y la tierra fue suficiente. T eres el siguiente en edad. Deberas tomar esposa, Joseph. Hay un lmite, seor. La tierra slo dar de comer a unos cuantos. Su padre agudiz la mirada. Tienes algn motivo de clera contra tus hermanos, Joseph? Acaso ha habido alguna pelea de la que yo no me haya enterado? No, seor protest Joseph, la granja es demasiado pequea y su figura alargada se inclin hacia su padre tengo ansia de tener mi propia tierra. He ledo cosas sobre el oeste y la tierra buena y barata que hay all. John Wayne suspir y se acarici la barba, volviendo las puntas hacia dentro. Un silencio pensativo se hizo entre ellos, mientras Joseph, de pie ante el patriarca, aguardaba su decisin. Si pudieras esperar un ao dijo el anciano finalmente un ao o dos no significan nada cuando se tienen treinta y cinco aos. Si pudieras esperar un ao, no ms de dos, con total seguridad, entonces no me importara. No eres el primognito, Joseph, pero siempre he pensado que la bendicin fuera para ti. Thomas y Burton son buenos hombres, buenos hijos, pero siempre he querido que mi bendicin fuera para ti, para que t ocuparas mi lugar. No s por qu. En ti hay algo ms fuerte que en tus hermanos; ms firme y profundo. Pero, seor, estn ocupando el oeste. Con vivir un ao en la tierra, levantar una casa y arar un poco la tierra, la tierra es tuya. Nadie te la puede quitar. Ya lo s, estoy enterado, pero si te marchas ahora slo tendr tus cartas para saber cmo ests y qu haces. En un ao, como mucho dos, me marchara contigo. Ya soy viejo, Joseph. Me reunira contigo, sin que te dieras cuenta, por el aire. Ver la tierra que escojas y la casa que te construyas. Tendr ganas de verlo todo. Quiz incluso encuentre la manera de serte til de vez en cuando. Imagnate que se te pierde una vaca, te podra

  • ayudar a encontrarla; estando en el aire, vera todo desde muy lejos. Ojal esperases un poco, Joseph, hasta que me pueda ir contigo. Pero estn repartiendo las tierras sigui diciendo Joseph con obstinacin. Ya van tres aos del siglo. Si espero, se ocuparn las mejores tierras. Tengo ansia de tierra, seor y sus ojos mostraron la fiebre de su ansia. John Wayne asinti con la cabeza varias veces y se volvi a arreglar el chal sobre los hombros. Ya veo musit. Es algo ms que impaciencia. Quiz me pueda reunir contigo ms adelante. Despus dijo con determinacin: Acrcate, Joseph. Pon tu mano aqu, no, aqu. As lo hizo mi padre. Una costumbre tan antigua no puede ser mala. Ahora deja tu mano ah inclin la cabeza. Que la bendicin de Dios y mi bendicin desciendan sobre este hijo. Que viva en la luz de la Faz. Que ame su vida hizo una pausa. Ahora, Joseph, ya puedes partir al oeste. Has terminado aqu conmigo. El invierno lleg pronto, con abundante nieve y el aire se helaba en agujas. Durante un mes, Joseph anduvo de un lado para otro de la casa, reacio a abandonar su juventud y todos los recuerdos de su infancia, pero la bendicin lo haba apartado. Era un extrao en la casa e intua que sus hermanos se alegraran cuando se marchase. Parti antes de la llegada de la primavera y cuando lleg a California, las montaas estaban revestidas de verde.

  • CAPITULO 2 TRAS un tiempo andando errante, Joseph lleg al extenso valle de Nuestra Seora y all registr su propiedad. Nuestra Seora, el gran valle en el interior de California, estaba verde y dorado, amarillo y azul cuando lleg Joseph. Avena loca y flores de mostaza amarillas cubran profusamente el suelo. El ro San Francisquito discurra ruidosamente por su lecho rocoso atravesando una cueva formada por un estrecho bosquecillo. Dos flancos de la sierra costera protegan el valle, guardndolo por un lado del mar y por el otro de los vientos racheados que llegaban del Valle de Salinas. En el borde meridional se abra un desfiladero en las montaas para dejar salir al ro y all cerca se encontraban la iglesia y la pequea ciudad de Nuestra Seora. Las casuchas de los indios se apiaban alrededor de las paredes de adobe de la iglesia y aunque la iglesia estaba casi siempre vaca y sus imgenes muy estropeadas y parte del tejado se encontraba amontonado en el suelo, y aunque las campanas estaban rotas, los indios mejicanos seguan viviendo a su amparo y celebraban sus fiestas, bailaban La Jota sobre el suelo terroso y dormitaban al sol. Tras registrar su propiedad, Joseph emprendi el camino hacia su nuevo hogar. Sus ojos brillaban de emocin bajo el sombrero de ala ancha y aspiraba el aire del valle con delectacin. Estrenaba pantaln vaquero, con la cinturilla claveteada de botones de metal, camisa azul y un chaleco con bolsillos. Sus botas de tacn eran nuevas y las espuelas brillaban como si fueran de plata. Un mejicano anciano caminaba a paso lento en direccin a Nuestra Seora. Al ver acercarse a Joseph se le ilumin la cara de alegra. Se quit el sombrero y se hizo a un lado. Hay alguna fiesta por aqu cerca? pregunt con mucho respeto. Joseph se ri divertido. Poseo ciento sesenta acres de tierra en el valle. Voy a establecerme. Los ojos cansados del caminante se animaron al ver el rifle que, enfundado, llevaba Joseph ceido a una pierna.

  • Si encuentra un ciervo, seor, y lo mata, acurdese del to Juan. Joseph sigui cabalgando, pero volviendo la cabeza le dijo: Cuando la casa est acabada, dar una fiesta. Me acordar entonces de ti, to Juan. Mi yerno toca la guitarra, seor. Tambin lo invitar a l, to Juan. El caballo avanzaba con viveza, haciendo sonar los cascos] sobre las frgiles hojas de roble, chasqueando las herraduras] contra las piedras que sobresalan. El camino atravesaba el extenso bosque que bordeaba el ro. Segn avanzaba, Joseph comenz a sentirse asustado e incluso ansioso, como un joven que se escapa para acudir a una cita con una mujer hermosa y sabia. Se senta abrumado y medio hechizado por el bosque de Nuestra Seora. Haba una curiosa feminidad en el entrelazado de las ramas y ramitas, en la cueva arbrea cortada por el ro y el brillante follaje. Los innumerables vestbulos, naves y alcobas que formaba el bosque parecan revestir significados ocultos y prometedores, como los smbolos de una eligin arcaica. Joseph sinti un escalofro y cerr los ojos. Quiz est enfermo se dijo. Cuando abra los ojos descubrir que esto es un delirio producido por la fiebre. A medida que avanzaba, le sobrevino el temor de que toda esa tierra no fuera ms que el producto de un sueo que terminara en una maana seca y polvorienta. Una rama de manzanito golpe su sombrero, hacindolo caer al suelo y al bajarse del caballo, Joseph estir los brazos y se agach para tocar la tierra con las manos. Senta la necesidad de sacudirse el estado de nimo que le haba invadido. Mir a las copas de los rboles, donde el sol destelleaba en la hojas temblorosas y el viento cantaba con voz ronca. Al montar de nuevo su caballo, Joseph supo que el amor a la tierra permanecera siempre en l. El chirrido del cuero de la silla, el tintineo de las espuelas y el rechinar de la lengua del caballo con la cinta del bocado coreaban el latido de la tierra. Joseph sinti que hasta entonces haba estado sin vida y que ahora, de repente, haba recobrado la sensibilidad; haba estado dormido y ahora despertaba. En el fondo de su mente tena la impresin de que estaba traicionando

  • algo. Su pasado, su hogar y todos los hechos de su infancia se perdan y saba que les deba el homenaje del recuerdo. La tierra podra aduearse de l si no tena cuidado. Para contrarrestar el poder de la tierra, pens en su padre, en su tranquilidad y su serenidad, su fortaleza y rectitud habituales y entonces se resolvi la diferencia y comprendi que no haba tal lucha, Pues su padre y esta tierra nueva era una misma cosa. Entonces, Joseph sinti miedo. Ha muerto se dijo para sus adentros. Mi padre tiene que estar muerto. El caballo haba dejado atrs el bosque del ro para seguir un camino sinuoso y liso que bien podra haber sido trazado por una serpiente pitn. Era un antiguo sendero de caza, abrado por las pezuas y las garras de los animales solitarios y asustados que lo haban seguido como si les gustase la compaa de los espritus. El camino estaba repleto de significados. Aqu giraba bruscamente para evitar un gran roble con una sola rama colgando en la que se haba agazapado un len para saltar sobre su presa y matarla, dejando su pista, para despus abandonar el camino; ms all el camino bordeaba con delicadeza una roca lisa sobre la que una serpiente cascabel calentaba al sol su sangre fra. El caballo se mantena en el centro del camino, atendiendo a todos sus avisos. En un punto el camino desembocaba en una extensa pradera, en cuyo centro se levantaba una colonia de robles como una isla de verde intenso sobre un lago de verde plido. Al encaminarse a los rboles, Joseph oy un grito de agona y bordeando los rboles, se encontr con un jabal enorme, de colmillos curvos y ojos amarillentos. El animal se apoyaba sobre sus patas traseras y se coma, despedazndolo, un lechoncillo que, an vivo, no cesaba de dar gritos penetrantes. A lo lejos, una cerda y cinco lechones huan precipitadamente, gritando atemorizados. El jabal dej de comer y se irgui al percibir por el olfato la cercana de Joseph. Resopl y despus sigui comindose al cachorro moribundo, que todava gritaba. Joseph par en seco su caballo. Su cara se contrajo de ira y sus ojos palidecieron hasta parecer blancos. Maldito animal! grit, devora a otras criaturas! No te comas a los tuyos!

  • Sac su rifle de la funda y apunt al jabal, entre los ojos amarillentos. Pero despus baj el can y un pulgar firme solt el percutor. Joseph se ri entre dientes de s mismo. Estoy hacindome muy poderoso dijo. Esta bestia es el padre de cincuenta cerdos y puede serlo de otros cincuenta ms todava. El jabal dio media vuelta y resopl al alejarse Joseph. Ms adelante, el camino segua la ladera de una montaa cubierta profusamente de maleza zarzamora, manzanita y robles jvenes, tan densamente enmaraados que incluso los conejos tenan que hacer tneles para atravesarlos. El camino se abra paso a la fuerza en la estrecha loma y llegaba a una franja de rboles, robles blancos y americanos y de Virginia. Entre las ramas de los rboles apareci un minsculo jirn de niebla que fue ascendiendo con lentitud hasta las copas de los rboles. Pronto otro jirn translcido se le uni y despus otro y despus otro. Surcaron juntos el cielo, como un fantasma que no ha terminado de materializarse, hacindose cada vez ms y ms grande, hasta que de repente chocaron contra una columna de aire caliente y subieron al cielo para convertirse en nubes. Por todo el valle se iban formando nubculas insignificantes que ascendan como espritus de difuntos abandonando una ciudad dormida. Parecan desvanecerse en el cielo, pero el sol iba perdiendo su calor por su causa. El caballo de Joseph levant la cabeza y olfate el aire. En la cumbre de la montaa haba un grupo de madroos gigantes y Joseph se admir del parecido que guardaban con carne y msculos. Los madroos despedan sus ramas musculosas, tan rojas como la carne desollada y retorcidas como cuerpos en una parrilla. Joseph toc una de las ramas al pasar por delante y era fra y dura. Sin embargo, las hojas que brotaban en los extremos de estas horribles ramas eran de un verde brillante y luminoso. rboles despiadados y terribles, los madroos. Se quejaban de dolor al arder en el fuego. Joseph coron la cumbre y dirigi la vista a las praderas de su nueva propiedad, donde la avena loca se ondulaba en olas plateadas bajo un viento suave, donde las manchas azuladas de los altramuces semejaban sombras en una noche de luna llena y las amapolas de las laderas de las montaas parecan enormes

  • rayos de sol. Se alz sobre los estribos para alcanzar con la mirada los prados lejanos, en los que los grupos de robles permanecan enhiestos como senados permanentes, gobernando la tierra. El ro, con su mscara de rboles, dibujaba una lnea sinuosa en el valle. Dos millas ms all alcanzaba a ver, junto a un enorme roble solitario, la mota blanca de su tienda, abandonada cuando march a registrar su propiedad. Se qued all sentado durante un largo rato. Mirando al valle, Joseph sinti que su cuerpo arda con una corriente de amor. Es mo fue lo nico que alcanz a decir y en sus ojos brillaron unas lgrimas y su mente se colm de admiracin al pensar que todo aquello era suyo. Senta amor por la hierba y las flores; senta que los rboles eran sus hijos y la tierra su hija. Le pareca que flotaba en el aire y que lo miraba todo desde muy arriba. Esta tierra es ma repiti y debo cuidar de ella. Las nubculas se iban concentrando en el cielo; una legin sali disparada hacia el este para unirse al ejrcito ya formado sobre la colina. Desde las montaas occidentales llegaron apresuradamente las dbiles nubes grisceas del ocano. Se levant el viento de golpe y susurr entre las ramas de los rboles. El caballo descenda con ligereza para volver a encontrar el ro otra vez y levantaba frecuentemente la cabeza y olfateaba el aire que anunciaba lluvia. La caballera de nubes haba pasado y una enorme falange oscura desfilaba pesadamente desde el mar al redoble de los truenos. Joseph temblaba de emocin ante la violencia que prometan. El ro pareca apresurar su curso y parlotear agitadamente con las rocas que encontraba a su paso. Despus comenz a llover, gotas grandes que salpicaban con pereza las hojas de los rboles. Retumb un trueno en el cielo, como una caja de municin. Las gotas se hicieron ms pequeas y ms densas. Atravesaban el aire como rfagas y se chocaban contra los rboles. Al momento, Joseph estaba empapado y su caballo reluca con el agua. En el ro, las truchas cazaban a los insectos abatidos por la lluvia y los troncos de los rboles brillaban de una manera siniestra. El camino abandonaba el ro una vez ms. Al acercarse Joseph a su tienda, las nubes se replegaron del oeste al este como un teln gris y el sol del atardecer brill sobre la tierra mojada,

  • reluci en las briznas de hierba y encendi con sus reflejos las gotas de agua que quedaban en los corazones de las florecillas del campo. Cuando lleg ante su tienda, Joseph desmont y desensill el caballo, frotndole con un pao el lomo empapado antes de dejar suelto al cansado animal para que pastara. Se qued de pie sobre la hierba hmeda, delante de la tienda. La luz del crepsculo jugueteaba en su rostro moreno y el viento agitaba su barba. El hambre en sus ojos se convirti en rapacidad al contemplar el valle verde. Su afn de posesin se torn pasin. Es ma dijo exultante. Todo lo que hay debajo es mo, hasta el centro de la tierra. Dio unas patadas sobre la tierra blanda. Despus el jbilo dio paso a una punzada de deseo que recorri su cuerpo como una corriente caliente. Se tir cuerpo a tierra sobre la hierba y apret la cara contra los tallos hmedos. Sus dedos agarraban la hierba mojada y la arrancaban y volvan a hacerlo. Sus muslos golpearon pesadamente la tierra. La furia pas al fin y sinti fro y se sinti perplejo y asustado de s mismo. Se incorpor y se limpi el barro de los labios y la barba. Qu ha sido esto? se pregunt. Qu me ha pasado?, acaso puedo tener una necesidad tan grande? Trat de recordar con exactitud lo ocurrido. Por un instante, la tierra haba sido su esposa. Necesito una esposa se dijo. Aqu me sentir solo sin una mujer. Estaba cansado. Le dola el cuerpo como si hubiera levantado una roca pesada y el arrebato de pasin lo haba asustado. Se prepar una cena frugal en una hoguera que encendi delante de la tienda y cuando se hizo de noche, se sent en el suelo y mir a las estrellas, fras y blancas y sinti el pulso de la tierra. El fuego se redujo a cenizas y Joseph escuch el aullido de los coyotes en las montaas y oy a los buhos revolotear chillando y a su alrededor oy a los ratones corriendo entre la hierba. Algo despus, una luna del color de la miel sali por detrs de la sierra oriental. Antes de separarse de las montaas, asom su cara dorada por entre los barrotes de los troncos de los

  • pinos. Un afilado pino negro atraves momentneamente la luna y se retir al elevarse la luna.

  • CAPTULO 3 MUCHO antes de que se vieran los carros que transportaban la madera, Joseph oy el estruendo agridulce de sus campanas, esas campanitas chillonas que colgaban de las lonas para avisar a los otros carros que haba que abandonar el camino. Joseph se haba aseado con esmero. Se haba peinado cuidadosamente y se haba retocado la barba. Sus ojos brillaban de emocin, pues no haba visto a nadie en las ltimas dos semanas. Finalmente, los grandes carros surgieron ante su vista entre los rboles. Los caballos avanzaban con pasitos de jorobado para llevar las cargas pesadas de tablas por el accidentado camino incipiente. El gua salud a Joseph con el sombrero y el sol se reflej en la hebilla del sombrero. Joseph sali al encuentro de los carros y mont en el del gua, sentndose al lado de ste, un hombre de mediana edad, de abundante pelo corto y canoso, con una cara morena y arrugada como una hoja de tabaco. El conductor pas las riendas a la mano izquierda y extendi la derecha a Joseph. Cre que llegaran antes dijo Joseph. Han tenido algn problema en el camino? Ningn problema, seor Wayne, que se pueda llamar problema. Juanito tuvo un contratiempo y mi hijo Willie meti una rueda en el barro. Me imagino que ira dormido. Las dos ltimas millas no son lo que llamamos un camino. Ya lo ser repuso Joseph cuando lo anden ms carros como stos, entonces ser una buena carretera. Seal con un dedo: All, junto a aquel roble tan grande, dejaremos la madera. La cara del gua mostr sorpresa. Va a construir la casa bajo un rbol? No es bueno. Podra caerse una de las ramas, tirar el tejado y aplastarlo a usted una noche, mientras duerma. Es un rbol fuerte le asegur Joseph, no me gustara construir mi casa lejos de un rbol. Su casa est lejos de un rbol? Pues la verdad es que no, pero por eso mismo se lo digo. La maldita casa est pegada a un rbol. No se por qu me dio por construirla ah. He pasado muchas noches en vela, escuchando el

  • viento, pensando que una rama tan grande como un barril entrara por el tejado. Detuvo su carro y li las riendas alrededor del freno. Parad aqu grit a los otros conductores. Una vez que la madera haba sido descargada y colocada en el suelo y que los caballos, atados los cabestros a los carros, mascaban cebada en sus bolsas, los conductores extendieron sus mantos en el suelo de los carros que haran la vez de camas. Joseph haba encendido una hoguera y preparaba la cena. Sostena la sartn muy por encima de las llamas y daba vueltas al tocino. Romas, el conductor de ms edad, se acerc y se sent junto al fuego. Saldremos por la maana temprano dijo. Con los carros vacos haremos bien la vuelta. Joseph retir la sartn del fuego. Por qu no deja que los caballos coman hierba? Cuando estn trabajando? Oh, no! La hierba no tiene sustancia. Hace falta comer algo ms consistente cuando hay que andar cargado por un camino como el suyo. Ponga la sartn sobre el fuego y djela as un minuto si quiere que se le haga el tocino. Joseph frunci el ceo. Ustedes no saben cmo frer el tocino. Fuego lento y muchas vueltas, eso es lo que hace que est crujiente sin que se convierta todo en grasa. Todo es comida replic Romas, todo es comida. Juanito y Willie se acercaron juntos. Juanito era de tez oscura, india y tena los ojos azules. La cara de Willie estaba plida y desencajada por alguna enfermedad desconocida bajo la capa de polvo y sus ojos eran huidizos y asustadizos, pues nadie daba crdito a los sueos sombros que lo atormentaban mientras dorma. Joseph levant la mirada y les sonri. Est mirando mis ojos dijo Juanito con cierto descaro. No soy indio. Soy castellano, tengo los ojos azules. Fjese en mi piel. Es oscura, del sol, pero los castellanos tienen los ojos azules. A todo el mundo le cuenta la misma historia terci Romas. Le gusta conocer forasteros para contarles esa historia. Todo el

  • mundo en Nuestra Seora sabe que su madre era una piel roja y slo Dios sabe quin fue su padre. Juanito lo mir con ferocidad y se llev la mano al cuchillo que penda de su cinturn, pero Romas se rio, volvindose a Joseph. Juanito se dice: Algn da matar a alguien con este cuchillo. Es su manera de ser orgulloso. Pero l sabe que no lo har, lo que le hace no ser demasiado orgulloso. Saca punta a alguna ramita para pinchar el tocino, Juanito le dijo burln y la prxima vez que digas que eres castellano, asegrate que nadie te conoce. Joseph dej la sartn en el suelo y mir con curiosidad a Romas. Por qu le lleva la contraria? le pregunt. Qu saca con ello? El muchacho no hace dao siendo castellano. Es una mentira, seor Wayne. Mentira llama a mentira. Si se cree usted esa mentira, le contar otra. En una semana resultara que es primo de la reina de Espaa. Juanito es un buen conductor de carros, condenadamente bueno. No me puedo permitir que sea un prncipe. Pero Joseph mene la cabeza y volvi a coger la sartn. Sin levantar la mirada dijo: Yo s creo que es castellano. Tiene los ojos azules, pero hay algo ms. No s cmo lo s, pero yo le creo. Los ojos de Juanito se endurecieron y se llenaron de orgullo. Gracias, seor dijo a Joseph. Es verdad lo que dice. Se puso en pie de forma muy ceremoniosa. Nos entendemos, seor. Somos caballeros. Joseph sirvi el tocino en los platos de aluminio y despus el caf. Sonrea con amabilidad. Mi padre cree que es casi como un dios. Y lo es. No se da cuenta de lo que est haciendo dijo Romas en tono de protesta. No voy a ser capaz de aguantar a este caballero. Ahora no querr trabajar. No har ms que andar por ah, pavonendose. Joseph sopl su caf. Si se vuelve tan orgulloso, yo podra emplear a un castellano aqu dijo. Pero, maldita sea, es un desollador excelente.

  • Lo s dijo tranquilamente Joseph. Los caballeros lo son habitualmente. No hay que andar detrs de ellos para que trabajen. Juanito se puso en pie de repente y se sumergi en la oscuridad cada vez ms profunda, pero Willie dio la explicacin por l. Un caballo se ha enredado una pata con la cuerda del cabestro. La sierra occidental segua perfilada con el filo plateado del resplandor crepuscular, pero el valle de Nuestra Seora haba quedado lleno hasta los topes montaosos de oscuridad. Las estrellas lanzadas al manto gris metlico del cielo parecan luchar y tintinear contra la noche. Los cuatro hombres se haban sentado alrededor de las ascuas de la hoguera, y sus caras quedaban en sombra. Joseph se acariciaba la barba y sus ojos estaban pensativos y lejanos. Romas se rodeaba las rodillas con los brazos. Su cigarrillo se convirti en una lucecita roja y se apag tras la ceniza. Juanito mantena la cabeza y el cuello erguidos, pero sus ojos, tras los prpados entrecerrados, no se apartaban de Joseph. La cara plida de Willie pareca estar suspendida en el aire, desconectada de su cuerpo; una y otra vez su boca se contraa en una mueca nerviosa. Su nariz era puntiaguda y huesuda y su boca formaba una curva como el pico de un loro. Cuando el fuego se apag del todo y no se vean ms que las caras de los hombres, Willie extendi su delgada mano y Juanito la agarr y la apret con fuerza, pues saba lo mucho que la oscuridad asustaba a Willie. Joseph lanz una ramita a la hoguera, y se produjo un resplandor efmero. Romas dijo, la hierba de esta tierra es buena, el suelo es rico y puro. No hay nada ms que levantarla con un arado. Por qu estaba libre?, cmo es que no la cogi nadie antes? Romas escupi su cigarro en el fuego. No lo s. La gente va llegando muy despacio a esta regin. Queda apartada del camino principal. La hubieran cogido, supongo, de no haber sido por los aos de sequa. Retrasaron al pas por mucho tiempo. Sequa?, cundo hubo sequa? Entre los ochenta y los noventa. Toda la tierra se sec y tambin los pozos, y el ganado muri chasque la lengua. S que hubo sequa, se lo aseguro. La mitad de la gente que viva

  • aqu tuvo que marcharse. Los que pudieron llevaron el ganado hacia el interior, a San Joaqun, donde haba hierba a lo largo del ro. Las vacas moran en el camino. Yo era joven entonces, pero recuerdo las vacas muertas con las panzas hinchadas. Les pegbamos tiros y se desinflaban como globos pinchados y el tufo tiraba de espaldas. Pero despus volvieron las lluvias interpuso Joseph con viveza. La tierra est repleta de agua ahora. Oh, s, las lluvias volvieron al cabo de diez aos. Ros de lluvia. La hierba volvi a crecer y los rboles volvieron a ser verdes. Nos pusimos muy contentos, todava lo recuerdo. En el pueblo de Nuestra Seora se hizo una fiesta bajo la lluvia, slo haba un tejadillo para los guitarristas, para que no se mojaran las cuerdas. La gente se emborrachaba y bailaba en el barro. Todos se emborracharon con el agua. No slo los mejicanos, no, no. Pero lleg el padre Angelo y los hizo parar. Por qu? pregunt Joseph. Bueno, no sabe las cosas que haca la gente en el barro. El padre Angelo se enfad muchsimo. Dijo que haban dejado que el demonio se apoderara de ellos. Sac los demonios e hizo lavarse a todo el mundo y que dejaran de revolcarse en sus vicios. Mand penitencias a todo el mundo. Se enfad muchsimo el padre Angelo. Se qued all hasta que par la lluvia. Dice que la gente se emborrach? S, estuvieron borrachos una semana e hicieron cosas malas, se quitaban la ropa... Juanito los interrumpi. Eran felices. Los pozos estaban secos antes, seor. Las montaas estaban blancas como la ceniza, as que todo el mundo se puso muy contento cuando lleg la lluvia. No podan resistir tanta felicidad y por eso hicieron cosas malas. Las personas siempre hacen cosas malas cuando son demasiado felices. Espero que no vuelva a ocurrir dijo Joseph. El padre Angelo dijo que haba sido un castigo, pero los indios decan que ya haba ocurrido antes, dos veces segn los ms viejos. Joseph se puso en pie, nervioso.

  • No me gusta pensar en ello. No volver a ocurrir, seguro. Fijaos lo alta que est la hierba. Romas estir los brazos. Puede que no. Pero no est muy seguro. Es hora de irse a dormir. Saldremos al amanecer. La noche tena el fro del amanecer cuando Joseph se despert. Le pareca haber odo un grito agudo mientras dorma. Habr sido una lechuza, pens, en ocasiones el sonido se deforma y se agranda en el sueo. Escuch con atencin y percibi fuera unos sollozos ahogados. Se puso los pantalones y las botas y sali sigilosamente de la tienda. El llanto atenuado proceda de uno de los carros. Juanito se hallaba inclinado sobre uno de los lados del carro, en el que dorma Willie. Qu pasa? pregunt Joseph. A la luz tenue del amanecer vio que Juanito tena agarrado el brazo de Willie. Est soando le explic Juanito quedamente. Algunas veces no se puede despertar si no le ayudo yo. Y a veces, cuando se despierta, se cree que est soando y que lo otro es verdad. Willie, despierta dijo Juanito. Ves?, ahora ests despierto. Suea cosas horribles, seor, y yo le pellizco. Tiene miedo, fjese. La voz de Romas les lleg desde su carro. Willie come demasiado dijo. No es ms que una pesadilla. Siempre las ha tenido. Vulvase a dormir, seor Wayne. Joseph se inclin y vio el horror reflejado en el rostro de Willie. No hay nada en la noche que te pueda hacer dao, Willie le dijo. Si quieres, puedes venir a dormir a mi tienda. Suea que est en un lugar de mucha luz, seco y muerto, y la gente sale de sus agujeros y avanzan hacia l con los brazos extendidos. Suea lo mismo casi todas las noches. Mira, Willie, me quedar contigo. Los caballos estn aqu a tu alrededor, mirndote. A veces, los caballos le ayudan, seor. Le gusta dormir rodeado por los caballos. Va al lugar seco y muerto, pero est a salvo de la gente cuando los caballos estn cerca. Vayase a dormir, seor. Me quedar con l un poco ms. Joseph toc la frente de Willie y comprob que estaba fra como un tmpano. Encender un fuego y entrar en calor dijo. Es intil, seor; siempre est fro. No puede entrar en calor.

  • Eres un buen chico, Juanito. Juanito se separ de l. Willie me est llamando, seor. Joseph pas su mano bajo el lomo clido de un caballo y entr en su tienda. Los pinos de la sierra oriental trazaban una lnea dentada a la suave luz del amanecer. La hierba se agitaba inquieta en la brisa que comenzaba a despertar.

  • CAPITULO 4 LA estructura de la casa ya estaba levantada, a la espera de su cubierta. Era una casa cuadrada, atravesada en su interior por dos paredes que formaban cuatro estancias iguales. El gran roble solitario extenda un brazo protector sobre el tejado. El venerable rbol estaba revestido de hojas nuevas, brillantes y luminosas, de un verde amarillento a la luz de la maana. Joseph frea el tocino al calor de la hoguera, dando vueltas y vueltas a las lonchas. Antes de desayunar, se dirigi a su carro nuevo, en el que haba un barril con agua. Verti parte en una palangana y, llenndose las manos, se humedeci pelo y barba y se limpi los restos de sueo de la cara. Se sacudi el agua con las manos y se fue a desayunar con la cara mojada. La hierba estaba empapada de roco, salpicado de fuego. Tres alondras de pecho amarillo y plumaje gris claro saltaban, amistosas y curiosas, alrededor de la tienda, estirando sus picos. Hinchaban el pecho y levantaban la cabeza como una prima donna y prorrumpan en un canto ascendente de jbilo. Despus levantaban la cabeza ante Joseph para ver si lo haba visto y era de su agrado. Joseph alz su taza de aluminio y apur el caf, vaciando los posos en el fuego. Se levant y se estir a la clara luz del sol, dirigindose despus al armazn de la casa. Retir el pao que cubra las herramientas. Las alondras corrieron tras l, parndose para cantar, intentando desesperadamente llamar su atencin. Dos caballos con las patas atadas se acercaron cojeando desde el prado y levantaron la nariz y resoplaron como saludo. Joseph cogi el martillo y un delantal repleto de clavos y se volvi irritado a las alondras. Marchaos a buscar gusanos! dijo. Dejad de hacer ruido. Haris que yo me ponga a buscar gusanos. Marchaos de una vez. Las tres alondras levantaron la cabeza, levemente sorprendidas y despus prorrumpieron al unsono en un canto. Joseph cogi su gorra del montn de madera y se la cal hasta los ojos. Marchaos a buscar gusanos! gru. Los caballos resoplaron otra vez y uno de ellos emiti un relincho agudo. Al instante, Joseph detuvo el martillo. Hola, quin va?

  • Oy un relincho de respuesta proveniente de la arboleda cercana al camino y mientras miraba en esa direccin, apareci un jinete ante su vista, con la bestia trotando fatigada. Joseph fue deprisa a la hoguera, que ya estaba casi apagada y reaviv el fuego, poniendo de nuevo la cafetera. Sonri encantado: Hoy no me apeteca trabajar les dijo a las alondras. Marchaos a buscar gusanos. No tengo tiempo para vosotras. Lleg Juanito. Desmont con gracia, en dos movimientos quit la silla y la brida y despus se quit el sombrero y se qued de pie, sonriendo, aguardando la bienvenida. Juanito! Me alegro de verte. No habrs desayunado. Te preparar algo. La sonrisa de expectacin de Juanito se transform en otra de felicidad. He cabalgado durante toda la noche, seor. Vengo para ser su vaquero. Joseph le estrech la mano. Pero si no tengo ni una sola vaca que cuidar. Ya las tendr, seor. Puedo hacer cualquier cosa. Soy buen vaquero. Podras ayudarme a construir una casa? Claro que s, seor. Y tu paga, Juanito... cunto te pagan? Juanito entorn los prpados con solemnidad sobre los ojos brillantes. Hasta ahora he trabajado como vaquero, soy muy bueno. Me pagaban treinta dlares al mes y decan que yo era indio. Quiero ser su amigo, seor, y no cobrar nada. Joseph se qued desconcertado un momento. Entiendo lo que quieres decir, Juanito, pero te har falta dinero para tomar un trago cuando vayas a la ciudad. Tambin necesitars dinero para salir con chicas de vez en cuando. Usted me har un regalo cuando vaya a la ciudad. Un regalo no es una paga. Juanito volvi a sonrer. Joseph le sirvi una taza de caf. Eres un buen amigo, Juanito. Gracias. Juanito se llev la mano al sombrero y sac una carta. Como vena aqu, le he trado esto, seor.

  • Joseph cogi la carta y se alej lentamente. Saba lo que era. Llevaba esperndola algn tiempo. Tambin la tierra pareca saberlo, pues se haba hecho el silencio en el prado. Las alondras se haban marchado e incluso los pardillos del roble haban cesado su gorgojeo. Joseph se sent sobre el montn de madera a la sombra del roble y, muy despacio, abri el sobre. La carta era de Burton. Thomas y Benjy me han pedido que te escribiera, le deca. Lo que tena que ocurrir, ya ha ocurrido. La muerte siempre conmociona aunque se espere. Padre parti para el reino hace tres das. Todos estuvimos a su lado hasta el ltimo momento, todos menos t. Deberas haber esperado. Al final, tena la cabeza perdida. Deca cosas muy extraas. No hablaba tanto de ti como a ti. Deca que poda vivir todo el tiempo que l quisiera, pero que quera ver tu tierra. Estaba obsesionado con esa tierra nueva. Naturalmente, su mente estaba ida. Dijo: "No estoy seguro de que Joseph sepa escoger una tierra buena. No s si vale para eso. Tendr que ir all y verlo yo mismo". Despus habl durante un rato largo de flotar en el aire por el pas e incluso lleg a creer que lo haca. Luego pareci que se haba dormido. Benjy y Thomas salieron de la habitacin en aquel momento. Padre deliraba. Debera callarme lo que dijo y no contarlo jams, pues no era l mismo. Dijo que toda la tierra era una, pero no, no veo razn para repetirlo. Trat de que rezara conmigo, pero ya era tarde. Me preocupa que sus ltimas palabras no fueran religiosas. No se lo he contado a los hermanos porque sus ltimas palabras fueron para ti, como si hablara contigo. La carta continuaba con una descripcin detallada del entierro. Terminaba: Thomas y Benjy creen que sera buena idea que nos trasladramos todos al oeste, es decir, si todava quedan tierras libres. Nos gustara recibir noticias tuyas antes de hacer nada en este sentido. Joseph dej caer la carta al suelo y apoy la frente en las manos. Su mente se haba quedado inerte e insensible, pero no senta tristeza. Le extraaba no sentir tristeza. Burton le recriminara seguramente si supiera que en su interior brotaba una sensacin de alegra y una bienvenida. Oy cmo la tierra recobraba sus

  • sonidos. Las alondras construan torres cristalinas con su canto, una ardilla parloteaba con voz aguda, muy erguida, a la puerta de su madriguera, el viento susurr brevemente en la hierba y despus creci fuerte y firme, portando los olores penetrantes de la hierba y la tierra hmedas y el gran roble despert a la vida con el viento. Joseph levant la cabeza y contempl las ramas, viejas y arrugadas. De pronto sus ojos se iluminaron. El ser sencillo y fuerte de su padre, que haba morado en su juventud en una nube de paz, haba tomado posesin del rbol. Sus ojos lo reconocieron y le dieron la bienvenida. Joseph alz la mano en saludo. Dijo quedamente: Me alegro de que haya venido, seor. Hasta ahora no me haba dado cuenta de lo solitario que me senta sin usted. El rbol se agit ligeramente. Esta tierra es buena sigui diciendo en voz baja Joseph. Le gustar esta tierra, seor. Sacudi la cabeza para quitarse lo que le quedaba de inactividad y se ri de s mismo, en parte por vergenza de sus pensamientos y en parte por sorpresa ante su repentina sensacin de familiaridad con el rbol. Supongo que me lo habr provocado el vivir solo. Juanito pondr fin a la soledad y escribir a los hermanos para que se vengan a vivir aqu. Ya hablo solo. Se puso en pie, se arrim al rbol y bes la corteza. Record que Juanito podra estar vindolo y gir en redondo, desafiante, para encararse con el muchacho. Pero Juanito miraba fijamente al suelo. Joseph se le acerc en un par de zancadas. Habrs visto... comenz a decir algo airado. Juanito segua mirando al suelo. No he visto nada, seor. Joseph se sent a su lado. Mi padre ha muerto, Juanito. Lo siento, amigo. Quiero hablar de ello, Juanito, porque te considero mi amigo. No lo siento por m, porque mi padre est aqu. Los muertos estn siempre aqu, seor. No nos abandonan. No dijo Joseph con convencimiento. Es ms que eso. Mi padre est en ese rbol. Mi padre es aquel rbol. S que es una

  • tontera, pero yo lo creo. Podras contarme algo de esta tierra, Juanito? T eres de aqu. Desde que llegu, desde el primer da he sabido que esta tierra est llena de espritus se detuvo vacilante, sin saber cmo seguir. No, no es correcto. Los espritus son sombras dbiles de la realidad. Lo que vive aqu es ms real que nosotros mismos. Nosotros somos los espritus de su realidad. Qu es esto, Juanito? Ser que me he vuelto loco tras dos meses viviendo solo? Los muertos no nos abandonan repiti Juanito. Mir al frente con cierto aire trgico en los ojos. Le ment, seor. No soy castellano. Mi madre era india y me ense cosas. Qu cosas? pregunt con inters Joseph. Al padre Angelo no le gustara. Mi madre deca que la tierra es nuestra madre y que todo lo que vive recibe la vida de la madre y vuelve a ella. Cuando recuerdo estas cosas, seor, y cuando me doy cuenta de que las creo, porque las veo y las oigo, entonces s que no soy ri castellano ni caballero. Soy indio. Pero yo no soy indio, Juanito, y creo que las veo tambin. Juanito le mir agradecido y despus baj los ojos. Se quedaron los dos mirando al suelo. Joseph se preguntaba por qu no trataba de huir del poder que se iba apoderando de l. Pasado un rato, Joseph dirigi la mirada al roble y al armazn de la casa levantada junto a l. Al final no importa dijo de repente. Lo que yo piense o crea no puede matar ni a espritus ni a dioses. Tenemos trabajo, Juanito. Hay que terminar la casa y hay que llenar de ganado el rancho. Seguiremos trabajando a pesar de los espritus. Vamos dijo con precipitacin. No tenemos tiempo para pensar. Y acto seguido comenzaron a trabajar en la casa. Esa misma noche escribi una carta a sus hermanos: Hay tierras sin ocupar junto a la ma. Cada uno podis tener ciento sesenta acres y as tendremos seiscientos cuarenta acres entre todos, en una sola tierra. La hierba es alta y buena y no hay ms que arar el suelo. No hay piedras que hagan saltar el arado, Thomas. Si vens, formaremos aqu una comunidad nueva.

  • CAPITULO 5 LA hierba estaba amarilla por el verano, dispuesta para la siega, cuando los hermanos llegaron con sus familias y se asentaron en la tierra. El mayor era Thomas. Tena cuarenta y dos aos y era un hombre corpulento, de pelo rubio y un enorme bigote claro. Sus mejillas eran redondas y sonrosadas y el color de sus ojos rasgados era del azul del invierno. Thomas tena gran familiaridad con todos los animales. Acostumbraba a sentarse sobre el pesebre mientras los caballos coman el heno. El lamento grave de una vaca parturienta lo sacaba de la cama a cualquier hora de la noche para ver que realmente se trataba de un parto y ayudar si surga algn contratiempo. Cuando caminaba por los campos, los caballos y las vacas levantaban las cabezas de la hierba, olfateaban el aire y se le acercaban. Tiraba a los perros de las orejas con sus dedos delgados y vigorosos hasta que los haca chillar de dolor y cuando paraba, los animales le volvan a ofrecer sus orejas para que lo hiciera otra vez. Tena siempre una coleccin de animales medio salvajes. Antes de que se cumpliera un mes en la tierra nueva, ya haba prohijado a un mapache, dos cachorros de coyote que le seguan a todas partes dcilmente pero gruan a todos los dems, algunos hurones y un halcn de cola roja, amn de cuatro chuchos. No era amable con los animales; al menos no ms amable de lo que lo eran ellos entre s, pero deba de actuar con una coherencia que los animales pudieran comprender, puesto que todas las bestias confiaban en l. En una ocasin en la que uno de los perros atac imprudentemente al mapache y perdi un ojo en la lucha, Thomas se qued impertrrito. Extrajo el ojo con su navaja mientras pinchaba las patas del perro para hacerle olvidar el dolor de su cabeza. A Thomas le gustaban los animales y los entenda y los mataba con el mismo sentimiento que stos experimentaban matndose entre s. l mismo era bastante animal como para ser sentimental. Nunca se le perda una vaca porque posea un instinto que le haca saber dnde estaba la vaca extraviada. Raras veces iba de caza, pero, cuando lo haca por distraerse, iba derecho al escondrijo de su presa y la mataba con la rapidez y determinacin del len.

  • Thomas entenda a los animales, pero a las personas ni las entenda ni se fiaba de ellas. Tena poco que decir a los hombres; se senta desconcertado y asustado ante cosas tales como tratos de negocios, fiestas, actos religiosos y polticos. Cuando no le quedaba ms remedio que asistir a una reunin se retiraba discretamente, no deca nada y esperaba ansioso la liberacin. Joseph era la nica persona con la que Thomas senta cierta amistad; poda hablar con Joseph sin miedo. La mujer de Thomas, Rama, era una mujer grande, de pecho abultado, con unas cejas negras que casi se juntaban encima de la nariz. Tena por costumbre burlarse de lo que los hombres pensaban o hacan. Era una comadrona eficiente y valerosa y un absoluto terror para los nios traviesos; aunque nunca pegaba a ninguna de sus tres hijitas, las nias teman causarle descontento, pues Rama saba encontrar sus puntos flacos y herir ah. Entenda a Thomas, lo trataba como si fuera un animal, lo llevaba limpio, lo alimentaba, lo abrigaba y no le atemorizaba a menudo. Rama saba cmo trabajar su campo: cocinar, coser, educar a los hijos, hacer la casa, parecan las cosas ms importantes del mundo, mucho ms importante de lo que hacan los hombres. Los nios adoraban a Rama cuando se haban portado bien, pues saba cmo premiarlos. Sus elogios podan ser tan delicados e inteligentes como duro poda ser su castigo. Automticamente se haca cargo de todos los nios que se le acercaban. Los dos hijos de Burton reconocan a su ta una autoridad jurdicamente superior a la de su propia madre, pues las normas de Rama eran invariables: lo malo era malo y lo bueno era eterna, deliciosamente bueno. Era una maravilla ser bueno en la casa de Rama. Burton era un tipo al que la naturaleza haba designado para la vida religiosa. Se mantena alejado del mal y vea el mal en casi todas las relaciones humanas. Una vez, tras haber hecho un servicio a la iglesia, haba sido elogiado desde el pulpito: un hombre fuerte en el Seor, dijo de l el pastor, y Thomas inclinndose hacia Joseph le susurr al odo: un hombre dbil en el estmago. Burton haba abrazado a su mujer cuatro veces. Tena dos hijos. El celibato era su estado natural. Burton nunca se encontraba bien. Tena las mejillas hundidas y secas y sus ojos

  • reflejaban una sed que nunca se vera saciada en esta tierra. De algn modo senta agrado por no gozar de buena salud, pues para l era indicio de que Dios le mostraba cierta consideracin al hacerle sufrir. Burton tena la resistencia poderosa del enfermo crnico. Sus piernas y sus brazos, aunque delgados, eran fuertes como sogas. Burton gobernaba a su mujer con mano firme y bblica. Le diriga los pensamientos y refrenaba su entusiasmo cuando se pasaba de la raya. Saba cundo transgreda las normas y cuando, como era frecuente, algo se quebraba en su interior, postrndola en la cama enferma y delirante, Burton se arrodillaba junto a la cama y rezaba hasta que la boca de Harriet volva a estar firme y cesaba su balbuceo. Benjamn, el ms joven de los cuatro, era una carga para los hermanos. Era disoluto y nada formal; si haba ocasin, se emborrachaba hasta el amanecer y despus sala por ah, cantando gloriosamente. Pareca tan joven, tan desamparado y tan perdido que eran muchas las mujeres que se compadecan de l y por esta razn Benjamin se encontraba frecuentemente metido en los con alguna mujer. Cuando estaba borracho y canturreaba con la mirada perdida, las mujeres sentan deseos de estrecharlo contra su pecho y protegerlo de sus tropiezos. Las que lo amparaban se sorprendan siempre al verse seducidas. Nunca saban cmo haba ocurrido, pues su desamparo era absoluto. Haca todo tan mal, que todo el mundo trataba de ayudarle. Su joven esposa, Jennie, trabajaba para mantenerlo apartado del hurto. Cuando le oa cantar por la noche y saba que otra vez estaba borracho, rezaba para que no se cayera y no se hiciera dao. El canturreo se perda en la noche y Jennie saba que antes de que saliera el sol, alguna muchacha perpleja y espantada, habra pasado la noche con l. Entonces lloraba quedamente, por miedo a que Benjy se hiciera dao. Benjy era feliz y traa felicidad y tristeza a todo el que le conoca. Menta, robaba un poco, haca trampas, no mantena su palabra y abusaba de los favores; y todo el mundo quera a Benjy y lo disculpaba y lo protega. Cuando las familias se trasladaron al oeste, llevaron a Benjy con ellos, por miedo a que se muriera de hambre si lo dejaban en Vermont. Thomas y Joseph se

  • encargaron de cumplir con las formalidades del registro. Benjy tom prestada la tienda de Joseph y vivi en ella hasta que sus hermanos tuvieron tiempo de construirle una casa. Incluso Burton, que maldeca a Benjy, rezaba con l y odiaba su forma de vida, no pudo permitir que viviera en una tienda. Sus hermanos nunca supieron de dnde sacaba el whisky, pero siempre tena. Los mejicanos del valle de Nuestra Seora le regalaban bebidas alcohlicas y le enseaban canciones y Benjy tomaba a sus esposas cuando no le vean.

  • CAPITULO 6 LAS familias se agruparon alrededor de la casa construida por Joseph. Cada uno levant una casa en su porcin de tierra tal y como mandaba la ley, pero en ningn momento pensaron que la tierra deba dividirse en cuatro. Todas eran un solo rancho y una vez que todos los tecnicismos de la asignacin de propiedad haban sido satisfechos, qued constituido el rancho Wayne. Cuatro casas cuadradas se apiaron junto al gran roble, y el amplio granero perteneca a toda la familia. Quiz por haber sido l quien haba recibido la bendicin, Joseph era el jefe indiscutido del clan. En la granja de Vermont su padre se haba fusionado con la tierra hasta hacerse un smbolo viviente de una unidad, la tierra y sus habitantes. Esta autoridad pas a Joseph. Hablaba con la sancin de la hierba, el suelo y los animales domsticos y salvajes; era el padre de la granja. Al mirar el grupo de casas que se levantaban sobre la tierra, al mirar al recin nacido en su cuna el ltimo hijo de Thomas, cuando marcaba las orejas de los terneros que nacan, senta la alegra que debi experimentar Abrahn al ver los primeros frutos de la tierra prometida, cuando los miembros de su tribu y las cabras comenzaban a multiplicarse. La pasin de Joseph por la fertilidad se hizo fuerte. Contemplaba la lujuria incesante y ruda de los toros y la incansable y resignada fecundidad de las vacas. Conduca a los sementales ante las yeguas gritando: Venga, chico, cbrela ya!. No eran cuatro granjas, eran una sola y l era el patriarca. Cuando atravesaba los campos con la cabeza descubierta, sintiendo el viento en su barba, sus ojos ardan de lascivia. Todo a su alrededor, el suelo, el ganado y las personas eran fecundos y l era la fuente, la raz de su fecundidad; suya era la lujuria que la motivaba. Anhelaba que todo lo que le rodeaba creciera, y creciera deprisa, concibiera y se multiplicara. El nico pecado irredimible era la esterilidad, un pecado intolerable e imperdonable. Los ojos azules de Joseph se tean de ferocidad con esta nueva religin. Se deshaca de las criaturas estriles sin ninguna piedad, pero si vea una perra con el vientre hinchado con cachorros, o una vaca gorda por estar esperando un

  • ternero, esa criatura era sagrada para l. No pensaba estas cosas en su mente, sino en todo su ser. Era la herencia de una raza que durante un milln de aos haba mamado de los pechos de la tierra y cohabitado en la tierra. Un da se encontraba Joseph junto a la valla de un pastizal, viendo cmo un toro cubra a una vaca. Golpeaba con sus manos el travesano de madera de la valla; tena los ojos enrojecidos. En el momento en que Burton se le acercaba por detrs, Joseph se quit de un manotazo el sombrero, que cay al suelo, y se desabroch de un tirn el cuello de la camisa. Mntate ya, idiota! Ya est preparada, monta ahora! Te has vuelto loco, Joseph? le pregunt con severidad Burton. Joseph se dio media vuelta bruscamente. Loco?, qu quieres decir? Te comportas de una manera extraa, Joseph. Podra verte alguien. Burton mir alrededor para ver si era as. Quiero terneros respondi hoscamente Joseph. Qu mal hay en ello? Incluso para ti. La verdad, Joseph comenz a decir Burton en un tono firme y amable como si estuviera dando una leccin, todo el mundo sabe que esto es algo natural. Todo el mundo sabe que estas cosas tienen que ocurrir si queremos que continen las especies. Pero nadie se dedica a contemplarlo a no ser que sea necesario. Te podra ver alguien comportndote as. Joseph apart con desgana los ojos del toro y mir a la cara a su hermano. Y qu si me ven? inquiri. Acaso es un delito? Quiero terneros. Burton mir al suelo, avergonzado de lo que iba a decir. Podran decir cosas si te oyeran hablar as. Y qu es lo que diran? Venga, Joseph, no querrs que yo lo diga. La Biblia menciona esas cosas prohibidas. Podran pensar que tu inters era personal. Se mir las manos y las escondi rpidamente en los bolsillos como si quisiera evitar que escucharan lo que estaba diciendo.

  • Ah repuso desconcertado Joseph. Podran decir..., ya veo. Su voz adquiri un tono rudo. Podran decir que me siento como el toro. Pues bien, Burton, as es como me siento en realidad. Y si ahora pudiera montarme sobre una vaca y fecundarla, crees que lo dudara un instante? Mira, Burton, ese toro puede cubrir veinte vacas en un da. Si el sentimiento pudiera hacer fecundar una vaca, yo cubrira un ciento. As es como me siento, Burton. Joseph se percat del horror y del asco que se reflejaban en la cara de su hermano. No lo entiendes, Burton le explic con amabilidad. Deseo que todo aumente. Quiero que toda la tierra sea un enjambre de vida. Quiero que por todos lados crezca todo. Burton se dio media vuelta con el gesto hosco. Escucha, Burton, creo que necesito una esposa. Todo en la tierra se multiplica. Yo soy el nico que no da fruto. Necesito una esposa. Burton segua alejndose, pero gir repentinamente y escupi sus palabras. Lo que necesitas ms que nada es rezar. Ven a m cuando puedas rezar. Joseph sigui a su hermano con la mirada mientras se alejaba y mene la cabeza desconcertado. Qu ser lo que l sabe y yo no?, se pregunt. Hay algo en l que convierte todo lo que hago y digo en impuro. He odo sus razones, pero no significan nada para m. Se pas los dedos por el cabello, recogi su sombrero negro del suelo y se lo puso. El toro se acerc a la valla, baj la cabeza y resopl. Joseph sonri y silb. Al sonido agudo del silbido, apareci la cabeza de Juanito en el granero. Ensilla un caballo le grit Joseph. Todava queda ms en este bribn. Trae otra vaca! Joseph trabajaba arduamente, como trabajan las montaas para producir un roble, lentamente y sin esfuerzo. Y, sin duda, es a la vez herencia y castigo de las montaas tener que trabajar as. Antes de que se hiciera de da, el farol de Joseph iluminaba el patio y desapareca en el granero. All, entre las bestias dormidas y calientes, trabajaba, arreglando los arneses, enjabonando el cuero, sacando brillo a las hebillas. Su almohaza raspaba ijadas

  • musculosas. A veces se encontraba all a Thomas, sentado sobre un pesebre, en la oscuridad, con un cachorro de coyote durmiendo sobre el heno. Se saludaban con un movimiento de cabeza. Va todo bien? pregunt Joseph un da. Y Thomas respondi: Pigeon ha perdido una herradura y se ha lastimado el casco. No debera salir hoy. Granny, ese demonio negro, ha destrozado a coces su caseta. Algn da har dao a alguien, si es que no se mata primero. Blue ha tenido un potrillo, por eso he venido. Cmo lo sabas, Tom? Qu te hizo saber que nacera esta maana? Thomas se agarr a la crin de un caballo y se baj del pesebre. No lo s, siempre s cundo nacer el potro. Ven a ver al pequeo hijo de perra. A Blue no le importar ya. Ya lo habr limpiado. Se dirigieron a la cuadra y contemplaron al potro, con las patas como las de una araa, con rodillas abultadas y la cola como una escobilla. Joseph extendi la mano y acarici el lomo hmedo y brillante del animal. Dios! exclam, por qu me gustan tanto las cras? El potro alz la cabeza y mir sin ver con sus ojos nublados y oscuros y se apart de Joseph. Siempre tienes que tocarlos! le reprendi Thomas. No les gusta que los toquen cuando son tan pequeos. Joseph retir la mano. Creo que ser mejor que vaya a desayunar. Oye! le grit Thomas. He visto golondrinas merodeando por aqu. Tendremos nidos de barro en los aleros del granero y bajo el depsito del molino antes de la primavera. Los hermanos haban trabajado a gusto juntos, todos menos Benjy, que escurra el bulto siempre que poda. Bajo las rdenes de Joseph se dispuso un huertecillo alargado en la parte de atrs de las casas. Un molino de viento se levantaba sobre altos pilotes y todas las tardes sus aspas lanzaban destellos al levantarse el viento. Junto a la cuadra principal, se construy otro establo, alargado y difano. Vallas de alambre se erguan en los campos para marcar los lmites de la tierra. El heno creca exuberante en

  • las llanuras y en las laderas de los montes se multiplicaba el ganado. En el momento en que Joseph se daba media vuelta para salir del granero, sali el sol tras las montaas y envi clidos rayos blancos a travs de las ventanas cuadradas. Joseph se sumergi en un haz de luz y estir los brazos. Fuera, un gallo rojo subido a un montn de abono, mir a travs de la ventana a Joseph, cacare y se alej, agitando las alas, y chillando avis a las gallinas de que algo terrible ocurrira probablemente en ese da tan bueno. Joseph dej caer los brazos y se volvi a Thomas. Despierta un par de caballos, Tom. Vamos a ver si hay algn ternero nuevo. Dselo a Juanito, si lo ves. Despus del desayuno, los tres hombres partieron a caballo. Joseph y Thomas cabalgaban a la par y Juanito cerraba la marcha. Juanito haba vuelto a casa desde Nuestra Seora al hacerse de da, tras pasar una discreta y corts velada en la cocina de la casa de los Garca. Alice Garca se haba sentado frente a l, mirando plcidamente sus manos, cruzadas sobre su regazo, y los Garca padres, guardianes y rbitros, se haban sentado a ambos lados de Juanito. No soy slo el mayordomo del seor Wayne explicaba Juanito a sus admiradores, aunque algo escpticos oyentes. Soy ms bien como un hijo para don Joseph. Donde l va, yo voy. Slo me confa a m los asuntos importantes. Dos horas estuvo alardeando con moderacin y cuando Alice y su madre se retiraron, tal y como impona el decoro, Juanito utiliz palabras solemnes y gestos prescritos hasta que finalmente fue aceptado por Jess Garca, con una graciosa desgana, como yerno. Despus Juanito volvi al rancho, muy cansado y muy orgulloso, pues los Garca podan demostrar al menos un antecesor espaol. Ahora, cabalgaba detrs de Joseph y Thomas, ensayando cmo hacer su anuncio. El sol resplandeca en la tierra mientras avanzaban por promontorios de tierra, buscando terneros para marcarlos o para cortar el cordn umbilical. La hierba seca chasqueaba bajo los cascos de los caballos. El caballo de Thomas se agitaba nerviosamente pues delante de Thomas, encaramado en la perilla de la silla, cabalgaba un mapache infame, con ojos pequeos,

  • redondos y brillantes, de mirada aviesa bajo el negro antifaz. Mantena el equilibrio sujetndose a la crin del caballo con su pezua oscura. Thomas miraba al frente, entornando los ojos para protegerse de la luz del sol. Sabes? dijo, estuve en Nuestra Seora el sbado. S respondi Joseph con impaciencia. Benjy debi de ir tambin. Le o cantar anoche, ya tarde. Tom, ese muchacho se meter en problemas. Hay cosas que la gente de aqu no aguantar. Algn da lo encontraremos con un cuchillo atravesado en el cuello; te aviso, Tom, algn da le clavarn un cuchillo. Thomas se ri entre dientes. Djale, Joe. Se habr divertido ms que una docena de hombres sobrios y habr vivido ms que Matusaln. Burton no deja de darle vueltas. Me ha hablado de ello muchas veces. Te contaba continu Thomas que el sbado pasado por la tarde estuve en el almacn de Nuestra Seora. Haba all unos vaqueros de Chinita. Se pusieron a hablar de la sequa que hubo entre los aos ochenta y noventa. Sabas t eso? Joseph hizo un nudo ms en la reata de su silla. S respondi tranquilamente. He odo hablar de ello. Algo raro ocurri. No volver a pasar. Los vaqueros se pusieron a hablar de ello. Contaron que se sec toda la regin y que el ganado muri y que la tierra se redujo a polvo. Dijeron que trataron de llevar el ganado tierra adentro, pero que la mayora de las reses murieron en el camino. La lluvia volvi unos pocos aos antes de que t te establecieras aqu. Tir al mapache de las orejas hasta que la criatura salvaje le mordi la mano con sus afilados dientes. En los ojos de Joseph haba preocupacin. Se cepill la barba hacia abajo con la mano, volviendo las puntas hacia dentro, como haca su padre. He odo hablar de ello, Tom. Pero ya termin. Ocurri algo raro, te lo aseguro. Nunca volver a ocurrir. Las montaas estn llenas de agua.

  • Cmo ests tan seguro de que no volver a suceder? Los vaqueros decan que ya haba ocurrido antes. Por qu dices tan seguro que no volver a ocurrir? Joseph apret la boca con determinacin. No puede volver a ocurrir. Los manantiales de las montaas tienen agua. Yo no veo que pueda volver a pasar. Juanito arre a su caballo y se puso delante de ellos. Don Joseph, oigo un cencerro en lo alto. Los tres hombres hicieron girar a los caballos a la derecha y los pusieron a medio galope. El mapache salt al hombro de Thomas y se agarr a su cuello con sus enrgicos bracitos. Al llegar a la ladera pusieron los caballos al galope. Se acercaron a un grupo de vacas, entre las que trotaban dos ternerillos. En un abrir y cerrar de ojos tumbaron a los terneros en el suelo. Juanito sac una botella de linimento de su bolsillo y Thomas despleg su navaja. El brillante cuchillo grab la marca de los Wayne en las orejas de ambos ternerillos mientras los animales berreaban indefensos y sus madres, que permanecan junto a ellos, bramaban de pena. Despus Thomas se arrodill junto al ternero macho. Lo castr con dos cortes y unt linimento en la herida. Las vacas resoplaron asustadas al oler la sangre. Juanito desat las patas de los terneros y el novillo se puso en pie tambalendose y se acerc cojeando a su madre. Los hombres montaron y se alejaron. Joseph haba cogido los trocitos parduzcos desprendidos de las orejas al hacer las muescas a los terneros. Los mir durante un instante y los guard en su bolsillo. Thomas le vio hacerlo. Joseph dijo de repente, por qu cuelgas los halcones que matas del roble que hay junto a tu casa? Para ahuyentar a los otros halcones y proteger a los polluelos, claro est. Lo hace todo el mundo. Pero sabes muy bien que no sirve de nada, Joe. Ningn halcn deja escapar la oportunidad de coger un polluelo slo porque un primo suyo est colgado por los pies. Tiene gracia!, si pudiera, incluso se comera a su primo. Hizo una pausa y despus dijo con tranquilidad tambin clavas los trocitos de las orejas al rbol, Joseph.

  • Su hermano se volvi hacia l enfadado. Lo hago para saber cuntos terneros hay. Thomas se qued desconcertado. Volvi a poner al mapache sobre su hombro, donde se qued sentado, chupndole con delicadeza la oreja. Creo que s lo que ests haciendo, Joseph, me parece que s lo que pretendes. Tiene que ver con la sequa? Intentas prevenir que se repita? Si no es por la razn que te he dicho, no es asunto tuyo, maldita sea! dijo Joseph obstinadamente. Sus ojos mostraban su preocupacin y su confusin. Su voz son ms amable. Adems, ni yo mismo lo entiendo. Si te lo cuento, no le dirs nada a Burton, lo prometes? Burton se preocupa por todo lo que hacemos. Thomas se ri. Nadie le tiene que contar nada a Burton; l siempre lo sabe todo. Bien dijo Joseph. Te lo contar. Antes de marcharme de la granja, nuestro padre me dio la bendicin, una bendicin antigua, de las que se habla en la Biblia, me parece. Pero a pesar de esto, no creo que le hubiera gustado a Burton. Siempre he tenido un sentimiento peculiar hacia padre. Era un hombre tan sereno. No se pareca a los otros padres; era como el ltimo recurso, algo a lo que sentirse atado, algo que estara siempre. Sentas t lo mismo? Thomas asinti con la cabeza lentamente. S, s a qu te refieres. Bien, despus me march, vine aqu y segua sintindome seguro. Entonces recib una carta de Burton y por un instante me sent lanzado fuera de este mundo, cayendo, sin tierra en la que poner los pies jams. Luego segu leyendo la carta y haba una parte en la que padre deca que vendra a verme cuando muriera. La casa estaba sin terminar entonces; me haba sentado a leer la carta sobre un montn de madera. Mir a lo alto y vi el rbol. Joseph call y se qued mirando fijamente la crin de su caballo. Despus mir con aire escrutiador a su hermano, pero Thomas rehuy su mirada.

  • Y eso es todo. Quiz puedas entenderlo. Tan slo hago lo que hago, slo s que me siento feliz al hacerlo. Despus de todo dijo sin conviccin, un hombre necesita algo a lo que sentirse atado, algo que sepa que va a estar ah cada maana. Thomas acarici el mapache con ms suavidad de la que normalmente empleaba en su trato con los animales, pero segua sin mirar a Joseph. Dijo: Recuerdas una vez que me romp el brazo cuando era pequeo? Tuve que llevarlo doblado sobre el pecho en una tablilla y tena un dolor del demonio. Padre se me acerc, me abri la mano y me dio un beso en la palma. Eso es todo lo que hizo. No era la tpica cosa que se poda esperar de l, pero estuvo bien, porque fue ms una medicina que un beso. Sent que me suba por el brazo roto como agua fresca. Qu raro que me acuerde tan bien! Delante de ellos, a lo lejos se oy un cencerro. Juanito se les acerc al trote. Entre los pinos, seor. No s por qu se tienen que meter en el pinar, ah no tienen qu comer. Dirigieron los caballos hacia la cima, coronada de oscuros pinos. Los primeros rboles parecan una avanzada. Los troncos se erguan como mstiles y las cortezas se vean purpreas en la sombra. La tierra que pisaban, profunda y esponjosa con agujas parduzcas, no tena hierba. En la arboleda reinaba el silencio slo alterado por el susurro del viento. Los pjaros no encontraban gusto en los pinos y la alfombra parda amortiguaba el sonido de los pasos de las criaturas del bosque. Los jinetes avanzaron entre los pinos, dejando la luz amarilla del sol para entrar en la penumbra purprea de la sombra. Segn se adentraban, los rboles se iban juntando, inclinndose para apoyarse, y unan sus copas para formar un cielo de agujas totalmente cerrado. Entre los troncos brotaban zarzas y las plidas, fotoflicas hojas de Guatras. La maraa se haca ms densa a cada paso hasta que finalmente los caballos se pararon, negndose a abrirse paso a travs de la barrera espinosa. Juanito gir bruscamente el caballo a la izquierda. Por aqu, seores, recuerdo que hay un camino.

  • Los gui a travs de un sendero antiguo, sepultado entre agujas y carente de vegetacin, lo suficientemente ancho para que dos jinetes cabalgaron juntos. Siguieron el camino unas doscientas yardas y sbitamente Joseph y Thomas pararon los caballos en seco y contemplaron asombrados la vista que se ofreca a sus ojos. Haban llegado a un claro abierto, casi circular y plano como un estanque. Estaba rodeado de rboles oscuros, rectos como pilares y celosamente juntos. En el centro del claro se ergua una roca, misteriosa y enorme, tan grande como una casa. Pareca haber sido modelada, astuta y sabiamente, pero no se encontraba forma en la memoria a la que asociarla. Un musgo corto y denso vesta de verde la roca. El edificio se pareca a un altar fundido y derretido sobre s mismo. En uno de los lados de la roca se abra una cueva ribeteada de helchos. Un arroyuelo brotaba silenciosamente de la cueva, atravesaba el claro y desapareca bajo la maraa de arbustos que cercaban el claro. Un enorme toro negro descansaba junto a la corriente; sus patas delanteras estaban dobladas bajo su cuerpo, un toro sin cuernos con dos bucles brillantes y oscuros en la frente. Cuando los tres hombres entraron en el claro, el toro se hallaba rumiando contemplando la roca verdosa. Gir la cabeza y mir a los hombres con ojos perfilados de rojo. Resopl, se puso en pie, baj la cabeza ante ellos y luego, dndose la vuelta, se lanz a la maleza, abrindose camino. Los hombres vieron su cola azotando el aire un instante y el escroto negro que llegaba casi hasta las rodillas oscilando y despus desapareci y oyeron cmo se hunda en el follaje. Todo transcurri en un segundo. Thomas grit: Ese toro no es nuestro. Nunca lo haba visto y mir intranquilo a Joseph. No conoca este lugar. No me gusta, no s por qu. Hablaba nervioso. Tena el mapache apretado fuertemente bajo el brazo mientras la criatura forcejeaba y morda, tratando de escapar. Joseph tena los ojos muy abiertos, mirando el claro como un todo. No vea las cosas singularizadas. Le colgaba la barbilla. Contuvo la respiracin en su pecho hasta que sinti dolor y los

  • msculos de sus brazos y hombros se pusieron tensos. Haba soltado la brida y tena las manos cruzadas sobre la perilla. Espera un momento, Tom dijo lnguidamente. Aqu hay algo. A ti te asusta, pero a m me resulta familiar. En algn sitio, quiz en un sueo he visto este lugar, o quiz he sentido este lugar. Dej caer las manos a los lados y habl en un susurro, saboreando cada palabra. Este sitio es sagrado y antiguo. Es antiguo y sagrado. El claro estaba en silencio. Un guila surc el cielo circular, rozando casi las copas de los rboles. Joseph se volvi despacio. Juanito, t conocas este lugar. Has estado aqu antes. Los ojos azul claro de Juanito estaban llenos de lgrimas. Mi madre me trajo aqu, seor. Mi madre era india. Yo era un nio y mi madre esperaba un hijo. Vino aqu y se sent junto a la roca. Estuvo sentada mucho tiempo y despus nos marchamos. Era india, seor. Creo que los ancianos siguen viniendo aqu a veces. Los ancianos? inquiri Joseph con viveza. Qu ancianos? Los indios viejos, seor. Siento haberlos trado aqu, seor, pero al estar tan cerca, mi sangre india me hizo venir, seor. Thomas grit nervioso: Vamonos de una maldita vez. Tenemos que encontrar las vacas. Joseph hizo dar media vuelta a su caballo sumisamente. Mientras se alejaban del claro, siguiendo el mismo camino, intent tranquilizar a Thomas. No tengas miedo, Tom. Hay algo fuerte, agradable y bueno en ese sitio. Hay algo parecido a la comida y al agua fresca. Por el momento nos olvidaremos de este lugar, Tom. Slo quiz en alguna ocasin que lo necesitemos, volveremos aqu y nos saciaremos. Los tres jinetes se alejaron en silencio, prestando odo a los cencerros.

  • CAPITULO 7 EN Monterrey viva y trabajaba un guarnicionero llamado McGreggor, filsofo furibundo y marxista, para ms seas. La edad no haba atemperado sus ideas radicales y haba dejado muy atrs la moderada utopa de Marx. McGreggor tena las mejillas surcadas de profundas arrugas provocadas por su constante apretar la mandbula y cerrar la boca desafiando al mundo. Sus ojos estaban frecuentemente entrecerrados de hosquedad. Denunciaba a sus vecinos porque violaban sus derechos y constantemente descubra lo insuficiente que era la tutela que la ley ofreca a sus derechos. Trataba de intimidar a fuerza de amenazas a su hija Elizabeth, fracasando exactamente igual que le haba ocurrido con su madre, pues Elizabeth apretaba tambin la mandbula y defenda sus ideas contra los razonamientos de su padre recurriendo a no exponerlas jams. El pobre hombre se enfureca al comprobar que no poda atacar los prejuicios de su hija por no saber cules eran. Elizabeth era una joven hermosa y muy decidida. Tena el pelo rizado, la nariz pequea y la barbilla firme de tanto apretarla contra su padre. Era en los ojos donde resida su belleza, unos ojos grises muy separados y con unas pestaas tan espesas que parecan custodiar un conocimiento remoto y preternatural. Era alta; no delgada sino esbelta y cimbrea, con una fuerza enrgica y vivaz. Su padre resaltaba sus defectos o, mejor dicho, los defectos que l atribua a su hija. Eres igual que tu madre le deca. Tienes una mente cerrada. No tienes ni una pizca de sentido comn. Haces las cosas sin pensar, igual que tu madre, una mujer escocesa hasta la mdula. Sus padres crean en hadas y cuando yo de broma le sugera que eso no era serio, apretaba la mandbula y cerraba la boca como una viuda. Y me deca: Hay cosas que la razn no puede explicar, pero existen, a pesar de ello. Apuesto lo que quieras a que te llen la cabeza de hadas antes de morir. A McGreggor le gustaba planear el futuro por su hija. Vendr un tiempo anunciaba con aires de profeta en el que las mujeres se ganarn la vida trabajando. No hay ninguna razn que impida a una mujer aprender un oficio. Mrate a ti, por

  • ejemplo le deca a su hija. Vendr una poca, y no est lejos, en la que una mujer como t trabajar y recibir un salario y mandar a paseo al primer necio que la pida en matrimonio. No obstante, McGreggor se qued perplejo cuando Elizabeth decidi estudiar para los exmenes del condado y hacerse maestra. McGreggor lleg incluso a mostrarse amable con su hija. Eres muy joven, Elizabeth le deca a su hija. Slo tienes diecisiete aos. Al menos, espera a que tus huesos terminen de crecer. Elizabeth sonrea con aire triunfal y no deca nada. En una casa donde la ms pequea aseveracin pona automticamente en pie de guerra ejrcitos de razones en su contra, haba aprendido a permanecer callada. Para una muchacha decidida, la profesin de maestra era algo ms que ensear a nios. Al cumplir los diecisiete aos pudo presentarse a los exmenes del condado y lanzarse a la aventura. Era una manera honesta de salir de su casa y de su ciudad, donde todo el mundo la conoca demasiado bien; un modo de preservar la dignidad alerta y frgil de una joven. Para los habitantes del pueblo al que fue destinada era una desconocida, misteriosa y deseable. Elizabeth saba algo de fracciones y poesa; poda leer en francs e incluso dejar caer alguna palabra en una conversacin. En ocasiones llevaba ropa interior de linn y a veces de seda, como poda apreciarse cuando tenda la ropa. Todos estos detalles, que podran considerarse pretenciosos en una persona corriente, eran dignos de admiracin en una maestra e incluso eran lo que se esperaba, pues la maestra gozaba de cierta importancia social y cultural y dotaba de un tono intelectual y cultural a su comarca. La gente entre la que fue a vivir no la conoca por su nombre de pila. Tom el ttulo de seorita. Una capa de misterio y saber la envolva. Y slo tena diecisiete aos. Si en un plazo de seis meses no se casaba con el soltero ms codiciado de la regin es que era fea como Gorgona, pues una maestra de escuela elevaba de categora social al hombre con el que se casara. Sus hijos eran tenidos por ms inteligentes que los nios corrientes. La profesin de maestra poda ser, si se manejaban los hilos convenientemente, un paso sutil y seguro hacia el matrimonio.

  • Elizabeth McGreggor tena una formacin mucho ms amplia que la mayora de los maestros. Adems de las fracciones y el francs, haba ledo fragmentos de las obras de Platn y Lucrecio, se saba algunos ttulos de Esquilo, Aristfanes y Eurpides y posea cierta cultura clsica basada en Homero y Virgilio. Tras aprobar el examen, fue destinada a la escuela de Nuestra Seora. El aislamiento del lugar le resultaba agradable. Deseaba reflexionar sobre todo lo que saba, colocar cada cosa en su sitio y una vez ordenado todo, formar la nueva Elizabeth McGreggor. En el pueblo de Nuestra Seora se aloj en la casa de los Gonzlez. Por todo el valle vol la noticia de que la maestra recin llegada era joven y muy bonita y por ello, cada vez que Elizabeth sala o iba a la tienda de comestibles, se encontraba con jvenes que aunque no hacan nada, se mostraban profundamente preocupados mirando sus relojes de bolsillo, enrollando un cigarrillo o mirando algn punto remoto, aunque de vital importancia, en la lejana. Pero de vez en cuando, haba un hombre extrao entre los ociosos preocupado por Elizabeth; era un hombre alto, de barba oscura y unos penetrantes ojos azules. Este hombre incomodaba a Elizabeth, pues siempre que pasaba delante de l, la miraba fijamente y su mirada traspasaba su vestido. Cuando Joseph se enter de la llegada de la nueva maestra, se fue acercando a ella en crculos cada vez ms pequeos hasta que acab sentndose en el saln de los Gonzlez, una casa llena de alfombras y muy respetable, mirando fijamente a Elizabeth. Era una visita formal. Elizabeth se haba cardado el pelo, pero ella era la maestra. Su cara tena una expresin seria, casi severa. Excepto por el gesto de estirarse la falda sobre las rodillas, que repiti unas cuantas veces, podra decirse que estaba serena. De vez en cuando miraba a Joseph a los ojos, unos ojos inquisidores y despus desviaba la mirada. Joseph llevaba un traje negro y botas nuevas. Se haba recortado el pelo y la barba y sus uas estaban todo lo limpias que podan. Le gusta la poesa? le pregunt Elizabeth mirando brevemente esos ojos penetrantes, fijos.

  • Oh s, s, s que me gusta; lo que he ledo. Estar de acuerdo, seor Wayne, en que los poetas modernos no son como los griegos, como Homero. El rostro de Joseph mostr impaciencia. Ya recuerdo dijo, claro que s. Un hombre que lleg a una isla y se convirti en cerdo. La boca de Elizabeth se curv en las comisuras. Al momento, apareci la maestra, distante y muy por encima del alumno. Eso es La Odisea. Se cree que Homero vivi en el siglo IX antes de Cristo. Ejerci una influencia decisiva en toda la literatura griega. Seorita McGreggor dijo Joseph con honestidad, hay una manera de hacer esto, pero yo no s cul es. Algunas personas parecen saberlo por instinto, pero yo no. Antes de venir pens lo que le iba a decir, pero no encontr la manera, porque nunca he hecho nada de este estilo. S que primero hay que cortejar, pero no s cmo hacerlo. Adems, me parece intil. Elizabeth estaba atrapada por sus ojos ahora y se qued sobrecogida ante la intensidad de sus palabras. No s de qu me est hablando, seor Wayne. Haba sido desbancada de su puesto de maestra y la cada le daba miedo. S que lo estoy haciendo mal reconoci Joseph. No s hacerlo de otra manera. Me da miedo pensar que podra sentirme confuso y azorado. Quiero que sea mi esposa, seorita McGreggor, y debe usted saberlo. Mis hermanos y yo poseemos seiscientos cuarenta acres de tierra. Nuestra sangre es pura. Puedo ser bueno con usted si me dice lo que quiere. Mientras deca esto, Joseph mantuvo los ojos fijos en el suelo. Al terminar, levant la mirada y vio que Elizabeth estaba azorada y triste. Joseph se puso en pie de un brinco. Me temo que lo he hecho mal. Ahora m siento confuso, pero ya lo he dicho. Me voy, seorita McGreggor. Volver cuando se nos haya pasado el azoramiento. Sali disparado sin ni siquiera decir adis, mont de un salto sobre su caballo y se alej galopando en la noche. Senta un fuego de vergenza y jbilo en la garganta. Cuando lleg a la arboleda del ro, par el caballo, se puso en pie sobre

  • los estribos y grit para sofocar el fuego, y el eco le devolvi su grito. Era una noche muy oscura y una niebla alta velaba la luminosidad de las estrellas y amortiguaba los ruidos de la noche. Su grito haba hecho estallar el denso silencio y l mismo se haba asustado. Permaneci un rato sentado sobre la silla, sintiendo el lomo del caballo subir y bajar jadeante. La noche est demasiado tranquila; no hay nada que impresione. Tengo que hacer algo. Senta que la ocasin requera una seal, algo que le diera relevancia. Un acto suyo lo identificara con el momento que estaba viviendo, de otro modo pasara sin llevarse parte de l. Se quit el sombrero y lo lanz a la oscuridad. Pero esto no era suficiente. Busc palpando su ltigo que estaba en la perilla, lo arranc y se fustig la pierna furiosamente hasta hacerse dao. El caballo se ech a un lado, alejndose del silbido del golpe y despus se encabrit. Joseph lanz su cuarta a la maleza, domin al caballo apretando las rodillas contra su ijada y, cuando el animal se tranquiliz, lo gui al trote en direccin al rancho. Joseph abri la boca para dejar entrar aire fresco. Elizabeth vio cmo se cerraba la puerta al marcharse Joseph. Hay una grieta muy grande bajo la puerta, pens. Cuando sople el viento, se colar por ah. Quiz me tenga que mudar a otra casa. Se examin los dedos con atencin. Ahora estoy preparada, prosigui. Ahora estoy preparada para castigarlo. Es un patn, un metepatas necio. No tiene educacin. No sabe comportarse como es debido. No reconocera lo que es educacin ni aunque lo viera. No me gusta su barba. Se fija demasiado y su traje era lamentable. Pens en el castigo y movi la cabeza lentamente. Dijo que no saba cmo hacerlo. Quiere casarse conmigo. Tendra que soportar esos ojos toda mi vida. Su barba ser spera seguramente, pero no lo creo. No, no lo creo. Vaya elegancia ir derecho al grano!, y su traje, y me cogera por la cintura. Su mente se haba desbocado. Qu voy a hacer? La persona que deba tomar parte en su futuro era un extrao cuya forma de actuar no comprenda. Subi a su habitacin y se desvisti con mucha parsimonia. La prxima vez me fijar en la palma de su mano. Eso lo decidir. Asinti con la cabeza con aire serio y se tir boca abajo en la cama y llor. Su

  • llanto le produjo tanta satisfaccin y deleite como un bostezo por la maana. Pasado un rato se levant, apag la luz de un soplo y acerc una mecedora con cojn de terciopelo a la ventana. Apoyando los codos en el alfizar de la ventana, contempl la noche. El aire estaba impregnado de la humedad de la densa niebla; ms abajo de la mal pavimentada calle, una ventana encendida tena una orla de luz. Elizabeth oy moverse algo con sigilo en el patio y se asom para ver qu era. Se oy un grito sbito, spero y silbante, y despus el chasquido de huesos. Sus ojos atravesaron la oscuridad y distinguieron un gato negro, largo y bajo, alejndose lenta y sigilosamente con una presa en la boca. Un murcilago nervioso pas sobre su cabeza, rechinando en su vuelo. Dnde estar ahora?, se pregunt Elizabeth. Estar volviendo a su casa y su barba se agitar con el viento. Cuando llegue, estar agotado. Y aqu estoy yo, descansando, sin hacer nada. Le est bien empleado. Oy el sonido de una concertina, acercndose desde el otro extremo del pueblo, donde estaba la cantina. Cuando se encontraba cerca, se le uni una voz, dulce y triste como un suspiro de agotamiento. Las muchachas de Maxwellton son hermosas... Dos figuras tambaleantes pasaban por delante de la casa. Alto! No tocas bien la msica. Dejad vuestras malditas melodas mejicanas. Otra vez!, ahora Las muchachas de Maxwellton son hermosas, otra vez mal. Los hombres callaron. Ojal supiera tocar la concertina. Si quiere intentarlo, seor. Intentarlo? Diantre! Ya lo he intentado. Parece que eructa cuando la toco. Se detuvo. Quiere que lo intentemos una vez ms, seor, la cancin de Maxwellton? Uno de los hombres se acerc a la verja. Elizabeth vio que miraba a su ventana. Baja le pidi. Por favor, baja. Elizabeth permaneca sentada, sin atreverse a mover. Mandar al cholo a su casa. Seor!, yo no soy cholo!

  • Mandar a este caballero a su casa, si bajas. Estoy solo. No grit Elizabeth. Su voz la sobresalt. Si bajas te cantar una cancin. Escucha cmo canto. Pancho, toca Sobre las olas. Su voz inund el aire como oro volatilizado, una voz preada de una melancola deliciosa. La cancin acababa tan suavemente que Elizabeth se asom para escuchar el final. Bajars ahora? Te espero. Elizabeth tembl violentamente y empinndose, baj la ventana, pero a travs del cristal segua llegando la voz. No quiere bajar, Pancho. Qu tal la casa de al lado? Gente vieja, seor. Cerca de ochenta aos. Y la otra? S, quiz una nia, de trece aos. Bueno, lo intentaremos con la jovencita de trece aos. Ahora, Las muchachas de Maxwellton son hermosas. Elizabeth se haba metido bajo las sbanas y tena escalofros de miedo. Hubiera bajado, se dijo con tristeza. Me temo que si me lo hubiera pedido otra vez, hubiera bajado.

  • CAPITULO 8 JOSEPH dej pasar dos semanas antes de visitar de nuevo a Elizabeth. Se acercaba el otoo brumoso, tiendo de gris el cielo con nieblas altas. Cada da, enormes nubes de algodn procedentes del ocano surcaban como buques exploradores el cielo. Se sentaban un rato en las cumbres y despus volvan al mar. Los mirlos de alas rojas formaban en escuadrones y hacan maniobras en los campos. Las palomas, a las que no se vea ni en la primavera ni en el verano, salan de su escondite, y se agrupaban en las vallas o en los rboles muertos. El sol, al salir y al ponerse, apareca rojo tras el velo del aire otoal. Burton haba partido, llevndose a su mujer, para asistir a una concentracin en Pacific Grove. Thomas coment con irona: Se est comiendo a Dios igual que un oso se atiborra de carne antes del invierno. Thomas se senta triste ante la llegada del invierno. Pareca temer la poca de lluvias y vientos durante la cual no podra encontrar cuevas en las que entrar a gatas. Los nios del rancho empezaron a considerar que la Navidad estaba lo suficientemente cercana para comenzar a hablar de ella. Hacan preguntas cautelosas a Rama respecto al tipo de conducta ms del agrado de los santos del solsticio y Rama sacaba el mximo partido de su preocupacin. Benjy perda la salud lentamente. Su joven esposa no lograba entender por qu nadie le prestaba atencin. Haba poco trabajo en el rancho. La alta hierba seca de las estribaciones montaosas era suficientemente espesa para alimentar el ganado durante todo el invierno. Los establos estaban repletos de heno para los caballos. Joseph pasaba largos ratos pensando en Elizabeth. Recordaba cmo se sentaba, con los pies juntos y la cabeza tan erguida, que pareca que lo nico que le impeda echar a volar era estar unida al cuerpo. Un da se le acerc Juanito y se sent a su lado. Quiz tenga esposa antes de que llegue la primavera, Juanito le comunic Joseph. En mi casa, viviendo aqu. Tocara una campanita a la hora de la cena. Le comprara una campanita de

  • plata. Supongo que te gustar or una campanita as, Juanito, llamando para la cena. Y Juanito, honrado por esta confidencia, revel su propio secreto. Yo tambin, seor. Esposa, Juanito?, tambin t? S, seor, Alicia Garca. Tienen un documento que prueba que su abuelo era castellano. Hombre!, me alegro de ello, Juanito. Te ayudaremos a construir una casa, aqu, y as no tendrs que venir ms a caballo. Vivirs aqu. Juanito solt una risita tonta de felicidad. Colgar una campana en el porche, seor, pero yo pondr un cencerro. No estara bien or su campana, seor, y presentarme a cenar. Joseph ech hacia atrs su cabeza y mir sonriendo las ramas retorcidas del rbol. Varias veces le haba venido a la cabeza la idea de susurrar al rbol todo lo relacionado con Elizabeth, pero un sentimiento de vergenza ante una accin tan tonta se lo haba impedido. Voy a ir a la ciudad pasado maana, Juanito. Me imagino que querrs venir conmigo. Oh, s, seor. Me sentar en el pescante y as podr decir: ste es mi conductor. Es bueno con los caballos. Yo nunca conduzco. Joseph ri con ganas ante la ocurrencia del chico. Seguro que te gustara que yo hiciera lo mismo contigo. Oh, no, seor, no, no! Saldremos temprano, Juanito. Necesitas un traje nuevo para una ocasin como sta. Juanito lo mir con la incredulidad pintada en sus ojos. Un traje, seor? No sirve el pantaln de faena? Un traje con chaqueta? Claro, con chaqueta y un chaleco y, como regalo de boda, un reloj de bolsillo para el chaleco. Era demasiado. Seor dijo Juanito, tengo que arreglar una cincha y se alej en direccin al granero. Tena que pensar mucho en el traje

  • y en el reloj de bolsillo. El modo de llevar tal indumentaria requera consideracin y algo de prctica. Joseph se apoy en el rbol y lentamente se borr la sonrisa de sus labios. Volvi a mirar las ramas. Un grupo de avispas haba hecho un botn en una rama, justo encima de su cabeza, y preparaba su nido, que pareca de papel, alrededor. Vino a su memoria el claro circular entre ios pinos del bosque. Recordaba cada detalle, la roca curiosamente vestida de musgo, la oscura cueva ribeteada por helchos y la silenciosa corriente cristalina que brotaba de ella para alejarse rpidamente. Vea cmo creca el berro en el agua y cmo se movan sus hojas en la corriente. Sinti un deseo repentino de volver a aquel lugar, de sentarse junto a la roca y tocar el musgo suave. Es un lugar al que escapar, lejos del dolor, de la pena, del desengao o del miedo, pens. Pero ahora no tengo tal necesidad. No tengo que escapar de ninguna de estas cosas. No obstante, conviene que recuerde este lugar. Si en alguna ocasin necesito librarme de algo que me atormente, ir ah. Record lo altos que eran los troncos y cmo incluso la paz era algo tangible en aquel lugar. Tengo que mirar dentro de la cueva para descubrir dnde est el manantial. Juanito pas todo el da siguiente trabajando con el arns, los dos caballos bayos del tiro y el carruaje. Lav y puli, freg y cepill. Despus, temiendo que no haba logrado todo el brillo posible, repiti toda la op