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16/02/12 Son realmente nuestras las Malvinas? - 14.02.2012 -
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El Gobierno acaba de convocar a la unidad nacional por las
Malvinas. Afortunadamente, en
tren de paz. Pero es imposible no recordar la convocatoria,
treinta aos atrs, a una
"unin sagrada" similar, que no apela al debate y los acuerdos
sino al liderazgo autoritario
y a la comunidad de sentimientos. Otra vez, los argentinos se
ven en la disyuntiva de
aceptarla o ser acusados de falta de patriotismo.
En este re i al hay algo profundamente preocupante. El 15 de
junio de 1982 -en rigor, la fecha ms
adecuada para conmemorar estos desdichados sucesos- hubo un
amplio consenso para repudiar a
los militares. La derrota abri las puertas a la recuperacin
democrtica, y nadie quiso indagar mucho
sobre los trminos del consenso. Creo que todos decidimos
postergar la cuestin, pero como ocurre
en estos casos, hay un momento en que hay que saldar las
cuentas. En 1982 hubo quienes
reprocharon a los militares el haber ido a la guerra. Pero la
mayora solo les reproch el haberla
perdido. La mayora aclamante reunida el 2 de abril probablemente
habra estado muy satisfecha con
un triunfo, cuyas consecuencias no es necesario explicitar. Creo
que el nimo mayoritario no ha
cambiado.
La conviccin de que la Argentina tiene derechos incuestionables
sobre esa tierra irredenta est
slidamente arraigada en el sentido com n y en los sentimientos.
No es fcil animarse a cuestionarlos
p blicamente. Malvinas es una de las claves del nacionalismo,
una tradicin poltica y cultural que a lo
largo del siglo XX fue amalgamando diversas corrientes. Hubo un
nacionalismo racial: hasta hace poco
en los libros de geografa se deca que la poblacin argentina era
predominantemente blanca.
Tambin hubo un nacionalismo religioso: la Iglesia sostuvo que la
Argentina era una "nacin catlica",
y coloc al resto en un limbo de metecos. Hay un nacionalismo
cultural, eterno buscador de un "ser
nacional" que exprese nuestra "identidad". Y hay un nacionalismo
poltico: el yrigoyenismo en su
momento, y el peronismo luego, se presentaron como la expresin
de la nacin.
Todas esas versiones, que buscan la unanimidad nacional, estn
llenas de contradicciones y aporas:
en el pas hay demasiados morenos, judos, borgeanos o no
peronistas, que desmienten la
unanimidad. Lo que las conjuga en un territorio que es el sostn
ltimo de la argentinidad. Se supone
que las bases de una nacin deben estar ms all de las
contingencias de la historia. Por eso,
nuestro territorio fue siempre argentino, quiz desde la Creacin,
y todo quien lo habit fue argentino.
Incluso los aborgenes, que desde hace diez mil aos ya se
ubicaban a un lado u otro de las
fronteras.
Base de nuestra nacionalidad, el territorio es intangible, y la
amenaza sobre su porcin ms pequea
conmueve toda la certeza. All reside el callejn sin salida de
Malvinas. Pocos argentinos las conocen.
Pocos podran decir que les afecta en su vida personal. Pero la
"hermanita perdida" est enclavada
en el centro mismo del complejo nacionalista. La argentinidad de
las Malvinas, menos alegada en el
Martes 14 de febrero de 2012 | Publicado en edicin impresa
Dos miradas sobre un conflicto que sigue perturbando a los
argentinos
Son realmente nuestras las Malvinas?
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACION
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siglo XIX, ha sido afirmada en el siglo XX en todos los mbitos,
comenzando por la escuela. Las islas
irredentas estn incluidas en todas las versiones del
nacionalismo. Cualquier accin destinada a
establecer el dominio argentino ser celebrada o al menos
aprobada. Muchos critican algunas
consecuencias de esa idea, particularmente el militarismo. Pero
no basta. Es necesario revisar las
premisas, si no queremos repetir las conductas, como parece que
estamos a punto de hacerlo.
Es cierto que la Argentina tiene sobre Malvinas derechos
legtimos para esgrimirlos en una mesa de
negociaciones con Gran Bretaa. Pero no son derechos absolutos e
incuestionables. Se basan en
premisas no compartidas por todos. Del otro lado argumentan a
partir de otras premisas. Si creemos
en el valor de la discusin, debemos escucharlas. El argumento
territorial que esgrimimos se basa en
razones geogrficas e histricas. Las primeras se expresan en un
mapa de la Argentina; lo hemos
dibujado tantas veces en la escuela que terminamos por creer que
era la realidad. Muy pronto nos
llevaremos una sorpresa, cuando descubramos que son muchos los
aspirantes a la soberana sobre
nuestro Sector Antrtico. En cuanto a Malvinas, debemos
enterarnos de que nuestras ideas sobre la
Plataforma Submarina y el Mar Epicontinental, que tan
convenientemente se extienden hasta
incluirlas, no son compartidas por muchos.
En cuanto a la historia, los derechos sobre Malvinas se afirman
en su pertenencia al imperio espaol.
Pero hasta el siglo XIX los territorios no tenan nacionalidad;
pertenecan a los reyes y las dinastas y
en cada tratado de paz se intercambiaban como figuritas. Antes
de 1810, Malvinas cambi varias
veces de manos, como Colonia del Sacramento -finalmente
uruguaya- o las Misiones, que en buena
parte quedaron en Brasil. Sobre esta base colonial se puede
construir un buen argumento, pero no
un derecho absoluto e inalienable.
Luego de 1810, lo que sera el Estado argentino prest una
distrada atencin a esas islas, que los
ingleses ocuparon por la fuerza en 1833. De esa ocupacin qued
una poblacin, un pueblo, que la
habita de manera continua desde entonces: los isleos o falklande
, incluidos en la comunidad
britnica. En ese sentido, Malvinas no constituye un caso
colonial clsico, del estilo de India, Indochina
o Argelia, donde la reivindicacin colonial vino de la mano de la
autodeterminacin de los pueblos. En
Malvinas nunca hubo una poblacin argentina, vencida y sometida.
Quienes viven en ella, los
falklande , no quieren ser liberados por la Argentina.
Me resulta difcil pensar en una solucin para Malvinas que no se
base en la voluntad de sus
habitantes, que viven all desde hace casi dos siglos. Es
imposible no tenerlos en cuenta, como lo
hace el gobierno argentino. Supongamos que hubiramos ganado la
guerra, que habramos hecho
con los isleos? Quiz los habramos deportado. O encerrado en un
campo de concentracin. Quiz
habramos pensado en alguna solucin definitiva. Plantear esas
ideas extremas -creemos que lejanas
de cualquier intencin- permite mostrar con claridad los trminos
del problema.
Podemos obligar a Gran Bretaa a negociar. Y hasta convencerlos.
Pero no habr solucin argentina
a la cuestin de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser
argentinos e ingresen voluntariamente
como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la
posibilidad de que no quieran hacerlo.
Porque el Estado que existe en nuestra Constitucin remite a un
contrato, libremente aceptado, y no a
una imposicin de la geografa o de la historia.
En tiempos prehistricos -se cuenta- los hombres elegan su
pareja, le daban un garrotazo y la
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llevaban a su casa. En etapas posteriores los matrimonios se
concertaban entre familias o Estados.
Hoy lo normal es una aceptacin mutua, y eventualmente el cortejo
por una de las partes. Hasta ahora
intentamos el matrimonio concertado, y probamos con el
garrotazo. No hemos logrado nada, salvo
alimentar un nacionalismo paranoico de infaustas consecuencias
en nuestra propia convivencia.
Queda la alternativa de cortejar a los falklande . Demostrarles
las ventajas de integrar el territorio
argentino. Estimularlos a que lo conozcan. Facilitarles nuestros
hospitales y universidades.
Seguramente a Gran Bretaa le ser cada vez ms difcil competir en
esos terrenos. Durante varias
dcadas, la diplomacia argentina avanz por esos caminos. Haba
aviones, mdicos y maestros
argentinos al servicio de los isleos. Probablemente hubo
avances, en un cortejo necesariamente
largo. Pero en 1982 recurrimos al garrotazo. Destruimos lo hecho
en muchos aos. Creamos odio y
temor, perfectamente justificados. Perdimos las Malvinas. Y,
adems, perdimos a muchos argentinos.
Hoy debemos resignarnos a esperar que las heridas de los
falklande se cierren. Pero tambin
necesitamos un trabajo de introspeccin, para expurgar nuestro
imaginario del nacionalismo enfermizo
y construir un patriotismo compatible con la democracia
institucional. Si no lo hacemos, siempre
estaremos listos para el llamado a una "unin sagrada".
La Nacion
El autor es historiador. Es miembro del Club Pol tico
Argentino