14 -¡Oye! -grita el hombre sentado-. ¡Muéstrale a Oscar lo que te compraste! Guillermo, que va hacia el fondo del patio del conventillo, regresa. -¡Qué quieres que les muestre! -dice con un poco de desagrado. -Muéstrale s la Colt . Da un paso hacia el interior del cuarto, gira dando la espalda a los hombres y levanta un poco su chaqueta. En seguida saca del bolsillo trasero, que se ve como embarazado, una pistola color gris oscuro. Aparece como el cachorro de un animal insólito, un cachorro callado y serio; parece dormir, pero se teme que en cualquier momento pueda ladrar o rugir o morder con una terrible fuerza. Se da vuelta hacia adelante, la muestra, la guarda y se va. -Te espero en el cuarto -dice al marcharse. Echeverría, Cristián y Aniceto han enmudecido más aún, y Antonio Cabrera y El Chico Ansieta, aunque hacen como que trabajan, están también sorprendidos. Alberto y El Ronco cambian impresiones. -Va a tener que hacerse un cinturón. -Debe de ser muy pesada. -Además es incómodo llevarla en los bolsillos. Cuesta sacarla. ¿Y si uno se ve apurado? El otro lo puede acribillar a tiros. -¿Y tú te compraste otra igual? -No. Con el que tengo es bastante. -Muéstr alo a los amigos. Nadie, de entre los cinco hombres, comprende el porqué de todo aquello. ¿Qué va a sacar? Con un movimient o rápido, desenvuelto, como el de un torero, saca de alguna parte un revólver resplandeciente, que la luz venida del patio parece aislar, mostrándolo en toda su inquietante belleza. La pistola era, sin duda, impresionante, con su adustez y recogimiento; el revólver es como más distinguido y parece hasta más audaz, con su largo cañón y su negra empuñadura . Hay un nuevo silencio. Cristián, Aniceto y los demás zapateros miran, fascinados, aquella arma, inesperada en el cuarto de un conventillo y en manos de un hombre que no viste uniforme. No despegan los ojos del individuo y quizá esperan que haga algo más ostentoso, que saque una ametrallador a o
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-¡Oye! -grita el hombre sentado-. ¡Muéstrale a Oscarlo que te compraste!
Guillermo, que va hacia el fondo del patio delconventillo, regresa.
-¡Qué quieres que les muestre! -dice con un poco dedesagrado. -Muéstrales la Colt.
Da un paso hacia el interior del cuarto, gira dandola espalda a los hombres y levanta un poco su chaqueta. Enseguida saca del bolsillo trasero, que se ve como embarazado,una pistola color gris oscuro.
Aparece como el cachorro de un animal insólito, uncachorro callado y serio; parece dormir, pero se teme que en
cualquier momento pueda ladrar o rugir o morder con unaterrible fuerza. Se da vuelta hacia adelante, la muestra, laguarda y se va.
-Te espero en el cuarto -dice al marcharse.Echeverría, Cristián y Aniceto han enmudecido más
aún, y Antonio Cabrera y El Chico Ansieta, aunque hacencomo que trabajan, están también sorprendidos. Alberto y ElRonco cambian impresiones.
-Va a tener que hacerse un cinturón.-Debe de ser muy pesada.-Además es incómodo llevarla en los bolsillos. Cuesta
sacarla. ¿Y si uno se ve apurado? El otro lo puede acribillar atiros. -¿Y tú te compraste otra igual? -No. Con el que tengo esbastante. -Muéstralo a los amigos.
Nadie, de entre los cinco hombres, comprende elporqué de todo aquello. ¿Qué va a sacar? Con un movimiento
rápido, desenvuelto, como el de un torero, saca de algunaparte un revólver resplandeciente, que la luz venida del patioparece aislar, mostrándolo en toda su inquietante belleza.La pistola era, sin duda, impresionante, con su adustez yrecogimiento; el revólver es como más distinguido y parecehasta más audaz, con su largo cañón y su negra empuñadura.
Hay un nuevo silencio. Cristián, Aniceto y los demászapateros miran, fascinados, aquella arma, inesperada en elcuarto de un conventillo y en manos de un hombre que no visteuniforme. No despegan los ojos del individuo y quizá esperanque haga algo más ostentoso, que saque una ametralladora o
otro lado de la puerta, y repite la actitud, y puede verse cómosus miembros y sus músculos se mueven suavemente, sin larigidez de los atletas ni la torpeza de los sedentarios.
-Entra, siéntate -insinúa Oscar.Todos están pendientes de él desde el instante en
que, abandonando la ventana, se coloca en la puerta. Entra,busca un piso y se sienta. Se hace un poco más de claridaden la pieza, y el hombre, al sentarse, queda iluminado por elresplandor que viene del patio. El otro hombre permanece enla ventana, con la parte delantera del cuerpo sumida en unapenumbra que impide distinguir sus rasgos.
-Trabajando -murmura Alberto, después de mirar alos tres hombres-. Tachuelas, cueros, suelas, claite..., mugre.
Es una entonación entre irónica y despectiva.El hombre de la ventana ríe. El Ronco ríe también ocree que ríe.
-¡Qué! ¿Les pagaron? -pregunta.Alberto hace con la cabeza una señal airmativa.-Por eso vienen tan despreciativos -airma Oscar-.
¿Les costó?-Estuvimos cerca de una hora discutiendo y ya me
estaba dando rabia; no sé si le dio miedo, aunque no creoque a ese gallo se le pueda meter miedo. Por in, nos pagó loconvenido.
-Se escapó de la Guayana Francesa -informa El Ronco.-¿Quién se escapó de la Guayana Francesa? -pregunta
Echeverría, que ya no puede soportar tanto misterio. Señalaa Alberto:-¿El joven?
El Ronco vuelve a imitar una risa.-No -farfulla-. Este no ha salido nunca de Chile. Me
refería a Pepín. ¿Es francés? -pregunta a Alberto.-Francés. Dice que de Marsella- contesta Alberto.El misterio es más denso ahora. Los cinco hombres,
tres por lo menos, Echeverría, Cristián y Aniceto, escuchan laconversación como si se realizara en un idioma ideográico.¿Quién es Pepín y quiénes son estos dos recién llegados? ¿Porqué estuvo aquél en la Guayana Francesa, qué tienen que vercon él estos dos hombres, por qué no les pagaba y, además,
qué tienen que ver estos dos hombres con El Ronco?La penumbra de la ventana se aclara y la luz luye conmás fuerza hacia adentro, pero el hombre no entra al cuarto.
apaciguado. Pero Alfredo hace mucho ruido, el lacucho denalgas chupadas, tan alentado, parece creer que está en undesierto, y la mujer morena, ya con más conianza, le susurra,debajo de la ropa: “Préndales la luz.” “No.” “Si, préndala: nosreiremos.” “Cómo se le ocurre.” Por in, prende un fósforo.Alfredo, con los ojos desencajados, le grita:
Nada más. ¿Para qué? Suele decir algo a su hijo,pedirle algo, aunque rara vez:
-Pásame esa brocha. -Aquel tarro. -Lávame estepincel.
El silencio es tan continuo, tan cuidadosamentemantenido, que el dueño de casa se asusta y sube, despacito,
-¡Apaga la luz, mierda!Se le ha olvidado que le gusta la novela.La joven mujer morena ríe; después, dándose vuelta
hacia el muro, se duerme. Y debe llegar un momento..., elmomento no llega ni llegará esa noche, y Aniceto, con unamano sobre la cadera de la mujer, se duerme.
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a ver qué sucede, ¿estarán dormidos, lojeando, conversandoen voz baja, riéndose de él?, no, trabajan, y trabajan de irme.-Qué hubo. -Qué hubo. Un encio...-Va quedando bien, ¿no es cierto? -Si... ¿Le gusta el
color? -Mucho... Gris perla. -Eso pidió la señora.-Ya.-Hum...No hay más. El dueño de casa se acerca a la ventana
y mira, pero ha mirado tantas veces por esa ventana y portodas que ya no hay placer para él. Empujado por el silencio,se va y al irse procura no hacer ruido, pisa en las orillas de lospeldaños, ya que en el centro la escalera cruje; la casa vuelvea su mudez, Álvarez pinta, Aniceto también y el niño caminaen puntillas o mira.
-Qué hubo.-Qué hubo.“Qui hubo”.
En la tarde, cuando están por marcharse, el dueño decasa se acerca a Álvarez y le muestra un paraguas.
-Se ha echado a perder -dice-. Acaba de echarse aperder.
Muestra el mango, separado del cuerpo.-Se le salió la cacha y no sé cómo ponerla otra vez.Álvarez, que, aunque callado, es empeñoso e
industrioso, ve la perspectiva de ganarse unos centavos.
-¿Quiere que se lo arregle?-¿Sabe componer paraguas?-Vamos a ver.Se van y durante el trayecto hacia el centro Álvarez
examina, como un experto, el paraguas del dueño de casa:mira y remira, mete la cacha, entra, la saca, sale, vuelve amirar, piensa, mete la cacha, la saca. Al otro día, cuando elpatrón sube al segundo piso, Álvarez, en silencio, le entregala prenda. El dueño de casa toma el paraguas por el centro,luego, teniéndolo horizontal, lo abre, se abre, lo toma por la
Desapareció como llegó, en silencio, apurado oescondiéndose, y Aniceto se fue del mismo modo: en esebarrio no se podía andar sino así. Después buscó un tranvía,se bajó y tomó otro. Cuando llegó a su pieza supo que Voltairehabía sido detenido. La suerte le estaba pegando en el suelo.No comió y se acostó con la cara vuelta hacia el muro; detráshabía también una posibilidad para el hombre; la ventolera,f t l b í d ib b j Q é h b Q é h b
fuerte, lo barría de arriba abajo. Qué hubo... Qué hubo.¡Mamita! Camina, chiquillo de moledera. No tengo más queun cuchillo, pero lo mataré. ¡Qué fuerza tiene la mugre! ¡Y nose me venga a botar a insolente el carajo! Hay que digniicaral hombre. El hombre solo está jodido, compañero. ¿Tú creesque todo se ha arreglado? No, no se ha arreglado nada.