1 Sin Patrón. Fábricas y empresas recuperadas por sus trabajadores Lavaca Agencia (Acuña, Rosemberg, Gociol, Ciancaglini) Buenos Aires, Lavaca Editora, 2004 Prólogo: De Zanón a Irak El 19 de marzo de 2003, estábamos en el techo de la fábrica de Cerámica Zanón, filmando una entrevista con Cepillo. Él nos estaba mostrando cómo los obreros habían evitado un desalojo por parte de la policía defendiendo su fábrica autogestionada usando hondas y las bolitas de cerámica normalmente usadas para moler la arcilla patagónica y convertirla en materia prima para los cerámicos. Su puntería era notable. Era el mismo día en que comenzaban los bombardeos a Bagdad. Como periodistas, debíamos preguntarnos qué estábamos haciendo allí. ¿Qué posible relevancia podía tener esta fábrica en la punta más austral de nuestro continente, con su grupo de obreros radicalizados y sus historias de David y Goliat, cuando el apocalipsis mismo estaba lloviendo sobre Irak? Pero nosotros, al igual que tantos otros, habíamos viajado a Argentina buscando experimentar de primera mano la explosión de movilización social que siguió a la crisis de 2001, un conjunto de nuevos movimientos sociales de gran dinamismo, que no sólo criticaban con fervor el modelo económico que había destruido su país, sino que estaban rápidamente construyendo alternativas locales en medio de los escombros. Las respuestas populares a la crisis fueron variadas, desde asambleas barriales y clubes de trueque al resurgimiento de partidos de izquierda y movimientos masivos de desempleados; pero nosotros pasamos la mayor parte de nuestro año en Argentina junto a trabajadores de "empresas recuperadas". Sin casi ninguna repercusión mediática, los obreros de Argentina han respondido al crecimiento desenfrenado del desempleo y la fuga de capitales ocupando las empresas tradicionales que habían quebrado y reabriéndolas bajo una gestión democrática de los trabajadores. Es una idea antigua, recuperada y actualizada para
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Transcript
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Sin Patrón. Fábricas y empresas recuperadas por
sus trabajadores
Lavaca Agencia
(Acuña, Rosemberg, Gociol, Ciancaglini)
Buenos Aires, Lavaca Editora, 2004
Prólogo: De Zanón a Irak
El 19 de marzo de 2003, estábamos en el techo de la fábrica de
Cerámica Zanón, filmando una entrevista con Cepillo. Él nos estaba
mostrando cómo los obreros habían evitado un desalojo por parte
de la policía defendiendo su fábrica autogestionada usando hondas y
las bolitas de cerámica normalmente usadas para moler la arcilla
patagónica y convertirla en materia prima para los cerámicos. Su
puntería era notable. Era el mismo día en que comenzaban los
bombardeos a Bagdad.
Como periodistas, debíamos preguntarnos qué estábamos haciendo
allí. ¿Qué posible relevancia podía tener esta fábrica en la punta
más austral de nuestro continente, con su grupo de obreros
radicalizados y sus historias de David y Goliat, cuando el
apocalipsis mismo estaba lloviendo sobre Irak?
Pero nosotros, al igual que tantos otros, habíamos viajado a
Argentina buscando experimentar de primera mano la explosión de
movilización social que siguió a la crisis de 2001, un conjunto de
nuevos movimientos sociales de gran dinamismo, que no sólo
criticaban con fervor el modelo económico que había destruido su
país, sino que estaban rápidamente construyendo alternativas
locales en medio de los escombros.
Las respuestas populares a la crisis fueron variadas, desde asambleas
barriales y clubes de trueque al resurgimiento de partidos de izquierda
y movimientos masivos de desempleados; pero nosotros pasamos la
mayor parte de nuestro año en Argentina junto a trabajadores de
"empresas recuperadas". Sin casi ninguna repercusión mediática, los
obreros de Argentina han respondido al crecimiento desenfrenado del
desempleo y la fuga de capitales ocupando las empresas tradicionales
que habían quebrado y reabriéndolas bajo una gestión democrática de
los trabajadores. Es una idea antigua, recuperada y actualizada para
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una era nueva y brutal. Los principios son tan simples, tan
elementalmente justos, que parecen más obvios que extremistas
cuando son expresados por uno de los obreros del libro: "Formamos la
cooperativa con el criterio de salarios iguales, tomando las decisiones
básicas en asamblea; estamos en contra de la separación del trabajo
intelectual y manual, queremos puestos rotativos y, sobre todo, el
derecho de recambiar a nuestros representantes electos".
El movimiento de empresas recuperadas no es de una escala épica, se
trata de alrededor de 170 empresas, empleando unos 10.000
trabajadores. Pero seis años más tarde, al contrario de lo que ha
ocurrido con algunos de los otros movimientos novedosos del país, ha
sobrevivido y continúa acumulando fuerzas en medio de la
"recuperación" económica profundamente desigual. Su tenacidad
proviene de su pragmatismo: se traía de un movimiento basado en la
acción, no en las palabras. Y su acción definitoria, la de resucitar los
medios de producción bajo control obrero, no se agota en su potente
simbolismo. Está alimentando familias, reconstruyendo el orgullo
magullado, y abriendo una ventana de enormes posibilidades.
Al igual que varios otros movimientos sociales emergentes alrededor
del mundo, los obreros de las empresas recuperadas están
reescribiendo la manera tradicional en la que se supone que debe
ocurrir el cambio. En lugar de seguir un plan de diez pasos para la
Revolución, los obreros están adelantándose a la teoría, yendo
directamente al momento en que recuperan sus trabajos. En
Argentina, los teóricos corren por detrás de los obreros de estas
fábricas, tratando de analizar lo que ya se encuentra en plena y ruidosa
producción.
Estas luchas han tenido un impacto enorme en la imaginación de los
militantes sociales del globo (a esta altura hay muchas más tesis de
graduación idealistas sobre el fenómeno que empresas recuperadas).
Pero también hay un interés renovado en la autogestión desde
Melbourne a Durban y Nueva Orleáns.
Una vez dicho esto, el movimiento en Argentina es tanto un producto
de la globalización de alternativas como una de sus historias más
contagiosas. Los obreros argentinos tomaron prestado el eslogan
"Ocupar, Resistir, Producir" de uno de los movimientos sociales más
grandes de Latinoamérica, el MST (Movimiento Sin Tierra), en el que
más de un millón de personas han recuperado tierra en desuso para la
producción comunitaria. Un obrero nos dijo que lo que está haciendo
el movimiento en Argentina es "MST para las ciudades". En Sudáfrica
vimos a una persona en una marcha con una remera que resumía esta
nueva impaciencia aún más brevemente: "Basta de Pedir, Empecemos
a Tomar".
Pero aun con la similitud en los sentimientos que florecen en distintas
partes del mundo por las mismas razones, hay una necesidad urgente
de compartir estas historias y herramientas de resistencia de manera i
todavía más amplia. Por esta razón, este libro que tiene entre sus
manos es de tremenda importancia: es el primer retrato comprensivo
del famoso movimiento de empresas recuperadas de Argentina.
Su autor es el Colectivo lavaca, en sí una cooperativa de trabajo tal
como las que están aquí documentadas. Mientras estuvimos en
Argentina filmando nuestro documental, La Toma, nos cruzábamos
con miembros de lavaca donde fuera que nos llevaran las luchas de
los trabajadores: los cortes, la Legislatura, las calles, las plantas de
producción. Su periodismo es del más comprometido y sofisticado
que existe hoy en el mundo.
Y este libro es típico lavaca. Eso significa que comienza con un
montaje cinematográfico, un marco teórico descaradamente poético.
Luego, pasa a una escena de acción, con la información dura: los
nombres, las cifras y el modus operandi detrás del robo armado en
que consistió la crisis argentina. Con la escena ya presentada, el libro
hace luego un primer plano de algunas historias de lucha, contadas
casi íntegramente a través de los testimonios de los mismos obreros.
Este enfoque demuestra un profundo respeto hacia las voces de los
protagonistas, pero a la vez deja amplio espacio para las
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observaciones de los autores, al mismo tiempo lúdicas y mordaces.
En esta interacción entre las cooperativas que habitan el libro y la que
lo produjo, hay una cantidad de temas que merecen ser mencionados.
Ante todo, está la cuestión de la ideología. Este movimiento es
frustrante para algunos miembros de la izquierda que sienten que no
es claramente anti capitalista, aquellos que se escandalizan ante la
comodidad con la que existe dentro de la economía de mercado y ven
a la gestión obrera como una mera forma novedosa de la auto-
explotación. Otros ven al proyecto de cooperativismo, la forma legal
elegida por la gran mayoría de las empresas recuperadas, como una
capitulación en sí misma, insistiendo con que sólo la nacionalización
por parte del Estado puede llevar a la democracia obrera hacia un
proyecto socialista más amplio.
En las palabras de los obreros, y entre líneas, se pueden percibir estas
tensiones y la compleja relación entre las distintas luchas y los
partidos de izquierda argentinos. Los obreros del movimiento son en
general muy cautos respecto a verse cooptados por los objetivos
políticos de otros, pero al mismo tiempo no pueden darse el lujo de
rechazar ningún apoyo. Pero lo más interesante por lejos es observar
cómo los obreros de este movimiento resultan politizados por la lucha,
que comienza con el imperativo más básico: los trabajadores quieren
trabajar, para alimentar a sus familias. Pueden ver en este libro cómo
algunos de los más poderos líderes obreros de Argentina de hoy
descubrieron la solidaridad a lo largo de un sendero cuyo punto de
partida era esencialmente apolítico.
Pero así se piense que la carencia de una ideología rectora es una
trágica debilidad o una fortaleza novedosa, este libro precisa la
manera en que las empresas recuperadas desafían el ideal más caro al
capitalismo: la santidad de la propiedad privada.
La argumentación legal y política a favor del control obrero en la
Argentina no descansa solamente en los salarios impagos, las
ganancias evaporadas y las jubilaciones vaciadas. Los obreros
presentan una sofisticada defensa de su derecho moral a la propiedad
–en este caso, las máquinas y las instalaciones- basada no solamente
en lo que se les debe personalmente, sino en lo que se le debe a la
sociedad. Las empresas recuperadas se postulan como un remedio
explícito a todos los subsidios, la corrupción y otras formas de
subvención pública que los dueños disfrutaron durante el proceso de
llevar sus firmas a la quiebra y sus riquezas a los paraísos fiscales,
abandonando comunidades enteras al ocaso de la exclusión
económica.
Este argumento está, por supuesto, disponible para su uso inmediato
en Estados Unidos.
Pero esta historia es más profunda que la corrupción empresarial. Y
es aquí donde la experiencia argentina realmente tiene resonancias
con la de los norteamericanos. La explicación axiomática del colapso
de Argentina en la izquierda dice que fue un resultado directo de la
ortodoxia que el FMI impuso al país con tanto entusiasmo en los
neoliberales noventa. Lo que este libro clarifica es que en Argentina,
así como en la ocupación de Irak por Estados Unidos, todo ese
discurso sobre la eficiencia del sector privado consistió simplemente
en una pantalla para justificar una explosión de saqueo a escala
masiva por parte de un pequeño grupo de élites. La privatización, la
desregulación, la flexibilidad laboral: éstas fueron las herramientas
para facilitar una transferencia masiva de riqueza pública a manos
privadas, para no mencionar las deudas privadas con el monedero
público. Como accionistas de Enron, los empresarios que asoman en
estas páginas aprendieron la primera lección del capitalismo y se
detuvieron allí: la codicia es buena, y más codicia es mejor. Como
dice un obrero en el libro: "Hay tipos que se despiertan por la mañana
pensando en cómo jorobar a la gente, y otros que piensan, ¿cómo
vamos a reconstruir a esta Argentina que han despedazado?".
Y para responder a esta pregunta, pueden leer una poderosa historia de
transformación. Este libro toma como premisa esencial que el
capitalismo produce y distribuye no solamente bienes y servicios, sino
también identidades. Cuando el capital y sus especuladores buitres
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habían partido, lo que quedaba no era solamente empresas vacías, sino
un país entero vaciado y habitado por personas cuyas identidades –
como trabajadores- también les habían sido quitadas.
Como nos escribió uno de los organizadores del movimiento, "Se
necesita una enorme cantidad de trabajo para recuperar una empresa.
Pero el verdadero trabajo es el de recuperar al obrero, y esa es la tarea
que recién comenzamos".
El 17 de abril de 2003, estábamos en la Avenida Jujuy en Buenos
Aires, junto a las obreras de Brukman y una gran multitud de apoyo,
frente a una valla, detrás de la cual había un pequeño ejército de
policías custodiando la fábrica. Luego de un desalojo brutal, los
obreros se decidieron a volver a trabajar en sus máquinas de coser.
Ese día, en Washington DC, USAID anunció que había elegido a la
corporación Bechtel como principal contratista para la reconstrucción
de la arquitectura de Irak. El saqueo estaba por comenzar en serio,
tanto en Estados Unidos como en Irak. La crisis generada
intencionadamente estaba sirviendo de pantalla para la transferencia
de miles de millones de dólares públicos a un puñado de
corporaciones con buenos contactos políticos.
En Argentina ya habían visto esta película: el saqueo al por mayor de
los bienes públicos, la explosión del desempleo, el despedazamiento
del tejido social, las impactantes consecuencias humanas. Y 52
costureras estaban en la calle, apoyadas por otros miles, tratando de
recuperar lo que ya era suyo. Era, definitivamente, el lugar en el que
había que estar.
Avi Lewis y Naomi Klein
Trabajadores de otra clase.
Una hipótesis Durante dos largos años nos propusimos acompañar la recuperación de fábricas y empresa. A
muchos de sus trabajadores los hemos vistos desolados ante la persiana baja, desafiantes ante
la policía y eufóricos ante la expropiación. En cada uno de esos momentos observamos,
también, como eran mirados por los pocos que se acercaron: como victimas o héroes. Con su
derrota o su victoria anunciada por anticipado. Como testimonio de todo aquello que vimos,
compartimos esta hipótesis acerca de un proceso en permanente evolución.
En épocas favorables para los simuladores, la información encuentra
terreno fértil para disfrazar de opinión, intereses. El tráfico de noticias
se atora con el piquete de los lobbies y lo que se deja de ver sigue el
aritmético ritmo de la exclusión: hay más afuera que adentro de la
agenda mediática. Y lo poco que hay queda desfigurado.
Así nos pintan estos tiempos: perversos y crueles.
Y así son los medios que tenemos para comprenderlos: una píldora
para generar impotencia. Vemos todo lo que está mal. Y, cegados
por el horror, no quedan ni la energía ni la paciencia, necesarias
para la confianza.
Nomen est numen.
Nombrar es conocer.
Recuperar esta vieja máxima no se limita a repasar en voz alta los
nombres, sino también los conceptos, ópticas e historias que tejen
una realidad compleja y diversa.
Se trata entonces de no simplificarla.
Se trata de no señalar con el dedo lo que está bien o lo que está mal.
Ni siquiera de distinguir lo verdadero de lo efímero.
Se trata de nombrarlo todo, incluso lo aparentemente inútil.
Porque ése es el único poder de la información: convertir los hechos
en palabras.
Ésta es la historia de un cambio.
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Pero como todo pecado no deja una lección sino una penitencia,
eludimos los pronósticos.
El límite de toda predicción es lo que las personas somos capaces de
hacer.
No es el azar sino el coraje lo que torna el futuro impredecible.
De eso se trata esta historia y este cambio.
Producir un cambio es transformar un paradigma. Es un proceso
cuya intensidad no depende de la cantidad, sino de la constancia.
De la gota sobre la gota.
Si partimos, entonces, de entender al capitalismo no como un sistema
que produce y distribuye bienes de tal o cual manera, sino como un
productor y distribuidor de identidades, cada cambio estará marcado
por una transformación en los paradigmas que modifican las
perspectivas de esas identidades. Pero ¿cómo detectarlos?
Adam Smith1 identificó uno: la riqueza de una nación depende
exclusivamente de la destreza del trabajo y la proporción entre el
número de trabajadores, útiles e inútiles.
Marx señaló el definitorio: la propiedad de los medios de producción.
Para cualquiera de ellos, los modos de producción de una sociedad
constituyeron el principio axial de sus teorías.
Hoy son relatos históricos que nos permiten reconstruir los cimientos
del capitalismo industrial. Sin embargo, los cambios que registraron
no fueron evidentes hasta que lo fueron. Es decir, de los viejos
maestros lo primero que podemos aprender es que no hay ninguna
seguridad de que las nuevas ideas, valores o procesos sean
genuinamente decisivos en la historia social2.
Hasta que lo son.
La división clásica de la economía determinaba hasta hace
relativamente poco tiempo la existencia de tres sectores: primarios
1 Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones, Perfil Libros. 2 Bell. Daniel, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial.
(agricultura y ganadería), secundarios (industrias) y terciarios
(servicios). Lo cual originaba, de acuerdo al grado de desarrollo de
cada uno, una correspondiente pirámide social, con sus diferentes
clases e identidades. El conjunto formaba un mismo cuerpo
económico y una misma organización social: el Estado-nación.
El capitalismo global rompió estos moldes y con ellos, las
implicancias políticas y culturales que de esta estructura derivaban.
Clavó la estaca en el pecho de las burguesías locales, descuartizó la
división de tareas desparramando los pedazos a lo ancho y largo del
mapa y con ello asesinó todos los sistemas teóricos de sostén y
oposición al capitalismo industrial.
Tal como describe Zygmunt Bauman3, "Henry Ford dependía de sus
trabajadores para conservar su poder y sus riquezas, tanto como
éstos lo necesitaban a él para ganarse su sustento. Esta perspectiva
les permitía percibir sus relaciones como un conflicto de intereses".
Eran los tiempos del capitalismo sólido, siguiendo la definición de
Bauman, donde el Estado-nación representaba el escenario principal
donde se librarían esos conflictos.
Hacia fines del siglo XX la escena se complicó, como en esos video
games en donde los diferentes niveles de juego imponen
dificultades cada vez mayores. "El poder normativo de los Estados-
nación fue socavado casi por completo. Las empresas (y
particularmente las grandes empresas, las que verdaderamente
importan cuando se trata de equilibrar las cuentas del Estado y
asegurar la vida de sus sujetos) apostaron, y con éxito, a
independizarse del ámbito de la soberanía estatal. Los cimientos
económicos de la supervivencia y el bienestar humanos son hoy día
políticamente extraterritoriales, como solían ser hace dos siglos, en
el umbral de la modernidad, cuando las empresas comerciales
lograron escapar de la estrecha supervisión ética de la comunidad
3 Bauman, Zygmunt, La sociedad sitiada, Fondo de Cultura Económica.
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local hacia una tierra de nadie, en la que el nexo del dinero era el
único lazo social y la competencia feroz la única ley"4.
El escritor uruguayo Raúl Zibechi5 lo resume así: “La razón de ser del
capitalismo es la acumulación, proceso que termina produciendo
excedentes de capital y de mano de obra. Estos excedentes impiden o
dificultan la continuidad del proceso de acumulación y sólo pueden
resolverse mediante la destrucción o degradación del trabajo y el
traslado de capital a otras áreas o regiones para evitar su devaluación.
(...) Nada de esto es nuevo. Sin embargo, como señala David Harvey
en El nuevo imperialismo, los anteriores equilibrios del capitalismo se
han roto a favor de las viejas formas de acumulación, que reaparecen
bajo nuevas modalidades a las que denomina ‘acumulación mediante
desposesión'6. Se trata de modos similares a los que Marx llamó
‘acumulación originaria' de capital y que nunca fue abandonada por
la burguesía, pero que parece ser un sello distintivo del capitalismo
en su período de decadencia".
Esto es lo que Bauman denomina modernidad líquida y significa,
nada menos, que el regreso a las más brutales y primitivas
condiciones de producción.
Para los sistemas teóricos que analizaron el capitalismo industrial, el
trabajo determinaba la clase social de pertenencia, pero también la
potencia de cambio y el calibre de los conflictos, entre otras cosas.
La globalización destruyó la interacción de estas fuerzas hasta
reducirlas a lo que esencialmente eran: meras relaciones de
explotación.
En primer lugar –y sólo para priorizar lo que nos interesa para esta
historia- el trabajo asalariado se convirtió en trabajo flexibilizado o
basura, creando así una nueva categoría social. Una no clase. No
4 Ídem.
5 Zibechi, Raúl, El nuevo imperialismo y América Latina, www.lavaca.org
6 Harvey, David, El nuevo imperialismo, Akal.
hay derechos ni posibilidad de conquistarlos cuando de lo que se
trata, día a día, es de garantizar la mera subsistencia.
La fotografía de la extinción del tradicional proletariado industrial la
escribió, palabra por palabra, Pierre Bourdieu y un equipo de
sociólogos. La llamó La miseria del mundo y en su afán por registrar
la “profunda desintegración del orden industrial y, por consiguiente,
del orden social” entrevistó a quienes estaban a punto de convertirse
en piezas del museo social. Es el relato de “toda la distancia que
separa al proletario –aun venido a menos o en decadencia, con
ingresos reducidos pero regulares, sus cuentas en regla, su futuro
pese a todo relativamente asegurado- del obrero al que la caída en la
desocupación, sin protecciones ni garantías, remite a la condición de
sub-proletariado, desamparado, desorganizado, obsesionado por la
preocupación de vivir, mal que bien, al día, entre los alquileres
impagos y las deudas impagables”7.
El desempleo –es decir, el no trabajo- se convirtió así en una nueva
categoría social, pero también en una alternativa.
El territorio de la exclusión del mercado laboral y, con ello, de las
identidades de clase, es tan ancho, profundo y vasto que se
transforma así en otro mundo.
Un universo paralelo que necesita crear, con nada, todo lo que le es
negado.
Harvey Brooks8 definió la palabra tecnología como “la utilización
del conocimiento científico para especificar las formas de hacer
cosas de manera reproducible”. Aplicando su mismo punto de
vista, los trabajadores desocupados fueron los responsables de
crear una tecnología social que aquí se trata de nombrar, sin
jerarquizar los componentes, sino la totalidad de la fórmula.
7 Bourdieu, Fierre, Lo miseria del mundo. Fondo de Cultura Económica.
8 Brooks, Harvey, Technology and the Ecological Crisis, 1971. Conferencia citada por
Daniel Bell en su libro El advenimiento de la sociedad post industrial.