a fiesta de San José, desde tiempo inmemorial, nos recuerda la Campaña del Día del Seminario y evoca nuestra gratitud y emoción contenida por el regalo que el Señor nos ofrece a través de la vida y el minis- terio de los sacerdotes de nuestra Diócesis. El sacerdote, aunque algunos no acierten a valo- rarlo adecuadamente, es sin duda un verdadero “valor ecológico” no sólo para la Iglesia sino también para el mundo. El sacerdote es un regalo, un verdadero don de Dios que nos colma con su GRACIA, repartiendo a manos llenas el “pan de la Palabra”, el “pan de la Eucaristía”, el “pan de la Misericordia”, el “pan de la Fraternidad”, el “pan de la Solidaridad”… Cuesta imaginar que algún día no muy lejano pudiera haber jóvenes que no se estremecieran ante tantos hombres y mujeres “hambrientos”, “sedientos”, “rotos”, “vacíos”, “deshabi- tados interiormente”… y se negaran a escuchar la voz de Dios que les invita per- sonalmente a ser su “cire- neo”, a cargar como Él con las miserias ajenas para que puedan sentirse y saberse realmente sanados, perdonados, amados y lle- nos plenamente de Dios. Esperamos que el lema y el cartel de la Campa- ña –donde la imagen de Cristo crucificado la conforma la fotografía de algunos seminaristas- favorezca el des- pertar vocacional en este año tan significativo en el que seremos anfitriones de tantos jóvenes que buscan en Cristo el sentido y la ple- nitud de su vida. ¡Dios sigue susci- tando en cada comunidad cristiana, colegio, movi- miento, cofradía o grupo apostólico sacerdotes que sean capaces de ofrecer su propia vida para hacer creíble a Dios en el mundo! ¡Bastaría con sólo descubrirlos e invitarles…! Gracias, de ante- mano a las familias, cate- quistas, educadores, ani- madores juveniles, consa- grados, sacerdotes…, por servir de mediación cualifi- cada para despertar, acompañar y discernir la vocación de aquellos que el Señor ha elegido a su servicio y hacerles descu- brir y valorar el don inmen- so que tal elección supone para la edificación de la Iglesia. De 2º Domingo de Cuaresma año XVI · número 849 · 20/3/2011 interés ara ayudarnos a comprender y a vivir este tiempo de Cuaresma, la liturgia nos propone la lectura del Evan- gelio que nos relata el episodio de la Transfiguración. Los evangelios sitúan la Transfiguración de Jesús (Mateo 17, 1-9) en un momento decisivo de su vida. Jesús acaba de ser reconocido como Mesías por sus discípulos (Mateo 16, 13-20). Ante la pregunta de Jesús: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y, para que no haya dudas sobre la naturaleza de su ser de Mesías “desde entonces comenzó Jesús a manifes- tar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusa- lén para sufrir mucho de parte de los ancia- nos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resu- citar”. De esta forma Jesús vincula, y así se lo manifiesta a sus discípulos, su mesianismo con la figura del Siervo de Yahvé (Isaías 53). En este contexto, los evangelistas nos relatan que: “Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos”. Jesús, el Mesías, toma a tres testigos (Pedro, Santiago y Juan) para revelarles cómo se va a realizar su obra. Será glorifica- do, transfigurado, resucitado, pero previamente deberá “pasar” (Pascua) por el sufrimiento y la muerte. La transfigu- ración vendrá, vedlo y experimentadlo en este momento, pero como culminación de la Pasión y Muerte. Estos tres testigos de su Transfiguración serán los mismos que Jesús llevará consigo, no mucho tiempo después, para que tam- bién estén presentes en su agonía (Mateo 26, 37). Es como si Jesús quisiera robustecer su fe en Él, como Mesías, para que no se escandalicen ante su Pasión y Muerte, haciéndo- les experimentar previamente su Gloria, mediante su presen- cia en su Transfiguración: “Brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se le aparecie- ron Moisés y Elías hablando con Él”. La Ley (Moisés) y los Profetas (Elías) corroboran, con su presencia y conversa- ción, que Jesús es el Mesías, según había sido anunciado por la Ley y los Profetas. Y lo que la Ley y los Profetas habí- an anunciado es lo que Jesús explicará a aquellos dos dis- cípulos que iban camino de Emaús, después de su resurrec- ción: “¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entra- se en su gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lucas 24, 26-27). Los discípulos (y ¿quién no?), acogían con entusias- mo cualquier manifestación de la gloria de Jesús: “Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor ¡qué bien estamos aquí!”. Pedro, con su entusiasmo y espontaneidad, ya se había lanzado, unos días antes, a declararle Mesías, para, poco tiempo después, envalentonado quizá porque Jesús le había llamado “Piedra” sobre la que “edificaré mi Iglesia”, ante el anuncio de su Pasión, se pasa varios pueblos cuan- do “Tomándole (a Jesús) aparte se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios, Señor, que esto suce- da”. A lo que Jesús, con extraordinaria dureza, replicó:”Retírate de mí, Satanás, tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Mateo 16 22- 23). Lo que no impidió que Jesús, fiel a su pro- mesa de que Pedro sería, a pesar de todo, la “Piedra”, la “Roca”, invitara a este mismo Pedro, a quien acababa de llamar “Satanás”, a acompañarle en su Transfiguración. Alli “los cubrió una nube resplandecien- te, y salió de la nube una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi compla- cencia: escuchadle”. Recordemos que, casi palabra por palabra, esta misma voz se oyó con ocasión del Bautismo de Jesús: “Vió abrír- sele los cielos y al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía: ‘Este es mi hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias’” (Mateo 3, 16-17). La voz que le identificó como Mesías, Hijo de Dios, en su Bautismo, le vuelve a identificar en su Gloria, como preludio de su Resurrección. Y, en esta segunda ocasión, la voz añade; “Escuchadle”. Es decir, no desoigáis su mensaje. Seguidle, si queréis participar de su gloria. Jesús, prudente, en repetidas ocasiones prohíbe a sus discípulos que hablen de lo que han visto u oído. Así, tras la confesión de Pedro de que Jesús era el Mesías:”Ordenó a los discípulos que a nadie dijeren que Él era el Mesías”. (Mateo 16, 20). En este caso, sin duda, por- que la gente, sin descartar a sus propios discípulos, iba a interpretar de manera errónea su mesianismo, como mesia- nismo triunfante, político, liberador del yugo de Roma. Por las mismas razones, sin duda, al bajar del monte de la Trans- figuración “les mandó Jesús diciendo: No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Si Jesús se llevó a los tres para que fue- ran sus testigos en la Transfiguración, era porque también iban a ser sus testigos en su Agonía. Sólo de esta manera podrían soportarla y entenderla. La Agonía de Jesús culmi- na en la Transfiguración, en la Resurrección. No suprime el dolor, pero le da sentido. Este es el sentido de la Cuaresma en la perspectiva de la Pascua de Resurrección. San Miguel Arcángel La voz de la parroquia La Transfiguración P PORQUE NO SIENTES LAS COSAS DE DIOS, SINO LAS DE LOS HOMBRES A. O. aviso s DÍA DEL SEMINARIO 2011 L “ “ Conferencia Episcopal Española Todos los viernes de Cuaresma se ade- lanta el rezo del Rosario a las 18 h., para rezar el Vía Cru- cis a las 18:30 h. Los viernes son días de abstinencia. aviso 1 Tiempo de Cuaresma «El sacerdote es un don del corazón de Cristo: un don para la Iglesia y para el mundo» (Benedicto XVI, Ángelus 13.06.10). «El sacerdote, regalo de Dios para el mundo». Este es el lema que, parafraseando la frase de Benedicto XVI, anima la jornada del Día del Seminario de este año. El eslogan puede resultar algo manido, dado por descontado; una obviedad sobre la que no merece la pena detenerse. No obs- tante la posibilidad de esta inmediata impresión, quizá sea hoy más que nunca necesario afirmar que el sacerdote representa para el mundo una acción de Dios en la que se refleja su predilección amorosa por los hombres. Esta verdad, llamada a animar el ejercicio del ministerio e interiorizarse en quienes se preparan para recibir el sacramento del orden, exige su proclamación constante, sobre todo en un mundo que ni parece necesitar ni soli- cita este «regalo».
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van-gelio que nos relata el episodio de la Transfiguración.Los evangelios sitúan la Transfiguración de Jesús
(Mateo 17, 1-9) en un m
omento decisivo de su vida. Jesús
acaba de ser reconocido como M
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e esta forma Jesús vincula, y así se lo
manifiesta a sus discípulos, su m
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con la figura del Siervo de Yahvé (Isaías 53).
En este contexto, los evangelistas nos relatan
que: “Seis días después tom
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vestidos se volvieron blancos como la luz. Y
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por la Ley y los Profetas. Y
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se en su gloria? Y com
enzando por Moisés y por todos los
profetas les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las
Escrituras” (Lucas 24, 26-27).
Los discípulos (y ¿quién no?), acogían con entusias-m
o cualquier manifestación de la gloria de Jesús: “Tom
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Pedro la palabra, dijo a Jesús: S
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había lanzado, unos días antes, a declararle Mesías, para,
poco tiempo después, envalentonado quizá porque Jesús le
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ran sus testigos en la Transfiguración, era porque también
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a que la
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recorrer, que consiste no tanto en
una ley que ob
servar, sino la per-
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a de C
risto, a la que
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uecargue con su cruz cad
a día y m
esiga" (Lc 9,23). E
s decir, nos d
iceq
ue para llegar con É
l a la luz y ala alegría d
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el amor, d
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