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Lizardo Seiner. Medioambiente, recursos naturales y sociedad, pp. 63-92. En: El Perú
Republicano: 1821-2011. Lima, Fondo Editorial Universidad de Lima, 2012.
El territorio y la oferta de recursos naturales
En el capítulo I presentamos el proceso de establecimiento de fronteras llevado a cabo por el
Estado peruano desde inicios de la República y las modalidades que adoptó su apropiación a
través de la implementación de variados sistemas de transporte y comunicación. En el capítulo
II nuestro objetivo fue trazar la presencia humana en el territorio presentando su evolución
cuantitativa entre los siglos XIX y XX. Planteando entonces el gran escenario –la naturaleza- y
los actores –la población- decidimos destinar este tercer capítulo a la identificación de la oferta
de recursos naturales que contiene el territorio junto con la doble influencia que ejercen entre sí
la sociedad y la naturaleza; ello implica identificar la serie de fenómenos destructivos que por
siglos han provocado catástrofes como también el largo e irresponsable proceder de individuos
y grupos en la destrucción, a veces sistemática, de la megadiversidad.
Una oferta amplia de recursos: la megadiversidad
En la actualidad, el Perú está considerado entre los 17 países megadiversos del mundo
(Mittermeier 1997). La biodiversidad se entiende como la presencia de especies adaptadas a
diferentes hábitats distribuidos dentro de un territorio nacional; megadiversidad alude a una
cantidad excepcionalmente alta de estas. Formar parte de ese grupo fue resultado de la
identificación de un volumen significativo de especies; ello se produjo gracias a la información
proporcionada por los estudios desarrollados por las ciencias naturales desde mediados del
siglo XIX tanto desde la botánica como de la zoología. Balances hechos por científicos a
comienzos del siglo XXI arrojan resultados importantes con relación a la riqueza natural que
alberga el Perú; se reconoce que ocupa el primer lugar del mundo en determinados números de
especies; mariposas (3.000), aves (1.816) y orquídeas (4.000).
Además, sumada a esa oferta natural se comprueba la existencia de un proceso cultural de alta
significación social y económica, desarrollado en los últimos 8.000 años: el proceso de do-
mesticación de plantas y animales. De las cinco zonas mundo en las que se fue desarrollando
la actividad agrícola desde los 6000 a.C, los Andes peruanos se reconocen como aquella en la
que se encuentran 182 especies domesticadas, la más alta del mundo (Brack 2004: 17). Los
centros de domesticación dieron lugar al desarrollo de civilizaciones: tal fue el caso de China,
Mesopotamia o Mesoamérica. Pero en ninguno llegó a disponerse del alto número de especies
que se domesticaron en el Perú.
Sin embargo las especies no domesticadas, sean de flora o de fauna representan una cantidad
enormemente mayor que las domesticadas y la existencia de cada una es resultado de una
conjunción de factores naturales. ¿Cuáles son las condiciones físicas del territorio que han
posibilitado la existencia de tan vasta oferta natural? Primero, la latitud. Es aquella dimensión
espacial definida como la distancia de cualquier punto de la Tierra en relación con la línea
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ecuatorial. Es la primera variable explicativa de la megadiversidad. El Perú se encuentra
ubicado en una posición geográfica de baja latitud (entre los 002' y 1821' de latitud sur), con
gran parte de su territorio próximo a dicha línea y, por consiguiente, expuesto a una constante
irradiación solar. Junto a la alta incidencia de pluviosidad ambos elementos explican la
existencia de los bosques amazónicos, ecosistema que alberga más especies que cualquier
otro del mundo.
La presencia de la cordillera de los Andes y el mar también explican la vasta oferta natural del
territorio. Dispuesta de manera longitudinal, siguiendo una dirección norte-sur, la cordillera
muestra una visible variación altitudinal que afecta factores ambientales como la humedad y la
temperatura. Así, los Andes del sur presentan mayor altura que los del norte. Por su parte, el
mar peruano debería tener una temperatura alta si se considera el hecho de hallarse cerca de
la línea ecuatorial no obstante, es enfriado por acción de la Corriente Peruana la que corre
paralela a la línea costera desde Tacna hasta Piura e influye directamente tanto en la variedad
de especies marítimas como en los ecosistemas terrestres adyacentes, caracterizados, en
grandes áreas, por su aridez (Brack 2004: 16-17).
Si en la actualidad la megadiversidad del territorio peruano se explica sobre la base de la
conjunción de los tres factores indicados, ello es posible gracias al conocimiento acumulado por
las ciencias naturales en el Perú. Los avances de la cartografía para situar de modo más exacto
las coordenadas entre las que se encuentra nuestro territorio, las expediciones realizadas por
décadas a los largo de los Andes con el propósito de explorar y medir la altura de las montañas
que lo conforman, estudiando su relieve y los diversos tipos de paisaje que alberga hasta la
larga serie de observaciones y registros llevados a cabo por oceanógrafos peruanos y
extranjeros sobre las características del mar peruano todo nos conduce a reconocer que ello es
el resultado conjunto de esfuerzos provenientes de las ciencias naturales hechos desde varios
frentes.
Estas ciencias se cultivaron y propagaron en el Perú a través de diversos centros de enseñanza
e investigación y representan la expresión local de una parte de la tradición científica de
Occidente, incrementada y sistematizada entre los siglos XIX y XX. No obstante, no debe
perderse de vista que dicha tradición investigó un territorio que venía siendo observado y
estudiado por los propios pobladores nativos por varios miles de años. ¿Cómo fue percibido el
territorio en el pasado antes de la llegada de los colonizadores europeos? No hay mayor duda
en reconocer que la población andina tuvo un conocimiento exhaustivo de su hábitat más
inmediato. Cada ayllu debió tener control sobre los recursos disponibles en su entorno natural
más próximo; prueba de ello es el desarrollo de la domesticación de especies y la presencia de
grandes logros culturales como la cerámica, la textilería o la medicina, muchas veces con
tradiciones locales muy distintas entre sí. En cada uno de ellos, el uso de plantas, técnicas e
instrumentos se basó en el conocimiento de las propiedades de cada recurso natural. Con el
desarrollo del Estado inca desde mediados del siglo XV, se construyeron visiones de gran
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alcance sobre los diferentes ecosistemas del enorme territorio sobre el que ejercieron autoridad.
De no haber existido no podría explicarse, por ejemplo, la distribución que se hizo de las
distintas poblaciones con propósitos de colonización en ecosistemas distintos al de origen.
Sin embargo, una percepción más vasta del territorio recién fue gestándose desde mediados
del siglo XVI, cuando los colonizadores requirieron contar con una imagen amplia del lugar al
que habían arribado. La imagen de un territorio longitudinal y tripartito, en el que se distinguen
costa, sierra y selva, tal como los seguimos entendiendo grosso modo hasta la actualidad,
recién se configura a mediados del siglo XVI. Las siguientes líneas tienen el propósito de
ordenar la evolución preliminar de este proceso de comprensión territorial.
Entendiendo el territorio
Desde la llegada de la cultura occidental a los Andes en el siglo XVI, varios han sido los
esfuerzos por clasificar el territorio de acuerdo con sus principales características físicas. La
imagen inicial corresponde a la propuesta por el jesuita José de Acosta. Su Historia natural y
moral de las Indias (1590) ofrece la primera gran perspectiva de la riqueza natural americana
incidiendo en los casos que observó directamente en Perú y México. Su estadía en el Perú se
prolongó por más de una década visitando varias partes del virreinato y estudiando in situ
diversas especies, hecho que le confiere autoridad a sus observaciones. El territorio le suscitó
sorpresa, pues "[...] este pedaso de mundo que se llama Pirú es de más notable consideración
por tener propiedades muy estrañas y ser quasi excepción de tierras de Indias [...]”. Acosta
propuso la primera visión tripartita longitudinal del Perú en base a su experiencia de viajes por
el territorio; para éI, se pueden distinguir llanos, sierra y Andes, base de la futura denominación:
costa, sierra y selva (Acosta [1590] 1977, Lib.III, cap. 22:175-177). Pocas décadas después, ya
en el siglo XVII, otro jesuita, el padre Bernabé Cobo, publica su Historia del Nuevo Mundo
(1653), obra en la que también extiende sus observaciones a varias partes de América. Para el
Perú, sus estudios son relevantes pues se sostienen en una estadía de más de 50 años (Cobo
[1653] 1956).
A fines de la época virreinal, y a pesar de los avances realizados en diversas investigaciones
que giraron alrededor de la historia natural1, la imagen del territorio se mantuvo en su
concepción longitudinal y tripartita. En 1793, Hipólito Unanue publicó en su Guía del Perú, una
imagen del territorio que reflejaba dicha concepción y en la que, por ejemplo caracterizaba a la
costa como una región compuesta por "[...] arenales estériles y valles pequeños [...]” (Unanue
[1793] 1985, II); no obstante, adicionalmente, identificó las producciones características de cada
región y las sintetizó en la siguiente mención: "[...] Las producciones del Perú siguen la
naturaleza de sus diferentes climas. Los vinos, aceites y azúcares son los frutos más
apreciables de la costa; los maíces y trigos de las quebradas y la cascarilla y coca de las
1 Desde la antigüedad clásica, se conocía bajo la denominación Historia Natural a la disciplina que agrupaba diferentes campos
de conocimiento vinculados al estudio de la naturaleza, tales como la Botánica, Zoología o la Mineralogía. Desde mediados del siglo XIX se produce la diferenciación de los estudios en cada una de las ramas.
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montañas [...]” (Unanue [1793] 1985, III). Tampoco descuidó las diferencias de temperatura que
se observan entre ellas pues "[...] varía mucho su temperamento, aun baxo de una misma
latitud. El de los lugares altos es sumamente rígido [...] el de las quebradas imita el de la costa
que se puede medir por el de Lima [...]".
En lo esencial la imagen construida por Unanue es similar a la que él mismo publicara dos años
antes en el Mercurio Peruano, cuando hacía referencia a la existencia de "[...] arenales que se
extienden a lo largo de casi toda la costa [...]”, aunque precisando que también existían valles
muy ricos gracias al regadío. De la cordillera le llamaron la atención las lagunas y pampas
mientras la montaña –tal como se denominaba a la selva en ese entonces - de Chanchamayo,
Huánuco y Lamas "[...] son unos parages privilegiados de la naturaleza en quanto a la
portentosa lozanía y hermosura de sus producciones [...]”, aún poco explorada debido a una
población nativa hostil y la adversidad de un clima húmedo y cálido (Mercurio Peruano 1966
[1791], I: 2, 7).
Unanue publicó sus observaciones desde comienzos de la década de1790 y considerando su
novedad y exactitud junto al hecho de formar él mismo parte de una élite ilustrada que recibió la
confianza directa del Virrey, pueden considerarse como la imagen oficial con la que el Estado
virreinal visualizó su territorio. A las autoridades coloniales del Perú les interesaba proyectar
dicha imagen territorial formando parte de una unidad mayor: la Monarquía Universal Española.
También representaba un paso importante en la construcción misma de la identidad territorial
peruana, pues destacó los rasgos particulares de su geografía. Paso inicial del nacionalismo fue
la intención explícita formulada en la Idea general del Perú, a saber: "[...] hacer más conocido el
país que habitamos, este país contra el qual los autores extrangeros han publicado tantos
paralogismos [...]” (Mercurio Peruano 1966 [1791], I: 1).
Aun cuando el Mercurio no representó formalmente una publicación oficial, recibió
constantemente apoyo directo de parte del virrey Gil de Taboada. Ello se materializó
plenamente luego cuando le encomendó directamente a Unanue la redacción de la Guía de
forasteros, obra concebida para ofrecer una imagen real y práctica del país, sostenida en el
acopio de estadísticas y de observaciones directas hechas a lo largo del territorio y sostenidas
en los principios de la Ilustración. Por consiguiente, es a fines del siglo XVIII y a partir de la
conjunción entre poder y ciencia que se produjo la forja de la imagen del territorio heredada por
el Perú republicano.
La fuerza de la imagen tripartita del territorio, forjada en los siglos virreinales y heredada por la
República, se prolonga hasta el presente. En términos generales, fue el discurso geográfico
escolar el que se convirtió en el medio eficaz que hizo posible el mantenimiento de dicha
imagen. Junto con los aprendizajes básicos, el niño desarrolla en la escuela su primera
percepción espacial de gran magnitud, la de su país, del cual se siente parte y que le permitirá
establecer los primeros vínculos de pertenencia a una comunidad que se asienta y controla un
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espacio. No obstante, no debe dejar de reconocerse que la imagen tripartita no resultaba
plenamente satisfactoria para muchos científicos peruanos. Gracias a los aportes sucesivos de
muchos viajeros y naturalistas, sostenidos en largos recorridos por el territorio, la antigua
concepción tripartita se encuentra felizmente matizada en la actualidad y coexiste con otras más
modernas.
Si tres fueron las regiones identificadas por Unanue, cinco fueron las que consideró Raimondi.
Fue el científico que mejor estudió y comprendió el territorio peruano en el siglo XIX, resultado
de una larga estadía de 40 años, 20 de los cuales se dedicó a recorrerlo extensamente. En su
opinión "[...] el Perú puede subdividirse en cinco zonas distintas por su clima y producciones.
Estas zonas o regiones reciben el nombre de Costa, Sierra, Puna, Cordillera y Montaña [...]
cursiva nuestra (Raimondi 1878 2007: 368). Al igual que lo hecho por Unanue -aunque
sosteniendo sus opiniones en una experiencia de viaje más fructífera- Raimondi presentó los
rasgos de cada una de las regiones identificadas. Y como para demostrar el rol central de los
Andes en la configuración del territorio, la sierra de Unanue da paso en Raimondi a tres
regiones: sierra, puna y cordillera, diferenciadas entre sí por tres elementos: altura, clima y
recursos.
Profundizando la imagen de Unanue, Raimondi consignó puntualmente la altura sobre la que se
extiende cada región e incluso define los límites de cada una en base a la vegetación; para la
sierra indica que el límite superior, ubicado a 3.500 metros de altitud, lo establece el crecimiento
de la alfalfa, mientras que el inferior, a los 1.500, se define por la adaptación de la caña de
azúcar (Raimondi 1878 2007: 369).
Un esfuerzo mayor de sistematización fue el que emprendió Javier Pulgar Vidal desde la
década de 1930 con el propósito de distinguir las regiones. Basándose en el conocimiento tradi-
cional de la población nativa sobre el territorio y tomando distancia de la tripartición territorial
tradicional, decidió utilizar los mismos términos quechuas con el que esta entendía las visibles
diferencias altitudinales. Así registró ocho denominaciones que han tenido éxito en su
recepción, pues son materia de gran difusión en el nivel escolar: chala, yunga, quechua, suni,
puna, janca, rupa rupa y omagua (Pulgar Vidal 1996: 242, 272-273).
Cada una de las regiones se extiende dentro de un rango de altitud y alberga condiciones
propicias para el desarrollo de los "productos límite", de distribución escalonada y que se
producen hasta una determinada altitud. Aun cuando se trata de una propuesta relevante y
extendida, Pulgar Vidal recomendaba entender la interpenetración entre zonas como una
sección sinuosa para así evitar imaginar separaciones bruscas entre ellas; además, entrevió
que la existencia de las ocho regiones resulta innegable en la sección central mas no en otras;
por ejemplo no se advierte presencia de janca en los Andes del norte (Pulgar Vidal 1996: 31).
A fines del siglo XX se propuso una nueva forma de clasificación del territorio: la ecorregión.
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Desde la década de 1980 Antonio Brack con formación en ciencias naturales y lector de los
relatos de viaje de Raimondi por el Perú, propuso el concepto de ecorregiones, distinguiéndolas
sobre la base de la incidencia de factores como vegetación, pluviosidad, suelos y altitud, entre
otros. Así resultaron once ecorregiones, a saber: Mar frío, Mar tropical, Desierto del Pacífico,
Bosque seco ecuatorial, Bosque tropical del Pacífico, Serranía esteparia, Puna, Páramo, Selva
alta, Selva baja y Sabana de palmeras (Brack 2004: 23). La distribución de cada una de las
ecorregiones en el territorio no es uniforme. Si apreciamos el territorio desde una perspectiva
transversal de dirección oeste a este, la distribución de estas varía; en la sección sur (16 lat.
S), por ejemplo no existe selva baja mientras que el páramo y bosque seco solo se hallan en la
sección norte (5 30' lat. S). El concepto ecorregión representa la más moderna modalidad de
clasificación del territorio, etapa final de una larga tradición de clasificación del territorio que se
prolongó a lo largo de cuatro siglos.
Las regiones han servido de criterio de clasificación del territorio, concentrando de distintos
modos la diversidad de especies. Estas, a su vez, requieren dos recursos indispensables para
su crecimiento y supervivencia: agua y suelos.
La distribución del agua en el Perú
El agua dulce no es un recurso escaso en el Perú. El problema central se deriva de su desigual
distribución a lo largo de las tres regiones principales. La cuenca del Amazonas concentra una
disponibilidad de agua 30 veces mayor de la que en conjunto muestran las cuencas del Pacífico
y del Titicaca. Si tenemos en cuenta este hecho y lo comparamos con la concentración de
población en cada una de las regiones, se produce un fenómeno curioso: una relación
inversamente proporcional entre disponibilidad de agua y concentración demográfica, que se
aprecia en el siguiente gráfico.
Aunque la cuenca del Pacífico apenas concentra poco más del 2% del agua disponible, alberga
el 66% de la población, la mayor concentración demográfica regional. En este fenómeno se han
conjugado dos variables: la conformación misma del territorio y los desplazamientos de
población intensificados en la segunda mitad del siglo XX, que despoblaron la sierra, región que
tradicionalmente concentró la mayor densidad demográfica, hasta mediados del siglo XX.
El volumen de agua dulce disponible en el Perú asciende a 2.046.287 hectómetros cúbicos
anuales.2 La agricultura es la actividad económica que absorbe el mayor porcentaje, el cual
asciende al 80%, seguido del uso doméstico, con poco más del 12%. Luego se encuentra el
consumo industrial y minero, consecutivamente. Representan cuatro modalidades de uso del
agua agrupados bajo la categoría "uso consuntivo", diferenciándolo del denominado "uso no-
consuntivo", aquel porcentaje que se destina a la generación de energía eléctrica y que no se
materializa en un consumo efectivo del recurso (Autoridad Nacional del Agua b).
2 El hectómetro cúbico es una medida de capacidad equivalente a un millón de metros cúbicos.
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¿Qué utilización se da al 12% correspondiente a uso doméstico? Este porcentaje cubre las
necesidades cotidianas de la población, sea la higiene personal, la cocción de los alimentos o el
lavado de la ropa. A comienzos del siglo XXI el acceso al agua potable en el Perú se realiza a
través de servicios brindados por empresas privadas denominadas "prestadoras", establecidas
en varias ciudades del país y clasificadas sobre la base del número de conexiones instaladas. A
la cabeza se encuentra Sedapal, empresa que satisface la demanda de 1.100.000 conexiones
en Lima. Las demás se clasifican sobre la base del número de conexiones; 11 se clasifican
como grandes, pues tienen más de 40.000 conexiones, 21 son medianas y cubren más de
10.000, y 17 son pequeñas, por debajo de esta cifra.3 En el caso específico de la demanda de
las cinco ciudades más pobladas del Perú (Lima, Arequipa, Trujillo, Chiclayo y Piura incluyendo
provincias aledañas) es cubierta con la gestión de otras tantas empresas privadas reguladas
por el Estado a través de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento.
En Lima, parte del confort doméstico que existe en materia de distribución urbana de agua se
sostiene en una extensa red subterránea de tuberías que alcanza 11.308 kilómetros de
longitud, la más extensa del país, y de la cual el 6% está conformada por redes primarias. El
agua dulce se obtiene de distintas fuentes y requiere tratamiento antes de usarse. El proceso
de potabilización se sostiene en reservorios ubicados en distintas partes de la ciudad, los
cuales cuentan con una capacidad de almacenamiento de 326.000 metros cúbicos. Uno de
ellos es la planta de tratamiento de La Atarjea, la más importante y antigua de la capital, cuya
capacidad alcanza los 224.000 metros cúbicos, equivalente al 60% del total (Sedapal 2008:43).
Para un sector de la población cuyas necesidades de consumo doméstico de agua se hallan
debidamente satisfechas, pareciera perder muchas veces de vista las contingencias propias del
funcionamiento de un sistema complejo como es el de captación potabilización y distribución del
agua. Las fugas suelen representar la contingencia más frecuente del sistema y su detección
requiere una supervisión permanente por parte de las empresas prestadoras. La detección de
las contingencias representa una práctica indispensable y relevante pues evita la pérdida de un
caudal apreciable de agua: 225 litros por segundo.
Tratándose de un recurso escaso en una ciudad con las características ambientales de Lima,
rodeada de zonas áridas, la labor de detección no debe mantenerse solo en un plano técnico de
solución; debe incidir más bien en la acción de un usuario más informado y que se transforme
en actor responsable frente al uso de un recurso agotable, como es el agua potable en Lima.
No es una invocación superflua. Cuando cerca del 20% de la población carece de una conexión
domiciliaria de agua y un sector de ella no cuenta con una provisión constante durante el día
pues la recibe por horas o en volúmenes menores que los establecidos. No debe soslayarse el
hecho que el desarrollo de una cultura del agua en Lima representa una nueva dimensión de
3 La Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass) es un organismo público descentralizado, creado en el
2003 y adscrito a la PCM. Para las cifras mencionadas consúltese específicamente el documento “Ranking de desempeño de empresas prestadoras (2007)”: http://www.sunass.gob.pe/docuemntos/indicadores/bechmark/bech07.pdf
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ejercicio ciudadano.
Lima tiene la más baja disponibilidad de agua de América del Sur en comparación con otras
grandes ciudades de la región. Ordenadas de mayor a menor de acuerdo a su población, cuatro
megalópolis: Río de Janeiro (9 millones de habitantes), Lima (8 millones), Bogotá (6.500.000) y
Santiago (5.900.000) se encuentran emplazadas en lugares en los que existen enormes
diferencias en relación al acceso al agua. Si en el extremo superior se encuentra Río de Janeiro
con 1.170 milímetros cúbicos de precipitación anual -equivalente a más de un metro cúbico de
lluvia al año- en el extremo inferior de disponibilidad se halla Lima con apenas 9 milímetros
cúbicos al año; 800 son los que caen en Bogotá y 384 en Santiago. En cuanto a disponibilidad
de reservas, Río de Janeiro también encabeza la lista con 2.073 millones de metros cúbicos de
agua, seguida de Santiago (900) y Bogotá (800); cierra la lista Lima con apenas 282 millones, la
séptima parte de las que presenta el primero.
También son palpables las diferencias en cuanto a capacidad de producción de agua potable,
aspecto en el que los resultados desfavorecen a Lima, donde se producen 20 milímetros
cúbicos por segundo frente a los 24 de Santiago, 25 de Bogotá y 52 de Río de Janeiro (Sedapal
2007: 23). A partir de lo expuesto, no es difícil imaginar un escenario futuro en el que la
población mantenga las tendencias actuales de aumento constante mientras las reservas de
agua van disminuyendo a un ritmo acelerado. No es imprudente afirmar que la vulnerabilidad de
Lima aumentará significativamente en las próximas décadas en un ámbito no solo vital para la
cobertura de necesidades domésticas sino también comerciales e industriales.
Visualizar la vulnerabilidad de los escenarios futuros es parte de las responsabilidades técnicas
de las autoridades actuales. Previendo la escasez futura del agua, Sedapal tiene previsto
adelantar las obras del proyecto Huascacocha-Rímac, el cual prevé derivar 2,5 metros por
segundo desde la laguna al río, elevando la oferta disponible del recurso aun cuando ello no
implique llegar aún al nivel de otras ciudades sudamericanas. Las obras civiles demandarán,
entre otras, la construcción de una presa, un canal de 42 kilómetros de longitud y un túnel de
poco más de 3 kilómetros que atravesará la cordillera, constituyendo el más importante
proyecto actual de trasvase en la costa central peruana (Sedapal 2008: 51).
No será la primera vez que se apliquen en la costa peruana proyectos dirigidos a la derivación
de aguas desde la sierra. Desde mediados del siglo XIX se vio la necesidad de incrementar el
escaso caudal del Rímac aunque con propósitos esencialmente agrícolas, como los que planteó
Demetrio Olavegoya en 1853 o Dionisio Derteano en 1873 (Seiner 2002: 157).
¿Cuánta agua potable disponible hay en Lima? Se ha afirmado que Lima es la segunda ciudad
más poblada del mundo ubicada en un desierto, detrás de El Cairo. Lima debería ser
considerada además la más vulnerable del mundo entre las que albergan más población, pues
no hay comparación posible entre el caudal conducido por el Rímac frente al que exhibe el Nilo.
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Comprender el problema implica primero entender la geografía; Carlos Amat destacaba esta
dimensión cuando afirmaba que en el Perú la geografía manda (Amat 2006: 15), dando a
entender el modo como la topografía y el clima influyen en el comportamiento de la población.
Una de las características básicas de la geografía física del Perú la ofrece la cordillera de los
Andes. Debido a la altura a la que llegan decenas de montañas, superior a los 5.000 metros,
esta contiene extensas áreas de glaciares de las que se forman depósitos de agua, sean lagos
o lagunas, muchos de los cuales son el origen de los ríos que desembocan en el Pacífico,
formando a su paso valles que se extienden en dirección este-oeste. No debe perderse de vista
que esta densidad de glaciares es la más grande del mundo situada en zona tropical. Sin
embargo, actualmente se encuentra atravesando un dramático retroceso. El agua originada de
los deshielos glaciares fluye por una simple razón de gravedad, bien hacia la mencionada
vertiente occidental o Cuenca del Pacífico, o bien hacia la oriental, la que se reúne en la gran
cuenca del Atlántico, en la que el Amazonas representa el eje principal.
Por sus características, el Rímac es un río estacional que nace en la cordillera de los Andes y
conduce un caudal promedio de 30 metros cúbicos, de acuerdo a cifras del año 2007; en época
de crecida el caudal se eleva a 41 metros cúbicos debido a las intensas precipitaciones
ocurridas en su cuenca alta, lo que contrasta con los 23 metros cúbicos a los que apenas llega
en periodo de estiaje. Siendo esta la época en la que se reduce la oferta natural del río, las
autoridades han creado un sistema para compensar la oferta deficitaria de la cuenca fluvial del
Pacífico, captando aguas de la vertiente del Atlántico. En la actualidad, de los 282 millones de
metros cúbicos de capacidad de almacenamiento con que cuenta Lima el 56% (157 millones)
tiene su origen en la vertiente oriental, en las lagunas Antacoto y Marcapomacocha, mientras
que el 44% restante (125 millones) proviene de las de Yuracmayo y de las que se ubican en las
alturas de la localidad de Santa Eulalia, enclavada en la vertiente del Pacífico (Sedapal 2007:
44). La capacidad de almacenamiento del sistema nunca ha sido cubierta en su totalidad en los
últimos años; en el lapso transcurrido entre mayo del 2004 y abril del 2008, el caudal osciló
constantemente, descargándose 140 millones durante todo el periodo de estiaje equivalente a
la mitad de la capacidad máxima de almacenamiento (Sedapal 2008: 36).
A las fuentes superficiales generadoras de caudal se agrega el volumen aportado por las aguas
subterráneas, captadas en más de 300 pozos distribuidos por toda la ciudad de Lima. Sumando
ambas fuentes se alcanzan los 20 metros cúbicos por segundo de agua disponible. Las cifras
de potabilización son elocuentes. En el 2007 se trataron 650 millones de metros cúbicos de
agua potable en Lima; para el 2008, el volumen se había elevado a 658 millones. Y la tendencia
se mantendría al alza pues la población se sigue incrementando en la ciudad. Los cálculos
estiman que solo el 90% de la población limeña recibe los beneficios del agua potable a través
de los sistemas de distribución; ello se materializa en casi 1.100.000 conexiones. EI 92% son
domésticas; el resto industriales y comerciales. Para el 2008 estas se habían incrementado a
1.230.000 conexiones (Sedapal 2007: 27, 30-33; 2008: 42, 44). Aún se mantiene un déficit
hídrico urbano que no puede ser debidamente cubierto por la existencia de dificultades técnicas
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que se derivan de los emplazamientos elevados en los que se hallan algunos sectores de la
ciudad. No puede soslayarse el hecho de que la Asamblea General de las Naciones Unidas
reconoce el acceso universal al agua potable como un derecho humano (Organización de las
Naciones Unidas 2011: 2).
Presentar la dimensión material involucrada en el establecimiento y funcionamiento de una red
urbana de distribución de agua potable busca llamar la atención sobre la realidad de un proceso
tecnológico destinado a la obtención de un producto que satisface dimensiones vitales de
nuestra vida. La existencia de esa red sostiene un servicio vital por el que el usuario paga pero
del que tiene una idea difusa o inexistente sobre su funcionamiento. Conocerlo es el primer
paso para entenderlo y apreciarlo. Con ello podrían enmendarse conductas irresponsables en el
uso del recurso hídrico. La difusión de una cultura del agua arraigaría en la ciudadanía la
convicción de que un uso adecuado permitirá cubrir más eficazmente la demanda urbana
contemporánea y con ello la garantía de que estará disponible en condiciones óptimas y
cantidad suficiente para generaciones futuras. El caso de Lima es significativo por su magnitud
y esencialmente por tratarse de la mayor concentración urbana del país; sin embargo, ¿cuál es
la cobertura de agua potable en el resto del país?
Cifras del año 2005 establecían que la cobertura de agua potable a nivel nacional era de 83,7%.
No obstante, de acuerdo con la información proporcionada por dependencias técnicas del
Estado, ese mismo año de los 17,3 millones de habitantes comprendidos en el ámbito de
cobertura de las empresas prestadoras de servicios (EPS), 2.800.000 no tenían acceso al
servicio de agua potable (Sunass 2006: 11). Por consiguiente, con una población no atendida
por las EPS de más del 10%, sumado a las malas prácticas domésticas que derivan en
pérdidas sensibles de agua, se configura un escenario que sin llegar a los extremos de estrés
hídrico que se aprecian en África, requiere voluntad política y responsabilidad ciudadana
individual.
A fines del siglo XX, solo el 72% de la población peruana tenía acceso al agua potable a través
de una conexión domiciliaria. El 11% se encontraba dentro de la categoría "sin conexión
domiciliaria pero con fuente cercana”, lo que equivale a decir que empleaba una cantidad de
tiempo para acceder a dicha fuente, y luego conducir agua hasta su vivienda. Casi la quinta
parte, el 18% no cuenta con servicio alguno de distribución de agua. No obstante, no son
iguales los modos de acceso. En las zonas urbanas, el 85% de la población tenía conexión
domiciliaria, mientras que en las áreas rurales cerca del 36% de la población no contaba con el
servicio. En Lima metropolitana, el 91% de las personas gozaban de conexión domiciliaria;
menos de la mitad la tenía en la selva. Incluso entre aquellos que conforman el 72% que tenía
una conexión domiciliaria no presentaban la misma regularidad de acceso al recurso; el
promedio nacional era de 12.8 horas al día, lo cual significa que un porcentaje de personas
tienen oferta de agua apenas medio día (OPS 2001:9,14).
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El problema del agua en las sociedades contemporáneas no se limita a identificar únicamente
las características de su distribución urbana. La disponibilidad de agua dulce cubre las
necesidades derivadas de los cuatro usos consuntivos: demanda doméstica, agrícola, industrial
y minera. Como se aprecia en el gráfico 2, la agricultura absorbe las cuatro quintas partes de la
disponibilidad de agua dulce. Por consiguiente, si a nivel de consumo doméstico se reclama la
adopción entre los ciudadanos de una cultura del agua que asegure su uso responsable, tendrá
incluso un mayor impacto cuantitativo la adopción de prácticas de racionalización del riego por
parte de los agricultores.
Por otro lado, aunque el consumo conjunto de agua por parte de la minería y la industria no
excede el 8%, algunos científicos han observado la cantidad de agua que se emplea en el
desarrollo de diferentes procesos productivos. Un concepto importante y aún poco difundido es
el de huella hídrica; se trata de un indicador del volumen de uso de agua dulce por parte de un
individuo o una comunidad utilizado para producir bienes y servicios.
No es esta la ocasión para extendernos sobre los sistemas de captación, potabilización y
distribución del agua en las ciudades. Aún está pendiente una historia del acceso urbano al
agua en el Perú en la que se identifique el proceso a través del cual los centros urbanos
accedieron al agua potable y de qué manera ello contribuyó a echar las bases de una
“civilización de la higiene” (Csergo 1988: 11) en el país, visible desde fines del siglo XIX y
encarnada en el discurso de los médicos. Bien lo han afirmado los teóricos de la salubridad
pública: la relación entre acceso al agua y disminución de la o incidencia de enfermedades es
directa. Ello ya se evidenciaba en el discurso de la salud difundido por los médicos en el Perú a
mediados del siglo XIX. Sucesivos gobiernos republicanos alentaron el desarrollo de obras
públicas urbanas destinadas a instalar redes modernas de distribución de agua. En la década
de 1860 se instalaron en Lima cañerías de fierro que reemplazaron a las antiguas hechas en
cerámica que eran comunes desde el siglo XVI. A mediados de esa década ya se habían
instalado 21.000 varas, lo que equivaldría a siete kilómetros (Fuentes 1866: 521).
Aún habría que continuar con la identificación de otras etapas en las que se difunden otros
materiales para conducción del agua. Sin embarga más bien nos interesa identificar otros
aspectos igualmente relevantes. Es muy reciente el fenómeno de visibilización del problema del
agua, el cual forma parte de una política social dirigida a asegurar el acceso a la población de
menos recursos. Si bien ello ha alentado un intenso y saludable debate contemporáneo,
¿desde cuándo existe preocupación por el acceso al agua por parte del Estado?, ¿desde
cuándo se viene planteando como problema la rápida disminución de las fuentes de agua? El
planteamiento del problema viene de antiguo. El conocimiento de las fuentes subterráneas de
agua en los valles de la costa se inicia con los estudios del Cuerpo de Ingenieros de Minas y
Aguas desde1902, entidad que dependía del Ministerio de Fomento. Aun cuando el objetivo
principal de la labor del Cuerpo no era evidenciar un problema sí lo era identificar el recurso,
pues al comprobarse su disponibilidad ello alentaría la inmigración de colonos europeos
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dedicados a la agricultura en las pampas costeras (Seiner 2002).
Otras perspectivas mostraron interés por las fuentes de agua ubicadas en la sierra. En la
década de 1940 se inicia el estudio sistemático de los glaciares en el Callejón de Huaylas,
identificados como la fuente principal del caudal de los ríos que configuran las tres cuencas
hidrográficas del país (Carey 2010). Gracias a la creación del Instituto Geológico del Perú en
1940, su director Jorge Broggi inició el estudio de la deglaciación de los nevados andinos; para
1946, Spann publicó sus investigaciones glaciológicas en el país anotando el retroceso del
límite inferior de los glaciares en la Cordillera Blanca. Del mismo modo, Hanz Kinzl señaló en
1957 que el retroceso de las nieves en dicha zona había sido de 1 a 12 kilómetros en los
últimos 100 años, es decir, de 10 metros anuales en promedio. En el sur del Perú el retroceso
fue de 5 metros anuales entre las décadas de 1950 y 1980 (Portocarrero, Torres y Gómez
2008: 49). El discurso preventivo sobre el uso racional del agua en el ámbito urbano se remonta
a la década de 1990 en consonancia con las propuestas adoptadas en los organismos del
sistema de Naciones Unidas. La escuela amplió la difusión de este nuevo discurso preventivo.
En consecuencia, más de 100 años lleva el interés por el estudio del agua en el Perú. Desde el
propósito inicial de identificar la disponibilidad de las fuentes de agua, hasta la difusión del
discurso preventivo del uso, pasando por destacar el ritmo de deterioro de algunas fuentes
como los glaciares, ingenieros, ecólogos y maestros han usado sus saberes con el fin de
conocer los diversos impactos suscitados por el uso del agua en la sociedad peruana del siglo
XX.
Los usos del suelo en el Perú
El suelo, definido como la capa fértil de la tierra donde se sostiene la vida vegetal (Ramos 1987:
908), se clasifica sobre la base de cinco diferentes tipos de uso. Teniendo en cuenta la
extensión total del territorio peruano (1.285.215.60 kilómetros cuadrados), ¿qué porcentaje de
esa área se utiliza con fines agrícolas? Estudios publicados por el Instituto Nacional de
Recursos Naturales (Inrena) a principios de la década de 1980 demostraban la baja
significación del uso del suelo con fines agrícolas, que apenas ascendía a casi el 7% del total
(Dourojeanni 1981, IV:40). Y ese porcentaje aún se subdividía en dos categorías: suelos
destinados a cultivos en limpio y suelos para cultivos permanentes. La diferencia está en
función del modo en que se realiza la cosecha en cada uno de ellos; en los primeros, como son
los casos del arroz, el maíz o los cereales en general, el suelo queda sin resabio alguno de
cultivo, mientras que en los segundos, compuestos, entre otros, por frutales, café o coca los
troncos o tallos permanecen para ser reutilizados. Sobre las poco más de 128 millones de
hectáreas que componen el territorio peruano, 7% se destinan a la agricultura, mientras que el
14% se reserva al uso ganadero, y las de uso forestal son las que concentran el mayor
porcentaje (37,9%).
El uso conjunto que las sociedades hacen de aguas y suelos permite el sostenimiento de la
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agricultura; sin embargo, a pesar de que en la actualidad ya no representa la principal actividad
económica del país –como lo fue durante siglos, pues ni reúne el mayor porcentaje de
población empleada ni genera un porcentaje significativo del PBI-sigue siendo una actividad
central para algunos sectores de la población.
La ruptura de la oferta natural: El proceso secular de la domesticación
La oferta contemporánea de recursos naturales en el Perú es amplia y diversa en cada uno de
los "reinos" con los que tradicionalmente se divide la naturaleza. Ello es comprobable, por
ejemplo, en el "reino" vegetal, en el que se agrupan especies botánicas destinadas a diversos
usos, satisfaciendo las necesidades de alimentación y vestido, salud y ornato y hasta
religiosidad de la población o bien utilizándose como materia prima en la industria
manufacturera. En cuanto a su ámbito de uso y comercialización, mayor es el número de
aquellas que se usan y circulan localmente de las que se destinan a la exportación. En base a
cifras oficiales del 2010, los productos agropecuarios representaron apenas el 9% de las
exportaciones totales, de los cuales los más importantes son el café, los espárragos y las uvas
frescas (Mincetur 2011: 5).
En cuanto a la satisfacción de las necesidades de alimentación en el Perú actual, la oferta
botánica es el resultado de una suma de especies nativas e importadas que suman 4.000
especies nativas y 600 introducidas. Un porcentaje de las nativas es también resultado de un
largo proceso de domesticación que se inició en los Andes peruanos 6000 años a.C. a través
de cultivos de pequeña escala, hortícola que luego devino en un proceso de mayor alcance y
complejidad gracias al empleo de sistemas de irrigación, momento a partir del cual puede
afirmarse el desarrollo de la agricultura. Si los primeros pasos en el cultivo de especies se
dieron en el nivel de la horticultura 6000 años a.C, la evolución de las técnicas de cuidado de
los cultivos fue posible a través de la utilización de abonos, selección de semillas e
implementación de sistemas de irrigación.
Tubérculos, cereales y frutas fueron objeto de este proceso y forman una muy larga lista; papa,
maíz, ají, zapallo, chirimoya, lúcuma, camucamu, se convirtieron en alimentos de los pobladores
andinos y amazónicos tras un proceso de conversión de su condición silvestre inicial a su
condición de especie domesticada. No debe soslayarse el hecho de que este proceso es de la
mayor relevancia cultural, pues se desenvolvió en forma paralela y sin contacto alguno con
otros que tenían lugar en espacios diferentes, como China o Mesoamérica. La domesticación
de especies en los Andes es uno de los cinco procesos con los cuales se inicia el desarrollo de
la agricultura en el mundo, además es el que cuenta con el mayor número de especies
domesticadas.
Otra de las especies nativas que también fue objeto de domesticación fue el algodón, el cual
proveyó de fibras empleadas en la confección de prendas de vestir. Como ocurre con la
intervención humana sobre una especie, esta puede modificarse y adoptar nuevas
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características; tornarse, por ejemplo, más resistente a las plagas o alcanzar mayor
rendimiento. En el caso del algodón, un testimonio interesante y valioso de tal intervención lo
hallamos en los experimentos hechos en el valle de Pisco por Fermín Tangüis a comienzos del
siglo XX (Cueto y Lossio 1999: 74). A partir de los estragos causados por el cotton wilt,
enfermedad producida por un hongo que marchita la planta y que había afectado
frecuentemente los algodonales de varias partes del Perú, Tangüis decidió experimentar a fin
de crear un híbrido, combinando dos especies. Los resultados fueron halagüeños, pues por
décadas figuró en las estadísticas de exportación manteniendo su presencia hasta la
actualidad, aunque mostrando descensos anuales significativos.
Las especies botánicas que poseen propiedades medicinales son abundantes en el territorio.
Los cronistas de los siglos XVI y XVII detallaron su utilización por parte de los indígenas.
Bernabé Cobo ofrece un testimonio temprano del uso del chamico; advertía que tomado en
cantidad alteraba el juicio pero obtenido "[…] el zumo de las hojas desta yerba, mezclado con
unas gotas de vinagre y aplicado sobre el hígado y espinazo, quita la intemperie cálida y es
contra las fiebres ardientes; y el cocimiento de las mismas hojas, bebido de ordinario, es contra
la calentura continua […]" (Cobo 1653 1956, I: 196). ¿Cuánto del amplio conocimiento
herbario indígena fue adoptado por otras poblaciones inmigrantes europeas, africanas o
asiáticas? Lenta debió ser su adopción por parte de otros sectores de la población.
La historia de la quina es significativa pues es otro temprano testimonio del uso de una especie
nativa por parte de los españoles. En el siglo XVII Luis Jerónimo Fernández de Cabrera,
Conde de Chinchón y virrey del Perú, fue curado de fiebres tercianas gracias al empleo de la
quinina, el principio activo contenido en la corteza del arbusto (Lastres 1951:99). A inicios de la
República su fama quedó perennizada al incluírsele en la creación del escudo nacional en
1825. La feracidad botánica de la selva no pasó desapercibida para los primeros europeos
arribados a su territorio. En la temprana crónica que compuso sobre el río Amazonas, el jesuita
Cristóbal de Acuña tras destacar la variedad de especies como la zarzaparrilla o el aceite
obtenido de la andiroba "[...] que es un árbol que no tiene precio para curar las heridas [...]”
afirmaba "[...] aquí se hallan mil géneros de hierbas y árboles de particularísimos efectos, y hay
aún por descubrir otras muchas [...] y todos tuvieran bien que hacer en descubrir sus
propiedades [...]” (Acuña 1986: 56). Ciertamente se trata de una invitación –formulada hacia
casi 350 años- para preservar la flora amazónica y alentar la investigación de los principios
activos de las especies propias de esa zona. Tampoco se puede perder de vista el uso de
plantas con propósitos mágico-religiosos; el caso del wayruro es significativo, pues a sus
semillas se les atribuye ciertas propiedades de protección (Silva Santisteban 1980, XII: 84).
Desde fines de la década de 1950, Fernando Cabieses emprendió el esfuerzo encomiable de
identificar y estudiar las especies andinas poseedoras de propiedades farmacológicas.
Resultado de ello es un valioso catálogo en el que identifica especies de utilización frecuente
por no pocos sectores de la población, tanto por quienes están culturalmente sensibilizados en
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su aplicación, como por aquellos que a pesar de provenir de una tradición occidental,
encuentran en su uso alternativas naturales a la medicación química industrial. Constituyen, a
no dudarlo, parte de nuestra rica reserva genética.
Y en cuanto a las especies de uso industrial, la oferta forestal es la que mejor cubre esa
demanda. De un lado están todas aquellas maderas provenientes de la Amazonía y que se
destinan a la industria de confección de muebles, pisos y enchapados, y de otro lado, aquellas
cuya savia se empleó ventajosamente. Desde fines del siglo XIX, el caucho fue la base de una
explotación forestal en varias zonas de la selva amazónica, tanto en territorio peruano como en
brasileño (Ordinaire 1988). Conocemos bastante bien las cifras de exportación del látex desde
Iquitos rumbo a Europa y que se empleaba en la novel industria de producción de neumáticos
(Thorp y Bertram 1978).
En síntesis, el uso de las especies vegetales en el Perú es múltiple. En la actualidad reúne una
amplísima gama de especies nativas e importadas; las primeras, resultado de siglos de
laboriosa experimentación del poblador andino, legando a la posteridad recursos que hoy
tenemos la fortuna de aprovechar. Las segundas, producto de procesos de domesticación
ambientados en otras latitudes pero que fueron exitosamente aclimatados en el Perú. Como
evidencia de la amplia circulación de especies vegetales en el mundo (Crosby 1988), cabe
afirmar que especies nativas del Perú tuvieron, a su vez, una apropiada aclimatación en otros
lugares. Tal fue el caso de la expansión del cultivo de la papa por Europa desde el siglo XVIII o
el desarrollo del caucho en Malasia trasplantado por los ingleses en el siglo XIX.
La introducción de nuevas especies
Junto con las especies nativas domesticadas en los Andes, las especies importadas completan
la oferta contemporánea de alimentos naturales de origen vegetal. Estas llegaron al Perú
formando parte de las diversas oleadas migratorias que arribaron en los últimos cinco siglos,
aunque debe precisarse que la primera de estas, la española, fue la que aclimató el mayor
número de especies. De esa manera, el trigo, la cebada, la caña de azúcar, el café, la vid, los
ajos, la cebolla y una larga lista de especies frutícolas como la manzana, el limón, la naranja y
la mandarina fueron objeto de aclimatación en diversos valles del país. Tempranas referencias
ofrecidas por cronistas coloniales dan cuenta de ello: Acosta (1590), Garcilaso (1609) y Cobo
(1653).
En tiempos de la Conquista, un importante desarrollo cultural inició su proceso de expansión
por el área andina paralelamente a los numerosos hechos vinculados a la pacificación del
antiguo territorio incaico. La llegada de los españoles no solo supuso la venida,
establecimiento y desarrollo de una nueva dimensión religiosa o el arraigo de una nueva
estructuración social, sino que también hubo una importación significativa de especies
vegetales y animales que formaron parte esencial de la dieta de los conquistadores y que
luego se fueron extendiendo, al cabo de los siglos, a otros sectores sociales.
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Las nuevas especies fueron numerosas. Entre los alimentos de origen vegetal traídos por los
españoles se puede contar el conjunto de cereales europeos (trigo, cebada, avena y centeno)
y el arroz, con los que también arriban nuevas frutas como los cítricos (naranjas, limones,
mandarinas y toronjas), junto con la caña de azúcar y el café, aparte de los ajos y la cebolla.
Sin olvidar la vid, que se extendió por los valles de la costa sur, el panorama se nos dibuja en
perspectiva regional. Cada una de las nuevas especies fue adaptándose en diferentes partes
del territorio con grados de rendimiento diverso. Una regionalización productiva fue
rediseñando el paisaje agrícola en la costa y la sierra. Por siglos, la selva permaneció casi al
margen de este "imperialismo natural”. Solo desde el siglo XX se intensificó la penetración de
cultivos foráneos como el café y el arroz.
Podrían precisarse mejor los alcances del proceso de aclimatación de nuevas especies al
territorio peruano si reuniéramos un número significativo de estudios dedicados a evaluar el
impacto de cada especie; sin embargo, dichos estudios son escasos o fragmentarios. Por ello
nos ha parecido pertinente empezar mostrando un caso, la expansión del cultivo de caña de
azúcar. Su cultivo se extendió por los valles de la costa central y norte desde el siglo XVI,
formando extensas posesiones denominadas haciendas (Burga 1976). Un clima idóneo,
combinación de temperatura y humedad permitieron la difusión del nuevo cultivo; sin embargo,
la caña también se extendió hacia las zonas yungas de la sierra, zonas calientes encerradas
entre quebradas, como fue el caso de la hacienda Pachachaca en Apurímac (Polo y La Borda
1981). Su producción se consumió localmente.
La vid ofrece otro caso significativo, habida cuenta de su exitosa adaptación en los valles cos-
teros que se extienden entre Ica y Tacna. Al igual que el azúcar, su cultivo se inició en el siglo
XVI y los testimonios de los cronistas destacan las bondades de sus frutos. Sin embargo, el
mayor porcentaje de la producción vitivinícola se destinó a la fabricación de aguardiente, el
afamado pisco, que se transportaba a lugares tan distantes como Potosí, en Bolivia, donde
era muy apreciado por los consumidores. Un porcentaje menor servía para su fermentación,
obteniéndose vinos de reconocida calidad, incluso en Europa, tales como los de Locumba en
Tacna o los de Moquegua (Gutiérrez 2007). Ambos casos permiten apreciar el destino de la
producción, dirigida preferentemente a los mercados regionales, y otra destinada al consumo
local.
Aún estamos lejos de poder precisar los momentos en que los cultivos de origen europeo se
extendieron por las distintas regiones del país. Siguiendo el testimonio de Garcilaso, sabemos
que un conquistador español introdujo el cultivo del trigo en el Cusco en la década de 1540 y
que otro cultivó las primeras viñas en el valle hacia 1550 (Garcilaso 1609 1935). Menor aún
es la posibilidad de conocer las áreas que dichos cultivos abarcaban en cada valle. En la
época colonial no se desarrolló una información estadística unificada, vacío que se prolongó
hasta inicios del siglo XX. Solo podemos acceder de manera aproximada a los volúmenes de
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producción deducidos de los montos pagados por concepto de diezmos y primicias,
contribuciones que gravaban la producción agraria en favor de la Iglesia. Se sabe que el trigo
proliferó rápidamente en la costa y los valles templados interandinos; fue intenso su cultivo en
los alrededores de Lima a fines del siglo XVI y significó una sensible mejora del nivel
alimenticio de la población española urbana (Rivera 1978, I: 533).
Simultáneamente, nuevas especies de animales se fueron adaptando y estableciendo en la
zona andina. El ganado vacuno, porcino y lanar, las aves de corral, así como mulas y
caballos, representaron nuevos proveedores de alimentación, fibra o transporte.
Los retos del territorio: las amenazas naturales
En los primeros años que lleva de transcurrido el siglo XXI, se han presentado dos eventos
sísmicos devastadores en el Perú. El 23 de junio del 2001, un terremoto de 6.9 grados en la
escala de Richter afectó los departamentos del sur del Perú el norte de Chile y la ciudad de La
Paz en Bolivia. El impacto fue devastador en el Perú. Dan cuenta de sus dimensiones la
muerte de 74 personas, 64 desaparecidos, 217.000 damnificados, 35.000 viviendas afectadas
-la mitad de las cuales quedaron destruidas (Tavera 2002:1)- y daños ascendentes a varias
decenas de millones de dólares. Años después, el 15 de agosto del 2007, otro terremoto de
magnitud 7.0 en la escala de Richter e intensidades de VII-VIl en la escala Mercalli
Modificada, con epicentro frente a Pisco, destruía varias ciudades del departamento de Ica
(Tavera 2008: 15). En comparación con el anterior evento, los efectos fueron mayores; en esta
ocasión se registraron 595 víctimas mortales, 32.000 damnificados y 230.000 viviendas
afectadas, de las cuales alrededor de 52.000 quedaron totalmente destruidas.
Junto con cada terremoto, otro fenómeno aportó su cuota de destrucción. En el 2001, un
tsunami afectó el valle de Camaná donde las aguas ingresaron 1.300 metros tierra adentro.
También en el 2007 se produjo otro violento ingreso de aguas en varios poblados de la costa
central y sur. Los tsunamis que se presentan en el litoral peruano no solo son consecuencia
de la actividad sísmica próxima al litoral peruano. También pueden ser el resultado de
terremotos de gran magnitud ocurridos en otras latitudes. En febrero del 2010, un cataclismo
afectó la zona central de Chile; se le reportó como el quinto terremoto más fuerte en la historia
sísmica mundial del siglo XVI al XXI, habiéndose registrado una magnitud de 8.8 grados en la
escala de Richter (United States Geological Service, en línea). Aparentemente alejado, ese
evento también trajo consecuencias en el Perú: fuertes movimientos de mar se produjeron en
la costa central peruana. Últimamente, en marzo del 2010, un fortísimo terremoto ocurrido en
Japón provocó una ola que se desplazó a través del Océano Pacífico y llegó hasta las costas
peruanas.
Los terremotos y los tsunamis no son fenómenos nuevos en el territorio peruano. Siempre han
constituido temas de observación y estudio. Desde los tiempos más tempranos de la
conquista, los españoles consignaron en diversos documentos su ocurrencia. No solo les
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interesó dar testimonio de su propia experiencia ante los sismos sino también indagar si en la
época anterior a la Conquista estos se manifestaron y en qué lugares ocurrió ello. En el
transcurso de cinco siglos, cada época trató de explicar las causas de estos eventos; dar
cuenta de la evolución del discurso sismológico en el Perú corresponde más bien a una
historia de la ciencia y desborda los objetivos de este trabajo. Tampoco es ocasión para
desarrollar una historia de los riesgos, pues ello equivaldría a medir los avances en la
capacidad del Estado para enfrentar una catástrofe.
Nuestro objetivo es más modesto: identificar la larga secuencia de eventos destructivos que
afectaron sucesivamente la población de distintas localidades del país, pues en cada una de
esas ocasiones hubo diferentes grados de impacto sobre la economía e incluso, de acuerdo a
su magnitud, implicaron la posibilidad o el hecho real de trasladar de lugar la ciudad afectada.
Hay ciudades en el Perú que habiendo sido fundadas en época virreinal fueron reubicadas en
más de una ocasión; solo considérense los casos de Piura, Ica y Moquegua. Por ello nos
interesa más bien absolver dos preguntas: qué tipos de fenómenos naturales destructivos se
producen en el Perú y desde cuándo se registran ocurrencias de tipo destructivo? En nuestro
país la amenaza natural presenta orígenes diversos y es por ello que las acciones particulares
y estatales debieran considerarla como ineludible marco de referencia. Además, como ya se
mencionó fenómenos naturales ocurridos en otras latitudes también podrían afectarnos. Las
fronteras políticas sobre las que se yergue la identidad territorial de un Estado no limitan un
fenómeno natural. En más de una ocasión, un evento destructivo se ha manifestado en más
de un país.
Desde los orígenes de la República, el Estado ha registrado los fenómenos catastróficos de
origen natural del país. Entre 1821 y 1857, el cosmógrafo fue el funcionario encargado de
registrar dichos eventos, aunque centrando sus observaciones únicamente en Lima.
Excepcionalmente, cuando acaecía un evento de gran magnitud, el cosmógrafo daba cuenta
de ello como fue en 1828, a raíz del fenómeno de El Niño. Son, por consiguiente,
observaciones parciales. Todas las entidades que se fueron sucediendo luego se centraron en
la observación y descripción de dichos fenómenos. Solo después de la Segunda Guerra
Mundial se desarrollan instituciones que enriquecieron las funciones a través de la
implementación de programas de mitigación de desastres. La acción de la Comisión de
Control de Lagos, creada por Odría en 1950, se abocó a drenar lagos en la Cordillera Blanca y
a construir represas con el propósito de evitar desastres como resultado del desborde de
lagunas de origen glaciar (Carey 2010: 68). Años después, la creación del instituto Nacional
de Defensa Civil (Indeci) en 1972 ha alentado diversos estudios: ha propuesto un sistema de
clasificación de eventos destructivos en el Perú (Indeci 2010) tomando como base los trabajos
emprendidos por instituciones especializadas en el estudio de fenómenos naturales, como el
Instituto Geofísico del Perú, el Instituto Geológico Minero y Metalúrgico y el Instituto
Geográfico Nacional, entre otros.
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Fenómenos tectónicos
El Perú se encuentra ubicado en el denominado Cinturón de Fuego del Pacifico, razón por la
cual está permanentemente expuesto a actividad sísmica de distinta magnitud, pues en el área
circumpacífica se concentra el 60% de toda la actividad sísmica mundial. El origen de la
actividad sísmica en el Perú se halla en un fenómeno que se manifiesta en distintas partes de la
corteza terrestre: la Tectónica de Placas. Se define como una dinámica por la cual, las placas
se encuentran en continuo movimiento produciéndose colisiones entre ellas. En el Perú el lento
desplazamiento de la Placa de Nazca por debajo de la Placa Continental se denomina
subducción, fenómeno que explica la ocurrencia sísmica. Se registra su mayor frecuencia a lo
largo de la franja de contacto de ambas, que corresponde al borde occidental de América del
Sur. Al cabo de décadas de registros y observaciones, los sismólogos peruanos han
determinado que la Placa de Nazca alcanza velocidades de desplazamiento que fluctúan entre
8 y 10 centímetros anuales; por ello, afirman con certeza que en el Perú: "[…] Teniendo en
cuenta la continua dinámica de las placas, siempre ocurrirán terremotos […]” (Instituto Geofísico
del Perú, en línea). Observación incómoda y preocupante pero cierta, sostenida en observación
científica permanente y que constituye el primer marco elemental de referencia para apreciar las
características de la amenaza sísmica en el Perú.
Pero complementemos. Aunque hay que considerar las diferentes escalas de ocurrencia
sísmica en el territorio, es difícil hallar una generación en el Perú que no haya experimentado
algún tipo de actividad sísmica. Ocurrirán sismos en el futuro según lo estiman los científicos
contemporáneos; siguen ocurriendo en la actualidad, pues el instrumental sismológico y la
propia experiencia de la población lo confirman. Pero también ocurrieron a lo largo de los siglos,
tal como lo confirmó la investigación histórica (Polo 1899). Desde la llegada de los españoles al
Perú hallamos referencias inequívocas de actividad sísmica gracias a la riqueza informativa
contenida en las crónicas, e incluso hay evidencia confiable que permite postular su ocurrencia
en época prehispánica (Seiner 2009). La experiencia sísmica es una presencia secular en la
historia peruana.
Fenómenos atmosféricos y oceanográficos
Junto con los fenómenos telúricos, también se producen frecuentemente fenómenos
atmosféricos como heladas, friajes, granizadas, sequías o regímenes anómalos de pluviosidad.
En los últimos años los severos periodos de friaje que han afectado las áreas altoandinas de
algunos departamentos de la sierra como Huancavelica o Puno han generado reacciones
solidarias por parte de la población, y se han implementado estrategias de mitigación por parte
de las dependencias encargadas del Estado, como el Indeci. De otra parte, los fenómenos
oceanográficos también producen efectos devastadores sobre la población y la infraestructura.
Entre todos, es el fenómeno de El Niño el que genera mayor volumen de efectos. En la
actualidad se conoce mejor el comportamiento de lo que en los círculos científicos se denomina
ENSO (El Niño South Oscilation). Ello ha permitido identificarlo como un fenómeno cíclico más
no periódico; se sabe que cada cierto número de años se produce un incremento de la
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temperatura superficial del área central del océano Pacífico. No existe regularidad alguna en los
patrones de ocurrencia del fenómeno.
También se conoce mejor la envergadura del fenómeno. Hay eventos extraordinarios, fuertes,
moderados y leves. Desde el siglo XVI, no hay siglo donde no se haya producido un evento
extraordinario sobre el territorio peruano: 1578, 1624, 1720, 1791, 1877, 1891 (Seiner 2002:
49). En el siglo XX son bien conocidos los fenómenos que se produjeron en 1925, 1983 y 1997.
Los presidentes Leguía, Belaunde y Fujimori tuvieron que ordenar las finanzas para facilitar la
reconstrucción de la infraestructura afectada, especialmente las vías de comunicación.
Cada uno de los desastres mencionados generó efectos económicos. El fenómeno de El Niño
de 1997-1998 provocó en el Perú daños ascendentes a 1.925 millones de dólares debido a
inundaciones y cambios en el nivel y temperatura del agua del mar. Lo mismo ocurrió en
Ecuador, aunque con un impacto económico mayor (2.076 millones de dólares); los daños
totales a escala regional sumaron 4.910 millones de dólares considerando las sequías en
Bolivia –también afectada por inundaciones- Colombia y Venezuela (PNUD 2000: 12). Por
consiguiente, si en el territorio peruano ocurren diversos fenómenos naturales que provocan
daños en la población y la economía, y se sabe que son eventos recurrentes, que se han
presentado en los últimos cinco siglos, es lícito asumir que la única manera de poder hacerles
frente es desarrollando una cultura de gestión de riesgos.
Existen zonas del territorio más expuestas que otras a una amenaza natural. Si se concentran
en un área la mayor cantidad posible de desastres, tres departamentos muestran el índice más
alto de exposición a estos: Arequipa Moquegua y Ancash. Las provincias con mayor exposición
a peligros naturales en cada uno de estos tres departamentos ocupan porcentajes diferentes
del territorio; mientras en Moquegua dos de sus tres provincias muestran dicho rasgo y en
Arequipa, la mitad, en Ancash son apenas cuatro de las 20 provincias en que se divide su
territorio, articuladas en torno a las dos cordilleras que delimitan el Callejón de Huaylas. De 31
provincias litorales distribuidas entre Tumbes y Tacna, 19 de ellas presentan niveles muy altos
de amenaza, y entre estas, ocho suman además un nivel alto de peligro volcánico debido a su
proximidad a la zona de mayor concentración volcánica de todo el territorio (Indeci 2010: 159).
La ciencia moderna confía en sus métodos y en su instrumental. La ciencia y la tecnología
disponibles en los siglos XIX y XX, puestas al servicio de un Estado preocupado en asegurar el
bienestar común, representan uno de los caminos a través de los cuales se ha querido
"domesticar" la naturaleza en el Perú como en otros países influidos por la ciencia occidental.
Observarla, clasificarla, entenderla y analizarla son operaciones que demandan décadas de
paciente trabajo hecho con el propósito de identificar sus patrones de comportamiento con el
deseo de disminuir efectivamente los grados de vulnerabilidad de las poblaciones a las distintas
manifestaciones destructivas.
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Las perspectivas ofrecidas por la ciencia en la explicación del comportamiento destructivo de la
naturaleza en el Perú no agotan las interpretaciones que surgen de otros sectores de la so-
ciedad. Inclusive, frente a fenómenos volcánicos violentos, de los que hace siglos no afectan el
territorio, cabe interrogarse cuál sería la reacción de poblaciones tradicionales y si resultaría
semejante con las ceremonias practicadas por los indígenas en el pasado frente a esos
eventos. En 1600 a raíz de la erupción del volcán Huaynaputina en Moquegua, los indígenas
realizaron sacrificios humanos (Tardieu 2002). Y aun cuando no se produjeran eventos
catastróficos, la sociedad andina más tradicional reconoce la influencia de la naturaleza en el
origen de ciertos males. A la Luna llena, los eclipses y el arco iris se les entiende como
causantes de malformaciones y defectos mentales (Silva Santisteban 1980, XII: 84).
Lo expuesto en este acápite tiene como propósito servir de marco de referencia para apreciar la
influencia obrada por las amenazas naturales sobre las poblaciones a lo largo de los siglos
virreinales y republicanos, entendiéndolas como una de las manifestaciones que la naturaleza
presenta en el territorio peruano. Su estudio, emprendido desde los orígenes mismos de la
República y la mejor comprensión de sus dinámicas tiene por objeto disminuir la vulnerabilidad
de las poblaciones amenazadas. La educación es la vía más eficaz para arraigar en la
población la necesidad de conocer la influencia de la naturaleza en los distintos órdenes de la
vida y que, en ocasiones, algunos fenómenos pueden provocar una afectación severa y directa
de la vida cotidiana.
Sin embargo, esta perspectiva del efecto destructivo de la naturaleza sobre las poblaciones no
puede dejar de lado otra aproximación, complementaria a través de la cual se desea dar a
entender cómo las poblaciones emplean los recursos brindados por la naturaleza con el fin de
procurarse confort y para sostener el funcionamiento de muchas actividades económicas. El
siguiente acápite está dedicado a identificar los diferentes medios que a través del tiempo han
permitido generar energía, recurso indispensable para la sostenibilidad de las sociedades que
han habitado el territorio peruano.
Recursos y generación de energía: la base material de las actividades económicas
Comencemos este acápite planteando dos interrogantes: ¿cuánto del confort urbano
contemporáneo se sostiene en la disponibilidad de electricidad? y ¿cuánto de la cotidianidad
depende del acceso a un sistema de distribución eléctrica? Desde la iluminación pública y
doméstica hasta el uso de la amplia gama de artefactos eléctricos que se encuentran en cada
vez mayor número en los hogares peruanos, el funcionamiento de cada bombilla y de cada
artefacto solo es posible gracias a una oferta permanente de energía. Ello a su vez se sostiene
en un complejo sistema de generación, transmisión y distribución que está a cargo de empresas
públicas y privadas. Y en estas, ingenieros, economistas, administradores y una larga lista de
especialidades técnicas representan el componente humano sobre el que descansa dicho
sistema. Cada poblador urbano es, pues, el beneficiario final de un servicio que se origina en la
interacción eficiente de procesos técnicos y administrativos y con el cual cubre, en la medida de
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sus posibilidades, diferentes necesidades. Y si emprendiésemos una comparación, resulta
obvio afirmar el comportamiento de los espacios urbanos como grandes "devoradores" de
energía frente al escaso consumo del mundo rural.
Sin embargo, el uso de energía eléctrica no es evidentemente privativo de la esfera del hogar.
Junto al consumo doméstico, otras importantes y complejas esferas paralelas, agrupadas en los
tres sectores de la economía, también son grandes consumidoras de energía: la minería, la
industria y las diferentes actividades, sean comerciales o financieras, que conforman el sector
terciario, entre muchas otras. Cabe entonces preguntarse adicionalmente: ¿con cuánta energía
eléctrica se atienden actualmente en el Perú las diversas necesidades domésticas de la
población y las demás provenientes de actividades productivas o generadoras de servicios? En
la actualidad existen en el Perú dos sistemas paralelos de obtención de este tipo de energía: el
Sistema Eléctrico Interconectado Nacional (SEIN) y los denominados "sistemas aislados".
Mientras en un hogar urbano, el servicio de alumbrado público o la actividad comercial se
encuentran abastecidos por el SEIN, determinadas empresas, industriales o mineras, debido al
alto volumen de demanda de energía que su producción requiere, necesitan producir su propia
energía, constituyendo los denominados "sistemas aislados". Cifras oficiales correspondientes
al año 2009 dan cuenta de que en el Perú existía una potencia instalada ascendente a 7.953
MW (megavatios). Del total, 6.715 MW se generaban en el SEIN, que cubre la demanda del
mercado eléctrico, y 1.237 MW provenían de los sistemas aislados que la destinan a uso propio
(Ministerio de Energía y Minas 2009). Sobre la base de esa capacidad instalada, ambos
sistemas producen su respectivo volumen de energía: mientras el SEIN produce 30.917
gigavatio hora (GWh), equivalente al 93% del total, los sistemas aislados apenas producen
1.779 GWh, el 7% restante.
La energía eléctrica empleada en la cobertura de las necesidades domésticas de la población,
en el consumo público y en la demanda generada por los diferentes sectores de la economía,
tiene un doble origen: hidroeléctrico y térmico. De acuerdo con las cifras oficiales
proporcionadas por el Ministerio de Energía y Minas (Minem), del total ofertado, 3.271 MW
provinieron de generación hidroeléctrica, mientras 4.681 MW fueron de origen termoeléctrico.
Ambas fuentes de energía atienden las necesidades conjuntas de todos los actores indicados;
además, es de observarse que en el transcurso de un año no se registra una cantidad
constante de consumo de energía pues fluctúa diaria y mensualmente. La disponibilidad de
potencia instalada se ha ido incrementando en los últimos años. Comparada con las máximas
cantidades disponibles para el periodo 1997-2008, la del 2009 representó un 11% más de la
existente en el 2008. En1997 la demanda máxima registrada ascendió a 1.750 GWh, mientras
que para el 2008 se había incrementado a 4.196 GWh (COES 2010:17). Si cada año la
demanda máxima de energía fue mayor que la del año anterior, cabría preguntarse cuánto de
ello fue producto del incremento de las necesidades de una población en crecimiento o de las
necesidades de una economía que ha mostrado tan buena performance en los últimos años. Es
evidente que el crecimiento de la economía no podría sostenerse en otra base material que no
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fuese la disponibilidad de energía. Por ello, las expectativas de crecimiento a las que aspiran
llegar los diferentes sectores productivos se sustentan en los planes de ampliación de cobertura
energética que implemente el Estado. Es esta coyuntura la que hoy define la pertinencia de
incorporar en la agenda económica y ciudadana la discusión sobre la matriz energética que
mejor se adapte a los requerimientos domésticos y productivos del país.
En la actualidad, hay 18 departamentos en los que existe alguna fuente de generación de
energía, sea en una central hidroeléctrica o en una térmica. Y aunque en el territorio de seis
departamentos no se cuente con alguna instalación semejante, ello no equivale a carecer de
energía pues se encuentran abastecidos por una amplia red de distribución que se extiende por
sus territorios. En el 2009 esta ascendía a 16.319 kilómetros (Minem 2010: 98).
En el siguiente mapa se aprecia la distribución espacial de centrales de generación eléctrica en
el Perú actual. En el mapa se ubican las 45 centrales eléctricas distribuidas en gran parte del
país. Varias de ellas tienen largas historias siendo las más antiguas algunas ubicadas en la
cuenca del río Rímac, como Huinco. Una de las más importantes es la Central Hidroeléctrica del
Cañón del Pato, concebida a inicios del siglo XX por el ingeniero Santiago Antúnez de Mayolo,
pero recién terminada e inaugurada por el presidente Manuel Prado en 1958. Fue una de las
primeras grandes obras públicas hechas en el Perú; se construyó con el propósito de cubrir un
aumento visible de la demanda de energía debido a las necesidades derivadas del acelerado
crecimiento urbano de Chimbote, de los poblados asentados a lo largo del Callejón de Huaylas
y de la puesta en marcha de la siderúrgica instalada en dicho puerto (Carey 2010:73). Una
empresa del Estado, la Corporación Peruana del Santa, tuvo a cargo su construcción y manejo
por varias décadas (Carey 2070:73). También es destacable otra gran obra de ingeniería, la
Central Hidroeléctrica Santiago Antúnez de Mayolo, inaugurada en 1973 y bautizada en
memoria del ilustre ingeniero. Ubicada en el departamento de Huancavelica, aprovecha las
aguas del río Mantaro y es la central hidroeléctrica más potente del país (ElectroPerú, en línea).
Ambas hidroeléctricas nacieron como obras emprendidas por el Estado y monitoreadas por este
a través del Ministerio de Fomento. No obstante, en la actualidad su propiedad corresponde a
entidades distintas. Mientras la central del Cañón del Pato fue vendida en la década de 1990 a
Duke Energy –empresa de capitales norteamericanos- corno parte del proceso de
privatizaciones implementado durante el gobierno fujimorista, la hidroeléctrica del Mantaro ha
permanecido en manos de Electroperú, empresa estatal. Esta dicotomía en cuanto a la
propiedad revela la realidad del mercado energético peruano contemporáneo. Empresas del
Estado y privadas se encargan de generar, distribuir y vender energía eléctrica.
Todo el sistema contemporáneo descrito es el producto de una historia relativamente reciente
cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX. La historia de la energía eléctrica en el
Perú suma 127 años de existencia. En comparación con otros procesos de mucho más larga
duración, sea la domesticación de plantas y animales, la arquitectura lítica o la producción textil
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y orfebre andina, el proceso de generación eléctrica resulta sensiblemente más corto pero con
un impacto social tan importante como el de los procesos mencionados.
Los orígenes de la generación y uso de energía eléctrica se sitúan en el periodo de la
posguerra con Chile. En 1884 se instaló en el asiento minero de Tarija (Ancash) la primera
planta hidroeléctrica en el Perú. Dos años después se inaugura el alumbrado público de Lima
(1886), pionero en el país y que en el transcurso de los siguientes 20 años también se instala
en otras cinco ciudades del país: Arequipa (1898), Trujillo (1903), Chiclayo (1904), Ica (1912) y
Cusco (1914). Este mismo año, la Cerro de Pasco Copper Corporation inauguró una central
hidroeléctrica en La Oroya (Bonfiglio 1997: 23-24). Ciñéndonos al esquema actual de los dos
sistemas paralelos de obtención de energía, en esos primeros años, en el panorama del país no
existía ni remotamente una estructura de integración nacional, estaba configurado únicamente
por una suma de "sistemas aislados”, tanto urbanos, mineros e incluso rurales, pues se sabe
que antes de 1898 en el valle de Tambo ya se había instalado luz eléctrica, por iniciativa
particular del hacendado Víctor Lira (Egasa 2005: 11). La generación también tenía un doble
origen: hidroeléctrico, como fue el caso de Arequipa y térmico, como el de Trujillo y Chiclayo.
Los modos tradicionales de generación de energía se remontan a la fase de consolidación
industrial por la que atravesó el mundo occidental desde fines del siglo XIX, empleándose
principalmente combustibles de origen fósil, como el petróleo, a lo que se sumó la generación
hidroeléctrica. Al cabo de las décadas, ambas formas han mostrado vulnerabilidades. Si la
energía derivada del uso del petróleo es responsable de gran parte del porcentaje de
contaminación en el que actualmente se ven sumidas las áreas industriales, la de origen
hídrico, por el contrario, no contamina pero se le auguran periodos de acceso limitados que se
encuentran en función de la disponibilidad de agua de origen glaciar. Se ha calculado que si la
disponibilidad de agua de origen glaciar requerida por la central hidroeléctrica del Cañón del
Pato se redujera a la mitad, la generación de energía se reduciría de 1.540 gigawatts/ hora
anuales a solo 1.250 (Carey 20t0:190). Por consiguiente, el punto crítico es su sostenibilidad en
el tiempo. Por ello, es real la preocupación del Estado peruano por disponer de nuevas formas
de energía.
Matriz energética es un concepto con el que se alude a un panorama en el que se conjugan
fuentes de energía de distinto origen que satisfacen necesidades diversas provenientes de la
demanda. Por lo presentado en páginas anteriores se sabe que en la actualidad la matriz
energética peruana está constituida principalmente por energía de origen térmico, seguido de la
fuente hidroeléctrica. Esta estructura dista de ser la única en el mundo. Si extendemos una
mirada a la realidad del mundo contemporáneo, nos hallamos ante una situación en la que se
distinguen diferentes fuentes, tal como se puede apreciar en el gráfico 3, correspondiente al año
2005. En el gráfico anterior se observa el predominio de los derivados de combustibles fósiles,
petróleo y gas, que representan más de la mitad (55,7%) del consumo mundial de energía los
cuales, sumados al uso del carbón, suman alrededor del 80% del total. Los otros tipos de
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energía, sean las renovables, nuclear, hídrica y una categoría conjunta formada por las de
origen geotérmico, eólico y solar, suman alrededor del 20%; es decir que las cuatro quintas
partes del consumo mundial de energía se satisface con fuentes tradicionales de energía y solo
una quinta parte se cubre con formas "modernas" de generación y aprovechamiento.
Si esta "radiografía" contemporánea relativa a las diferentes fuentes de energía muestra dichas
características, creemos que resulta necesario conocer el comportamiento de las tendencias de
consumo en el pasado. El gráfico 4 permite apreciar las tendencias mundiales de consumo a lo
largo de 34 años, comprendidos entre 1971 y el 2005. En primer lugar, al cabo de poco más de
tres décadas, las tendencias mundiales de consumo de energía muestran, primero, que este
prácticamente se ha duplicado. A las cinco fuentes originales se sumó otra: la nuclear, usada
principalmente en Europa tras la crisis energética de 1973. En la actualidad se ha iniciado un
movimiento en contra de la proliferación de centrales nucleares de generación de energía tras
el desastre ocurrido en la central de Fukushima, en Japón, a raíz del terremoto de marzo del
2011.
¿Son las proporciones mostradas semejantes a las que se observan en el Perú? La matriz
energética peruana contemporánea es esencialmente termoeléctrica, pues un alto porcentaje
del consumo nacional de energía se satisface con energía de ese origen. Ello estaría
implicando que si la disponibilidad de agua para generación eléctrica disminuyera en el Perú,
otras fuentes de energía estarían disponibles para cubrir la demanda nacional!,
por consiguiente,
la matriz energética peruana se modificaría. De otro lado, y de acuerdo con las tendencias
mostradas por el retroceso de los glaciares en los Andes, nos encontraríamos accediendo a esa
nueva matriz en un plazo relativamente corto. Por ello, frente a tan preocupante escenario, se
vienen planteando estudios en los que se propone la reducción progresiva del consumo de
energía hidroeléctrica sustituyéndola por fuentes más ecológicas, como la solar o la eólica.
La decisión resulta crucial. Observándose los índices de crecimiento económico de los últimos
seis años, es evidente que este se sostiene en el consumo de cantidades crecientes de
energía. También, si se disminuye la oferta de energía hidroeléctrica las opciones para suplirla
estarían representadas por combustibles de origen fósil, sean petróleo o gas. Y en la posibilidad
de que ese déficit fuese cubierto mayoritariamente con los derivados del petróleo, ello se
traduciría en un mayor volumen de deterioro ambiental que incrementaría los ya elevados
índices de contaminación urbana que muestran las principales ciudades peruanas; incremento
de la mortandad por problemas del sistema respiratorio y disminución sensible de la calidad de
vida serían algunas de las lamentables consecuencias de adoptar esa decisión.
En consecuencia, las propuestas destinadas a aumentar el consumo de gas natural son
relevantes, pues aparte de haberse demostrado su menor efecto contaminante su costo
también es menor. Por consiguiente, es importante discutir la transición de la matriz energética
hidroeléctrica a la alternativa menos contaminante y de menor costo. A fines del 2010 el Estado
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decidió como parte de la proyección de su política energética al 2040 contar con una matriz
energética diversificada que permita lograr autosuficiencia en producción de energía,
impulsando inversiones en el rubro de gas natural (Minem 2010).
El Estado es la entidad encargada de colocar dicho problema en la agenda política con el fin de
que cada ciudadano, debidamente informado, exprese su decisión sobre el mejor modo de
cubrir sus demandas domésticas de energía. Paralelamente, las industrias también deben
evaluar la decisión que permita cubrir sus necesidades energéticas destinadas a la producción
con el menor impacto ambiental, dentro de una política de responsabilidad. ¿Podrán resultar
compatibles la natural tendencia a la acumulación de beneficios, propia de la empresa
capitalista, con un comportamiento ambiental responsable en el que se invierta en formas de
producción "limpias”?
Evolución de la matriz energética peruana
Si partimos de la premisa de que no hay actividad económica que no requiera alguna forma de
energía, es necesario identificar aquellas fuentes que fueron utilizadas en los diferentes
sectores de la economía nacional a lo largo del tiempo. En toda la época prehispánica, la bosta
(excremento de auquénidos) fue el principal combustible con el que se alimentaron los hornos
utilizados en la producción de ceramios y la fabricación de piezas de orfebrería (Ravines 1978).
En un territorio como el andino-serrano, carente de grandes coberturas boscosas y en
consecuencia deficitario de abastecimiento de leña, el excremento de origen animal no solo fue
utilizado en su función fertilizante, sino que su combustión también permitía alcanzar altas
temperaturas requeridas en los hornos. De otro lado, ya asentados los españoles en el Perú y
habiéndose creado extensos circuitos comerciales en el sur andino, la bosta tuvo el mismo uso,
aunque como combustible en los hornos dedicados a la fundición de la plata. Los siglos de
explotación argentífera en los yacimientos peruanos descansaron en la energía proporcionada
por el excremento animal. La poca leña disponible se empleó en las cocinas domésticas de las
principales ciudades virreinales.
El uso del carbón en el Perú se fue haciendo común en el transcurso del siglo XIX, tanto para la
navegación marítima –mercante, militar y primera gran fuente de demanda del recurso- como
para el transporte terrestre en vías férreas.
A mediados de ese siglo, la llegada de los primeros vapores a costas peruanas y la
construcción de los primeros ferrocarriles, aumentó la demanda. Perú, primer vapor en arribar al
Callao en 1840, consumía 12 toneladas diarias de carbón; el viaje inaugural desde Plymouth al
Callao duró tres meses y medio (Basadre 1947: 147). La navegación a vapor, sea por el
Pacífico, los ríos de la Amazonía o el lago Titicaca dependió exclusivamente del carbón mineral
desde mediados del siglo XIX.
El carbón mineral, base material del transporte, se importaba de Inglaterra o se obtenía en
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pequeña escala de algunos yacimientos distribuidos en el departamento de Ancash (Raimondi
1873); frente al predominio del abastecimiento externo del carbón, Manuel Pardo propuso en
sus Estudios sobre la provincia de Jauja que la construcción de vías férreas transversales a la
cordillera permitiría transportarlo a Lima desde los yacimientos que existían en los alrededores
del valle del Mantaro, tornándolo así más barato y accesible que su par inglés, del que se
importaban 200.000 toneladas anuales por un valor de 3 millones de pesos (López 1947: 249).
Si se explotaba en el yacimiento de Morococha, gracias al ferrocarril, se hubiera podido
disponer del recurso en Lima en apenas seis horas, a diferencia del mes y medio que
demandaba su remisión desde Newcastle. Las ideas de Pardo representaron un planteamiento
pionero dirigido a disminuir la dependencia exterior de combustible. Tanto era el predominio del
carbón como combustible para el transporte ferrocarrilero, que una de las cláusulas del Contrato
Grace –suscrito en 1889 entre el gobierno peruano y el representante de los tenedores de
bonos de la deuda externa del país- exigía del gobierno facilitar el acceso a todo yacimiento de
carbón que se hallase en las inmediaciones de las líneas férreas que habían sido materia de
negociación en el contrato.
Agua y carbón fueron objeto de demanda creciente por parte de la industria manufacturera. La
primera fase de industrialización en el Perú, surgida a mediados del siglo XIX y centrada en la
producción textil, dependió de ambos; sea la pionera fábrica de los Tres Amigos de Lima
(1848), la de Terry en Urcón (Ancash, 1859) o la instalada por Nadal y Garmendia en el antiguo
obraje de Lucre (Cusco, 1861). Décadas después, la instalación de fábricas textiles de grandes
dimensiones en los alrededores de Lima aumentó sensiblemente la demanda. Fue en estas
fábricas donde se abrió paso a nuevas formas de uso del carbón; en la fábrica de tejidos Santa
Catalina se instaló por primera vez tecnología destinada a la generación de energía eléctrica
también a través del uso del carbón mineral. Una suerte de generación termoeléctrica se
mantuvo como la única fuente de energía eléctrica por varios años hasta ser desplazada
parcialmente por la generación hidroeléctrica desarrollada en el valle del Rímac desde 1903
(Bonfiglio 1997).
De consumo mucho menor en comparación con el uso del carbón, el gas fue exclusivamente
destinado al alumbrado público y doméstico. En la década de 1850 se había constituido en
Lima una empresa dedicada a este fin. Al cabo de los años, la empresa había instalado faroles
en las calles de la capital y alumbrado doméstico. Para fines del siglo XIX se había estructurado
en el Perú una matriz energética dual, compuesta por el consumo simultáneo de carbón y del
gas, aunque con un claro predominio del primero.
En las primeras décadas del siglo XX, la evolución de la matriz energética experimenta el inicio
de una nueva fase cuando se hace visible la proliferación de automóviles que tanto ha incidido
en el aumento de la contaminación urbana. El consumo del carbón y del gas no desaparece
pero se están sustituyendo progresivamente por el uso creciente de derivados del petróleo y de
energía eléctrica de origen hídrico. Esta dualidad, apelando a fuentes de energía distintas,
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dominó el siglo XX.
Finalmente, desde los albores del siglo XXI, el consumo de gas natural va haciéndose algo
común en la industria, el hogar y el transporte. Desde las exploraciones pioneras hechas entre
1983 y 1986 en yacimientos ubicados en Camisea (Cusco), pasando por la instalación del
gasoducto que lo conduce hacia la costa central hasta llegar a la construcción de la planta de
Melchorita, al sur de Lima, el gas ha ido ganando protagonismo en la agenda energética
nacional. Intensas campañas de información intentan difundir y consolidar el consumo del
recurso en la población. Los resultados han sido halagüeños. El 2005 se recordará por ser el
primer año en que se usó gas natural. Comparando los resultados obtenidos en el bienio 2007-
2008, se comprueba el crecimiento significativo de la demanda de gas natural en Lima.
Por todo lo visto, y considerando el estigma contaminador que pesa sobre los combustibles
fósiles, no es arriesgado afirmar que nos hallamos en la actualidad en una fase de transición
energética en la cual, probablemente, el gas natural vaya desplazando a algunos derivados del
petróleo. No debe soslayarse la probabilidad de que la demanda del petróleo muestre una
tendencia a la baja en los próximos años. Impactos ambientales de envergadura como el que
provocó el derrame petrolero del Golfo de México a lo largo de 87 días en el 2010 (British
Petroleum, en línea) fortalecen los discursos que critican los efectos contaminantes del uso de
combustibles fósiles.
La amenaza humana o la explotación irracional de los recursos naturales
La civilización incaica pareciera no haber representado un factor de deterioro ambienta; más
posibilidades apreciamos en el Virreinato. Si la minería mostró visible predominio sobre las
demás como principal actividad económica, fue en los procesos de purificación del mineral
donde se advierten posibles fuentes de contaminación. Hubo uso extendido del mercurio,
mineral indispensable para practicar la amalgama, proceso a través del cual se purificaba la
plata extraída de las minas. La manipulación frecuente del mercurio por parte de los indígenas,
empleando pies o manos sin protección alguna, los dejaba expuestos al alto grado de toxicidad
del mineral; en consecuencia la actividad metalúrgica artesanal, la amalgama, fue causante de
una vía directa de contaminación a un sector de población nativa provocándole "[...] frecuentes
parálisis, esputos sanguíneos y cólicos [...]” (Lastres 1951, II: 34).
En contraste con su efecto pernicioso sobre poblaciones específicas, poco podríamos afirmar si
contaminó el agua o la tierra. Lo más probable es que sí, aunque no se evidencian directamente
sus efectos en la información proporcionada por las fuentes. En la actualidad, la inadecuada
manipulación del mercurio sigue representando un problema, pero mejor estudiado en sus
efectos; en la minería informal aurífera aluvial desarrollada en Madre de Dios, el mercurio es
causante de la contaminación del aire, los suelos y el agua, aparte de sus efectos perniciosos
en la salud de los operarios (Fundación Conservación Internacional 2009: 84).
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La identificación de las otras actividades económicas virreinales permitiría afirmar,
preliminarmente, la inexistencia de agentes contaminantes en actividades primarias como la
agricultura o la ganadería; parece difícil toparse con fuentes de contaminación. Incluso, de las
pocas actividades manufactureras desarrolladas, a saber las de vidrio, jabón y cuero –aún
cuando hayan sido poco estudiadas- podríamos igualmente suponer su escaso o quizás nulo
efecto contaminante; una probable excepción la constituiría la actividad de las curtiembres,
caracterizadas por el uso frecuente de insumos, muchos de ellos altamente venenosos y
peligrosos al ser vertidos en los cursos de agua de la ciudad en los que se hallaban asentados
frecuentemente dichos establecimientos.
Con el advenimiento de la República, muchas actividades económicas se mantuvieron vigentes
en tanto otras nuevas aparecieron. ¿Fueron la explotación del guano y la producción de azúcar,
algodón, caucho y demás productos agrícolas que representaron los principales rubros de
exportación causa de contaminación? La inexistencia de trabajos dedicados al estudio de los
efectos contaminantes de las actividades económicas del siglo XIX en el Perú nos hace
suponer, preliminarmente y de la misma manera que lo hacíamos para el virreinato, la
inexistencia de fuentes de contaminación en dichas actividades. No obstante, una excepción
pareciera hallarse en el procesamiento del caucho, ya que en algunas especies, como el caso
de la seringa (Hevea guianensis), para coagular la savia se requería exponerla al humo
producido por la combustión de algunos tipos de palmera (Ordinaire 1988: 94), fuente de
contaminación para los indios operarios a quienes se les encomendó esa labor.
Es visible que al cabo de los siglos, en especial desde la Revolución Industrial en el siglo XVIII,
el crecimiento económico mundial trajo como secuela una severa contaminación. Y aun cuando
en la actualidad representa un problema global que se discute en espacios políticos y
académicos, centrado mayormente alrededor del cambio climático, para el Perú es
especialmente relevante por la megadiversidad que alberga en su territorio, riqueza que se
torna vulnerable frente al ritmo mundial de deterioro ambiental.
¿Desde cuándo se plantea el problema ambiental en el país? La primera impresión con que
contamos es que, por lo menos hasta fines del siglo XIX, el territorio peruano pareciera
considerarse impoluto, sin padecer efecto alguno referido a deterioro ambienta; testimonios
valiosos y sólidos como los de Antonio Raimondi o el tenaz y curioso alemán Heinrich Witt, nos
descubren un país que aún desconoce los efectos de la contaminación. Sin fábricas que
enrarezcan el aire como venía ocurriendo en Inglaterra (Mc Neilt 2003) y refinación masiva de
mineral en actividades metalúrgicas, el Perú era aún un remanso de pureza. Recién a mediados
del siglo XX se da un paso importante con el establecimiento de unidades de protección en el
territorio. En la década de 1960 se crean las tres primeras unidades de protección, los parques
nacionales de Cutervo (1961), Tingo María (1965) y la reserva de pampa Galeras (1967)
dedicada a la protección de camélidos sudamericanos (Dourojeanni 1986, IV: 201).
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La contaminación se define como una alteración de las condiciones naturales de un espacio
geográfico. Es la liberación artificial de sustancias o energía sobre el medioambiente,
provocando efectos adversos sobre este o sobre el hombre, de modo directo o indirecto
(Ramos I987: 244). Uno de los ámbitos en los que se aprecia más directamente el deterioro de
recursos es el agua. Véase un caso en extremo significativo del grado de intervención
destructiva del hombre sobre la naturaleza: el río Rímac, el más importante del departamento
de Lima pues abastece de agua a la capital de la República y la provee de energía gracias a la
existencia de catorce centrales hidroeléctricas ubicadas en su cuenca.
A lo largo de sus 140 kilómetros de longitud, el Rímac recibe descargas contaminantes de
origen diverso; sean los desechos orgánicos de origen doméstico, vertidos sin tratamiento
alguno, que provienen de cinco centros urbanos en los que se concentra el 81% de la población
total de la cuenca. A ello se suma la polución provocada por los desechos de la actividad
minera desarrollada en la cuenca alta alrededor de la explotación y procesamiento de plomo,
cobre, zinc, plata y oro, entre otros. En otro ámbito, la industria provoca más desequilibrios
debido al vertimiento de sustancias provenientes de la manufactura textil y papelera y la
producción de alimentos, cerveza, cuero y materiales de construcción.
La minería, la extracción petrolera, la pesca y la industria manufacturera son actividades
productivas causantes de contaminación en el Perú del siglo XX. El inicio de las actividades de
la minería a gran escala incrementaron los índices de contaminación ambiental. Pocos años
después del establecimiento de la Cerro de Pasco Copper Corporation en el Perú, en 1903, las
autoridades denunciaban la contaminación de las aguas del lago Junín. A comienzos de la
década de 1920, José Julián Bravo, adscrito al Cuerpo de Ingenieros de Minas, publicó uno de
los más importantes informes de índole ecológica, quizás el primero, denunciando la
contaminación producida por los humos emanados de la fundición de La Oroya. Su evaluación
se centraba en el efecto pernicioso sobre la salud causado por el anhídrido sulfuroso evacuado
por los humos de la fundición; a cinco kilómetros de la fundición, la vegetación se había
destruido por completo. A 25 kilómetros se detectaron daños serios en los cultivos. Y aun a 60
kilómetros de distancia hubo disminución sensible de las cosechas (Bravo 1923: 227).
Lamentablemente un nuevo foco contaminante se registró desde I952, a partir del inicio de
actividades de Southern Peru Copper Co. en las serranías de Moquegua. Después de 40 años
de permanente laboreo en la modalidad de tajo abierto, explotando cobre en los yacimientos
de Toquepala y Cuajone, los resultados en el plano ambiental se han materializado en un
deterioro paulatino de la cuenca del río Locumba. Humos y escorias son los principales
contaminantes derivados de la actividad minera en dicha zona. La instalación de la fundición
metalúrgica en Ilo desplazó la agricultura de la zona debido a la considerable concentración de
anhídrido sulfuroso en la atmósfera. Paralelamente, los relaves se descargaban en el mar,
depositándose anualmente alrededor de 750.000 toneladas métricas de escorias en las playas
del departamento de Moquegua (Balvín 1995: 43, 92). Los efectos sobre la salud son patentes:
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entre 1972 y 1986, las estadísticas extraídas de la atención brindada a pacientes en el Hospital
General de Ilo demuestran un aumento considerable de los casos de enfermedades,
principalmente debidas a afecciones respiratorias. En sus descargos, la empresa expuso las
acciones que ha emprendido para recuperar hábitats afectados. Por ejemplo, la remediación
de los relaves depositados en la bahía de Ite y las escorias en las zonas costeras de la playa
de Ilo junto a la disminución de la emisión de polvo (Southern Peru Copper Corporation 2011).
Por su parte, la pesca industrial ha devenido en altamente contaminante. Considerando sus
inicios como actividad propiamente industrial, la pesca se desarrolló desde la década de 1930.
Tras una crisis provocada en la década de 1940 debido a la implementación de barreras
arancelarias en Estados Unidos y Japón, se redujo el número de empresas pesqueras, cuyo
número se redujo de 69 a solo 6; la década de 1950 se caracterizó por la conversión de fábricas
conserveras o de salazón en fábricas productoras de harina de pescado (Thorp y Bertram
1978). Gracias a ello, la pesquería peruana se convirtió en una de las más importantes del
mundo; a fines de la década de1960, el Perú producía alrededor de 300.000 toneladas métricas
de harina de pescado (Arévalo 1995:71). Sin embargo, a mayor producción los índices de
contaminación del mar crecieron de manera alarmante. El proceso de elaboración de harina de
pescado genera diversos contaminantes –el “agua de cola” es el más conocido- que se
desechan al mar sin recibir tratamiento previo. Las bahías de Chimbote y Paracas son el triste
testimonio del irresponsable proceder del hombre (Brack 2004).
Otra dimensión de la contaminación se expresa en la deforestación costeña. En su recorrido
inicial por la costa, hasta su arribo al Tahuantinsuyu, los españoles quedaron sorprendidos
al encontrar diversos tipos de vegetación arbórea, en especial bosques de algarrobo y
guarango (Rostworowski 1989). La equilibrada relación forjada por siglos entre la población
aborigen y el medio ambiente quedó desarticulada a raíz del intenso proceso de
deforestación provocado por los españoles debido a la desordenada introducción de nuevas
especies vegetales que reemplazaron a las nativas.
Muchos bosques ubicados en la costa sucumbieron al avance urbano de la región,
particularmente los algarrobales de la costa norte. Sin embargo, a pesar de su extensión
considerable, los bosques costeños eran comparativamente minúsculos frente al área
boscosa de la selva amazónica. Su extensión impidió percibir el proceso deforestador que
ya se evidenciaba en el siglo XIX y su aislamiento los preservó de una devastación mayor.
El retraso de la integración vial del país protegió los bosques selváticos. De otro lado,
sabemos de la temprana deforestación ocurrida en la selva alta a mediados del siglo
pasado; en los límites de Puno y Madre de Dios, en las cercanías del pueblo de Sina. Sobre
ello, Raimondi comentaba:
[...] que no tiene de importante sino sus sabrosas papas, y su pequeño comercio de
tablas de AIiso, para obtener las cuales destruyen un tronco entero, sacando a golpe de
hachuela una sola tabla [...] (Raimondi 1874] 1965, I, Lib. I, cap. V: 201) [cursiva nuestra].
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A fines del siglo XIX, Olivier Ordinaire, viajero francés, observó cómo los caucheros del Palcazu
prácticamente habían depredado una especie forestal en la selva central, cuyo tronco era
cortado para extraer más rápidamente la savia. Agregaba que:
[...] el siphocampylus ha disminuido considerablemente desde hace algunos años en la
orilla de los principales tributarios del Amazonas y para encontrarle hoy en grandes
cantidades hay que penetrar en el corazón de los bosques [...] (Ordinaire 1892 1988:94).
El proceso de deforestación se prolongó a lo largo de la República; creemos que el hallazgo de
casos puntuales que atestigüen la afirmación arrojaría resultados voluminosos. Hasta la
actualidad, la deforestación representa uno de los más incontrolables factores de desequilibrio
ambiental en los que se ve sumido el país. Fuese en los bosques de algarrobales ubicados en
la costa norte o en distintas zonas de la selva, la deforestación se cierne como el gran peligro
ecológico de las próximas décadas. Si evaluamos el efecto que este proceso tiene sobre el
régimen de lluvias veremos su relación directa sobre el aumento creciente de la desertificación.
En consecuencia, solo la reactivación de otras actividades económicas alternativas podría
contribuir a hacer de la actividad forestal una actividad controlada.
A modo de conclusión
Varios han sido los temas abordados en este tercer capítulo, intentando ilustrar un conjunto de
relaciones de interdependencia entre las sociedades y la naturaleza a lo largo de varios siglos
de ocupación humana en territorio peruano. Muchos han sido los ecocidios perpetrados contra
la naturaleza en el Perú en los últimos 500 años; la contaminación del suelo, del aire y del agua
se cuentan entre los más frecuentes y quizás irreversibles. Desde el choque de la Conquista, se
ha ido perdiendo progresiva y peligrosamente la memoria sobre los términos en los que se
desenvolvió la equilibrada interacción entre las sociedades prehispánicas y la naturaleza. Los
procesos inherentes al desarrollo material de la modernidad han provocado la concentración
urbana y revertido la secular distribución espacial de la población en desmedro de la sierra. Los
temas desarrollados en las páginas anteriores solo buscan contribuir a la identificación de los
hechos sobre los cuales se trazará la periodificación con la que entendamos la larga historia de
contactos, simultáneamente fructíferos y negativos, que fueron configurando una configurando
una historia medioambiental peruana.