1 Secuenciación de contenidos Lengua Castellana y Literatura 1º de Bachillerato (LOMCE) Alumnos cuyo primer apellido comience con las letras L-Z: Profesor: Pablo César Moya Casas LIBRO DE TEXTO: Lengua castellana y Literatura de 1º Bachillerato. Editorial Casals eds. de 2016 y sigs. Siguiendo el índice del libro de texto, en la programación trimestral que a continuación se detalla se señalan los apartados que se trabajarán a lo largo del curso. Trimestre 1º LENGUA: Tema 1: Clases de palabras I Tema 2: Clases de palabras II LITERATURA: Tema 8: La literatura medieval Tema 9: El Prerrenacimiento Lectura completa del Poema de Mío Cid, edición en castellano moderno. Se sugiere la de editorial Castalia, Colección Odres nuevos, versión de López Estrada. Trimestre 2º LENGUA: Tema 3: El sintagma. Las funciones sintácticas. Tema 7: Las variedades de la lengua. LITERATURA todos los temas que abarcan EL RENACIMIENTO: Tema 10: El Renacimiento: la poesía. Tema 11: El Renacimiento: la prosa y el teatro. Tema 12: El Barroco: la poesía. Tema 13: El Barroco: la prosa y el teatro. Lectura completa de las tres novelas ejemplares de Cervantes siguientes: La española inglesa, Rinconete y Cortadillo y El licenciado Vidriera, se recomienda la ed. de Castalia Didáctica nº 15. Lectura de los textos incluidos en el anexo I de esta programación. Trimestre 3º LENGUA: Tema 4: La oración. Tema 5: El texto y sus propiedades. Tema 6: Formas de organización textual. Los medios de comunicación.
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Secuenciación de contenidos - EducaMadrid · Lectura completa de la obra teatral Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Lectura de los textos incluidos en el anexo II de esta programación.
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Secuenciación de contenidos
Lengua Castellana y Literatura 1º de Bachillerato (LOMCE) Alumnos cuyo primer apellido comience con las letras L-Z:
Profesor: Pablo César Moya Casas LIBRO DE TEXTO: Lengua castellana y Literatura de 1º Bachillerato. Editorial Casals eds. de 2016 y sigs.
Siguiendo el índice del libro de texto, en la programación trimestral que a continuación se detalla se señalan los apartados que se trabajarán a lo largo del curso.
Trimestre 1º LENGUA:
Tema 1: Clases de palabras I
Tema 2: Clases de palabras II LITERATURA:
Tema 8: La literatura medieval
Tema 9: El Prerrenacimiento
Lectura completa del Poema de Mío Cid, edición en castellano moderno. Se sugiere la de
editorial Castalia, Colección Odres nuevos, versión de López Estrada.
Trimestre 2º
LENGUA:
Tema 3: El sintagma. Las funciones sintácticas.
Tema 7: Las variedades de la lengua.
LITERATURA todos los temas que abarcan EL RENACIMIENTO:
Tema 10: El Renacimiento: la poesía.
Tema 11: El Renacimiento: la prosa y el teatro.
Tema 12: El Barroco: la poesía.
Tema 13: El Barroco: la prosa y el teatro.
Lectura completa de las tres novelas ejemplares de Cervantes siguientes: La española
inglesa, Rinconete y Cortadillo y El licenciado Vidriera, se recomienda la ed. de Castalia
Didáctica nº 15.
Lectura de los textos incluidos en el anexo I de esta programación.
Trimestre 3º
LENGUA:
Tema 4: La oración.
Tema 5: El texto y sus propiedades.
Tema 6: Formas de organización textual. Los medios de comunicación.
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LITERATURA:
Tema 14: Neoclasicismo y Prerromanticismo.
Tema 15: Romanticismo, Realismo y Naturalismo
Lectura completa de la obra teatral Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Lectura de los textos incluidos en el anexo II de esta programación.
ANEXO I (TRIMESTRE 2º):
Garcilaso de la Vega:
Soneto X
¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas q’en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
llevame junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
Soneto XXIII
En tanto que de rosa y d’azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que’l cabello, que’n la vena
del oro s’escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que’l tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre;
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marchitará la rosa el tiempo helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
Fray Luis de León:
A Francisco Salinas Catedrático de música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
mi alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo ciego adora:
la belleza caduca engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve cómo el gran maestro
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta,
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y, finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño y peregrino oye o siente.
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¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A aqueste bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo demás es triste lloro.
¡Oh! Suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos.
San Juan de la Cruz
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!
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En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Miguel de Cervantes
Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla
«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el Cielo, de que goza eternamente!».
Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!».
Y luego en continente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada
Lope de Vega:
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¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana-
Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
Ya no quiero más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.
Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser Eróstrato, abrasaros.
La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;
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que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.
Luis de Góngora:
Letrilla
Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles,
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a medianoche el mar
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y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama,
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido el Sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
de el luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
[Contra Don Francisco de Quevedo]
Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
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no habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego
Fábula de Polifemo y Galatea
[Fragmento]
[…]
Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.
[…]
Francisco de Quevedo:
Letrilla
Poderoso caballero
es don Dinero.
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
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y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Es galán y es como un oro;
tiene quebrado el color,
persona de gran valor,
tan cristiano como moro;
pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Son sus padres principales,
y es de noble descendiente,
porque en las venas de oriente
todas las sangres son reales;
y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla,
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles;
y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y pues él rompe recatos
y ablanda al jüez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.
Y es tanta su majestad,
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aunque son sus duelos hartos,
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad;
pero, pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y pues hace las bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
mirad si es harto sagaz,
sus escudos en la paz,
que rodelas en la guerra;
y pues al pobre le entierra
y hace propio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido:
su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
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las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
ANEXO II: (TERCER TRIMESTRE)
José de Espronceda:
Canción del pirata
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
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La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:
«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
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a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
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mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
José Zorrilla:
Oriental
Corriendo van por la vega
A las puertas de Granada
Hasta cuarenta gomeles
Y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
Parando su yegua blanca,
Le dijo éste a una mujer
Que entre sus brazos lloraba:
—Enjuga el llanto, cristiana,
No me atormentes así,
Que tengo yo, mi sultana,
Un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores.
Y en la vega del Genil
Tengo parda fortaleza,
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Que será reina entre mil
Cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
Extiendo mi señorío;
Ni en Córdoba ni en Sevilla
Hay un parque como el mío.
Allí la altiva palmera
Y el encendido granado,
Junto a la frondosa higuera
Cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
Allí el nópalo amarillo;
Allí el sombrío moral
Crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
Que hasta el cielo se levantan,
Y en redes de plata y seda
Tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres;
Que desiertos mis salones,
Está mi harén sin mujeres,
Mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
Y perfumes orientales,
De Grecia te traeré velos,
Y de Cachemira chales.
Y te daré blancas plumas
Para que adornes tu frente,
Más blancas que las espumas
De nuestros mares de Oriente;
Y perlas para el cabello,
Y baños para el calor,
Y collares para el cuello;
Para los labios.... ¡amor!—
—¿Qué me valen tus riquezas,
Respondióle la cristiana,
Si me quitas a mi padre,
Mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro,
A mi padre y a mi patria,
Que mis torres de León
Valen más que tu Granada.—
Escuchóla en paz el moro,
Y manoseando su barba,
Dijo, como quien medita,
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En la mejilla una lágrima:
—Si tus castillos mejores
Que nuestros jardines son,
Y son más bellas tus flores,
Por ser tuyas, en León,
Y tú diste tus amores
A alguno de tus guerreros,
Hurí del Edén, no llores,
Vete con tus caballeros.—
Y dándola su caballo
Y la mitad de su guardia,
El capitán de los moros
Volvió en silencio la espalda.
Gustavo Adolfo Bécquer:
RIMA VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve,
que sabe arrancarlas!
¡Ay, —pensé—, cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: "Levántate y anda"!
RIMA VIII
¡Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto;
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho!
Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego;
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
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fundirme en un beso.
En el mar en la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.
Emilia Pardo Bazán (Condesa de Pardo Bazán)
http://ciudadseva.com/texto/vampiro/
Vampiro
No se hablaba en el país de otra cosa. ¡Y qué milagro! ¿Sucede todos los días que un setentón vaya
al altar con una niña de quince?
Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de
Gondelle, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo —distante
tres leguas de Vilamorta— bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y
medio, según rezaba su partida de bautismo. La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el
santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca
y seda azul. Y como el novio no podía, ¡qué había de poder, malpocadiño!, subir por su pie la
escarpada cuesta que conduce al Plomo desde la carretera entre Cebre y Vilamorta, ni tampoco
sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondelle, hechos a cargar el
enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen a don Fortunato a la silla de la reina hasta el
templo. ¡Buen paso de risa!
Sin embargo, en los casinos, boticas y demás círculos, digámoslo así, de Vilamorta y Cebre, como
también en los atrios y sacristías de las parroquiales, se hubo de convenir en que Gondelle cazaba
muy largo, y en que a Inesiña le había caído el premio mayor. ¿Quién era, vamos a ver, Inesiña?
Una chiquilla fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas; pero qué demonio,
¡hay tantas así desde el Sil al Avieiro! En cambio, caudal como el de don Fortunato no se encuentra
otro en toda la provincia. Él sería bien ganado o mal ganado, porque esos que vuelven del otro
mundo con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocultan entre las dos tapas de la
maleta; solo que…. ¡pchs!, ¿quién se mete a investigar el origen de un fortunón? Los fortunones son
como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.
Que el señor Gayoso se había traído un platal, constaba por referencias muy auténticas y fidedignas;
solo en la sucursal del Banco de Auriabella dejaba depositados, esperando ocasión de invertirlos,
cerca de dos millones de reales (en Cebre y Vilamorta se cuenta por reales aún). Cuantos pedazos
de tierra se vendían en el país, sin regatear los compraba Gayoso; en la misma plaza de la
Constitución de Vilamorta había adquirido un grupo de tres casas, derribándolas y alzando sobre los
solares nuevo y suntuoso edificio.
— ¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra? —preguntaban entre burlones e indignos
los concurrentes al Casino.
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Júzguese lo que añadirían al difundirse la extraña noticia de la boda, y al saberse que don Fortunato,
no sólo dotaba espléndidamente a la sobrina del cura, sino que la instituía heredera universal. Los
berridos de los parientes, más o menos próximos, del ricachón, llegaron al cielo: hablose de
tribunales, de locura senil, de encierro en el manicomio. Mas como don Fortunato, aunque muy
acabadito y hecho una pasa seca, conservaba íntegras sus facultades y discurría y gobernaba
perfectamente, fue preciso dejarle, encomendando su castigo a su propia locura.
Lo que no se evitó fue la cencerrada monstruo. Ante la casa nueva, decorada y amueblada sin
reparar en gastos, donde se habían recogido ya los esposos, juntáronse, armados de sartenes, cazos,
trípodes, latas, cuernos y pitos, más de quinientos bárbaros. Alborotaron cuanto quisieron sin que
nadie les pusiese coto; en el edificio no se entreabrió una ventana, no se filtró luz por las rendijas:
cansados y desilusionados, los cencerreadores se retiraron a dormir ellos también. Aun cuando
estaban conchavados para cencerrar una semana entera, es lo cierto que la noche de tornaboda ya
dejaron en paz a los cónyuges y en soledad la plaza.
Entre tanto, allá dentro de la hermosa mansión, abarrotada de ricos muebles y de cuanto pueden
exigir la comodidad y el regalo, la novia creía soñar; por poco, y a sus solas, capaz se sentía de
bailar de gusto. El temor, más instintivo que razonado, con que fue al altar de Nuestra Señora del
Plomo, se había disipado ante los dulces y paternales razonamientos del anciano marido, el cual
sólo pedía a la tierna esposa un poco de cariño y de calor, los incesantes cuidados que necesita la
extrema vejez. Ahora se explicaba Inesiña los reiterados «No tengas miedo, boba»; los «Cásate
tranquila», de su tío el abad de Gondelle. Era un oficio piadoso, era un papel de enfermera y de hija
el que le tocaba desempeñar por algún tiempo…, acaso por muy poco. La prueba de que seguiría
siendo chiquilla, eran las dos muñecas enormes, vestidas de sedas y encajes, que encontró en su
tocador, muy graves, con caras de tontas, sentadas en el confidente de raso. Allí no se concebía, ni
en hipótesis, ni por soñación, que pudiesen venir otras criaturas más que aquellas de fina porcelana.
¡Asistir al viejecito! Vaya: eso sí que lo haría de muy buen grado Inés. Día y noche —la noche
sobre todo, porque era cuando necesitaba a su lado, pegado a su cuerpo, un abrigo dulce— se
comprometía a atenderle, a no abandonarle un minuto. ¡Pobre señor! ¡Era tan simpático y tenía ya
tan metido el pie derecho en la sepultura! El corazón de Inesiña se conmovió: no habiendo conocido
padre, se figuró que Dios le deparaba uno. Se portaría como hija, y aún más, porque las hijas no
prestan cuidados tan íntimos, no ofrecen su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y en eso
justamente creía don Fortunato encontrar algún remedio a la decrepitud. «Lo que tengo es frío —
repetía—, mucho frío, querida; la nieve de tantos años cuajada ya en las venas. Te he buscado como
se busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del invierno.
Acércate, échame los brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado inmediatamente. Por Dios,
abrígame; no te pido más».
Lo que se callaba el viejo, lo que se mantenía secreto entre él y el especialista curandero inglés a
quien ya como en último recurso había consultado, era el convencimiento de que, puesta en
contacto su ancianidad con la fresca primavera de Inesiña, se verificaría un misterioso trueque. Si
las energías vitales de la muchacha, la flor de su robustez, su intacta provisión de fuerzas debían
reanimar a don Fortunato, la decrepitud y el agotamiento de éste se comunicarían a aquélla,
transmitidos por la mezcla y cambio de los alientos, recogiendo el anciano un aura viva, ardiente y
pura y absorbiendo la doncella un vaho sepulcral. Sabía Gayoso que Inesiña era la víctima, la oveja
traída al matadero; y con el feroz egoísmo de los últimos años de la existencia, en que todo se
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sacrifica al afán de prolongarla, aunque sólo sea horas, no sentía ni rastro de compasión. Agarrábase
a Inés, absorbiendo su respiración sana, su hálito perfumado, delicioso, preso en la urna de cristal de
los blancos dientes; aquel era el postrer licor generoso, caro, que compraba y que bebía para
sostenerse; y si creyese que haciendo una incisión en el cuello de la niña y chupando la sangre en la
misma vena se remozaba, sentíase capaz de realizarlo. ¿No había pagado? Pues Inés era suya.
Grande fue el asombro de Vilamorta —mayor que el causado por la boda aún— cuando notaron que
don Fortunato, a quien tenían pronosticada a los ocho días la sepultura, daba indicios de mejorar,
hasta de rejuvenecerse. Ya salía a pie un ratito, apoyado primero en el brazo de su mujer, después
en un bastón, a cada paso más derecho, con menos temblequeteo de piernas. A los dos o tres meses
de casado se permitió ir al casino, y al medio año, ¡oh maravilla!, jugó su partida de billar,
quitándose la levita, hecho un hombre. Diríase que le soplaban la piel, que le inyectaban jugos: sus
mejillas perdían las hondas arrugas, su cabeza se erguía, sus ojos no eran ya los muertos ojos que se
sumen hacia el cráneo. Y el médico de Vilamorta, el célebre Tropiezo, repetía con una especie de
cómico terror:
—Mala rabia me coma si no tenemos aquí un centenario de esos de quienes hablan los periódicos.
El mismo Tropiezo hubo de asistir en su larga y lenta enfermedad a Inesiña, la cual murió —
¡lástima de muchacha!— antes de cumplir los veinte. Consunción, fiebre hética, algo que expresaba
del modo más significativo la ruina de un organismo que había regalado a otro su capital. Buen
entierro y buen mausoleo no le faltaron a la sobrina del cura; pero don Fortunato busca novia. De
esta vez, o se marcha del pueblo, o la cencerrada termina en quemarle la casa y sacarle arrastrando
para matarle de una paliza tremenda. ¡Estas cosas no se toleran dos veces! Y don Fortunato sonríe,
mascando con los dientes postizos el rabo de un puro.