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SANTIAGO A. LÓPEZ NAVIA LA GÉNESIS DEL QUIJOTE COMO OBJETO DE FICCIÓN EN LA LITERATURA HISPÁNICA (1861-1993) El Quijote ha sido, desde sus comienzos como obra maestra de la literatura universal, un libro promiscuo, abierto, provocador de parodias, ejecutante de palimpsestos, incita- dor de juegos endemoniados desde su comple- jísima escritura. Edgardo Rodríguez Julia 1. — Entre tantas otras muestras ya conocidas y reconocidas de la definitiva grandeza literaria del Quijote, brilla con luz propia su con- dición concitadora de múltiples y variadas aproximaciones artísticas, practicadas desde muy diferentes perspectivas y tratamientos. En torno a la novela cervantina se ha creado todo un sistema estético que ha venido forjándose a lo largo de ya casi cuatro siglos de recepción y recreación: la música, la pintura, el cine, la escultura y — cómo no — la literatura han convertido al Quijote en objeto de su quehacer creativo. Hasta la mismísima publicidad ha sugerido con frecuencia una recreación interesada del motivo; baste mencionar un recientísimo ejemplo de propaganda institucional de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que ha elaborado un anuncio de televisión en el que la superposición final del componente icónico y el componente verbal sólo puede ser desentrañada apelando a la complicidad cultural del receptor, en la medida en que este, como se supone, conoce los motivos tópicos del Quijote; nos referimos al instante en el que se ven unos molinos de viento y la voz en off anticipa al posible visitante que se le dispensará una acogida gigantesca. Está sobradamente claro que se está utilizando como recurso la archiconocida confusión que sufre don Quijote cuando cree ver gigantes donde tan sólo hay molinos (I, 8), pero es el lector enterado quien debe reparar en el juego con la explici- tación de lo que en el anuncio se implicita. ¿Se podría lograr una iden- tificación tan fácil con cualquier otra obra fundamental de nuestra historia literaria? No creo que el espectador medio conozca y reco- nozca tan fácilmente la tópica de La Regenta o el Lazarillo, por ejemplo. ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Santiago A. LÓPEZ NAVIA. La génesis del «Quijote» como obje...
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SANTIAGO A. LÓPENAVIZ A · Anécdota del siglo XVII»2 es anterior al 9 de octubre de 1861 porque este día se estrenó la zarzuela El loco de la guardilla de Narciso Serra, quien

Nov 20, 2020

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SANTIAGO A . LÓPEZ NAVIA

LA GÉNESIS DEL QUIJOTE COMO OBJETO DE FICCIÓN EN LA LITERATURA HISPÁNICA (1861-1993)

El Quijote ha sido, desde sus comienzos como obra maestra de la literatura universal, un libro promiscuo, abierto, provocador de parodias, ejecutante de palimpsestos, incita­dor de juegos endemoniados desde su comple­jísima escritura.

Edgardo Rodríguez Julia

1. — Entre tantas otras muestras ya conocidas y reconocidas de la definitiva grandeza literaria del Quijote, brilla con luz propia su con­dición concitadora de múltiples y variadas aproximaciones artísticas, practicadas desde muy diferentes perspectivas y tratamientos. En torno a la novela cervantina se ha creado todo un sistema estético que ha venido forjándose a lo largo de ya casi cuatro siglos de recepción y recreación: la música, la pintura, el cine, la escultura y — cómo no — la literatura han convertido al Quijote en objeto de su quehacer creativo.

Hasta la mismísima publicidad ha sugerido con frecuencia una recreación interesada del motivo; baste mencionar un recientísimo ejemplo de propaganda institucional de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que ha elaborado un anuncio de televisión en el que la superposición final del componente icónico y el componente verbal sólo puede ser desentrañada apelando a la complicidad cultural del receptor, en la medida en que este, como se supone, conoce los motivos tópicos del Quijote; nos referimos al instante en el que se ven unos molinos de viento y la voz en off anticipa al posible visitante que se le dispensará una acogida gigantesca. Está sobradamente claro que se está utilizando como recurso la archiconocida confusión que sufre don Quijote cuando cree ver gigantes donde tan sólo hay molinos (I, 8), pero es el lector enterado quien debe reparar en el juego con la explici-tación de lo que en el anuncio se implicita. ¿Se podría lograr una iden­tificación tan fácil con cualquier otra obra fundamental de nuestra historia literaria? No creo que el espectador medio conozca y reco­nozca tan fácilmente la tópica de La Regenta o el Lazarillo, por ejemplo.

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Algo dice, en fin, como en tantas ocasiones se ha reconocido, que la iconografía de Don Quijote y Sancho Panza esté tan umversalmente arraigada en el conocimiento de la gran masa como para que las silue­tas del caballero y el escudero puedan ser fácil y universalmente iden­tificadas sin necesidad de explicaciones. ¿Sería posible utilizar con idéntica facilidad y frecuencia la silueta del Magistral ideado por Cla­rín, o la del buscón Pablos de Quevedo, o la del Coronel Aureliano Buendía de García Márquez? Y es que no sabemos de una obra que haya estado tan presente como el Quijote a lo largo de la historia del arte y la creación literaria.

Por lo que respecta a la literatura, el Quijote ha sido imitado, con­tinuado, ampliado y parafraseado incansablemente — y a veces lamen­tablemente — desde Avellaneda hasta nuestro siglo 1 , pero la trascen­dencia del modelo ha sido tal que el subsistema literario del amplio sistema estético antes referido ha trascendido las lindes de la mimesis en pos del proceso genético que, según las propuestas ficticias de los diferentes autores, subyace a la escritura del texto. El resultado del interés por el antes y el después del Quijote es un amplísimo corpus metaquijotesco escrito en varios idiomas y formulado mediante varios géneros literarios.

2. — Nuestro estudio va a centrarse en torno a algunas obras de la literatura hispánica en las que se plantean diversas hipótesis sobre las circunstancias en las cuales se produce la creación del Quijote. Los autores de estas obras, adscritas a géneros tan dispares como la prosa o el teatro lírico, crean distintas tramas en las que Miguel de Cervan­tes aparece unas veces como personaje atento a otros personajes-modelo que inspiran su novela, y otras como sujeto de la concepción y plasmación textual de su obra.

2.1. — Eugenio de Hartzenbusch escribe sus Cuentos y fábulas entre 1849 y 1861. Sabemos con claridad que «La locura contagiosa. Anécdota del siglo X V I I » 2 es anterior al 9 de octubre de 1861 porque este día se estrenó la zarzuela El loco de la guardilla de Narciso Serra, quien dice inspirarse en el cuento de Hartzenbusch para elaborar el libreto de su obra, de la que hablaremos luego. En «La locura conta­giosa» leemos que Magdalena, hermana de Cervantes, preocupada por la que considera locura de Miguel, manda llamar al cura de San Ilde­fonso y al doctor Turriano.

Véase nuestro trabajo El autor ficticio Cide Hamete Benengeli y sus variantes y per-vivencias en las continuaciones e imitaciones del «Quijote». Madrid. Editorial de la Univer­sidad Complutense de Madrid. 1990.

2 Juan Eugenio Hartzenbusch. «La locura contagiosa. Anécdota del siglo X V I I » . Uti­lizamos la edición de Cuentos y fábulas publicada en Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, en el año 1862, v. II, pp. 1-15.

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El cuento de Hartzenbusch está ambientado en Valladolid, lo que nos facilita la posibilidad de situarlo con precisión en 1604, año en el que la familia Cervantes se trasladó a esta ciudad, a la sazón capital del reino. En este sentido, Hartzenbusch ha sido consecuente con la fecha en la que Miguel termina la redacción del Quijote. Esta muestra de rigor biográfico tiene su palada de arena en una hipótesis que supone una cala ficticia en la biografía de Cervantes: el estado de alte­ración que preocupa a Magdalena puede estar motivado por el tiempo que su hermano pasó en prisión en Sevilla. El final de «La locura con­tagiosa» nos permitirá saber que la causa de la aparente enajenación de Miguel es el libro en cuya escritura se encuentra enfrascado, por lo que las palabras de Magdalena parecen fácilmente relacionables con el tan traído y llevado fragmento del «Prólogo» al Quijote de 1605, en el que el narrador nos comunica que el hijo de su ingenio se engendró precisamente en una cárcel.

Sancho Panza nace como personaje de la obra que está escribiendo Cervantes gracias a una sugerencia paronomásica motivada por una experiencia de Miguel en sus tratos con un labrador de Sepúlveda:

Recién llegado mi hermano de Sevilla, tuvo que tratar con un labrador de Sepúl­veda no sé qué asuntos correspondientes a la administración de unas tierras de aquella villa: y como en la lista de ellas hubiese una, sita en un término que parece llaman de Sancho Pulza, no bien oyó este nombre mi buen hermano, rompió a reír como un mentecato, diciendo: « ¡Famoso nombre, mudándole algo! ¡Famoso!» •

De otra experiencia posterior se deduce que hay una coincidencia entre el acontecimiento que la motiva y la elaboración literaria del epi­sodio de los molinos (I, 8):

Pocos días después habíamos salido él y yo a dar una vuelta fuera de la ciudad; y al subir una loma, encima de la cual hay un molino de viento, vimos que un muchacho se agarró o se dejó coger, no sé cómo, de una de las aspas del molino, que le volteó y arrojó a gran distancia, dejándole sin sentido del golpe. (...) Mi her­mano acudió a él, le alzó, y le hizo volver en su acuerdo; pero ¿querrán vuesas mercedes creer que mientras le levantaba y hacia por volverle en sí, no paraba de reírse, exclamando: « ¡También es rara casualidad! ¡vaya, que no puedo contener la risa!» .

La palabra «casualidad» hace interpretar al lector avisado que este encuentro con el muchacho volteado por los molinos no inspira el episodio quijotesco correspondiente, que tan sólo parece coincidir con este accidente después de haber sido escrito o cuando menos pen­sado por Cervantes. Lo que importa, especulaciones aparte, es que estamos asistiendo a una visión ficticia del nacimiento de la obra y al intento de explicar los estímulos a los que responde.

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Según lo que posteriormente se nos sugiere, la reacción de Don Quijote ante la representación que le ofrece Maese Pedro en su retablo (II, 25-26) parece estar inspirada — mutatis mutandis — en la que tuvo el mismísimo César Carlos I, en su retiro monástico de Yuste, ante la batalla de marionetas que le hizo presenciar Juanelo Turriano, fami­liar del médico que visita a Cervantes en nuestro cuento. El mismo doctor Turriano es el que narra el lance:

Pues como la figura del Rey de Francia hiciese que se retiraba en derrota, y se hubiesen atascado con no sé qué tropiezo las de los nuestros que le perseguían; el Emperador, que tenía los ojos fijas en ellas, como si mismamente estuviese viendo combatir hombres de carne y hueso, se dejó por un momento llevar de su imaginación guerrera y fogosa, y exclamó a voz en grito, cual si estuviese man­dando sus invictas escuadras: «Corre, Juan de Urbieta; Diego de Avila, corre; que se os escapa el rey Francisco» 5 .

La relación entre esta aventura y la construcción del citado capí­tulo del Quijote queda clara a la vista de lo que luego añade Magdalena a la conversación:

Pues bien: refiriéndole yo ha pocos días ese acontecimiento a mi hermano, soltó también una carcajada, diciendo: « ¡Brava aventura para achacársela a un titerero (s ic ) 6 .

Por último, teniendo en cuenta el diálogo que mantienen Magda­lena y el cura, Hartzenbusch parece inclinarse por la posibilidad — sugerida años antes por Martín Fernández Navarrete y Diego Cle-mencín, posteriormente suscrita por Francisco Rodríguez Marín y Alberto Sánchez, y abiertamente rechazada por Avalle Arce 7 — de que Cervantes se inspirase en el furtivo traslado del cuerpo de San Juan de la Cruz desde Ubeda a Segovia para elaborar el capítulo deci­monoveno del Quijote de 1605:

MAGDALENA Pues ¿y lo que le oí decir acerca del piadoso robo del cuerpo de san Juan de la Cruz!

EL CURA ¿Qué! ¿Se divierte también el señor hermano a costa de los siervos de Dios?

MAGDALENA No; pero dijo que él había de dar su merecido al comisionado que hizo el robo, y al Vicario y Prior del Carmen que lo consintieron.

EL CURA Y ¿qué es lo que quería dar a los reverendos?

5 Op. cit., pp. 8-9. 6 Op. cit.. p. 9. 7 Véase el artículo de Alberto Sánchez «Posibles ecos de San Juan de la Cruz en el

Quijote de 1605» en Anales Cervantinos, XXVI I I , 1990. pp 9-21.

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MAGDALENA Una buena paliza por mano de no sé qué personaje 8.

En fin, la suma de todos estos ingredientes conduce a la mención de la obra cuya gestación tanto debe a las circunstancias hasta ahora revisadas y cuya lectura ha ido contagiando la carcajada — de ahí pre­cisamente el título del cuento — por este orden al cura, al médico, a Catalina, la esposa de Miguel, a su hermana Andrea, a su hija Isabel y a su sobrina Constanza, que «formaban el coro más bullicioso y vario que imaginarse puede» 9 . Sólo Magdalena resiste a las invitaciones que todos ellos le dirigen para que se una a la gozosa experiencia de una lectura tan hilarante. Por lo menos conocerá, al final del cuento y por mediación de su hermano, el motivo de tamaño regocijo, y el lector podrá leer por encima de su hombro el título del libro culpable de esta locura contagiosa:

«... Mira lo que tan ocupado me trae hace algún tiempo, y lo que tanto ha diver­tido a estos señores». Magdalena tomó los papeles, y leyó este rótulo en la cubierta: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra 10.

2.2. — El argumento de la zarzuela El loco de la guardilla de Nar­ciso Serra " es esencialmente el mismo que el del cuento de Hartzen-busch, y el propio Narciso Serra reconoce haberse inspirado en «La locura contagiosa» 1 2 para escribir su obra. También aquí Magdalena explica al clérigo el comportamiento alterado de su hermano, conocido ya en la vecindad por el mote que da título a la zarzuela de Serra:

(...) De Sevilla por favor salió, donde estuvo preso. Por las noches se le siente que las pasa desveladas, paseos y carcajadas y palmadas en la frente, y siempre por nuestro mal esa risa que no cesa 1 3 .

8 Op. cit., p. 10. 9 Op. cit., p. 14.

10 Op. cit., p. 15. 1 1 Narciso Serra, El loco de la guardilla. Paso que pasó en el siglo XVII, escrito en

un acto y en verso por D Música del maestro D Manuel Caballero. Representada por primera vez en el Teatro de la Zarzuela el día 9 de octubre de 1861. Madrid, Imprenta de Manuel de Rojas, 1861.

1 2 Inmediatamente antes de la autorización del censor de teatros, Antonio Ferrer del Río, emitida el día 20 de junio de 1861, puede leerse la siguiente aclaración de Serra: «Con el mismo pensamiento de este Paso en su primera parte, ha escrito el eminente literato Sr. Hartzenbusch un bellísimo cuento titulado La locura contagiosa; de su escrito nació la idea del mío; ¡ojalá pudiera imitarle, siquiera fuese remotamente!».

13 Op. cit., p. 16.

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Poco a poco, todos los que habían subido a la guardilla movidos por la locura de Miguel — el médico, el clérigo, las mujeres de la vecin­dad y hasta sus maridos — van uniéndose al coro de risas que sale de la habitación en la que está encerrado. El alborozo cesa a requeri­miento de un Familiar del Santo Oficio, que ha llegado para poner orden preocupado por tamaño jaleo. Lo más original del lugar que ocupa este recién llegado en la ficción de Serra es su propia identidad: se trata nada más y nada menos de Lope de Vega, a cuya instancia explica Miguel la causa de tanta risa:

(...) Pobre, y sin empleo y viejo, dime a componer un libro, y con gracia, o desgraciado, yo a sotas con él me río: por verme risueño y pobre todos loco me han creído; y entraron a verme todos cuando leía un capítulo; y ved, un loco hace ciento. Todos rieron conmigo: estos son los delincuentes; este el cuerpo del de l i to 1 4 .

Pero lo más audaz de la invención de El loco de la guardilla es que, muy lejos de la proverbial animadversión que los dos escritores se profesan según la biografía de ambos, Miguel muestra públicamente su admiración por Lope, de cuyas obras de caridad es testigo, y reco­noce con humildad la superioridad de sus comedias:

Las comedias que escribí, casi por amor de Dios en los corrales metí, y cuando empezasteis vos a cantar, yo enmudecí 1 5 .

No menos inesperada resulta lo cortés réplica de Lope, que elogia el Quijote como una obra muy superior a toda su producción teatral y le augura la mayor de las glorias en un parlamento que se cierra con una antológica declaración de amistad:

LOPE ¡Silencio injusto y cruel! pues mientras tanto que fiel conserve la raza hispana su rica habla castellana, hablará de vos, Miguel. (Alzando el manuscrito) Yo no sé si valgo algo,

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mas por bien corta revancha diera todo lo que valgo, por vuestro ingenioso hidalgo DON QUIJOTE DE LA MANCHA. Fama lograréis sin par, vos que tal libro lográis, os lo puedo asegurar; yo escribí, y vos alcanzáis El premio del bien hablar. Famoso os hará el QUIJOTE. y no es canto de poeta el daros famoso mote, es que con voz de profeta os lo dice el sacerdote; bien haya el ruidoso son que fijando mi atención aquí me trujo no en vano: Cervantes, ¿me dais la mano?

MIGUEL La mano y el corazón 1 6 .

2.3. — El escritor y quien luego será protagonista de su novela se encuentran en la zarzuela La venta de Don Quijote de Carlos Fernán­dez Shaw 1 7 , estrenada en 1902 y publicada un año después. El encuentro sucede en una venta manchega un mes de junio de un año sin determinar a finales del siglo XVI . El cura, el barbero, la sobrina y el ama van en busca de Alonso de Pimentel, hidalgo que se ha entre­gado a la andante caballería y que en su desvarío confunde labradoras con princesas además de encontrar constantemente a su paso encanta­dores y monstruos de toda laya.

Aquí no hay un Sancho Panza, sino un criado llamado Blas, que se unirá a su amo poco después. Antes de reencontrarse con su escu­dero, Alonso ha irrumpido en la venta — no por casualidad transfor­mada en castillo por mor de sus fantasías — a la que ha venido a parar Miguel de Cervantes en su camino emprendido «al azar, sin direc­c ión» 1 8 . El recién llegado comienza a hilar de forma ininterrumpida todo un rosario de confusiones: por ejemplo, un Cuadrillero de la Santa Hermandad se ve ascendido de inmediato a la dignidad de Con­destable, y la moza Maritornes es tomada por una hermosa princesa. Cervantes, atento a la escena, formula un aparte cargado de significa­do — «(¡Vive Dios, que no he visto jamás tan curioso desvarío!)» 1 9 — y echa su cuarto a espadas sugiriéndole al caballero que, para no

16 Op. cit., p. 29. 1 7 Carlos Fernandez Shaw. La venta de Don Quijote. Comedia lírica en un acto en

prosa y en verso. Original de Música del maestro Ruperto Chapí. Estrenada en el Teatro de Apolo la noche del 19 de diciembre 1902. Madrid. R. Velasco. Impresor, 1903.

18 Op. cit., p. 17. 19 Op. cit., p. 22.

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caer en un error tal como el de declararse a la que llama Filis (Tomasa, la hija del ventero), sea fiel a una dama.

La ficción de La venta de Don Quijote sobre la génesis de la novela cervantina empieza a gestarse con claridad cuando Cervantes apunta la posibilidad de soñar esa noche con Alonso y Blas:

¡Qué caballero andante! ¡Qué gentil escudero! ¡Oh, sí; seguramente

„ , 2 0 voy a sonar con ellos!

Miguel, testigo de las peripecias admirables de Alonso, le dirige unas palabras proféticas que sirven además de bálsamo para dulcifi­car su ánimo enardecido. El vaticinio que formula este Cervantes per­sonaje sobre la fama del caballero se corresponde fielmente con el lugar que ocupa en la ficción la trascendencia de la memoria de quien será el encargado de transmitir la historia a la posteridad:

MIGUEL: (...) Témplese vuestro ánimo augusto, que los que aún dudaren de vos, acabarán por admiraros. Y en nombre de los que ya os admiran, oíd mi voz que os dice: ¡Vaya con Dios la flor y nata de los caballeros andantes; la fortuna le acom­pañará, y pasará su fama de siglo en siglo entre aplausos y vítores!

ALONSO: Habéis hablado bravamente. Y vive el cielo que por algo ya había reparado en vos. ¡Sobrina! ¡Ama! ¡Barbero escuálido! ¡Curilla estólido! En marcha, pues.

LOS DE LA VENTA: ¡Gracias a Dios! MIGUEL: (Oprimiéndose la frente con la mano) No, no se va, que aquí se

queda

En el momento de la despedida, Alonso Quijano proporciona a Miguel un dato fundamental para la ulterior historia de sus hazañas: el nombre que tomará a partir de entonces, y que debe ser apropiado para quien profesa la caballería andante:

ALONSO: (...) Pimentel en mi lugar me llaman, pero he pensado por otro más adecuado mi antiguo nombre cambiar. Un buen caballero andante sí quiere famoso ser, debe ante todo tener nombre sonoro y brillante. ¡Eso parece que ensancha su gloria!

MIGUEL: ¡Sois un gran hombre! ALONSO: (Llevándoselo aparte y con misterio.)

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MIGUEL:

¿Cómo os parece este nombre? Don Quijote déla Mancha. ¡Soberbio! En bronce y en piedra se ha de esculpir desde hoy.

ALONSO: MIGUEL:

¿Decís verdad? Como soy

Migue! de Cervantes Saavedra. ¡Ganad laureles triunfantes!

ALONSO: MIGUEL: ALONSO:

¡Recordadme siempre vos! ¡Gran don Quijote, id con Dios! ¡Quedad con El, gran Cervantes!

La última escena es definitiva para que el lector esté completa­mente seguro de que ha sido testigo privilegiado de las circunstancias que han hecho posible el nacimiento literario del Quijote. El monólogo de Cervantes acaba de apuntalar el edificio de la gloria que le deparará la posteridad. Todo empieza a cobrar vida en su pensamiento, en el que se funden, en perfecta sintonía, la experiencia de la venta y sus invenciones de creador. Don Quijote vivirá ahora su vida de caballero, pero habitará también en una parte del alma cervantina tejiendo su corporeidad de personaje a expensas de quien le dará la otra vida, la de las páginas inmortales cuyos motivos, siempre conocidos y de nuevo reconocidos por el lector, empieza a iluminar el autor en medio de un momento de exaltación. El resultado es una visión de la obra desde la que el personaje, la criatura, vendrá a fundirse con su creador en un abrazo de padre y de hijo impensables el uno sin el otro, porque sólo a Cervantes pertenece don Quijote:

EL SEÑOR MIGUEL

¡Qué extraña zozobra siento! ¡Dios le trajo a la posada! Ya está mi idea encarnada. Ya vive en mi pensamineto. (Con ternura.) Adiós, pobre loco, adiós. Nuestro encuentro bendigamos, porque tal vez le debamos ser inmortales los dos (...). Hoy copia la realidad lo que parece ficción. Delirios de mi invención principian a ser verdad. Ya comienzo a entretejer lo visto con lo pensado, porque, a veces, yo he soñado con lo que acabo de ver. Y al enlazar el recuerdo con la realidad presente,

ESCENA ULTIMA

Op. CiL, pp. 40-41.

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dudo quién es el demente de los dos, y quién el cuerdo. ¡Ah, no, no! no es desvario. ¡El vive su vida, sí, pero además vive en mí con algo que sólo es mío! Vamos, pues, vamos los dos, cada cual con su locura, de aventura en aventura por esos mundos de Dios. ¡Allá van! El siervo fiel y el buen caballero andante, Don quijote en Rocinante. Sancho en su rucio tras él. (Exaltándose por momentos) ¡Qué extraordinarias visiones mi delirio me presenta! ¡Ginés! ¡El yelmo! ¡La Venta! ¡Los yangüeses! ¡Los leones! ¡Los molinos! A lanzazos les entra con su bridón. Piensa que sus aspas son de cien gigantes los brazos. Cayó en tierra.

{Bórrase todo el fondo de la escena y vese de pronto, con luz del día, el campo man-chego donde se supone que ocurrió ¡a famosa aventura de los molinos. Giran las aspas de éstos rápidamente, movidas por el viento. A los pies de uno, en segundo término del cuadro, y a un corto trecho el señor de la cabalgadura, aparecen en tierra don Quijote y Rocinante. Más allá, Sancho espantado. Las figuras son ya las de la propia novela.)

Lloro y río. {Volviéndose y viendo la aparición.) ¡Jesús! ¡El! (Muerto de risa.)

¡Y su escudero! ¡Salud, noble caballero! (Don Quijote se incorpora y se fija en Cervantes.) ¡Ven a mí, que ya eres mío! (Adelántase don Quijote, hacia Cervantes. Este va a su encuentro con los brazos abiertos. La CRIATURA y el CREADOR se acercan. - Fuerte en la orquesta y telón rápido.)2i.

2.4. — Nos interesa destacar a continuación un fragmento de El testamento de Don Quijote, ficción publicada por Pedro Erasmo Cal-lorda en el año 191824. El narrador, que actúa además como editor, da cuenta del hallazgo que hizo en una excursión a La Mancha de dos manuscritos presuntamente redactados por Alonso Quijano: «El testa­mento de Don Quijote» y «Poesías que se atribuyen a Don Quijote y que diz las escribió cuando pensó en hacerse pastor».

El primer escrito encierra una reflexión ideológica, con ribetes de religiosidad, sobre el credo personal del caballero; sin embargo, el

2 i Op. cit., pp. 41-42. 2 4 Pedro Erasmo Callorda. El testamento de Don Quijote. México, Antigua Imprenta

de Murguía, 1918.

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detalle verdaderamente valioso para la intención de nuestro trabajo es que Cervantes y Don Quijote se llegaron a encontrar en los últimos años de la vida de Don Quijote, después de que este se retiró a su aldea tras haber sido vencido por el de la Blanca Luna. A la vista del texto parece claro que el Quijote pudo surgir de las conversaciones que ambos mantuvieron en la intimidad de la casa del anfitrión:

Por aquellos años Don Miguel de Cervantes, que andaba muy de capa caída tal vez buscando argumentos para sus obras, se allegó a casa de Don Quijote y le contó lo mucho que había sufrido en esta picara vida; cómo le habían hecho injusticias los hombres, tanto a él como a sus obras. Parece que a Don Quijote le fue simpático; dispensóle el favor de recibirlo y de sentarlo a su mesa durante un tiempo; y de las conversaciones con él habidas, algún piovecho sacó el ingenio de Cervantes, pues, según cuentan las crónicas, mucho de lo que Don Quijote le con­tara, así como los discursos que le espetara, dicen que los tomó aquel ad pedem literae25.

2.5. — En el año 1920 Horacio Maldonado publica su novela El sueño de Alonso Quijano26, en la que se pretende evocar, con inten­ción desde luego original, «la figura del hidalgo cuerdo, tal como nues­tro espíritu cree verla, en los días plácidos de su aldea» 2 7 .

Lo que sobre todo nos importa de esta obra es la función anticipa-dora de Alonso Quijano con respecto al ulterior nacimiento de la que será su novela — función evidenciada en la sospecha de que su com­portamiento será objeto de la atención de un historiador — y el interés por conseguir que la eventual futura historia de sus hechos sea abor­dada con fidelidad a sus verdaderas intenciones y sentimientos. En este sentido, el Alonso Quijano cuerdo de la novela de Maldonado lamenta, y al mismo tiempo comprende, que sus horas de lucidez pue­dan ser oscurecidas por un futuro historiador en beneficio de sus momentos de desvarío:

Si yo fuera víctima de la locura, seguro estoy de que mi futuro historiador o cronis­ta nada diría acerca de esta noche. Callaría mis horas sublimes, para no acordarse sino de mis horas de locura

En estos instantes de cordura, Alonso Quijano se anticipa a la lite­ratura desde la conciencia de que su mundo puede conquistar la distin­ción de ser motivo literario y se preocupa especialmente por la exacti­tud con la que su cronista debe observar la enorme carga de idealidad y pureza que definen su amor por Dulcinea:

¡Desgraciado historiador de mis acciones el que no dé a mi Dulcinea el verda-

25 Op. cit., p. 21. 2 6 Horacio Maldonado. El sueño de Alonso Quijano. Montevideo, El Siglo Ilustrado,

1920. 27 Op. cit., p. 8. 28 Op. cit.. p. 67.

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dero valor que tiene! ¡Desgraciado historiador de mis hechos el que no vea en Dulci­nea nada más que el símbolo del amor puro, platónico! 2 9 .

En alguna otra ocasión, Alonso selecciona pequeños motivos que desearía inmortalizar en la que podría ser la futura historia de su vida. Así actúa a propósito del beso que da al ama y a su sobrina en el capí­tulo XI I de la novela que ahora estudiamos:

Yo podría asegurar desde ahora que jamás figuraría en los libros que acerca de mí se escribieran, el beso que acabo de dar, a no ser que a algún escritor modes­to se le ocurriera, pasados algunos siglos, sacarlo a la luz, para que sirviese de tierno ejemplo a los que leyeren la historia de mi v ida 3 0 .

Este fragmento forma parte de una amplia serie de consideracio­nes sobre la atención que presta la historia a los grandes hechos en detrimento de los sencillos acontecimentos cotidianos. Para Alonso Quijano este beso es un hecho que puede adscribirse a la perspectiva de la más pura intrahistoria unamuniana, esa misma que parece rei­vindicarse una página antes cuando se afirma que «de los pueblos, de los humildísimos pueblos muy poco dicen los historiadores. Más toda­vía: de las cosas humildes de un personaje tampoco se dice nada». Esto es, en definitiva, el beso: una pequeña «cosa humilde», un instante de ternura que el protagonista desearía ver retratado en la historia — su historia — «pasados algunos siglos». El círculo se cierra perfecta­mente: Maldonado ha respondido con toda puntualidad al deseo de su personaje.

2.6. — En la novelita Ana-Franca. La visión del «Quijote», publicada en 19403 1, Vicente Ferraz y Castán elabora el personaje Alonso — el tío de Catalina de Salazar en el que, según algunas interpretaciones, se basó Cervantes para la construcción literaria de Don Quijote 3 2 — desplegando un completísimo juego de guiños al lector informado. Según la invención de Ferraz y Castán, Cervantes encontró en el diálogo que mantuvo con Alonso, con el cura y con el barbero del pueblo de Esquivias, antes de contraer matrimonio con Catalina, motivos y hue­llas de naturaleza textual que pueden ser fácilmente rastreables en el Quijote, circunstancia que sustenta la ficción de Ana-Franca sobre la génesis de la novela cervantina.

29 Op. cit.. p. 105. 30 Op. cit.. p. 247. 3 1 Vicente Ferraz y Castan. Ana-Franca. La visión del «Quijote». Madrid, Editora

Nacional, 1940. 3 2 Véase el clásico estudio de Francisco Rodríguez Marin «El modelo más probable

del Don Quijote», en Estudios cervantinos, Madrid, Atlas, 1947, pp. 561-572. Entre las últi­mas revisiones de este asunto cfr. José Manuel Bailón Blancas, Historia clínica del cabal­lero Don Quijote, Madrid, Fernando del Amo Editor, 1993, pp. 107-109.

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Alonso, que aparece con frecuencia con su galgo «Tempus» — en el que reconocemos fácilmente al «galgo corredor» del primer párrafo del Quijote — está perdiendo el seso a causa de la lectura de los libros de caballerías. Su carácter, sin embargo, no está afectado por un desvarío radical; antes al contrario, Miguel de Cervantes encuentra «entre sus rarezas muchas discreciones» 3 3; sólo cuando se habla sobre caballería andante se trastorna un tanto su juicio y, como afirma el cura, «se escapa del gremio de los discretos» 3 4 .

Alonso está firmemente convencido — y cómo nos suenan sus pala­bras — del éxito seguro que tendría la empresa del rey si se mandase un ejército de caballeros andantes para acabar con la amenaza turca:

¡Cuerpo de tal!... Que si se tomara mi consejo y prevención de reunir la muche­dumbre de caballeros andantes que vagan por España, a la hora de ahora estaría destruida íntegra la potestad del turco, y ganada la libertad de todos, que es el más precioso don que los cielos dieron al hombre, y desterrado el cautiverio, que es el mayor mal que pudo aconteceros, señor poeta 3 5 .

Ninguno de estos detalles se le escapan al poeta, que toma apun­tes de tan sabrosa conversación. Y de la conversación de Alonso sur­gen frases que apuntan con toda exactitud a los conocimientos que debe tener el lector sobre el texto del Quijote. Asi es en el momento en que la enamorada Ana Franca viene a Esquivias disfrazada de gitana para ver a Miguel. El tío de Catalina le reprochará al cura en los siguientes términos la prevención que mantiene ante los juglares que la acompañan:

¡Tate, tate! Con la Iglesia hemos tropezado. ¿Halla el señor clérigo algún pecado en alegrarse? 6 .

Y también nos es fácilmente reconocible el eco quijotesco del breve diálogo que mantienen Alonso y Ana Franca:

33 Op. cit., p. 39. 34 Op. cit., p. 40. Es obvia la relación con al menos dos pasajes del Quijote: «En los

que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía tan buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente en tratándole de su negra y pizmienta caballería» (I, 38). «(...) Como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras» (II, 43). Citamos por la edición de Martín De Riquer, Barcelona, Planeta, 1980.

35 Op. cit., p. 55. Obsérvese la clara relación con el siguiente fragmento de II, 1: « ¡Cuerpo de tal! — dijo a esta sazón don Quijote —. ¿Hay más sino mandar Su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco?».

36 Op. cit., p. 63. Ferraz emplea aquí, lejos del sentido literal de! original, una versión del famoso «Con la iglesia hemos dado, Sancho» del capitulo II, 9.

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ANA FRANCA. - (...) La Manchada me llamo, la Manchada. DON ALONSO. - Os llamaréis desde hoy Doña Manchada 3 7 .

En fin, Miguel reconoce lo que su inspiración le debe al conoci­miento de Alonso:

¡Oh hidalgo, hidalgo!, metido estás entre las paredes de hueso de este cerebro; es otro amor que está naciendo •

También el narrador nos hace participes del efecto que hacen en Cervantes las palabras de Alonso, que van constituyendo la materia bruta a la que la imaginación literaria del poeta acabará dando la forma que ya conocemos:

(...) De esas sublimes palabras del exaltado Don Alonso emergían bandadas de ideas que en tropel ansiaba recoger y ordenar el poeta en su mente 3 9 .

Por fin Alonso, coincidiendo con el final de la narración de Ferraz y Castán, se marcha con su caballo «campo adelante» 4 0 y dispuesto a cumplir con su irrenunciable vocación de caballero andante. Ya ha sido suficiente para el Cervantes personaje de esta nueva ficción para-quijotesca, que convierte el primer párrafo del Quijote cervantino en el último párrafo de La visión del Quijote,

2.7. — El cuento «Historia de alguien», publicado en 1993 por José Balza 4 1, parte de una propuesta ficticia indudablemente original: respondiendo a las solicitudes de Miguel de Cervantes, Felipe II le ha distinguido con la provisión de un cargo en las posesiones de España en América. No se menciona la dignidad correspondiente al nombra­miento, ni tampoco la ciudad de destino. Tampoco importa esta impre­cisión; lo que verdaderamente interesa es el concepto integral de Nuevo Mundo como un condicionante casi inexcusable para crear una determinada obra, y aquí es donde adquirirá consistencia la ficción sobre la génesis del Quijote.

Siete años después de su llegada Cervantes comparte con el lector su resignada indiferencia y la evolución de su carácter. Sabe que no hay ninguna razón especial para regresar a España — «en cualquier sitio todo parecía ser igual » 4 2 — y se ha enriquecido, gracias a la

Op. cit., p. 66. Nos suena la música del capitulo I, 3, en donde Don Quijote, ya fal­samente armado caballero, rebautiza a la Tolosa y a la Molinera como «doña Tolosa» y «doña Molinera», respectivamente.

38 Op. cit., p. 99. 39 Op. cit., p. 115. 40 Op. cit.. p. 140.

1 José Balza, «Historia de alguien (Ejercicio narrativo)». Ap. Julio Ortega (Ed.), La Cervantiada, Madrid, Ediciones Libertarias, 1993, pp. 15-24.

42 Op. cit.. p. 23.

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experiencia y a la edad, con el beneficio de una mayor perspicacia: «Descubrió que había ganado en sutileza para recordar y contemplar los sucesos diarios» 4 3 .

En su progresión psicológica llega Cervantes a la recurrente con­clusión de la dualidad inherente a todo hombre, y en el planteamiento de su reflexión el lector puede columbrar fácilmente, en virtud de una complicidad ya cómoda, el origen de los protagonistas del Quijote:

El hombre más honesto cobijaba inclinaciones perversas; el más valiente, cobardía. El peor, un momento de nobleza. Por eso — piensa — en cada uno de nosotros respira un gordo y un f laco 4 4 .

Pero la evolución carecterológica de Cervantes no implica sólo la selección temática de su futura obra y su correspondiente traslación a los personajes, sino también una determinada actitud — precisa­mente el humor — ante el proceso creativo:

Cualquier cosa que haga estará signada por el humor: a esta edad del desen­gaño hay que corresponderle con el sarcasmo, la risa o la ironía .

Sin embargo, el ingrediente más audaz y comprometido de la fan­tasía articulada por Balza es la defensa de las excelencias del Nuevo Mundo para que pueda surgir en su seno una obra especial, distinta, definitiva, hija de un ambiente y un paisaje adecuados para una aven­tura de invención como la que requiere el Quijote. El efecto está logrado, y el final, acaso esperable, requiere una vez más de la partici­pación del lector, cómplice del guiño:

¿Habría tenido oportunidad de pensar igual allá en Valladolid o en Sevilla? Tal vez, tal vez, porque se es el mismo en cada lugar: la pluma es lengua del alma -hubiese escrito él. Pero únicamente en un Mundo Nuevo se puede desafiar a la retórica: convertir en versiones libres todo lo que ya ha sido y será codificado. Sólo dentro de esta luz y ante este mar que lo convoca y lo acoge podrían surgir los versos que ya se le convierten en prosa: la historia de un otro y su otro, el refugio de alguien múltiple.

Estaba preparado. Su mujer le trae café. La luz disminuye, aunque envuelve de manera espectral. Abre los ojos; se apartó hacia su mesa de trabajo, cerca de la clara ventana y dejó que la pluma fijara las primeras frases:

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...46.

3. — Podemos reconocer el mayor o menor valor literario de obras como las anteriores, que desde luego no son siempre tan consideradas por la crítica como los grandes títulos de la historia de la literatura.

Ibidem. Ibidem. Ibidem. Op. cil., p. 24.

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Podemos, si se quiere, reducir su significación a la mera anécdota, negándonos a trascender sus definitivos límites de obras las más de las veces secundarias. ¿Es — por cierto — una obra secundaria el Qui-jote que según Borges debemos al ingenio de Pierre Menard? Porque si en alguna obra parece plantearse con toda claridad la génesis del Quijote es precisamente en el cuento borgiano «Pierre Menard, autor del Quijote». Sin embargo, no hemos caído en la celada del hacedor de ficciones: la génesis del Quijote de su cuento no es — pese a la exac­titud de ambos — la del Quijote cervantino, sino, precisa e indubitable­mente, la del Quijote de Pierre Menard.

Sea cual sea nuestra actitud ante las obras que han iluminado nuestro recorrido, siempre será más que evidente la rotunda influen­cia del modelo, en el que — no lo olvidemos — se plantean con todo el despliegue lúdico, por vez primera y de forma insuperable, desde el primer prólogo hasta el final, los problemas genéticos de la historia de Don Quijote, gracias a ese entramado autorial, a veces irresoluble, en donde sobresale por derecho propio el al mismo tiempo conocido y desconocido Cide Hamete Benengeli, cuyos pasos tramposos hemos intentado seguir con alguna frecuencia 4 7.

Pero el valor real de las obras posteriores al Quijote en cuyo estu­dio nos hemos detenido alumbra una singular paradoja cuya indiscuti­bilidad podría manifestarse acaso sin habernos entregado al esfuerzo de analizarlas: sólo se puede construir una ficción sobre el origen de una obra gracias a las intuiciones emanadas de la atenta lectura de la obra ficticiamente originada. O lo que es lo mismo, que es el Quijote el que fundamenta la génesis de todas las obras que nacen respon­diendo a la propuesta de fantasear sobre su origen, y no al revés, aun­que les concedamos a los autores atrevidos nuestra complicidad en el juego. Si lo hacemos es, sobre todo, porque reconocemos que Hartzen-busch, Serra, Fernández Shaw, Erasmo Callorda, Maldonado, Ferraz y Castán y Balza son buenos lectores del Quijote y demuestran que al calor de sus páginas pueden gestarse nuevas — o viejas — ficciones sobre los personajes originales y sobre las circunstancias de su escri­tura. Toda una selva metaliteraria cuyas obras son, casi siempre, de ingrata pero necesaria lectura para abrir un camino complementario al que sigue la crítica cervantina más frecuentada, porque ahora se

4 7 Véanse, además de nuestro estudio citado en nota 1, nuestros artículos «Una apro­ximación funcional al problema de Cide Hamete Benengeli en el texto del Quijote», Ap. Anales Cervantinos, vv. XXV-XXVI , 1987-88, pp. 255-267; «Sabio, autor e historiador. Cate­gorías atributivas y paralelas a Cide Hamete Benengeli en el texto del Quijote», Ap. Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 211-222; «E l juego narrativo en torno al autor ficticio en el Quijote de 1615», Ap. Anales Cervantinos, XXV I I , 1989, pp. 9-20, y «El desarrollo del estatuto de personaje de Cide Hamete Benengeli en las continuaciones del Quijote», Ap. Anales Cervantinos, XX IX , 1991, pp. 105-115.

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trata de reconocer la trascendencia del Quijote desde fuera y no desde dentro del Quijote mismo. Sabemos, en fin, que el punto de llegada — que ya es en realidad, a estas alturas de la historia, un punto de partida — es el mismo.

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