Santa María - con reflexiones de Benedicto XVI

Santa María, Madre de Dios

Presentación basada en el libro

La infancia de Jesús, de Benedicto XVI.

Con imágenes de la Pietá fotografiada por Hupka.

Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño en el pesebre.

Se apresuraron, como María fue “de prisa” a ver a su prima Isabel.

¿Qué cristianos se apresuran hoy cuando se trata de las cosas de Dios?

Si algo merece prisa, son precisamente las cosas de Dios.

Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Este es un signo de reconocimiento. Lo que el ángel ha dicho es verdad. Y vuelven con alegría, dando gloria y

alabando a Dios por lo que han visto y oído.

María guardaba todas estas cosas en su corazón. Como los pastores, ella ve desde dentro. El niño recostado en el pesebre no es tanto una señal de que la gloria de Dios se hace asequible. El verdadero signo es la pobreza de Dios.

La presentación en el templo es un relato donde Lucas, oficialmente, presenta a Jesús en el santuario de su pueblo.

La Ley prescribía que los primogénitos fueran rescatados. Pablo afirma que Jesús “nació bajo la Ley”.

La Ley prescribía la purificación de la mujer y su ofrenda al templo: un cordero, o bien un par de tórtolas o pichones. María ofrece el sacrificio de los pobres. No necesita ser purificada, pero obedece la Ley, como cumplimiento de las promesas.

No era necesario ir al templo para rescatar al primogénito, pero Lucas señala así la entrega de Jesús a Dios, su consagración al Padre, al que pertenecerá totalmente, en el lugar del encuentro entre Dios y su pueblo.

El anciano Simeón

Es descrito con tres cualidades: justo, piadoso y espera la consolación de Israel.

Justo: vive en y de la Palabra de Dios.

Piadoso: vive en íntima apertura personal hacia él.

En la palabra “consolación” resuena la palabra de Juan sobre el Espíritu Santo.

Vive orientado hacia el redentor que ha de venir.

Simeón espera y aguarda, en él ya se ha posado el Espíritu.

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.”Es un texto litúrgico de la comunidad cristiana más antigua, igual que el Benedictus y el Magníficat. El Niño es llamado salvador, tal como dijo el ángel.

En las palabras de Simeón resuenan las del profeta Isaías: el niño será luz de las naciones y gloria de Israel.

Su misión conlleva la universalidad: el siervo lleva la luz de Dios a todo el mundo.

Pero Simeón también anuncia a María una profecía de la cruz. La gloria está unida a la muerte y el dolor.

La luz del mundo ha de cumplir su misión en la oscuridad de la cruz.

Signo de contradicción

Isaías alude a Dios como piedra en la que se tropieza y se cae. La oposición del hombre contra Dios recorre toda la historia.

Jesús, signo de Dios, atrae hacia sí la oposición contra Dios hasta la cruz.

Dios es amor. Pero también se puede odiar el amor cuando exige salir de uno mismo para ir más allá.

El amor no es una romántica sensación de bienestar, no es wellness, ni autocomplacencia.

El amor es una liberación del estar oprimidos en el propio yo. Esta liberación tiene el precio del sufrimiento en la cruz.La profecía de la luz y la palabra acerca de la cruz van juntas.

“Y a ti, una espada te traspasará el alma”.De María podemos aprender la verdadera compasión, libre de sentimentalismo, acogiendo el dolor ajeno como sufrimiento propio.

Los Padres de la Iglesia consideraban la insensibilidad, la indiferencia ante el dolor como algo pagano. La fe cristiana opone a esto el Dios que sufre con los hombres. La Mater Dolorosa con la espada en el corazón es prototipo de este sentimiento de la fe.

La profetisa Ana es la imagen de la persona piadosa. Vive cerca de Dios y para Dios en cuerpo y alma.

Porque vive cerca del templo, en adoración, está allí cuando llega Jesús. Su profecía es su anuncio, la transmisión de la esperanza de la que ella vive.

Presentación realizada por Montse de Paz

31 diciembre 2013