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Santa Edith Stein

Jul 14, 2015

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Santa Teresa Benedicta de la Cruz EDITH STEIN

La mujer como miembro del Cuerpo Mstico de Cristo, por Edith Stein Cmo llegu al Carmelo de Colonia La Bsqueda de la Verdad Juda, Filsofa, Carmelita y Mrtir Aos de Espera Edith Stein: Finitud y Eternidad Al Carmelo de Colonia Esto es la verdad En el Misterio de la Cruz Una Semblanza de Edith Stein SPES AEDIFICANDI. "Motu proprio" de Juan Pablo II proclamando a santa Brgida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, como copatronas de Europa (1/10/1999) Edith Stein, ejemplo de libertad espiritual Edith Stein, hebraicidad y santidad cristiana

Filosofa y Mstica en Edith Stein Edith Stein: Razonabilidad y su Fundamento

La mujer como miembro del Cuerpo Mstico de Cristo Por Edith Stein 1. Puesto de la mujer en la Iglesia La finalidad de la formacin religiosa consiste en hacer que los jvenes encuentren su puesto en el Cuerpo mstico de Cristo, el lugar que para ellos ha sido preparado desde la eternidad. Todos los que participan de la redencin se transforman en hijos de la Iglesia, y en esto no hay diferencias entre hombres y mujeres. La Iglesia no es slo la comunidad de los creyentes, sino tambin el Cuerpo mstico de Cristo, es decir, un organismo en el que los individuos asumen el carcter de miembro y de rgano, y por naturaleza los dones de uno son distintos del otro, y del todo; por eso la mujer en cuanto tal tiene un puesto particular orgnico en la Iglesia. Ella est llamada a personificar, en el desarrollo ms alto y puro de su esencia, la esencia misma de la Iglesia, a ser su smbolo. La formacin de las muchachas y de las jvenes tiene que conducir hacia estos grados de pertenencia a la Iglesia. La primera condicin necesaria para comprender esta funcin consistir en conocer con claridad cul es la esencia de la Iglesia. Para la razn humana es particularmente accesible el concepto de Iglesia como comunidad de los creyentes. Quien cree en Cristo y en su Evangelio, quien espera sus promesas, se une a l por amor y observa sus mandamientos, se liga en la ms profunda unidad de pensamiento y de amor con todos aquellos que tienen la misma conviccin. Aquellos que vivieron en torno al Seor durante su vida terrenal, se convirtieron en el fundamento de la gran comunidad cristiana: la propagaron, dejando como herencia a los tiempos venideros el tesoro de la fe encerrada en ella. Si la sociedad humana natural es ms que una simple agrupacin de individuos y, como se puede constatar, sta se funde en un tipo de unidad orgnica, esto vale con ms razn para la sociedad sobrenatural que es la Iglesia. La unin de la persona con Cristo es algo muy distinto de la unin entre personas humanas: es radicarse en l y crecer en l (as nos dice la parbola de la vid y los sarmientos); inicia con el bautismo y se afianza siempre ms con los otros sacramentos, asumiendo en cada individuo una orientacin diversa. Este real hacerse-uno con Cristo conlleva el transformarse en miembros los unos de los otros para todos los cristianos. Y as la Iglesia se convierte en el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo es un cuerpo vivo, y el espritu que lo vivifica, es el Espritu de Cristo, que se transmite de la Cabeza a los miembros; el espritu que se difunde de Cristo es el Espritu Santo, por eso la Iglesia es templo del Espritu Santo. A pesar de la unidad real, orgnica, entre la Cabeza y el cuerpo, la Iglesia est frente a Cristo como persona independiente. En cuanto Hijo del Padre eterno, Cristo viva antes que el tiempo y que todos los seres humanos. Con la creacin la humanidad comenz a vivir antes que Cristo asumiese la naturaleza y entrase en ella. Y cuando entr, llev consigo su vida divina. Con la redencin la hizo receptiva y la llen de gracia: la ha generado de nuevo. La Iglesia es la humanidad nuevamente generada, redimida por Cristo. La primera clula de la humanidad redimida es Mara: ella fue la primera en la que se actu la pureza y la santidad de Cristo, la plenitud del Espritu Santo. Antes de que el Hijo del hombre naciese de esta Virgen, el Hijo de Dios cre esta Virgen llena de gracia, y en ella y con ella cre la Iglesia. Por eso Mara, en cuanto criatura nueva, est a su lado, aunque est ligada indisolublemente a l.

Y as cada alma, purificada por el bautismo y elevada el estado de gracia, es generada por Cristo y dada a luz por Cristo. Pero es generada en la Iglesia y dada a luz por medio de la Iglesia. De hecho, es por medio de los rganos de la Iglesia que todo nuevo miembro es formado y llenado de vida divina. Por eso la Iglesia es la madre de todos los redimidos. Pero lo es por su unin ntima con Cristo: ella es la sponsa Christi, que est a su lado y colabora con l en su obra, la redencin de la humanidad. rgano esencial en esta maternidad sobrenatural de la Iglesia es la mujer, fundamentalmente con su maternidad corporal. Para que la Iglesia alcance su perfeccin, -ligada al alcance del nmero de miembros establecido-, la humanidad tiene que continuar creciendo. La vida de la gracia presupone la vida natural. El organismo corpreo-espiritual de la mujer est formado para la funcin de la maternidad natural, y la procreacin de los hijos ha sido ratificada por el sacramento del matrimonio y de este modo asumida en el proceso vital de la Iglesia. Pero la participacin de la mujer en la maternidad espiritual va mucho ms all; ella est llamada a favorecer en los nios la vida de gracia. La mujer es un rgano inmediato de la maternidad sobrenatural de la Iglesia y participa de esta maternidad sobrenatural. Y eso no se reduce slo a los propios hijos. El sacramento del matrimonio incluye fundamentalmente la misin recproca de favorecer o hacer nacer la vida de gracia en el cnyuge; adems es propio de la madre incluir en su preocupacin maternal a todos los que viven dependiendo de ella; y, finalmente, es misin de todo cristiano suscitar y promover la vida de fe en toda alma, siempre que sea posible. La mujer est llamada de modo particular a esta misin, por la peculiar posicin en que ella se encuentra frente al Seor. La narracin de la creacin pone a la mujer junto al hombre como ayuda proporcionada, para que obren juntos como un ser nico. La carta a los Efesios representa esta relacin como una relacin entre cabeza y cuerpo, como un smbolo de la relacin entre Cristo y la Iglesia. Por eso hay que ver en la mujer un smbolo de la Iglesia. Eva, que nace del costado de Adn, es un smbolo de la nueva Eva -por tal entendemos a Mara, pero tambin a la Iglesia entera- que nace del costado abierto del nuevo Adn. La mujer ligada por un matrimonio autnticamente cristiano, es decir, por una unidad de vida y de amor indisoluble con su esposo, representa a la Iglesia, esposa de Cristo. Esta personificacin de la Iglesia es ms ntima y perfecta en la mujer que, cual sponsa Christi, ha consagrado su vida al Seor y se ha unido con l con un vnculo indisoluble. Ella est a su lado como la Iglesia, como la Madre de Dios, que es el prototipo y clula germinal de la Iglesia cual colaboradora en la obra de la redencin. El don total de su ser y de toda su vida, le hace vivir con Cristo y colaborar con l; lo cual significa tambin sufrir con l y morir esa muerte de la que surge la vida de gracia para la humanidad. Y as la vida de la esposa de Dios se enriquece con la maternidad espiritual sobre toda la humanidad redimida; y no existe diferencia si ella trabaja directamente entre las personas o si ella con el sacrificio trae frutos de gracia, que ni ella ni ningn otro ser humano tiene conocimiento. Mara es el smbolo ms perfecto de la Iglesia porque ella es prototipo y origen. Ella es un rgano particularsimo: el rgano del cual fue formado todo el Cuerpo mstico, incluso la misma Cabeza. Por su posicin orgnica central y esencial se la llama gustosamente el corazn de la iglesia. Las expresiones cuerpo, cabeza y corazn son imgenes con las que se pretende expresar una realidad. La cabeza y el corazn desempean en el cuerpo humano unas funciones fundamentales: los otros rganos y miembros dependen de esos dos en su ser y actuar; y entre cabeza y corazn hay una conexin especialsima. Lo mismo sucede con Mara que por su especial unin con Cristo necesita de un ligamen real -entendido como mstico-, con todos los otros miembros de la Iglesia, unin que supera cualitativa y cuantitativamente la unin que se da entre los miembros, unin semejante a la existente entre madre e hijo, superior a la existente entre los hijos. Llamar a Mara como Madre no es una simple imagen. Ella es nuestra Madre en sentido real y eminente, en un sentido que trasciende la maternidad terrenal. Ella nos ha generado a la vida de la gracia cuando se entreg a s misma, todo su ser, su cuerpo y alma a la maternidad divina. Por todo esto ella nos es muy cercana. Nos ama, nos conoce, se empea en hacer de nosotros lo que tenemos que ser; sobre todo, nos quiere conducir a la unin ms ntima con el Seor. Esto es vlido para todos los hombres; para la mujer tiene necesariamente una importancia particular. En su maternidad natural y sobrenatural, y en su esponsalidad con Dios, contina en cierto modo la maternidad y esponsalidad de la Virgo-Mater. Y as como el corazn de una mujer nutre y sustenta todos sus rganos corporales, as podemos

creer que Mara colabora all donde una mujer cumple con su misin femenina, igual que est presente la colaboracin de Mara en todas las actividades de la Iglesia. Pero puesto que la gracia no puede actuar en las almas si stas no se abren a su presencia, del mismo modo Mara no puede realizar plenamente su maternidad si los hombres no se le abandonan. Las mujeres que desean corresponder plenamente con su vocacin femenina, en todos los modos posibles, alcanzarn su fin de un modo ms seguro si, adems de tener presente la imagen de la Virgo-Mater y tratar de imitarla en su actividad formativa, se confan a su direccin y se abandonan totalmente a su gua. Ella puede formar a su imagen a todos los que le pertenecen. Aqu hemos sealado los peldaos que conducen a la mujer a su puesto, querido por Dios, dentro de la Iglesia: ser hija de Dios, ser rgano de la Iglesia para la maternidad fsica y espiritual, smbolo eclesial y sobre todo hija de Mara. Qu puede hacer el hombre, y especialmente la mujer para orientar a la juventud femenina por este camino? 2. Orientar a la juventud hacia la Iglesia Por su carcter maternal eclesial, la mujer est llamada en la Iglesia a la formacin cristiana de la juventud, especialmente de la juventud femenina. El primer objetivo consiste en conducir a la adopcin divina, para lo cual el primer paso esencial es el bautismo. Esto es generalmente tarea de los sacerdotes, si bien los padres son los primeros que tienen que preocuparse de ello. Con el bautismo nace el hijo de Dios, que es hijo de la Iglesia. La vida de gracia en el nio es como una pequea llama que tiene que ser protegida y alimentada. Protegerla y alimentarla en los primeros aos es una misin sobre todo de la madre. Protegerla significa ampararla de todo soplo que pudiera apagarla. Se apaga con la incredulidad y el pecado, lo cual le es posible al nio slo despus de que ha alcanzado el uso de la razn y de la libertad. Pero incluso antes es necesaria la vigilancia porque pueden entrar en el alma partculas venenosas antes de que se haya despertado la vida espiritual. Todo lo que se presenta ante los ojos del nio, lo que entra por sus odos, lo que estimula sus sentidos, influye sobre l incluso antes del nacimiento y puede provocar en su alma impresiones cuyas consecuencias en su vida futura son imprevisibles. Por eso la madre tiene que conservar pura la atmsfera en la que vive el nio. Tiene que preocuparse tambin, de ser y mantenerse pura, y procurar, en la medida de lo posible, mantener lejos del nio a las personas que no gocen de su confianza. La pequea llama se alimenta, antes de que el nio alcance la razn, con la oracin de la madre y la proteccin de la Madre de Dios, a quien el nio ha sido confiado. En el momento en el que se despierta la razn, comienza la posibilidad de una formacin directa. El nio tiene que aprender a conocer y a amar al Padre del cielo, al nio Jess, a la Madre de Dios y al ngel de la guarda. Con el desarrollo de la razn se hace posible la profundizacin en el mundo de la fe. El corazn, puro y no corrompido del nio, no encuentra dificultades para eso; ms bien muestra un deseo continuamente creciente. Y apenas la razn se muestra abierta, hay que admitirlo en las fuentes de la gracia, en los sacramentos. Estos son los alimentos ms sustanciales de la vida de la gracia y la defensa ms eficaz contra los peligros que en estas edades son inevitables: las influencias externas, mltiples y a veces incontrolables. Si en los primeros aos se ha colocado un fundamento slido y seguro de formacin religiosa, el trabajo de la escuela es fcil. Pero sabemos que hoy muchas madres no cumplen con esa misin; cuntos nios llegan a la escuela sin ningn conocimiento de la fe; cuntos estn influenciados por la incredulidad de la familia o de la calle; en cuntos la pureza del corazn ha sido daada por lo que han visto y odo desde la ms tierna infancia y que obstruye en ellos el camino para una libre adquisicin de las verdades divinas. Pero la empresa no est del todo perdida si el nio encuentra en la escuela lo que le ha faltado en casa: la direccin de una educadora materna, pura, unida a Dios y que lo introduce en la vida de la fe. En el corazn del nio hay, incluso en aquel que ha sido tocado por el pecado, un deseo intenso de pureza, de bondad, de amor, unas ansias inmensas de amar y confiar. La maestra que se presenta como una autntica madre, enseguida les conquista y puede conducirles donde quiera. Es casi inevitable el ligarles personalmente a s; pero ella no tiene que quedarse en esto; su fin ser el conseguir la instauracin en ellos de un contacto firme e inmediato con el mundo de la fe, ligamen que permanece incluso cuando el influjo cesa, y que permanece sin alterarse frente a influencias peligrosas de otras partes.

En los primeros aos de escuela, las narraciones bblicas, expuestas con vivacidad, influyen fuertemente sobre la fantasa y el nimo. Las prcticas religiosas incluidas en la vida escolar, -sensibilidad por el ao litrgico, preparacin de la Navidad, altar y canciones de mayo, visitas comunes a la iglesia con oraciones y cantos bonitos-, crean hbitos preciosos y entraables. Pero sera peligroso fiarse de la fantasa, del sentimiento, de la fuerza de las buenas costumbres; sera como desconocer la fuerza inmensa de las pasiones y de las grandes crisis de la vida; sera desconocer la naturaleza femenina, en la que ciertamente la fantasa y el nimo (con esto se entiende el dominio de los sentimientos y de las emociones) fcilmente se encienden y arrastran, pero que no son el centro vital del que dependan las decisiones ms importantes. La formacin religiosa para que sea duradera tiene que estar anclada en valores objetivos, y tiene que contraponer a las potentes realidades de la naturaleza, las realidades an ms potentes de la gracia. Por eso es necesario preparar cuanto antes para la recepcin de los sacramentos, preocuparse por un acercamiento frecuente a los mismos y exhortar a la comunin cotidiana. No menos necesaria resulta la preparacin para una recepcin fecunda de los sacramentos; los sacramentos hay que comprenderlos en su autntico significado; la gran realidad sobrenatural que en ellos se esconde y acta por su medio en el alma, tiene que ser alcanzada por la inteligencia. Eso exige una reestructuracin de la formacin religiosa desde el inicio, pero sobre la base de una enseanza dogmtica clara y profunda (exigencia que no se limita slo a este caso, sino que es necesaria siempre que se quiera anclar la religiosidad en valores objetivos y se quiera orientar hacia las realidades sobrenaturales). La formacin religiosa, de hecho, tiene que poner las bases para una autntica vida de fe, y la fe no es objeto de fantasa ni de un sentimiento piadoso, sino comprensin intelectual (aunque no se trate de penetracin racional) y adhesin de la voluntad a las verdades eternas; la fe plena y formada es una de las acciones ms profundas de la persona en donde se realizan todas las potencias. Los sentidos y la fantasa mueven la inteligencia y son necesarios como punto de partida; los movimientos del nimo estimulan la voluntad a adherirse, de ah que sean una ayuda preciosa. Pero si se contenta con eso, si no se estimulan los actos propios de la inteligencia y de la voluntad, difcilmente se formar una vida de fe autntica. Quin se atrevera a contestar la inteligencia y la voluntad de las jvenes? Significara negarles el pleno carcter humano. Lo que no les atrae es el conocimiento abstracto, puramente intelectual: quieren entrar en contacto con la realidad y quieren abrazarla no slo con la inteligencia sino con el corazn. Precisamente, porque su naturaleza les lleva a poner toda su personalidad en sus actos interiores, se sienten muy atradas por la fe, que exige de toda la persona y de todas sus energas; es ms fcil llevarles a ellas la vida de fe que a los muchachos. Mientras que la enseanza memorstica de las frases incomprensibles del catecismo resulta desastrosa, introducir en los misterios de la fe resulta muy fructfero. Cuando el evangelio de la Navidad, la celebracin navidea con los dones del Nio Jess y el encanto misterioso de la noche santa, abren al conocimiento de Mara y del Nio que conquistan los corazones, surge espontneo el deseo de acercarse a ellos y conocerlos ms profundamente. Entonces, ste es el momento oportuno para sealar los misterios de la Encarnacin y de la excelsa vocacin de la Madre de Dios. As se despierta la comprensin de la ntima unin que nos une con el poder sobrenatural, suscitando un confiado abandono para toda la vida. La narracin evanglica de la ltima Cena prepara el terreno para una profunda introduccin en el misterio eucarstico; la pasin y la resurreccin sirven para introducir en el misterio de la redencin, en el autntico significado del dolor, de la muerte y resurreccin. La exposicin de los misterios cristianos tiene que conducir a una transformacin en la vida prctica. Esto suceder slo si, quien explica a las nias estos misterios, est compenetrado y conformado con estos misterios; y slo si la oracin litrgica es expresin de su vida litrgica[1], entonces ser de provecho y eficaz su labor formativa religiosa. Frecuentemente se ha destacado que las mujeres, debido a la unidad de su ser, consiguen ms fcilmente empapar de fe toda su vida; ello implica que fcilmente estn en grado de ofrecer una enseanza vital formativa de la religin. De todos modos ser ms fcil para ellas influir de modo decisivo sobre las nias. No quiero con ello aludir a una limitacin de la influencia del sacerdote, lo que pretendo afirmar es que la importancia de la mujer en la educacin de la juventud tiene que ser subrayada. Accin que no tiene que traer solamente fruto en el sector de la enseanza de la religin (por muy fundamental que ste sea), sino en toda enseanza escolar y tambin fuera de la escuela.

Cuanto mayores son los peligros a los que est expuesto el nio fuera de la escuela, en casa o en la calle, -al menos cuando la escuela no es confesional-, ms necesaria se hace la proteccin del nio fuera de la escuela por parte de la Iglesia. La Ayuda al Nio, asociacin nacida en algunos lugares por iniciativa privada, tendra que estar organizada a gran escala, y poner las bases para la formacin juvenil, porque precisamente en los primeros aos es cuando se puede poner el fundamento slido de la religiosidad para toda la vida. Todo sacerdote y toda maestra sabe lo difcil que es la formacin de las nias -especialmente en el campo religioso-, durante los aos de la pubertad; hay muy pocas posibilidades de xito si anteriormente no se hizo nada slido que pueda resistir esta tempestad de la pubertad. Hay muchas quejas porque el trabajo en asociaciones juveniles tiene poco xito; esto depende ciertamente del hecho de que se ha comenzado demasiado tarde y, precisamente, en la edad del desarrollo, que es la menos indicada. Naturalmente una asociacin de Ayuda al Nio que quisiera desarrollar un trabajo que diese frutos, tendra que contar con un buen nmero de educadoras. No creo que fuera imposible conseguirlo s se dirigiese la atencin hacia la gran cantidad de jvenes maestras desocupadas y se les diese la necesaria formacin religiosa, psicolgica y pedaggica. (Ciertamente habra que examinarlas detenidamente antes de confiarles este trabajo). Incluso entre las responsables activas de las asociaciones juveniles habra algunas que estaran contentas y dispuestas a dedicarse al trabajo con los ms pequeos. El primer paso en la formacin religiosa, introducir en la filiacin divina, tendra que llevarse a cabo en los primeros aos de vida y venir en adelante continuamente repetido y profundizado. As los aos de la adolescencia quedaran libres para un paso ulterior que habra que afrontar en esa edad: preparar a la mujer para que asuma su lugar en el Cuerpo de la Iglesia. Y habra que aprovechar la crisis que vive la adolescente en el cuerpo y en el alma, y que tanto la absorbe, para hacerla comprender la grandeza y el sentido sagrado que encierra lo que ella experimenta en s misma. A esta tarea est llamada en primer lugar la madre. Pero qu pocas son las madres, incluso entre las buenas y concienzudas, que estn en grado de asumir este papel! Incluso para el sacerdote (catequista o director espiritual) es una tarea casi imposible. El puede que haya estudiado psicologa y tenga una larga experiencia con muchachas, pero el alma de la adolescente permanece para l como una tierra desconocida (y cuanto ms sepa de psicologa ms clara le resulta esta realidad). Le falta, en este problema tan delicado, la seguridad, la libertad y desenvoltura necesaria. Y si tuviese todo esto, la desenvoltura le faltara a la adolescente y sera muy difcil conseguir que la alcanzase. Incluso las mujeres maduras difcilmente consiguen hablar con objetividad y libertad sobre los temas de la vida sexual, porque para ellas son problemas que van indisolublemente unidos con su personalidad ntima. (Serenidad y objetividad en este campo pueden alcanzarse con una exposicin autnticamente cientfica, sobre todo mdica; pero an mejor si va acompaada por la valoracin sobrenatural que hace accesible a una sobria consideracin objetiva la misma personalidad ntima). Pero las muchachas en su adolescencia, edad en la que muy poco comprenden de s mismas y de las cosas en general, y para las cuales toda argumentacin tiene un carcter misterioso y sensacionalista, y que en el sacerdote ven un hombre ante el que se avergenzan, muy difcilmente podrn llegar a asumir ante l una actitud justa[2]. Para la educadora es mucho ms fcil todo esto si tiene libertad para desenvolverse, una actitud que nace de la consideracin de estos hechos naturales a la luz de la fe. Y si por experiencia tiene un conocimiento ntimo de las muchachas y goza de su confianza plena, fcilmente conseguir afrontar los problemas que les queman dentro y hablar del modo exacto: un modo general y objetivo que evita la impresin de querer entrar en el mbito personal; pero tambin de modo que cada una pueda encontrar la respuesta a las propias dudas, y eventualmente la valenta de buscar la solucin a particulares dificultades con un coloquio personal. En estos aos habra que ofrecer una conceptualizacin clara, plenamente catlica del matrimonio y de la maternidad. Las adolescentes aprenderan de este modo a ver el desarrollo que experimentan dentro de s como una preparacin a su vocacin; esto les dara la fuerza para superar bien la crisis, para poder ayudar ellas mismas, como madres o educadoras, a las generaciones que les siguen.

Hay que explicar la maternidad en su sentido verdadero; no slo natural sino tambin sobrenatural. Por eso es necesario aclarar que la maternidad sobrenatural es posible independientemente de la maternidad fsica. Esto es muy necesario para que las que no lleguen al matrimonio, puedan dirigir su vida de un modo correcto. Tendrn que entrar en la vida profesional, dispuestas a conducir all toda su existencia, pero dando a su vida un rostro autnticamente femenino. A esta disposicin tan importante tendra que preparar tambin la escuela: durante las clases de religin y en las otras horas, siempre que surja la oportunidad de hablar de la vida futura. Esta disposicin tendra que influir profundamente en el momento de elegir una profesin. En los aos de trabajo comn en las asociaciones femeninas tendra que profundizarse en esto y traer las consecuencias prcticas que conlleva. Es de suma importancia que las jvenes vean en su educadora un ejemplo vivo de maternidad y participen de esos frutos. Considero de extrema importancia la comprensin profunda de la maternidad virginal de Mara y de su asistencia maternal a las muchachas que se preparan y a las mujeres que cumplen con su vocacin femenina. Lo que dije sobre la importancia de la dogmtica para toda formacin religiosa, quisiera repetirlo y subrayarlo en relacin con la devocin a Mara. Tendra que ser explicada con toda su eficacia y basada sobre los firmes fundamentos dogmticos. Las tradiciones devocionales marianas, presentes en muchas congregaciones, no me parecen muy eficaces hoy en da. Las poesas y preces a la Virgen, los smbolos de colores y banderas marianas, ciertamente ejercen un encanto sobre los nios; son adems expresin de un autntico amor mariano y a menudo han abierto las puertas de la gracia a los incrdulos. Pero la experiencia no puede negar que en muchos casos ya no sostienen a las jvenes ante ciertos peligros a los que estn expuestas. Ante el peso real de la tentacin y de las pasiones fcilmente caen los medios simples de la psicologa y la esttica. Slo la fuerza desplegada del misterio puede salir triunfante. Slo la joven que ha comprendido la grandeza de la pureza virginal y de la unin con Dios, luchar seriamente por la propia pureza. Slo quien cree en el poder ilimitado del Ausilium Christianorum, se confiar a su proteccin, no slo con las palabras pronunciadas en los labios, sino con un acto de entrega ntimo y potente. Y quien est bajo la proteccin de Mara, est bien custodiado. Profundizando en la mariologa se profundiza tambin en la idea de sponsa Christi. Para completar una buena formacin cristiana es necesario tomar conciencia de la propia excelsa vocacin de estar al lado del Seor y conducir la propia vida en unin con l. Ninguna vida de mujer es vaca o pobre, si est iluminada por la alegra sobrenatural. Este tiene que ser el fin de la educacin de las jvenes: entusiasmarlas por el ideal de hacer de la propia vida un smbolo misterioso de la unin de Cristo con su Iglesia, con la humanidad redimida. La muchacha que llegue al matrimonio, tiene que saber que tiene este significado simblico excelso, y que ella tiene que honrar en su esposo la imagen del Seor. Quien comprenda esto seriamente, no contraer una unin tan fcilmente; primero querr poner a prueba a la otra parte para ver si se le ha concedido la misin de cumplir una misin tan santa. Y quien se decide, tiene que saber que tendr que gastar toda su vida para llevar a plenitud en s y en el esposo la imagen divina; incluso en el peor de los casos -por desilusin o despreocupacin-, no puede venir a menos; tiene que saber que recibe los hijos del Seor y que tiene que hacerlos crecer para el Seor. Y aquellas, que por eleccin libre o por las circunstancias de la vida renuncian al matrimonio, tienen que creer con alegra que el Seor las ha reservado para unirlas con l con un ligamen especialsimo. Tiene que conocer los diversos estilos de vida de dedicacin a Dios, sea en las rdenes religiosas o en las profesiones terrenales. La vida claustral ser ms fcil de conocer en contacto con una comunidad activa que, en la dedicacin a los enfermos, a la enseanza o a trabajos sociales, cumple con una vocacin tpica femenina en la que se realiza el amor de Cristo. Tambin se puede hacer una peregrinacin o visita a una abada, donde las nias pueden conocer la oracin litrgica en toda su belleza y majestuosidad; ms fcilmente ser despus hacerles comprender en profundidad esa forma de vida en la que el opus Dei[3] ocupa el primer lugar. La vida de Santa Teresita del Nio Jess puede servir de orientacin hacia el jardn cerrado del Carmelo, hacia el misterio del sacrificio de s y de la participacin en la redencin a travs de la expiacin. Hoy tenemos, adems, ante los ojos muchas figuras de mujeres que viven en el mundo y estn ntimamente unidas con el Seor, alcanzando un grado excelso de perfeccin. Se trata de un tesoro infinito que puede abrirse a las muchachas en la lectura comn, en narraciones, en conversaciones

confiadas. Existen, entre estas mujeres, educadoras que conocen las fuentes de la vida en las que se cobijan y que llevan en s el fuego con el que encienden a las almas juveniles. Quien est trabajando con jvenes, conoce el estado de miseria y de no preparacin con el que llegan los nios a la escuela o a las asociaciones juveniles; podra parecer demasiado elevado e inalcanzable el ideal aqu trazado comparado con el material que se tiene entre manos. Pero si el fin es claro e incontestable, y puesto por Dios -y creo que lo sea-, la formacin tiene que tender a ello, de otro modo sera un esfuerzo vaco e insensato. La vocacin del cristiano es la santidad, y su objetivo vital consiste en elevarse hasta ella desde la profundidad del pecado. Es cierto que aqu se nos presenta una contradiccin terrible: por un lado, jvenes ligeras, superficiales, sensuales, que no piensan ms que en bonitos vestidos y en amoros; por otra parte, los excelsos misterios de la fe. Quien pasa un par de horas a la semana con jvenes y piensa que las tendr alejadas de las amistades peligrosas con buenas amistades, no conseguira nada. De hecho la vida exterior seduce ms fcilmente que el grupo de buenas amigas; y si stas la desagradan un poco, no gustar ms de su compaa. Pero si la formacin se inicia en la tierna infancia, se desarrolla una continua unin de vida; si se ilumina la vida del nio con la alegra por todas las criaturas de Dios y, al mismo tiempo, se planta en su tierno corazn el cimiento seguro del edificio de su vida que tendr que elevarse hasta el cielo, y si da a da, ao tras ao se trabaja en eso, entonces el fin no es inalcanzable. Por el contrario, resulta fcilmente alcanzable porque por el puente construido hacia nosotros desde el ms all, vienen las fuerzas enviadas desde lo alto en nuestra ayuda y pueden actuar todo lo que el esfuerzo humano no puede alcanzar. Hoy en da hay millones de nios hurfanos y faltos de un hogar, aunque tengan una casa y una madre. Tienen hambre de amor, esperan una mano segura que les levante de la miseria y de la inmundicia a la pureza y a la luz. Y nuestra gran madre, la santa Iglesia, cmo podra no alargar sus brazos y acoger en su corazn a estos pequeos, amados por el Seor? Pero la Iglesia necesita de brazos y corazones humanos, de brazos y corazones maternales. Trabajar entre los jvenes, y sobre todo entre la juventud femenina, en nombre de la Iglesia, es quizs la mayor misin que se le presenta hoy a la Alemania catlica. Si se cumple con esta misin, podremos tener puesta la esperanza en una generacin de madres cuyos hijos tendrn una casa, sin necesidad de tener que confiarlos en manos de extraos como hurfanos; y se crear en Alemania un pueblo moralmente sano y creyente en Cristo. ___________ En Ediciones Carmelitanas [1] N.d.t.: cuando Edith Stein habla de vida litrgica est diciendo que el autntico vivir cristiano, la verdadera espiritualidad del cristiano, tiene que ser una vida configurada con cuanto se celebra y vive en la liturgia de la Iglesia [2] Rodolfo PEIL anota en su libro, Konkreten Mdchenpdagogik, Honnef a. Rh. 1932, que las adolescentes ven en el sacerdote fundamentalmente su carcter objetivo, y precisamente por esto se abren a l ms fcilmente que a la madre o a la maestra. No lo pongo en duda si el sacerdote es autnticamente sacerdote y las muchachas tienen una formacin religiosa tan elevada que les permite asumir esta posicin conforme a la realidad de las cosas. Sin embargo, pongo en duda que la situacin concreta de la que habla el P. Peil, se corresponda con la situacin general presente en nuestra labor educativa. [3] N.d.t.: con esta denominacin latina "obra de Dios", se entiende la liturgia oficial de la Iglesia. Gentileza de http://www.arvo.net/ para la BIBLIOTECA CATLICA DIGITAL Cmo llegu al Carmelo de Colonia

Muchas veces se oye la propuesta de no mencionar los convertidos al catolicismo para no herir susceptibilidades, y no entorpecer el ecumenismo o el dilogo interreligioso. Con motivo de la canonizacin de Edith Stein un coro de protestas se levant de algn sector del judasmo, e incluso alguno lleg a decir: "Es un premio a la apostasa". Creemos que no es sta una actitud adulta. Los convertidos son, en general, personas especialmente aptas para el trabajo del verdadero dilogo, por su conocimiento no slo intelectual sino tambin experimental de las partes que buscan dialogar. Y por su amor comn a ambas partes. Presentamos este pequeo escrito de Edith Stein, en el que explica como su ingreso en el Carmelo, lejos de ser una muestra de su desinters por su pueblo -el hebreo- fue un acto de amor y ofrecimiento para unirse a la cruz que su pueblo tuvo que cargar en esos terribles das. Dos das antes de partir vino a visitarme su padre (Hans Biberstein). Era grande el apremio que le mova a exponerme sus reparos aunque no se prometiera ningn resultado. Lo que yo quera realizar acentuaba agudamente la lnea de divisin con el pueblo judo, que por entonces estaba tan oprimido. El no poda comprender que la misma cosa fuera de otra manera muy distinta desde mi punto de vista. La incomprensin la acompa en su momento, pero su amor fue ms grande, al punto de sacrificarse por aquellos que no la entendieron. Cmo Dios acept su ofrecimiento, es algo que ya sabemos: mrtir de Cristo por amor al pueblo hebreo. Quizs, despus de Navidad, abandonar esta casa. Las circunstancias que han hecho necesario mi traslado a Echt (Holanda), me recuerdan vivamente las condiciones del momento de mi entrada. Una profunda conexin existe entre ellas. Cuando a principios del ao 1933 se erigi el Tercer Reich , haca un ao que era profesora en el Instituto alemn de Pedagoga en Mnster de Westfalia. Viva en el Collegium Marianum en medio de un gran nmero de estudiantes religiosas de distintas congregaciones y de un pequeo grupo de otras estudiantes. Cariosamente atendida por las religiosas de Nuestra Seora. Una tarde de Cuaresma regres tarde a casa de una reunin de la Asociacin de Acadmicos catlicos. No s si haba olvidado la llave o estaba metida otra llave por dentro. De todos modos no pude entrar en casa. Con el timbre y con palmadas trat de ver si alguien se asomaba a la ventana, pero fue intil. Las estudiantes que dorman en las habitaciones que dan a la calle estaban ya de vacaciones. Un seor que pasaba por all me pregunt si poda ayudarme. Al dirigirme hacia l, hizo una profunda reverencia y dijo: Srta. Doctora Stein, ahora la reconozco . Era un maestro catlico, miembro de la Asociacin de trabajo del Instituto. Pidi perdn por un momento para hablar con su mujer que, con otra seora, iba ms adelante. Habl un par de palabras con ella y se volvi hacia mi. Mi seora la invita de todo corazn a pasar esta noche con nosotros . Era una buena solucin; acept dndole las gracias. Me llevaron a una sencilla casa burguesa. Tomamos asiento en el saln. La amable seora coloc una fuente con fruta sobre la mesa y se march para prepararme una habitacin. Su marido comenz a conversar y a contarme lo que los peridicos americanos decan de las crueldades que se cometan contra los judos. Eran noticias sin fundamento que no quiero repetir. Slo ahora tengo la impresin de revivir lo de aquella noche. Ya antes haba odo hablar de las fuertes medidas contra los judos. Pero entonces me vino como una luz, que Dios nuevamente haba dejado caer su mano pesada sobre su pueblo y que el destine de este pueblo tambin era el mo. Yo no dej advertir al seor que estaba conmigo lo que en aquel instante pasaba dentro de m. Nada saba l de mi origen. En tales casos sola hacer la oportuna observacin. Esta vez no lo hice. Me pareca como herir la hospitalidad si con tal noticia iba a perturbar el descanso nocturno. El Jueves de la Semana de Pasin fui a Beuron. Desde 1928 haba celebrado all todos los aos la Semana Santa y Pascua, haciendo en silencio ejercicios espirituales. Esta vez me llevaba un motivo especial. En las ltimas semanas haba pensado continuamente si no podra hacer algo en la cuestin de los judos. ltimamente haba planeado viajar a Roma y tener con el Santo Padre una audiencia privada para pedirle una Encclica. Sin embargo no quera dar este paso por mi propia cuenta. Haba hecho ya haca varios aos los santos votos en privado. Desde que hall en Beuron una especie de patria monacal, vi en el Abad Rafael el Abad de mi vida , y le presentaba, para su resolucin, toda cuestin importante. No era seguro que le pudiera encontrar. Haba

emprendido a principios de enero un viaje al Japn. Pero saba que el hara todo lo posible por estar all en la Semana Santa. Aunque era muy propio de mi manera de ser dar tal paso exterior, senta, sin embargo, que an no era el oportuno . En qu consistiese lo oportuno, an no lo saba. En Colonia interrump el viaje del jueves por la tarde hasta el viernes por la maana. Tena all una catecmena a la que de todas formas tena que dedicar algo de tiempo. Le escrib que se enterara dnde podramos asistir por la tarde a la Hora Santa . Era la vspera del primer viernes de abril y en aquel Ao Santo de 1933 se celebraba ms solemnemente la memoria de la Pasin de Nuestro Seor. A las ocho de la tarde nos encontrbamos en la Hora Santa en el Carmelo de ColoniaLindenthal. Un sacerdote (el vicario catedralicio Wsten, como supe despus) dirigi una alocucin anunciando que en adelante se tendra aquella celebracin todos los jueves. Hablaba bien y conmovido, pero a m me ocupaba otra cosa ms honda que sus palabras. Yo hablaba con el Salvador y le deca que saba que era su cruz la que ahora haba sido puesta sobre el pueblo judo. La mayora no lo comprendan, pero aquellos que lo saban, deberan cargarla libremente sobre s en nombre de todos. Yo quera hacer esto. l nicamente deba mostrarme cmo. Al terminar la celebracin tuve la certeza interior de que haba sido escuchada. Pero dnde tena que llevar la cruz, eso an no lo saba. A la maana siguiente continu mi viaje a Beuron. Al hacer trasbordo al anochecer en Immendingen me encontr con el P. Aloys Mager. El ltimo trayecto lo hicimos juntos. Poco despus del saludo me haba comunicado la noticia mas importante de Beuron: el P.Abad ha regresado esta maana sano y salvo del Japn . As todo estaba en orden. Mis informes de Roma dieron por resultado que a causa del gran ajetreo no tena posibilidades de una audiencia privada. Slo para una pequea audiencia (es decir, en un grupo pequeo) se me podra ayudar en algo. Con eso no me bastaba, por lo que desist de mi viaje y me decid por escribir. S que mi carta fue entregada sellada al Santo Padre. Algn tiempo despus recib su bendicin para m y para mis familiares. Ninguna otra cosa se consigui. Ms adelante pens muchas veces si no le habra pasado por la cabeza el contenido de mi carta, pues, en los aos sucesivos se fue cumpliendo punto por punto lo que yo all anunciaba para el futuro del Catolicismo en Alemania. Antes de mi partida pregunt al Padre Abad qu deba hacer si se terminaba mi actividad en Mnster. Para l era imposible pensar que pudiera suceder aquello. Durante mi viaje a Mnster le en un peridico la crnica de una gran reunin de maestros nacional-socialistas, en la que haban participado tambin juntas confesionales. Era claro para m que en la enseanza era donde menos se toleraran influencias contrarias a la direccin del poder. El Instituto en el que yo trabajaba era exclusivamente catlico, fundado por la Liga de maestros y maestras catlicos y sostenido asimismo por ella. Por lo mismo, sus das estaban contados. Yo poda contar justamente con el fin de mi breve carrera de profesora. El 19 de abril estaba de vuelta en Mnster. Al da siguiente fui al Instituto. El Director estaba de vacaciones en Grecia. El administrador, un profesor catlico, me condujo a su oficina y desahogo conmigo su dolor. Haca semanas que estaba haciendo agitadas gestiones y se hallaba desmoralizado. Calcule usted, seorita doctora, que alguien ha dicho: la seorita doctora Stein no podr continuar dando sus lecciones? . Sera mejor que renunciara yo a anunciar lecciones para este verano y trabajara en silencio en el Marianum. Hasta el otoo se poda haber despejado la situacin, el Instituto pudiera haber pasado a cargo de la Iglesia y entonces nada se opondra a mi colaboracin. Recib el comunicado muy serenamente. No necesitaba ser consolada. Si esto no resulta -dije yo-, entonces ya no queda para m ninguna posibilidad en Alemania . El administrador me expres su admiracin de que yo viera tan claro, a pesar de que viva tan abstrada y me preocupaba tan poco de las cosas de este mundo. Me senta casi mejor al ver que tambin me tocaba la suerte general, pero tena que reflexionar sobre lo que deba hacer en adelante. Pregunt su opinin a la presidenta de la Liga de maestras catlicas. Ella haba sido la causa de que yo hubiese venido a Mnster. Me aconsej que me quedara en todo caso aquel verano en Mnster y que prosiguiese el trabajo cientfico comenzado. La Liga cuidara de mi sustento, ya que podra reportar alguna ganancia con mi trabajo. Si no me fuera posible reanudar mi actividad en el Instituto, podra mirar ms adelante las posibilidades que se ofrecieran en el extranjero. Efectivamente me lleg un ofrecimiento de Sudamrica. Mas cuando vino se me haba mostrado ya otro camino muy distinto. Unos diez das despus de mi retorno de Beuron me vino el pensamiento: no ser ya tiempo, por fin, de ir al Carmelo? Desde haca casi doce aos era el Carmelo mi meta. Desde que en el verano de 1921 cay en mis manes la Vida de nuestra Santa Madre Teresa y puso fin a mi larga bsqueda de la verdadera fe. Cuando

recib el bautismo el da de Ao Nuevo de 1922, pens que aquello era slo una preparacin para la entrada en la Orden. Pero unos meses ms tarde, despus de mi bautismo, al hacrselo presente a mi madre, vi muy claro que no podra encajar el segundo golpe. No hubiese muerto, pero hubiese sido como llenarla de una amargura que yo no podra tomar sobre m. Deba esperar con paciencia. As me lo aseguraron tambin mis directores espirituales. La espera se me hizo ltimamente muy dura. Me haba vuelto una extraa en el mundo. Antes de aceptar la actividad en Mnster y despus del primer semestre ped con mucho apremio permiso para poder entrar en la Orden. Me fue negado con miras a mi madre y a la actividad que desempeaba desde haca varios aos en la vida de crculos catlicos. Me avine a ello. Pero ahora los muros haban sido derribados. Mi actividad haba tocado a su fin. Y mi madre no preferira saber que estaba en un convento de Alemania que no en una escuela en Sudamrica? El 30 de abril, domingo del Buen Pastor, se celebraba en la iglesia de San Ludgerio la fiesta de su patrn con trece horas de adoracin. A ltima hora de la tarde me dirig all y me dije: no me ir de aqu hasta que no vea claramente si tengo que ir ya al Carmelo . Cuando se imparti la bendicin tena yo el s del Buen Pastor. Aquella misma noche escrib al Padre Abad. Estaba en Roma y no quise enviar la carta por la frontera. Encima del escritorio esperara hasta que la pudiese enviar a Beuron. Hacia mediados de mayo obtuve el permiso para dar los primeros pasos. Lo hice enseguida. Por mi catecmena en Colonia supliqu una entrevista a la seorita doctora Cosack. Nos habamos encontrado en octubre de 1932 en Aquisgrn. Se me present porque saba que yo rondaba muy cerca del Carmelo y me dijo que ella mantena una estrecha relacin con la Orden y especialmente con el Carmelo de Colonia. Por ella quera enterarme de las posibilidades. Me contest que el domingo anterior a la fiesta de la Ascensin podra disponer de algn tiempo para m. Recib la noticia el sbado con el correo de la maana. A medioda me dirig hacia Colonia. Qued de acuerdo por telfono con la doctora Cosack para que fuera a buscarme a la maana siguiente para dar un paseo juntas. Ni ella ni mi catecmena saban por el momento para qu haba venido. Esta me acompa a la misa de la maana al Carmelo. A la vuelta me dijo: Edith, mientras estaba arrodillada a su lado, me vino la idea de que quiere entrar ahora en el Carmelo . No quise ocultarle por ms tiempo mi secreto. Me prometi no decir nada. Algo ms tarde lleg la seorita doctora Cosack. Tan pronto como estuvimos de camino hacia el parque de la ciudad, le dije lo que deseaba. Le aad adems lo que se podra alegar contra mi: mi edad (42 aos), mi ascendencia juda, mi falta de dote. Ella encontr que esto no dificultara mi deseo. Me dio esperanzas de que podra ser admitida aqu en Colonia, ya que quedaran algunos puestos libres con la nueva fundacin de Silesia: una nueva fundacin a las puertas de mi ciudad, Breslavia. No era esto una seal del cielo? Di a la seorita Cosack tan amplio informe de mi evolucin para que ella misma pudiera formarse un juicio sobre mi vocacin al Carmelo. Me propuso hacer las dos juntas una visita al Carmelo. Ella mantena especialmente contacto con Sor Marianne (Condesa Praschma), que tena que ir a Silesia para la fundacin. Con ella quera hablar primero. Mientras ella estaba en el locutorio, estaba yo arrodillada muy cerca del altar de Santa Teresita. Me sobrecogi la paz del hombre que ha llegado a su fin. La entrevista dur mucho. Cuando finalmente me llam la seorita Cosack, me dijo confiadamente: Creo que se har algo . Haba hablado primero con la hermana Marianne y a continuacin con la Madre Priora (entonces Madre Josefa del Santsimo Sacramento) y me haba preparado bien el camino. Pero ya no daba el horario del monasterio ms tiempo para locutorio. Tena que volver despus de vsperas. Mucho antes de vsperas ya estaba yo nuevamente en la capilla y rec las vsperas con ellas. Tenan tambin el ejercicio de mayo tras las rejas del coro. Eran las tres y media cuando fui llamada al locutorio. Madre Josefa y nuestra amada Madre (Teresa Renata del Espritu Santo, entonces subpriora y maestra de novicias) estaban en la reja. Nuevamente di cuenta de mi camino: cmo el pensamiento del Carmelo no me haba abandonado nunca; que haba estado ocho aos en las dominicas de Espira como profesora; cun ntimamente haba estado unida con el convento y no quise entrar all; haba considerado a Beuron como la antesala del cielo y, no obstante, nunca pens hacerme benedictina. Siempre fue como si el Seor me reservase en el Carmelo lo que slo ah poda encontrar. Les conmovi. La Madre Teresa nicamente tenia el escrpulo de la responsabilidad que se poda adquirir admitiendo a alguien del mundo que pudiera hacer an tanto fuera. Por ltimo me dijeron que tendra que volver cuando el P. Provincial estuviera all. Le esperaban pronto. Por la tarde regres a Mnster. Haba adelantado mucho ms de lo que hubiera podido esperar a mi partida. Pero el P. Provincial se hizo esperar. Durante los das de Pentecosts estuve muchas veces en la catedral de

Mnster. Movida por el Espritu Santo escrib a la Madre Josefa pidindole con insistencia una respuesta rpida, ya que por mi situacin incierta quera saber con claridad con qu poda contar. Fui llamada a Colonia. El Padre delegado del convento quera recibirme sin aguardar ms al Provincial. Deba ser propuesta esta vez a las capitulares que deban votar mi admisin. Estuve en Colonia otra vez desde el sbado por la tarde hasta el domingo por la noche (creo que era el 18-19 de junio). Madre Josefa, Madre Teresa y la Hna. Marianne me dijeron que antes de hacer mi visita al seor Prelado deba presentarme a mi amiga. Ya iba para casa del Dr. Lenn cuando fui sorprendida por una tormenta, llegando completamente empapada. Tuve que esperar una hora antes de que l apareciese. Despus del saludo se llev la mano a la frente y me dijo: Qu era, pues, lo que t deseabas de m? Lo he olvidado completamente . Le respond que era una aspirante para el Carmelo de la cual l ya tena noticia. Cay en la cuenta y ces de tutearme. Ms tarde supe que con aquello quera probarme. Yo lo haba tragado todo sin pestaear. Me hizo que le contase de nuevo todo lo que l ya saba. Me dijo los reparos que l pondra contra m, asegurndome galantemente que las monjas ordinariamente no se vuelven atrs por sus objeciones y que el tratara de unirse buenamente con ellas. Me despidi dndome su bendicin. Despus de vsperas vinieron todas las capitulares a la reja. Nuestra amada Madre Teresa, la ms anciana, se acerc ms a ella para ver y or mejor. La Hna. Aloisia, muy entusiasta de la liturgia, quiso saber algo de Beuron. Con esto poda tener esperanzas. Por ltimo tuve que cantar un cntico. Ya me lo haban dicho el da anterior, pero yo lo haba tomado como una broma. Cant: Bendice, T, Mara , algo tmida y en voz baja. Despus dije que se me haba hecho ms difcil que hablar ante mil personas. Segn supe ms tarde, las monjas no lo captaron pues no estaban enteradas de mi actividad de conferenciante. Una vez que las monjas se haban alejado, me dijo la Madre Josefa que la votacin no podra hacerse hasta la maana siguiente. Tuve que partir aquella noche sin saber nada. La Hna. Marianne, con quien habl a lo ultimo a solas, me prometi un aviso telegrfico. Efectivamente, al da siguiente recib el telegrama: Alegre aprobacin. Saludos. Carmelo . Lo le y me fui a la capilla para dar gracias. Habamos convenido ya todo lo dems. Hasta el 15 de julio tena tiempo para liquidar todo en Mnster. El da 16, festividad de la Reina del Carmelo, lo celebrara en Colonia. All deba permanecer un mes como husped en las habitaciones de la portera, a mediados de agosto ir a casa, y en la fiesta de nuestra Santa Madre, 15 de octubre, ser recibida en clausura. Se haba previsto adems mi traslado posterior al Carmelo de Silesia. Seis grandes bales de libros precedieron mi viaje a Colonia. Escrib por esto que ninguna otra carmelita haba llevado consigo una tal dote. La Hna. Ursula se preocup de su custodia y se dio buena mana para dejar separados, al desempaquetar, los de teologa, filosofa, filologa, etc. (as estaban clasificados los bales) Pero al final todos se mezclaron. En Mnster saban muy pocas personas a dnde iba. Quera, en cuanto fuera posible, mantenerlo en secreto mientras mis familiares an no lo supiesen. Una de las pocas era la superiora del Marianum. Se lo haba confiado tan pronto como recib el telegrama. Se haba preocupado por m y se alegr muchsimo. En la sala de msica del colegio tuvo lugar, poco antes de mi partida, una velada de despedida. Las estudiantes la haban preparado con mucho cario y tambin las religiosas tomaron parte en ella. Yo se lo agradec en dos palabras y les dije que cuando se enterasen ms tarde de dnde estaba se alegraran conmigo. Las religiosas de casa me regalaron una cruz relicario que les haba dado a ellas el difunto obispo Juan Poggenburg. La Madre superiora me lo trajo en una bandeja cubierta de rosas. Cinco estudiantes y la bibliotecaria fueron conmigo hasta el tren. Pude llevar para la Reina del Carmelo en su fiesta hermosos ramos de rosas. Poco ms de ao y medio haca que haba llegado como una extraa a Mnster. Prescindiendo de mi actividad docente, haba vivido all en el retiro claustral. No obstante dejaba ahora un gran crculo de personas que me tenan amor y fidelidad. Siempre he conservado el recuerdo carioso y agradecido de la hermosa y vieja ciudad y toda la comarca de Munster. Haba escrito a casa diciendo que haba encontrado acogida entre las monjas de Colonia y que en octubre me trasladara definitivamente all. Me felicitaron como por un nuevo trabajo. El mes en las habitaciones de la portera del convento fue un tiempo felicsimo. Segua el horario, trabajaba en las horas libres y tena que ir con frecuencia al locutorio. Todas las cuestiones que surgan se las haca presentes a la Madre Josefa. Su decisin era siempre tal como hubiera sido la ma. Esta ntima conformidad me alegraba muchsimo. A menudo estaba mi catecmena conmigo.

Quera ser bautizada antes de mi partida, a fin de que pudiera ser su madrina. El 1 de agosto la bautiz el Prelado Lenn en la sala capitular de la catedral, y a la maana siguiente recibi la Primera Comunin en la capilla del convento. Su esposo estuvo presente en las dos ceremonias, pero no pudo decidirse a seguirla. El 10 de agosto me encontr con el P. Abad en Trveris, y recib su bendicin para el duro camino haca Breslavia. Vi la santa tnica y ped fuerza. Largo rato permanec arrodillada delante de la imagen de San Matas. Por la noche recib carioso hospedaje en el Carmelo de Cordel donde nuestra amada Madre Teresa Renata fue maestra de novicias durante nueve aos hasta que fue nombrada subpriora de Colonia. El 14 de agosto part junto con mi ahijada a Maria Laach para la fiesta de la Asuncin. Desde all prosegu mi viaje hasta Breslavia. En la estacin me esperaba mi hermana Rosa. Como haca mucho tiempo que perteneca en su interior a la Iglesia y estaba perfectamente unida conmigo, le dije inmediatamente lo que pretenda. No mostr ninguna admiracin, pero pude advertir que nunca le haba pasado por la imaginacin. Los dems no preguntaron nada hasta despus de dos o tres semanas. Slo mi sobrinoWolfgang (entonces de 21 aos) se enter tan pronto como lleg a hacerme una visita de lo que iba a hacer en Colonia. Le di una respuesta verdadera y le supliqu que guardara silencio por entonces. Mi mam sufra mucho a causa de las circunstancias del tiempo Le alteraba el que "hubiera hombres tan malos". A esto se sum una prdida personal que le afect mucho. Mi hermana Erna tuvo que tomar a su cargo la praxis de nuestra amiga Lilli Berg, que entonces march con su familia a Palestina. Los Biberstein ocuparon la casa de Berg al sur de la ciudad, abandonando la nuestra. Erna y sus dos nios eran el consuelo y la alegra de mam. Tener que apartarse de su trato diario fue para ella muy amargo. A pesar de todas las preocupaciones que la opriman, revivi cuando yo llegu. Apareci de nuevo su alegra y su humor. Al regresar de su negocio, se sentaba muy satisfecha con su labor de punto al lado de mi escritorio contndome todos sus problemas caseros. Hice que me refiriera tambin sus primeros recuerdos como materia para una historia de nuestra familia que entonces comenc. Aquellos ratos magnficos la encantaban visiblemente. Pero yo pensaba para m: Si supieras ...! Para m era sumamente consolador que estuvieran entonces en Breslavia la Hna. Marianne con su prima la Hna. Elisabeth (Condesa Stolberg), preparando la fundacin del convento. Haban partido desde Colonia ya antes que yo. La Hna. Marianne haba visitado a mi madre y le haba llevado mis saludos. Vino dos veces durante mi ausencia, portndose maravillosamente con mi madre. La visit en las Ursulinas de Ritterplatz, donde se hospedaba, pudindole contar libremente cmo estaba mi corazn. Yo recib a mi vez cuenta detallada de las alegras y haban partido desde Colonia ya sufrimientos padecidos en la nueva fundacin. Tambin inspeccion con ellas el solar de Pawelwitz (ahora Wendelborn). Ayud mucho a Erna en el traslado. En una de las idas en el tranva a la nueva casa le expuse finalmente la cuestin de mis propsitos en Colonia. Al orlo, se qued plida y derram copiosas lgrimas. "Es algo horrible estar en el mundo", replic ella, "lo que a unos hace feliz es para otros lo peor que les pudiera pasar". No hizo ningn esfuerzo por disuadirme. Unos das ms tarde me dijo por encargo de su esposo que si en algo influa en mi resolucin la preocupacin por mi existencia, poda estar segura de poder vivir con ellos mientras algo tuvieran (lo mismo me haba dicho mi cuado en Hamburgo). Erna aadi que ella era slo trasmisora de aquello. Saba bien que tales motivos no suponan nada para m. El primer domingo de septiembre estaba sola con mi madre en casa. Ella estaba sentada haciendo punto junto a la ventana. Yo muy cerca de ella. Por fin me solt la pregunta por largo tiempo esperada: "Qu es lo que vas a hacer con las monjas de Colonia?" "Vivir con ellas". Sigui una lucha desesperada. Mi madre no ces de trabajar. Su ovillo se enred, tratando con sus manos temblorosas de ponerlo nuevamente en orden, a lo que le ayud yo, mientras continuaba el dilogo entre las dos. Desde aquel momento se perdi la paz. Un peso oprimi toda la casa. De vez en cuando mi madre me diriga un nuevo ataque al que segua una nueva desesperacin en silencio. Mi sobrina Erika, la juda ms piadosa y estricta, sinti como un deber suyo avisarme. Mis hermanas no lo hicieron, porque saban que no tena remedio alguno. Se empeor el asunto cuando lleg de Hamburgo mi hermana Elsa para el cumpleaos de mi madre. Al hablar conmigo, mi madre se dominaba, pero al hablar con Elsa se desquitaba. Mi hermana me contaba despus aquellas explosiones, pensando que no conoca cmo estaba el estado de nimo de la madre. Pesaba tambin sobre la familia una gran preocupacin econmica. El negocio haca tiempo que iba mal. Ahora quedaba vaca la mitad de la casa, donde haban vivido los Biberstein. Todos los das venan personas para ver las condiciones, pero no resultaba nada. Uno de los solicitantes ms interesados era una comunidad de la Iglesia protestante. Vinieron dos pastores de ella y a ruegos de mi madre fui con ellos a ver el solar vaco,

pues ella estaba muy cansada. Llevamos las cosas tan adelante que incluso se hablaron las condiciones. Lo comuniqu a mi madre que me pidi que escribiese inmediatamente al Pastor principal solicitndole por escrito una respuesta afirmativa. Esta fue dada. Pero poco antes de mi partida, el asunto amenazaba fracasar. Quise quitar al menos esta preocupacin a mi madre y me present en casa del referido seor. Pareca que no haba ya nada que hacer. Cuando me fui a despedir, me dijo: "Por lo visto queda usted muy triste y eso me apena". Le cont cmo mi madre estaba entonces tan acongojada con sus muchas preocupaciones. Me pregunt qu clase de preocupaciones eran aqullas. Le habl brevemente de mi conversin y de mis deseos por el convento. Esto le impresion profundamente. "Debe usted saber antes de irse que aqu ha conquistado un corazn". Llam a su seora y tras una rpida discusin decidieron convocar nuevamente la junta directiva de la Iglesia y proponer otra vez la oferta. An antes de marcharme vino el Pastor principal con su colega a nuestra casa para cerrar el trato. Al despedirse me dijo en voz baja: Dios la guarde! . La Hna. Marianne tuvo todava a solas una entrevista con mi madre. No se poda alcanzar mucho ms. La Hna. Marianne no poda dejarse coaccionar (como mi madre esperaba). No quedaba otro consuelo. Ambas hermanas no se hubieran atrevido a fortalecer con palabras de aliento mi decisin. Era tan difcil que nadie poda asegurarme: este o aquel camino es el recto. Para ambos se podan aducir buenas razones. Deba dar el paso sumergida completamente en la oscuridad de la fe. Muchas veces durante aquellas semanas pensaba: Quin se quebrantar antes de las dos, mi madre o yo? Pero ambas perseveramos hasta el fin. Poco antes de partir fui tambin a que me miraran los dientes. Estaba sentada en la sala de espera de la doctora, cuando de repente se abri la puerta y entr mi sobrina Susel. Se puso radiante de alegra. Habamos llamado al mismo tiempo sin saberlo. Pasamos juntas a la consulta y me acompa despus a casa. Susel tenia entonces doce aos, siendo muy madura y reflexiva para su edad. Yo no haba hablado nunca a los nios de mi conversin a la fe. Pero Erna se lo haba contado. Yo se lo agradezco. Le ped a la nia que cuando yo me fuese procurara hacer muchas visitas a la abuelita. Ella me lo prometi. "Pero, por qu haces t ahora esto?" me pregunt. Pude enterarme de las conversaciones que ella haba odo a sus paps. Yo le expliqu mis motivos como a una persona mayor. Escuch muy atentamente y me comprendi. Dos das antes de partir vino a visitarme su padre (Hans Biberstein). Era grande el apremio que le mova a exponerme sus reparos aunque no se prometiera ningn resultado. Lo que yo quera realizar acentuaba agudamente la lnea de divisin con el pueblo judo, que por entonces estaba tan oprimido. El no poda comprender que la misma cosa fuera de otra manera muy distinta desde mi punto de vista. El ltimo da que yo pas en casa fue el 12 de octubre, da de mi cumpleaos. Era, a la vez, una festividad juda, el cierre de la fiesta de los tabernculos. Mi madre asisti a la celebracin en la sinagoga del seminario de rabinos. Yo la acompa, pues al menos aquel da se impona que lo pasramos juntas. El rabino preferido por Erika, un gran sabio, tuvo una bella exhortacin. Durante el viaje de ida en el tranva no hablamos mucho. Para darle un pequeo consuelo le dije: "La primera temporada es slo de prueba". Pero esto no ayud en nada. "Cuando te propones t una prueba, bien s yo que la superas". Despus se le antoj a mi madre volver a pie. Algo ms de tres cuartos de hora con sus 84 aos! Pero tuve que dejarla, pues not que quera hablar francamente conmigo. No era hermosa la homila? . "S". "No es posible entonces ser un judo piadoso?". "Ciertamente, cuando no se conoce otra cosa". En aquel momento se vuelve hacia m profundamente alterada: Entonces por qu la has conocido t? No se puede decir nada contra l. Puede que sea un hombre bueno. Pero, por qu se ha hecho Dios? Concluida la comida se march al negocio para que mi hermana Frieda no estuviera sola durante la comida de mi hermano. Pero me dijo que pensaba volver enseguida. Y as lo hizo (slo por m; en otro caso estaba durante todo el da en el negocio). Despus de comer y por la tarde llegaron muchos huspedes, todos los hermanos con los nios y mis amigas. Por una parte estaba bien en cuanto que quitaba un poco la tensin del ambiente. Pero por otro lado era peor a medida que uno tras otro se iban despidiendo Al final quedamos mi madre y yo solas en el cuarto. Mis hermanas tenan an mucho que lavar y recoger. De pronto ech ambas manes a su rostro y comenz a llorar. Me puse detrs de su silla y estrech fuertemente su cabeza plateada sobre mi pecho. As permanecimos largo rato hasta que me dijo que se marchaba a la cama. La llev hasta arriba y la ayud a desnudarse, la primera vez en la vida. Me sent despus en su cama hasta que me mand a dormir. Ninguna de las dos pudimos conciliar el sueo aquella noche. Mi tren parta algo temprano, alrededor de las ocho. Elsa y Rosa quisieron acompaarme al tren. Igualmente Erna hubiese deseado ir a la estacin. Pero le rogu que viniera temprano a casa para quedarse con mi madre.

Saba que sta podra tranquilizarse ms con ella que con nadie. Como ramos las dos ms pequeas, habamos conservado siempre la ternura filial para con la madre. Las hermanas mayores le tenan un poco de miedo, aunque su amor no era ciertamente menor. A las cinco y media sal como siempre de casa para or la primera Misa en la iglesia de San Miguel. Luego nos reunimos todas para el desayuno. Erna vino hacia las siete. Mi madre trat de tomar algo pero en seguida retir la taza y comenz a llorar como la noche anterior. Nuevamente me acerqu a ella y la abrac, estando as hasta el momento de partir. Hice una seal a Erna para que viniera a ocupar mi lugar. Dej el sombrero y el abrigo en la habitacin de al lado. Y luego la despedida. Mi madre me abraz y bes con el mayor cario. Erika agradeci mi ayuda (haba trabajado algo con ella para sus exmenes de maestra en la escuela media; viniendo a m con sus preguntas mientras yo estaba con mis maletas). Al final exclam: "El Eterno te asista". Cuando estaba abrazando a Erna, mi madre sollozaba en alto. Sal rpidamente. Rosa y Elsa me siguieron. Al pasar el tranva por delante de nuestra casa, no haba nadie a la ventana para hacer, como otras veces, unas seales de adis. En la estacin tuvimos que esperar algo hasta que lleg el tren. Elsa se agarr fuertemente a m. Cuando haba buscado un sitio y mir a mis dos hermanas, qued sorprendida de la diferencia de ambas. Rosa estaba tan serena y tranquila como si se viniera conmigo a la paz del convento. El aspecto de Elsa se torn sbitamente por el dolor como el de una anciana. Finalmente el tren se puso en movimiento. Ambas continuaron agitando sus manos mientras se las poda ver. Despus desaparecieron. Me pude acomodar en mi puesto en el compartimiento. Era realidad lo que haca poco apenas me atreva a soar. Ninguna explosin de alegra al exterior. Era terrible lo que quedaba tras de m. Pero estaba profundamente tranquila, en el puerto de la voluntad divina. Hacia el anochecer llegu a Colonia. Mi ahijada me rog que pasara nuevamente la noche con ella. Sera recibida en la clausura al da siguiente despus de vsperas. Avis por telfono de mi llegada al convento y tuve que acercarme a la reja para saludar. Despus de comer estbamos nuevamente ambas all para asistir, desde la capilla, a las primeras vsperas de nuestra Santa Madre. Estando arrodillada delante del presbiterio, o susurrar en el torno de la sacrista: Est Edith fuera? . Haban trado enormes crisantemos blancos. Los haban enviado como saludo las profesoras desde el Pfalz. Los tena que ver antes de que adornaran el altar. Despus de las vsperas tomamos an juntas el caf. Se acerc una seorita hermana de nuestra amada Madre Teresa Renata. Pregunt cul de nosotras era la postulante pues quera animarla un poco. Pero no lo necesitaba. sta y mi ahijada me acompaaron hasta la puerta de la clausura. Finalmente se abri. Y yo atraves con profunda paz el umbral de la Casa del Seor.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz EDITH STEIN (I)

"El camino de la fe nos da ms que el camino del pensamiento filosfico: nos da a Dios, cercano como Persona, a Dios que ama y se compadece de nosotros, y os da esa seguridad que no es propia de ningn otro conocimiento natural. Pero el camino de la fe es oscuro"(Endliches und ewiges sein,58). Edith Stein recurri este camino oscuro, sin retroceder, segura como un nio que se abandona en las manos de su padre. Y por el camino oscuro de la fe lleg "a la perfeccin ms elevada del ser, la que al mismo tiempo es conocimiento, don del corazn y accin libre"(ibid.,421). Nacida en Breslau el 12 de octubre de 1891, da del Kippur, da festivo pare los hebreos, fue la ltima entre siete hermanos, estudi filosofa, primero en su ciudad natal, y luego se traslad a Gottinga para seguir a Edmund Husserl, genio filosfico e iniciador de la fenomenologa. En su escuela, Edith tampoco se interesaba ya por la religin. Del hebraismo practicado en su infancia apenas le quedaba la huella moral. A travs de los

estudios de fenomenologa empezaba gradualmente a descubrir las dimensiones del mundo religioso, del cristianismo, hasta llegar a hacerse catlica. Decisiva para este paso fue la lectura de la autobiografa de Santa Teresa de Avila. En la noche misteriosa de junio de 1921, cuando era husped en casa de una amiga filsofa, llegaba a una profunda intuicin de Dios-Verdad. Todo entonces pare ella se convirti en luz: recibira el bautismo el 1 de enero de 1922, y entonces tambin iba a comprender que estaba llamada al Carmelo. Sin embargo, transcurren doce aos de espera, de aprendizaje, de viajes para dictar conferencias, de estudios y de maduracin interior, antes de entrar en el Carmelo de Colonia. Y tal vez no hubiera logrado hacerse religiosa, si la situacin poltica misma de Alemana con sus crecientes medidas antisemticas no le hubieran hecho imposible la continuacin de su seguimiento del Instituto de Pedagoga Cientifica de Munster. A pesar de la oposicin de la familia, Edith se hace carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Muy pronto va a sentir el peso de esta "Cruz" sobre sus espaldas. Despus de descubierto su origen no ario, ya no hay seguridad pare ella tras los muros del monasterio. En la noche de Ao Nuevo de 1939 se refuga en el Carmelo de Echt, en Holanda. Parece un lugar tranquilo. Sin embargo algo le hace presentir que no escapar al destino de su pueblo. Efectivamente, mientras escribe su libro sobre la doctrina de san Juan de la Cruz, significativamente titulado Scienta crucis, dos of iciales de las fuerzas de ocupacin llegan al monasterio. Tiene que salir y seguirlos, junto con su hermana Rosa, tambin ella convertida, que haba venido a Echt. Antes de la deportacin a Auschwitz, Edith pudo todava enviar un par de mensajes al Carmelo. Luego, con el convoy que las llevo a Auschwitz, las hermanas Stein entraron en la sombra de la muerte El holocausto de Edith se consum el 3 de agosto de 1942 en las cmaras de gas. E1 Papa Juan Pablo, quien ya en 1987 II reconoci la santidad de esta hija de la Santa Madre Teresa y el martirio de esta hija del pueblo hebreo vuelta al seno de la Iglesia, procedi a su canonizacin en Roma el 11 de octubre de 1998. Esta rpida mirada biogrfica nos permite ver que en la vida de Edith Stein hay tres etapas distintas, la primera de las cuales abarca la infancia, la adolescencia, el estudio y el trabajo filosfico como asistente de Husserl. Treinta aos importantes tambin por el desarrollo humano y religioso que culmina con la conversin. La segunda etapa comprende doce aos de intensa vida cristiana, de maduracin interior e intelectual, de preparacin paciente y escondida en el Carmelo, en absoluta fidelidad a la gracia de la vocacin. Con su entrada en el Carmelo de Colonia iniciaba la tercera etapa que a travs del sufrimiento, la conformacin con Cristo hasta llegar a las cumbres de una mstica de la cruz, culmina con la ofrenda suprema, en la "casa blanca" del campo de exterminio, de su vida por la Iglesia, por la salvacin del pueblo hebreo. Estas tres etapas estn marcadas en ella por un gran deseo de totalidad, por una profunda exigencia de absoluto, por una bsqueda constante y apasionada de la verdad -de Dios-, motivo por el cual cada paso suyo hacia adelante en sus investigacines y en su acercamiento a la fe ha incluido casi por necesidad tambin una orientacin hacia las opciones ms radicales del cristianismo: la vida monstica, para vivirla a la luz de las aspiraciones ms atrevidas. La bsqueda de la verdad A pesar de la educacin religiosa de su infancia, Edith pierde bien pronto su fe hebrea bajo el influjo de la enseanza racional de la escuela. Es un hecho que se nota tambin en otros jvenes hebreos, como en Simon Weil y en Franz Rosenberg, y no ha de atribuirse solamente a dificultades encontradas en el seno de la familia. La religin hebrea se le presentaba tan solo en forma de idealismo tico, hasta el extremo de creerse con derecho a demostrar sus defectos y debilidades. Semejante posicin critica lleva a Edith a la neutralizacin del pensamiento de Dios y al rechazo de toda prctica religiosa. A1 mismo tiempo se concentra en la bsqueda de principios y valores intelectuales, considerados por ella ms elevados que los de la fe hebraica. Esta bsqueda, que llev adelante sola, creaba dentro de ella un estado de tensiones crecientes, de fatigas angustiosas para llegar a soluciones en torno a los cuestionamientos e interrogantes existenciales que rodean todos los aos de su estudio hasta el momento de la conversin. En este difcil camino encuentra a Edmund Husserl. Al leer sus "Logische Untersunchungen" (Investigaciones lgicas), entrev en la ciencia fenomenolgica el sistema filosfico ms vlido y conveniente que le iba a sostener en su bsqueda de la verdad, abrindole nuevos horizontes de conocimiento a los que jams se cerr. La veremos en Gottingen formndose en la escuela del gran filsofo alemn. Pronto se convertir en su alumna ms dotada, y luego de haber terminado brillantemente los estudios con el doctorado summa cum laude l la tomar como su asistente y colaboradora. La adquisicin del mtodo fenomenolgico incidi positivamente en sus investigaciones acerca de la esencia de las cosas, liberndola de preconceptos de estrechez y llevndola a una actitud de libertad de prejuicios

("voraussetzungslosigkeit" ), sin la cual no hubiera podido abrirse al pensamiento de Dios con esa indispensable objetividad de juicio que le es tan caracterstica. Con todo, no fue la actividad mental de la joven la que la llev, a descubrir el mundo de la fe ese "mundo perfectamente nuevo" que le haba quedado 'totalmente desconocido", como ella escribe. Y no fue el ambiente, ni tampoco los amigos y compaeros del crculo husserliano: Max Scheler y Adolf Reinach, convertidos haca poco tiempo. Dice ella de Scheler: "no me llev, sin embargo, a la fe; tan slo me abri un nuevo campo de fenmenos frente a los cuales no poda permanecer insensible. No por nada se haba repetido tanto ( en la escuela de Husserl ) que era preciso contemplar cualquier cosa sin preconceptos, arrojando fuera todas las lentes: as caeran las barreras de los prejuicios racionalistas en medio de las cuales haba crecido sin saberlo, y el mundo de la fe se abra improvisamente ante m". (Aus dem Leben einer judischen Familie, 57 ). Pero el nuevo conocimiento suscita en Edith interrogantes acosadores. Era desea llegar a la claridad en la problemtica religiosa, quiere entender cul es la relacin que puede haber (que debe haber) entre ella y Dios. Leerlo en clave de ideas le resulta absurdo a su naturaleza cada vez ms inclinada a referirlo todo a la realidad concreta. Imaginarlo como una relacin idealista o romntica? Esto haba que descartarlo a priori en ella, sedienta siempre de llegar a la posesin de la esenca ms profunda de las cosas, fuera de la cual nada tena valor para ella. Pero entonces, no sera ms fcil proseguir en la lnea de la ausencia de Dios? Edith no era la persona que buscara los caminos ms fciles. Su programa vital inclua siempre la opcin de los caminos ms arduos. En medio de luchas, crisis nerviosas, contradicciones, rupturas, y hasta momentos dramticos y sealados por padecimientos interiores, Edith empezaba a evaluar tres aspectos posibles para vivir su fe: el hebraismo, el protestantismo y el catolicismo, confrontndolos rigurosamente, sometindolos a seleccin, buscando cmo desligarlos de los impulsos externos del crculo de los amigos. El hebraismo Una conocida de Edith, la seora Filomena Steiger de Friburgo, recuerda haberla visto llevando en sus manos el Antiguo Testamento, en el cual, sobre todo en los libros de los Profetas, buscaba la respuesta a una fuerte inquietud interior. Tambin su amiga la filsofa hebrea Gertrud Koebner, recuerda los serios esfuerzos de Edith para acercarse a la religin de sus padres. Pero sopesndolo todo, Edith se convence de que el hebraismo no es la dimensin conveniente a su espritu. Sin embargo, no lo rechazara nunca, como fcilmente sola acaecer con otros hebreos convertidos al cristianismo. Seguira respetndolo siempre. El protestantismo Edith entr en contacto con el protestantismo no solamente por la amistad con Adolf Reinach y con Edvige Conrad Martius, en cuya casa se reunan los colegas del crculo huserliano, sino tambin cuando vivi en Gottingen, pequea ciudad con numerosas iglesias evangelicas y con gente que no ocultaba su credo luterano. Adems, la predileccin de Edith por la msica religiosa de Bach hubo de crear en ella alguna idea acerca del sentimiento y del misticismo protestante. Pero mucho ms importante es su encuentro con la actitud cristiana frente al dolor, a las atrocidades de la guerra del 1914-1918, y la constatacin de la fuerza de la esperanza cristiana nacida de la cruz de Cristo. En 1917 se encontraba en Friburgo, como asistente de Husserl. Un da cualquiera le lleg la noticia de la muerte de Adolf Reinach, cado en el campo de batalla. Su esposa y otros amigos le pidieron a Edith que viniera a poner en orden lo que haba dejado -sus diversos escritos filosficos- el finado. Edith vacila. Teme que no ser capaz de decir cosa que pueda consolar a la viuda, creyndola desesperada por la prdida de su compaero. Se encuentra con la joven viuda Reinach. Al verla, queda impresionada de su comportamiento resignado, casi sereno, en el que inmediatamente intuye la fuerza de la fe cristiana. De repente se le abre la puerta de un reino hasta ahora desconocido: el reino de la esperanza cristiana. Cuando refiri esta experiencia al jesuita P Hirschmann muchos aos despus, confesaba: "Fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ella comunica a quien la lleva. Por primera vez vi delante de m a la Iglesia, nacida del dolor del Redentor, en su victora sobre el aguijn de la muerte. Fue el momento en que se hizo pedazos mi incredulidad y brill la luz de Cristo, Cristo en el misterio de la Cruz". Son palabras dichas aos ms tarde, cuando Edith sinti todo el peso de la cruz sobre su pueblo perseguido. En 1917 Edith haba tenido ante todo la experienca de que todos sus argumentos racionales, ateos, son nada en comparacin con la fe cristiana. Al situarse a s misma frente a esta mujer profundamente cristiana, comprendi que el cristianismo le poda ofrecer valores-guas esenciales en la bsqueda de la verdad. Intuy cunta es la importancia que asume en la vida la fe en Dios para liberar al hombre de las angustias

existenciales, pare experimentar aquella "paz trascendental", que en la fenomenologa husserliana deriva de manera exclusiva de la accin de Dios en el alma. La viuda Reinach le haba enseado con su actitud serena y confiada que esta "paz trascendental" se identifica en la fe cristiana con la fuerza de la cruz de Cristo aceptada en la esperanza de resucitar a la vida inmortal. Slo el contacto con Cristo muerto en la cruz permite al hombre encontrar la paz interior y sublimar el sufrimiento. Sin embargo, Edith no llega a una decisin. Se ha iniciado un largo perodo de luchas, de crisis que comprometen al mximo su inteligenca y Su voluntad, hay momentos dramticos de conflicto con el pasado y con s misma, hasta el punto de sentir que se hunde en un ''silencio de muerte" . A veces trata de rehuir a la accin del Espritu Santo. "Puedo adherir a la fe, buscarla con todas mis fuerzas, sin que sea necesario que yo la practique" ( Psychische Kausalitat, 43 ) . Por lo dems, est convencida: "Cuando un creyente recibe una orden de Dios -bien sea inmediatamente en la oracin, o bien a travs del representante de Dios-, debe obedecer" (Untersuchung uber den Staat, 401). El catolicismo. Durante unos tres o cuatro aos Edith encuentra todas sus fuerzas intelectuales en una profunda reflexin. Lee numerosos libros de espiritualidad cristiana, libros de santos y de autores catlicos. Tratando de encontrar un camino liberador en su interior o tambin por inters pedaggico y cultural. As se compra un da el libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Empieza a sumergirse en los "ejercicios" por puro inters psicolgico. Pero al cabo de algunas pocas pginas se da cuenta de la imposibilidad de una lectura de esta suerte. Acaba por "hacer" los Ejercicios, ella, todava atea, pero sedienta de Dios, como refiere el padre Erich Przywara que la haba atendido en los ltimos aos de 1922-1930. Pero tampoco Ignacio logra darle la ltima seguridad, por ms que no pueda excluirse su influjo positivo en el sentido de que la condujo hacia una direccin interior y espiritual capaz de orientar todo el ser de manera consciente, vital, como arrojndole una primera luz para su decisin. Esta, efectivamente, la tom Edith luego de la lectura de la autobiografa de Santa Teresa de Avila. En junio de 1921 se dirigi a Bergzabern, a la casa de la amiga Edvige Conrad-Martius, donde se reuna a menudo el grupo de ex-alumnos husserlianos. No iban a Friburgo, donde Husserl enseaba en la universidad, porque sentan a su vez que lo seguan en su viraje hacia el "idealismo trascendental" En la biblioteca de la amiga Edith descubri el Libro de la Vida de la gran mstica espaola. La lectura de las pginas autobiogrficas la afectaron profundamente. Cerr el libro y exclam: "Aqu esta la verdad", esa "verdad" que ella tan apasionadamente iba buscando por aos. Se dice que en una sola noche Edith haba ledo y asimilado todo el texto teresiano. Mas siempre resulta poco probable, aun para una inteligencia elevada como la de Edith, que en el espacio de pocas horas logre penetrar con una fuerza tan intuitiva en el mundo espiritual y en todo el itinerario ascensional de la Santa, como para poder reaccionar inmediatamente y decidir su conversin al catolicismo. Quizs es ms verosmil que en esa noche culmin una precedente lectura del Libro de la Vida con particular sensibilidad con respecto a los captulos teresianos referentes a la experiencia de Dios . Con la afirmacin "Dios es verdad" como punto terminal de largos sufrimientos en el camino de la bsqueda de Dios, Santa Teresa de Avila enriqueci efectivamente a la Stein con la dimensin esencial de la existencia humana, tan intensamente buscada: todo viene a concentrarse en el "andar un alma en verdad delante de la misma Verdad.(V. 40,3). En aquella noche Edith finalmente pudo decir con la Reformadora del Carmelo: "Esta verdad que digo se me dio a entender es en s misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las dems verdades dependen de esta verdad". (V.40,4). Su conversin al catolicismo es la plena y consciente aceptacin de la nica Verdad, experimentada msticamente por Santa Teresa y buscada por ella en una large lucha dentro de su inconsciente. Inmediatamente la Santa espaola empez a ser para Edith el modelo de su nueva vida de fe, y quiso seguirla, con la intencin de hacerse carmelita. En su autntica necesidad de encaminarse siempre por los caminos ms radicales, la opcin por el Carmelo parece la nica respuesta que poda satisfacer su deseo de totalidad. Tena treinta anos, llena de energa, de entusiasmo, quera constituir a la fe como parte integral de su vida. As, su camino de fe coincida prcticamente con su camino vocacional. Edith Stein:

juda, filsofa, carmelita, mrtir Emanuela Ghini o.c.d. Artculo publicado en el Osservatore Romano el 13 de septiembre de 1998 Traduccin de Eloy Jos Santos

Juda, filsofa, carmelita, mrtir, Edith Stein (1891-1942), "que concentra en su intensa vida una sntesis dramtica de nuestro siglo" (Juan Pablo II, 1 de mayo de 1985), y a quien la Iglesia incluye entre sus santos, inaugura vas de relacin y de comunin entre mbitos y niveles distintos, en puntos vitales de la experiencia humana, cristiana, eclesistica, interreligiosa.

Edith Stein en 1913, a 22 aos, cuando era estudiante en Gotinga Juda Juda, nacida en Breslau (Wroclaw) el da del Kippur, destinada al encuentro con Cristo en el bautismo y en la Iglesia, pero no a olvidar la fe de sus padres y de Israel. "En el origen de este pequeo pueblo... est la cuestin de la eleccin divina. Es un pueblo convocado y guiado por Yahv, Creador del cielo y de la tierra. Su existencia no es un mero dato de la naturaleza ni de la cultura... es un hecho sobrenatural" (Juan Pablo II, 31 de octubre de 1997). Edith Stein vive la fe en la alianza, y ve su culminacin en una alianza nueva, reinterpreta desde esta perspectiva la historia de su pueblo, y comparte su destino, con una conviccin lcida y sin vacilacin: "Bajo la cruz he intuido el destino del pueblo de Dios, que desde ese momento empieza a preanunciarse. Creo que quien comprende que todo esto es la cruz de Cristo, debera llevarla sobre s en nombre de los dems" (escrito por Edith Stein el 9 de diciembre de 1938). Edith asume la carga de la cruz del pueblo elegido, y comparte su suerte hasta el final. De este modo, invita a los cristianos a "comprender que un mundo sin Israel sera un mundo sin el Dios de Israel" (A. Heschel), que "mientras el judasmo siga marginado en nuestra historia de salvacin, estaremos a merced de impulsos antisemitas" (R. Etchegaray), y sobre todo que "la religin hebrea no es extrnseca sino, en cierto sentido, intrnseca a nuestra religin" (Juan Pablo II). Edith Stein asume en su persona y deja como herencia a judos y cristianos la reconciliacin que la tragedia inhumana de la Shoah invoca de todos. Porque Auschwitz no slo es un hecho histrico, sino tambin una cumbre extrema de la maldad humana, que exige de todos silencio y arrepentimiento. Si "la Iglesia alienta a sus hijos e hijas a purificar sus corazones, por medio del arrepentimiento por los errores y las infidelidades del pasado" (E. Cassidy), Edith, muerta por su pueblo, "puede resplandecer como santa cristiana, portadora de su origen judo" (B. Di Porto, Il tempo e l Idea, n. 9, mayo de 1997, p. 60), tambin para sus hermanos judos. Como reconoce uno de ellos: "Yo, como judo, creo firmemente en el valor de nuestra cohesin de pueblo, pero no la limito con vallas y alambradas. Admito, en la libre dinmica del espritu, la posibilidad de los intercambios y los deslumbramientos... Respeto la canonizacin de Edith, mrtir cristiana, nacida hermana ma juda, muerta en las cmaras de gas en Auschwitz por quien inscriba indeleblemente su fraternidad de carne y sangre conmigo" (B. Di Porto, op.cit.).

Edith Stein, en una foto de 1930 Filsofa

Filsofa, discpula y ms tarde asistente de Husserl (1916-1922), condiscpula de los participantes en el crculo de Gotinga (Adolf Reinach, Hedwig Conrad-Martius, Roman Ingarden, Hans Lipps...), Edith Stein frecuenta tambin las clases de Max Scheler. Conocer a Heidegger, sucesor de Husserl, y a Peter Wust, quien describir su itinerario desde la filosofa al Carmelo, cuando Edith tome el hbito, el 15 de abril de 1934. Escptica ante el positivismo de la psicologa experimental de Stern, Edith se siente atrada hacia la fenomenologa por la concepcin husserliana de la conciencia que emerge sobre el mundo y esparce sus significados, por la admiracin de una realidad que suscita admiracin, estimula el estudio, invita a "ir hacia las cosas" sin prejuicios, que "pone entre parntesis" el ser, entendido en modo naturalista, y, por ende, toda forma de realismo que afirme la prioridad del ser sobre el pensamiento. La fenomenologa, que influenciar ms tarde a buena parte del pensamiento moderno - de Scheler a Hartmann, de Sartre a Merleau-Ponty, Lvinas, Ricoeur... - fascina a Edith Stein, que ve en Husserl al "filsofo de nuestro tiempo", por la clarificacin de la realidad que lleva a cabo, mediante un anlisis de los procesos cognoscitivos en su apertura original, como reflexin sobre lo que aparece en el fluir de la conciencia, con la amplitud de un mtodo de investigacin no slo gnoseolgico y psicolgico, sino tambin tico, que tiene aplicaciones incluso en la psiquiatra, especialmente en la logoterapia. En 1917 la fe serena de la joven viuda de Adolf Reinach, cado durante la guerra, lleva a Edith "a su primer encuentro con la cruz... y [con] la luz de Cristo". En 1921, la lectura de la autobiografa de Teresa de vila la conduce de manera limpia y viva ante el Cristo-verdad. Bautizada el 1 de enero de 1922, Edith, guiada por el Padre jesuita Erich Przywara, afronta el estudio de la philosophia perennis : primero Toms de Aquino y despus, en el Carmelo, Juan de la Cruz y Dionisio Areopagita. Convertida al cristianismo al final de una bsqueda apasionada y ansiosa de la verdad, por voluntad de respuesta a las grandes preguntas sobre el hombre y su destino, que haban despertado en ella el deseo de no dejar inexplorado ningn problema existencial, atrada por el misterio de la persona y por la necesidad de un encuentro con la realidad que no esclavizase, sino que liberase al hombre, Edith Stein es la figura emblemtica de una bsqueda que, por amplitud de horizontes y rigor del mtodo crtico, interesa a los creyentes como a los no creyentes, e invita a un compromiso firme, encarnado en la vida, con las grandes interrogaciones que se ciernen sobre ella.

Edith Stein en 1931, dos aos antes de entrar al Carmelo de Colonia Carmelita Admitida en el Carmelo (14 de octubre de 1933), "alto monte al que hay que empezar a subir desde abajo" (27-08-1939), por su sed de participacin en el misterio pascual, Edith asimila su condicin de desierto, lo que hace del Carmelo lugar idneo para entender la cultura nihilista de buena parte de nuestro siglo. Si toda la vida cristiana es un xodo hacia la tierra prometida, el Carmelo vive la dimensin del xodo con el radicalismo que Edith ha experimentado, de distintas maneras, durante toda la vida. Su conversin, que no le impide seguirse sintiendo hija de Israel, enamorada de su santa progenie, la separa sin embargo de la familia y de la madre muy amada, quien posee "tambin una gran fe" (verano de 1933). "Mi madre se opone todava con todas sus fuerzas a la decisin que voy a tomar. Es duro tener que asistir al dolor y al conflicto de conciencia de una madre, sin poderla ayudar con medios humanos" (26-01-1934). La separacin de la fe la madre, que seguir "hasta el final", con admiracin de Edith, "fiel a su fe" (04-101936), se superpone a sus sucesivos exilios: primero de la Universidad de Friburgo (1922), despus del liceo de Spira (1931), de la Academia pedaggica de Mnster (1933), y por ltimo, del mismo Carmelo de Colonia (1938), hasta la separacin suprema del Carmelo de Echt (2 de agosto de 1942) por el campo de Amersfoort, el lager de Wersterbork (3 de agosto de 1942) y el de Auschwitz-Birkenau (7 de agosto de 1942), donde Edith y su hermana Rosa resultarn inmediatamente seleccionadas para su eliminacin (9 de agosto de 1942).

Edith confirma que "la historia de la salvacin es la de un continuo caminar sobre las huellas del Seor... Un nuevo descubrimiento, una nueva experiencia de Dios en la historia, una nueva llamada suya pueden hacernos caminar en una direccin inesperada. Cuando l apareciere, seremos semejantes a l, porque le veremos como l es (1 Jn 3,2)" (C. Maccise). Condicin de la disponibilidad al xodo es el abandono a Dios. Edith, enamorada del Carmelo - "en la cima de mis pensamientos estaba slo el monte Carmelo" (27-03-1934) -, inundada por el agradecimiento de ser carmelita - "no me queda sino dar gracias